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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Historias del Viso. Cap 1. El primer verano

domingo, 12 de febrero de 2012

Historias del Viso. Cap 1. El primer verano


Historias de Javier


Libro 3


Historias de El Viso.

  Dedicado a los que nos dieron la mas feliz época y la mejor vida, nuestra  gran familia.


Javier Navarro Grau

 

                                                                           En Sevilla  2.003 – 2.012
Historias del Viso


  1. El primer verano
  2. La casa
  3. Los partes del tiempo
  4. La alberca: baño, fruta y juego
  5. La familia de Blas
  6. Aquí también se curra
  7. Limpiando la alberca
  8. La despensa
  9. La miel
  10. Las basuras
  11. Los embalses.
  12. Haciendo juguetes
  13. La ‘beriendaaaa’
  14. El Viso y Carmona
  15. Ay que m’ajogo...
  16. En la frontera ... (Expedición y ‘teepees’)
  17. Los cuentos del abuelo Juan
  18. Ay que me pica (Chumbos y guindillas)
  19. Sálvese quien pueda: El jorobado peludo y la alberca
  20. Los fantasmas de fuego (tíos bromistas)
  21. El cuarto de los armarios
  22. Yupi, navidadddd.
  23. La misa del Gallo
  24. Aquí no se cabe (Navidad)
  25. Las estrenas
  26. La Nochevieja
  27. Si comes ‘Negritos’ ...
  28. ¡¡Me pido con el tío Navarroooo!!!!!
  29. Historias de mucho miedo y el Niño Jesús
  30. Un día en la huerta
  31. Vamos a la playa.
  32. Las amigas de mi tía
  33. La zarzuela (‘Quite ese cántaro...’)
  34. Vamos creciendo (los bailes, la casa de la granja, la batalla con los pequeños, la nochebuena en los chalets)


    1.  El primer verano.

    “Durante toda una larga mañana no dejé de mirar en dirección a la lejana curva de la carretera cerca de la casa de bombas del Cortijo Viejo. A cada momento veía, y anunciaba con emoción ‘Veo una mancha negra!! ¡Ya viene el abuelito! ... Mi madre me miró por enésima vez, por enésimo grito, y de nuevo me recordó, digna y coherente con su miopía, que ‘no era posible distinguir desde tan lejos un coche negro’. Y yo seguía pensando: ‘Yo si puedo, claro que puedo. Solo hay que mirar sin parar y ese no se escapa’, el tema de la distancia ni pasaba por mi mente. ‘Si desde aquí puedo ver la curva, puedo ver todo lo que se mueva por allí’. Nada da más certeza a un obstinado que una buena lógica que lo justifique.
     
    Mientras hacía tiempo, me entretuve jugando cerca del canal de desagüe que pasaba por el lado oeste de la casa. Una de las cosas que me gustaba hacer, era  tirar una lata al canal, sin que se hundiera, y dejarla llevar por la corriente mientras yo la apedreaba hasta hundirla. Claro que había que lograrlo antes de que la lata se metiera por el tubo de salida al desagüe grande, en parte porque según la hora, y la marea, podía hundirse sola al pasar por ese sitio, y en parte porque la gracia era hundirla antes de llegar allí. Si en vez de una lata era una botella de cristal, se disfrutaba el doble, porque el sonido del cristal quebrándose en el agua era delicioso.

    Al fin el punto negro se hizo más y más cercano. El aparatoso coche se detuvo en la explanada delantera de la casa. Yo miraba embelesado los prominentes  faros cromados sobre los anchos guardabarros delanteros. Primero bajó Pepe ‘el chofer’, con su gorra de plato, o de fielato, o de lo que fuera, que abrió la puerta al abuelo. El abuelo Juan, grande, de gesto enérgico y algo malhumorado, su bastón y el ‘borsalino’, impresionaba, y mucho mas siendo tu abuelo.

    Tras los saludos de rigor, y la sentada en casa, y la comida, y las charlas, y... todo lo que hay que hacer, llegó el momento de coger la maleta y salir de viaje.
    Besé a mi madre, que aprovechó para darme un par de consejos extras, a mi padre siempre apacible, y me senté al lado de mi abuelo, aunque ya entreví la posibilidad de aprovechar una parada antes de llegar al Viso, y pedir un cambio de sitio, al lado de Pepe ‘el chofer’...”

                                           El coche del abuelo (Fiat 515 - 1931)


    El coche era muy grande y aparatoso. Lo mas interesante eran dos banquetas que estaban recogidas en la parte de atrás de los asientos delanteros, y siempre pelearíamos los primos por conseguir ese sitio. Lo más misterioso, y peligroso, era un extraño cilindro de metal que se hundía al pisarlo, y que Pepe aseguraba, tremendamente serio y convincente, ‘que si lo pisaba, cualquiera menos él, explotaría una bomba que había en el motor’. Yo me mantenía siempre intrigado y a distancia prudente del pedal.

