LA MILICIA URBANA Y LOS
ATAQUES INGLESES A LAS COSTAS DE CÁDIZ
La compañía
de milicias de La Puebla
1. Sobre la milicia urbana, tropas de composición
local, no existen estudios completos, era prácticamente el único ejército
interior de la Península
durante la época de los Austrias. Los estudios son locales o comarcales,
fragmentados a veces y llenos de lagunas. Las villas señoriales tienen
documentación más completa que las realengas, interesándonos en este momento
aquellas que estaban dentro de las veinte leguas de la costa o más al interior
pero cercana a la misma. Carecemos de documentación sobre la compañía de
milicias estable en La
Puebla. Las noticias que de ella tenemos se obtienen de forma
indirecta. Siendo nuestra villa collación y guarda de Sevilla, su compañía
dependía de la Ciudad
y era su Asistente el Capitán General de todas las milicias de Sevilla y su
tierra. Su condición de collación de Sevilla hace suponer, en un principio, que
su documentación la deberíamos hallar en el Archivo Municipal hispalense, aunque no he encontrado nada;
sólo referencias indirectas en el Archivo Histórico de Protocolos Notariales y
las noticias de dos Relaciones de 1625 y de 1.702 de defensa de Cádiz y sus
puertos y las villas de Sanlúcar de Barrameda, Chipiona, Rota y el resto de
dicha costa. Ni siquiera hay noticias al respecto en documentos generados por
el Alférez Mayor de la villa cuyo oficio por los años cuarenta del siglo XVII
lo había adquirido Mateo de la
Fuente; debería tratarse de oficio meramente figurativo, reminiscencia medieval
sin trascendencia alguna en esas fechas.
No
debemos confundir estas milicias de carácter urbano, luego integradas en los
Tercios de Milicias Provinciales, con las tropas vecinales o milicias
concejiles que desde la Edad Media hasta la conquista de Granada se formaban en
ciudades, villas y lugares, tras el llamamiento del rey, especialmente para la
guerra de reconquista y su defensa
posterior. El Alférez Mayor enarbolaba el Pendón de la Ciudad y a él acudían y
tras él marchaban las huestes concejiles repartidas por collaciones y villas de
la tierra, a las que se unían las de los
señores jurisdiccionales, seguidos por todos los servicios de intendencia. La
caballería se nutría en gran medida por hidalgos y los llamados caballeros
cuantiosos, es decir, aquellos vecinos del estado general con capacidad
económica suficiente para mantener un caballo apto para la guerra, así como el
armamento correspondiente, siendo esta una forma de alcanzar un status
nobiliario. Esta situación es muy particular en Andalucía, que se alarga hasta
la conquista del Reino de Granada. A la guerra debían acudir tanto los llamados
del estado general como todos los nobles por obligación y algunos sectores a
cambio de privilegios, como los pescadores del Guadalquivir que debían formar
la marinería de las galeras, en la que se embarcaban tres meses de verano en
funciones de guardacostas o en caso de guerra, bajo el mando del maestre de la
nave donde también se embarcaban tropas, dando origen a la Infantería de Marina,
junto con la llamada “chusma marinera” con funciones auxiliares que también
entraban en combate en caso necesario, y
los galeotes bien a sueldo o cumpliendo condena.
Nos
referiremos en estas páginas a la Andalucía Baja, la más cercana a la costa por ser
la que fundamentalmente interesa para entender la imbricación de la compañía de
La Puebla en
el sistema general.
Nuestra
compañía existió, sin duda, primero con carácter que podríamos llamar autónomo,
y, en la segunda mitad del siglo XVII,
integrada en la
Sargentía de Coria, formando parte de las compañías que se
formaron en el Aljarafe, debido principalmente al espectacular descenso de la
población en general y especialmente en La Puebla.
En
primer lugar centraremos el asunto basándonos en algunos trabajos de calidad
para acercarnos al estudio de nuestra compañía. Entre estos trabajos destaca el
de Contreras Gay de la
Universidad de Almería (1),
Mª del Carmen Samaniego Martí de la Universidad de la Rioja (2), y Patrón Sandoval (3)
El Imperio tenía unidades estables, de gran magnitud, que alcanzarían a
formar lo que hoy se denomina cuerpo de ejército, éstas eran fundamentalmente
los Tercios como los de Flandes, Italia… etc, que estaban fuera de la Península; también en el
interior de la misma mantenían unidades
estables menores como las Guardias Viejas de Castilla, cuerpo de caballería
ligera que estaba desplegada en Navarra y Castilla la Vieja, alcanzando
escasamente los mil quinientos efectivos. Los soldados que integraban estas
unidades eran profesionales; así en los Tercios encontramos junto a españoles
(principalmente asturianos, castellanos y andaluces) a naturales de todos los
países europeos y no sólo de aquellos que formaban el Imperio. Eran tropas que
servían por la soldada y que acababan sus días, cuando ya no servían para
soportar los rigores de la campaña, como
dotación de castillos, plazas fuertes,
fronteras, etc, o embarcados en galeras dando origen a la infantería de marina,
como antes expusimos, temible en los abordajes, recuérdese su importante
participación en Lepanto. También debemos tener en cuenta los integrantes de
las Guardas de Costa que prestaban servicio permanente en los presidios y
fortalezas de Andalucía y todo el Levante, es decir, Murcia, Valencia y
Cataluña, así como en Galicia y las plazas fuertes costeras del País Vasco. Por
su parte los Tercios, raramente entraban en el interior de la Península, o lo hacían en
situaciones de especial gravedad, así Don Juan de Austria trae parte de los Tercios de Italia para resolver
la guerra de las Alpujarras.
Ahora
bien, estas unidades estables en el interior de la Península eran de todo
punto insuficientes en una situación de guerra y sobre todo de emergencia
bélica. La organización de las huestes concejiles, de origen medieval, se había
ido abandonando desde los años finales del reinado de Los Reyes Católicos y el
proceso de creación de la nueva milicia resultó ser largo y complicado, por lo
que expondremos el mismo de forma esquemática:
-
El proceso de reclutamiento comienza con Carlos V,
a la sazón en guerra con Francia que se prolonga hasta los primeros años del
reinado de su hijo Felipe II. Se contaban los hombres que hacían falta y el Consejo de Guerra seleccionaba los
distritos de reclutamiento necesarios y el rey nombraba un capitán para cada
uno de ellos. El capitán nombrado comparecía ante el Concejo de la ciudad o
villa y pedía autorización y, una vez concedida, ejercía su “derecho a tocar caxa y enarbolar bandera”
o lo que es lo mismo, mandaba tocar el tambor en los lugares públicos para
aquel que voluntariamente quisiera alistarse sentara plaza en la bandera. Este
sistema de reclutamiento siempre se llevó a cabo al menos hasta la reforma de
1.704. La figura del capitán era de suma importancia; pertenecía casi siempre a
la nobleza menor no titulada, con formación militar o sin ella, de conocido
prestigio en la localidad, perteneciente a su oligarquía, que debía cuidar del
vestido, armamento, adiestramiento y pago de los hombres de su compañía,
que se alistaban en función del
conocimiento y prestigio social de su capitán.
En este primer periodo las
consecuencias de la guerra con Francia se reducían a las regiones fronterizas
de los Pirineos y al Levante, por ello estimamos que en este primer periodo no
llegó a formarse la compañía estable de La Puebla.
-
En 1.562, Felipe II anunció la creación de una
Milicia en toda la Península,
consistiendo ésta en una reserva ciudadana integrada por voluntarios
debidamente adiestrados, mandada por oficiales nombrados por el rey y con
destino a la prestación de servicio dentro del reino. Felipe II se dio cuenta
de la necesidad de que los municipios acudieran a su propia defensa de forma
organizada (lo que se puso en evidencia con los ataques ingleses a Vigo en
1.585 y a Cádiz en 1.587 y 1.596) y cuyos costes debían afrontarlos los
municipios, en función del reparto que se hiciera. Este sistema de
financiación se mantuvo al menos hasta
la reforma de 1.704 y tenemos documentos del pago realizado por La Puebla cuando el Concejo
debía recurrir al arrendamiento de bienes de propios para pago de impuestos,
casi siempre dehesas y casi siempre la Cartuja de Santa María de las Cuevas como
arrendatario. Así en 1.685 se arrienda la Dehesa de Abajo (4), en 1.689 la Dehesa Nueva de los
Fontanales (5) y en 1.694 y 1.697 se arrienda el Agostadero de
Afuera a causa de la Guerra
con Cataluña y Navarra en el periodo de la guerra con Francia en las
postrimerías del reinado de Carlos II (6).
-
El escaso interés del personal por alistarse hizo
que las Cortes reunidas en Madrid en 1.566 solicitaran la disolución de la Milicia, lo que
motivó que soldados regulares a sueldo
de la corona fueran los encargados de la vigilancia de fronteras y costas, que
poco podrían con una invasión a gran escala. Esta situación quedo probada con
el ataque a Cádiz del pirata Drake (Sir Francis Drake) en 1.587 y, sobre todo,
en el ataque y saqueo de Cádiz en 1.596 con una flota mandada por el almirante
Howard y tropas anglo-holandesas mandadas por el conde de Essex. Tras este
desastre se pensó seriamente en reconstituir la Milicia con el patrón
existente hasta 1.566. Así, las primeras Ordenanzas Generales fueron publicadas
en 1.590 y tras su fracaso, se probó nuevamente en 1.598, que nunca fueron
efectivas, salvo en Galicia y Andalucía por el peligro inglés fundamentalmente,
y Valencia y Cataluña por un Mediterráneo lleno de turcos, piratas y franceses.
