!Ay que me pica!
La vida
es, filosofías y teogonías aparte, un transitar entre grupos. Prácticamente
desde que nacemos pertenecemos sucesivamente a una u otra clase, una categoría,
un grupo. Bebés o cagones, reptadores y pruebatodo, pequeñajos, txiquets,
pequeños, los de primero, los mayores, adultos, cuarentones, viejosverdes,
jubilados, güelos, ancianos y amigos para siempre, lamentablemente sin derecho
a copa y pitillo.
En el
Viso, y en esa época los únicos grupos que nos interesaban eran los muy naturales
y cambiantes de mayores y pequeños. Siempre hubo una línea difusa entre ambos y
también algo constante: la única frontera que se deseaba atravesar era la que
llevaba de los pequeños a los mayores y nunca a la inversa. A estas alturas de
la vida a nadie sorprende que esto fuera así, pero nos gustaria que al menos uno de cada dos años se invirtiera el sentido de esa frontera.
Es verano.
A mediados de Agosto el Viso es un lugar perfecto para disfrutar de todo el sol
y calor que quieras durante el día y de la frescura de sus noches despejadas.
Este año hemos coincidido varias familias en el tiempo de Agosto: Vicentitos,
Navarritos, Silvitos y Angelitos.
Javier ha
puesto de moda hacer aguas de colores machacando flores de pericos. Las más
espectaculares son las de color rojo rubí. A las niñas les gusta el tema y nos
organizamos para producir en grandes cantidades. Pequeños grupos recolectan las
flores visitando como parlanchinas abejas las distintas matas de Pericos: rojo
escarlata, amarillos, morados, rosas, blancos, moteados…. Las colocamos en
cubos de plástico y con pequeños troncos que hemos pelado, pulido y redondeado
en su punta con ayuda de las escofinas de la carpintería, las machacamos y le
añadimos pequeñas cantidades de agua. Después pasamos esta pasta por una tela metálica
y un trapo a modo de colador y obtenemos un líquido de color muy concentrado, que despues mezclamos con agua. Hay
que añadir que todos teníamos las manos enrojecidas de rascarnos, pues aquellos
líquidos daban un picor que resistía lavados y jabones. Yo me frotabas las
manos con arena y algo se arreglaba pero no todo el mundo seguía mis bravos
consejos. Llenamos todos los botes que tenemos con estas aguas de colores. Ahora
había que encontrar una tela que se dejara tintar con nuestros inventos.
- Le podemos pedir a la tía Merche…
- Naaa, no le podemos pedir naaa, que
va a decir que noo.
- Bueno pero si se lo pedimos bieennn.
- Hija que poco conoces tu a la tía
Merche, afirmó Margarita dando por cerrado el tema con Isa, más partidaria de
la transparencia en el uso de los bienes Viseños.
- Pues yo sé de donde podemos sacar
otra ‘tela’ más bonita.
- ¿De dónde Fabiola?
- Hija, pues como en Cotos, de las
algas de los canales.
- Pues de donde, porque aquí canales
no hay muchos… dejó caer Silvia con cierto tonillo de guasa.
- Pues de la alberca de la Huerta
Chica que está toda verde, y la secamos al sol y ya está. Como en Cotos…. soltó
Fabiola quedándose tan a gusto.
- Oye pues es verdad, soltaron a coro
las demás, incluida Lucia que hizo varios disparos al aire con su revolver de
pasta plateada. Por aquella época Lucia era experta en ‘apistolar’ enemigos y
además tenía un ‘cortagañotes’ que tomaba prestado del arsenal de Javier, ‘por
si había que rematar a algún herido de los malos’.
- Vamos a decírselo a los primos.
Así que en
nada teníamos montada una expedición a la Huerta Chica, casi todas las niñas y
un buen puñado de chavales. En vez de subir hasta la granja y seguir por la
bajada posterior nos metimos hacia la izquierda un poco antes de la casilla,
que luego sería la leonera de los mayores, caminando por el bancal y los
todavía pequeños naranjos de Clementinas hasta uno de los sitios más bonitos
del Viso: el limonar de la Granja. No era solo por el olor que tenía, las copas
de los limones se tocaban entre si cerrando el espacio y creando una sensación
de frescura y de seguridad, como una bella habitación de acogedoras paredes
verde lima. Siempre que pasaba por ese sitio deseaba tener una cabaña encaramada
en la parte más densa de la arbolada, que no cambiara nunca y poder regresar allí
cada vez que el mundo te dejaba fuera de la ciudad, cerradas las puertas, al
anochecer…
- Bueno mientras estos se quedan
sacando algas nosotros vamos a coger dátiles, nos dijo Rafa a JoseLu y a mí.
Dos
palmeras tenían ya una larga cola de dátiles amarillos, pero... a 6 metros de
altura. Así que… a pedradas.