    Después de pasar Los Llanos y la larga recta que había a continuación, llegábamos a una de las partes más hermosas del camino, la curva de los álamos blancos, antes de La Compañía, el poblado junto al río. Años después, yendo al internado en las frías y nítidas madrugadas de lunes, el alba silueteaba en negro y plata las casi desnudas ramas de los álamos, y yo siempre sentía emoción por tanta belleza y por la promesa de aventuras que aquellos árboles me sugerían.

    En la marisma no abundaban los árboles, los mas frecuente eran los tristes tamarix y los frescos mimbres, casi siempre siguiendo el curso de los canales de desagüe y algún que otro eucalipto. En las películas de aquella época en brillante eastmancolor protagonizadas por indios en Canadá, aparecían rápidos y limpios  ríos entre bosques de abedules, que se parecían, por el manchado de los troncos, a estos álamos de la curva del sifón.

    Poco mas adelante el mundo se convertía en un lugar de revistas: comenzaba la carretera de asfalto, y la entrada al poblado de La Compañía, con su ancha avenida de altos eucaliptos y mas adelante el bonito cortijo de Santa Marta, y en poco tiempo, para mi alegría, se veían pequeñas elevaciones y el cambio brusco de vegetación, que se hacia en poco trecho claramente mediterránea con acebuches, jaras, mirto y romero, y algo mas adelante coscoja y encinar. Al otro lado de la carretera, a la derecha, se abría un gran prado que llegaba hasta los viejos cañaverales del Río Viejo, un antiguo meandro cegado que almacenaba agua durante todo el año y que mantenía una gran población de aves típicas de la marisma, además, estábamos todos seguros de eso, de enormes serpientes y quizás hasta caimanes, que ya sabía yo que el caimán es mas de charcas que el cocodrilo y que las serpientes comen pájaros y las de allí debían ser enormes y muy listas, pues no se dejaban ver sino en raras ocasiones que siempre dejaban aterrorizado al que las veía.

    Lo de las serpientes era uno de los temas recurrentes en los cuentos de taberna y en los corrillos nocturnos de aquella época.
    Las bichas eran temibles por su sabiduría,
     ‘....zaben máh que ojú....’,
    por sus disfraces, por su fuerza y sobre todo, lo mas terrible, por su capacidad de hipnotizar
    ‘....me ze quedó mirando y no ze lo que zentí de pronto....’,
    de arrebatarte la voluntad
    ‘... me quedé parao totarmente...’,
    de no poder desviar la mirada
    ‘.. y ayí venia, dehpazio y zacando la lengua y zoplando mu enfadá....’
    y asistir, mudo e inmóvil, al abrazo mortal y helado de la enorme y vieja culebra.

    En cualquier caso las serpientes del interior y sobre todo por donde hubiera cerros o montes, eran más grandes y malvadas que las de la marisma. Pronto conocería en el Viso historias más terribles y fantásticas que las ya conocidas en ‘er Coto y loh Cazudi’.

    Dejamos atrás la curva del acebuche y ascendemos las pequeñas cuestas de la Cascajera, que a mi me parecían grandes por estar acostumbrado al terreno llano y monótono de la marisma.

    Atravesamos el llano que formaba la dehesa de Coria, en el que había un gran olivo, pegado a la carretera, que tenía la forma de un pavo picoteando el suelo. Este tramo terminaba en una doble curva, que nunca supe porqué se llamaba ‘la  curva americana’ y que en la época se consideraba una curva peligrosa. Años más tarde descubrí que era la única curva interesante de todo el recorrido. En este punto la carretera cortaba un pequeño caño que cuando llegaba la época de lluvias se crecía e inundaba el llano a ambos lados del camino y a veces la inundación podía durar un par de meses o más.

    Luego venia el desvío a Dos Hermanas. Aquella era una de las partes que más me gustaban del camino pues descubrí un sitio llamado ‘El Rey Chico’, que tenía ¡¡ Columpios y caballitos de madera!!! Nunca parábamos allí, lastima. Ya cerca del pueblo por una hermosa zona de naranjos venía el impacto cultural del camino: el Camping Wilson!! había gente que vivía en tiendas de campaña y rulotes, como en las películas y revistas americanas¡¡. Deseaba ser mayor para estar allí y quedarme mucho tiempo en mi tienda...

    Otro flipe era la travesía de Alcalá de Guadaira, con su antiguo puente y ¡¡¡ Un castillo enorme!!! Desde este sitio hasta Mairena del Alcor la boca se me hacia agua viendo árboles y cerros. En 1958 no había prácticamente ninguna edificación notable fuera del perímetro de los pueblos, como urbanizaciones o zonas industriales y el paisaje tenía la belleza única del campo de frutales y huertas.

    Mairena era un pueblo bonito, todo blanco y limpio. La carretera lo partía en dos y el pueblo crecía siguiendo su trazado, lo que daba el aspecto de un lugar de curiosos, la gente y las casas, asomados permanentemente al paso de los viajeros.

