EN TORNO A LOS
ORÍGENES DEL TORO BRAVO ACTUAL: LAS MARISMAS DEL GUADALQUIVIR Y LAS ISLAS MAYOR
Y MENOR.
I.- A MODO DE
INTROCUCCIÓN Y PLANTEAMIENTO.
I.- A la hora de estudiar el toro bravo actual, el que hoy se lidia en todas
las plazas de España, en el sur de Francia y en países de América del Sur de
una importante tradición taurina, nos enfrentamos a una serie de problemas que
debemos intentar, al menos, si no clarificar, situarlos en los términos adecuados para que
la maraña de información no nos desvíe del objetivo principal. La literatura
taurina, de gran tradición en España, se ha ocupado siempre o casi siempre de
toreros, unas veces con seriedad y otras de forma poético-fantástica, cuando
no cobista en la más reciente. En el
siglo XIX, y sobre todo en su segunda mitad, el arte de torear va evolucionando
hasta lo que hoy en día se conoce como tal, habiendo contribuido a ello una
depuración con mayor selección del ganado haciéndolo más “toreable”; la Revolución Liberal
de la segunda mitad de ese siglo XIX que permitió construir y abrir plazas de
toros en cualquier lugar donde un concejo, un empresario o una institución
benéfica considerara oportuno o rentable abrirla y, por tanto, el gran número
de aficionados que este hecho conllevaba y también, muy importante, la
implantación del ferrocarril que permitía transportar toros para su lidia a
grandes distancias dentro de la Península.
Para tener una idea de lo que supuso el ferrocarril y su
influencia en la fiesta debemos detenernos en el hecho, sólo a título de
ejemplo, de que los toros que salían de la
Isla Mayor para ser lidiados en Madrid se
llevaban por su pie hasta Aranjuez primero y tardaban en llegar unos quince
días entre unas cosas y otras, utilizando siempre sus pastores, a caballo o a
píe, las cañadas reales (en nuestro caso, de Isla Mayor a Medellín, Pizana,
Leonesa Occidental) en definitiva cuando un toro marismeño salía a la plaza de
Madrid, además de ser un consumado atleta, hablaba en tres idiomas, incluido el
latín, se las sabía todas y era un bicharraco muy difícil de lidiar y
prácticamente inservible para el lucimiento del torero. El ferrocarril, además
de facilitar en grado sumo el transporte, suavizó la brusquedad y las malas
formas del ganado, propiciando, además, la popularidad de las ganaderías del sur que juntamente con
las castellanas occidentales –salmantinas y otras- comienzan a dominar la
fiesta en todos los cosos.
La evolución del arte de torear, desde
la fiesta de toros y cañas de origen medieval que se extiende por los siglos XV
a XVIII, se encuentra muy bien estudiada no solo en la enciclopedia de Cossio
(1), sino en trabajos más recientes, destacando el de Antonio García-Baquero
González, Pedro Romero de Solís e Ignacio Vázquez Parladé (2) o Bartolomé Benassar
(3) y en otros trabajos donde se mezcla el toro y el toreo, destacando el
trabajo de Juan Posada (4)
II.- No obstante lo anterior, el objeto de estas
páginas es mostrar un aspecto del toro bravo actual, cuál es uno de sus puntos
de formación y arranque constituido por la marisma e islas que se extienden
desde legua y media de Sevilla a la desembocadura del Guadalquivir, abarcando
una buena parte de términos municipales del curso inferior del río (Dos
Hermanas, Utrera, Los Palacios, Las Cabezas, Lebrija, Trebujena) de la margen
izquierda y, fundamentalmente, casi todo el antiguo término de La Puebla del Río (La Puebla junto a Coria) en la
margen derecha e izquierda del río, hoy compartido con el término de la
Isla Mayor. Dada la amplitud del terreno nos centraremos
solamente en el antiguo término de La
Puebla del Río con sus islas y marismas, ocupándonos de forma
puramente referencial de los importantes términos de Dos Hermanas, Utrera, Los
Palacios, etc. en la génesis del toro bravo, mereciendo, por su importancia,
cada uno de ellos, un estudio aparte.
Los terrenos marismeños de la margen
izquierda con su Isla Menor, al igual que los de la margen derecha con su Isla
Mayor en la actualidad ya han perdido,
en su mayor parte, el carácter ganadero, debido al aprovechamiento agrícola y
con carácter principal el del arroz en ambas islas y otros terrenos marismeños,
haciéndose imprescindible, para la comprensión ordenada del proceso, la lectura
de la tesis del profesor González Arteaga (5). Ahora bien, pese a que se ha
perdido su carácter puramente ganadero, sólo manteniendo restos de ganaderías
ilustres (Pérez de la Concha)
y otras ganaderías más recientes como las
correspondientes a dos hierros de
Don Ángel y Don Rafael Peralta con sede a la entrada de la
Isla Mayor y la de Don Félix Hernández en la Veta de la Palma, al final de dicha
isla y la
Don Gabriel Rojas al oeste y fuera de la
isla por Peroles y la Veta
del Adalid, ya en la Marisma Gallega en término de Aznalcázar y en el mismo término
cerca de los términos de Hinojos y Almonte, Hato Blanco y Hato Nuevo de la
familia Campos Peña de Coria del Río, así como en la
Isla Minima (separada de la Menor por la Corta de los Jerónimos) la
ganadería de Don José Escobar. En los confines de la marisma, muy cerca de
Sanlúcar de Barrameda en la
Marisma de Alventos, la ganadería de Salayero y Bandrés y
otros; pues bien, pese a que todo ello supone restos de la gran afluencia
ganadera especializada en lo bravo no se puede olvidar que en la llamada Edad de
Oro del Toreo y posterior Edad de Plata, (finales del siglo XIX y casi la mitad
del XX) en la Isla Mayor
y su proximidad se criaron los toros de Concha y Sierra, Moreno Santa María,
Pablo Romero, Saltillo y también Miura en la
Isla Mínima (Cerrado de La Esperanza) y en la Menor (Reboso), pastoreó
vacas y toros hasta bien entrados los años veinte del pasado siglo.
III.- Sobre el origen biológico y zoológico del toro
bravo se ha escrito mucho por arqueólogos e historiadores de la Edad Antigua, siempre apareciéndonos
el uro y las distintas especies del bos taurus primigenius. Es necesario
esperar a autores actuales para ir poniendo las cosas en su sitio dejándonos de
fantasías más o menos pintorescas. De
entre los trabajos y autores destaca con brillo propio Antonio Luís López
Martínez (6) que estudia la historia y economía de las ganaderías de bravo en
los tiempos de su consolidación para dar paso a lo que hoy conocemos. Este
libro publicado por la
Fundación de Estudios Taurinos (integrada, entre otros, por la Real Maestranza de Caballería y
por la Universidad
de Sevilla) nos sitúa en lo que estimamos el origen de los encastes
fundacionales del toro bravo de nuestros tiempo, que sin dejar de reconocer que
en una grandísima medida es “vistahermosa”, nos pone de manifiesto con absoluta
brillantez las condiciones geográficas, sociales y económicas que propiciaron
su crianza.
Por nuestra parte no haremos más que
abundar en lo mismo examinando con mayor detenimiento una zona que estimamos de
suma importancia y cuáles fueron sus autores y motivos; esta zona es la de las
marismas e islas del Guadalquivir, especialmente el término de La Puebla del Río y de la
actual Isla Mayor que, aun pecando de localistas y anecdóticos, pueden aportar alguna luz o, al menos, eso
humildemente esperamos. Nos auxiliaremos de fundamentales obras como la de
Filiberto Mira Blasco (7), el marqués de Tablantes (8), Solís Sánchez-Arjona
(9) y García-Baquero y Romero de Solís (10) entre otras.
Estimamos que el toro bravo actual es un
producto puramente ganadero. Si bien es verdad que siempre hubo toros agresivos
que escogían pastores y, sobre todo, carniceros, para las fiestas en villas y
ciudades desde muy antiguo y especialmente para las fiestas “de toros y
cañas” en que el noble demostraba al
pueblo su destreza y su entrenamiento para la guerra y sus condiciones de buen
jinete y alanceaba y daba muerte a los toros auxiliado por lacayos (peones) a
pié que dieron origen a los toreros actuales, también es verdad que desde finales
del siglo XVII y sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII se produce una
especialización en lo bravo de determinados ganaderos que con conocimientos
puramente empíricos iban apartando del ganado bovino de granjería (destinado al
abasto de carne) o de tiro y arada (antes de la castración de los novillos),
aquellos bichos, tanto machos como hembras, con peor genio que se mostraban más
agresivos y que tras la prueba correspondiente (tienta) se mostraban más
indiferentes al dolor y seguían embistiendo. Estos ganaderos destinaban
solamente una pequeña parte de su ganadería a lo bravo desde el momento en que
ello comenzó a ser rentable por el mayor precio que adquiría la res en
comparación con la de carne.
Ahora bien, el ganadero en cuestión,
debía disponer de mucho ganado para poder seleccionar y de unos espacios
amplios y adecuados para pastorearlo y,
a ser posible, lo más alejado del hombre, que pudiera mantenerlo y, por
supuesto, ser extremadamente cuidadoso con los cruces para que no degenerara su cabaña brava. En
definitiva, estamos ante un ganadero que tiene mucho ganado o con afluencia del
mismo de distintas sangres y con espacios suficientes adehesados propios o de
los concejos de las villas y ciudades y
contando con algo fundamental cual es el cultivo de campiña cerealero “al
tercio” que permitía al ganado el aprovechamiento de la rastrojera y barbechera,
especialmente en épocas en que el alimento de las dehesas escaseaba.
Si la especialización en los bravo tarda
al menos un siglo en producirse de forma decidida (finales del XVII y bien
entrada la segunda mitad del XVIII), tuvo su origen a partir de ganaderos ricos
y bien organizados y en aquellos tiempos estos no eran otros que algunos
nobles, abundando la nobleza hidalga de villas y ciudades, y algunos
monasterios y conventos especialmente ricos, y muy especialmente éstos últimos,
atreviéndonos a decir que la mayoría de encastes actuales, de una forma o de
otra llevan, en mayor o menor medida, sangre “frailera”. Es por ello, que si hemos
elegido este rincón del sur (islas y marismas del Guadalquivir), debemos
fijarnos en los antecedentes de la zona por lo que repasaremos la actividad de
la cartuja de Santa María de las Cuevas
de Sevilla, los jerónimos de
Santiponce y Buenavista y otros y la actividad ganadera en las islas de algunos nobles significativos a partir del
primer tercio del XVIII.
NOTAS
I.- A MODO DE INTROCUCCIÓN Y
PLANTEAMIENTO.
1.- J.M. Cossio “Los Toros”, Madrid 1943
2.- Antonio
García-Baquero González, Pedro Romero de Solís e Ignacio Vázquez Parladé “Sevilla y la fiesta de los toros”.
Sevilla 1980
3.- Bartolomé
Benassar “Historia de la Tauromaquia”.
Ronda 2000.
4.- Juan Posada,
“De Paquiro a Paula en el rincón del sur”. Madrid, 1987
5.- José González
Arteaga, “Las Marismas del Guadalquivir.
Etapas de su aprovechamiento económico”. La Puebla del Río 1994.
6.- Antonio Luís
López Martínez, “Ganaderías de lidia y
ganaderos. Historia y economía de los toros de lidia en España”. Sevilla
2002.
7.- Filiberto Mira
Blasco, “El toro bravo. Hierros y
encastes”. Barcelona 1979.
8.- Ricardo de
Rojas Solís, marqués de Tablantes, “Anales
de la Real Plaza
de Toros de Sevilla. 1730 – 1835”.
Sevilla 1917
9.- Antonio de
Solís Sánchez-Arjona, “Anales de la
Real Plaza de Toros de Sevilla. 1836 – 1934”. Sevilla 1942.
10.- Antonio
García-Baquero González y Pedro Romero
de Solís, “Fiesta de Toros y Sociedad”.
Sevilla 2001.
I I.- LA CARTUJA DE SANTA MARÍA
DE LAS CUEVAS DE SEVILLA EN EL TÉRMINO DE LA PUEBLA JUNTO A CORIA Y
ALRREDEDORES. SU ACTIVIDAD GANADERA Y AGRÍCOLA EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII.
1. A partir
de 1.640 la Cartuja
de Santa María de las Cuevas, extramuros de la ciudad de Sevilla, inicia una
serie de actuaciones encaminadas al cerramiento de fincas con un claro y
determinado interés ganadero para el aprovechamiento en exclusiva de los pastos
o, mediante el arrendamiento de fincas concejiles, con contratos encadenados y
continuos, permanecer en ellos como dueños de facto, sin perjuicio de la
creación de una gran explotación agrícola en la zona acumulando a la compra de
pequeñas fincas una porción de arrendamientos temporales tanto a particulares
como a la iglesia regular o temporal. Afirman los que de esto saben que inician
y desarrollan la selección del ganado vacuno y caballar, que tan buenos
resultados mostrarían en el último
tercio del siglo XVIII con una esplendida raza de caballos y una
especialización en el ganado bravo del que se nutrieron los ganaderos de la
época y que, de una u otra forma, llega a nuestros días. Esta afirmación
comúnmente aceptada se encuentra distorsionada, pues si bien es verdad que los
monjes, con el trabajo y dedicación de legos que no habían recibido órdenes
mayores y que salían y entraban con libertad en el monasterio y pasaban largas
temporadas en las explotaciones agropecuarias, se encuentran en los inicios y
la creación de estas grandes explotaciones ganaderas especializadas y, por
decirlo así, con una muy perfeccionada tecnología de selección, esa situación
se produce después, ya bien entrado el siglo XVIII. En un primer momento, el
punto fuerte de la ganadería cartuja es el ovino, desarrollando a continuación
el vacuno y caballar sin que el ovino perdiera su pujanza, así al contestar a
la pregunta 20ª en el Extracto de Respuestas Generales del Catastro de
Ensenada, dicen los vecinos “Que hay en
el término de toda especie de ganados a excepción del lanar, pues el que en él
existe es del Monasterio de Cartuja”. Con posterioridad los monjes aprovechan la
rastrojera y barbechera de sus explotaciones en la vega para el vacuno y luego
el caballar. La especialización en lo bravo va llegando lentamente, culminando
en el último tercio del siglo XVIII, siendo una parte de la explotación de
ganaderos ricos, es decir, la nobleza y la iglesia, especialmente alguna
órdenes religiosas, entre ellas y muy principalmente los cartujos. En el
capítulo siguiente dedicado a la
Isla Mayor, exponemos los motivos y consecuencias de la
percepción por la Cartuja
de las Cuevas de las tercias reales de algunas parroquias de la zona por el
monasterio, lo que expusimos en un trabajo anterior, constituyendo aportación
importante a la propia producción (1). A.L. López Martínez (2) nos pone de
manifiesto que en un primer momento la cría del toro de lidia se localizaba en
zonas de riqueza agrícola, aprovechándose el rastrojo y el barbecho, aunque “posiblemente en este periodo, también el
ganado de lidia pasase buena parte del año en zonas de marismas, que al ser de
propiedad colectiva no se mencionan en las fuentes documentales – descripciones
notariales de bienes y Catastro de Ensenada- que hemos manejado.” Y sigue diciendo más adelante algo
fundamental: “Cerramientos, cultivo al
tercio y acceso a baldíos son, pues, fundamentales para asegurar la existencia
de grandes explotaciones ganaderas, que son el complemento de las grandes
explotaciones agrícolas”. Esto es ni más ni menos lo que hacen los
cartujos, otras órdenes religiosas y elementos de la nobleza, iniciando un
largo proceso que, si bien de forma decidida comienza por estas fechas de
mediados del siglo XVII, no culmina hasta bien pasada la mitad del siglo
siguiente como ya se ha expuesto.
Cuestión distinta es la ganadería caballar. No sabemos que experiencia
previa o tradición trajeron los cartujos en la cría y selección del caballo
cuando llegan a La Puebla, lo que si sabemos,
por la documentación manejada, es que los vecinos de esta guarda y collación de
Sevilla llevaban seleccionando caballos al menos siglo y medio para el
suministro del ejército fundamentalmente, cuidando y gestionando sus yeguadas
y potreros con la técnica más avanzada
que entonces se conocía. No obstante, no podemos olvidar que la llegada de los
cartujos a La Puebla
o, cuando menos, el decidido lanzamiento de sus actividades agropecuarias en
esta zona, coincide con el declive de la villa en todos sus aspectos y también
en la cría y selección del caballo, hasta que es la propia villa la que
reacciona a finales del XVII e inicia el
deslinde de una dehesa de potros y yeguas en 1.695, concluyendo el expediente
en 1.706 con toda una Guerra de Sucesión de por medio, y adelantándose más de
noventa años a los pueblos cercanos como, por ejemplo, Aznalcázar. Durante el
periodo de declive, los cartujos contaron con la experiencia de numerosos
vecinos en la cría caballar y vacuna, porque en el ganado lanar ya trajeron
bastante experiencia, contando con sus rabadanes y pastores.
Lo
primero que nos sorprende es que estos monjes taciturnos de blanco hábito son
los últimos en llegar y en poco tiempo se ponen a la cabeza. Desde hacía al
menos siglo y medio estaban en la
Isla Mayor los ganados de los isidros (jerónimos) de
Santiponce (3), como lo demuestra la documentación y la toponimia que se
conserva, ocupando una larga faja noroccidental de dicha isla, desde la
desembocadura del río Guadiamar hasta la Veta de la Palma. También
habían llegado los jerónimos de Buenavista (Hato de los Jerónimos), ocupando la
práctica totalidad de los llanos de la Ermita de Santa María de Guía y por la parte de La Marmoleja y la zona
frontera de la Isla Mayor
(Vuelta del Cojo y Pocoabrigo) se encontraban los jesuitas del Colegio de San
Hermenegildo que en este año de 1.645 deben proceder a enajenar mucho ganado
marismeño mediante pago en especie de diversas
deudas como vemos en dos documentos del Archivo Histórico de Protocolos
Notariales de Sevilla (AHPNS) (4). Más
tarde nos encontraremos a los agustinos en la Veta de la Palma junto a los propios cartujos y en la parte
de la Isla Menor
que hoy denominamos Isla Mínima, encontramos a los dominicos de Triana (Vadera
de San Pablo o La Charra).
Con
ello no queremos decir que nuestros monjes no pastaran ganados en la Isla Mayor con
anterioridad a la mitad del siglo XVII. Lo harían como vecinos de Sevilla que
eran, ya que dos años después de la fundación del monasterio (1.402) el Concejo
hispalense les concede carta de vecindad con todo lo que ello suponía en cuanto
al aprovechamiento de pastos comunales (5), siendo confirmados todos los
privilegios por Isabel la
Católica en 15 de agosto de 1.477 (6), pero, insistimos, lo harían como un vecino más, no de forma tan
decidida y planificada.
2.
En este año de 1.645, la
Cartuja, aprovechándose de una agudización de los apuros
crónicos de la Hacienda
Real consigue, mediante un generoso pago, cerrar predios en
Alcalá del Río por 800 ducados (7) en
Castilblanco –Majada del Pino- por 400 ducados (8), Gambogaz en la vega
de Triana por 4.000 reales de vellón (9) y en el término de Aználcazar (próximo
al de La Puebla
y Bollullos) –“Majada de los Alamillos o
Casa de las Colmenas”- por 800 reales de vellón. (10). Los tres expedientes
habían comenzado al menos en 1643 ya que las distintas concesiones de Felipe IV
están fechadas en el mes de septiembre de ese año. El rey justifica esta
concesión, que hace para atender a los gastos de ochocientos infantes y
cuatrocientos caballos de su ejército. Los monjes siempre estaban al quite,
aprovechando apuros económicos como veremos en La Puebla y tomando la parte
por el todo.
Nuestro
interés se centra en este último cerramiento.
Si partimos del antiguo solar de la Torre de Benamajón y seguimos por el camino que
la une a Aznalcázar, a unos tres kilómetros se atraviesa la carretera que va
desde esa población a la de La
Puebla del Río; a unos seis kilómetros y medio y pasado un
punto de confluencia de los términos de Bollullos, La Puebla y Aznalcázar, sale
un camino que llega a “Casa de las Colmenas”, situada sobre una colina suave,
en paraje muy despoblado y de gran belleza. Bajo los muros de la construcción
moderna encontramos paños de muros de tapial antiguo.
