Dónde estamos?
Cotos
Regables del Guadalquivir es una zona de cultivo de arroz, de 1000 Has de
extensión, situada en la margen izquierda del Guadalquivir. Está a menos de 40
kmts de Sevilla, pero en esa corta distancia hay un mundo entero de separación.
Corresponde a una serie de divisiones que se hicieron sobre terrenos de la Isla
Menor y la marisma cercana a Las Cabezas de San Juan y Lebrija. Otros poblados
o divisiones en esa área eran: La Compañía, la Colonia San Vicente Ferrer,
conocida como Casudis o Loh Cazudi (el poblado grande más cercano a Cotos
Regables), El Cortijo Viejo, El Reboso, la Sección Segunda y Tercera de
Marismas, Cotemsa, etc.
La
zona de Cotos se pone en cultivo a comienzos de los años 50 del siglo XX. Como
todo lo que se hace en zonas de regadío, las viviendas y carreteras se ajustan
a la distribución de canales de riego y desagüe. Todo son líneas rectas y
curvas de 90 grados (con pocas excepciones). El territorio es extremadamente
plano a lo que se suma la necesidad
adicional de nivelación en las zonas cultivadas para un buen control del riego
del arrozal. Los horizontes se perciben con total definición en todas
direcciones. El suelo, con la excepción de las carreteras de grava y los
escasos parches de asfalto o cemento (secaderos y algunos accesos a viviendas),
es todo arcilla, con texturas que oscilaban entre el polvo y el más pegajoso
barro que se pueda imaginar. Contiene mucha sal, debido a su origen: un lago
abierto al mar y expuesto a sus mareas. Cuando el rio lo fue colmatando la
arcilla se impregnó de las sales marinas y eso hacía que tras un chaparrón,
cuando la tierra se secaba, aparecían visibles y saladas vetas blancas sobre el
suelo grumoso. El color del suelo variaba entre los tonos gris claro de los
polvorientos caminos (en las épocas más secas del año el polvo dejaba una larga
estela al paso de los vehículos haciendo casi imposible el que pudieran
adelantarse unos a otros por la nula visibilidad y la estrechez de las
carreteras. También era posible en noches de luna llena ir en moto a gran
velocidad con las luces apagadas. Tenías cientos de metros de visibilidad, más
que con los amarillentos faros de la época) al gris marrón del barro. La
desolación que sugerían los paisajes invernales del arrozal te colocaba en un
ánimo que oscilaba entre la melancolía lírica y la depresión más indisimulable.
Esta es una de las razones por las que siempre amé las rocas y montañas.
Las
viviendas se distribuían de forma que existía una ‘casilla’ por cada parcela
(en el caso de fincas grandes) o por cada propietario en los demás casos.
Consistían en una edificación de una sola planta en la que podían hallarse una
vivienda, un anexo lateral que podía servir como segunda vivienda o pequeño
almacén, y una parte trasera que comprendía una cuadra y un almacén de mayor
tamaño, aunque esta era una edificación tipo y existían diversas variantes. El
tamaño total de la planta oscilaba entre los 100 y 120 mts. cuadrados. También
era común la existencia de un corral o gallinero sobre la parte trasera, que no
solía estar cubierto de forma original y que se tapaba con placas de uralita
ondulada.
Además
de estas ‘casillas’ se edificaron otros tipos de viviendas como los llamados
‘grupos’ que eran básicamente edificios de una longitud de unos 60 metros de
largo y 7 de ancho, con un tejado a dos
aguas (de teja romana) y tabicados interiormente para producir una serie de
viviendas ‘hombradas’, por hallar un término equivalente al adosado. Habían 2
de estos grupos: uno cercano al rio, de menor tamaño y el que habitamos
nosotros que incluía la escuela, la vivienda de la maestra, y cuatro viviendas
más. La nuestra sería la central. En cuanto al tamaño de estas particiones era
similar y estaba en torno a los 65 metros cuadrados. Ya describiré la
distribución interior cuando hable de nuestra vida en ella, que ocupó unos 30
años.
