Historias de Javier
Libro 3
Historias de El Viso.
Dedicado a los que nos dieron la mas feliz época y la mejor vida, nuestra gran familia.
Javier Navarro Grau
En
Sevilla 2.003 – 2.012
Historias del
Viso
- El primer verano
- La casa
- Los partes del tiempo
- La alberca: baño, fruta y juego
- La familia de Blas
- Aquí también se curra
- Limpiando la alberca
- La despensa
- La miel
- Las basuras
- Los embalses.
- Haciendo juguetes
- La ‘beriendaaaa’
- El Viso y Carmona
- Ay que m’ajogo...
- En la frontera ... (Expedición y ‘teepees’)
- Los cuentos del abuelo Juan
- Ay que me pica (Chumbos y guindillas)
- Sálvese quien pueda: El jorobado peludo y la alberca
- Los fantasmas de fuego (tíos bromistas)
- El cuarto de los armarios
- Yupi, navidadddd.
- La misa del Gallo
- Aquí no se cabe (Navidad)
- Las estrenas
- La Nochevieja
- Si comes ‘Negritos’ ...
- ¡¡Me pido con el tío Navarroooo!!!!!
- Historias de mucho miedo y el Niño Jesús
- Un día en la huerta
- Vamos a la playa.
- Las amigas de mi tía
- La zarzuela (‘Quite ese cántaro...’)
- Vamos creciendo (los bailes, la casa de la granja, la batalla con los pequeños, la nochebuena en los chalets)
1.
El primer verano.
“Durante
toda una larga mañana no dejé de mirar en dirección a la lejana curva de la
carretera cerca de la casa de bombas del Cortijo Viejo. A cada momento veía, y
anunciaba con emoción ‘Veo una mancha negra!! ¡Ya viene el abuelito! ... Mi
madre me miró por enésima vez, por enésimo grito, y de nuevo me recordó, digna
y coherente con su miopía, que ‘no era posible distinguir desde tan lejos un
coche negro’. Y yo seguía pensando: ‘Yo si puedo, claro que puedo. Solo hay que
mirar sin parar y ese no se escapa’, el tema de la distancia ni pasaba por mi
mente. ‘Si desde aquí puedo ver la curva, puedo ver todo lo que se mueva por
allí’. Nada da más certeza a un obstinado que una buena lógica que lo
justifique.
Mientras
hacía tiempo, me entretuve jugando cerca del canal de desagüe que pasaba por el
lado oeste de la casa. Una de las cosas que me gustaba hacer, era tirar una lata al canal, sin que se hundiera,
y dejarla llevar por la corriente mientras yo la apedreaba hasta hundirla.
Claro que había que lograrlo antes de que la lata se metiera por el tubo de
salida al desagüe grande, en parte porque según la hora, y la marea, podía
hundirse sola al pasar por ese sitio, y en parte porque la gracia era hundirla
antes de llegar allí. Si en vez de una lata era una botella de cristal, se
disfrutaba el doble, porque el sonido del cristal quebrándose en el agua era
delicioso.
Al
fin el punto negro se hizo más y más cercano. El aparatoso coche se detuvo en
la explanada delantera de la casa. Yo miraba embelesado los prominentes faros cromados sobre los anchos guardabarros
delanteros. Primero bajó Pepe ‘el chofer’, con su gorra de plato, o de fielato,
o de lo que fuera, que abrió la puerta al abuelo. El abuelo Juan, grande, de
gesto enérgico y algo malhumorado, su bastón y el ‘borsalino’, impresionaba, y
mucho mas siendo tu abuelo.
Tras
los saludos de rigor, y la sentada en casa, y la comida, y las charlas, y...
todo lo que hay que hacer, llegó el momento de coger la maleta y salir de
viaje.
Besé
a mi madre, que aprovechó para darme un par de consejos extras, a mi padre
siempre apacible, y me senté al lado de mi abuelo, aunque ya entreví la
posibilidad de aprovechar una parada antes de llegar al Viso, y pedir un cambio
de sitio, al lado de Pepe ‘el chofer’...”
El
coche era muy grande y aparatoso. Lo mas interesante eran dos banquetas que
estaban recogidas en la parte de atrás de los asientos delanteros, y siempre
pelearíamos los primos por conseguir ese sitio. Lo más misterioso, y peligroso,
era un extraño cilindro de metal que se hundía al pisarlo, y que Pepe
aseguraba, tremendamente serio y convincente, ‘que si lo pisaba, cualquiera
menos él, explotaría una bomba que había en el motor’. Yo me mantenía siempre
intrigado y a distancia prudente del pedal.
Después
de pasar Los Llanos y la larga recta que había a continuación, llegábamos a una
de las partes más hermosas del camino, la curva de los álamos blancos, antes de
La Compañía,
el poblado junto al río. Años después, yendo al internado en las frías y
nítidas madrugadas de lunes, el alba silueteaba en negro y plata las casi
desnudas ramas de los álamos, y yo siempre sentía emoción por tanta belleza y
por la promesa de aventuras que aquellos árboles me sugerían.
