En recuerdo a Bosco. Micromundos
El pequeño túnel de ladrillo, bajo la carretera que lleva a las Arenas
Blancas, desemboca en la pequeña y aplanada acequia de arena que, tras años de
riego, ha creado una fina capa de arcilla subterránea que retiene el agua tras
el riego, formando pequeños charcos de aguas cristalinas.
A la salida del túnel, viejas piedras de albero han sido recubiertas por un
musgo aterciopelado, tan intensamente verde que sería la envidia de los devotos
de San Patricio.
Al final de esta suave costa, minúsculas playas de arena ofrecen sitio a
una baja y olorosa selva de hierbabuena y marrubio que se adentra en las aguas
nítidas y mágicas de la pequeña laguna en la que se ha convertido la acequia
tras el riego. La menta y la fragancia fresca del agua de pozo parecen capaces
de mantener en suspenso el tiempo, en el que crecen las fantasías.
Con cuidado, con los ojos casi a la altura del agua, colocamos dos
minúsculas canoas que hemos tallado de un estrecho cañote (apio silvestre).
Navegan suaves, tan mínimo es su peso, que ni levantan ondas. Paradas quedan en
el centro de este paraíso de apenas medio metro de largo.
Medio palmo por debajo de la canoa, un fondo de rojiza arena del naranjal
salpicada de pequeñas rocas de amarillo albero, minúsculos cantos rodados y
delicadas perlas de gravilla blanca, esconde tesoros para el aventurero que se
atreva a intentarlo. En este lugar todo es posible, pero incluso más que los
viejos cofres de roble, de herrumbrosos remaches, repletos de oro y rubíes,
soñamos con hallar una vieja espada toledana, o la auténtica falcata de
Viriato.
No hacemos trampa, ni buscaremos en el fondo de arena cuando el efímero
charco se retire. Cuando el agua se va, también se van los tesoros.
Asi eran los micromundos que Bosco y yo, adorábamos y guardamos durante
años, durante toda una vida. Asi imaginas todo lo que es secreto, oculto,
intimo.
Ayer, al anochecer salí al jardín, recordándote. Miré el cambiante color de
las flores cuando la luz se marcha, y al igual que cuando éramos niños, adiviné
que no es la luz la que decide el color con que pasaran la noche, sino que es
el alma de la flor la que atrapa su color para ser esplendida, para mostrarse
en plena noche como cada una es.
Igual hacen los poetas, no describen el mundo a la cruda luz que todos
llaman realidad, la que cualquiera vé; el que mira bien siempre ve el verdadero
color, la belleza del alma.
Para ti estas flores, hermano.