Todos somos especiales pero mi
padre lo fue un poco más.
A finales de los 80 dejó de ir al
campo, su poca visión lo traía tenso cuando conducía de regreso por la noche. Nos
preguntábamos a que se dedicaría. Vana pregunta. Conociéndolo como lo
conocíamos en casa, enseguida tendríamos la respuesta: a Todo.
Para él el paso del trabajo a la
jubilación fue como renovarse y tardó muy poco en estar embebido en aquello que
le gustaba hacer. Cada vez pasó más tiempo en la parroquia, en Caritas, en el
coro, en el barrio.
Conoció más personas, más amigos,
más lugares. Pintó todo lo que quiso y pudo y siempre había una mano levantada
diciendo ‘El próximo para mí’.
Habló con mucha gente, intercaló
imposibles citas latinas en medio de charlas comunes. Recordaba con criterio y
hacia filosofía de la vida con trocitos de calle.
Cantó su amado gregoriano, y no le
metió armónica por dejar algo tal como estaba, pero estoy seguro que se le pasó
por la cabeza
Escribió poemas y muchos
villancicos. Cada año su christmas nos traía de cabeza: escribirlo, encajarlo,
añadir el dibujo, imprimirlo, fotocopiarlo y por fin repartirlo por la cada vez
más amplia clientela. Pero cómo sonreía, como agachaba un poco la cabeza para
que no se le notara lo orgulloso que se sentía cuando alguien, muchos alguien,
le decía: ‘Juan, este año lo has bordado’, o ‘Se me han saltado las lágrimas,
que preciosidad’.
También, sacrilegio, tuvo que
fotocopiar sus frescas acuarelas, sus dibujos a tinta, sus paisajes donde un
árbol lo llenaba todo, firme, umbrío, acogedor. Quizás él mismo se veía así.
Y pasaron los años y de pronto un
día descubrió que había vivido tanto que ya era anciano. Y entonces reconoció
‘que se había hecho un poco viejo’, ‘que había perdido facultades’. Y como
viejecito se reconoció a sí mismo en historias ‘¿Te había contado alguna vez…?’
Y lo contaba, como si lo estuviera estrenando. Y cada vez las historias eran más
lejanas y los recuerdos más jóvenes.
Y fue haciéndose inmóvil,
indefenso, y le dimos cariño, mucho amor, mientras retrocedía en una imposible
vuelta a la infancia.
Los últimos años se los debe a la
cuna que mis hermanas tejieron en torno a él, al mimo incesante de Fabiola.
Juan murió de haberse tragado toda la vida, hasta la última gota. Nada podemos
decir ante algo tan natural y humano. Pero por qué quiso vivir tanto tiempo no
fue casualidad. Todo lo que sembró le fue devuelto y aumentado.
La vida nos regaló a Juan. Y él
recibió el mayor regalo que la vida nos puede dar: el respeto, el cariño y el
amor de muchos de nosotros. La deuda esta saldada. Que viva en nuestro recuerdo
y que Descanse en paz y amor.
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