En la
marisma no abundaban los árboles, los mas frecuente eran los tristes tamarix y
los frescos mimbres, casi siempre siguiendo el curso de los canales de desagüe
y algún que otro eucalipto. En las películas de aquella época en brillante
eastmancolor protagonizadas por indios en Canadá, aparecían rápidos y
limpios ríos entre bosques de abedules,
que se parecían, por el manchado de los troncos, a estos álamos de la curva del
sifón.
Poco
mas adelante el mundo se convertía en un lugar de revistas: comenzaba la
carretera de asfalto, y la entrada al poblado de La Compañía, con su ancha
avenida de altos eucaliptos y mas adelante el bonito cortijo de Santa Marta, y
en poco tiempo, para mi alegría, se veían pequeñas elevaciones y el cambio
brusco de vegetación, que se hacia en poco trecho claramente mediterránea con
acebuches, jaras, mirto y romero, y algo mas adelante coscoja y encinar. Al
otro lado de la carretera, a la derecha, se abría un gran prado que llegaba hasta
los viejos cañaverales del Río Viejo, un antiguo meandro cegado que almacenaba
agua durante todo el año y que mantenía una gran población de aves típicas de
la marisma, además, estábamos todos seguros de eso, de enormes serpientes y
quizás hasta caimanes, que ya sabía yo que el caimán es mas de charcas que el
cocodrilo y que las serpientes comen pájaros y las de allí debían ser enormes y
muy listas, pues no se dejaban ver sino en raras ocasiones que siempre dejaban
aterrorizado al que las veía.
Lo de
las serpientes era uno de los temas recurrentes en los cuentos de taberna y en
los corrillos nocturnos de aquella época.
Las
bichas eran temibles por su sabiduría,
‘....zaben máh que ojú....’,
por
sus disfraces, por su fuerza y sobre todo, lo mas terrible, por su capacidad de
hipnotizar
‘....me
ze quedó mirando y no ze lo que zentí de pronto....’,
de arrebatarte
la voluntad
‘...
me quedé parao totarmente...’,
de no
poder desviar la mirada
‘.. y
ayí venia, dehpazio y zacando la lengua y zoplando mu enfadá....’
y
asistir, mudo e inmóvil, al abrazo mortal y helado de la enorme y vieja
culebra.
En
cualquier caso las serpientes del interior y sobre todo por donde hubiera
cerros o montes, eran más grandes y malvadas que las de la marisma. Pronto
conocería en el Viso historias más terribles y fantásticas que las ya conocidas
en ‘er Coto y loh Cazudi’.
Dejamos
atrás la curva del acebuche y ascendemos las pequeñas cuestas de la Cascajera, que a mi me
parecían grandes por estar acostumbrado al terreno llano y monótono de la
marisma.
Atravesamos
el llano que formaba la dehesa de Coria, en el que había un gran olivo, pegado
a la carretera, que tenía la forma de un pavo picoteando el suelo. Este tramo
terminaba en una doble curva, que nunca supe porqué se llamaba ‘la curva americana’ y que en la época se
consideraba una curva peligrosa. Años más tarde descubrí que era la única curva
interesante de todo el recorrido. En este punto la carretera cortaba un pequeño
caño que cuando llegaba la época de lluvias se crecía e inundaba el llano a
ambos lados del camino y a veces la inundación podía durar un par de meses o
más.
Luego
venia el desvío a Dos Hermanas. Aquella era una de las partes que más me
gustaban del camino pues descubrí un sitio llamado ‘El Rey Chico’, que tenía ¡¡
Columpios y caballitos de madera!!! Nunca parábamos allí, lastima. Ya cerca del
pueblo por una hermosa zona de naranjos venía el impacto cultural del camino:
el Camping Wilson!! había gente que vivía en tiendas de campaña y rulotes, como
en las películas y revistas americanas¡¡. Deseaba ser mayor para estar allí y
quedarme mucho tiempo en mi tienda...
Otro
flipe era la travesía de Alcalá de Guadaira, con su antiguo puente y ¡¡¡ Un
castillo enorme!!! Desde este sitio hasta Mairena del Alcor la boca se me hacia
agua viendo árboles y cerros. En 1958 no había prácticamente ninguna
edificación notable fuera del perímetro de los pueblos, como urbanizaciones o
zonas industriales y el paisaje tenía la belleza única del campo de frutales y
huertas.
Mairena
era un pueblo bonito, todo blanco y limpio. La carretera lo partía en dos y el
pueblo crecía siguiendo su trazado, lo que daba el aspecto de un lugar de
curiosos, la gente y las casas, asomados permanentemente al paso de los
viajeros.