La Cartuja hizo relación al
rey de que “tenían por bienes propios un
sitio y majadas de colmenas que se decía la Majada de los Alamillos, que estaba en término de
la villa de Aznalcázar en la jurisdicción de la dicha ciudad
<Sevilla> en que tiene cien sogas
toledanas de tierra alrededor de la dicha majada, que había cien fanegas
alrededor de ella, que las tierras de dicho colmenar lindan con El Juncal
Perruno y con Cañada Honda y llegan al camino que va de Aznalcázar a la Torre de Benamajón y a la
encrucijada del camino que va a Quema” (utilizaremos ortografía actual y
añadiremos signos de puntuación para una más fácil comprensión de los textos
transcritos). Solicitan y obtienen mediante la carta-provisión real la merced
de adehesarla y cerrarla, pero en una cabida de cien sogas toledanas alrededor,
que era el término que tenían los colmenares, concediéndoles aquello que era
común cual la caza, pesca, pastos y abrevaderos: también obtienen el privilegio
de poner guardas y corral para encerrar el ganado ajeno que invadiera
indebidamente lo cerrado y adehesado, mandando inhibirse a la justicia de la
villa de Aznalcázar de las denuncias que por tal motivo se interpusieren, declarando
competente a la justicia de la ciudad de Sevilla, mandando que se comunique a
sus justicias y a los alcaldes mayores entregadores y de mestas y cañadas para
que conozcan la concesión del cerramiento y adehesamiento.
Sigue,
tras el pago de los 800 reales, la diligencia de deslinde que dice así: “Habiendo llegado cerca del Juncal Perruno
hallaron un mojón antiguo que era donde llegaba el sitio y término de la Majada de las Colmenas y lo renovaron; y de allí se fueron al camino
que viene de Aznalcázar a la
Torre de Benamajón y
en el mismo camino estaba otro mojón antiguo y se volvió a renovar; y de allí
se fue a la encrucijada de los caminos que van a Quema y se renovó otro mojón que pareció estar allí
antiguo y por esta parte no se hicieron más mojones <…> y volviendo por
las lindes del dicho colmenar hacia la Dehesa de Benagiar, parece que las tierras de
dicho colmenar lindan con la misma Dehesa de Benagiar, sin que entre una y otra
quede ningún baldío ni vereda.” Si visitamos el lugar comprobaremos
emocionados que los mojones renovados y de hormigón existen en los mismos
lugares y comprobaremos también que los monjes en el deslinde pasan de un radio
de cincuenta sogas toledanas, que son unos 430 metros, a un radio
de seiscientos metros con lo que pasan de las cien fanegas a las doscientas
poco más o menos. Así mismo, los monjes habían convertido un término de respeto
tradicional, que no de propiedad, para las colmenas, en propiedad plena con la
simple manifestación de tener el bien como propio, que además se cerraba, por
lo que Fray Rafael Ciurana, procurador mayor del monasterio, solicita que el
cerramiento se haga público para general conocimiento en Aznlacázar, Rianzuela,
Bollullos, La Puebla
y Coria; hay que tener en cuenta que el cerramiento se hacia con mojones o
señales y no con alambre de espino como ahora estamos acostumbrados a ver y que
se inventa y populariza a finales del siglo XIX. El lugar, que también llaman
en el expediente “Colmenar del Alamillo” no podía estar mejor situado para la
actividad ganadera, puesto que se aprovechaba tanto de la Dehesa del Alamillo, como
del amplio y rico en pastos Juncal Perruno donde los monjes tenían cerdos (“Zahúrda de Cartuja”) y la Cañada Honda que junto con la Dehesa de Enmedio y
Caracena (que aún no hemos estudiado) formaban un amplio complejo ganadero que
si bien no estaba utilizado en exclusiva porque no era propiedad, si le
permitía aprovechar los pastos para el ganado que seleccionaba en los
cerramientos, especialmente vacuno y yeguar.
3. Tras un
minucioso examen de las escrituras correspondientes a la escribanía de La Puebla de todo el siglo
XVII y hasta el año 1.731 (11), no encontramos noticias de la presencia de los
cartujos de Santa María de las Cuevas
hasta 1.640 en que Juan Benítez del Río, importante hacendado y ganadero
de la villa, lega en testamento al monasterio un esclavo negro de su propiedad
(12). Es lo más probable que en este tiempo ya fueran propietarios o
arrendadores de “La
Dehesilla”, cortijo a muy poca distancia de la villa,
conocida también como “Cartujilla” y que siempre constituyó el centro de
operaciones de todo el territorio que estudiamos como se deduce de la
documentación examinada. Posiblemente “La Dehesilla” se corresponde con la llamada “Dehesa
de Potros” en los siglos anteriores y que desde finales del siglo XIV o
principios del XV perteneció a la Iglesia Metropolitana;
A. González Gómez (13) no la cita en el inventario de las propiedades agrícolas
de Las Cuevas del año 1.513, por lo que estimamos que su adquisición o, en todo
caso, explotación, es posterior.
Los
monjes inician su decidido ataque en el territorio con el disfrute en esclusiva
de la “Dehesa Nueva” también llamada desde 1.681 “Dehesa Nueva de los Fontanales”. Por ningún documento hemos podido
averiguar su extensión ni siquiera su exacta localización, pero todo apunta,
tras la reflexión sobre algunos detalles que se situaba en las lomas que están
tras “La Dehesilla”,
lo que hoy llaman “Vistasol” poco más o menos.
Parece ser que en 1.640 el Concejo de la villa, a quien pertenecía, sólo
arrienda una parte por 3.000 reales de
renta en licitación pública. La adjudica al monasterio el alcalde ordinario,
Gregorio de la Fuente,
en virtud de mandamiento del licenciado Don Juan de la Calle “caballero de Santiago, del Consejo de S.M. y oidor en la Real Audiencia de
Sevilla” (14). La cuestión estaba
en que la villa debía pagar una serie de impuestos atrasados por lo que se le
ordena arrendar sus bienes comunales. En estas mismas fechas y a lo largo de
todo el siglo se arriendan también a los vecinos suertes de tres aranzadas de
tierra cada una en la “Dehesa de Abajo” y en la “Dehesa de Yeguas” en la Isla Mayor para el
cultivo de melonar.
En ese
mismo año, pocos meses después, fallece Gregorio de la Fuente, que era también
arrendatario del abasto de la carne en la villa y que llevaba en arrendamiento
otra parte de “La Dehesa
Nueva” . Su viuda, Juana
de Mendoza, como tutora y curadora de sus hijos menores, da en
arrendamiento y traspaso al Convento de las Cuevas la indicada dehesa que se remató en su difunto marido en
arrendamiento por dos años para pago de lo que tocó a la villa en las órdenes
generales de los 383.000 ducados que le tocó a Sevilla y su reino del medio
octavo y ocho maravedís de cada arroba de vino y otros derechos de millones.
Dice en el documento dónde debe pagar la renta de 5.000 reales por los dos
años, más 2.856 reales que ha de pagar al Administrador de Millones de las
sisas de la carne que debía su marido (15).
A partir
de este año y hasta 1.703, al menos, ya que la última prorroga es por diez años
en 1.693, la Cartuja
de las Cuevas siempre tuvo en su poder la dehesa e incluso es respetada en el
deslinde que se hace a primeros del siglo XVIII para la dehesa de yeguas y
potros por concesión de Felipe V a la
villa. En las veintidós escrituras examinadas siempre encontramos el mismo
motivo para que la villa arriende: el pago de impuestos, muchas veces
atrasados, por lo que los monjes deben adelantar cantidades a cuenta (16).
Por si fuera poco, en 1.681 debe arrendarse la
dehesa para el pago de lo que le tocó a la villa “por el sustento del cordón puesto a la ciudad del Puerto de Santa
María” (Debió ser un cordón sanitario por alguna epidemia).
4.
Desde 1.667, por mandamiento de Antonio del
Castillo Camargo, arrendador de las alcábalas de La Puebla, Coria, Palomares y
otros lugares del Aljarafe (17), todo un personaje propietario de una
considerable hacienda en el término de La Puebla (su hijo, Antonio Domingo del Castillo
Camargo, marqués de Valera, fue señor de Quema), se venía arrendando parte de
la extensa “Dehesa de Abajo” (afortunadamente
hoy casi intacta) a distintos ganaderos importantes. Nuestros monjes debieron
tener poco interés en aquélla, ya que solo hemos encontrado un recibo de 1.681
del Concejo de la villa a Las Cuevas por
1.104 reales de renta anual, aunque por este mismo documento sabemos que
llevaban en la dehesa más de un año, pero debieron abandonarla pronto (18).
5.
Por estas mismas fechas de 1.681 encontramos
un contrato en virtud del cual Las Cuevas subarriendan a Manuel Rodríguez,
arrendatario a su vez del cortijo de Ugena en Palomares y perteneciente al
marqués de las Torres, las tierras que dicho cortijo tenía en el término de La Puebla, al sitio de “Cañada Fría” en cuatro pedazos, dos
lindaban con la dicha cañada y dos con la <sic>”Vereda Real” (se trata de
la Cañada Real
de Isla Mayor a Medellín) y los otros dos con la “Dehesa de Puñanilla”; el
tiempo del contrato fue de ocho años con la renta de 250 reales anuales. En el año siguiente nos encontramos
con un recibo de pago de renta por 300 reales (19). Ignoramos la cabida y
ubicación exacta, pero estarían muy próximos a la “Dehesa Nueva”, seguramente
por la parte que hoy se conoce como “La Pilarica”. Lo mismo que la anterior dehesa,
debieron abandonarla pronto.
6. La Cartuja siempre mostró un
especial interés por el “Agostadero de
Afuera” cuyo arrendamiento al Concejo se efectúa ininterrumpidamente desde 1.679 a 1.697, fecha del
último contrato, por lo que se entraría en el siglo siguiente con su disfrute.
No sabemos la ubicación exacta de este predio de los propios de la villa; por
uno de los documentos sabemos que estaba en la vega (20), pero desconocemos su
cabida. Los “agostaderos” eran lugares donde la hierba y el agua no se agotaban
en lo peor de la canícula. Posiblemente el que nos ocupa estuviera situado
cerca del río y junto a un caño, entre la Barca del Borrego y Los Olivillos, a fin de que
los botamentos mareales mantuvieran fresco el gramal. Tener un buen agostadero
es imprescindible cuando se tiene mucho ganado caballar que es más delicado;
los monjes lo necesitarían para sus numerosas yeguas de vientre.
El
agostadero se arrienda por primera vez en 1.679 en que Fray Gonzalo del Campo,
procurador de las Cuevas, adelanta al Concejo de la villa 3.312 reales para
pagar el plazo del servicio ordinario de S. M. (21). Parece ser que los pagos
durante años se iban tratando de acuerdo con las necesidades del Concejo,
porque en 1.680 nos encontramos con otro
pago de 1.600 reales (22) y en 1.681 con
otro pago de 800 reales (23). El pago de 330 reales de 1.982 corresponde al
impuesto del 4% que debía pagarse a S.M.(24). Finalmente en 25 de marzo de
1.687, en el monasterio de las Cuevas comparecen Juan Cobo de Oropesa, alcalde ordinario de La Puebla y Alonso Domínguez,
regidor, y declaran ante el escribano que han ajustado y liquidado la cuenta
del “Agostadero de Afuera”, que goza el monasterio desde 1 abril de 1.679,
acabando el contrato el 31 de agosto de
1.688 próximo. Fray Diego González de Vigachoaga, procurador del monasterio
entrega la cantidad de 1.804 reales, resto del arrendamiento (25). La
renta anual sería de unos 750 reales. En 1.691 se prorroga el
arrendamiento dos años, por lo que sabemos que los dos años anteriores también
debió estar arrendado a los monjes.
Es
curiosa la autorización al Concejo expedida en 9 de marzo de 1.694 por Don
Rodrigo Navarro de Mendoza, del Consejo de S.M., oidor en la Real Casa de la Contratación de las
Indias y juez privativo para tomar cuentas de arbitrios y para la cobranza de
los efectos de ellos, para arrendar por dos años el “Agostadero de Afuera” que está en la vega de la villa y con su
producto reintegrar los 759 reales que
alcanzó en la cuenta de los efectos de los años 91, 92 y 93 y con lo que sobre
se pague a cuenta del tercio provincial y milicias repartido, y todo ello en base a lo manifestado por el Concejo sobre
la pobreza de los vecinos (27). Verdaderamente debieron ser años bastante
malos. El Pósito del Concejo funcionó a tope con saca de grano por los vecinos
tanto para alimentación como siembra. Se encuentran perfectamente documentados
en los protocolos notariales del siglo XVII los años en que el Pósito tuvo que
entregar semilla y grano para moler. Los vecinos firmaban con un fiador la
retirada de los mismos, reconociendo la deuda, resultando al final un
afianciamiento mutuo entre los vecinos.
En
1.694 se acuerda prorrogar el arrendamiento que fue por cuatro años con renta
de 1.300 reales anuales (28) y el último arrendamiento encontrado pertenece a
1.697, sin que aparezca la renta ni el tiempo del contrato (29). Vemos que la
renta casi se ha doblado lo que demuestra el interés de los monjes por este
lugar. Es posible que a finales de siglo ya no les interesara este agostadero
puesto que tenían magníficos lugares en el Hato de Cartuja en Isla Mayor que el
monasterio está potenciando.
La
ocupación de las dehesas concejiles de carácter comunal y de propios por parte
de la Cartuja
era tan intensa y constante ya en pleno siglo XVIII que en las Respuestas
Genrales del Catastro de Ensenada leemos que el principal ingreso del Concejo
de la villa de La Puebla
proveniente de los propios era la suma de cinco mil reales anuales que pagaba
el monasterio de Cartuja por la utilización de las dehesas comunales,
obligación fijada en real provisión.
7.
Que el ganado de Cartuja entraba en Isla
Mayor desde mucho antes a la época que
estudiamos no nos cabe la menor duda. Santa María de las Cuevas tenía carta de
vecindad de la ciudad de Sevilla desde el principio del siglo XV y, por tanto,
podía entrar son sus ganados, pero todo indica que es a finales del siglo XVII
cuando potencia su presencia en la
Isla. El monasterio, como vecino, no tenía que arrendar nada,
por eso no aparece en los papeles notariales, pero sí pagar el pasaje de la Barca de San Antón para
entrar en sus pastos. Pero no pagaba; así, en una escritura de traspaso de la Barca de San Antón fechada en 3 de septiembre de 1.702 (30) de
Juan Hurtado a Leonardo Gómez, ambos vecinos de la villa, se afirma que todos
los criadores de ganado pagaban pasaje, excepto “el Convento de la
Cartuja” y los herederos de Martín Rodríguez, antiguo
arrendador del pasaje. Desconocemos las razones de tal exención.
Es muy
posible que los monjes se dieran cuenta de cómo otras órdenes religiosas y la nobleza sevillana, especialmente los
veinticuatro se estaban aprovechando en exclusiva de grandes espacios de la Isla Mayor y Menor, sin
tener la propiedad, que era de la ciudad así como el pasaje de San Antón. En el
último tercio del siglo XVII veremos como el monje lego campista de “La Dehesilla” se preocupa
mucho de tener ladrillos disponibles ya que se estarían ampliando las
dependencias del cortijo (los restos de la capilla pueden ser de esta época) y
se estaría, también, construyendo el caserío en el hato de la Isla, que ya se conocía como “Hato de Cartuja”. En los planos del río, de los cuales disponemos desde principios del siglo XVIII
en fotocopias facilitadas por el documentadísimo y servicial Instituto de
Cartografía de Andalucía, aparece en algunos de ellos tres construcciones que
se repiten; el primero es nuestro hato; el segundo la Ermita de Santa María de
Guía y el tercero el “Hato de los Jerónimos” de los frailes de San Jerónimo de
Buenavista, los tres a la orilla del río (cauce principal o de Enmedio).
Conocemos su perfecta ubicación así como su extensión aproximada. En el
plano que levanta en 1.829 Don Agustín de Laramendi para el marqués de Casa
Riera encontramos el caserío en el mismo lugar que ocupa la cortijada de la
finca llamada actualmente “Hato Blanco”, propiedad de Cambou S.A. (formada por
las herederas de Ernesto Canuto) a unos quinientos metros del casco urbano del
pueblo de Isla Mayor. Se extendía desde aquí, es decir, el Puntal de Maquique,
hasta El Mármol: Sus linderos este y oeste eran el río y la Veta de Senda sobre la que se
ubica el actual poblado de Alfonso XIII. Ocupaba una extensión de unas 750 has.
si atendemos a la venta hecha en 1.820 a Fernando de la Sierra por el Ayuntamiento
de Sevilla. En este lugar muy rico en pastos se desarrolló la mítica ganadería
de la Viuda de
Concha y Sierra, heredera, en gran medida, de la raza de toros bravos que
obtuvieron los monjes.
No
obstante ello, las noticias son escasas, salvo referencias en los documentos
del Archivo Municipal de Sevilla. Como curiosidad citaremos las referencias que
se hacen en los papeles de la mayordomía de la Ermita de Santa María de
Guía. Así en la cuenta de cargo y data de 1.726 que presenta el mayordomo Juan
Antonio Rozel, donde leemos: “Primeramente
me hago cargo de sesenta reales de vellón; los mismos en que se vendió una
jumenta que dio de limosna en este año el rabadán de la Cartuja”. Más adelante
en el cargo correspondiente a 1.730
leemos: “Primeramente son de mi cargo
cuarenta y cinco reales de vellón que los importaron dos pieles de vaca, una
chica y otra grande, que se vendieron por mano de Pedro Muñoz, conocedor de
Cartuja” . También en unas diligencias practicadas en 1.776 se dice que el “Hato de Cartuja” se encuentra a una
legua de distancia de la Ermita
y, efectivamente esa es la distancia actual (31).
La
actividad ganadera en el hato debería ser muy intensa dedicada al ganado vacuno
pero también yeguar por ser lugar idóneo para ello. M. A. Ramos Suárez en un
excelente trabajo sobre la
Cartuja en la ocupación francesa (32) recoge un documento del
Archivo General del Palacio Real que pone de manifiesto esta actividad en
nuestro hato y la relación existente con la Cartuja de Jerez que tenían caballos en “La Dehesilla”por lo que no
es aventurado pensar que también tuvieran yeguas en el hato isleño. Cuando los
documentos hablan de caballos se refieren a animales enteros no jacas o, como
se llamaban en la época, capones.
8. Hemos
dejado intencionadamente para el final las referencias de “La Dehesilla” porque
curiosamente no aparece en los protocolos de los escribanos de La Puebla nombrada expresamente
hasta la tardía fecha de 1.670 (33) y de
forma indirecta en una escritura de préstamo con garantía hipotecaria. Al
describir aquélla las fincas hipotecadas dice que lindan con tierras de Cartuja
en los sitios de Jasibuena, Lomo de la
Garza y Casasvacias. Así mismo aparece nombrada al lindar con
pedazos de tierra de Don Antonio del Castillo Camargo, en el inventario y
medición que efectúa en 1.675 (34).
Si nos
preguntamos el motivo llegamos a la conclusión de que las compras las
efectuaban en Sevilla y en el propio monasterio, dando fe del acto escribanos
de la capital por lo que habremos de
organizar un concienzudo rastreo por todas las escribanías; hasta ahora
sólo hemos encontrado una en 1.704 y otra en 1.748 de un haza en El Granadal y
de una pequeña propiedad al sitio de Papalbures
(35).
Al
frente de “La Dehesilla”
se encontraba un monje lego que era el que mandaba, el primero que constatamos
fue Fray Pedro de Escobedo que lo encontramos en este lugar en 1.681, le sigue
Fray Diego González que está dos años y a éste, Fray Francisco de Villaescusa
que está al frente de la hacienda casi nueve años y que se corresponden con la
mayor expansión. El final de siglo y los comienzos del siguiente corresponden a
Fray Diego González de Usamboaga.
Llama la atención la gran actividad
arrendataria y subarrendataria de los monjes. Arriendan o subarriendan a
conventos femeninos (Madre de Dios), hospitales (Amor de Dios), patronatos (de
Beatriz de Asián de Coria con propiedades en La Puebla) y muchos
propietarios particulares, cultivando en arrendamiento una extensión casi igual
a la que cultivaban en propiedad (36). Todas estas tierras eran de pan sembrar
en el que se aprovechaba rastrojera y barbecho para el ganado, como es natural.