El
llamado ‘Tren Parao’ era una exageración de estos grupos ya que tenía una longitud
de unos 90 metros y un ancho cercano a los 8. También el techo era a ‘dos
aguas’ y la cubierta de simple uralita. Estaba divido en un total de unas 30
viviendas por lado (12 m2 por habitáculo) y con una capacidad de unas 4 literas
por cada vivienda podía alojar casi 250 personas en unas condiciones mínimas de
habitabilidad. Aunque tenía, por así decirlo, residentes permanentes su función
principal era el alojamiento de temporeros que en el momento álgido de la
temporada podía estar cercano a las 600 – 700 personas, que se distribuían por
todo hueco disponible en el resto de edificaciones incluyendo almacenes con
simples colchonetas o, más comúnmente, jergones rellenos de paja.
El
resto de edificaciones tenían propósitos más definidos, como lo eran el grupo
formado por la herrería de Juan José, el bar de Manolo ‘el Maja’, la tienda de
comestibles y vivienda de Nicolás y Joaquina, la peluquería – bar de Rafael
Romero ‘el Pichita’, y el cine de
verano. Al lado de este y en dirección hacia el rio estaban el bar – tienda –
cine de verano de Cachopo, y la vivienda de la Francesa. Al lado estaba el que
se llamó almacén de Castellón, que fue inicialmente un cine cubierto y luego se
dividió en la zona de vivienda de Ignacio, capataz de mi tío Vicente y dos almacenes,
uno de ellos de mi padre. Otros anexos a este edificio eran la panadería de
Juan José Soriano, que también tendría negocios de transporte con su camión, y
la vivienda de mi tío Vicente, la más grande y bonita de todas las de Cotos y
la primera que tuvo dos plantas.
También,
y por un periodo de tiempo que abarcó más de 30 años, habían chozas, siendo la
mayoría de ellas de gran tamaño, es decir que contenían varias viviendas cada
una de ellas.
Las
chozas tenían paredes de barro y paja, generalmente blanqueadas, incluso con
alegres toques añil enmarcando puertas y pequeños ventanucos. Su estructura
principal eran grandes postes de madera de eucalipto, y gruesas cañas entre los
postes para dar soporte a las paredes de barro. El techo estaba formado por un
cañizo que también se rellenaba con una ligera capa de arcilla, a modo de
impermeabilización y por encima de este se disponía una gruesa cubierta de
juncos, que daban el color intensamente oscuro común a todas las chozas del
mundo, desde la selva a los suburbios. El suelo era de simple barro y
cascarilla de arroz mezclados y apisonados. Al secar, de forma natural, queda
un suelo liso y fresco de color gris. Su único inconveniente es el constante
polvillo que desprende del solo pisar de los pies desnudos, de las abarcas y
‘espardenyes’ de ligera suela de caucho de viejas ruedas. El interior, umbrío
era muy uniforme en temperatura a lo largo del año, por el buen aislamiento
natural de los materiales empleados. El olor era difícil de definir, no
desagradable, decididamente húmedo, muy familiar para los que acostumbrábamos a
manejar gavillas de paja de arroz. El principal peligro que las amenazaba era
el de incendio. En los años en que viví en Cotos vi arder tres de ellas y era
un espectáculo impresionante.
La más
bonita de estas chozas era la del ‘Tonto de los pilotos’, cercana a la casa del
perito, que antes lo había sido de mi tío Vicente. Situada al lado de un
pequeño canal de desagüe cuya ribera estaba sembrada de mimbres de un verde
intenso y fragante olor, era limpia, bien blanqueada y con sus añiles y tenía
el toque de una media docena de pértigas, de unos 4 metros de altura, plantadas
en su extremo más cercano a la carretera, que terminaban en pequeños aviones
tallados en madera de eucalipto con hélices de lata y sobre un soporte
giratorio que las hacía comportarse como veletas. Pintados en vivos colores,
azules, rojos, amarillos, mantenían un constante ulular con la más ligera
brisa, y daban un extraño toque transcultural, pues recordaban las pértigas de
gallardetes típicas de la yurtas mongolas o los lugares de oración tibetanos.
La gira: excursión a los secaderos.
