Casa Alta, en algún
momento entre 1955 y 1956. La broma. (Edad entre 3 y 4 años)
Cae la noche y yo me preparo para
no dormir. Buscaré un lugar escondido en el que nadie pueda hallarme y allí me
quedaré dormido, como en mi cueva. El mejor es debajo de la máquina de coser,
pero mi madre ya me ha pillado allí en alguna ocasión. Hay que buscar algo
nuevo. Bosco me hace señas y me acerco rápido
- Javi, estoy oyendo a la tía
Concha y al tío Rafael hablando en el cuarto de baño, aunque no entiendo lo que
dicen pues hablan bajito ¿por qué no te asomas para echar un vistazo?
- Voy
Están de espaldas a mí. La cabeza
de la tía, y la del tío, parecen las de
una muñeca de cartón, de un color marrón
clarito y los dos llevan unas gorras hundidas hasta las orejas. También
llevan ropas grandes y gastadas. Hablan en voz baja y se ríen. Mi madre dice
algo desde abajo de la escalera. Me voy corriendo a su lado.
Bosco da un grito y oigo un
portazo mientras alguien baja por las escaleras. Me detengo al pie de estas y
veo bajar a los tíos riéndose. Sus caras están borrosas y eso me hace mucha
gracia. Pasan por mi lado, me dicen algo que no entiendo y salen por la
marquesina. Ya es de noche.
En el piso de arriba Bosco llora
desconsoladamente. Subo con mi madre y en cuanto Bosco la oye sale del cuarto
del Bautista y se abraza a sus rodillas
hablando entre mocos y hipidos.
- Son monstruos mama, monstruos o
fantasmas.
Me quedo con las palabras. Sobre
todo monstruos me gusta. Al día siguiente le preguntaré al tío Vicente, porque
creo que tiene que ver con lobos y el tío Vicente es el único que sabe donde
podemos encontrar un lobo.
Mi madre se lleva a Bosco en
brazos hacia la cocina y comienza a hacerle una tila. Al fondo se oyen fuertes
golpes en el portón exterior. Yo me asomo a
la puerta que da al patio. El abuelo ya está allí y ve a Melero,
renegando, llegarse al portón. Lo entreabre un poco:
- Que queréis?
- Venimos a por trabajo, le
responden voces oscuras y agresivas.
- Po, venir mañana que estas no son
horas.
- No, tenemos que saberlo ahora. Déjanos
entrar.
A Melero se lo comen los nervios
y cierra la puerta y se va para el
abuelo.
- Don Juan, ahí hay dos tíos mu raros y dicen que quieren trabajo pero yo
creo que lo que quieren es robá.
- Che Melero no seas cobarde y
diles que se marchen que ya veremos por la mañana.
Vuelve Melero a la puerta. La
entreabre un poco y con voz entrecortada..
- Dice Don Juan que os marchei y
que si no llamamo a la GuardiaZibí
- Ah sí? Y quien va a ir a
buscarla, tu?
A Melero se le encoge el gañote y
ya ni le salen las palabras.
El abuelo y mi madre no pueden
contener la risa y los asaltantes también largan carcajadas mientras se van
quitando los gorros y las medias de la cabeza. Al final Melero se rehace y de
mala gana se suma a la fiesta.
Yo voy a contarle lo poco que he
pillado a Bosco, que aun está con sus hipios y su taza de tila. Mis tíos Rafael
y Concha son unos bromistas, y eso les va a durar unos cuantos años.
Cotos, mediados de
1958. La montesa. (Edad: casi 5 años)
Sería Sábado, supongo, porque a
esa hora yo estaba en el pasillo de mi casa y si fuera un día normal debería
estar en el cole. Está echada la cortina de la puerta y oigo el suave ruido de
un motor y el crujiente sonido de unas ruedas frenando sobre la grava de la
calle. Comienzo a levantarme mientras oigo como se apoya el caballete en el
suelo y el gemido de la moto al subirse sobre este.
- Cheee, Navarrooo.
Ese tono entre risueño y confiado
me anuncia que es el tío Rafael el que ha llegado. Salgo a toda prisa para ver
la moto.