-
De acuerdo con
lo indicado, en todas las ciudades y villas situadas dentro de las veinte
leguas de la costa las compañías siguieron existiendo siempre, pese a la
disolución solicitada por las Cortes de Madrid, por lo que estimamos que
Sevilla y su jurisdicción siguió con sus compañías más estables en la primera y
segunda línea en la que se sitúa La
Puebla, con el añadido de la guarda del río, por lo que
podemos dar la fecha de constitución en los meses posteriores a la orden real
de 1.562, en que su primer capitán nombrado por el rey pidió autorización al
Concejo para levantar bandera y tocar el tambor, llamando a aquellos que
quisieran alistarse. Seguro que el curioso lector daría cualquier cosa por
saber cómo era esa bandera; yo también. Es posible que sobre el fondo carmesí
de la Ciudad
de Sevilla, a la que pertenecía la guarda y collación de La Puebla, figurara pintada
alguna imagen sagrada de devoción en la localidad, lo que era muy del gusto de
la época.
-
Pese a la permanencia de estas compañías, y su
relativo adiestramiento, no se pudo evitar su fracaso en la guerra de Las
Alpujarras, en que Don Juan de Austria tuvo que trasladar parte de los Tercios
de Italia, como antes expusimos, y tampoco
pudo evitarse el desastre de Cádiz
en 1.596 debido al escaso número de sus efectivos, a la bisoñez de las
compañías enviadas por el duque de Medina Sidonia procedentes de las villas de
su señorío más próximas a la bahía y a
una total falta de organización. Es por ello que en los meses siguientes el
Secretario de Guerra, Andrés de Prada, se esforzara en la leva de soldaos para
estas compañías encontrándose con que “la
mayor parte es gente ruyn y que no ay hombre honrrado que quiera sentarse”
-
Bajo Felipe III, instaurada la paz con Francia, Inglaterra y Holanda, se reducen
los costes de estas compañías, aunque en 1.618 otra vez estábamos en guerra, y
sobre todo el peligro inglés en alianza con los holandeses, provoca una
recuperación de las compañías haciendo recaer en el poder concejil la
responsabilidad de pagar las guarniciones y proveerla de hombres. Es, por
tanto, el Asistente el que procura su pago a cargo de la Ciudad y villas y lugares
de su tierra. Lo que correspondía a La Puebla se ingresaba en su capital y era ella la
que disponía los pagos y el modo de recaudación. Desconocemos el sistema en
estos años, sólo sabemos que a partir de 1.685 se reparten a La Puebla los servicios de
milicias, como hemos visto, a cuyo pago se atendía, dada la pobreza de los
vecinos, con lo recaudado por el arrendamiento de los bienes de propios. Pero lo que si observamos es que el reparto
del servicio de milicias llega a La
Puebla cunado ya no tiene una compañía completa sino parte de
ella integrada o otra formada con otros elementos de pueblos del Aljarafe.
-
En definitiva, es a partir de 1.618 cuando intuimos
un asentamiento de la compañía estable de La Puebla, sobre todo en la Relación del ataque
inglés a Cádiz y su costa en 1.625 y el nombramiento del todopoderoso conde
duque de Olivares, Don Gaspar de Guzmán, como Capitán General de las Milicias
de Sevilla y su tierra el 1.627, cuando el valido de Felipe IV solicita por
primera vez el señorío jurisdiccional de
La Puebla y su
término, que no obtendrá hasta 1.641, uniendo a la justificación del peligro
inglés el intento de segregación del duque de Medina Sidonia y la independencia
y guerra con Portugal y descargar al
Asistente de su grave responsabilidad al respecto.
-
Posteriormente, en 1.630, se ordenan las Sargentías
Mayores y se les asigna un término. A los Sargentos Mayores se asimilan
los comandantes de batallón de los
actuales regimientos de infantería. A la Sargentía Mayor de
Coria pertenecía la compañía de La
Puebla, con un término que incluía villas y lugares del
comarcano Aljarafe. En esta margen derecha del Guadalquivir nos encontramos con
las Sargentías Mayores, demás de la de Coria, de Aznalcázar y de Manzanilla y
con las de Utrera y Lebrija en la margen izquierda. El paso posterior es la
organización en 1.637 de los Tercios Provinciales de Milicias y es a partir de
estas fechas cuando la Milicia
adquiere verdadera importancia y se convierte en un ejército interior más o
menos organizado, pagado y armado por los municipios.
-
Dos años después nos aparece en los papeles del
Archivo Histórico de Protocolos el nombre de su capitán Don Fernando de
Salcedo, como consecuencia de la testamentaría de su esposa, Catalina de
Cevallos (7), y en la almoneda que se celebra el año siguiente (8) y concediendo carta de pago por la venta de
una esclava procedente de la misma testamentaría puesta en almoneda (9),
sucediéndole en el cargo su propio hijo Nicolás de Salcedo (10), que en
otros documentos aparece como Nicolás Hurtado de Salcedo o Nicolás Hurtado de
Mendoza (11). Estos, junto
con los capitanes Don Fernando Bravo de Vargas y Don Juan Andrés de Nestares de
los que luego nos ocuparemos, son los únicos capitanes cuyos nombres he logrado
hallar siempre en documentos indirectos, que no tratan de la compañía sino de
negocios particulares de sus capitanes, salvo el último de ellos. Del mismo
modo, en 1.653 nos encontramos con el
nombre del Sargento Mayor de Coria y su partido, a la que pertenecía la
compañía de La Puebla,
con ocasión de la compra de un esclavo, este era “el capitán Diego Solórzano Jaraquemada, Sargento Mayor del partido de
Coria y vecino de la ciudad de Sevilla”(12)
-
El conde duque
de Olivares, si bien no pudo obtener el señorío de La Puebla en 1.627, tras la
dura experiencia de dos años antes con el ataque inglés y holandés a Cádiz, si
pudo obtener al principio de la década de los treinta el señorío de Coria y
casi de forma inmediata la propiedad del
barcaje y del oficio de Alguacil Mayor de la villa ribereña donde por estos
años invernaban las galeras reales repartidas entre Coria, y el puerto del
Borrego, dada la prohibición de atracar en Sevilla debido a los conflictos que
producía la soldadesca embarcada y la
chusma marinera, sin olvidar a los galeotes condenados al remo que había
que airear y reponer.
Este es en síntesis el proceso de creación
y consolidación de la Milicia
en el interior de la
Península y, especialmente, en las zonas de frontera tanto
terrestre como marítima, participando La Puebla de ambas situaciones.
2. Toca ahora ocuparnos de algunas particularidades
de la organización de la
Milicia. Se pagaban mediante el impuesto correspondiente, a
cargo del estado llano, los pecheros, y cuando la penuria era generalizada se
arrendaban bienes de propios o con cargo a los mismos como hace Sevilla en el
ataque inglés de 1.702. El reparto lo hacía la Ciudad para todas sus collaciones y guardas –y, por
tanto, para La Puebla-
que debía pagarlas y armarlas.
Ya nos hemos referido a la importancia
del capitán y de su pertenencia a la oligarquía local. De los cuatro conocidos,
Don Fernando de Salcedo, del que tenemos noticia en 1.633 (13), y su
hijo Don Nicolás formaban parte de la oligarquía local como hemos visto en los
documentos indicados en las notas. Además el Don Fernando instituye un
mayorazgo que entre otros bienes poseía una buena parte de los granadales de
Isla Hernando (14) y tierras
en la Vega que
su hijo Nicolás vende a Francisco de Alcázar, señor de La Palma y del heredamiento de
Puñana en término de la villa de La
Puebla (15). Don Nicolás se encuentra más tarde formando parte
de la larga nómina de los Veinticuatro de Sevilla (16), lo que pone de manifiesto su condición nobiliaria;
había casado con Catalina de Torres que
era hermana de María de Torres, esposa de Francisco Ponce de León que era
personaje importante de la villa en estos años, de la casa ducal de Alcalá, posiblemente estuviera en la
defensa de Rota, señoreada por el duque, en el ataque anglo-holandés de 1.625.
Las hermanas Torres, Catalina y María eran arrendadoras del diezmo de corderos
y lana del Deán y Cabildo de la
Catedral en la jurisdicción de la villa (17),
haciendo los negocios el Ponce de León (18), que mantenía buenas relaciones con la nobleza
menor de la localidad y alrededores (19). En 1.647,
Don Nicolás manifiesta en un documento ante el escribano que es alcalde
ordinario de la Villa
por el estado noble (20) . En el capítulo correspondiente a la esclavitud
vemos el número que montan el Don Nicolás Hurtado de Salcedo y el Don Francisco
Ponce de León con la compra de una esclava negra, Gregoria, de diez y ocho
años, en la almoneda que se hace con los bienes de la madre del primero.
El tercer nombre de capitán que
encontramos es el de Don Fernando Bravo de Vargas (Bravo y Vázquez de Vargas se
apellida en otro documento), que en 1.675 era un propietario importante en la
villa como lo demuestra la relación de propiedades de Antonio del Castillo
Camargo, realizada en noviembre de ese año (21). En los tiempos de este capitán ya estaba
organizada la Sargentía
de Coria y La Puebla
había perdido gran parte de supoblación, por lo que los miembros de su compañía
se integraban en otra formada con elementos de los pueblos cercanos, como ya
hemos puesto de relieve. En 1.684 nos aparece vendiendo el hierro y ganado de
su esposa (22).
El cuarto
nombre nos aparece en una escritura de 1.679 (23), que nos demuestra la organización de las milicias en
el último tercio del XVII, así comparece ante el escribano el Alférez Don José
Diego del Pano de la compañía del capitán Don Juan Andrés de Nestares que según
nos dice el alférez la tenía alojada en distintos lugares del Aljarafe, lo que
nos indica que para formar la compañía al completo debían integrarla elementos
de varios pueblos. Ante el escribano manifiesta que ha recibido del alcalde
ordinario 110 reales de vellón sueldo del soldado Jerónimo de Lucena, que ha
prestado servicio en La Puebla
durante cincuenta y cinco días y por orden del Asistente, mariscal de campo de
las milicias, debe trasladarse a la villa de Manzanilla. Debe tratarse de un
soldado profesional y veterano; algunos de ellos sentaban plaza en una compañía de milicias,
que era voluntaria, y los capitanes les confiaban el adiestramiento de los
reclutas, pasando de La Puebla
a Manzanilla para continuar con el adiestramientos de los milicianos de aquella
villa. Cobraba dos reales diarios, más el alojamieto que como mínimo consistía
en un sitio para dormir, el pan la sal y
el agua. Esto nos indica que las milicias no era una hueste concejil de corte
medieval, sino una tropa entrenada en las técnicas de combate del siglo XVII
basada en la infantería. También nos indica que parte del entrenamiento corría
a cargo del Concejo, independientemente del reparto del servicio de milicias
que pagaba la villa.