Un
mes antes de que llegara Luis, el viernes de Dolores se hizo la ‘gira’ en el
cole. Nada del otro mundo, pero todos lo pasaban bien. Este año fue una
excursión a los secaderos del Cortijo. En ese día todos llevaban una taleguita
de tela, que contenía bocadillos y fruta, y chocolate o algún dulce de la época
como torrijas o pestiños envueltos en papel de estraza. Las torrijas más
típicas en Cotos son las de vino y arrope y los niños más pequeños con un par de torrijas o
tres se quedan colocados. Lo de ‘tener una torrija encima’ no era una simple frase. De todas formas
muchos niños desayunaban en las épocas más frías café con leche y una pachocha
de anís (pan mojado en agua, azúcar y anís) y el cole por las mañanas tenía un
ambiente de peña taurina cazallezca de lo más entonado. Deme lleva torrijas de
vino, como Cachichi y el Churrero. Los Grau Lobato (Isabel la Nena, Olimpia y German) exhiben unas exquisitas de almíbar
alimonado y los Navarritos (Javier, Lucia y Fabiola) no llevan torrijas. Su
madre, la Señora, es una repostera sin igual y le gusta mantener las
tradiciones así que los surte con toda clase de bollería valenciana: Pan-ous,
rollets de San Blau, bollitos de leche, un clase de Coca de canela, tortas de
‘carabasa’, coca de pasas y nueces y, los más deseados, unas figuras de pan
dulce en forma de cocodrilos, con el lomo lleno de bolitas
coloreadas de caramelo. Unos días antes ha montado un buen zafarrancho en la
diminuta cocina de su casa para preparar unos 10 kg de distintas masas
pasteleras. En la fiesta han participado todos: ella misma, Rosario la muchacha
de la casa, una más en la familia, Javier, Lucia, Fabiola y Juan Navarro, su marido, que
es el que da el toque artístico al asunto, moldeando figuras y pintándolas con
bonitos tonos de acuarela. También, durante años, alegrará los tradicionales
huevos duros de Pascua con hermosos dibujos de acuarela: paisajes alpinos,
arboles, gallinas, cerditos, caballos, pollitos, lagartos… Además ha decorado
la cocina pintando el dintel del saca humos y parte de las paredes con lápices
de cera y pintura plástica: huevos, cebollas, berenjenas, gallos, lirios… todo alegre,
natural, fresco. Los chicos lo rodean mientras canturrea y dibuja, y se ríen
nerviosamente excitados, sobre todo Javier que ve como algo mágico lo que es
capaz de hacer su padre. Después han puesto con cuidado toda la producción
(incluyendo unas docenas de madalenas de receta única) en bandejas de madera y
estas en cestas de mimbre, inclusos la bandeja de mimbre de la ropa planchada
entra en el lote, han tapado las cestas con paños estampados de cuadritos,
verdes y blancos, rojos y blancos, y las han llevado a la panadería de Juan
José Soriano y en una hora o algo más ya están de vuelta, dejando un rastro de olor capaz de hacer salivar a una
tortuga. Por cosas como esta la vida en ese lugar resultará inolvidable para
todos ellos, una fantasía en medio de la niebla y la grisura, en medio de la
luz y el aire lleno de sonidos del mundo, al principio de la vida.
Manolita,
hermosa la maestra, vive en Cazudi, da unas cuantas recomendaciones antes de
salir. Es casi mediodía y el sol está suave. En los charcos que hay delante y
detrás de la escuela, grandes y poco profundos, han crecido en días miles de
ranúnculos, de pétalos frágiles, y cientos de margaritas de apretado botón
amarillo, sin pétalos, que llenan de luz y de aroma el aire, el aroma invisible
de la primavera, que mueve las piernas y levanta las ganas de gritar y jugar
sin descanso.
- -
No
quiero veros ocupando toda la carretera, ni mucho menos jugando a futbol.
Tampoco me interesan las ranas ni los grillos cebolleros ¿te enteras Deme? Y no quiero concursos de tirar las piedras más lejos, ni el clavo. Por
cierto no quiero ver ni uno o ya sabéis que habrá castigo seguro. Ea, vamos
para el Cortijo y a ver si tenemos un diita tranquilo.
Las
niñas se ríen cuando se enumeran todas esas cosas que solo hacen los niños:
Rosi la bonita rubia, Paqui la del Maja, su hermana la risueña Manoli, las
mellizas Lucia y Fabiola, la prima Isabel, la nena, la gran Paqui la de
Climent, la de Márquez.. La chica de Benegas es capaz de saltar un canal de
desagüe de los anchos, y es casi seguro que hoy lo hará, pero nadie se mete con
ella. Es delgada como una ranita, muy morena, sus ojos brillan intensamente y
solo le falta una leve marca de casta en la frente para ser una promesa de
belleza hindú.