Mi tío me coge en brazos y me
besa. Siento la barba de su mejilla y el particular olor de lavanda y caliqueño
que llevaría toda la vida. A los niños nos gusta que nos quieran pero sin
mariconadas. El tío Rafael es de los moderados así que me siento bien con el
saludo pero hay que ver esa moto.
Es muy bonita y rara. Una Montesa
Brío 110, con deposito de color verdoso militar y un escudo de la marca, dos
asientos seguidos, un bonito faro y la larga horquilla. Las ruedas cromadas
brillan luminosas.
- Cuando se vaya le voy a decir
al tío que me lleve con él y que me deje llevar la moto, mi padre me deja.
Mis hermanas ya se han unido a
mis padres y el tío y Juana, la chacha, está en la cocina preparando un
aperitivo.
Tras un largo rato el tío sale a
la calle seguido de mi padre.
- Voy a acompañar a Rafael hasta
la Segunda y Javier se viene con nosotros.
Bien! Me voy de paseo. Me pido
con el tío y me pone sobre el depósito.
Hace bien en no fiarse de mis
habilidades y me dice que no me dejará llevarla, pero aun así prefiero ir con
él.
Su moto corre más que la de mi
padre y al tío le va la marchita, así que disfruto de los flequillazos de mi
pelo con el viento. Después de unos kilómetros llegamos al acueducto. Mi padre,
porque mi madre insistía mucho, siempre lo pasaba andando, así que esperé que
el tío Rafael hiciera lo mismo. El corazón se me puso a mil cuando enfilo lo
que a mí me parecía una cinta de cemento sin apenas cortar gas. En unos
segundos que se me hicieron larguísimos, mientras meditaba en los cocodrilos
que habían en el enorme canal de desagüe 5 metros más abajo, ya estábamos en el
otro lado. Di un largo suspiro y me salió una tonta y agradecida sonrisa.
Me gustó aquel viaje. Mi padre
hacia milagros con lápices y pinceles, pero Mi tío Rafael era un vacilón, un
valiente.
El Viso, Navidad de
1961. Los fantasmas de fuego. (Edad: 7 años)
Siempre llegaba aquel momento, en
el mejor momento (es una manera de hablar, en realidad todo el tiempo era el
mejor momento).
- Che, quels crios no van a
dormir?
A lo que seguía un coro que
semejaba un canon en que los mayores iniciaban uno por uno el 'A la cama' y los
crios un incrédulo 'Ya?'. El pandemónium duraba un ratito mientras se sumaban
los nuevos sonidos de sillas arrastradas, cojines a sus sitios, puertas
abiertas, y por último, besos churretosos por doquier.
Pero aquel día no fue igual. Abstraídos
como estábamos en nuestros juegos no nos
dimos cuenta que faltaban en la sala los tíos Juan, Rafael y Joaquín.
De pronto suena la llamada en la
enorme puerta doble del jardín. Son golpes muy fuertes y se oyen como lamentos
furiosos. En pocos segundos hemos quedado en silencio.
La tía Concha se acerca a la
puerta a averiguar quien llama.
- Quien es?
- Hujjhfhfhhhrr.
. Quién es?
Una voz sepulcral, una sola
palabra
- AAaabreeeee.
Nos quedamos todos acojonados. Se
podía oír el siseo del fuego, el crepitar de las brasas, y de una forma
aterradora el latir de los corazones.
- Aaaabreeee o tiramos la
puertaaaaa
La tía Concha para nuestro horror
abrió lentamente la puerta y allí los vimos, enormes, cubiertos de tela blanca
de la cabeza a los pies, con las grandes antorchas en la mano.
- Al ninñooo que no estéeee acostadooo enseguida, NOS LO
COMEMOOOOOSSSS.
La desbandada fue tremenda.
Tembló el piso, temblaron las escaleras, gritos y zapatazos, llantos de los que
cayeron en la avalancha, madres chillando instrucciones.
Rafa, José Luis y yo que salimos
de los últimos no nos metimos en el tumulto, pasamos hacia la cocina y,
siguiendo a Rafa, sin que nos vieran volvimos atrás y nos metimos en el
cuartito que había debajo de la escalera.
Aún había gente subiendo y
bastante ruido. Respirando a todo pulmón nos hablamos en cuchicheos.