En tiempos de los capitanes Salcedo,
padre e hijo, nos encontramos en los años más álgidos de la fase de esplendor
de La Puebla,
con el cura Peñaranda y su hermano Antonio haciendo negocios, los Pineda y los
de la Fuente
peleándose por los puestos más representativos, con el encargo del inacabado
retablo a Miguel Cano, padre de Alonso, y la intervención indirecta de Juan
Martínez Montañés, con los puertos del Borrego y las Horcadas con actividades
de maestranza naval y, también hay que decir, en años muy próximos al declive
de la segunda parte del siglo.
Los integrantes de estas compañías de
milicias, aparte el capitán, eran el alférez y el sargento y la tropa, formada
ésta por hombres del pueblo. No constituían un ejército profesional, sino que
se trataba de lugareños dedicados al campo, al ganado y a labores artesanales
durante todo el año que permanecían junto a su familia, en su casa, de ahí el
buen número de casados, y que estaban obligados a la instrucción los días que
lo tenia establecido su capitán y a marchar tras su bandera cuando así lo
dispusiera el Asistente o su capitan general en tiempos del conde duque.
Cobraban cuando entraban en acción mediante el llamado auxilio y era su capitán
el que se cuidaba de su adiestramiento, vestido y armamento. El alistamiento
era voluntario, aunque siempre se podía acudir a la leva obligatoria mediante sorteo ya que
debían estar integrados en la Milicia el diez por ciento
de sus vecinos y formarse la compañía con un mínimo de cien hombres, de ahí los
lugares escogidos donde se situaban las compañías estables. Aparte de cobrar
auxilios cuando entraban en acción, el soldado de milicias gozaba de una serie
de privilegios fiscales que lo eximían de algunos pechos como los servicios
ordinarios y extraordinarios, el privilegio de no poder ser encarcelado por
deudas y también el privilegio de portar armas, entrando a veces en trifulcas
más o menos graves con los hijosdalgo que en Castilla pretendían monopolizar
tal derecho y consideraban peligrosa la existencia de tanta gente armada.
No debemos confundir este alistamiento en la Milicia con la leva
obligatoria para determinadas unidades, que es cosa distinta. Así en 1.641, dos
miembros del Concejo de la villa, Alonso García Rasero y Pedro Alonso Rasero, se obligan a llevar a Cádiz
tres infantes por su cuenta y riesgo (24), que debían ser producto de un sorteo y con
destino a las dotaciones de los baluartes de la costa; el compromiso de
conducir a los reclutas era interesado
ya que permitía a los portadores llevar un determinado número de caballerías
sin pagar barcajes ni portazgos, y sin pagar almojarifazgos ni sufrir
inspecciones de ningún tipo, especialmente el del temible estanco del
tabaco. Asimismo, en 1.643, se reparten
a La Puebla, y
su Concejo se obliga, a entregar seis soldados para la Armada en la ciudad de
Cádiz (25), que en realidad era el denominado Tercio de
Infantería de la Armada
de la Mar Océano,
siendo su primer maestre de campo Don Pedro Paniagua y Zúñiga; dicha unidad
participó en la guerra de Portugal y que con el paso del tiempo daría origen al
Regimiento de Infantería nº 40 –“El Peleador”- hasta su disolución en Mallorca
en 1.960, encontrándolo en América, Guinea, guerras de Cuba y del norte de África, guerras carlistas y guerra civil
. La profunda reforma que a duras penas lleva a cabo Felipe V en 1.704
para convertir la Milicia
en un verdadero ejército regular lo suficientemente numeroso y adiestrado que
le sirviera para la guerra contra el Archiduque, estableciéndose un sistema de
quintas y ordenándose aquellos sujetos que podían estar exentos. La falta de
tradición en España del sistema que instauró el rey francés hizo que su
principal inconveniente fueran las deserciones que comprometían expresamente a
los Concejos de las villas y así ocurrió en La Puebla que desertó y fue
apresado un quinto posiblemente del primer sorteo de aquel año de 1.704 (26).
Como ya hemos expuesto carecemos del
libro de la compañía donde estaban los alistamientos y las listas de asiento,
las muestras (revistas) y alardes (exhibición con armamento y desfile) así como
un breve expediente personal de cada uno de sus integrantes con fechas de alta
y baja, reenganches y acciones. En Sevilla no lo he encontrado, lo que no
quiere decir que no exista. Contreras Gay hace un documentado estudio de los
libros de las compañías de Córdoba y algunos de sus pueblos donde existían.
El carácter de estabilidad de la compañía
de La Puebla,
hasta la primera mitad del siglo XVII lo da su situación geográfica que la
incluyen en la defensa de un territorio concreto, es decir la costa gaditana
con el río, cuya jurisdicción a finales del
siglo XVIII iba desde la
Torre de los Herberos hasta Bonanza y la segunda línea de la
frontera portuguesa; eso explicaría la carencia de noticias de desplazamientos
a las guerras de Cataluña y Portugal en la década de los cuarenta de este siglo
XVII, que afectaron de modo serio a los alistamientos en las compañías de
ciudades y villas del interior, como fue el caso de Córdoba destacado por
Contreras Gay.
Sin que conozcamos el número exacto de sus
efectivos, estimamos que en su mejor época rondaría los cien hombres y estaría
ubicada en un fortín que ocupaba el solar donde hoy se levanta la casa cuartel
de la Guardia Civil,
perfectamente situada para vigilar el río y varias leguas a la redonda del
territorio, aunque esta afirmación la dejamos para los investigadores del casco
histórico de la villa.
El armamento era el propio de la época
con el uso y estilo español: la pica de unos cinco metros de longitud
(recuérdese el cuadro de Las Lanzas de Velásquez ) que portaban los piqueros
armados con casco, loriga, peto y espaldar, que servían para el ataque o para
defenderse de la caballería con el cuadro formado y las picas apoyadas en el
pie izquierdo y en el muslo derecho en ángulo de cuarenta y cinco grados,
intercalados estaban los arcabuceros con arcabuces de mecha (cuerda), de más de
cinco kilos de peso y muy eficaces sobre blancos situados no más allá de los
cincuenta metros; detrás los mosquetes también de mecha, más pesados que los
arcabuces precisaban una horquilla para apuntar pero muy eficaces hasta los cien
metros. El cuadro erizado de picas y disparando sin cesar constituía un arma
terrible si mantenía la formación (de este orden cerrado tenemos recuerdo los
que hicimos la mili, con instrucción diaria en el patio del cuartel). En campo
abierto los cuadros se formaban con dos o más compañías, aproximadamente
doscientos cincuenta hombres y auxiliados por unidades de caballería.
El ataque a Cádiz en 1.625
1. Tras los ataques a Cádiz en las postrimerías del
siglo XVI, que ya hemos citado, y el fracaso de la Armada Invencible,
Felipe II se ocupa en la realización de una serie de defensas que protegieran
más eficazmente tan importante enclave sobre todo porque en su costa se
despachaban y recibían las Armadas y Flotas de Indias. Entre estas nos
encontramos con la construcción de los baluartes de San Sebastián, Santa
Catalina, San Felipe, Puntal o Puntales, encontrándonos también con la
construcción de una serie de torres dispuestas para hacer almenara en la costa atlántica y que vigilaban una
larga porción de la misma que carecía de plazas fuertes desde Huelva a Sanlúcar
de Barrameda, son las conocidas de
Mazagón, Oro, Asperillo, Higuerita, Carboneros, Zalabar y San Jacinto, de las
que nos ocupamos en otra parte de estas notas.
Con Felipe III se alcanza un periodo de
paz con Inglaterra que se rompe en los primeros años del reinado de su hijo
Felipe IV, en 1.624, prolongandose la
guerra por espacio de seis años por lo que se encarga el duque de Medina
Sidonia ( el hijo del incompetente de la Armada Invencible),
a la sazón Capitán General de Andalucía, la reanudación y preparación de las
defensas de Cádiz y de dotarla convenientemente de efectivos y bastimentos. El
gobernador de la ciudad era Don Fernando Girón con un papel destacadísimo en la
defensa a pesar de su avanzada edad y mal estado de salud.
Carlos I de Inglaterra y su valido el
duque de Bukingham, con el apoyo de las Provincias Unidas de los Paises Bajos,
preparan el ataque a Cádiz con la
finalidad de ocuparla y apoderarse de la Armada de Indias cuyo regreso se esperaba. Ponen
al mando a Sir Edward Cecil (nombrado antes de partir vizconde de Wimbledon)
como almirante, y como vicealmirante al conde de Essex, con más de cien barcos y 10.000 hombres de
armas.
2. La mejor versión de las jornadas de noviembre de
1.625 la encontramos en una Relación redactada por un testigo directo al año
siguiente de los sucesos; éste era Luís de Gamboa y Eraso (27); debería
servir en la secretaría del duque y afirma en el preámbulo de la Relación: “Halleme entre los ruydos y alteraciones que
ocasionó el atrevimiento del Ingles en nuestras Costas, a vista de las
prevenciones del Duque, con los
Ministros, que entendían en ellas. Y cerca de los sucessos de aquellos días con
particular observancia de todo.” Como
buen vasallo, Gamboa le da coba a su señor el duque a más y mejor; no obstante
la narración de los hechos es muy minuciosa y descriptiva aconsejando su
lectura encontrándose en una en una colección de impresos raros, incunables y
manuscritos de la Universidad
de Sevilla indicándose la página en la nota expresada.
