La misa del Gallo
La Navidad en el Viso aunque hecha
por los mayores estaba pensada para los niños. Porque si hay algo que de verdad
guste a un niño es un ritual y el previo a la Navidad estaba lleno de esas
cosas.
El desayuno no era del todo un
ritual compartido pues había una gran dispersión de personal por todas partes.
Estaban los txiquets y perrunos, que se dejaban caer por la cocina y entre
chachas y tías tenerlo todo a mano. Otros mas amantes de la estética se
llevaban los avíos mínimos, la taza de leche con cafelito aguado y la
sempiterna membrana de nata color mugre y con fuerte olor a bicho (a Javier el
olor a vaca le repugnaba) bien endulzada, a la sala de estar y aprovechando los
rescoldos de la chimenea montaban un quemadero de pan que era el que acababa de
dar el toque olfativo a un desayuno como
Dios manda. Otros, los menos, como Rafa y Javier, a veces Joselu, preferían
tomarlo muy rápido y salir al fondo del jardín, o entre los naranjos a ver las
telarañas plagadas de gotas de rocío que la ligera niebla de la madrugada había
dejado.
Caminábamos entre gruesos vinagritos
de flor amarilla y conejitos lilas de finas hojas, dejando un rastro muy
marcado de color verde oscuro al pasar, pues el agua que los cubría empapaba
nuestras piernas y calcetines, mientras el resto permanecía cuajado de gotitas.
No nos importaba, ni aunque sintiéramos el frio y los pies mojados. Mirábamos
como cambiaba el color del cuero de nuestros zapatos, las blancas piernas
rociadas. Nosotros no estábamos haciendo el ganso, explorábamos una selva, un
lugar salvaje bajo la densa arboleda de naranjos prehistóricos y en alguna
parte de aquel mundo húmedo de vinagritos gigantes había cosas que no queríamos
encontrar.
El tío Vicente era de los
tempraneros, y con aquel frotar de manos que tan adecuado parecía para las frías
mañanas iba de aquí para allá recolectando avíos entre los que no podía faltar
alguna ‘chulla’ despistada, un choricillo bien cubierto de mohos verdes y blancos
que olía como el cielo de un suecano o la siempre querida panceta que sobre las
renacidas brasas y en medio de irrecuperables panes a medio quemar daba el
toque definitivo a los menos tempraneros Juan, Rafael y Silvio.
Salíamos primos y primas al
gran patio como gorriones sin propósito. Era helada la salida por aquella
puerta en esos días, y el aire parecía pesar sobre la frente, apretaba en un
seco pellizco las rosadas orejitas, empujaba las manos al bolsillo. Como una
banda de hormigas despistadas hacíamos un
pequeño semicírculo traspasado el umbral y había, durante un tiempo un
entra-sale que era bruscamente interrumpido por la destemplada irrupción de la inagotable
tía Merche que al grito de ‘¡O dins o fora, repayeta! ¡Tanqueu la porta!’ al
que por lo bajinis algunos añadíamos, por echarlo de menos, ‘collons’. Y
aquello, que nos daba risa también nos daba el ánimo necesario para adentrarnos
en el mundo.
Las niñas tardaban poco en
comenzar un ‘teje’ porque el columpio a esa hora no era buen bocado. El frio
aire hacía muy desagradable asirse a las cuerdas por no hablar de la sensación
en los cachetes. Las ‘cocinitas’, un clásico subgrupo de las ‘casitas’ también
era muy practicado. Con toda la verdulería disponible era fácil de practicar de
forma individual o por parejas. Aunque no se contaba con las flores de los
‘pericos’ para hacer líquidos de colores, tenían los ‘vinagritos’ y las flores
de fumaria (‘conejitos’), además de múltiples yerbas y cascaras de naranja y
limón para dar los toques de color necesarios. Aunque siempre las había más
creativas…
Mercedes y MªCarmen dejaron
moradas de envidia a las clásicas con la creación de mini cementerios, con sus
tumbitas estilo oeste, con arenas de color, combinando la roja con el albero
además de mini ramos de flores y crucería variada.
Pero la más innovadora, por el
sentido de inmersión lingüística fue Ofelia, cuando inauguro el ‘master’ de
lecturas y buenas conductas para las gallinas y pollos del patio. Según cuentan,
la clase (la única) tuvo un seguimiento completo por parte de la población
aviar y con una atención y comportamiento tan correcto y entregado (imborrable
la imagen de aquellas gallinas, con el cuello girado y los ojos como platos,
casi llorando con la lectura declamatíva de la sección de sociales del ABC) que
a la señorita Ofelia le salió del corazón enviarlas al recreo mientras ella iba
a comentar con el resto del profesorado lo bien que había salido la clase. La
rector en funciones Mercedes Martínez San Andrés, conocida en el campus como tía
Merche, declaró a los medios, entre sofocos y repayetas ‘que esperiensias com
esta no es tornarien a repetir’ mientras mantenía inmovilizadas por las patas a
dos ‘alumnas’ que habían sido capturadas por la milicia popular cerca de la
cancela de salida de la finca.