- ¿Nos habrán visto?¿Nos comerán?
Rafa era escéptico. Estaba
emocionado pero intuía que aquello era una farsa, aunque seguro, seguro, no
estaba. JoseLu y yo no lo teníamos tan claro.
Abrimos ligeramente la puerta y por la rendija vimos
a los fantasmas que se dividían en dos grupos dirigiéndose a la sala y al
comedor. Aun seguían con aquellos gemidos. Al cabo de unos segundos volvieron a
juntarse y se dirigieron hacia la escalera.
Con cuidado cerramos la puerta. Oímos
sus pasos acercándose. Se detienen, siguen gimiendo. Miramos por la cerradura
con el corazón tan veloz como el de un pájaro. Sorpresa: llevaban sartenes
encendidas. Eso no eran antorchas. Un fantasma no puede llevar sartenes.
Los fantasmas habían dejado de
gemir y estaban riéndose por lo bajinis, y en nada a carcajada limpia. Se
quitaron las capuchas y los rojos rostros de Juan, Rafael y Joaquín terminaron
la metamorfosis. Bueno, no del todo, hasta que el sempiterno caliqueño, de escuálida
brasa, vivaqueo de nuevo en el córner de la boca del tío Rafael. Creo que lo
llevaba debajo de la capucha. Nosotros
nos quedamos allí hasta que se fueron.
Era cojonudo tener tíos así.
(PD. Naturalmente, la mayor parte
de las madres estaban allí, y la tía Merche, por supuesto. Los fantasmas solo comían
niños insomnes. Hubo división de opiniones, como en un tendido taurino, y
cayeron pitos de la tía Isabel Lobato fuertemente apoyada por la tía Merche, y
encendidos aplausos de unas carcajeantes
tías Concha y María apoyadas por
el risueño primo Juan. Como debe ser)
Casa Alta 1969. Mi
primera feria. (Edad: 15 años)
Mi madre andaba preocupada. El
motivo era mi nueva camiseta. Unos días antes, sabiendo que iría a la feria del
Puntal, había hecho mi primera compra de ropa en solitario. Y para alegría de
los amigos del color me encapriche compulsivamente de un jersey fino de un
furioso color verde lima y con un fabuloso cuello vuelto.
Su temor mas fundado era mi
segura muerte por hipertermia en aquel glorioso verano. Menos probable, aunque
posible, era mi secuestro por los cirqueros para exhibirme como una mutación
calórica. O como un doble tropical de Tom Jones, el Tigre de Gales. Desde luego
de vergüenza no me iba a morir, eso había quedado claro por mi parte.
Pero ¿podía haber algo mejor para
mi pelo desgreñado y semi largo? Estaba asegurado que no iba a pasar desapercibido
y ¿puede un chaval de 15 años pedir más?. Preparé mi maleta para los tres días
que estaría fuera. Tras despedirme de mis hermanas y mi madre, aún con cara
poco convencida, me subí a la Guzzi con mi padre detrás y salimos hacia la
barca de isla Minina. Tras cruzar el rio fue mi padre el que condujo pues yo
aun no tenia carnet. Paramos en el Puntal para saludar al tío Daniel y a la
prima Amelia. Después fuimos a casa del tío Juan, me encantaba el hablar
nervioso y lleno de afecto de la tía Manola y recordaba aquel invierno que pasé
en su casa por la inundación de Cotos. Y por último a Casa Alta.
¡Cuánto teníamos que contarnos!
Para mi aquello era muy excitante. Salir solo, ir a la feria hasta muy tarde
con mis primos, la de charlas que íbamos a tener. Yo estaba ya medio colgado
con mi guapa vecina Rosa. Si, había mucho que contar.
Llegué a hora de comer. El tío
Rafael con su hablar entre rápido y suave me preguntó por mis hermanos, por mis
cosas, mientras me ponía la mano en el hombro. Siempre me sentía bien acogido
por él. Amable y formal. Y allí estaba de nuevo, en aquel comedor que tanto me
gustaba y que evocaba envuelto en un velo de primeros recuerdos. En breve todos
estábamos sentados en la larga mesa y el tío Rafael hizo la bendición. Fue una
comida muy animada, como serían allí habituales. Me gustaba aquello. Hoy puedo
explicar las razones de aquel sentimiento, pero entonces lo disfrutaba y
aquello valía incluso más que entenderlo. Nos gustan los ritos, nos dan
seguridad y confianza. Y allí había una vida familiar emotiva y bien trenzada
con un orden formal y visible. Era como mi casa, pero mis primos eran más
lanzados y eso era un imán.