Pero también realizan otros contratos rústicos
como el firmado con Melchor
Domínguez en 1.684 (37), mediante el cual el propietario recibió 300 reales por
adelantado y se comprometía a entregar en “La Dehesilla” fruto y
esquilmo de su viña que se valoraría al precio que se fijara para los
cosecheros de Coria, lo que hace suponer que en el cortijo había lagar donde se
pisaba la uva para consumo propio. Otro contrato similar nos lo encontramos en
un arrendamiento por seis años de aranzada
y media de viña al sitio de Monterrey (38).
Especial interés tenía la
Cartuja por asegurarse ladrillos, el buen producto que se
obtenía de los barros y hornos de la zona. Así, en 1.683 celebran contrato con
Brígida de Vargas, viuda de Francisco Almansa (39) para labrar ladrillos a medias
en los hornos que la viuda tenía en La Puebla; en virtud del mismo, los monjes ponían la
tierra y la leña en la boca del horno y corría a cargo de la viuda el labrado y
cocido del ladrillo así como cargar y descargar los hornos. Otro contrato con
pago en ladrillos nos lo encontramos en 1.685 (40) con Manuel Contreras, vecino
de Coria. A pesar de estos arrendamientos debieron llegar a tener hornos
propios pues en un documento de 1.731(41) se cita unos hornos de ladrillo junto
al río que se encontraban derruidos e
inutilizados por haberse acabado el barro del haza en que estaban enclavados,
diciéndonos que eran de las Cuevas.
Debió
ser grande el volumen de sembradura ya que se aseguran el trabajo de los
segadores mediante contrato ante escribano como hacían también en Casaluenga.
De este modo encontramos un contrato para catorce segadores de Mairena del
Aljarafe firmado el 15 de mayo de 1.681, otro firmado el año siguiente y otro
en 1.686 con vecinos de Triana (42). La forma de pago era parte en efectivo y
otra parte en trigo y cebada además de cuatro arrobas de pan, tres de vino, dos
quesos, una cuarta de aceite e ingredientes de ajos, pimientos y vinagre y por
cada dos cahíces de grano dos ovejas. Este pago esta doblado respecto al
primero por lo que suponemos que era doble el número de segadores.
Debemos
advertir que los cortijos de la época no estaban bajo una linde, para eso hay
que llegar a los grandes latifundios de la desamortización. Tenían un núcleo
central con su caserío, como en nuestro caso, en el que había una capilla -como
se demuestra en un documento del Archivo del Real Alcázar de Sevilla recogido
por M.A. Ramos Suárez en el trabajo que anteriormente hemos citado- y muchos
pedazos de tierra de poca extensión repartidos, en nuestro caso, por la vega de
La Puebla. Podemos
conocer las tierras que la
Cartuja tenía en la vega en el momento de la desamortización
acudiendo al cuaderno particional de la testamentaría de Ramón González Pérez,
su comprador en venta judicial (43). En el inventario de los bienes que el
cuaderno contiene aparecen descritas perfectamente cada uno de las cincuenta
suertes de tierra que tenían los monjes en propiedad pertenecientes a “La Dehesilla” (44). Algunas
de estas suertes de tierra podríamos situarlas hoy día pero con muchas resulta
imposible por la profunda transformación del paisaje y por el considerable
cambio de la toponimia.
9. En 1.706 se
produce en la Puebla
un importante hecho como lo demuestran los “Autos
hechos en ejecución de Real Provisión de Su majestad, que Dios guarde, sobre el
apeo, deslinde y cerramiento de la dehesa para yeguas y para potros en el
término de esta villa” (45). El asunto, por su importancia histórica
y sociológica merece estudio aparte. No obstante ello, adelantaremos que se
inicia el expediente por suplicación al rey -interesado el monarca en la cría y
selección caballar- por el alcalde ordinario del estado noble, Marcos de la Fuente, en 1.696. Estaba
destinada como se colige a los pequeños ganaderos que no podían seleccionar el
ganado porque “en la Isla las yeguas las cubren
caballos de manada”. Los ganaderos importantes de La Puebla, con los cartujos a
la cabeza, ya seleccionaban ganado caballar en los cercados, ahora les tocaba
el turno a los medianos.
Al principio
se pensó deslindar una gran área que iba desde la linde con Coria hasta la Venta de la Negra y desde las tierras
señoreadas de Puñana y Rianzuela hasta la vega de la villa. Se deslindó un área
más modesta y consta el minucioso deslinde en el expediente. Este deslinde tuvo
que ser modificado dos veces por causa de haberse integrado tierras del cortijo
de las Pompas y tierras de la
Dehesilla de las Cuevas. Tuvieron que respetar a los monjes
en tierras de dudosa propiedad y la Dehesilla quedó a la entrada misma de la dehesa
deslindada con todo lo que ello suponía para el control y adquisición, incluso,
de los mejores ejemplares. Queda muy claro en este expediente la vocación de
los vecinos por la cría del ganado caballar selecto. Repetimos que el asunto
merece estudio aparte.
No
obstante los roces que pudieran producirse, había hasta estas fechas, al
menos, una política de entendimiento.
Los monjes influían en la vida pública de la villa como lo demuestra un documento de 4 de febrero de 1.747 (46)
otorgado a favor de la Cartuja
por Bartolomé Vela, electo alcalde ordinario, Diego de la Fuente, alguacil mayor,
José Pichardo y Manuel Peñuela, regidores del Concejo, en el cual leemos: “Otorgamos y nos obligamos y a los dichos
Propios de la dicha villa, de dar y pagar al Real Monasterio de Santa María de
las Cuevas, orden de la
Cartuja, extramuros de dicha ciudad……… seiscientos reales de
vellón que son por los mismos que por hacer merced y buena obra dicho real
Monasterio a dicha villa como tales capitulares de ella nos ha suplido y
prestado para satisfacer las costas y gastos que el Concejo ha hecho en las
elecciones de este presente año, sin cuya cantidad no lo pudiéramos haber
ejecutado”.
NOTAS
I I.- LA CARTUJA DE SANTA MARÍA
DE LAS CUEVAS DE SEVILLA EN EL TÉRMINO DE LA PUEBLA JUNTO A CORIA Y
ALRREDEDORES. SU ACTIVIDAD GANADERA Y AGRÍCOLA EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII.
1.- “La Ermita. Notas para la historia de la Isla Mayor” (2.002).
J.Grau Galve. Edición de Caja Rural del Sur.
2.- “Ganaderías de Lidia y Ganaderos. Historia y
economía de los toros de lidia en España” (2.000). Antonio Luis López Martínez.
Edición de la Fundación
de la Real Maestranza,
la Universidad
de Sevilla y la Fundación
de Estudios Taurinos. (Páginas 68 y 69).
3.- Archivo Ducal de Medina Sidonia. Leg. 4262. Juan I
confirma en Valladolid (18 de julio de 1.513) el derecho del monasterio de San
Isidoro del Campo a pasar con sis
ganados y yeguas a las marismas. (Tomado de “La ganadería en el reino de
Sevilla durante la baja Edad Media” de María Antonia Carmona Ruíz-1.998).
4.- AHPNS. Año 1.745. Leg. 2.621, folio 597 y Leg.
2.622, folio 1.087.
5.- Archivo de la Real Academia de la Historia (9/2098). Carta
de 29 de septiembre de 1.402. Recogido por Don Baltasar Cuartero y Huerta en su
obra sobre la cartuja de las Cuevas con
publicación sevillana el 1.991 por la Consejería de Medio Ambiente.
6.- Archivo Municipal de Sevilla. Tumbo de los Reyes
Católicos II-7 (Edición de la Universidad Hispalense
dirigida por R. Carande y J. de M. Carriazo – 1.968)
7.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 322 a 328 vto.
8.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 329 a 334 vto.
9.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 453 a 461.
10.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 335 a 343.
11.- En el AHPNS faltan los años siguientes
correspondientes a la escribanía de La Puebla: 1.629, 1648, 1649, 1.655 a 1.659, 1.678,
1.690, 1.691, 1692, 1.696,1.698, 1,699, 1.707, 1.708, 1709, 1.712 a 1.723 y 1.7027 a 1.730, por lo que
no han podido examinarse.
12.- AHPNS. Año 1.64 0. Leg. 1.917 PB, folio 96.
13.- “Las propiedades agrícolas de la Orden Cartuja en el
antiguo Reino de Sevilla, según un inventario de 1.513”. Antonio González
Gómez. Sevilla 1.981. RAH 193-194, página 59.
14.- AHPNS. Año 1.640. Leg. 1.917 PB, folio 35.
15.- AHPNS. Año 1.640. Leg. 1.917 PB, folio 129.
16.- AHPNS. Año 1.643. Leg. 1.917 PB, folios 41, 49 a 51, 56 y 57.
“ Año 1.644. Leg. 1.917 PB,
folio 88.
“ Año 1.675. Leg. 1.918 PB,
folio 46.
“
Año.1.676. Leg. 1.918 PB, folios 63 y 108.
“ Año 1.677. Leg. 1.918 PB,
folio 31.
“ Año 1.681. Leg. 1.931 PB,
folio 47
“ Año 1.682. Leg. 1.931 PB,
folios 10, 14, 25 y 53.
“ Año 1.683. Leg. 1.931 PB, folio 31.
“ Año 1.689. Leg. 1.931 PB,
folio 9.
“ Año 1.691. Leg.1.931 PB,
folio 33.
“ Año 1.693. Leg. 1.920 PB,
folio 2.
17.- AHPNS. Año 1.667. Leg. 1.918 PB, folio 13.
18.- AHPNS. Año 1.681. Leg. 1.931 PB, folio 11.
19.- AHPNS Año
1.681. Leg. 1.931 PB, folio 8.
“ Año 1.682. Leg. 1.931 PB,
folio 54.
20.- AHPNS Año 1.694.
Leg. 1.920 PB, folio 105
21.- AHPNS Año 1.679.
Leg. 1.931 PB, folio 45
22.- AHPNS Año 1.680.
Leg. 1.931PB, folio 5
23.- AHPNS Año 1.681.
Leg. 1.931 PB, folio 10
24.- AHPNS Año 1.682.
Leg. 1.931 PB, folio 12
25.- AHPNS Año 1.687. Leg. 1.931 PB, folio 23
26.- AHPNS Año 1.691. Leg. 1.931 PB, folio 63
27.- AHPNS Año 1.694. Leg. 1.920 PB, folio 105
28.- AHPNS Año 1.694. Leg. 1.920 PB, folio 107
29.- AHPNS Año 1.697. Leg. 1.920 PB, folio 37
30.- AHPNS Año 1.702. Leg. 1.920 PB, folio 89
31. Archivo Arzobispal de Sevilla. Sección: Priorato
de Ermitas, Leg. 3.897.
32.- “El Monasterio de la Cartuja de Sevilla.
Ocupación Napoleónica y vuelta al orden. (2.001). Manuel Antonio Ramos Suárez.
RAH 256-257. Páginas 211 y ss.
33.- AHPNS Año 1.670. Leg. 1.918 PB, folio 16.
34.- AHPNS Año 1.675. Leg. 1.918 PB, folio 31
35.- AHPNS Año 1.704. Leg. 1.920 PB, folio 119.
“ Año 1.748. Leg. 2.863,
folio 889.
36.- AHPNS Año 1.980.
Leg. 1.931 PB, folio 48
“ Año 1.682. Leg. 1.931 PB,
folio 11
“ Año 1.682. Leg. 1.931 PB,
folio 43
“ Año 1.682. Leg. 1.931 PB,
folio 95
“ Año 1.685. Leg. 1.931 PB,
folio 7
“ Año 1.685. Leg. 1.931 PB,
folio 15
“ Año 1.686. Leg. 1.931 PB,
folio 3
37.- AHPNS Año 1.684. Leg. 1.931 PB, folio 19
38.- AHPNS Año 1.686. Leg .1.931 PB, folio 30
39.- AHPNS Año 1.683. Leg. 1.931 PB, folio 42
40.- AHPNS Año 1.685. Leg 1.931 PB, folio 66
41.- AHPNS Año 1.731. Leg. 2.024 PB, folio 1
42.- AHPNS Año 1.681. Leg. 1.931 PB, folio 20
“ Año 1.682. Leg 1.931 PB,
folio 45
“ Año 1.686. Leg 1.931 PB,
folio 45
43.- AHPNS Año 1.840. Leg 19.342 P, expediente 191
44.- AHPNS Año 1.863. Leg. 15.584, folios 4.491 a 4.509. La
denominación y cabida en aranzadas son como siguen: Rabo de Culebra 1,1 ; El
Granadal 6,6 ; Cuadrejón 4,7 ; Canaleja Chica 2,6 ; Cuadrejón del Bacalaero
Primero 4,1,; Cuadrejón del Bacalaero Segundo5,2; Primera de Lomo Gallego 7;
Segunda de Lomo Gallego 4; Casa Vacía 4,1; Cuadrejón del Carrizal 5,5; Haza
Grande de la Marisma
17; Cuadrejón del Diablo 3,25; Cuadrejón del Medio o de los Boyeros 2; Haza de la Marisma 5,6; Primer
Cuadrejón de los Lomillos 6; Segundo Cuadrejón de los Lomillos 6,4; Tercer
Cuadrejón de los Lomillos 1,6; Haza de los Pastores 3,6; Haza de los Ahogados 7,4;
Haza Primera de la
Alcantarilla 3,2; Haza Segunda de la Alcantarilla 6,3;
Haza Tercera de la
Alcantarilla 2,6; Las Majadillas 1,6; Cudrejón del Medio 1,4;
Cuadrejón del Cisne 5; Haza del caño de la Piedra 3,4; Segundo Cudrejón del Medio 4,4;
Tercer Cudrejón del Medio 4,4; Mojón de Marín 4,7; Haza de la Cruz 14,2; Haza de Canta
Marín 3,5; Segunda Haza de Canta Marín 6,2; Tercera Haza de Canta Marín 2,5;
Haza de Hasibuena 8,6; Segunda de Hasibuena 6,6; Haza Primera del carrilero
3,4; Haza Segunda del Carrilero 3; Haza Primera del Manchón 12,6; Haza segunda
del Manchón 26,3; Haza tercera del manchón 5,2; Haza Cuarta del manchón 15,7;
Haza Papalbures 19,6; Haza Cercado del Cortijo 10,7; Cercado delante del
Cortijo 6; Haza de la Era
6,4; Haza de Pompas Chica 6,6; Haza de la Torrecilla 13,4; Haza de la Reomita 1; Haza de Pompas
Grandes 31,4 y Cercado de la
Tapia 4.
45.- AHPNS Año 1.706. Leg. 1.920 PB, folios 9 a 31.
46.- AHPNS Año 1.747. Leg. 2.862, folio 101.
III.- EL GANADO BRAVO EN LA ISLA MAYOR. LA ERMITA GANADERA
DEL SIGLO XVIII
1.- En
el capítulo anterior se ha pasado rápidamente por lo que pudo ser la Ermita marinera, vinculada,
primordialmente al río y a su tráfico. El estudio de la importante actividad
ganadera, y también de la pesca y otros aprovechamientos como el del almajo, en
el periodo que transcurre desde el siglo XIV hasta la privatización del XIX ,
no pueden ser objeto de estas páginas; tales temas, pese a los estudios
realizados, merecen una revisión a la luz de la historiografía actual
En este capítulo trataremos solamente el
carácter ganadero de la
Isla Mayor y su centro relacional que era la Ermita de Santa María de
Guía en el siglo XVIII, al comienzo de la Cañada
Real de Isla Mayor a Medellín y del ambiente ganadero de su entorno,
deteniéndonos en un aspecto
característico de la ganadería de islas y marismas cual es la selección y cría del toro bravo de
lidia que aparece desde el principio de
la centuria, pero hundiendo sus raíces en tiempos más pretéritos. La Ermita se encuentra en el
centro geográfico de la selección del toro bravo en sus orígenes, derivado del
ganado de carne o de granjería y del de labor. El carácter puramente ganadero de la Ermita en este tiempo lo
demuestran sus Papeles, tanto de la institución en sí misma como de la Hermandad existente en
ella y que permanece activa durante todo el siglo. La gente de mar, la gente de río, han
desaparecido de la Ermita;
sólo se tiene noticia indirecta de los pescadores que regalan sábalos a Nuestra Señora para que con su rifa, se
obtengan fondos de escasa entidad destinados al mantenimiento del culto y
fábrica. Los mayores ingresos proceden de la venta de ganado propio de Nuestra
Señora y de algún ganado que se le aplica en colaboración con pastores o por estar
desmandado o sin dueño. Nuestra Señora de Guía tiene sus propios ganados y su
hierro, conformándose como una Potnia
Therón, como nos indica P. Romero de Solís (1) a propósito del ganado
caballar de la Virgen
del Rocío. Pero no se trata de la Ermita de todos los
ganaderos de la Isla,
sino de los vaqueros y yegüerizos. No aparecen pastores de carneros, cabras y
puercos, especies muy numerosas en las dehesas isleñas, con espacios acotados
para las mismas. La institución ermitaña esta controlada por pequeños
ganaderos, que en muchos casos son a la
vez rabadanes, conocedores o pastores y yegüerizos de monasterios, conventos,
nobles, ricos eclesiásticos y miembros de la alta burguesía mercantil de la
capital que, pese al traslado del comercio indiano a Cádiz, constituyen un
grupo económico importante e influyente. Así mismo, en el entorno de la Ermita, o frente a ella en la Menor y más allá, en las marismas de la margen
izquierda (Dos Hermanas, Utrera, Lebrija...), se gesta en el siglo XVIII el toro bravo que seleccionado y depurado
llegar a nuestros días.
Al considerar el toro bravo como producto ganadero desde el origen de la
selección, en fechas incluso anteriores al siglo XVIII, en absoluto queremos
contradecir a aquellos que afirman que estas planicies salitrosas dieron desde
la antigüedad toros furibundos que embestían con facilidad, baste recordar la
raza marismeña, de la que quedan muy pocos ejemplares, y a la que popularmente
se le denominaba de “media sangre”. Que esta raza tuvo que ver en el origen de
la selección parece que está fuera de duda. Pero en dicha selección
intervinieron muchas sangres además de la marismeña.
Estrabón (III, 2, 4) ya nos habla del ganado marismeño y de la
facilidad con que los toros se habían adaptado a las características del
terreno. Pero traer a colación el uro y el bos primigenius nos
parece excesivo. Lo mismo las referencias a unos toros salvajes, fieros y
misteriosos que recorrían los llanos marismeños y en despoblado, con
nocturnidad y alevosía (respecto a los pastores y vaqueros, naturalmente)
cubrían a las vacas, nos parece producto de la imaginación exaltada o etílica
de algún ganadero tarambana.
2.- Pero veamos
cómo era el panorama: en esta centuria se experimentó un fuerte aumento de la
población peninsular debido a diversos
factores; se rompieron nuevas tierras para el cultivo, antes destinadas al
ganado que tuvo que refugiarse en terrenos a él destinados en exclusividad,
como el Campo de Matrera en Villamartín, Medina Sidonia o las islas y marismas
del Guadalquivir, sin olvidar la agricultura de subsistencia que en tales
terrenos se llevaba a cabo y que originaba numerosos conflictos. La Isla Mayor, en particular, se encontraba repleta
como podemos apreciar a través de unas felices páginas de M. Rodríguez Cárdenas
(2); Hasta tal punto se llegó que cuando se producen grandes inundaciones, el
hedor de los animales muertos llegaba a Sevilla (3), como actualmente llega el
humo de la quema del pasto en otoño. El ganado que pastaba en islas y marismas
se destinaba a la reproducción para el abasto de carne o al simple engorde como
carneros y cerdos, o a la reproducción y obtención de fuerza de trabajo, así el
boyal y, sobre todo, el yeguar que se utilizaba
anualmente para la trilla fuera de las dehesas. De su importancia social
y su incidencia económica ya se han ocupado otros, sin perjuicio de la oportuna
revisión que preconizamos. No obstante, el estudio de los inicios de selección
del toro bravo que conduce hasta los que
actualmente se lidian, desbancando otras razas como la navarra, morucha,
manchega, etc., se encuentra en pañales. Los autores sólo han
realizado estudios parciales. Tal estudio excede el contenido de estas breves
páginas y la capacidad de quien las escribe, aunque sin prisas y con el
esfuerzo necesario nos proponemos
trabajar en un futuro, y en equipo, para aportar alguna luz sobre un
campo tan apasionante; por ello, solo expondremos aquí un esbozo.