Por ella sabemos que el de Medina
Sidonia, maliciándose el ataque ingles, había mantenido un considerable número
de tropas tanto en Cádiz como en Sanlúcar y toda la costa intermedia durante la
primavera y el verano.
Las compañías de Sevilla y,
especialmente, aquellas que tenían como misión la defensa de la costa y estaban
dentro de las veinte leguas entre las que se encontraba la compañía estable de La Puebla, permanecieron todos
esos meses a la espera; posiblemente nuestra compañía estaría destinada en
Sanlucar. A finales del mes de octubre, metido el tiempo en agua y dado lo
avanzado de la estación, el duque no esperaba el ataque enemigo, por lo que
remitió las tropas a sus lugares de
origen hasta nueva orden. Así se expresa en la Relación: “Porque aunque todo el verano avia tenido el
Duque de presidio allí las Compañías de la Milicia de los lugares de la tierra adentro, que
dice la Certificación
de los Oficiales Reales de Cádiz, por aver entrado ya el invierno, parecio que
se podian retirar, como se avia hecho
pocos dias antes de la venida del enemigo.”
La Relación comienza contándonos cómo el duque,
estante en su palacio de Sanlúcar recibe un correo a las cinco de la tarde
remitido por el gobernador de Cádiz, Fernando Girón, en el que se le daba
noticias que en ese día se descubría en dirección a la Bahía gran número de velas
que podrían corresponder a la
Armada de Indias. Sin embargo, a las once de la noche recibe
otro correo del gobernador en el que se le indicaba que se trataba de armada
enemiga y que se contaban ciento cuatro buques que ya habían entrado en la Bahía. Esa misma noche,
el duque “con correos en diligencia
ordenó primeramente a los lugares señalados, y diversas veces prevenidos para
el socorro de Cádiz, que se entrassen luego en aquella Ciudad; y lo mesmo para los que están para socorrer los
demás marítimos de la costa.
Después a toda la
Provincia de la
Andalucía, Sevilla, Écija, Córdoba, Jaén, Úbeda, Baeza,
Carmona y a los Estados de los señores; advirtiéndoles a todos, que remitiesen
luego la Infantería
a la ciudad de Jerez, que es Plaça de Armas, donde habia de asistir su
Excelencia, por orden de su Majestad.” Asimismo
mandó aviso a Gibraltar, Málaga, Lisboa, Ceuta, Sagres y Tánger.
Seguidamente se traslada a Jerez donde instala el Cuartel General.
Como vemos, el duque distingue entre
aquellos que deben regresar a Cádiz para sumarse a la defensa que serían
compañías formadas en las villas más próximas a la misma, casi todas
pertenecientes a su estado señorial y a la casa ducal de Alcalá, y aquellos que
están para socorrer los demás enclaves marítimos de la costa. Es en este
segundo grupo en el que debería encontrarse, lógicamente, la compañía estable
de La Puebla
junto con Coria (aún no se habían organizado las sargentías mayores),
Aznalcázar y quizás Manzanilla, así como Utrera y Lebrija. El tercer grupo
corresponde a Sevilla, citándose en la Relación la compañía de Dos Hermanas que acude a
Jerez con prontitud y es destinada a la defensa de Puente del Zuazo ya en la Bahía donde la lucha fue
bastante encarnizada. Las demás compañías llegaron a Jerez cuando se alejaba el
enemigo por lo que quedaron de guarnición por un tiempo.
Cuando el duque llega a Jerez a las dos
de la madrugada se encuentra con que su Corregidor, el capitán de guerra, Don
Luís Portocarrero, había partido hacia el Puente del Zuazo con toda la gente de
armas que le pudieron seguir. Armó el duque a las tropas que quedaban en Jerez
y remitió a Portocarrero “siete pieças de
bronce con encabalgamientos de campaña, peltrechos, municiones y bueyes de su
servicio.” Y envió también al dicho Puente “Confesores, Cirujano práctico, y todas las medicinas de votica que
para curar los heridos pudieran ser necesarias.”
Cuando la armada enemiga entra en la Bahía, había en Cádiz
doscientos ochenta y un soldados “del
Presidio”, es decir, de guarnición fija, que eran soldados profesionales y
prestaban su servicios en los baluartes, así como “novecientos de las nueve compañías de Milicia del cuerpo de la Ciudad”. En pocas
horas, a las once de la noche del mismo sábado, entran en Cádiz cuatrocientos
de las compañías de Chiclana con cincuenta caballos y en el amanecer del
domingo entran cuatrocientos un infantes y ochenta caballos de Medina Sidonia;
de Vejer trescientos cuarenta y cinco infantes y ciento veinte caballos y siete
compañías más de la misma villa quedaron en el Puente del Zuazo. Además de esta
gente, entraron en Cádiz el domingo procedente de Jerez trescientos sesenta infantes, de las Galeras
de España quinientos cincuenta y de los Navíos de la Armada doscientos doce,
además cabos artilleros y ayudantes de artillería en número de ciento cincuenta
y siete, es decir que dentro de Cádiz, en pocas horas, se reunieron mas de
cuatro mil combatientes.

La Bahía de Cádiz
hacia 1.640
La
compañía de La Puebla,
recién regresada a la villa, debió volver por el río, reembarcando en el muelle
de la villa o en el Puerto del Borrego y entrando en Sanlúcar el lunes tres de
noviembre.
Cuando
aparecen los ingleses se encontraban en la Bahía catorce galeones de la Armada Real que habían
arribado de Brasil días antes, así como siete galeras que se refugian en La Carraca hundiendo varias tartanas (carabelas de vela
latina) a la entrada del río del Puente de manera que el navío enemigo que
quisiera entrar recibiera fuego por babor y estribor.
El primer ataque es al pequeño fuerte del
Puntal “que esta defendiendo la desembarcación media legua de la Ciudad; y con muchas cargas
de artillería le batieron veinte y seis horas, defendiendose la gente que
estaba en el con valor, y daño del enemigo, a quien mataron mucha, hasta que
habiendole apeado la
Artillería y començado a desmantelarle, se rindieron a
partido honroso, saliendo con las Vanderas tendidas, balas en la boca y cuerdas
encendidas.”
Uno de los graves problemas a resolver fue
el suministro de víveres a Cádiz, pues dado lo avanzado de la estación y la
retirada de tropas se habian vaciado los
almacenes y sólo quedaban suministros para tres días. Por ello, el duque “escribio al Señor Arzobispo de Tiro,
Capellan y Limosnero mayor de su Majestad su hermano, a cuyo cargo avia dexado
el gobierno de Sanlucar, que desde aquel puerto en barcos luengos remitiese a
Cadiz lo que fuese posible.”
De este
modo, se estableció una línea que con regularidad suministró víveres a Cádiz
durante los días que duró la invasión. El barco luengo no era solo de cabotaje,
cargaba veinticinco pipas lo que equivale a unas doce toneladas; con un solo
palo de vela latina y equipado de galeota era el correo con América, cargando también
mercancía menor; muy rápido, hacía la ruta entre Sevilla, Sanlúcar y la Habana en menos de un mes
en circunstancias normales. Asimismo eran los utilizados, junto a otras
embarcaciones menores, para subir las mercancías que traían Armadas y Flotas de
Indias hasta Sevilla desde Sanlúcar, Cádiz y otros Puertos del sur atlántico
dado el tonelaje cada vez mayor de los galeones y las dificultades de
navegación que ofrecía el río. En estas jornadas, burlando el bloqueo, entraban
en Cádiz por La Caleta. Es
perfectamente posible que efectivos de la compañía de La Puebla sirvieran como tropa embarcada en dichos barcos luengos que todo indica
habían navegando en la ida y en la vuelta un buen número de ellos, cruzándose
en cada viaje.
Por la Relación sabemos que en
tres y cuatro de noviembre llegan a Jerez once compañías de Sevilla al mando de
su Asistente y su Capitán General, Don Fernando Ramírez Fariñas, así como un
nutrido grupo de nobles con tropas, entre los que destaca el duque de Osuna y
el marqués de Zahara.
La lucha fue encarnizada en los días
cuatro, cinco y seis de noviembre, puesto que el enemigo unía al constante
bombardeo el desembarco de casi todas las tropas, unos diez mil hombres, por
todos los lugares, especialmente en el Puente del Zuazo, donde se destacaron
las compañías de Utrera, Dos Hermanas y Lebrija.
Los ingleses no pudieron entrar en Cádiz,
perdiendo un tercio de la flota y cuando se retiraron habían dejado sobre las
playas y junto a los baluartes gaditanos más de mil muertos, que unieron a la
ruinosa operación el desprestigio entre las potencias europeas, según nos
cuentan quienes de esto saben.
Guerra de
Sucesión, el ataque a Cádiz de 1.702 y las defensas del río Guadalquivir en
término de La Puebla.
1. Los preparativos en el río Guadalquivir para
repeler un desembarco aliado (Inglaterra, Holanda y Austria) en la primera fase
de la Guerra
de Sucesión son poco conocidos por la escasez de documentación coetánea. Sólo
existe una Relación impresa y dos copias
localizadas de la misma; dicha texto se intitula así: Relación que con Orden del Excelentíssimo Señor D. Manuel Arias,
Arzobispo de Sevilla, del Consejo de Su Majestad, de la Junta de Gobierno,
Presidente del Real y Supremo de Castilla, en carta del Señor Marques de
Vallehermoso, Asistente y Maestro de Campo General de esta Ciudad, se ha
formado de las disposiciones y providencias, que así para su resguardo, como
para el socorro del Ejército y Costas de
Andalucía, dio la Noble
y Muy Leal Ciudad de Sevilla, con la noticia de hallarse en ellas las Armadas
de Inglaterra y Olanda, y de las que fue ejecutado con aviso de sus
operaciones. Dispúsola Andrés Bermuda Tamarit, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, escribano
del Rey N. Señor y del Cabildo desta Ciudad, a que ha tocado la asistencia a la Junta formada para esta
ocasión, en virtud de su Orden y arreglada a los cuadernos de Autos y acuerdos
pertenecientes a la referida Junta, que para su Oficio. En Sevilla: Por Juan
Francisco de Blas, Impressor Mayor. Año 1.702. La primera copia la
encontramos en el Archivo Municipal de Toledo, siendo la que utiliza para un
espléndido artículo Antonio Espíldora Peñarrubia, Coronel de Infantería,
publicado en la Revista
de Historia Militar (28) y que utilizaré como base de esta nota,
aunque el autor no nos da la referencia para localizarlo. La segunda copia del
impreso se encuentra en la
Real Academia de la Historia dentro de la Colección formada por
Don Luís de Salazar y Castro (29). No he examinado ninguno de los dos originales
porque mi menguada hacienda no me permite destinar partida alguna a aficiones
que precisen largos desplazamientos y concretos desembolsos. No obstante, el
Coronel Espíldora Peñarrubia nos expone con suficiente amplitud y brillantez
los acontecimientos.