Las noches de feria, los primeros
cigarrillos, cervecitas y Coca-Colas, el tiovivo de cadenas, la canción 'María
Isabel', las charlas en la cama, las comidas chispeantes, las cenas acortadas
por la prisa, y el increíble calor de mi glorioso jersey verde lima y cuello
vuelto. Verano.
Casa Alta 1971. El
porquera. (Edad: 17 años)
Hacía tiempo que estudiábamos por
las noches, en aquellas largas noches de la calle Alcázares. Tan ritualizadas y
con frecuencia tan predecibles.
Alrededor de las diez aparecíamos
por el piso de los primos. Creo que era el segundo izquierda. Si la cosa iba con prisas nos tomábamos
un Nescafé y nos poníamos, poco a poco, en faena. Si no, saldríamos mas tarde
al Espala a tomarnos un café y echar unas cuantas 'Mantenlo!' para subir la
adrenalina, sobre todo si estaba Bosco. Sobre las once menos cuarto nos preparábamos
para el ritual 'despanzurrado de basura' perpetrado por la vecina del tercero
centro Ángeles viuda de Villegas, más conocida como Dª Ángeles.
Solíamos, conducidos por un ya
nervioso y risueño José Luis, acercarnos en silencio al balcón, todos con los
dedos apoyados en los labios, avanzando como un grupo de apaches parisinos en
la penumbra del salón de luces apagadas. Estábamos tan sincronizados con los
sonidos del piso de abajo que llegábamos al balcón en el momento en que se
abría la puerta del mismo manipulada por Dª Ángeles. En un silencio expectante,
que rozaba el límite de resistencia a la risa, oíamos el enérgico trajín de la
viuda con la indefensa bolsa de basura. Un ligero rozar en la barra del balcón
delataba los giros a ambos lados en la búsqueda de testigos. Y por fin el
imparable 'al cielo con ella' y la mano que insensible a la gravedad libera en
ligero adiós la bolsa a su destino. Cae como un meteoro de pestosidad gaseosa:
sin duda boquerones de ayer, cebolletas pasadas, pollo de Simago averiado, y un
trazo final de patatas podridas de inconfundible 'bouquet'. Dura poco su
carrera y, generosa, regala su contenido al nocturno paisaje urbano.
- Iruuuaaah. Que poco l'a fartao
quiyo, casi cae en el montón. JuiJuiJui... Joselu no puede más y se dobla sobre
sí mismo en una larga carcajada mientras los demás hacemos lo mismo y nos separamos
para no darnos risas unos a otros.
Te ponía bien esto. Y se
estudiaba mejor, por lo menos más contentos.
Pues en esas andábamos y una
noche me fui a Casa Alta a estudiar con Joselu. No fue una noche brillante. Y
tras unas horas de semisueño decidimos que mejor tirar para la piltra.
Serian las 7 de la mañana cuando
entra el tío Rafael y diu
- Cheee, José Luis levántate que
ya es la hora.
- Eehh. Si papá en seguida me
levanto.
Pero la noche había sido larga y
unos segundos después José Luis estaba de nuevo en fase Alfa de sueño.
Oigo el grifo del cuarto de baño
y al poco veo al tío Rafael salir de allí y acercarse a nuestro cuarto. Entorno
los ojos y simulo estar dormido. Sin dudárselo un momento, pero exento por
completo de brusquedad, vierte un gran vaso de agua sobre la cara de Joselu.
Ante su ruidoso despertar no
puedo fingir por más tiempo que duermo y mientras me incorporo oigo al tío
Rafael hablando de forma práctica y aleccionante
- Cuando es la hora de levantarse
hay que levantarse.
Y sin ninguna palabra mas, ni mal
gesto, ni prisa, salió del cuarto.
- Que porquera eh, que porquera
eh. Y lo ancho que se habrá quedao. Ojú primo, que porquera.