Es de sobra conocido que la centuria que tratamos constituye la génesis
de la actual tauromaquia y al ganadero le tocó, con paciencia, saber empírico
y, por supuesto, dinero, el ir seleccionando el toro que permitiera la lidia y
el lucimiento del torero de a pié. En el transcurso del siglo se va pasando
paulatinamente de las fiestas de toros y cañas organizadas para el lucimiento
de la nobleza y demostración de su destreza y valor, que tanto gustaban al
pueblo, al toreo en manos de este mismo
pueblo. Elementos populares son sus
protagonistas y es el pueblo quien paga y llena los cosos que van pasando de
tinglados de madera provisionales a plazas sólidamente construidas con
dedicación exclusiva o principal a la fiesta. Así mismo se va pasando de una
mayor importancia del torero a caballo o de vara larga, recuerdo de la época
anterior, al dominio del torero de a píe.
El paso de la fiesta de manos de la
nobleza a manos del pueblo, aunque de forma muy tutelada, se debe a distintos
factores, entre los que debemos destacar los siguientes: primero el poco gusto de los reyes borbones
por la fiesta de toros, como se demuestra su escasa asistencia y los periodos
de prohibición (4) ; en segundo lugar la enemiga de parte de la intelectualidad
oficial (Moratín, Cadalso, Jovellanos,
etc.) ; en tercer lugar, en íntima conexión con lo anterior, las doctrinas
políticas ilustradas que consideraron a la fiesta de toros un derroche de ganados, dehesas, trabajo, ect., aparte de
suponer un obstáculo para la educación del pueblo y fuente de numerosos
conflictos. El paradigma de esta postura política la encontramos en la
prohibición de Carlos III propugnada por su ministro Aranda en base a las
informaciones que en 1.768 recabó de los intendentes de los distintos reinos;
las del reino de Sevilla fueron remitidas por su asistente, Pablo de Olavide. El antitaurinismo no es nada nuevo, nace
parejo a la génesis de la fiesta tal y como hoy se la concibe. La actitud de la realeza y la postura oficial u oficiosa
produce el retraimiento de la nobleza en cuanto a la participación directa en
la fiesta, pero no como ganadera, impulsora, protectora y, por supuesto,
espectadora entusiasta.
También podemos aducir otros dos motivos
importantes cuales son, por una parte, el desembolso que suponía para la
nobleza la fiesta de toros y cañas, y por otra la profesionalización de los
toreros plebeyos que cobran por su trabajo, provocando el interés de muchos por
dedicarse a esta actividad (considerada infame durante mucho tiempo) como medio
de vida.
Nos encontramos aquí con una serie de
paradojas curiosas: por una parte, el
poder y la intelectualidad avanzada poco
proclive o abiertamente en contra de la fiesta y por otra el pueblo pidiendo
más toros, que, sin duda se le ofrecen, incluso con el patrocinio y protección
de una institución nobiliaria y borbónica
como es la Real
Maestranza de Caballería de Sevilla, que además, desde el
principio, es la propietaria de la plaza que es utilizada por la propia
institución para los festejos que organiza o que es cedida o arrendada a otras
instituciones para sus propios festejos, como el Ayuntamiento o las Hermandades
y los gremios.
En el siglo XVIII, según nos demuestran
las distintas fuentes utilizadas, tenemos en las Islas Mayor y Menor destacados
ganaderos y no sólo conventos, monasterios y nobles, sino también criadores
pertenecientes al pueblo llano de una más que notable incidencia en la
selección.
Dada la complejidad del asunto,
la concisión a que nos obligamos en estas páginas y su carácter de
simple esbozo, vamos a intentar exponerlo de forma sintética y sistematizada,
deteniéndonos sólo en algunos ganaderos eclesiásticos, algunos nobles y
particulares y en dos de aquellos que al final de la centuria y principios de
la siguiente se dedican de forma exclusiva a lo bravo.
La fiesta de los toros en el siglo XVIII está poco estudiada, destacando
con luz propia los Anales del Marqués de Tablantes. Los datos que recoge y
aporta tratan solamente de las corridas organizadas por la Real Maestranza de
Caballería de Sevilla como tal institución en el periodo 1.730-1.835 y que figuran en su archivo; por ello, en
muchas ocasiones, no cita los ganaderos al no figurar en los papeles que
maneja; en otras ocasiones nos dice que se encargó a un tratante la compra de
los toros, por ello o no figura nombre alguno o el del tratante, por ejemplo,
Juan Marchante, que también era picador.
También debemos advertir utilizando sus propias palabras que “las
fiestas que se mencionan solamente se refieren a las organizadas y dirigidas
por la Real Maestranza,
cuyos datos se conservan en su Archivo; pero advirtiendo que durante todo este
tiempo se celebraron otras fiestas de toros en la misma plaza, bien por cuenta
del Ayuntamiento, ya por determinadas cofradías y alguna vez también por
particulares, cediendo para esos casos la Maestranza su Plaza.” (5). Por ello, intuimos
que los festejos ofrecidos en la
Maestranza debieron, al menos, duplicar el número ofrecido
por los Anales, conteniéndose su documentación en el Archivo Municipal y en los
archivos de hermandades y parroquias. La información remitida por Olavide al
ministro Aranda en 1.768 (6) se encuentra muy disminuida, en opinión de
diversos autores, a causa del temor de que se prohibieran las corridas, como ya
ocurrió en tiempos de Fernando VI; prohibición que de todas formas llegó en los
últimos años del reinado de Carlos III, levantándose la misma en los comienzos
del reinado de Carlos IV, para ser prohibidos también en las postrimerías del
mismo.
Esta especie de explosión de la
fiesta que se produce en el Siglo de las Luces podría llevarnos al equívoco de
creer en una especialización en lo “bravo” de las distintas ganaderías que
aparecen en los Anales. Ello no fue así, la especialización se denota una vez
traspasada la mitad de la centuria. Pero nada mejor que las palabras de
García-Baquero, Romero de Solís y Vázquez
Parladé (7) para explicarnos el proceso: “ A pesar de la escasez de
noticias que padecemos sobre los antecedentes históricos de las ganaderías de
toros de lidia, parece evidente que para poder arrojar alguna luz sobre sus
inicios, debemos partir de las circunstancias determinantes que constituyeron
el motivo impulsor del nuevo concepto ganadero y que,....... fueron de un lado,
la afirmación de la lidia como actividad torera, y, de otro, la existencia de
una bravura en el animal toro. Ahora bien, aún así, es preciso señalar que
desde comienzos del siglo XVIII se conocían ya diferenciaciones raciales
regionales (toros de Navarra, de Castilla y de Andalucía) e, incluso, dentro de
éstas, algunas vacadas que daban mejor juego a la hora de lidiar sus reses, sin
que, por otra parte, esto suponga en absoluto la existencias de unas ganaderías
especializadas. En realidad, la diferencia entre unas y otras era la
consecuencia de las distintas adaptabilidades genéticas a las condiciones del
medio y las formas de explotación más que el resultado de una intencionalidad
ganadera propiamente dicha; no en vano en ésta época se da como segura la
inexistencia de vacadas especializadas para los festejos taurinos, mientras
que, por el contrario, siempre está presente el buen aprovechamiento que se
hace, para este fin, de animales dedicados al trabajo o a la carnicería.
¿Constituye este aprovechamiento el
primer signo del origen de la ganadería brava? Los propietarios de vacadas
podrían obtener un suplemento económico a partir de la comercialización en el
mercado de asentistas de plazas de toros de su producción marginal. Dentro de
estos límites es donde hay que situar los datos que el marqués de Tablantes nos
proporciona sobre la participación de la nobleza sevillana – y nosotros añadiríamos los frailes ganaderos- en tanto que proveedora de reses para los
festejos que durante el siglo XVIII se celebraron en la plaza de la Real Maestranza de
Sevilla. Podríamos señalar además un
aspecto en la explotación de las vacadas de la nobleza que habrá de tener
importantes consecuencias en el desarrollo ulterior de la ganadería. Aun cuando
la explotación de sus vacadas no se llevó a cabo según los criterios modernos
de las ganaderías especializadas, sin embargo, se hizo de tal manera que logró
mantener en su interior la pureza de su sangre y, con ella, la permanencia de
la identidad de sus castas. La expresión de las mismas en los carteles
(Sevilla, desde 1.761) y de las divisas –cintas de colores- que podrían ser
reconocidas por el público parecen atestiguarlo.
La continuidad de la presencia de las
ganaderías pertenecientes a la nobleza en la Maestranza durante todo
el siglo XVIII se reduce, desde luego, a pocos nombres, tal como el del conde
del Águila, aunque con intermitencia otros títulos también se mantienen; en
cambio su permanencia en los carteles a raíz de su especialización en lo bravo
(principios del siglo XIX) parece evidenciar que ya sólo quedan en lícita
competencia aquellos que supieron de toros y de su lidia.”
Nosotros debemos apostillar que los
títulos “intermitentes” son muchos y se repiten, además existen otros ganaderos
que no pertenecen a la nobleza, ni siquiera a la oligarquía (ganaderos de La Rinconada, Coria,
incluso La Puebla),
desconociendo, además, quienes eran los ganaderos que durante muchos años
suministraban los toros a los marchantes comisionados por la Maestranza. Por
otra parte, la especialización en lo bravo no puede seguir en las ganaderías
fraileras debido al periodo desamortizador y a la exclaustración del primer
tercio del siglo XIX, es decir, a la incautación y venta de sus bienes y en la
desaparición de gran número de monasterios y conventos de las instituciones
religiosas regulares.
El conde de Vistahermosa (1.770) y José
Vicente Vázquez (1.780) son tenidos por los autores referenciados como los
primeros ganaderos especializados. Esto habría que aceptarlo con todas las
reservas. La Cartuja
de las Cuevas lidia sus toros hasta pocos años antes de la invasión napoleónica
que supuso la primera exclaustración forzada de sus monjes. Además si atendemos
al proceso de formación de ambas ganaderías, que son típicamente marismeñas,
nos encontramos con que hunden sus raíces en ganados fraileros o eclesiásticos
de una u otra forma, e incluso siguen el ejemplo de los monjes cartujos o
clérigos ricos para la selección del
toro.
Es cierto que fue Sevilla la primera en
entender lo que ocurría en el ruedo durante el tiempo de la lidia. La fiesta en manos del pueblo se está
“civilizando”, tras el despejo de plaza ya no se permiten excesos, se crean
reglas, se resuelven mediante la prevención los problemas de orden público, cumpliéndose
así “la primera condición necesaria, aunque no suficiente, para el nuevo
desarrollo ganadero: el entendimiento y el placer de lo que está ocurriendo en
el ruedo durante el tiempo de la lidia.”(8).
Pero fueron otras causas coincidentes las
que coadyuvaron a hacer posible los inicios. Primero las grandes fincas ya sean
latifundios o grandes dehesas de propios de características tan particulares
como las islas y marismas, que permiten la cría extensiva, sin apenas
intervención humana, con existencia de toruños alejados y aislados ( en el
medievo se denominaron toriles y toreros estando regulada su explotación común)
donde permanecían los machos hasta la época de cubrición; en la Isla Mayor estaba el Toruño del Gato, lindando con éste
el Toruño de Juan de Mar y a partir de su linde y entrado en la finca Veta de la Palma estaba el Toruño de
los Huevos (“Güebos”), que pueden sumar en conjunto una cabida superior a las
cinco mil hectáreas. En segundo lugar, la asiduidad de espectáculos, tanto en
la capital como en las poblaciones más o menos importantes -y para ello es poco
significativo el estado remitido por Olavide al ministro Aranda, indicándole
aquél la posible falta de exactitud de
los datos- esta asiduidad proporciona un mercado cercano a la producción, “cuestión
ésta muy a tener en cuenta, dado que el único sistema para el transporte de los
animales era, en aquella época, sus propios pies.”(9). También no
está exenta de importancia la forma de pastoreo y manejo de las reses, siempre
desde un caballo, debido a la extensión y características orográficas de las
zonas adehesadas y el gran numero de reses que componían las vacadas; no había
un contacto directo con el hombre, “despareciendo toda posibilidad de que el
toro pueda aprender nada de cuanto será el fin al que se le destina: la lidia.”(10).
Los autores comentados, con muy buen criterio,
nos exponen que el esquema planteado hay que completarlo preguntándose los
motivos que impulsan a la especialización a unos ganaderos sin necesidades
económicas perentorias, sino que por el contrario pertenecían a las clases
acomodadas, eclesiástica, noble o burguesa. La ganadería brava en sus comienzos
no podría ser una actividad económica que ofreciera una mayor rentabilidad en
su conjunto, pese al mayor precio del toro de lidia. Siempre los ganaderos, al menos los que conocemos,
son ricos por otras causas y no por mantener una ganadería. Nuestros autores lo
fundamentan en el prestigio social que daba y sigue dando el hecho de ser
ganadero de bravo. En sus orígenes el noble toreaba sus toros en la Maestranza y el pueblo
lo observaba, lo admiraba, lo tenía muy en cuenta; el burgués plebeyo con la
cría del toro se “codea” con los “grandes” participando de facto, unas veces, o
alcanzando de iure, en otras, esa nobleza, bien adobado todo con la adquisición
o usurpación de grandes latifundios como forma de ennoblecerse, como demuestra
el estudio de María Parias Sainz de Rozas (11). De cualquier forma siempre
quedaba el Vaticano del que se podía
obtener un título mediante la aportación de un generoso óvolo ingresado en las
arcas pontificias, como hizo el ilustre antepasado de la reina Fabiola de los
belgas, José Riera, que obtiene el
título pontificio de Marqués de Casa Riera, usurpador de la Isla Mayor.
Son todas estas causas en su conjunto las
que producen un toro que sirve para el nuevo arte de la lidia que se desarrolla
en el siglo XVIII y que, sin duda, sienta las bases del toreo actual.
Nos toca ahora mostrar de forma resumida
el entorno ganadero bravo de la
Ermita de Santa María de Guía.
3.- Partiremos del trabajo básico de
Juan Posada (12), de Filiberto Mira (13) y de Bartolomé Benassar (14), que se
nutre de ambos, y añadiremos algunos
datos y matices respecto a los ganados de la Cartuja de las Cuevas, San Isidoro del Campo,
dominicos, agustinos y jesuitas, marqués de Mejorada, conde del Águila y otros ganaderos comarcanos
y el inicio de Vistahermosa a partir de
la familia Rivas de Dos Hermanas y de Vázquez a partir de aquél.
Partimos del convencimiento de lo mucho
que tuvieron que ver los frailes en el origen de la selección del toro bravo.
No son los únicos, por supuesto, pero sí tuvieron una gran influencia. Si
descartamos la cuestión económica, como la descartaban para la nobleza los
autores que antes comentamos, puesto que todos los conventos y monasterios que
lidian sus toros en el siglo XVIII son ricos, nos queda el prestigio social
corporativo, la presencia de la institución entre las clases dominantes,
mostrándose así al pueblo, o en competencia con los poderes fácticos, siendo la Iglesia uno y principal en
el ambiente, contradictorio muchas veces, de esta centuria. Dónde si no se
puede enmarcar la cría de caballos en las cartujas de Jerez y Sevilla. La
elaboración de un producto ganadero fruto de la paciencia monacal, el
conocimiento empírico y la fortaleza económica para mantenerlo; la consecución,
en suma, de un animal bellísimo, el caballo cartujano, que no sirve para el
trabajo, ni para correr, ni para la briega con el ganado o para la guerra; sólo
sirve para el goce estético de su contemplación o para presumir montándolo, con
todo lo que suponía para aquél privilegiado que lograba adquirir un ejemplar.
Si lo enunciado puede constituir lo fundamental
en la preocupación de seleccionar el bravo a partir del de carne o labor por
parte de los frailes, siendo posible una especialización que aparece en la segunda mitad de la centuria en las
cartujas de Sevilla y Jerez, interrumpida de forma traumática por la caída del
Antiguo Régimen, debemos preguntarnos en
este punto cuáles fueron las causas que facilitaron la cría y selección.
En primer lugar observamos que gozaban de
grandes dehesas. Estos extensos predios o eran propios o de alguna forma “apropiados”
en exclusividad a costa de la tierra de Sevilla y concretamente de islas y
marismas.
En segundo lugar, gozan de un medio de
aporte gratuito de ganado que además les permite el cruce y les evita cualquier
atisbo de endogamia. Este medio, importantísimo, consiste en la percepción del
diezmo o en la participación en el mismo, es decir, en el “menudo” o “minucia”,
que en algunos conventos tenemos perfectamente constatado.
Al examinar algunas ganaderías fraileras
veremos en virtud de qué títulos entran en islas y marismas de los propios de
Sevilla. Ahora conviene detenernos en ver cómo funcionaba la percepción del
impuesto eclesiástico. La ganadería estaba gravada con distintos impuestos, sin
perjuicio de los privilegios de exención que pudieran gozar respecto a alguno o
algunos de ellos distintas villas y ciudades, como por ejemplo Sevilla. El más
importante, por su significación y montante económico, lo constituye el diezmo
eclesiástico. Se encuentra definido en el Fuero Real y las Siete Partidas lo definen así: “Diezmo es la décima parte
de todos los bienes, que los omes ganan derechamente e ésta mandó santa eglesia
que sea dada a Dios: porque El nos da
todos los bienes con que bivimos en este mundo.”(15). Se
trata de un impuesto universal, que grava a todos, incluso el rey entrega la
décima parte de sus rentas del almojarifazgo en Sevilla. Además se trata de un impuesto en especie, su
pago se realiza en productos que, dado su carácter religioso, recauda el obispo
o aquellas instituciones que lo tuvieran concedido, casi siempre por medio de
arrendatarios, los diezmeros, que tanta importancia tuvieron en la conformación
de la raza brava actual.
Los autores han dividido los diezmos en
tres clases: prediales, que gravaban fundamentalmente la producción agrícola;
personales, procedentes del rendimiento personal y mixtos, que eran los que se
obtenían de las crías y los productos derivados de la ganadería. “Se
llamaban mixtos porque comparten características de los dos tipos anteriores,
puesto que los ganados se alimentan de hierbas y productos del campo y su
cuidado y la transformación de los productos es trabajo personal.” (16)
Además del diezmo nos encontramos con
otro impuesto eclesiástico: la primicia. Todo el mundo tenía obligación de
entregar a la Iglesia
los primeros productos. Parece ser que en el reino de Sevilla y respecto al
ganado, oscilaba en una cabeza de cada cien o doscientas.
En un privilegio de Alfonso X fechado en
Burgos el 3 de noviembre de 1.255 (17) se establece la obligación y normativa
del pago del diezmo en el arzobispado hispalense y en sendos documentos
fechados en Burgos, 19 de junio de 1.276 y Toledo, 8 de diciembre de 1.278 (18)
se regula el pago del diezmo para el ganado de tránsito, el transhumante y
albarraniego.
El montante económico que suponía la
percepción de este impuesto llegó en breve tiempo a ser tan importante que el propio rey en 1.257 pide al papa
Inocencio IV la percepción de una parte que se llamaron tercias reales ( el papado
también participaba con un buen pellizco de producto del diezmo peninsular).
Las tercias reales consistían en dos novenas partes del diezmo cobradas sobre
el tercio correspondiente a la fábrica de los templos.
Ni que decir tiene que la excusa de
tributos a los ganados de los vecinos de Sevilla contenida en un privilegio
fechado en Guadalajara en 3 de julio de 1.273 (19), no supone en modo alguno la
exención del diezmo eclesiástico. Mediante acuerdos y avenencias y, por
supuesto, una compensación económica equivalente, fija o variable, la Iglesia permitió a la Corona, Ordenes Militares y
grandes señores la percepción de parte o todo el diezmo en algunos lugares.