A la
gira también se suman los perros de cada familia: la ‘Canela’ sigue a Rafael el
del barbero, el ‘Combate’ con los Cachichi, el ‘Escobilla’ de los Demetrio, legañoso
y siempre buscando perras salidas, el ‘Lucero’ por cuenta propia, la ‘Marilyn’ la
pequinesa con algún lacito… Flanquean la fila de niños y niñas, dan carreras y
ladridos cumplidores, tampoco hay que exagerar, el día será largo.
Pasan
el puentecillo camino del cortijo, El canal de riego aún esta vacío, tan solo
algunos largos charcos mantienen aún algo de vida, carpas, robalos, barbos, la
mayoría muertos o agonizantes. Huele a babas de ranas, a algas podridas, a cieno
removido. En pocos días, los peces que hayan aguantado recibirán su premio: comenzará
el riego y tendrán una gran oportunidad para la puesta. Los chavales también
ayudaron a la escabechina, pero ya el pestazo les quita las ganas de seguir
agarrando algo.
A la entrada del cortijo aparece Sisobra, el
enorme mastín marrón y blanco, los perros se recogen pudorosa y sabiamente al
final de la comitiva, tan solo la Canela, con natural coquetería le pasa por
delante haciendo méritos. Una larga cadena lo mantiene sosegado. Unos ladridos
profundos, que parecen salir de una cueva, no engañan al peludo rabo que se
mueve con digna parsimonia. La Canela,
fea pero perra, le hace un pase cercano moviendo el corto rabillo como un
ventilador. El Sisobra se queda como en postura, quieto, alta la cabeza, dejándose
mirar y oler.
Pasan
la mayoría de las niñas por el sendero que lleva hacia las trilladoras fijas y
los pajares. Los niños, superados los diez minutos de disciplina empleados en
el corto trayecto, se desmarcan para subir la rampa que conduce a la báscula de
camiones, y ya situados en la plataforma de hierro de la misma, dan saltos como
locos asegurando cada uno de ellos que notan como la báscula se hunde ‘un cacho’
gracias a su patada. La bascula tiene capacidad para unas 20 toneladas, pero
eso para un coteño es lenguaje de señoritos y lechuguinos, ‘ande ze ponga un tío
de una veh, que ze quiten tó ezo mierda’. Aprovechan la incorporación al grupo
para chocar con los que van en la cola ‘Zeñorita, aquí ya están pegando
empujone y me voy a calentá y van a habe oztia’. Manolita hace un gesto como
una vaga amenaza, ya solo faltan 100 metros para el lugar de suelta.
Los
pajares ya no humean. Las lluvias de Abril los han apagado. Este año, como el
invierno ha sido seco la paja entró en auto combustión y durante muchos días se
ha visto como se desprendía un humo denso y pesado. Cada vez es menos frecuente
que vengan las cuadrillas de empacadores, se paga poco por la paja, y por eso
los dos altos pajares, de más de 8
metros de altura, se han quedado casi sin despejar. Los chavales disfrutan tirándose
a rodar desde lo alto. El precio a pagar es un picor que en el frio invierno
casi no se nota, aunque la roña hace efectos en las caras de los jugadores dándoles
un aspecto cochambroso pero machote. En la siega todos odiarán el polvo de
arroz pero eso es otra historia.
Los
secaderos del cortijo ocupan una superficie de 15000 metros cuadrados y son el mayor
terreno asfaltado de todo Cotos. Consisten en una serie de pequeños lomos de
unos 30 cts. de altura entre el punto más alto y el más bajo. Cada paño tiene
unos 12 metros de ancho por 40 de largo y están hechos de ladrillos cubiertos
de asfalto. Cada dos o tres veranos se asfaltan de nuevo. El arroz, cuando
viene de las trilladoras esta aún húmedo y debe extenderse y secarse al sol
durante dos o tres días, dependiendo de la temperatura y de la humedad
ambiente. Cada tarde se agrupara sobre los pequeños lomos formando una barra y
se tapará con lonas si amenaza lluvia o si las noches dejan rociada. Hay que
evitar que coja humedad para poder venderlo o almacenarlo. Pero eso será en la
siega y aún falta un mundo.