En el
Archivo Municipal de Sevilla, Secciones V y X, encontramos noticia de los
acontecimientos de forma muy incompleta y sin la unidad narrativa que nos
ofrece la Relación
indicada.
2. Es
necesario en este momento dar un repaso breve a los sucesos que se habían
producido en España en los últimos dos años para que, a grandes rasgos,
recordemos un poco la situación. En noviembre de 1.700 muere sin sucesión
Carlos II, cambiando su testamento casi en el último momento principalmente por
influencia del cardenal Portocarrero,
designando heredero al trono de las Españas al francés Felipe, Duque de Anjou y
nieto de Luís XIV y de María Teresa de Austria
que era hija de nuestro Felipe IV, y desheredando al anteriormente
designado, que era el Archiduque Carlos de Hausburgo.
Pocos
años antes de la muerte de Carlos II, las potencias europeas, es decir,
Inglaterra, Holanda y Francia, habían llegado a un acuerdo para repartirse las extensas posesiones del Imperio Español a
la muerte del monarca. Ni que decir tiene el ataque de cuernos que sufrieron
Inglaterra y Holanda cuando se enteraron del cambiazo, considerando traidor a
Luís XIV y aliándose ahora con Austria. La guerra era la salida, una guerra que
ensangrentó España durante quince años y que en una primera etapa se desarrolla
en el sur y en una segunda en Levante
principalmente.
En
1.702 Felipe V se encuentra en Italia, defendiendo las posesiones españolas
tanto en la Península Italiana
como en Sicilia, dejando en Madrid a su
primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, como Reina Gobernadora, que
tuvo un papel destacado en la defensa
del reino en los primeros momentos.
3. El coronel
Espíldora Peñarrubia nos cuenta
los prolegómenos recogidos del relato que de esta guerra ofrece el marqués de
San Felipe publicado en Madrid en 1.727. Así nos dice que en 1.700, todavía
vivo el monarca español, llegó a Cádiz un comerciante holandés, agente de su
gobierno, para avisar a los comerciantes holandeses de la zona gaditana de lo
que se estaba preparando y aconsejándoles que abandonaran la ciudad. Asimismo
debía informar del estado de salud del rey, tropas, fortificaciones y plazas
fuertes y también del sistema de aquellos
pueblos y su genio , así como su devoción por el Archiduque; o lo que es lo
mismo, un espionaje en toda regla. Este personaje se traslada a Madrid y traba
amistad con Don Juan Tomás Enríquez, Almirante de Castilla y partidario en
secreto del Archiduque Carlos, que le manifiesta que Andalucía era la llave de
España. El marqués de San Felipe cuenta que el Almirante no tuvo reparo alguno
en hablarle del descuido, cuando no abandono, de las plazas fuertes y de su
anticuada arquitectura militar, llegando incluso a facilitarle un plano muy
detallado de la región. El coronel recoge las palabras de San Felipe en estos
términos: “…desde Rosas hasta Cádiz, no
había alcázar ni castillo, no solo presidiado, pero ni montada la artillería.
La misma negligencia se admiraba en los puertos de Vizcaya y Galicia; no tenían
los almacenes sus provisiones, faltaban fundidores de armas y las que habían
eran de ningún uso. Vacíos los arsenales y astilleros, se había olvidado el
arte de construir naves, y no tenía el Rey más que las destinadas al comercio
de Indias y algunos galeones, seis galeras consumidas del tiempo y del ocio se
encontraban en Cartagena.”
Con
este panorama el día 22 de agosto de 1.702 aparecen frente a Cádiz unos ciento
cincuenta barcos de la armada
anglo-holandesa al mando del almirante sir Jorge Rooke, con tropas que sumaban
14.000 efectivos al mando del Duque de Ormont, uniéndose más tarde el príncipe
Jorge de Hessen-Darmstadt. Desde hacía, al menos, siglo y medio, los ingleses
habían considerado a Cádiz como llave del Estrecho y del Mediterráneo, aparte
del importante valor económico de Cádiz como puerta del comercio con América.
Cuando
aparece tan poderosa armada, el Capitán General de Andalucía es el marqués de
Villadarias, un militar muy experimentado.
Cuenta San Felipe que todas las tropas de las que disponía Villadarias
eran 150 veteranos y 30 caballos, no llegando a trescientos los defensores de
Cádiz; los almacenes estaban vacíos y no había armas para las milicias urbanas,
es decir, las milicias provinciales. Ya veremos como la compañía de La Puebla se envía a Sanlucar
prácticamente sin armas.
El 26 de
agosto desembarcan en Rota quinientos ingleses y su gobernador se rinde,
entregando la plaza sin resistencia alguna y recibiendo como recompensa el
título de marqués con la finalidad de atraerse a la causa del Archiduque a
otros responsables de la defensa de Andalucía. El pueblo de Rota no apoyó la actuación por lo que fue
sometido a un saqueo terrible, siendo victimas muy principales, precisamente,
los comerciantes holandeses e ingleses residentes en la villa. Días después se
produce el desembarco y saqueo del
Puerto de Santa María.
4. En Sevilla se constituye la Junta de Defensa ante las
noticias de la costa gaditana y el conocimiento de que la escuadra
anglo-holandesa tenía previsto remontar el Guadalquivir para conquistar la
capital andaluza y hacerse con el control administrativo del comercio de Indias
y de las riquezas que a ella llegaban y avanzar luego hasta el mismo Madrid.
El
coronel Espíldora Peñarrubia, sigue aquí la Relación obrante en el Archivo Municipal de
Toledo anteriormente citada, que es la misma que la que se encuentra en la Real Academia de la Historia, como se ha
indicado. De este modo sabemos que en
Sevilla, en 25 de agosto de 1.702, se reúne el cabildo de la ciudad presidido
por el Asistente, Francisco Antonio Bucarelli,
marqués de Vallehermoso. El
Asistente era Maestre de Campo General y ostentaba el mando, entre otros
cuerpos, de las Milicias Provinciales. La Junta de Defensa constituyó
a la vez una Junta de Guerra compuesta por el marqués de Paterna, Alguacil
Mayor, el marqués de Paradas, Provincial de la Santa Hermandad, los
Veinticuatro Bartolomé Pérez Navarro, Francisco Domonte y Robledo, Juan Ortiz
de Zúñiga, Diego de Torres Ponce de León, los Jurados José Velero de Urbina,
Juan Alonso de Cárcamo Urdiales y el Procurador Mayor Jerónimo Ortiz de
Sandoval y Zúñiga.
La Junta de Defensa comunica a
Villadarias su constitución y se pone a su disposición, comunicándole éste que
el enemigo había desembarcado en Los Cañuelos, jurisdicción del Puerto de Santa
María, no pudiendo hacer nada para impedirlo dado su escasez de medios, no
obstante intentarlo a costa de numerosas bajas. Pide dinero y tropas.
Ante
esta petición se le envían urgentemente dos mil doblones que se recaudaron a
rédito por miembros a caballo de las Rondas de las Rentas Reales. Seguidamente
se toman las oportunas medidas para ir reuniendo las milicias de la ciudad y su
partido y al mismo tiempo se da orden a los Sargentos Mayores de los partidos
de Manzanilla, Coria, Aznalcázar y Utrera, las más próximas a los puertos
gaditanos, para que reunieran mil hombres y partieran en busca de Villadarias y
se pusieran a sus órdenes. También se ordena a los Sargentos Mayores de los
partidos de Aracena, Alcalá del Río, Fregenal y Constantina, que reunieran sus
efectivos y acudieran a Sevilla, para enviarlos al campo de batalla cuando
fuera necesario. Destacamos en este punto dos aspectos: el primero es que la
compañía estable de La Puebla
se moviliza desde el primer momento, ya que en la organización de las milicias
el partido de la Sargentía Mayor
de Coria era muy amplio, incluyendo
parte del Aljarafe – San Juan, Tomares, Mairena, Almensilla, Gelves, Palomares,
etc- y, por supuesto La Puebla. Nos
encontramos en 27 de agosto, cinco días después de que la escuadra aliada se
presentase ante Cádiz. El segundo aspecto a destacar es el distinto tratamiento
que da la Junta
de Defensa a las milicias, ya que a las Sargentías en las que se encontraba La Puebla les da órden de
marchar, lo que nos indica que sus cuadros de mando estaban constituidos y su
personal inscrito en los libros de compañía, no así en Sevilla que se tardaron
en constituir y se solicitaron patentes en blanco a la Reina Gobernadora para cubrir
las plazas de sus capitanes, al mismo tiempo que se solicitaba se autorizasen
los gastos con cargo a los Propios y Arbitrios de la ciudad sin necesidad de
arbitrar un nuevo impuesto.
De este
modo, la misma tarde del 27, la
Junta tomó el acuerdo que a partir del día siguiente, los
capitanes de milicias, con compañías sólo constituidas por sus primeras planas,
arbolasen bandera para que se alistasen
cuantos vecinos voluntariamente quisieran con una soldada de tres reales
diarios a cargo de la ciudad. Al mismo tiempo se convocó a la nobleza para que
acudiese con sus armas.