Como dijimos, la contribución diezmal era
universal; los conventos y monasterios estaban obligados a su pago. De ahí los
pleitos mantenidos por los cartujos con
el arzobispo y el cabildo de la catedral (20). A través de ellos tenemos
conocimiento de sus propiedades rústicas, que eran cuantiosas, su forma de
explotación, cultivos y aprovechamientos, constituyendo un instrumento de
primer orden ya que los archivos de las ordenes religiosas desaparecieron en
gran medida con la desamortización y exclaustración. También nos sirven para
saber que los ganados de las ordenes y, concretamente, cartujos, jerónimos, las
cirtescienses de San Clemente.... etc. no están sujetos al diezmo, sin que
hasta la fecha hayamos podido averiguar el motivo; puede que éste sea doble:
una dispensa general concedida por el arzobispo en determinado momento, de la
que no hemos encontrado referencia alguna, así como la propia procedencia del
ganado, que casi siempre de una manera u otra era diezmal. De cualquier manera
los ganados de estas órdenes regulares y suponemos que de las demás, no estaban
sujetas a diezmo, solo pagaban los de carácter predial y a veces los de carácter personal.
4.- En 1.399 la Iglesia se halla dividida en lo que se llamó
Cisma de Occidente. El arzobispo de Sevilla
era Don Gonzalo de Mena que obtiene licencia del prior de la Grande Chartreuse,
Guillermo Reynald, para la fundación de una cartuja. Desde el principio inciden
una serie de circunstancias curiosas que van conformando de alguna manera los
criterios patrimoniales de los cartujos sevillanos y que desde luego inspirarán
a los de Jerez posteriormente. De este modo, para la compra de distintas
heredades y tierras con destino a la dotación del monasterio, nos encontramos
con la ayuda y consejo del arzobispo de parte de Ruy González de Medina,
Veinticuatro y Tesorero de la
Casa de la Moneda,
despensero mayor de Enrique III y señor de la torre de la Membrilla y de las
Torres del Guadiamar. Este último
señorío, desde los tiempos de la conquista con el arzobispo Don Remondo
mantendría un método de explotación
complementada con el aprovechamiento ganadero y pasturaje en la marisma.
Los grandes donadíos y heredades
ubicadas en las riveras del Guadiamar siempre tuvieron ese complemento
marismeño, como veremos después con los jesuitas y como hiciera su sucesor el
duque de Berwick.
Es muy posible que el consejo de González
de Medina orientara a los monjes hacia el importante complemento ganadero
futuro.
Tras una serie de vicisitudes y tras
la designación fallida para la erección del monasterio en el castillo de San
Juan de Aznalfarache, el arzobispo Mena consigue de la Orden Tercera de San Francisco el
cambio por la ermita de Santa María de las Cuevas situada en la orilla derecha del Guadalquivir
y próxima al barrio de Triana. El 16 de enero de 1.400 se hace entrega de la ermita a varios
monjes procedentes de la
Cartuja del Paular. Cuando poco después se funda en el
monasterio la capilla de Santa María Magdalena, un arzobispo gozoso, comunica
en público que dejará toda su hacienda a la cartuja por él fundada. Poco
después fallece ab intestato, siendo muy sentida su muerte en Sevilla,
especialmente por pobres y desvalidos; fue el fundador de la Capilla de Ntra. Sra. de
los Angeles (popularmente conocida por “Los Negritos”) para la asistencia de
negros y mulatos, tanto esclavos como libres. Murió en una epidemia de landres
pestilentes que se produjo en Sevilla y
durante la enfermedad, en una visita que le hace González de Medina, aquél le
confirma su voluntad de legar todos sus bienes a la dotación del monasterio de
las Cuevas. ”Pero, no satisfechos los
monjes con esta confesión privada, deciden enviar a su procurador para que el
arzobispo ratificase lo expresado al caballero. Gonzalo de Mena le contesta que
no habiendo licencia del Capítulo General no podía otorgar su autorización, si
bien para cuando llegase había apoderado al canónigo de la catedral sevillana
Juan Martínez de Victoria, quien daría cumplimiento a sus deseos, tras haberle
entregado para su custodia treinta mil doblas de oro destinadas a la fundación,
en virtud de la facultad para testar que recibió de Benedicto XIII” (21).
Tras la muerte del arzobispo se produce una trifulca entre el papa aviñonés y
el rey castellano en el nombramiento del sucesor por lo que la sede hispalense se rigió
durante varios años por un administrador apostólico y privado del papa
cismático.
En 1.402, nos encontramos con una serie
de acontecimientos que repercuten grandemente en el futuro de la cartuja
sevillana y, en concreto, en su posterior desarrollo ganadero. En primer lugar
solicita y obtiene del Concejo de la ciudad
carta de vecindad. En adelante son considerados vecinos de Sevilla con
todo lo que ello suponía; pero lo que aquí nos interesa es el aspecto ganadero:
la vecindad les franquea la entrada a sus ganados en islas y marismas, teniendo
así el primer componente necesario de su actividad pecuaria. En segundo lugar, es elegido prior general de
la Grande Chartreuse
el consejero de Benedicto XIII (triunfante al eludir el cerco al que estuvo
sometido durante cinco años), que no era otro que Bonifacio Ferrer, hermano de
Vicente Ferrer. Los covitanos se dirigen al papa y, entre otras cosas, le cuentan lo de la
herencia del arzobispo Mena. Gracias a los buenos oficios de Ferrer, Benedicto
XIII, en 1.403 expide la bula Sacri Cartusiensis Ordinis en que se confirma la fundación y dotación de
la Cartuja de
las Cuevas. Pues bien, en medio de una larga y complicada toma de posesión de
los bienes llega en 1.407 a
Sevilla el infante Fernando “el de Antequera” -a la sazón regente de Castilla
por la menor edad de Juan II y que años después, tras el compromiso alcanzado
en Caspe con los buenos oficios de
Vicente Ferrer, ciñó la corona de Aragón- con el fin de recaudar fondos para la
guerra contra el moro granadino, y enterado de que en poder del canónigo
Martínez de Victoria se encontraban las treinta mil doblas de oro que legó el
arzobispo Mena a los cartujos, se las demanda, negándolas el clérigo. El de
Antequera no se andaba por las ramas por lo que apresa y somete a tormento al
canónigo para que le diga donde tiene el escondite; cuentan las crónicas que el
buen clérigo resistió al potro con edificante firmeza. Pero hete aquí que al
perverso Antequera, Trastamara al fin y al cabo, se le ocurre entonces tomarle juramento por
la ley divina y no pudiéndolo negar entonces, como es fácil
entender en un sacerdote, declaró al fin dónde escondía la pasta, suplicándole se la devolviera
cuando acabara la guerra, cosa que, como es de imaginar, el infante no hizo.
Los monjes quedan desamparados y entra en el patronato Per Afán de Rivera que desde un principio se muestra remiso a
cumplir lo pactado. No obstante en 1.409, en el Concilio de Perpiñán el Papa Luna (Benedicto XIII) extiende la
bula Salvatoris Humani Generis por la
que “se adjudica a la Cartuja de Sevilla las
terceras partes de los diezmos provenientes de las vicarias de Sanlucar la Mayor, Aznalcazar y
Constantina, comprendiendo también los lugares de Salteras, Gerena, Castilleja
de Talhara, Villanueva del Camino, Puebla de los Infantes, Almenara, San
Nicolás del Puerto, Alanís, El Pedroso y Cazalla de la Sierra”. (22) Este
otorgamiento lo hace Juan II y sus tutores en compensación de las treinta mil doblas de oro que les
levantó el de Antequera. Es cierto que al principio las rentas producidas no
daban mucho, pero con el tiempo se supone que sí, dadas las operaciones de
compras y ventas de fincas rústicas inteligentemente montadas por los cartujos.
Pero fijémonos en la cuestión que nos interesa, Juan II lo que concede son las
tercias reales de los diezmos de unas zonas muy amplias con una característica
común, prácticamente en su totalidad, cual es la importante actividad ganadera
de sus términos. Ya tenemos el segundo componente del desarrollo ganadero
covitano: la percepción de diezmos, pagados en especie, en ganado, precisando
de dehesas para su alimentación y reproducción y ninguna mejor que aquellas
propias de la ciudad de la que son vecinos y a las que tienen derecho de
entrada que no es otra que las de la Isla Mayor.
5.- En los cuatro siglos largos de existencia, la Cartuja de las Cuevas
juntó un considerable patrimonio rústico como podemos apreciar en el inventario
que se efectúa en 1.513 a
causa de una avenencia sobre los diezmos a pagar por las cartujas del
arzobispado hispalense (Sevilla, Jerez y Cazalla) (23), y si bien es cierto que
algunas fincas las obtienen y amplían a base de donaciones, como Gambogaz en la
vega trianera, otras muchas las obtuvieron y ampliaron mediante compras sucesivas como el importante
donadío de Casaluenga en término de La Rinconada lindante con Lora del Río, parte del
mismo destinado a dehesa o como ocurrió en la Dehesilla (también
llamada Cartuja) en término de la
Puebla junto a Coria que llegó a alcanzar 400 aranzadas
cerealeras y 200 adehesadas. Era tal el patrimonio pecuario de los frailes, que
durante muchos años y especialmente en el siglo XVII utilizan dehesas comunales
prácticamente en régimen de propiedad como El Alamillo, El Medio y Caracena en
término de Aznalcazar y Almonzar y Carocuesta en La Rinconada y por supuesto,
en La Puebla
como hemos visto y la Isla
Mayor. Antes de mediado el siglo siguiente, el XVIII, se
inicia un proceso de recuperación por parte de los concejos de las villas
contra los frailes, siendo casi todas devueltas a los concejos y recuperando
alguna de ellas los monjes mediante compra o el pago de una cantidad fija al
año como ocurrió en La Puebla.
Al proceso indicado, se acoge tardíamente
La Puebla
junto a Coria. El origen se encuentra en la compra de Camas en 1.635 por el
todopoderoso Conde-Duque de Olivares,
que consigue un deslinde de la villa absolutamente abusivo pues los límites
pasaban incluso el Guadalquivir, incluyendo parte del arrabal de Triana y la Cartuja de las Cuevas al
completo quedando ésta sometida a la autoridad del valido cuando más próspera
era. Apenas diez años duró el dominio,
puesto que el de Olivares muere en 1.645, los mismos que duró el pleito instado
por el Concejo de Sevilla. “El hecho de
que Camas aplicase justicia, mientras duró aquel pleito, en los lugares del
nuevo deslinde, donde se incluía la
Cartuja de las Cuevas, quedó gravado en la memoria de los
moradores de aquella villa, siendo recordado generación tras generación pese a
lo momentáneo del suceso. Tal especie tradicional sería recogida por algunos
vecinos de la también villa sevillana de la Puebla junto a Coria, quienes, acogiéndose a una
Real Orden de 1.766, pretendieron impedir que los ganados de la Cartuja pastasen, como era
su derecho, en los baldíos de aquella al creer que el convento se encontraba
aún en término de Camas y no en el de Sevilla, y, por tanto, no se podría
acoger a este privilegio privativo de la ciudad. Las Cuevas, sin embargo, debió
aportar para la demanda suscitada cuantos documentos consideró útiles para
demostrar su pertenencia a la jurisdicción de Sevilla, consiguiéndolo, como era
lógico poco después.”(24)
Es natural esta reacción de los vecinos de La Puebla junto a Coria; los
monjes tenían en propiedad La
Dehesilla, una gran finca, muy próxima a la otra gran finca de pastos de la Isla Mayor. Esta
última no la detentaban en propiedad, no lo olvidemos, pero sí de forma exclusiva, como lo hacían
los jerónimos y miembros de la oligarquía dominante de la ciudad. La cartuja
ocupaba de hecho una de las mejores dehesas de la Isla Mayor. La
ubicación de la misma se encuentra en la toponimia de algún mapa del XVIII, que
con el paso del tiempo se recoge en los planos del XIX y pasan a los planos del Servicio Geográfico
del Ejército que iniciados en 1.918 arrastra la denominación en las sucesivas revisiones y ediciones hasta
la de 1.972 que sirvió de base para todos los trabajos de información
cartográfica llevadas a cabo por la
Junta de Andalucía y que hoy se encuentran en su Instituto
Cartográfico. Esta gran dehesa se
encontraba junto al río Guadalquivir (Brazo de Enmedio) , que era su límite
meridional, siendo el septentrional la
Veta de Senda, al oriente la zona de El Mármol y a occidente El Puntal de Maquique, o lo que
es lo mismo, el Cerrado de la
Abundancia, nombre con que lo bautizó Don Fernando de la Sierra en 1.820 como en un
intento de borrar todo el recuerdo frailero. Por otra parte los Papeles de la Ermita, son muy precisos en
cuanto a la ubicación del Hato de Cartuja, donde se encontraban las chozas o
caserío de los pastores y del fraile lego que pasaría temporadas en el mismo,
así, en el asunto referente al Mayordomo Juan Murillo, a la sazón Guarda de la Isla Mayor, cuando el
notario de la
Dignidad Prioral de las Ermitas viaja a nuestra Ermita de Ntra. Sra. de Guía para practicar una
diligencia, nos dice que la llave de la misma se encuentra en el Hato de
Cartuja que está a una legua de distancia . Efectivamente, la distancia exacta
entre el actual canal de toma de la Comunidad de Regantes de la Ermita, donde situamos el
recinto santo, siguiendo el mismo camino
antiguo que discurre por la orilla de la “playa” del río, casco urbano de Isla
Mayor, gira a la derecha por la gasolinera del pueblo y entra en la finca de
Canbou, S.A., en la misma puerta de la cortijada de dicha finca, que hoy se
denomina Hato Blanco, se cumplen cinco kilómetros y medio exactamente. En
algunos mapas del XVIII aparecen tres edificios junto al meandro, o lo que es
lo mismo, junto a la margen cóncava de lo que se denominó Cabeza del Moro;
estos tres edificios corresponden a la Ermita que está en medio; aguas abajo el
correspondiente al Hato de los Jerónimos y aguas arriba el que corresponde al
Hato de Cartuja, ocupando un lugar
coincidente con el actual Hato Blanco junto al casco urbano de Isla
Mayor. Además de la finca del Hato, los cartujos pastaban su ganado en otros
lugares de la Isla Mayor
como la Veta de la Palma donde tenían un
apartadero.
6.- Intuimos
una gran importancia de la cabaña que pastaba en esta dehesa; sabemos que a su
frente había un rabadán y un conocedor
como atestiguan los Papeles de la
Ermita (años 1.726 y 1.729), aunque
desconocemos el número exacto de cabezas de ganado.
Debido a la recuperación de dehesas por
los concejos en la primera mitad de la centuria, el ganado acumulado en la Isla Mayor por los
frailes debió superar las ochocientas
cabezas si atendemos las necesidades de una res y la fertilidad, de sobra
conocida, de tales terrenos. Es posible
que en la segunda mitad de la centuria los frailes comenzaran una selección
mucho más especializada con destino a la fiesta o al encaste de otras
ganaderías que ya comenzaban una cierta especialización y que llegaron a
culminar con Vistahermosa y con Vázquez. Así desde la temprana fecha de 1.730
en que lidian sus toros en la
Maestranza de madera en honor del depresivo Felipe V , nos
encontramos a finales de siglo, y concretamente en los años 1.794, 1.796 y
1.800, que lidian sus toros con divisa negra (25) alternando con Vazquez, Vistahermosa
y el Ducado de Alba, esta última de posible origen jesuita. Los toros se
criarían en la Isla Mayor,
único lugar idóneo para su pasturaje entre todos los que poseían o aprovechaban
y no dudamos que su selección estaba dirigida por un lego, por un anónimo fraile
que entendía de ganado, ya que la explotación ganadera era directa por medio de rabadanes, conocedores y
pastores interesados en el negocio con un sistema que no diferiría mucho del
que reflejan las Ordenanzas del Concejo para el pasturaje en las islas y
marismas de 1.415 (26). La razón de la no existencia de más noticias está como
antes dijimos en que no disponemos, de momento, más que con los Anales del
marqués de Tablantes y ya expusimos
anteriormente lo limitado de los mismos. Creemos que en muchos años en que no
se citan las ganaderías, se lidiaron
toros cartujos de las Cuevas adquiridos por los marchantes. El marqués de
Tablantes recoge una carta de uno de
estos compradores, expedida en Jerez, que es bien significativa, donde los
cartujos de dicha ciudad –que torean sus toros en la Maestranza en 1.795 con
su propio nombre y en Madrid en 1.776-
están “beneficiando”(27) una partida de toros con destino a la lidia y a
la espera de comprador.
La importancia ganadera del Hato de
Cartuja es bien notable en estas fechas y ello lo sabía muy bien Don Fernando
de la Sierra
que consigue apropiarse del mismo, suponemos que se haría también con parte de
la ganadería frailera o lo que de ella quedara tras los trágicos avatares de la Guerra de la Independencia y la
forzada exclaustración de los cartujos covitanos desde 1.810 a 1.812. Es posible
que Don Fernando de la Sierra
mantuviera ganado frailero que luego aprovecharía juntamente con el vazqueño.
Esta ganadería desaparece de Isla Mayor en los años setenta y actualmente La Abundancia se encuentra
en cultivo de arroz en su totalidad.
7.- Otro aspecto que no debemos olvidar es el de la
cría caballar de estos monjes. Las relaciones entre las tres cartujas (Jerez,
Cazalla y Sevilla) eran muy estrechas (28); la especialización en el caballo,
el cartujano, no sólo estaba en la jerezana, sino también en la sevillana, como
nos demuestran Antequera Luengo y Aguilar Piñal, entre otros. Los sementales los tenían en el Monasterio de
las Cuevas o en la vecina Gambogaz de su propiedad; falta saber dónde tenían
las yeguas que se utilizaban tanto para la reproducción como para la trilla de
cereales. Lugar idóneo para la yeguada
era la dehesa incluida en Casaluenga, aunque es posible que la misma tuviera un
aprovechamiento mayormente boyal. Intuimos que la yeguada más selecta estaría,
por ser terreno mucho más idóneo, en La Dehesilla junto a La Puebla y también el la
próxima de Isla Mayor, terrenos de pastos ambos muy apropiados para este
ganado. Antequera Luengo nos relata la peripecia de los monjes para salvar los
sementales. Así el 1 de febrero de 1.810 entra en Sevilla José I acompañado del
mariscal Soult y anunciado por cohetería
festiva y volteo de campanas; el monasterio de las Cuevas se ubicaba en un
lugar estratégico, por ello los franceses lo ocupan y se preparan para una
larga estancia . Los monjes que lo sabían, temiendo por sus vidas, “se reúnen días antes en comunidad,
dictaminando el prior repartir en partes iguales cierto dinero para que cada
uno costee su viaje al destino deseado. Con la amargura en sus corazones,
abandonan el silencio de los claustros aventurándose a una vida exterior en
plena guerra, pero el prior y algunos más, deciden hacer acopio de bienes
entretanto se confirma la llegada de los franceses, algo realmente increíble, y
cuando los tienen a tiro de piedra –doce monjes y cuatro criados- salen presurosos a lomos de bestias con la
plata y los caballos sementales camino de La Dehesilla, en las
marismas del Guadalquivir, al no encontrar embarcación alguna que los condujese
a Cádiz..” . Intentan desde Bollullos del Condado, arreglar un embarque
para la cartuja de Mallorca y no pudiéndolo conseguir marchan a Huelva donde
tampoco consiguen flete, por lo que se encaminan a Portugal. Mientras tanto
ropa y plata que consiguieron embarcar rumbo a Cádiz es interceptada por los
franceses que ya ocupan Sanlucar de Barrameda, desapareciendo por completo y
para siempre todos los objetos. Camino
de Portugal son perseguidos por las tropas españolas hasta que al fin entran en el pais vecino y
alcanzan la cartuja de Evora , dirigiéndose después a la del Valle de la Misericordia. “En Oporto visitan al obispo de la diócesis,
quien dispone fundir la plata – que aún les quedaba- y vender los animales. Los covitanos acceden y se licua el metal pero se oponen a que los caballos entren en
la transacción; más cuando el ministro español de la regencia allí delegado
supo del hecho, se enoja con los frailes y les embarga, en nombre de Fernando
VII y para la defensa de España, aquellos magníficos ejemplares cartujanos así
como la plata restante. La Junta
gaditana, sin embargo, ordena que ésta quede depositada, pasando a los cartujos
una paga para el sustento diario, y, en cuanto a los caballos, que permanezcan
en las caballerizas Reales del Príncipe para que, una vez acabada la guerra y
devueltos a España puedan encastar.”(29).
Como podemos ver en los Papeles de la Ermita, las relaciones de
ésta con el Hato de Cartuja fueron excelentes. El personal al servicio de los
frailes debería formar parte de la
Hermandad de Ntra. Sra. de Guía y participaría en las actividades religiosas
de la misma. Parece ser que las relaciones de buena vecindad siempre
existieron.