Los chavales nos dábamos una
vuelta por el patio, pasábamos por la carpintería, por el gallinero que se
sentía cálido, con el ambiente vagamente familiar de plumas húmedas y mierda de
pollo enfriada que relacionabas con la habitación hiperllena de durmientes y
diarreicos, por el garaje, por el pequeño almacén de los aperos de huerta, por
la cuadra en fin, una rápida caricia al caballo mas cercano, salíamos al camino
de la granja y quizás volvíamos a la cancela del patio pasando por delante del
gran almendro o nos llegábamos al corralón en ese deambular sin propósito, como
el que verifica que lo que dejamos ayer sigue ahí. Nunca mas seremos en la vida
tan cuidadosos en repasar que todo sigue igual pues no lo hacíamos con la
avaricia del que vigila lo suyo sino con la magia de pegar todas las piezas de
un mundo que queríamos tan duradero y estable como la felicidad que sentíamos al
habitarlo.
Al volver al patio el sol
comenzaba a levantar las últimas volutas de gasa que dormían bajo los naranjos.
Y en poco tiempo uno de los clásicos se iniciaba:
‘¿Quién viene a por tomillo?’
‘Yooooo, Yooooo, Yo también tío, esperarmeeee’ El tío Navarro, con su típico
atuendo de rebeca marrón o cazadora de ante, pantalón de pana y ligeras botas,
se dejaba seguir, rodear, adelantar por una larga fila de chiquillos. Para
poner un poco de orden, pero solo un poco, le bastaba decir ‘Vamos a entrar en
calor con una carrerita hasta la cancela, uno-dos, uno-dos…’ y todos detrás…menos
Rafa y yo que nos lo tomábamos como uno mas de los cien retos que haríamos en
una semana. Como perros jadeando los esperábamos en el oscuro portón de entrada
a la huerta. Solíamos girar hacia la derecha en dirección a la carretera, a la
casa de Marina en la cuesta de Alcaudete.
A la altura de los viejos
brocales de los pozos cegados el grupo hacía una ligera curva huyendo de su
presencia pues algo había en aquellas piedras de cal perdida, agusanadas por el
tiempo, que encerraban la amenaza de un antiguo sortilegio, de una malvada
magia que repelía las ganas de explorarlo todo. He soñado varias veces con el
camino, con un coche que perdía las ruedas en baches hondos como cráteres de
bombas, encontrando a Bosco al que no veía en años, huyendo los dos de acartonados
tigres que volaban rugientes desde los viejos pozos…
Al poco trepábamos un ligero cantil y subíamos loma arriba con el
sol entibiando el aire, llenándolo de fragante musgo, albero y tomillo fresco. Íbamos
metiendo los tallos recogidos en bolsas de tela, en una cesta de nea... Corríamos
algunos a lo mas alto siguiendo al tío Navarro hasta coronar el cerro y
veíamos, como la primera vez, las ordenadas filas de altos naranjos amargos, la
blanca espadaña de la casa, la alta palmera del jardín, al fondo arriba la
granja y sus gallineros, cerros que se perdían en una ligera neblina de
horizontes azulados, la casa de Marina, la carretera que trepaba hacia el Viso
entre cortados de piedra, la casa de la gran noria, con su largo tinador y el
pozo ancho y profundo. En tan solo unos minutos nos parecía haber alcanzado los
extremos del mundo y para no quemarlo, para desear volver a verlo, bajábamos
corriendo hasta media loma, tomábamos los haces de tomillo y a saltos
alcanzábamos de nuevo el camino hacia la casa.
Las niñas, más inteligentes y
coquetas, pasaban a la casa desde el jardín y entrando en la sala sentían cómo
si el aire del verano estuviera aguardando su regreso, besando los fríos
mofletes, calentando las tiesas orejitas…. Rugía la chimenea de hierro, reían
de puro calor los alegres demonios de sus gárgolas y al fondo, en torno al
tapete verde los primeros ‘arrastros’ y ‘cuarentas’ brincaban entre las brumas
y olores de lentos ‘caliqueños’.
Los niños se dividían, yendo
algunos tras las niñas y otros como Rafa, Javier, Joselu, German… se dirigían a
la pila de maderos, cargaban lo que podían y pasando por la cocina llevaban la
leña a las dos chimeneas.