Ante la
escasez de armas y pertrechos, aparece por primera vez un elemento notable,
Gaspar Román, Juez Oficial, Contador de la Casa de Contratación y Veedor General de la Artillería de Flotas y
Galeones. La ruina de la marina y el ejército que había encontrado Felipe V a
su llegada, contrastaba poderosamente con los buques y pertrechos disponibles
para la Carrera
de Indias, donde se concentraba lo mejor que quedaba. La Junta le pide a Gaspar Román
que entregase todas las armas y artillería que existiesen en los almacenes
reales. Se encarga además al gremio de cordoneros la cuerda necesaria (mecha
para arcabuces y mosquetes) y se mandan
correos a Granada y Murcia para que envíen toda la pólvora que puedan, al mismo
tiempo que en Sevilla se había instalado una fábrica de pólvora en las afueras,
con carácter provisional.
Al día
siguiente, Gaspar Román puso a disposición de la Junta cuatrocientas pistolas
y varios cañones de hierro con todos sus pertrechos, encargándole la Junta que revisase y
proveyera la reparación y puesta en uso de los cañones de bronce que había en
la Alhóndiga.
El día
30, Villadarias comunica a la ciudad la toma de Rota, y vuelve a pedir armas y
dinero, la cual pide a Madrid armas y pertrechos, intuyendo, además que el
enemigo se acercaba peligrosamente a Sanlúcar para remontar el Guadalquivir
hasta Sevilla, tomando una serie de medidas paralelas que para no hacer un
relato confuso las exponemos así:
1º.- Encarga al diligente Gaspar Román que, junto
con otras personas expertas, estudie los lugares del río más idóneos para
construir fortificaciones.
2º.- Encomienda al capitán Bartolomé Garrote
acondicionar y armar todas las embarcaciones que encontrase y fueran necesarias
para la defensa del río para impedir el paso a la capital. El mando de las
mismas fue encomendado al maestre de campo, Diego de Retana, Caballero de
Santiago y Veinticuatro.
3º.- Se completa el alistamiento en las compañías
de milicias de la ciudad constituyéndose treinta y cinco repartidas en sus
parroquias y collaciones.
4º.- El mismo día 29, la Junta mandó proclamar un
bando para que todos los vecinos de la ciudad y sus arrabales que tuviesen
caballos fueran, en las próximas veinticuatro horas a inscribirse en la
escribanía de guerra, con apercibimiento de incurrir en graves penas.
5º.- El día 31, convocada la Junta, el Asistente le
comunica que tenía dispuestos seiscientos hombres en Coria, pertenecientes a
las milicias de aquel partido y a los partidos de Aznalcázar y Manzanilla. Se
encargó a Diego de Retana que trasladase
de inmediato las tropas a Sanlúcar en
los barcos que había buscado Garrote y se encargo a Diego Domínguez, tenedor de
municiones, que los proveyera de armas, cuerdas y municiones. Una vez cumplida
la misión Retana debería volver a la ciudad con los barcos. Debemos llamar la
atención sobre algunos aspectos: en los
efectivos del partido de Coria se integraba la compañía estable de La Puebla; estos seiscientos
hombres partieron prácticamente con lo puesto, ya que el suministro de
armamento fue escaso, llegando después. Los de Manzanilla llegarían por el
camino natural del vino de las Armadas y Escuadras de Indias, es decir, hasta
el puerto de las Nueve Suertes, y desde allí en barca o andando por la cañada
real hasta La Puebla
y Coria, aunque todo apunta que los seiscientos hombres debieron reunirse en el
puerto del Borrego.
6º.- Un detalle curioso es que en estos días la Junta designa al
Veinticuatro Francisco Domonte Robledo para que solicite fondos del cabildo de
la catedral, contestándole el deán que ya había remitido a Villadarias mil
doblones, mil fanegas de trigo y quinientas de cebada. Domonte se dirige
después a tres monasterios, La
Cartuja, San Jerónimo y San Isidro; la Relación no cita otros.
Se dirige a éstos porque eran los más ricos de Sevilla tanto en grano como
ganado. La Cartuja
tenía en término de La
Rinconada, La Algaba, Vega de Triana……
mucha tierra de labor, y también en la
Vega de La
Puebla y mucho ganado tanto en los montes como en la marisma
de esta villa, sobre todo en la Isla Mayor
y el ejército tenía que comer. Los Jerónimos de Buenavista tenían un importante
hato en la Isla Mayor,
al igual que los isidros de Santiponce.
7º.- Mientras estaba reunida la Junta el día 31, se recibe
confirmación de Villadarias de que el invasor, tras la previsible conquista de Sanlúcar, remontaría el
Guadalquivir a la conquista de la capital. Por este motivo, ese mismo día se
convoca a las cinco de la tarde a todos militares vecinos o residentes en Sevilla que como mínimo tuvieran el grado de capitán
de caballos. Los reunidos recomiendan que por ruta terrestre se envíen las
milicias de Utrera para unirse a las de
Coria, Aznalcázar y Manzanilla que se envían a través del río; también debían
reunirse a los soldados veteranos licenciados para lo que pudiera suceder.
Asimismo, recomiendan, que se siga con el estudio del río para localizar el
emplazamiento de artillería y el lugar más idóneo para hundir algunas naves que
obstaculizaran la navegación enemiga. En cuanto a las compañías de las
collaciones de la ciudad se siguiera con la instrucción por tratarse de tropas
bisoñas. Y solicitar a la Reina Gobernadora
el envío de piezas de artillería y municiones.
8º.- El siguiente día 1 de septiembre, en la
reunión de la Junta
se lee una nueva carta de Villadarias dando cuenta de que el enemigo había
fondeado frente a Sanlúcar, con la intención
de realizar una acción conjunta por mar y tierra para la conquista de la
villa. Ante esta situación había dado orden al gobernador de su plaza fuerte de
que buscase algunos barcos que, fondeados en la barra, impidieran el paso de
las naves enemigas, comunicándole el gobernador que no disponía de tales
embarcaciones. Ante estas noticias, el Asistente convocó a varios capitanes y
pilotos sevillanos o estantes en la ciudad para pedirles su opinión en cuanto a
resolver la petición de Villadarias; éstos le indicaron que en La Margazuela y Horcadas
del río se encontraban varias embarcaciones que podían servir para tal
cometido. La Junta
acuerda encomendar otra vez a Diego de Retana para que acompañado de pilotos
expertos examinara tales embarcaciones y las condujera a la barra, aprovechando
el viaje para llevar tropas de refuerzo. Estas tropas de refuerzo debieron
reunirse en el puerto del Borrego o, en todo caso, en La Ermita en Isla Mayor,
debido a la proximidad de Las Horcadas
y La Margazuela. Como
vimos al tratar sobre el río y su tráfico, existían dos importantes enclaves
portuarios en término y jurisdicción de La Puebla donde se hacía maestranza naval y sus
operarios desde los maestros hasta los aprendices eran los que mas cobraban de
España, el doble que en Sevilla, uno era el Puerto del Borrego y otro Las
Horcadas. El primero estaba, como
sabemos, aguas abajo de nuestra villa tras
la Isla
de Hernando o Isleta. El segundo, Las Horcadas, estaba en el extremo o punta
sur de la Isla Menor,
encima de la confluencia del Brazo del Este con el canal principal de
navegación o Brazo de Enmedio. La
Margazuela formaba parte de este mismo enclave, en un
ensanchamiento del Brazo del Este frente a las
Islas y bodegón del Rubio y Caño de la
Vera. En estos sitios, en la época que nos
ocupa no sólo se daba carena a los barcos y se calafateaban sino que se
construían naves nuevas.
9º.- En la misma reunión se acordó que Gaspar Román
plasmase, con la colaboración de otros expertos, las fortificaciones a realizar
en el río y las iniciara de inmediato.
10º.- El día 2 de septiembre, Villadarias anuncia
la toma y saqueo del Puerto de Santa María y con los caballos reunidos por el
marqués de Pastrana se acuerda organizar un regimiento, nombrándose primer cabo
a Fernando de Paz y Fajardo y se nombraron como capitanes de sus compañías a
Nicolás Bucarelli, el marqués de Paradas (sustituido después por el marqués de
Buenavista, cuando Paradas fue nombrado Maestre de Campo), José Federigi,
Alonso de Guzmán y Ábalos, el marqués de Pozo Blanco, el marqués de Tablantes,
Felipe Ramírez de Arellano y José Bocardo Mejía. El curioso lector puede
informarse sobre la constitución de los regimientos de caballería sevillanos
que actuaron en la Guerra
de Sucesión en un brillante artículo de Francisco Javier Hernández Navarro y
Francisco Javier Gutiérrez Núñez (30).
11º.- Así
mismo se toman otros cuatro acuerdos: el primero nombrar responsable de la
defensa de Sevilla al general conde de Montemar con la ayudantía del conde de
Villanueva, de Guillén de Ribera, el marqués de Brenes y Juan de Loarca; el
segundo acuerdo era el encargo de que buscara naves y las aprestara para la
defensa del río; el tercero es que se encargara de dirigir la construcción de
las fortificaciones diseñadas por Gaspar Román; y el cuarto acuerdo es que
estableciera el puesto de mando para la defensa de Sevilla en la villa de La Puebla para dirigir las
operaciones con la mayor eficacia. La Relación no nos dice en qué parte de La Puebla se instaló el puesto
de mando, pero es fácil imaginar que se ubicó en el sitio más idóneo que no es
otro que el fuerte que ocupaba el solar
donde hoy se encuentra el cuartel de la Guardia Civil que podía dominar
varias leguas de río y marisma; al fin y al cabo La Puebla ejercía su papel de
Guardia de Sevilla.