8.- No ocurre
lo mismo con el Hato de los Jerónimos. En un periodo de más de sesenta años que
contemplan los Papeles de la
Ermita, aunque incompletos, no encontramos ni una sola
referencia a dicho hato, ni a los monjes de la orden jerónima, ni al monasterio
de San Isidoro del Campo de Santiponce; como si no existieran. Sin embargo si
aparece el alcalde de Santiponce (nombrado por el monasterio) con evidentes
intereses en el régimen económico de La Ermita de Ntra. Sra. de Guía, como podemos
observar en los Papeles, ya que recoge una
importante limosna para el arreglo de las gavias del cercado ermitaño con
destino al cultivo, encontrándonos también con un santero vecino de Santiponce.
Pero veamos cómo eran estos monjes y luego daremos alguna opinión al respecto.
La documentación sobre temas de los conventos y monasterios es bastante escasa
debido, como ya hemos manifestado en otra parte, a las circunstancias en que se
produjeron la desamortización y exclaustración de los clérigos regulares. De
entre los pocos documentos encontrados, Manuel González Jiménez primero (30) y
Antonio Domínguez Ortiz después (31) nos hacen llegar en parte y nos comentan
cuatro importantes documentos que ponen a nuestro alcance de comprensión
algunas claves para entender la actividad pecuaria de los isidros, como así
también se les llamaba. Estos documentos son cuatro; el primero de ellos se
encuentra en la biblioteca universitaria de Sevilla , signatura 333/195 que
contiene las Ordenanzas de Santiponce que Domínguez Ortiz data hacia 1.570,
conteniendo también en los veintiún primeros folios noticias y advertencias
para los encargados de la explotación de las fincas agrícolas del monasterio y
que González Jiménez data a mediados del siglo XVI; dicho documento se intitula “Libro antiguo para la dirección del prior y
oficiales de este convento de Sanct Isidro del Campo en la economía y buena
administración de las haciendas y en el gobierno espiritual y temporal de la
villa de Sancti Ponce y del Hospital de la Sangre. Nuevamente
restituido y enquadernado en gracia de nuestros mayores y veneración de la
antigüedad, y para uso y ejercicio de lo que huviese lugar en estos tiempos.
Año del Señor de 1.701”,
que es el año, efectivamente de refundición de los documentos más antiguos.
El segundo documento se denomina “Manifiesto jurídico por el monasterio de
San Isidro del Campo en defensa del privilegio de feria que en cada un año
celebra en su villa de Santiponce”, que se encuentra, así mismo, en la
biblioteca universitaria, signatura 332-124-38,
y que careciendo de fecha, Domínguez Ortiz data en 1.717. Los otros dos
documentos se encuentran en la
Sección de Consejos del Archivo Histórico Nacional, consultas
de gracia, siendo el primero una consulta de la Cámara de Castilla de
1.686, en que los monjes solicitan ciertos privilegios tributarios y otro del
año siguiente en que se le deniega la petición al monasterio de un título de
Castilla para beneficiarlo ( legajo 4.457 núm. 60 y 4.458 núm. 79).
Por su parte, María Antonia Carmona Ruiz
(32), pone a nuestro alcance dos documentos que actualmente se encuentran en el
Archivo Ducal de Medina Sidonia; el primero de ellos es un privilegio otorgado
en Palencia en 20 de agosto de 1.298 (legajo 4.262) en que se exime del pago de impuestos al
ganado del monasterio de San Isidoro del Campo; el segundo es una carta (Legajo
4.262) de Juana I de Castilla (la
Loca) expedida en Valladolid en 18 de julio de 1.513 dirigida
al Concejo hispalense en la cual confirma el derecho del monasterio que nos
ocupa a pasar con sus ganados a las islas y marismas.
De
este modo en 1.301, Alonso Pérez de Guzmán (el Bueno), que había alcanzado de
Fernando IV el
señorío de
Santiponce, crea el monasterio para la orden del Cister y poco después les
entrega el señorío .de la villa. Este privilegio fue confirmado por Pedro I (el
Cruel para unos y el Justiciero para otros, según les fue) y por Isabel I de
Castilla (la Católica).
No obstante, en 1.431 se reemplaza a los cirtescienses, absolutamente
relajados, por la
Congregación de la Observancia de San Jerónimo, rama desgajada de la
principal a los cincuenta años de
fundarse la primera en tiempos de Juan I, consecuencia de las reformas
auspiciadas por este monarca para resolver de alguna manera el desmadre
existente entre los clérigos regulares.
El Padre Siguenza, historiador de la orden jerónima, mostraba escasas
simpatías por esta rama y Fray Diego de Ecija, historiador de Guadalupe –la
perla de la orden- ni siquiera los nombra. Se extendió bastante por Italia,
pero en España solo fundaron siete monasterios todos en Andalucía y muy pobres
a excepción de San Isidoro del Campo. A
estos monjes observantes se les denominó vulgarmente “los isidros” y los de nuestro monasterio a mediados del siglo XVI
se vieron envueltos en una aventura herética protestante que acabó en auto de
fe en 1.559, en que algunos monjes fueron
relajados al brazo secular y entregados a la hoguera y otros buscaron la
salvación en la huida al extranjero. Tras este escándalo, Felipe II toma la
decisión de unir “los isidros” a la
rama principal jerónima que se hizo cargo, además del monasterio de Santiponce,
de la hijuela de San Miguel de los Angeles, cerca de Sanlucar la Mayor, Santa María junto a
la barra de Sanlucar de Barrameda (Bajo de Guia o de Ntra. Sra de Guía como
veremos), Ntra. Sra. de Gracia en Carmona, Ntra. Sra. del Valle en Ecija, Santa
Ana de Tendilla y Santa Quiteria de Jaén.
El término de Santiponce era pequeño,
rodeado por el de Salteras y por el río. No obstante el monasterio era rico;
ambos, en palabras de Domínguez Ortiz suponían un islote feudal, atípico y
extemporáneo en estas latitudes, los monjes se comportaban como auténticos
señores de horca y cuchillo, mucho más preocupados por la administración de su
patrimonio -sobre todo ganadero- que por la atención espiritual de sus vasallos,
que estaban obligados incluso a las prestaciones de trabajo personal o “corveas”. No fueron apreciados en Santiponce
por sus vasallos como es fácil suponer, siendo las relaciones siempre
difíciles; a mitad del siglo anterior, el pueblo amotinado puso en fuga a los frailes que tuvieron que escapar de
noche en barca y refugiarse en el castillo de San Jorge (de la Inquisición) en
Triana.
Pero vayamos a lo que nos interesa.
Sabemos que los monjes tenían cincuenta vecinos exentos de impuestos reales,
pero porque los pagaban al monasterio, aunque parece que en el XVIII se había
perdido la costumbre, pero en absoluto el privilegio del monasterio, que no de
la orden, de pastar sus ganados en islas y marismas desde el siglo XIII como ya
vimos. Tenían por tanto lo primordial, extensas y fértiles dehesas para el
pasturaje. Además cincuenta vecinos de Santiponce, con permiso del prior podían
pastar sus ganados en la
Isla Mayor, o lo que es lo mismo, medio pueblo; el resto,
acabadas las faenas agrícolas debían llevar sus ganados a la
Isla también. Sabemos además que uno de los frailes atendía
la parroquia de Santiponce y por ello percibía los diezmos al completo, excepto
las tercias reales de la corona. Percibía unos diezmos de feligreses vasallos
eminentemente ganaderos con una ganadería perfectamente controlada desde el
Hato y dehesas de la Isla
Mayor, por lo que no se podía escapar ninguno sin pagar.
Precisamente los datos que nos aporta A. L. López Martínez (33) para 1.717 nos
demuestran que la cabaña de los jerónimos es la mas rentable de todas las
órdenes estudiadas en el reino de Sevilla; ambos monasterios jerónimos, el de
San Isidoro del Campo y el de San Jerónimo de Buenavista con 43.845 reales de
vellón y 44.541 rsvón., respectivamente son ostensiblemente mayores que la
utilidad ganadera que las tres cartujas del reino de Sevilla juntas, es decir
la de Jerez ( 16.033 rsvón.), Sevilla (30.318 rsvón.) y Cazalla (26.780
rsvón.)
No es de extrañar la importancia del Hato
de los Jerónimos en la Isla
Mayor que estaba
situado, según nos indica el plano de Laramendi a unos ochocientos metros y
pico de la Ermita
de Ntra. Sra. de Guía, y sus dehesas se extendían por todo lo que se denomina
El Cogujón y buena parte de La
Lisa, así como Los Isidros con San Isidro, junto al Brazo de la Torre. Por los papeles
estudiados deducimos que también tenían ganado yeguar además del bovino y un
rebaño de tres mil ovejas, así como algunas colmenas, lo que no deja de llamar
la atención ya que en los inventarios de bienes de la Ermita de Ntra. Sra. de
Guía, su vecina, también aparecen corchos de colmenas. Tampoco nos extraña la
falta de mención de hato tan importante en los Papeles de la Ermita, posiblemente no
existiría relación más que con los vecinos de Santiponce ganaderos en la Isla, con su alcalde que era
un ganadero más, pero no con el Hato como institución o sus principales. Además no hay que olvidar que los terrenos
del Hato y otras dehesas de las que se
beneficiaban no eran propiedad del monasterio, sino de los propios de la
ciudad, aunque aquel, en la práctica, como ocurría con los cartujos, actuara
como tal.
En los Anales del marqués de Tablantes
solo aparece el monasterio de San Isidro del Campo una sola vez, en 1.731,
lidiando toros junto a la
Cartuja de las Cuevas(34). Reproducimos aquí los mismos
reparos que hacíamos al tratar del ganado de lidia cartujo, teniendo muchas
razones para suponer que fueron muchos los toros isidros que se destinaron a la
fiesta, aunque parece que no iniciaron una especialización como ya parecía
intuirse en aquellos a finales del siglo XVIII.
9.- Otros
dos institutos regulares que lidian toros como tales en la Maestranza durante la
centuria estudiada son el Convento de San Jacinto de Triana de la orden de
predicadores o dominicos ( años 1.771 y 1.772) y el Convento de San Agustín en
la collación de San Roque. Ambos conventos tenían ganados en la Isla Mayor. En
ejercicio de su derecho como vecinos de
Sevilla, podían entrar con sus ganados en islas y marismas. Ahora bien,
que sepamos no eran instituciones
especialmente ganaderas; no obstante, si atendemos a Juan Posada (35) tanto
dominicos como agustinos, jesuitas y la Trinidad de Carmona, forman sus ganadería
mediante compra de vacas y sementales a los cartujos. En cuanto a los
dominicos, afirma que las compras fueron a la Cartuja de Santa María de la Defensión de Jerez,
tanto los de Santo Domingo de esa ciudad como los de San Jacinto de Triana. De
esto último discrepamos en base a lo que más adelante expondremos.
Hemos llegado a la conclusión de que los
dominicos de Triana pastaban sus ganados en la entrada de la actual finca de la Veta de la Palma encontrándose el hato
en la actual casa interior de la misma, donde en la actualidad se ha construido
una plaza de tientas y unos edificios destinados a actividades turísticas. En
parte de las dehesas de dicho hato pasta en la actualidad ganado –el único que
hay dentro de la Isla
Mayor- de la ganadería de Don Félix Hernández.
En el sitio denominado “La Charra”, frente a la Ermita y en la Isla Mínima, antes
Isla Menor, nos encontramos con la “Vadera de San Pablo” (indicada en el plano
de la Isla Menor
que en el primer tercio del siglo XIX levanta de la Isla Menor la Compañía de Navegación
del Guadalquivir), lo que nos lleva a suponer que los dominicos del antiguo
convento de San Pablo de Sevilla (la Magdalena) tendrían ganado en Isla Menor solo de
carne.
No sabemos mucho más al respecto de los
ganados bravos dominicos, salvo que el marqués de Tablantes nos transmite en
sus Anales que lidiaron sus toros en la Maestranza de Sevilla en los años 1.771 y 1.772
(36). El camino seguido aquellos años por los encierros sería el mismo que en
la actualidad: desde la Veta
de la Palma,
por las vetas que hoy se denominan María Cristina, buscando el camino del Hato
de los Jerónimos que discurría junto al río, pasarían por delante de la Ermita de Ntra. Sra. de
Guía, alcanzarían el Puntal de Maquique, el Hato de Cartuja, Veta de Senda y
discurriendo por la Cañada
Real en busca de la
Barca de San Antón
dejarían, aún dentro de la
Isla, a mano izquierda en la denominada Vuelta del Cojo y
Poco Abrigo de los jesuitas, que fueron después del ducado de Alba, y más hacia
poniente San Isidro, posiblemente
también de los jerónimos.
Pocas son las referencias que tenemos de
los agustinos ganaderos pero también hemos llegado a la conclusión que pastaron
su ganado en la Veta
de la Palma,
sucediendo de algún modo a los dominicos. También sabemos por el marqués de
Tablantes que lidian sus toros en la Maestranza en 1.784 y 1.793 (37).
Respecto a los jesuitas, el asunto se nos
presenta también peliagudo. En los documentos de la quiebra del colegio de San
Hermenegildo no encontramos datos. Tablantes en sus Anales tampoco nos ofrece
noticia alguna sobre la lidia de sus toros en la Maestranza, cuando
sabemos que vendían sementales y vacas y que lidiaron toros en distintas plazas
andaluzas en el siglo XVIII. A esto hay que añadir que la Compañía de Jesús es
expulsada de todos los dominios de España e Indias tras la Pragmática Sanción
de 2 de abril de 1.767 dictada por Carlos III, incautándose la corona de todos
los bienes de los jesuitas, lo que se llamó “temporalidades”
que fueron vendidos en pública subasta. Una de éstas “temporalidades” era el Cortijo de la Pizana que perteneció al
Colegio de San Hermenegildo, en término de Gerena, que fue adquirida por el Duque de Alba en
1.772. Desde la localidad anteriormente indicada hasta Aznalcazar, siguiendo la
cuenca del río Guadiamar, la Casa de Alba era propietaria
de distintas fincas, parte de ellas provenientes del Conde Duque de Olivares,
título que tras la muerte sin sucesión de Don Gaspar de Guzmán pasa por
diferentes casas nobiliarias hasta quedar unido en esta época a la de Alba. Sucede al duque comprador su hija Maria Pilar
Teresa Cayetana de Silva y Alvárez de Toledo, la Cayetana que pintara Goya
en porretas y, también, vestida, que según las malas lenguas fue amante del
pintor, entre otros, y que muere en
extrañas circunstancias, dijeron que envenenada, en 1.800. Le sucede su hermana
Maria Teresa casada con Carlos Fitz-James Stuart, duque de Berwick, de quien
descienden los duque de Alba de los siglos XIX y XX. Pues bien, en un
interesante trabajo, Mercedes Gamero Rojas (38) estudia los libros de cargo y
data de este latifundio sevillano constituido por esa serie de fincas próximas
entre sí en el periodo 1.778-1841, es decir, con posterioridad a la adquisición
por la Casa del
cortijo de la Pizana. Por
este trabajo sabemos de la importancia ganadera del latifundio como actividad
complementaria de primer orden, llegándose incluso a arrendar dehesas comunales
para el pasturaje del ganado vacuno, ovino, asnal, mular y caballar. Además, en
esta época, la Casa
de Alba detentaba la propiedad del Coto de Doñana, extensísimo territorio de
aprovechamiento ganadero en al menos un cincuenta por ciento. Sabemos por los
Anales del marqués de Tablantes que en 1.731 hay una partida en las cuentas de la Maestranza que reza
así: “379 reales en la comida de los que
anduvieron buscando toros en el Coto de Doña Ana, Almonte y la Palma”(39). Los toros de la Casa de Alba, al menos en
estas latitudes, se encuentran en el polo opuesto de la especialización; se
trata de toros salvajes de seis, siete o más años, absolutamente terroríficos,
carentes de las mínimas condiciones para que los toreros puedan conseguir algún
lucimiento. No aparece tan importante casa nobiliaria -muy implantada ya en
Andalucía y especialmente en el reino de Sevilla- como ganaderos en la Maestranza hasta
finales del siglo XVIII. Parece ser que hasta entonces sus titulares no
mostraron interés alguno por la fiesta y por la especialización en la cría de
ganado bravo. Nosotros aventuraremos una explicación. Evidentemente si
disponían de amplísimas dehesas, parece ser que se habían quedado rezagados en
cuanto a lo bravo, hasta que aparecen como ganaderos en la Maestranza en 1.793 y
en 1.796, con divisa pajiza y blanca, aunque no dudamos que lidiaran en otras
plazas importantes con anterioridad, incluso en la sevillana, dado, como ya
hemos repetido. el corto alcance de los Anales de Tablantes y el gran número de
años en que no se expresa la procedencia del ganado. Aparecen, así mismo, como
ganaderos reconocidos tras la compra de la “temporalidad”
de los jesuitas y puede que el motivo se encuentre en que tras la adquisición
en pública subasta del cortijo de la
Pizana, el duque de Alba se quedó también con la ganadería
brava seleccionada por los jesuitas. Así M. Gamero Rojas al estudiar las
cuentas correspondientes al decenio 1.789-1.799, nos dice que “pastaban vacas y toros en la Isla Mayor”(40). Estas vacas y toros no podían
ser otros que los que constituían la ganadería brava, siendo la Isla el lugar idóneo para su
crianza y pasturaje, independientemente de las extensas dehesas que la Casa de Alba tenía, incluso
arrendadas. La Isla Mayor
aparece así como un lugar especializado para la cría de esta especie; en ella
se encontraban gran número de ganaderías, disponiendo, como vimos, de extensos
toruños para guardar los machos con destino a la reproducción y a la fiesta. Posiblemente la Casa de Alba sólo continuó lo
que ya estaba iniciado con éxito por los jesuitas.
Por mera intuición situamos las dehesas
de la Compañía
de Jesús tras la confluencia del río Guadiamar con el brazo de la Torre y dentro de la Isla Mayor y hacia la
barca de San Antón, es decir, la
Vuelta del Cojo y Poco Abrigo. Para ello nos basamos en la
circunstancia de la confluencia en este
punto de cañadas y cordeles provenientes de las riberas del Guadiamar, siendo
el sitio más lógico, simplemente por cercanía con el extenso latifundio
dividido en varias fincas próximas entre sí y a la ribera indicada.
Curiosamente en 1.793, el ganado se
anuncia en la Maestranza
como del Duque de Alba y en 1.796 de la Duquesa, porque ya Cayetana ha heredado el título
y es en ese año cuando se produce su viaje a Andalucía, pasando unos días en el
Coto de Doñana en compañía de Goya. No hay constancia de que asistiera a la
corrida, pero es posible.
Hemos
situado en un plano la situación posible de las ganaderías fraileras y
nobiliarias, y ello sin pretensiones de rigor ya que por los datos de los que
actualmente disponemos no podemos llegar a más.
10.- También nos encontramos
en Los Papeles de la Ermita
con un tal Fray Juan Alonso ( año 1.730), fraile campista del cortijo de
“Las Erillas”. No sabemos gran cosa de este predio, suponemos que era netamente
agrícola y no ganadero y formaba parte del sector situado en la parte más
septentrional de la Isla
Mayor y próxima a su entrada. Salvador Fernández Alvarez en una obra publicada en 1.947 –“Prosas de
Vega y Marismas”, tan idílica como irreal- nos dice que “Las Erillas” es “un
cortijo lindero a la vega pero en la
Isla; si no estaba en su propio corazón, podía, con afinar
sus oídos, auscultarlo.” Debía estar
situado a la entrada de la Isla
por la antigua trocha de La
Puebla, llamándose vega también al territorio que se forma tras la corta del
Borrego en 1.816. Curiosamente el poeta nos vincula este predio agrícola,
juntamente con otros situados en sus proximidades, con la explotación ganadera
del mismo dueño en la finca Veta de la Palma. Es como si de alguna manera se hubiese
continuado con el sistema de explotación de los conventos y monasterios dentro
de la Isla Mayor.