Hasta el almuerzo aún había
tiempo para otros clásicos. Carreras en el jardín era uno de ellos. En las dos
modalidades, jardín liso y jardín bancos (con los bancos de hierro y madera
verde), tenía buen seguimiento. En jardín liso Javier era el más regular y en
jardín banco lo era Rafa. Lo mejor de todo eran los estilos aplicados al salto.
Teníamos el banco en dos tiempos, tabla y respaldo, el banco ‘arrastrado’
(pasando por debajo), el banco ‘contorsionado’ (pasando por el hueco del respaldo)
y el innovador banco ‘ignorado’ (pasando por un lado). En este último eran
buenos los primos Fernando, Álvaro y Alberto. Las niñas también corrían y
Fabiola y Esther eran las campeonas. El grupo de ‘Padres de la Patria’, Juan,
Manola, Rosario, Bosco y MªÁngeles, raras veces competían pero daban ‘calor’
como espectadores.
Aprovechando que a esas horas
el sol daba un agradable calorcito era frecuente que el abuelo, bien
pertrechado de sombrero, bufanda, abrigo y mantita se instalara en alguno de
los sillones de mimbre en la zona ancha del jardín.
Había un bonito juego de bolos,
con piezas de blanca madera de haya y franjas pintadas en distintos colores. Solían
jugarlo las tías María, Isabel y los tíos Juan, Rafael y Joaquín. Unas veces se
jugaba en la zona de la puerta del jardín y otras en la explanada que había al
fondo entre la gran tinaja del cactus y el níspero.
En cualquier caso las partidas
no eran apasionadas y en poco tiempo teníamos a los atletas del bolo entrenando
cortes, repartos y subastas en el olímpico tapete verde.
Las tías Concha y Rosario eran más
de cocina y orden interno y se les veía poco por la zona deportiva. Junto con
la tía Merche, y la asistencia del equipo de chachas, Charo, Lucia, Pilar, etc...
mantenían el nivel de calorías de la población residente a un gran nivel.
En la inquieta hora que precedía
al almuerzo nos pasábamos por los distintos escondrijos que tenían materiales
de murga navideña y arrancábamos, como el que calienta motores, a toda leche
con los más marchosos villancicos. Las carracas, panderetas, zambombas y gritos
lograban crear instantes de éxtasis polifónico, prácticamente una fonio por
cada uno de los cantantes, lo que viene siendo una cacofonía, vaya. Pero en
aquellos tiempos de apretura y vida parca, todos sabíamos que el entusiasmo era
algo bien visto y en cualquier caso aquello servía para aprender letras e ir
cogiendo el tono y el ritmo para la noche y los siguientes días en torno al Belén.
Sobre el multitudinario
almuerzo nada añadiré a la enfadada crítica que hice sobre el negro costillar
de conejo.
En la sobremesa ya se empezaba
a catar algo de la dulcería navideña, aunque sabíamos que el lote solo se
completaría en la noche. Ya habíamos visto como se guardaba en el aparador de
castaño del comedor la ‘Serp’ de mazapán del tío Ramón, y esperábamos que nos
tocara ese año el privilegio de quedarnos con los ojos del bicho. En cuanto a
los polvorones… hace unos años en un
programa de radio estaban hablando el Pali y una rancia coplera ‘¿Te
acuerdas Pali de aqueyo polvorone tan rico de jante? (se refería a finales de
los 50) ‘Digo que zi, ¡Aquello zi que eran porvorone Lola!’ ‘Verdá? Tan fino,
tan naturale..’ Se levanta mi padre, que los estaba oyendo y dice ‘Che, serán
embusteros. Si aquells polvorons es feian un ampapuxat que n’os podía ni tragar
ni ascupir, si la farina era mes mala que feta de encarregt ¿Aón mintxarien
esta gent?’ Nosotros, la verdad, teníamos unas tragaeras que podían con todo y
solo con el paso del tiempo me solidaricé con mi padre ‘en aixó del ampaputxat’.
En cualquier caso los polvorones eran de almendras y los mantecados de
ajonjolí, nada de mariconadas de maracuyá, vainilla, mango, limones del Caribe
o pasas de Groenlandia. De Estepa.
Pasaba la tarde entre partidas
de parchís, juegos de brisca, salidas a por leña, constantes salidas por
naranjas, muchas visitas al cuartito y a salir de allí con parte de las
necrológicas en el culo, y al llegar la oscuridad todos nos congregábamos en
torno al Belén para verlo iluminado y asegurarnos que todo estaba bien.