12º.- Las fortificaciones se construyeron en ocho
días. La primera en la Isla Hernando
con capacidad para cuarenta y ocho piezas de artillería con todos sus
pertrechos y se le puso el nombre de San Felipe y Santiago. La Isla Hernando tenía en aquella época una superficie que
podría ser superior a las setenta hectáreas, de las que no queda más que una
pequeña porción tras las cortas y ensanches del canal de navegación de los dos
siglos posteriores, conociéndose hoy como La Isleta. El armamento sería
desmontado de, al menos, dos galeones de la Armada de la Carrera de Indias, no se olvide que el diseño es
de Gaspar Román que, además era Veedor de la Artillería de Flotas y
Galeones de la Casa
de Contratación. Decimos dos galeones porque los buques con setenta y dos
cañones, que son los que suman los tres fortines, se empiezan a construir con
los diseños de Jorge Juan llegados a la
mitad del XVIII con el ministro Ensenada. Por tanto, la artillería montada en
los fortines era naval, con el diseño de sus cañones y cureñas lo mismo como si
estuvieran montados en un barco. Se desconocen sus calibres.
Al
mando de este fortín se puso a los capitanes Francisco Salguero, Manuel Sánchez
y Marcelino Roldán de Villavicencio que era ingeniero y había colaborado con
Gaspar Román en el diseño de los fortines. Cada uno de los capitanes reclutó
una compañía de cincuenta hombres para el servicio de la artillería, que hacían
un total de ciento cincuenta que debían
componerse por maestres y marinería de la Carrera de Indias que se encontraba en
Sevilla con personal auxiliar de la
villa de La Puebla y sus proximidades.
La Relación nos dice que los
otros fortines se situaron en tierra firme y lugares avanzados que dominaran
las entradas naturales desde Sanlúcar, situándose uno al este y otro al oeste,
no aclarándonos nada más. No obstante en cuanto a su ubicación y teniendo en
cuenta las breves indicaciones podemos aventurar que el del este se situaría en
la parte cóncava del meandro que forma el río en Casas Reales y frente a ésta en la parte convexa del
meandro, por la venta de La
Negra o La
Gorriona en un cerrillo que domina perfectamente el río (no
olvide el avispado lector que la corta del Borrego es muy posterior) se
situaría el fortín del oeste. Se armaron con doce cañones cada uno y dominaban
la confluencia del Brazo de la
Torre con el Brazo de Enmedio. Al fortín del este se le
impuso el nombre de Ntra. Sra. de la Estrella, lo que hace suponer que los cincuenta
hombres a su servicio mandados por el capitán Juan Ginés eran marineros
corianos. Al mando del fortín del oeste se puso al capitán Bartolomé Garrote,
el que había llevado las tropas a Sanlúcar, al mando de otros cincuenta
hombres; a este fortín se le puso el nombre de San Gabriel y San Fernando.
13º.- El 3 de septiembre se encarga al marqués de
Paterna que siga buscando caballos hasta completar diez compañías. Esta
decisión se toma acompañada de un detalle sevillanísimo, pues en plena vorágine
de la organización de la defensa, se encarga al gremio de alfayates que
confeccione los uniformes de la caballería en elegante paño de color azul,
faltaría más.
14º.- El día 6, Villadarias comunica a la Junta que ya habían llegado
a Sanlúcar los seiscientos hombres (en los que iba la compañía de La Puebla o parte de la misma)
y las embarcaciones que se habían enviado desde Las Horcadas y La Margazuela para cerrar
la barra. También en esta junta se lee una carta del Conde de Montemar
comunicando que ya se encontraba en La Puebla, teniendo las embarcaciones y gabarras
preparadas para impedir el paso, que seguramente estarían fondeadas en el puerto
del Borrego; asimismo, comunica que la construcción de los fortines han
comenzado a buen ritmo con la colaboración de sus ayudantes y de un buen número
de trabajadores de la zona.
15º.- El día 9 se convoca a todos los artilleros de
Sevilla, Triana y sus arrabales de los que fueron seleccionados treinta que se
envía a Cádiz al mando del capitán Bartolomé Garrote, que estaba en todas
partes. Así mismo se pide ayuda a las principales ciudades de Andalucía. Ante
la falta de granadas, se manda fabricar dos mil granadas de vidrio.
16º.- El día 10, Villadarias comunica a la Junta que Puerto Real había
caído en manos del invasor, solicitando que de inmediato se le envíe
caballería, toda la posible. Villadarias sabía que ante un contingente de
catorce mil invasores, la mayoría piratas y gentuza de los puertos del norte de
Europa, la caballería era fundamental.
En este
día se lee una carta del gobernador de Sanlúcar
dirigida al Asistente en que le comunica los gastos que había tenido que
hacer reparando las armas del contingente de milicias enviado debido al mal
trato, solicitando pólvora, cuerdas y balas.
17º.- El día 12 se recibe nueva carta del
gobernador de Sanlúcar en la que indicaba que, dada su cortedad de medios, se
veía imposibilitado para socorrer a la infantería de las milicias al mando de
los sargentos de Coría, Aznalcázar y Manzanilla, no obstante conservar éstas su
buen espíritu. Los sargentos mayores de dichas milicias remiten cartas
corroborando esta necesidad y expresando su temor de que las tropas a su mando
se desmoralizaran de seguir en esa situación. La Junta acordó que el pagador
general de las milicias, Diego Domínguez, enviase a Sanlúcar un socorro para
quince días consistente en cuatro pesos escudos de plata para cada sargento
mayor, a los capitanes cuatro pesos escudos, a los alféreces, ayudantes y
sargentos dos pesos y a la tropa un peso; Villadarias se encargaría de la manutención.
18º.- Desde el día 5 al 12 de septiembre se
transportaron por el río mil trescientos infantes de las milicias que unidos a
los seiscientos anteriores sumaban mil novecientos.
19º.- El día 14 Villadarias comunica se le envíen
cañones de campaña y se le envían seis
cañones de bronce de los que estaban en la Alhóndiga y que fueron reparados por Gaspar Román.
Los conduce hasta encontrarse con Villadarias,
Bartolomé Garrote, que regresa el día 20.
20º.- El día
15 el Asistente pone en conocimiento de la Junta la llegada de un mensajero de Cádiz de
parte del General de Galeones que se encontraba defendiendo el castillo de
Matagorda y ante los insistentes ataques
enemigos estaba prácticamente sin pólvora, proveyéndose al respecto para
enviar, vía Jerez, parte de la poca pólvora de la que se disponía.
Por
comunicado recibido ese mismo día de Granada y Extremadura sabemos que en ambos
reinos se habían reclutado infantería y caballería para remitir al ejército de
Andalucía, llegando al día siguiente parte de la caballería extremeña a
Sevilla.
21º.- El día 18 por la tarde se recibe carta de
Villadarias en la que comunica que el enemigo había levantado el sitio del
castillo de Matagorda con grandes pérdidas; al fin una buena noticia.
Se
discutió la conveniencia de enviar a Villadarias un tercio de milicias
reclutadas en la ciudad que permanecía acuartelada, decidiendo consultárselo
antes, el cual contestó el día 20 que tal como se presentaba la situación era
mejor que permanecieran en la ciudad continuando con la instrucción diaria.
22º.- El día 25 la Junta tomó el acuerdo de encargar capas para los
soldados que habían marchado a Sanlucar y otros lugares.
Ese
mismo día por la tarde se recibe carta de Villadarias comunicando que el
enemigo había abandonado el Puerto de Santa María perseguido sin descanso por
su ejército, lo que supone no había podido embarcar.
23º.- El día 26 llega carta de Villadarias
informando que el enemigo desembarcado y huido del Puerto de Santa María (y
posiblemente de Sanlúcar) se había refugiado en la plaza fuerte de Rota y lo
tenía a la vista de su ejército.
24º.- Finalmente el día 29 se recibe la noticia en
que Villadarias comunicaba el asalto a Rota por la infantería y la caballería,
habiendo obligado a embarcarse a todas las tropas invasoras. Seguramente
Villadarias esperó a tener un número de efectivos cuatro o cinco veces mayor
que los refugiados en Rota, como mandan
elementales reglas de táctica militar impidiendo además en la playa
cualquier desembarco, convirtiendo Rota en una ratonera. No tenemos dato
alguno, pero es lógico pensar que las compañías de las Sargentías de Coria,
Aznalcázar y Manzanilla, y, por tanto, la compañía estable de La Puebla, estuvieron en esta
acción que fue muy sangrienta; en la fortaleza y en campo abierto quedaron
muertos seiscientos enemigos, además en el reembarque se ahogaron varios
cientos, como pone de manifiesto el marqués de San Felipe. No hubo prisioneros;
no se admitió la rendición; la infantería formada en cuadro y las cargas
constantes de la caballería empujaron al mar a los huidos que hundían las
barcas del rescate por la excesiva cargazón.
Villadarias apresó al gobernador traidor de la villa y lo mando ahorcar.
25º.- El día 3 de octubre se recibe noticia de
Villadarias en la que comunicaba que la escuadra anglo-holandesa había partido
con rumbo norte y se había perdido de vista.
26º.- El día 10 llegan a Sevilla las compañías de
las Sargentías de Coria, Aznalcázar y Manzanilla y pasan revista en los Reales Alcázares.
5. Hasta aquí la parte de la Relación que nos
interesa. Debemos ahora detenernos brevemente en algunos aspectos. Don Francisco del Castillo y Fajardo, II
marqués de Villadarias, tenía en estas fechas sesenta años y era un veterano
muy experto de las Guerras de Flandes. Había sido Capitán General de Cataluña
durante la guerra con Francia (1.690-97). Con anterioridad lo había sido de
Guipúzcoa y hasta meses antes de los
hechos relatados Gobernador militar de Ceuta, entre otros altos cargos
militares. Con muy pocos efectivos derrotó y destruyó en parte a un ejército
invasor sin ningún ideal salvo el botín y la rapiña. Es cierto que no tuvo piedad con el vencido,
no hizo prisioneros porque era consciente de su debilidad y debía utilizar el
factor sicológico que no era otro que aterrorizar al enemigo y mantener alta la
moral de sus escasos efectivos. Al fin y al cabo hizo lo que debía, hasta el
punto que dos años después, en 1.704, la escuadra anglo-holandesa paso de largo
por estas costas sin detenerse, internándose en el Mediterráneo; a su regreso
ocupó por sorpresa la mal defendida plaza de Gibraltar donde se encastillaron
los ingleses y allí están todavía, tres siglos después.