Un asiduo ganadero en la Maestranza es el conde
del Aguila. El ganado de esta casa esta presente en el coso sevillano durante
todo el siglo y, salvo escasas excepciones, se encuentra presente en casi todos
los festejos siendo el que más repite, abarcando tres generaciones; es la primera la
correspondiente al primer conde nombrado por Felipe V, que también fue primer
Teniente de Hermano Mayor de la
Maestranza y
Veinticuatro de Sevilla, sucediéndole en el cargo su hijo y heredero del
título, Don Miguel de Espinosa y Tello de Guzmán, a quien debe corresponder la
etapa de esplendor de la ganadería, ya que su hijo, Juan Ignacio, fue asesinado por el populacho en 1.808,
cuando era joven, acusado de afrancesado. Este ultimo conde del Aguila, también
Veinticuatro y Maestrante, como los dos anteriores. Se trataba de un
hombre muy avanzado para la época, de
gran cultura; dejó un extenso archivo particular que aún hoy día es objeto de
numerosas consultas y estudios. Con este último conde se trunca lo que pudo ser
una de las ganaderías que más abocadas estaban a la definitiva especialización
de la cría del toro de lidia que se produce en el siglo XIX, sin perjuicio de
que estemos seguros de encontrarnos con una fuerte especialización sobre todo
en el último tercio del siglo XVIII.
El Conde del Aguila pastaba sus toros en Isla Menor y estimamos
que la finca de pasturaje no le pertenecía ya que, aunque privatizada en buena
parte, la Menor
seguía siendo de los propios de la ciudad. El conde se aprovecharía, sin duda,
de su cargo de Veinticuatro para no sólo
introducir ganado en la Menor,
sino de disfrutar como propia de una de sus mejores dehesas. Según algunos
mapas del siglo XVIII se situaba en lo que se denominaba Cabeza del Moro, es
decir, en lo que actualmente corresponde a la Isla Mínima tras la
apertura de la Corta
de los Jerónimos en 1.888, y, concretamente, dentro de la Mínima abarcaba lo que
luego se denominó Cerrado de la
Esperanza situándose el hato en lo que hoy es almacén y casa
de la finca, comenzando a la salida del actual casco urbano de Isla Mayor,
integrando su cementerio y llegando a la Corta de los Jerónimos, ocupando toda la banda
este-noreste de la Isla
Mínima. En 1.873, nos encontramos en dicho cerrado con la
vacada de Miura, pero eso ya corresponde al necesario estudio de la ganadería
brava isleña del XIX no pudiendo ser
objeto de estas breves páginas.
En los Papeles de la Ermita nos encontramos con una referencia al conde de
Mejorada, también nombrado por Felipe V y
también lidia sus toros en la Maestranza
hasta entrado en último tercio del siglo, aunque con mucha menor
frecuencia que el anterior. Así mismo el
siglo abarca tres generaciones de ganaderos, siendo el segundo una mujer, Doña
Inés Ortiz de Sandoval y Núñez de Prado, pero tal circunstancia no se cita en
los papeles que maneja Tablantes para sus Anales. Los condes de Mejorada eran
así mismo Veinticuatros y Maestrantes.
De éste título podemos saber que sacó
muchos toros de la Isla
Mayor, pero no sabemos dónde se situaba su hato, aunque sus
pastores estaban vinculados a la
Ermita de Ntra. Sra. de Guía, por lo que suponemos situado
por sus alrededores, al igual que la marquesa de San Juan cuya referencia esta
en los Papeles ( año 1.737) pero del que no sabemos más, sólo que vivía
en Madrid y regala un vestido a Ntra. Sra. de Guía.
11.- Junto a estos ganaderos mayores de lo
bravo, nos encontramos con una serie de
ganaderos menores, más locales, pero extraordinariamente interesantes para
conocer el ambiente ganadero de la
Isla de aquel siglo. En primer lugar nos encontramos sobre la
mitad del siglo que buena parte del ganado lidiado en la Maestranza pertenece a
“vecinos de Coria” en 1.745, que repiten en 1.746 (41). No nos indica sus
nombres porque no constarán en el archivo. No obstante en 1.746 sí nos dice que
parte de los toros pertenecen a una ganadera singular: la parroquia de Ntra.
Sra. de la Estrella
de Coria y en 1.747 nos dice que parte del ganado pertenece a “Los Ortega” de
Coria también. Qué duda cabe que estos ganaderos menores tenían sus toros en la Isla Mayor, la
tradición ganadera coriana es bien notoria y sus ganaderos siempre aprovecharon
sus pastos por su vecindad en villa comunera, llegando prácticamente hasta la
actualidad, al igual que los ganaderos de La Rinconada y al igual que
Luis Gil, ganadero de la Puebla
junto a Coria que lidia cinco toros en la Maestranza en 1.797 con divisa morada y blanca.
La parroquia de Ntra. Sra. de la Estrella poseía ganado
bravo porque percibía los diezmos de sus feligreses que eran ganaderos en la Isla y Ella también tendría
aquí sus ganados y su hierro, como lo
tuvo la Ermita
de Ntra. Sra. de Guía.
También nos encontramos en los Papeles (año
1.730) con otro eclesiástico, el arcediano de Carmona, seguramente clérigo
rico, que adquiriría ganado de los diezmos comprándolos al cabildo y eligiéndolos de entre los mejores de los
situados en el Cogujón del Arzobispo, mezclados con los de los frailes
jerónimos ( Este Cogujón estaba situado en o que ahora es finca arrocera de Don
Juan Antonio Ruiz “Espartaco”)
En el gran número de años en que la Maestranza no cita los
ganaderos por confiar el suministro a tratantes, se debieron lidiar muchos
toros de estos ganaderos menores reunidos de un sitio y de otro de la Isla en algún lugar junto a la Cañada Real por la
mano experta de Juan Santander, Juan Marchante, también picador, o por el
tratante y picador de larga carrera y de la Isla, Laureano Ortega, que picó en la Maestranza durante más
de treinta años. Todo ello sin olvidar el gran numero de festejos dados en la Maestranza y en otras
plazas y fiestas de las que no tenemos constancia.
12.- Nos basamos para la anterior manifestación en
el Estado de la ganadería brava que remite Olavide al ministro Aranda en 1.769.
Una ligera observación nos pone de manifiesto que el documento se basa en la
remisión de datos de los pueblos y villas.
Las vacadas más grandes están en Jerez con una tierra muy extensa, y aún
hoy, aunque recortada, tiene un gran término municipal y Medina Sidonia que
gozaba y goza de extenso término. En cuanto a Sevilla, no se nos indican las
vacadas, posiblemente por la situación de las mismas; por ello en la Puebla se sitúan 16 que junto con las villas comuneras se
alcanzan 47. Si contamos las cabezas de las villas comuneras se alcanzan 8.856
cabezas de vacas bravas y si a estas sumamos las de Santiponce y Gelves no
contempladas en el Estado indicado, seguramente por ser señoríos, la cifra
puede superar ampliamente las 10.000, ocupando el primer lugar. Además, el
sistema de pasturaje es singular dentro de la Isla Mayor como sabemos
y ello explica que aparezcan las toradas solo en La Puebla junto a Coria con
cuatro, lo que quiere decir que la explotación de los toruños era
verdaderamente comunal; siendo esta villa la segunda en obtención de toros de
lidia que para 1.768 fueron 433, frente a los 557 de Jerez y por encima de
Medina, Morón, Lebrija, etc. Si a aquella cifra le añadiéremos los toros de
Santiponce (monjes y cincuenta vecinos) y de Gelves, nos encontraríamos con una
cantidad de toros muy similar a Jerez. Ahora bien, si a los ganados de la Isla Mayor sumamos la
de los pueblos perimarismeños y de ambas bandas, gallega y morisca, como Pilas,
Aznalcazar, Dos Hermanas, Utrera, Las Cabezas y Lebrija y parte de los ganados
cartujos de Jerez que pastaban en las marismas de Alventos y Trebujena,
así como los cartujos de esa ciudad algunas de cuyas fincas lindaban con
marismas realengas (42), nos encontramos, ni más ni menos, que con el origen
del toro bravo actual.
13.- Este es el
momento de hacer algunas consideraciones que nos ayuden a comprender ciertas
claves de la especialización. Juan
Posada, Filiberto Mira, I. Vázquez, Romero de Solis, García Baquero y Bartolomé
Benassar ponen énfasis en dos cuestiones
principales y determinantes para la comprensión de este complejo y oscuro
asunto que ya se han analizado: la primera la constituye el inicio y papel
primordial de la Cartuja
de Jerez ; la segunda, la cuestión de los diezmos.
En cuanto a la primera no dudamos de
la importancia del monasterio jerezano, pero estamos obligados a puntualizar,
aún a riesgo de que se nos acuse de localistas. En primer lugar tenemos a la
cartuja sevillana como matriz de las otras dos, Jerez y Cazalla. Las cartujas
del reino de Sevilla eran ricas como apreciamos en la avenencia sobre diezmos
de 1.513, sobre todo la de las Cuevas, con grandes propiedades agrícolas y con
una cabaña ganadera que duplicaba la jerezana, según los datos que tenemos para
1.717 (43). Sabemos que llegando a la mitad de siglo, los covitanos son
expulsados de algunas dehesas comunales, por lo que debieron concentrarse,
entre otros lugares, en la
Isla Mayor. Sabemos que lidian toros en la Maestranza desde sus
comienzos . Sabemos que no llegan ni mucho menos ambas cartujas a la riqueza
ganadera de los jerónimos (San Isidro de Santiponce y San Jerónimo de
Buenavista). Conocemos el relato de la huida de los monjes covitanos en 1.810 a lomos de sus
sementales pasando por la
Dehesilla en La
Puebla junto a Coria, con lo que hay que poner en duda la
absoluta preponderancia de la cartuja de Jerez en la selección del caballo, el
cartujano.
Posada nos aporta un valioso documento de
principios del siglo XVII (44) en que la Chancillería de
Granada falla a favor de la
Cartuja de Santa María de la Defensión en Jerez y
contra el Concejo de aquella ciudad ante la reclamación de los monjes que se
consideraban lesionados en sus derechos
cuando los comisionados municipales apartaban toros del monasterio, sin permiso
de aquél, para correrlos y matarlos, porque por lo visto los pagaban mal y
tarde, lo que demuestra que no han cambiado mucho las cosas. Se ordena que en
lo sucesivo hagan trato y pago previo. Con ello el autor deduce, como no podía
ser de otra forma, que los cartujos ya poseían entre su ganado una buena
proporción de bravo o, en todo caso, morucho. Por nuestra parte nos resistimos
a creer que los comisionados por el Concejo –carniceros y conocedores del
ganado- entraran en los predios de los monjes, sin más, y se llevaran el
ganado. Posiblemente pastaban en dehesas de la ciudad y por ello lo tomaban con
una relativa libertad. En el inventario contenido en la avenencia sobre diezmos
de 1.513 vemos que la mitad de las grandes fincas de los cartujos jerezanos
lindan con “marismas realengas”. Los monjes debieron darse cuenta pronto que a
la selección metódica que practicaban ayudaba mucho el que las vacas y toros
“tomaran sangre” en la marisma, expresión que todavía existe en el argot de los
ganaderos comarcanos. Desgraciadamente ya no queda prácticamente marisma donde
tomar nada.
Posada, que debe estar bien informado,
nos dice que a principios del siglo XVIII la Cartuja de Jerez traspasa a la de Sevilla la
mitad de su ganado. Como quiera que fuere creemos que en la selección del bravo
son ambas cartujas las que tuvieron el protagonismo compartido. El magnífico
Hato de Cartuja ubicado en una zona exclusivamente ganadera, ya que la
agricultura incipiente es de mera subsistencia, tratando de limitarse sus
excesos, como pone de manifiesto Rodríguez Cárdenas (45) y la posibilidad,
confirmada por el mismo autor, de pasturaje cartujo en otros lugares de la Isla Mayor como la Veta de la Palma, nos muestra la
aplicación de unos métodos selectivos de
los que aprenden los ganaderos seglares que van tras los frailes en su
aplicación y que adquieren de diversas formas ganado de los mismos para formar
sus vacadas.
Si el matadero sevillano fue el
laboratorio donde se experimentan las formas incipientes del toreo moderno como manifiestan nuestros autores ya
comentados –Vázquez, García Baquero, Romero de Solis, Benassar- la Isla Mayor y Menor,
“término y jurisdicción de La
Puebla junto a Coria”,
marismas de Dos Hermanas, Utrera, Los Palacios, Lebrija, Trebujena y las
dehesas de Jerez, forman el eje que
constituye el laboratorio del toro moderno que de una forma u otra se nutre del
ganado cartujano, incluso a través de otros monjes, como dos de las principales
raices de la raza brava, la
Gallardo-Cabrera, la Vazqueña cruzada con Vistahermosa y la extinguida
de Espinosa; o copian sus métodos y se nutren en unas mismas fuentes andando un
camino parejo a los cartujos como los Rivas de Dos Hermanas, antecedentes de
Vistahermosa que es hoy el encaste predominante.
En cuanto a los diezmos, la Cartuja de las Cuevas
percibía las tercias reales de villas con términos muy amplios y muy ganaderos.
San Isidoro del Campo los percibía también de su parroquia de Santiponce a la que pertenecían, entre otros, los
cincuenta ganaderos de la Isla
vecinos de la villa señorial. No conocemos si la Cartuja de Jerez o la de
Cazalla percibía diezmos, pero sí sabemos de la conexión de sus economías y de
la filiación de hecho o derecho con la de las Cuevas. Los traspasos de ganados
entre unas y otras debieron ser frecuentes a lo largo de su existencia.
Este ganado proveniente de muchos
encastes constituía un magnífico
material para realizar cruces metódicos y estudiados con paciencia a fin de ir
aislando una raza de laboratorio de la que se nutren posteriormente otros
conventos como los dominicos jerezanos, los dominicos de San Jacinto de Triana,
tan importantes en lo bravo como misteriosos, los Agustinos de Sevilla y los
jesuítas, así como la nobleza, sobre todo la provinciana y un sector de la
burguesía emergente más o menos, o nada, ennoblecida. Todo ello referido al
siglo XVIII y los primeros años del XIX y, en concreto a la Isla Mayor, hasta la
invasión francesa. A partir de aquí es otra historia que nos proponemos
estudiar y que no puede ser objeto de estas breves páginas.
Los motivos que impulsaron a los cartujos
a generar una raza de toros fieros, que embestían y corneaban en la plaza todo
lo que se le pusiera por delante, siendo, además animales de una gran belleza,
los desconocemos, como desconocemos los motivos que tuvieron para producir unos
caballos tan hermosos. Antes apuntamos
que los pudo impulsar el deseo de estar entre las clases dominantes ante el
pueblo, también añadiremos que su actividad la impulsaba la demanda existente
de estos productos. La fiesta exigía poco a poco, un tipo de toro que se
adaptara a la evolución que estaba sufriendo y los frailes tenían la materia prima,
los espacios, el tiempo, la paciencia y el dinero necesario para producirlo y
perfeccionarlo. En otras latitudes fueron estos monjes los que aislaron
semillas nuevas más productivas, árboles frutales de más calidad y resistencia
que los existentes, métodos de cultivo, sistemas industriales, etc.
14.- Respecto a la nobleza que pastaba sus
vacadas en la Isla Mayor
en este siglo XVIII, tambien haremos una serie de consideraciones. Se trata
–con alguna excepción como la
Casa de Alba- de un nobleza provinciana, local. Casi todos
los títulos son concedidos por los Borbones de dicho siglo y especialmente por
Felipe V, tras la Guerra
de Sucesión premiando fidelidades, actos heróicos de 1.702 cuando la escuadra anglo-holandesa saqueó los
Puertos de Cádiz y otras memorables hazañas. Se trata de una nobleza muy
lugareña y alejada todavía, en cuanto a propiedades rústicas, de los grandes
latifundistas que originó el proceso desamortizador en la Baja Andalucía, sin
perjuicio de que algunas propiedades fueran considerablemente extensas. Sin
apenas lugares en que ejercieran jurisdicción, ocupan puesto y oficios en el
Concejo hispalense (Veinticuatros, Regidores) y otras ciudades. La gran
nobleza, al menos en estas latitudes, no ha entrado en el mundo del toro, salvo
Medina Sidonia y Alba.
Casi todos, antes o después, se nutren de
ganado cartujo de forma directa o a través de dominicos o jesuitas y entran en
el mundo de la cría del ganado bravo por prestigio.
Se encuentran muy emparentados entre sí.
De este modo los Espinosa (Condes del Aguila)
provienen del tronco común de Arcos, que a su vez están emparentados con
los Mejorada a través de los Nuñez de Prado y los primeros con los Ortiz de
Zúñiga (Montefuerte), Tello de Guzmán
(Paradas) y Fernández de Córdoba (Prado Castellano).
Ya vimos como se implanta en la Isla Menor el Conde del
Aguila. También tenemos noticias del conde de Mejorada y la marquesa de Montefuerte heredando
luego el título el mismo conde del Aguila. Esta trama nobiliaria en las
Islas explica de algún modo la fugacidad de los dominicos de San Jacinto de
Triana y de los mismos agustinos, así como la preferente ubicación de sus
ganados en la Isla Mayor.
Los dominicos trianeros se nutren y
forman sus vacadas a partir de los cartujos; según Posada, vía dominicos de
Jerez, aunque creemos más lógica su procedencia covitana. Parece que llegan
pronto a la crianza del toro bravo y por la descripción del ganado que ha
llegado a nosotros se trata de típicos cartujos. Desconocemos una actividad ganadera anterior
de estos frailes. Establecidos con probabilidad en la Veta de la Palma y posiblemente protegidos por algún noble
(Aguila, Mejorada, Montefuerte), desaparecen del panorama taurino hacia 1.774 o
1.775 desconociendo el motivo. No obstante, tanto en su aparición como en su
desaparición se han producido tres
hechos a tener en cuenta: Los dominicos
de San Jacinto en Triana surgen en el panorama taurino coincidiendo con una
profunda crisis en el seno del monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas,
que sin duda influyó en su economía y, sobre todo, en su organización, producido por el serio intento de enclaustrar
a los legos asumiendo los padres ordenados las relaciones con el mundo, crisis
que produjo heridas cerradas en falso ;
el segundo el pleito de la
Cartuja de las Cuevas con los vecinos de La Puebla que pretendían
expulsarlos de la Isla
Mayor, aduciendo su falta de vecindad, que venía precedida de
la expulsión de los covitanos de otras dehesas comunales; el tercer hecho lo
constituye la aparición potente y también fugaz de los ganados agustinos.
Parece como si en un momento dado, rebasada la mitad del siglo, los cartujos
covitanos tuvieran interés de deshacerse de parte de su ganadería brava y
posteriormente los dominicos trianeros.
Este último hecho merece un breve
análisis más concreto: Así, con anterioridad, hacia 1.762 los dominicos de San
Jacinto venden bastante ganado a Marcelino Bernardo de Quirós, presbítero de
Rota, y también a otros muchos ganaderos, entre ellos Francisco Martínez
Salido, de Bornos, que a su vez vende gran parte de estas reses a Maria Antonia
Espinosa Núñez de Prado, de Arcos de la Frontera. Esta
María Antonia es ya famosa ganadera cuando en 1.776 compra también reses de la Cartuja de Jerez para
aumentar la ganadería heredada de su padre y de la misma procedencia monacal. A
partir de los años ochenta del siglo es cuando adquiere verdadero renombre; con
anterioridad quien lidiaba toros era su marido, ganadero de Morón, Pedro
Bartolomé Angulo y Bohórquez (Maestranza 1.738 y 1.781) y luego lidia ella como
viuda de Angulo. La ganadería seguramente la llevaría el hermano, Rafael
Espinosa Núñez de Prado, ya que María Antonia era una anciana. Ambos eran hijos
del hermano del primer conde del Aguila y de Estefanía Núñez de Prado y
Maldonado, hermana de la esposa del primer conde de Mejorada, Sancha, y por
tanto, sus sobrinos. Tanto Aguila como Mejorada están en las Islas, el primero
en la Menor,
como ya vimos y el segundo en la
Mayor y ambos eran Veinticuatro y Regidor del Concejo
sevillano.