Claro que una tarde daba para
más. Sobre todo si te pillaba una de esas de llover cansino, ‘que pareitx que
no..’, ’poquet a poquet… collons quin auia cau!’. Un año en aquel afán
emprendedor que hizo grande a la familia se decidió cortar por lo sano aquello
de tener los coches en remojo toda la Navidad. En el clásico estilo suecano de
‘esto lo arreglo yo en cuatre duros’ se presentó un proyecto basado en las
modernas tecnologías de plásticos agrícolas y en nada se colocaron unas estructuras
de madera apoyadas en la pared del patio y se cubrieron con los dichos
plásticos, a los que se añadió alguno que otro de los de abono para reforzar el
toque suecano, en la mas pura esencia de sostenibilidad. A la inauguración se
sumo todo el personal visitante y lo mas probable es que incluso se
sacrificaran dos o tres volátiles, no a los dioses, sino por aquello del ‘arros
amb gallina’ que algo había que comer. Y comenzó a llover, ‘que pareitx que
no..’,’poquet a poquet…’. Y se hicieron varias salidas para ver a esos coches
como señores en sus garajes. Y, hala, a las cartas y que llueva. Pero…. hubo un
fallo en el diseño, pequeño, pero fue la sentencia del plan. No tenían agujeros
de descarga y con el ‘poquet a poquet..’ al cabo de unas horas los techados estaban
ya como panza de vaca preñada. Y fue Alberto el que enseguida le vio la punta
al tema o más bien le puso la punta. Se hizo con una caña de bambú, la astillo
un poco para aguzarla y ¡plaff! problema resuelto. Lo malo es que en vez de un
agujero se hizo una raja que no tenía comparación anatómica posible. Y con la
intención de mejorar lo intentó de nuevo en otro sitio, y otro y todos. Y
cuando ya todos los coches estaban, no como señores en su butaca, sino como
cochinos en un charco, se presenta Alberto en sociedad, morado de frio, empapado
hasta los huesos, como una rata aufegá a dar parte de la hazaña. Y a pesar de
que lo había hecho con buena intención y gratis, cobró una barbaridad en
especies… Sic transit gloria mundi (por algo soy hijo de Juan Navarro, el
primer latinista del Viso)
La cena como tal no llegaba a
existir, diluida en una larga sesión de torrats en la chimenea. Lo que si crecía
era la tensión entre los chicos por la madrugada que venía. Para todos nosotros
el poder trasnochar de forma consentida era ya algo excepcional. Sobre las 11
de la noche ya estábamos todos en la labor de vestirse, después de haber
sorteado, si se podía, la inevitable bañera y el cabrón del champú amistolado
‘torra ulls’ que era parte de la marca ‘Viso y Repayeta’ y que nunca, con verdaderas
lagrimas en los ojos, olvidaremos.
Siempre había alguna familia
que tardaba más en estar listos y mientras, los que ya estábamos vestidos y
preparados, hacíamos experimentos de hasta donde podíamos arriesgarnos a hacer
lo que nos diera la gana sin mancharnos. Casi siempre salía mal, y era
inevitable llegar a la iglesia menos brillantes que cuando salimos de fabrica.
Los angelitos eran lógicamente de los más tardosos en tener todo el ‘team’
preparado, pero es que el equipo era de aúpa, por lo que no se podía comparar
tan a la ligera con los demás. El que se llevaba la palma en ‘tardíos’ era el
de los ‘Juaquinitos’. Inolvidable el tío Joaquín, al pie de la escalera como un
trovador, con su buena voz de tenor, entonando aquello de ‘¡¡Beeeeeeel, que nos
vaaaaamos!!’ Y desde lo alto del ya solitario primer piso, la torre, respondía la
hermosa y nada apresurada Rapunzel ‘¡¡Enseguida estoy!! Ir bajando’.
Ahora venia el reparto. Los
coches mas pedidos eran el del abuelo, mientras duró, y el del tío Navarro, por
la cueva. Aquel pequeño 4L lleno de niños hasta la baca hoy seria noticia
europea con todos los cargos en su contra, incluido el de pederastia seguro. Se
iban poniendo los coches en fila, o en grupo en el llano que había antes de
entrar al patio, y entre la humedad y el frio de aquellos días, y lo que
humeaban los motores de la época, se conseguía un ambiente de estación de
ferrocarril decimonónica de lo más conseguido. Ya iniciaba la caravana su
marcha hacia Carmona. Lentamente se pasaban los baches del tramo del camino
hasta Alcaudete. Al girar hacia la izquierda había que subir la cuesta de mayor
pendiente de todo el camino. Una gran descarga de humo y vapor daban fe del
esfuerzo de los aun fríos motores. Con 8 niños en el coche del tío Navarro
había que desempañar constantemente el cristal delantero. Eso si, probablemente
era el primero en coger buena temperatura interior. A marcha muy lenta, se
tardaba como media hora en llegar a la iglesia, progresaba el convoy. Se
cantaba lo que fuera, no solo villancicos, sino cualquiera de las gansadas del
momento: ‘Ese tío que va ahí..’, ‘Austria, Rusia, Prusia’, etc..