De
aquí al Viso del Alcor había un paseo. En este pueblo lo mas llamativo era la
diferencia de altura de las casa con respecto a la calle, habiendo una zona en
la que la acera estaba a mas de dos metros de altura. Junto con Alcalá era el
pueblo que tenía mas cuestas y, insisto en esto, a mí todo lo que no fuera
llano como la marisma me daba espíritu de aventura. El Viso siempre me pareció
menos señorial que Mairena, aunque tampoco tengo claro por qué. Era sin duda
pintoresco, lleno de escenas costumbristas con sus paisanos con las gorras
negras y aquella especie de baberos rayados en grises y negros que eran omnipresentes en
la gente de campo de la época; los burrillos enjaezados a la rondeña, con sus
serones y angarillas, las lentas y cagonas vacas a un lado de la calle, las
tabernas, con sus moradores que tenían casi el color desvaído de las paredes
del local, tabernas que olían a café, aguardiente, ‘meaos’ de gato y
aserrín....
‘‘Ya
falta poco’, me había dicho el abuelo, mientras yo miraba a uno y otro lado
para no perder detalle. Subíamos la última cuesta del pueblo, ya casi en las
afueras. Una casa medio derruida me hizo pensar en la guerra
‘A esa seguro que le dieron un cañonazo y se
murió toda la gente que había dentro, y ya no habían querido arreglarla. Menos
mal que en Cotos no hubo guerra’.
En
muchos pueblos encontraría esto de las casa destruidas y siempre se lo
adjudiqué a la guerra, fuera o no esta la razón del desaguisado
Yo
iba sentado a la derecha observando las enormes pitas que cercaban la
carretera, con sus penachos floridos ‘Ahí seguro que hay unas bichas, bueno
serán serpientes por lo menos, aunque tan cerca del pueblo solo saldrán de
noche, porque si no les tirarán piedras y las matarán’. De pronto se hizo un
claro en las márgenes y vi algo que me hizo abrir la boca y los ojos de par en
par
‘
!!Abuelito, se ven los campos como un mantel ¡¡ !! Qué bonito, es como si
estuviéramos volando ¡¡’.
La
vega de Carmona se mostraba espléndida en plena primavera, con sus ordenados
cuadros y líneas, de campos y caminos, de cultivos y prados.
Unos
kilometros más adelante tras bajar una gran cuesta, el coche giró hacia la
izquierda y se adentró en un sendero, que se iniciaba flanqueado por grandes
piedras de caliza y albero y discurría
por un pequeño cortado en la base del cerro, que estaba salpicado de
matas de tomillo. Un poco mas adelante a la derecha, entre dos higueras
‘bravias’ se alzaba el desconchado brocal de un pozo, de aire siniestro y
amenazante. Las piedras de albero que formaban su base dejaban entrever oscuras
rendijas que, sin duda, eran refugios de culebras y lagartos. Ahora la senda se
hacia mas llana y a la derecha aparecían grandes pitas, alguna con su alto
penacho de copas amarillas, y a la izquierda, al final del olivar, tras una
rustica y salvaje cerca de alambres de mohosas púas, pitas y viejas chumberas,
aparecían los altos y oscuros naranjos amargos y mas al fondo, la gruesa
espadaña, el tejadillo y parte de los blancos muros de la gran casona del Viso.
El
corazón me latía emocionado cuando enfilamos el camino que llevaba a la casa
atravesando los negros portones de chapa de hierro de la cancela, que siempre
recuerdo abierta. La arena rojiza del sendero daba un toque de camino de
caravanas muy vaquero y amortiguaba el ruido de las ruedas. El aire olía a
bálsamo de azahar y vinagritos; el zumbido de las abejas y el estridular de los
abejarucos en lo alto, ponían la música que aquel momento se merecía: Por fin
estaba en el Viso.”
La anónima de tu hermana de nuevo... Hay muchas cosas que yo no conocí de lo que cuentas del trayecto, sin embargo, la otra noche, pensé en La Compañía... bueno, ni me acordaba que se llamaba así. Para mi era como algo de cuento, una cosa cuidada dentro del fango de la Isla Menor... Por cierto, La Compañía qué era? Existe todavía?
ResponderEliminarLa descripción de la llegada a la casa es exactamente como la recuerdo...
La Compañia (Inversiones Ebys) se refunda en los años 50. Existía desde el siglo XIX un poblamiento en esa zona. Jesus Gonzalez-Arteaga tiene al menos dos publicaciones en las que habla del arrozal en las Marismas del Guadalquivir.
ResponderEliminarTe puedo enviar un recorte de uno de los libros, porque creo que no se puede pegar aqui.
Segun parece (ademas lo he visto en Google Earth esta mañana) el lugar esta bastante conservado aun con poca población. En la parte III de Historias voy mostrar los hitos mas familiares del trayecto cotos - sevilla mediante un mapa Earth (tambiñen salen Santa Marta y La Cascajera).