Aunque Posada nos diga que los dominicos
de Triana recibieron el ganado de sus hermanos jerezanos, no nos cita la
fuente. Es mucho más lógico que lo adquirieran de los cartujos de Sevilla, e
incluso sustituyeran a aquellos en el lugar de pastoreo ya que se trataba de
una ganadería brava y no podía ocupar cualquier dehesa. Lo más lógico es pensar
que estuviera dentro de la
Isla Mayor, que estaba perfectamente organizada para acoger
este ganado. Llegamos a los inicios del último tercio del siglo y, como antes
indicamos, parece ser que los dominicos están liquidando la ganadería. En
1.818, Rodríguez Cárdenas (46) nos descubre que en 1.818 en la Veta de la Palma hay un apartadero de
ganado de la Cartuja y próximo a éste un hato de la Marquesa de Montefuerte, casa emparentada con los
Espinosa sevillanos (Aguila), hasta el punto que Fernando Espinosa, hijo del
conde del Aguila asesinado en 1.808, une a este condado el marquesado de
Paradas y el de Montefuerte. Posiblemente, los cartujos que tenían ganado
además de en su hato, en la Veta
de la Palma,
transfirieron ganado y dehesa de la que disfrutaban en dicho lugar a los
dominicos de Triana, que no conocemos tuvieran gran tradición ganadera con
anterioridad y menos de bravo. Debe existir alguna relación de estas casas
nobiliarias con la orden de predicadores a fin de constituir una vacada para
los frailes mendicantes dado el buen precio que habían adquirido los toros
bravos sobre la mitad del siglo en adelante y el prestigio que suponía el
estatus de ganadero de bravo. Popularmente al apartadero y dehesa se le
seguiría llamando de Cartuja por haberla mandado construir los monjes de San
Bruno para su ganado. En 1.818, después
de la primera exclaustración forzada, las hambrunas y los desastres de la
guerra y la nueva idea política que surge del Cádiz de 1.812, algo tan delicado
y tan requerido de atención como una ganadería brava se encontraría en franco
declive terminal. Tampoco hay que olvidar las requisas de ganado para el
ejército; los franceses, entre las nueve comandancias en que dividieron el
antiguo reino de Sevilla, situaron una en Utrera y otra en Villamanrique. No
sabemos nada de ésta última, pero si de la de Utrera, de la que Don Manuel
Morales (47) nos ofrece amplio relato extraído de las actas del Concejo: El
comandante francés requería con todo tipo de
presiones, amenazas e incluso violencias, más y más ganado al Concejo para abastecer el
cuerpo de ejército que sitiaba Cádiz. Los alcaldes del común, se las veían y
deseaban para escatimar cuanto ganado podían al insaciable comandante.
Suponemos que por Villamanrique también se extraería numeroso ganado.
Pero, volviendo a nuestro relato, hay
más: Cuando desaparecen los dominicos trianeros del mapa taurino, surgen con
fuerza otros frailes sevillanos, los agustinos, del convento de San Agustín, en
la collación de San Roque, extramuros de la ciudad y frente a la capilla que
para esclavos y libertos negros erigiera el arzobispo Mena, fundador a la sazón
de la Cartuja
de Santa María de las Cuevas. Pues bien, en esta época de auge agustino o al
menos en los inicios de su también breve vida de ganaderos bravos, el prior del
convento no era otro que José Rafael Espinosa y Núñez de Prado, hermano de la
célebre Maria Antonia Espinosa y de Rafael, sobrino del Conde de Mejorada y
Primo del Conde del Aguila, que a su vez esta emparentado, hasta el punto de
unir el título, con el marquesado de Montefuerte, como vimos y como sabemos
tiene un hato en la Veta
de la Palma y
curiosamente cuando aparece la pujanza agustina, desaparece Mejorada como
ganadero, según podemos apreciar con la lectura de los Anales del marques de
Tablantes.
Sabemos que nos falta algún eslabón que
un día encontraremos partiendo de esas relaciones familiares de la nobleza
provinciana, la protección de ambos conventos, la sustitución de uno por otro y
lo que es seguro, el derecho que ejercían dominicos y agustinos sevillanos de
tener ganados en la Isla
Mayor como vecinos que eran de Sevilla.
No
sabemos que pasó con el ganado “espinosa” del conde del Aguila; prácticamente
desaparece a la par del ganado frailero de cartujos, isidros y agustinos. En
opinión de I. Vázquez Parladé, García Baquero y Romero de Solís, algunos
ganaderos del XVIII no pudieron resistir la fuerte especialización que imponían
Vázquez, Vistahermosa, y otros a fines de siglo y principios del XIX.
Los “espinosa” de Arcos se prolongan a
través de la viuda y a la vez sobrina de Rafael, también heredera de su madre,
María Antonia, llegando a los hermanos Zapata, uno de ellos presbítero. El
verdadero impulsor de la ganadería Zapata, Juan José Zapata Bueno, muere sin
sucesión y tras su paso por diferentes ganaderos llega a Esteban Hernández que
cruza las vacas fraileras con saltillos (vistahermosa), extinguiéndose la
ganadería en la guerra civil 1.936-39.
Distinto destino les esperaba a otras dos
ramas fraileras: Así, el ganado adquirido por Marcelino Bernardo de Quirós,
presbítero de Rota, a los dominicos de San Jacinto de Triana, es vendido por
éste a finales del XVIII, en parte, al también presbítero de Rota, Francisco
Trapero, que les agrega vistahermosa y el grueso de la ganadería a los hermanos
Gallardo del Puerto de Santa María, que por distintos conductos llega a Miura y
Pablo Romero. También llega a Miura
ganado de otra ganadería típicamente cartuja desde 1.740, comenzando en Utrera
y pasando por Arcos, cual es la de Cabrera. Curiosamente Miura parece volver a
los orígenes isleños de sus toros, así nos lo encontramos en 1.873 (plano
topográfico del término de La
Puebla del Río) en la Isla Menor, hoy Isla Mínima, ocupando el cerrado
de La Esperanza,
el mismo que ocupara el Conde del Aguila, lindante con el actual casco urbano de Isla Mayor, Brazo de
los Jerónimos por medio, y frente a la Ermita de Ntra. Sra. de Guía. Aún en 1.906 seguía
en el mismo sitio como nos asegura J. González Artega (48) examinando el censo
ganadero del archivo municipal de La
Puebla del Rio.
Con sangre cartuja muy diluida nos
encontramos en la Isla
Mayor y en las marismas de la margen derecha en el siglo XIX
a Concha y Sierra, Moreno Santamaría y ya en el XX a Francisco Campos Peña. Con sangre cartuja
mucho mas pura, aunque sin llegar a la pureza de Miura, nos encontramos con
Pablo Romero. (49)
15.- Aunque la
visión panorámica del ganado frailero en la Isla Mayor ya esta
agotado pues de momento no disponemos de más datos, no podemos terminar, por las implicaciones
que observamos, sin un abreve referencia a la génesis del encaste
“vistahermosa” y “vázquez”.
El utrerano Gregorio Vázquez, hacia
1.755 reúne reses de origen cartujo procedentes de Ulloa, Cabrera y Juan José
Bécquer. Fallecido éste, le hereda su hijo Vicente José Vázquez con el que la ganadería
adquiere renombre. Tras el mestizaje de las diversas estirpes quiere adquirir
reses del Conde de Vistahermosa, intentándolo durante algunos años sin éxito.
Hombre adinerado, acude a una estratagema, cual es pujar por el arrendamiento
de los diezmos de Utrera, es decir, que se convierte en diezmero con lo que se hace con reses del
conde mediante la percepción en especie del tributo eclesiástico, con lo que
puede cruzar su ganadería con “vistahermosa”, adquiriendo gran fama a partir de
1.790. Otra vez nos encontramos con los diezmos y también vemos como un miembro
de la burguesía adinerada sevillana se ennoblece con la ayuda de su estatus de
ganadero de bravo, pues en 1.819 Fernando VII le concede el título de conde del
Guadalete con título previo de Vizconde de San Vicente. “Cuéntase que fue Vázquez el ganadero que mayor cantidad de reses
bravas llegó a poseer, incluso se afirma –posiblemente con exageración- que
alcanzó la cifra de ocho mil vacas de vientre y más de dos mil de toros. Fue
ganadero de por vida y tras serlo durante medio siglo, falleció sin herederos
forzosos, el 11 de febrero de 1.830”
(50). El juez especial de la testamentería vende la parte más importante de la
vacada al rey Fernando VII, que adquiere para la Real vacada mas de 700 cabezas.
El mayoral de Vázquez, el utrerano Sebastián Miguez , fue el encargado de
reunir el ganado desde nueve dehesas distintas en “Casaluenga”, la que fue de la Cartuja de las Cuevas y en “Casanieves”, junto a nuestra torre de
Benamajón, lo que hace suponer que gran parte de la vacada estaba en la Isla Mayor, ya que en
lugar muy próximo se encontraba el puente de barcas construido por el Marqués
de Casa Riera en sustitución del barcaje
de San Antón. Tras el fallecimiento del rey, la reina Maria Cristina
vende la Real Vacada
a los duques de Osuna y Veragua y previamente el rey había regalado a su
sobrino el rey de Portugal cien vacas y dos sementales. No obstante, también
previamente, en 1.832, José María Benjumea y Francisco Taviel de Andrade,
habían adquirido importantes porciones de esta vacada fundacional. A través de
Taviel de Andrade, llega la raza “vazqueña” a
Fernando de la Concha
y Sierra y a ocupar las antiguas dehesas de su orígenes, las del Hato de
Cartuja, en la Isla Mayor,
rebautizado con el nombre de “La
Abundancia”.
El primer conde de Vistahermosa fue Pedro Luis de Ulloa y Calís, título otorgado
en 1.765, con el previo de Vizconde de la Vega, que nace, vive y muere en Utrera en 1,776.
No hay que confundirlo con el también ganadero Benito Ulloa Ledesma y su hijo,
el marqués de Casa Ulloa. Cuando contaba alrededor de setenta años, sobre
1.770, funda la ganadería de bravo cuyo encaste ha llegado a nuestros días en
el ochenta por ciento, al menos, de las ganaderías actuales. Constituye su ganadería de forma completa
mediante compra de vacas y sementales a
los Rivas de Dos Hermanas.
Todos los tratadistas han envuelto a
estos Rivas en un halo de misterio, pese a que su apellido ganadero aparece, con distintos nombres, de forma
reiterada desde 1.733 hasta 1.770 en los Anales de la Maestranza del Marqués
de Tablantes (51). Se ha dicho de todo;
que si eran labradores modestos; que si sus toros se extraían de los que no
servían para la labor, etc. Finalmente,
un joven investigador que se oculta con el seudónimo de “Alonso de Dos
Hermanas” arroja luz sobre el tema. Los Rivas constituían una familia larga y
muy extendida y arraigada en la villa nazarena; unos miembros pertenecían al
estado llano y otros al nobiliario. Se tienen noticias de los mismos en los
documentos del Ayuntamiento desde 1.525. Desde esta fecha hasta la venta de la
ganadería al conde de Vistahermosa, miembros de la familia Rivas “ocuparon diferentes cargos en el Concejo
Nazareno, tanto como Alcaldes ordinarios por el estado noble como por el estado
llano, fiel Administrador de las alcábalas del viento canales dentro, aforador
que procediera a la tasación del vino o aceite, apeadores de la villa, Teniente
de regidor perpetuo, Fiscal de la justicia ordinaria, Concejales de la villa de
señorío, Diputado de millones, Diputado para arbitrios, Diputado de ventas,
Diputado para el repartimiento de alcábalas, unos por cientos, servicio
ordinario e impuestos de cuarteles, Veedores sobre materias de panes, viñas,
olivares y huertas, trigo y semillas y, de forma esporádica, los daños causados
por temporales o por el ganado de forma fortuita, Alcalde mayor de la villa,
Juez de Alcábalas, Alguacil Mayor, Teniente de Alguacil mayor, Regidor
representante del estado noble y del estado llano, Regidor perpetuo de la
villa, etc., etc.,”(52). Es
fácil suponer, y para su total confirmación
habría que investigar en los archivos eclesiásticos, que algunos
miembros de la familia Rivas fueron diezmeros, es decir, arrendadores de los
diezmos a cuyo pago estaban obligados los vecinos de Dos Hermanas. Es fácil
suponer que siguieron el mismo camino de los monjes cartujos para la selección
del ganado y que comenzaron en fechas muy anteriores a los comienzos del siglo
XVIII. Esta familia, además, era dueña de casi todo el término de “La Serrezuela”, siendo sus
miembros arrendatarios de grandes predios de propietarios absentistas del
estado noble o eclesiástico. “La
Serrezuela” era una finca fundamentalmente de labor, aunque
tenía dehesas que, suponemos, eran boyales. La ganadería brava de los distintos
miembros de la familia debería pastar en
lugares adecuados de las marismas o de las islas. No obstante, el autor comentado nos dice
que en término de Dos Hermanas habían
otros ganaderos notables, que aparecen con reiteración a lo largo del XVIII en
los Anales del marqués de Tablantes, como José Maestre, Luis Ibarburu y el marqués de Vallehermoso, pero que ninguno de
éstos poseía dehesas propias y sólo la familia Rivas las tenía en “La Serrezuela”(53). No
podemos estar totalmente de acuerdo. El mismo “Alonso de Dos Hermanas” nos
sitúa perfectamente la casa solariega de los Rivas: “En la vereda de la
Mata Chaparro (actual carretera de la Isla, en su tramo entre
Fuente del Rey y el cruce de la carretera de Dos Hermanas a la Isla), a la altura de la
confluencia entre la vereda de Mata Chaparro y el camino de Fuente del rey al
Oeste y el Cortijo de los Merinales al Este, estaba situada la Casa de los Rivas, según
plano reconstruido del término de Dos Hermanas del siglo XVII.”(54) . La
familia Rivas, como los restantes ganaderos de la villa nazarena citados,
pastarían lo mas selecto de sus vacadas en tierras de marismas de la margen
izquierda y, concretamente, los Rivas, por la situación de su casa solar,
pastarían lo selecto de su vacada en la Isla Menor, perfectamente preparada para acoger
este ganado, en un lugar situado entre las “Isletas del Rubio” y lo que hoy es
finca “Colonia San Vicente Ferrer” (“Casudis”).
El primer Conde de Vistahermosa traslada
el ganado adquirido a la dehesa utrerana de “Salvador Díaz” (55) y el ganado es
elegido con la ayuda de un experto, el mayoral Francisco Jiménez, “Curro el
Rubio”. Creemos así mismo que lo selecto de las hembras quedarían en Isla Menor;
no olvidemos que gran parte de la misma era de los propios de Sevilla todavía.
Tras la
muerte de la ultima condesa de Vistahermosa, el condado pasa a su primo el
Marques de Casa Ulloa. No obstante en 1.823, gran parte de la ganadería fue
adquirida por Juan Domínguez Ortiz, “El
Barbero de Utrera” de donde derivan casi
todos los encastes vistahermosa actuales que llegan de una forma u otra al
ochenta por ciento de la sangre brava actual. Entramos así en pleno siglo XIX
que supera en mucho el objeto de estas breves páginas.
NOTAS
III.- EL GANADO
BRAVO EN LA ISLA MAYOR.
LA ERMITA
GANADERA DEL SIGLO XVIII
1.
Pedro Romero de Solís. “Simbolismo
y alimento: La determinación silvestre de la alimentación en las marismas del
Guadalquivir”. (El folk-lore andaluz 9). Sevilla 1.992. Pág.33
2.
2. Matías Rodríguez Cárdenas.
“Historia de la Isla Mayor
del Guadalquivir (desde su formación hasta nuestros días)”. Isla Mayor 1.994.
Págs. 47 y ss.
3.
Francisco de Borja Palomo.
“Historia crítica de las riadas o grande avenidas del Guadalquivir en
Sevilla”.Sevilla 1.878. Págs. 227, 244, 290, 382, 413 y 485.
4.
Ricardo de Rojas Solís, Marques de
Tablantes. “Anales de la Plaza
de Toros de Sevilla, 1.730-1.735”.
Sevilla 1.917. Págs. 33 t ss.
5.
Ibidem. Pág. 55
6.
José María de Cossio. “Los Toros”.
Madrid 1.943. Tomo I, pág. 248.
7.
Antonio García-Baquero González,
Pedro Romero de Solís, Ignacio Vázquez Parladé. “Sevilla y la fiesta de toros”.
Sevilla 1.980. Pág. 119.
8.
Ibidem. Pág. 122.
9.
Ibidem. Pág. 122.
10. Ibidem.
Pág. 123.
11. María
Parias Sainz de Rozas. “El mercado de la tierra sevillana en el siglo XIX”.
Sevilla 1.989.
12. Juan
Posada. “De Paquiro a Paula, en el rincón del sur”. Madrid 1.987.
13. Filiberto
Mira Blasco.”El toro bravo. Hierros y encastes”. Barcelona 1.979.
14. Bartolomé
Benassar. “Historia de la
Tauromaquia”. Ronda 2.000.
15.
Partida I, Título XX, Ley I.
16. María
Antonia Carmona Ruiz. “La ganadería en el Reino de Sevilla durante la Baja edad Media”. Sevilla
1.998. Pág. 443.
17. “Diplomatario
Andaluz de Alfonso X.”. Edición de Manuel González Jiménez. Sevilla 1.991. Pág.
184.
18. Ibidem.
Pag. 451 y 465
19. Ibidem.
Pág. 429
20. Archivo
de la Catedral
de Sevilla. Sección IX: F.H.G. Indice Alfabético de Materias. Cartuja de las
Cuevas 90,2; 93, 14-19; 94, 1, 4.
21. Juan
José Antequera Luengo. “La
Cartuja de Sevilla”. Madrid 1.992. Pág. 43.
22. Ibidem.
Pág. 46
23. Antonio
González Gómez. “Las propiedades agrícolas de la Orden Cartuja en el
antiguo Reino de Sevilla, según un inventario del año 1.513. Sevilla 1.981. RAH
193-194. Pág.59
24. J.
J. Antequera Luengo. Opus cit. Pág. 56.
25. Ricardo
de Rojas Solís. Opus cit. Págs. 55 y ss.
26. Archivo
Municipal de Sevilla, Secc. XVI, nº 17, Folios 39v. y 41v.
27. Ricardo
de Rojas Solís. Opus cit. Pág. 177.
28. Antonio
González Gómez, opus cit.
29. J.
J. Antequera Luengo, opus cit. Pág. 62
30. Manuel
González Jiménez. “Un manuscrito sevillano sobre agricultura: El libro de
hacienda del monasterio de San Isidoro del Campo”. Sevilla 1.974. RAH 174. Pág.
49.
31. Antonio
Domínguez Ortiz. “Santiponce y el monasterio de San Isidoro del Campo”. Sevilla
1.977. RAH 183. Pág. 71.
32. María
Antonia Carmona Ruiz, opus cit. Págs. 116 y 496.
33. Antonio
Luis López Martínez. “La economía de las órdenes religiosas en el Antiguo
Régimen”. Sevilla 1.992. Pág. 312.
34. Ricardo
de Rojas Solís, opus cit. Págs. 55 y ss.
35. Juan
Posada, opus cit. Págs. 33 y ss.
36. Ricardo
de Rojas Solis, opus cit. Págs. 55 y ss.
37. Ibidem.
Págs. 55 y ss.
38. Mercedes
Gamero Rojas. “Explotación agraria y comercialización en el campo sevillano
1.778-1.841 (estudio de un latifundio de la Casa de Alba)”Sevilla 1.981. RAH 193-194.
Pág.287.
39. Ricardo
de Rojas Solis, opus cit. Pág. 60.
40. Mercedes
Gamero Rojas, opus cit.
41. Ricardo
de Rojas Solis. Opus cit. Págs. 55 y ss.
42. Antonio
González gómez, opus cit.
43. Antonio
Luis López Martínez, opus cit. Pág. 312.
44. Juan
Posada, opus cit. Pág. 28.
45. Matías
Rodríguez Cárdenas, opus cit. Págs 72 y ss.
46. Ibidem.
Págs. 75 y 82.
47. Manuel
Morales Alvarez. “Los franceses en Utrera (Notas para la historia local)” Volumen V. Utrera 1.990.
48. José
González Arteaga. La Puebla
del río 2.001 (Revista “El Sabio Alfonso” de la Asociación Cultural
“La Guardia”).
49. Filiberto
Mira, opus cit. Págs. 125 y ss.
50. Ibidem.
Pág. 59 y ss.
51. Ricardo
de Rojas Solis, opus cit. Págs. 55 y ss.
52. Alonso
de Dos Hermanas. “La ganadería de reses bravas de los Rivas de Dos hermanas”.
Dos Hermanas 2.001 (Revista de feria y fiestas). Pág. 9
53. Ibidem.
Pág. 11
54. Ibidem.
Pág. 12
55. Filiberto
Mira, opus cit. Pág. 150.
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