    De aquí al Viso del Alcor había un paseo. En este pueblo lo mas llamativo era la diferencia de altura de las casa con respecto a la calle, habiendo una zona en la que la acera estaba a mas de dos metros de altura. Junto con Alcalá era el pueblo que tenía mas cuestas y, insisto en esto, a mí todo lo que no fuera llano como la marisma me daba espíritu de aventura. El Viso siempre me pareció menos señorial que Mairena, aunque tampoco tengo claro por qué. Era sin duda pintoresco, lleno de escenas costumbristas con sus paisanos con las gorras negras y aquella especie de baberos rayados en grises y negros que eran omnipresentes en la gente de campo de la época; los burrillos enjaezados a la rondeña, con sus serones y angarillas, las lentas y cagonas vacas a un lado de la calle, las tabernas, con sus moradores que tenían casi el color desvaído de las paredes del local, tabernas que olían a café, aguardiente, ‘meaos’ de gato y aserrín....

    ‘‘Ya falta poco’, me había dicho el abuelo, mientras yo miraba a uno y otro lado para no perder detalle. Subíamos la última cuesta del pueblo, ya casi en las afueras. Una casa medio derruida me hizo pensar en la guerra

     ‘A esa seguro que le dieron un cañonazo y se murió toda la gente que había dentro, y ya no habían querido arreglarla. Menos mal que en Cotos no hubo guerra’.

    En muchos pueblos encontraría esto de las casa destruidas y siempre se lo adjudiqué a la guerra, fuera o no esta la razón del desaguisado

    Yo iba sentado a la derecha observando las enormes pitas que cercaban la carretera, con sus penachos floridos ‘Ahí seguro que hay unas bichas, bueno serán serpientes por lo menos, aunque tan cerca del pueblo solo saldrán de noche, porque si no les tirarán piedras y las matarán’. De pronto se hizo un claro en las márgenes y vi algo que me hizo abrir la boca y los ojos de par en par

    ‘ !!Abuelito, se ven los campos como un mantel ¡¡ !! Qué bonito, es como si estuviéramos volando ¡¡’.

    La vega de Carmona se mostraba espléndida en plena primavera, con sus ordenados cuadros y líneas, de campos y caminos, de cultivos y prados.

    Unos kilometros más adelante tras bajar una gran cuesta, el coche giró hacia la izquierda y se adentró en un sendero, que se iniciaba flanqueado por grandes piedras de caliza y albero y discurría  por un pequeño cortado en la base del cerro, que estaba salpicado de matas de tomillo. Un poco mas adelante a la derecha, entre dos higueras ‘bravias’ se alzaba el desconchado brocal de un pozo, de aire siniestro y amenazante. Las piedras de albero que formaban su base dejaban entrever oscuras rendijas que, sin duda, eran refugios de culebras y lagartos. Ahora la senda se hacia mas llana y a la derecha aparecían grandes pitas, alguna con su alto penacho de copas amarillas, y a la izquierda, al final del olivar, tras una rustica y salvaje cerca de alambres de mohosas púas, pitas y viejas chumberas, aparecían los altos y oscuros naranjos amargos y mas al fondo, la gruesa espadaña, el tejadillo y parte de los blancos muros de la gran casona del Viso.

    El corazón me latía emocionado cuando enfilamos el camino que llevaba a la casa atravesando los negros portones de chapa de hierro de la cancela, que siempre recuerdo abierta. La arena rojiza del sendero daba un toque de camino de caravanas muy vaquero y amortiguaba el ruido de las ruedas. El aire olía a bálsamo de azahar y vinagritos; el zumbido de las abejas y el estridular de los abejarucos en lo alto, ponían la música que aquel momento se merecía: Por fin estaba en el Viso.”

    2 comentarios:

    1. La anónima de tu hermana de nuevo... Hay muchas cosas que yo no conocí de lo que cuentas del trayecto, sin embargo, la otra noche, pensé en La Compañía... bueno, ni me acordaba que se llamaba así. Para mi era como algo de cuento, una cosa cuidada dentro del fango de la Isla Menor... Por cierto, La Compañía qué era? Existe todavía?

      La descripción de la llegada a la casa es exactamente como la recuerdo...

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    2. La Compañia (Inversiones Ebys) se refunda en los años 50. Existía desde el siglo XIX un poblamiento en esa zona. Jesus Gonzalez-Arteaga tiene al menos dos publicaciones en las que habla del arrozal en las Marismas del Guadalquivir.
      Te puedo enviar un recorte de uno de los libros, porque creo que no se puede pegar aqui.
      Segun parece (ademas lo he visto en Google Earth esta mañana) el lugar esta bastante conservado aun con poca población. En la parte III de Historias voy mostrar los hitos mas familiares del trayecto cotos - sevilla mediante un mapa Earth (tambiñen salen Santa Marta y La Cascajera).

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    Por ignorancia en el manejo del blog no estaba permitida la escritura de comentarios. Les animo a hacerlos, si les place,,,