Después de
unos primeros disparos lo que quedaba claro es que había que sacar de allí
algunos de los más pequeños o habría una cabeza cascada en poco tiempo. No hay
como tomar precauciones…
Con las
pequeñas piedras que había por allí no conseguíamos atizar con fuerza en los
dátiles como para derribarlos. Pero el que busca halla y con un ladrillo entero
en la mano hice un buen disparo. Los únicos que podíamos lanzar aquello a la
altura necesaria éramos Rafa y yo. Pero de derribar dátiles pasamos, sin que se
notara, como si fuera casualidad, a tirar cada vez más alto. En una de aquellas me puse en el lado opuesto al de Rafa y cuando él logró un
lanzamiento por encima de la palmera no fue un dátil lo que encontró en su
elegante parábola de regreso a la tierra sino un coco: mi cabeza. Durante años
he estado convencido de que la forma plana y poco ortodoxa de mi occipital
(debajo de la coronilla) se debían a aquel ladrillazo. No me desmayé, ni
siquiera sangré, pero la recogida de dátiles pasó a ser desde ese momento una
actividad de alto riesgo.
Después de
recoger las algas las pusimos a secar al sol, extendidas sobre unos
guardiasaltos, volveríamos al día siguiente para llevárnoslas ya secas. Y así
fue, en 24 horas teníamos unos hermosos lienzos de suave color crema verdosa
con el aspecto y tacto de un paño de lino…. almidonado. Con cuidado los llevamos
a nuestra tintorería, pero al igual que pasaba en Cotos aquellas bonitas piezas
de algas acartonadas no resistían el tratamiento y lo mejor que obtuvimos
fueron unos coquetos boquetes enmarcados en rojo, amarillo y morado. Nuestra
hermosa tintorería fue, naturalmente, flor de verano.
En Agosto siempre teníamos alguna fruta que
picar, todo era llegar a los arboles adecuados y coger lo que quisiéramos. Pero
no todo crecía en arboles...
- Podemos ir a coger higos chumbos,
dijo Rafa
- Yo voyyy, y yo, y yoooo, JoseLu,
Manolo, Perico, Fernando, Alberto, Álvaro, todos se apuntaron.
Salimos
corriendo hacia el patio y, buscando donde hay que buscar, en un ratito
teníamos todo lo necesario para cogerlos, traerlos y darnos un atracón de
chumbos. Lo principal era la larga caña con el extremo hendido en cuatro partes
que se mantenían abiertas mediante pequeños trozos de caña. Esto permitía que
se ajustaran firmemente piezas de distintos tamaños y que al arrancar los higos
de la pala no cayeran al suelo. También, con bastante optimismo, cogimos un par
de cubos de plástico para traer el botín. Rafa insistió en que fuera más de uno
pero no entendí muy bien porque…
Bajamos
por el camino de los chalets y donde empezaban las arenas blancas con el alto y
solitario peral a nuestra derecha, cogimos hacia la izquierda hasta llegar a la
gran encina pegada a la valla de alambre de espino que separaba la huerta del olivar
vecino. Mientras atravesábamos la alambrada a través de unos generosos boquetes
que unos y otros manteníamos abiertos de forma permanente, mirábamos el estado
de las moras pero aún no estaban maduras ni siquiera para el paladar de Alberto
que era la referencia en cuanto a ‘comestibilidad’ de lo que fuera desde
naranjas a vinagritos.
La
chumbera se extendía interminable a nuestra derecha hasta cerca del camino de
albero de la entrada a la huerta.
Rafa
llevaba la caña y cuando comenzó a tantear los primeros chumbos le dijo a los
porteadores de cubos (estaban excluidos JoseLu y Germán, por ser casi mayores) que
se acercaran a la valla y se pusieran en la zona por debajo de la caña ‘por si
se suelta lo podéis coger poniendo el cubo debajo’. ‘Si hombre’ largaron los
dos porteadores. ‘Que sí, que nunca se sueltan es por si acaso, miedicas’. Rafa
sabía tocar el punto flaco de los pequeños. No llegaron a ponerse muy debajo
pero estaban cerca.
Vi como
Rafa tardaba mucho en enganchar los chumbos, los tanteaba, los rozaba rotando
la caña, y por fin los atrapaba y con un giro los sacaba de la pala. Le vi
hacerlo varias veces impaciente yo por demostrar que se podía hacer más rápido,
cuando al trasluz del sol vi el polvo que se desprendía de la caña cuando la
rozaba con el chumbo. Entonces comprendí por qué tenía aquella sonrisita y los
ojos brillantes desde hacía un rato. ‘Déjame Rafa, creo que ya he aprendido a
coger los higos chumbos a tu estilo’ le dije medio riéndome.
Después de
pillar un par de docenas de higos, los porteadores, más los dos o tres relevos
andaban ya como locos estirándose el cuello de la camiseta. ‘No os pica er
cueyo?’ ‘A mi mucho y también las orejas’. Así que cortamos la historia y
volvimos a casa muy orgullosos de nuestra cosecha y con bastante risa.