También
es de destacar la inmediata reacción de Sevilla y su tierra y la capacidad de
reacción de sus regidores con el Asistente a la cabeza, con el apoyo
incondicional del pueblo llano, sin cuya colaboración Villadarias se hubiese
visto en la imposibilidad de actuar.
En el
puesto de mando de La Puebla
al cargo de los tres fortines y de las embarcaciones armadas estaba, como hemos
visto, el conde de Montemar, José Carrillo de Albornoz y Montiel, que nació en
Sevilla el 8 de octubre de 1.671, por lo que en estas fechas de la defensa de
Sevilla tenía treinta años. Cuatro años después lo encontramos como coronel de
Regimiento de Caballería de Montesa y después con el grado de mariscal de campo
en la batalla de Villaviciosa, que fue fundamental para la consolidación de
Felipe V. En 1.734 recuperó para los Borbones Nápoles y Sicilia que perdió
Felipe V en 1.700 expulsando a los austriacos en la batalla de Bitonto, e
instaurando como rey de ambos territorios al infante Don Carlos, hijo de Felipe
V y futuro Carlos III. La carrera militar de Montemar es muy dilatada
excediendo a esta breve referencia, solo añadiremos que fue Ministro de Guerra
en 1737-41 y que falleció en Madrid seis
años después con setenta y seis años.
NOTAS
1.- José Contreras Gay. El control de tropas en el siglo XVII: Los libros de las compañías de
milicia. Revista de Historia Militar, nº 82, año 1.997.
2.- Mª del Carmen Samaniego Martí. El servicio de milicias en el siglo XVII: Un
privilegio de exención en Logroño, Calahorra y Alfaro. Segundo Coloquio de
Historia de la Rioja,
Volumen 2, 1.986. http.//www. unirioja.es/servicios.
3.-
Juan A. Patrón Sandoval. Milicianos
tarifeños en Las Algeciras: La compañía de Escopeteros de Getares.
http.//tarifaweb.com/aljaranda/num46/art2.htm
4.- AHPNS, Legajo
1.931-PB, año 1.685, folio 29:
Para pago del servicio de milicias se habla de la Dehesa de Abajo “que es de
los vecinos de la villa” y que lleva arrendada José Morales, vecino de Sevilla
y que cumple el día de San Miguel de este año. Se vuelva a arrendar por otros
tres años al mismo en atención al poco ganado
que hay y falta de dinero con una
renta de 2.000 reales anuales.
5.- AHPNS, Legajo
1.931-PB. Año 1.689, folio 9: 25 de diciembre de 1.688. Solicitud al Asistente
para el arrendamiento de pasto y espiga de la Dehesa Nueva de los Fontanales
para pagar el tercio provincial y de milicias que se han repartido a la villa.
Se remata en Fray Diego González de Vidachoaga, Procurador de las Cuevas. 1.100
reales de vellón cada uno de los 3 años.
6.- AHPNS. Legajo
1.920-PB, año 1.694, folio 105: 9 de marzo. Autorización al Concejo dada por
Rodrigo Navarro de Mendoza, del Consejo de S.M. y oidor en la
Real Casa de la Contratación de las
Indias y juez privativo para tomar cuentas de arbitrios y para la cobranza de
los efectos de ellos. Autoriza a arrendar por dos años el Agostadero de Afuera
que está en la Vega
de la villa y con su producto se reintegre los 759 reales de vellón que alcanzó
en la cuenta de los efectos de los años 91, 92 y 93 y lo que sobre se pague a
cuenta del tercio provincial y milicias repartido en base a lo manifestado por
el Concejosobre la pobreza de los vecinos.
Año 1.697, folio 35: 2 de marzo. Guerra de Cataluña y Navarra. Servicio de
milicias ordinario 37.000 maravedís
7.- AHPNS. Legajo
1.982-PB, año 1.639, folio 15 de 7 de febrero: Testamento de Catalina de
Cevallos, esposa del capitán Fernando de Salcedo. Entre las mandas encontramos:
“Mando y es mi voluntad que una esclava mía llamada María de Lopas, sirva al
dicho capitan Fernando de Salcedo, mi marido, como esclava todos los días de su
vida....”
8.- AHPNS.
Legajo 1.917-PB, año 1,640, folio 51.
9.- AHPNS.
Legajo 1.917-PB, año 1,640, folio 61.
10.- AHPNS.
Legajo 1.917-PB, año 1,643, folio 74.
11.- AHPNS.
Legajo 1.917-PB, año 1,645, folio 42 y año 1.645, folio 94 y año 1.647, folio 148.
12.- AHPNS. Legajo
1.919-PB, año 1.653, folio 12: Carta de pago otorgada por Antonio de Pineda, Albaceas de María de Salas
y Sotomayor, en la que afirma que el
esclavo Diego nació y se crió en la
villa. María de Salas lo heredó de su padre, Juan Lázaro de León, difunto,
vecino que fue de la villa. Se vendía el esclavo con sus tachas, buenas y
malas. Gonzalo Ruiz declara que lo compró para el capitán Diego Solórzano
Jaraquemada, Sargento Mayor del partido de Coria y vecino de la ciudad de
Sevilla.
13.- AHPNS. Legajo
1.982-PB, año 1.633, sin foliar:
Juan de Pineda, como principal, y Juan Caro, como
fiador, arriendan a Sevilla la venta y barcaje de San Antón. Fernando Salcedo
firma como testigo.
14.- AHPNS. Legajo 1.917-PB, año 1,645, folio 94: Nicolas Hurtado
de Mendoza vende los granados de la huerta de Isla Hernando a Juan Velásquez.
La huerta pertenece a un mayorazgo fundado por su padre Fernando Salcedo.
15.- AHPNS. Legajo
1.917-PB, año 1,645, folio 42: Nicolás Hurtado de Salcedo vende a Francisco de
Alcázar, señor de la villa de La
Palma y del heredamiento de Puñana, “término de esta villa”
un pegujal de trigo y cebada en diferentes hazas de la Vega.
La cebada 39 fanegas, 3 al sitio de Los
Olivillos y otras al sitio del Tobar de
10 fanegas y dos cuadrejones en el
dornajo de 14 fanegas y 12 fanegas en el Picacho del Puntal.
El trigo 33 fanegas, 14 de ellas en dos
hazas al sitio de La
Margarita y otra en Antolín de 5 fanegas y en el mismo sitio
de 7 fanegas y otra en la
<Sepideras> de 7 fanegas.
16.- AHPNS.
Legajo 1.917-PB, año 1,654, sin foliar.
17.- AHPNS.
Legajo 1.917-PB, año 1,643, folio 74.
18.- AHPNS. Legajo
1.917-PB, año 1,642, folio 100 vto: Carta de adeudo de Francisco García ,
vecino de la villa y residente en San Bernardo de Sevilla, a favor de Francisco
Ponce de León, residente en la villa, por la compra de 628 borregos. Hipoteca
otros 600 borregos que Francisco García tiene en Isla Mayor.
19.- AHPNS. Legajo
1.917-PB, año 1,640, 20 de enero:
Cristóbal García Tirador y su mujer María Corega se
obligan a pagar a Francisco Gaspar de Solís Manrique, señor de Rianzuela, la
suma de 400 reales por la madera que se quemó en dicha villa donde tenía las
vacas y había puesto pleito. Francisco Ponce de León firma por el señor de
Rianzuela.
20.- AHPNS.
Legajo 1.917-PB, año 1.647, folio 148.
21.- AHPNS.
Legajo 1.918-PB, año 1.675, folio 36
22.- AHPNS. Legajo 1.931-PB,
año 1.684.- Folio 43: Venta de hierro y señal de ganado vacuno. Fernando Bravo
y Vásquez de Vargas, marido de María de
Oropesa, heredera de Alonso Díaz de Oropesa, vecino de La Puebla, su padre, vende el
hierro y señal de la ganadería a Tomás Guerra, vecino de La Puebla, declarando que con
anterioridad le había vendido una partida de vacas de dicho hierro. Precio
ilegible.
23.- AHPNS. Legajo
1.931-PB, año 1.679, folio 19.
24.-
AHPNS. Legajo 1.917-PB, año 1.641,
folio 70.
25.-
AHPNS. Legajo 1.917-PB, año 1.643,
folio 76.
26.- AHPNS. Legajo 1.920-PB, año 1.704, folio 54: Fianza para un quinto sorteado que desertó y fue
preso.
27.- Luís de Gamboa
y Eraso. Verdad de lo sucedido con
ocasión de la venida de la Armada inglesa del enemigo
sobre Cádiz en primero de noviembre de mil seiscientos y veinticinco.
Impreso en Córdoba por Salvador de Cea en 1.626. Universidad de Sevilla http://fondosdigitales.us.es/public_books/2291/645378_high.jpeg
28.- Antonio
Espíldora Peñarrubia. Guerra de Sucesión.
La defensa de Sevilla. Revista de Historia Militar nº 79 de 1.999, páginas 95 a 128.
29.- Don Luís
Salazar y Castro. Colección de documentos, índice formado en 1.979, legajo 41,
carpeta 2 nº 1, documento número 77.071 del indicado índice.
30.- Francisco Javier Hernández Navarro y Francisco
Javier Gutiérrez Núñez. La formación de
los Regimientos de Caballería en Sevilla durante la Guerra de Sucesión (1.702 –
1.707) y prosopografía de sus oficiales. Revista Archivo Hispalense,
Diputación de Sevilla, año 2.002, nº 259 – 260, págs. 41 a 81.
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