Los
niños y niñas forman grupos, rota la fila y el poco orden, para jugar: futbol,
la comba, el teje, el pañuelo, el coger.. A mediodía paran todos para comer lo
que se trae en las talegas.
Hace
un calorcito agradable y los rostros están encendidos por el juego y el sol. La
charla se aquieta y todos le dan al
mastique con entusiasmo. Se sientan por grupos de amigos: Javier con su primo Germán,
el Deme, Rafael el Barbero, el Churrero, Cachichi, el Nicolás. Manolo el del
maja con los mayores, Pepe Climent, Eduardo Báez, Carlos Báez, José el de
Demetrio. Lucia y Fabiola con la prima Isabel y la pequeña y rubia Olimpia a la
que su madre, haciendo una muy sentida excepción, ha permitido ir también. También
esta con ellas Manoli y Pepi Ganfornina, de grandes ojos claros, la del
herrero. Rosario, la muchacha está con las hermanas Rosa y Paqui, del maja, Paqui
Climent y Rosi de los bartolos. Mucha rosa, y es que es primavera.
- -
Le
podíamos habé metido por lo meno do gole ma, zi no fuera por el mamahostia del
Cachichi que se azuzto con er Manolo, y la tiró fuera, dice Deme entre bocados,
eructos, cuescos y recogida de mocos.
- -
Po
y tú con turmano, que te dio una hostia y dejaste que te quitara la pelota,
joio vaina, quien va a hablá, replica Cachichi mosqueado
- - Yo
me pongo lo que quiera a questa tarde leh ganemo a to, porque ze van a pone
ziego de come, sobre to er Manolo y van a corre meno, afirma tan convencido como
siempre el Churrero
- - Ganemo
o no ganemo a mirmano lo dejo zeco de una patá, dice vengativo Deme.
- -
Si,
tú te pone mu chulo pero luego te forra a hostia en tu caza, tercia Rafael el
barbero.
- -
Po
esta noche cuando ze duerma le zuerto un cuesco en la jeta que ze ba a quedá
amariyo como zi tuviera ‘tirizia’, se ríe a boca llena el Deme, soltando un
cuesco demostrativo.
Los partidos entre mayores y medianos despiertan pasión.
Media docena de mayores por un lado y docena y media de medianos y chicos por
otro. Los chicos, los pobres, solo duran el primer cuarto de hora, lesionados y
silbados se retiran lloriqueando a las bandas y alguno ensaya una pedrada vengativa,
las más de las veces contra su propio equipo. Es duro este futbol de división inclasificable,
pero nadie se lo pierde. Quedar 12 a 4 es un buen resultado, teniendo en cuenta
que no hay arbitro y que cada gol se discute y negocia con pasión.
- -
A
zio arta, afirma el enfadado portero cuando la pelota pasa claramente por
encima de su cabeza. La portería está marcada con dos montoncitos de piedras y
no tiene larguero, claro.
- -
Po
a ve zi crece joio mamahostia, que te mata a paja con lo chico que ere, londro
que ere un londro, le suelta José Demetrio al portero de turno.
Termina
la comida, las niñas charlan quedamente. Todos se tumban y un ratito de paz se
establece, algún sueñecito o simplemente mirar el cielo. Después otro partido,
juegos de grupo en los que se mezclan niños y niñas, más carreras, muchos
gritos y cuando la tarde refresca, de nuevo una más ordenada y cansada fila
emprende el regreso.
Gracias por escribir esto. Me ahorra la tarea descriptiva a mi hija.
ResponderEliminarMuy bien el relato primo. Parece mentira la cantidad de lugares y cosas que vivimos allí. Enhorabuena
EliminarDe nada Oscar. Compartir recuerdos es muy agradable y merece el esfuerzo. Siempre te quedas con las ganas de añadir mas cosas pero se haría interminable.
EliminarGracias a ti por animarme. ¿Que me dices acerca del andalúz fonetizado? Es que si lo pongo bien ya no me suena igual. De nuevo gracias.
Eliminar"El perfume" versión cotos. Muy bonito, pero sobre todo, esa gama de olores... Beno dixit.
ResponderEliminarBuenas tardes Javier, me ha gustado tu trabajo de Cotos y he leído la temporada III y V, ¿Hay una temporada IV? no la encuentro. Saludos.
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