Nada digo, todo aquello me tiene asombrado.
No el hecho en sí, sino las reacciones de los protagonistas. No hubo nada de
furia, excepto el cabreo de José Luis. Ni una voz de más, ni un acto más en el
ritual.
Durante el almuerzo todo fue como
siempre. Me hacía mucha gracia la forma de reñir de la tía Angelita. Parecía,
por lo suave de su voz, mas camelable que mi madre, que también tenía sus
puntos flacos. Un beso inesperado te hacia ganar unos cuantos puntos.
Una parte del concierto familiar
es la balada de las riñas. Son parecidas en los textos, pero su música puede
ser muy variada. Y en cualquier caso no lamento haberme aficionado a esa
música.
Sevilla 2013, misa del
Gallo. (Edad: 60 años)
La cena de Nochebuena tiene muchas
cosas que la diferencian de una cena corriente. Para mí son tres, las más
destacadas: Mucha gente, mucha comida y bebida y la Misa del Gallo.
No es la primera vez que hablo de
esto, y espero que aun hayan algunas mas.
En este año, mientras salíamos de las Dueñas, bajo una suave lluvia, no
dejaba de notar mi estado de inquietud que contenía algo más de lo atribuible a
la bebida.
Desde mi primera borrachera, en
una Nochevieja de 1973, conseguida mediante los fuertes brebajes de la
izquierda radical del PT, la Joven Guardia Roja y todo tipo de hippies 'adláteres',
he evitado llegar al estado de levitación en el que lo temible no es la subida
sino la horrorosa caída, precedida de palabras de ánimo, exaltación de la
amistad y el pestoso grafiti de tu vomito sobre un muro ya bien firmado por virtuosos
del meado.
No, nada de levitación, más como
dicen en Cuba del ron Matusalén: 'Hoy alegre y mañana bien'. Aquella calle
tantas veces recorrida me parecía a la vez inexplorada y familiar y las finas
gotas de lluvia eran livianas y templadas. Al llegar a las escaleras de San
Marcos y la pesada cortina de la puerta, hice una parada, como cuando niño,
para pasarme la mano por el pelo y arreglar la ropa de forma elegante. Ya
estaba la misa bien iniciada y nos acomodamos en un banco hacia el final de la
nave.
Nada de extraordinario hubo en la
media hora que siguió, tan solo lo fue mi estado de felicidad y de ensoñación,
hasta el punto de creer que podría escribir un hermoso relato con aquellos
momentos. Hoy se que no habrá tal relato, pues aquí estoy diciéndolo, pero si
una reflexión sobre lo que sentimos y vivimos.
Mi madre estaba en casa
preparando los dulces para la adoración del Niño, el tío Juan llenaba imponente,
bien erguido, la esquina de su banco junto al pasillo, el tío Vicente, con sus
buenos zapatos de gimiente cordobán había hecho el largo paseíllo desde la
entrada hasta los primeros bancos, el tío Joaquín aun andaba distribuyendo la
larga prole en bancos especialmente higienizados mientras la tía Bel se
santiguaba magnifica como una Madonna renacentista, la tía Merche bisbiseaba
oraciones sin dejar de sonreír y de parecer recogida (¿ cómo lo hacía?), el tío
Rafael entre rápidos parpadeos controlaba el rebullir inquieto de Joselu, Perico, Manolo y Ester. Realmente fue
una misa mayor y, en algún momento, mi padre en el Coro de la iglesia dejaba
escapar oportunos tonos de country-folk con su armónica.
Si difícil es controlar lo
racional se hace casi imposible predecir nuestros sentimientos. En estos días
no he sentido pena, pero si una gran y dulce nostalgia. Poco sabemos de cómo
vivir nuestras vidas y menos aun de como afrontaremos nuestro fin. Pero si hay
algo que la vida nos da y que vale casi tanto como el amor que encontramos en
ella, es el aprender. Y así he aprendido, con las vidas de muchos que he tenido
la inmensa suerte de conocer y de amar que el final de cada uno es solo el
final de toda una vida y que el que ha vivido con amor, con generosidad y
alegría, no deja un rastro de tristeza a su fin, tan solo una gran y dulce
nostalgia.
Me alegro de haberte querido,
querido tío Rafael.
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