Una buena
broma tiene dos partes: la primera es que te rías y la segunda que no te pase
ná cuando el embromado te pilla…o sus parientes. Así que la primera parte ya
estaba hecha.
‘Ellos
nunca han tocado los chumbos, mamá, nosotros no los íbamos a dejar hacerlo. ¿A
que no habéis tocado los chumbos?’
‘Noooo’
contestaron en picajoso coro los porteadores temblorosa la voz.
‘¿Pues
entonces como están con este sarpullido?’ gritaba la tía Angelita en
representación de madres afectadas
‘Porque
son muy torpes y se habrán rozado con las chumberas sin darse cuenta’ finalizó
Rafa que ya veía peligroso el interrogatorio.
Y también
la segunda parte. Nuestras caras estaban intactas y más duras que antes.
Hoy
sabemos que el cerebro repite lo ya hecho con preferencia a iniciar algo nuevo.
Así se ahorra azúcar. A nosotros nos hubiera venido bien saberlo, pero eso no impedía
que lo practicásemos. Visto de otro modo repetiremos lo que ya nos ha
divertido. Y así fue.
Unos días
después, cuando el furioso color escarlata enfadao había retrocedido hasta solo
pescuezo escocio en los porteadores, los creadores de ‘Cañita pica y pica’ ya
teníamos una nueva y jocooosaaa idea más en la línea del toco-mocho. Primero
enseño los billetes y luego pongo los recortes de periódico.
Ese año en
el arriate que había en la fachada que daba al camino alguien había plantado
unos bonitos pimientos que al madurar tomaban un hermoso color rojo.
Aún estaban verdes la mayoría cuando yo los probé. Solo fue un bocado de
prueba. Me ardió la boca y entre escupitajos y tacos de primera edad me fui al
grifo a enjuagarme. Una guindilla fresca tiene poco de fresco, no es solo el picor hay algo mas como
de pimiento amargado que lo hace muy persistente. Por fortuna no me había visto
nadie con lo que mi ego estaba a salvo. Pero …. si yo me había equivocado, otros
mal informados …..
Al día
siguiente conmigo como capo y con Rafa y JoseLu como ganchos colgué en la mata
de guindillas, sin que nadie me viera y de la forma más natural varios
pimientos de un tamaño y color similar al de los propios frutos de esta.
Arrimamos una mesita y pusimos en ella un salero y vinajeras más un cuchillo. Y
comenzó la trama…
‘¿Quién
quiere un pimiento aliñao?’ ‘Yo, yo’ pidieron los ganchos. Cogieron dos de los
pimientos camuflados y yo los abrí les puse el aliño y ‘Ñan, que bueno’ ‘¿Quién
quiere?’. Los niños siempre van en grupo y eso es bueno para el depredador
porque siempre hay para elegir (nota biológica culta: especies, supervivencia,
ya sabes…). Y así fue: los expertos ganchos cogían guindilla tras guindilla y
me las pasaban para que yo las preparara.
‘Hay que
esperar. No es justo que unos se las coman antes que otros’ así pudimos
prepararlas todas sin que nadie diera la alarma y también así podían caer todos a la
vez.
‘Bueno
ahora no probarlas. Hay un premio de un duro al que se la coma antes’ todos
apretaban la guindilla en la mano hasta hacerla sudar, poniéndola más
enrabietada si era posible. ‘A la una, las dos y las treeesss!!!’
Bien salió
muy bien, es lo que tiene el timo, que engancha de lo guapísimo que es ver la cara de mamahostias que se pone al
timado, y, más si se pica, jijiji, huy perdón, es una manera de hablar claro
…jijiji..
La parte
uno salió muy bien y en cuanto a la parte dos … bueno Rafa y yo ya estábamos en
una edad en la que no era probable recibir una hostia si no había sangre de por
medio. Y por otra parte la naturaleza humana vino en nuestra ayuda disipando lo
que habíamos hecho, con otros culpables.
El hombre
es un lobo para el hombre (nota biológica culta: especies, supervivencia, ya
sabes…). Nosotros transformamos esta patibularia frase en la mucho más
divertida: ‘El hombre (mejor un puñado de ellos) es un Lobo para la guindilla’.
El hombre imita. Por aquí vamos mejor.
Esa misma
tarde, cuando todavía escocían los morros de los afortunados y el chocolate aún
sabía a chistorra salvaje, dos o tres de ellos montaron un remake para la
siguiente generación de crías humanas, lamentablemente de corta edad.
Consiguieron
de puta madre la parte uno. Aún les dolían las costillas de reírse cuando una
avanzadilla de padres furiosos les dejaron los cachetes con bajo relieves. Una
hembra de mamífero se transforma en un basilisco si su cachorrito es timado
(nota biológica culta: especies, supervivencia, transformismo, ya sabes…). No
hubo parte dos.
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