Con mayor frecuencia íbamos a
la iglesia situada mas al interior, aunque también estuvimos varios años en la
que tenía una torre similar a la Giralda. A la iglesia de arriba se accedía
subiendo una serie de amplias gradas. De estilo entre renacentista y barroco era
discreta y elegante. Solíamos irnos hacia delante, pero tampoco demasiado. Nos
colocábamos en la nave lateral. La entrada del tío Vicente y el gimiente sonido
de sus pasos (‘Sabes por que suenan así? Porque son buenos..’) hasta detenerse
en la zona del crucero. Nos íbamos localizando y reuniéndonos mas por edades
que por familias. Iba transcurriendo la misa, como todas las misas, pero esta
tenía de especial la hora, el tipo de personas que se veían por allí, los
abrigos, las bufandas, las alegres lacrimosas miradas de los que ya estaban medio
alicatados, nuestro propio nerviosismo porque aquello acabara y también por el
momento de besar el píe del Niño, que a
todos nos gustaba.
Nos poníamos en la fila con un
poco de disputa por el puesto, en la mano apretábamos la moneda que nos habían
dado para la ofrenda, José Luis riéndose por lo bajo de Perico, con sus manos
juntas y estiradas bajo la barbilla como si estuviera rezando pero que en el
esfuerzo devocional se le doblaban de forma exagerada hacia la izquierda
dándole un aire de completo despiste, las niñas caminando con las miradas
bajas, como si fueran a comulgar nuevamente. Rafa y yo subíamos las miradas de
forma desafiante, esperando que en cualquier momento alguno de los padres o tíos
nos dijeran aquello de ‘Mirar en más devosión, que no estáis en la calle’. Por
fin llegaba nuestro turno, poníamos gran atención, como si aquello fuera la
jura de bandera, tenia que salir perfectamente: soltar la moneda en la cestita
y el beso en el pie, comedido, nada baboso, apuntado al comienzo del empeine,
no sonoro, devoto sin mariconadas, y que pareciera que hacíamos aquello todos
los días. Cuando le llegó el turno a José Luis, viendo la abundancia de la
cesta, trinco un puñado de monedas y billetitos, pasó de besar el pie y
volviéndose con aire de triunfo dijo, con esa especial voz suya medio riéndose
‘Hay un montón de dinero! Coger
vosotros!’ Tiempo le falto al tío Rafael para que el alegre financiero soltara
toda la guita. Eso sí, como José Lu había comulgado no hubo mas hostias.
A los coches de nuevo, y todos
los chavales pedíamos a los conductores ‘Tío más rápido! Tío, hay que llegar
los primeros!’ Y en una frenética carrera a 70 por hora volvíamos con la
ansiedad de ponernos ciegos de dulces y roncos de berrear ante el belén.
Entrabamos por el patio,
subíamos rápidamente a las habitaciones a soltar la ropa de mas y corriendo a
saludar al abuelo y las tías que se habían quedado preparando los dulces, las
bebidas y el chocolate calentito. La tía María se ponía de espaldas a la
chimenea en un gesto característico mientras se quejaba del frio en el trasero.
Comíamos unos dulces con prisa, nos echábamos alguno mas al bolsillo y
corríamos a los escondrijos en los que habíamos ocultado los instrumentos de
hacer ruido: panderetas, chicharras, zambombas, y a cantar como locos delante
del iluminado Belén.
Los tíos Vicente, Juan y Rafael
se animaban con una nueva sesión de torrats, Joaquín, Navarro y Silvio hacían
charlita con una copa de licor en la mano, la tía Merche se sentaba un rato
cerca del abuelo, que no tardaría en irse a la cama. Concha, Angelita y Rosario
charlaban y vigilaban las numerosas proles. La tía Isabel Lobato, cumplidos sus
deberes de madre, se sentaba hermosa ella en su silenciosa ensoñación. La tía
Bel salpicaba ráfagas de bella alegría con su mirar enamorado y su voz suave.
Al fondo, el coro de enfurecidos cantores iba perdiendo efectivos en una lenta
riada de durmientes deserciones. Mañana Navidad y las estrenas….
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