Diálogos íntimos I.
La muela.
Cotos Regables del Guadalquivir
(Época: Finales de verano de 1982)
Ha comenzado la siega. Y el trajín que esto
implica. Prácticamente no voy a bajar
del tractor en todo el día.
Por la mañana, tras secar el suelo del secadero a
base de barridos con las grandes escobas, extenderé la barra de arroz que pasó
la noche bajo las lonas impermeables y pasaré el rastrillo para dejarlo bien
expuesto al sol y acelerar su secado.
A media mañana, cuando también se haya secado el
rocío que humedece los campos, continuará su trabajo la cosechadora y cambiaré
al tractor con remolque para traer el arroz recién segado, pesarlo húmedo tal
cual y extenderlo al sol.
A lo largo de la jornada, si una partida está
lista para enviarla al molino, pondré la pala recogedora en el tractor y
acercaré el arroz a la cinta transportadora que lo eleva hasta la alta caja del
camión.
Al final del día, cuando las sombras se alargan y
el aire comienza a refrescar, recogeré el arroz extendido y rastrillado, para
hacer una larga barra que taparemos con lonas y evitar que el rocío nocturno lo
humedezca.
Y así un día tras otro hasta que la última espiga
sea cosechada y comience la larga estación de tierras húmedas, llanas y grises
que es el invierno en la marisma.
Un tractor es una maquina potente, pesada y lenta.
Pero aunque su velocidad no sea alta su aceleración en cortas distancias es
grande. Hay poco margen de error y requiere ser manejado con mucha precisión en
las estrechas carreteras de grava del arrozal y en los diminutos espacios del
secadero. Hay que estar bien despierto…
Y lo estoy, demasiado quizás, y no solo por el estrés de este trabajo. Una
vieja raíz molar está dándome unos días de intenso dolor. Apenas puedo tomar
analgésicos que no bajen mi nivel de atención hasta un límite peligroso, y en
este trabajo el límite está cerca. Tan solo de noche puedo tomar algo más enérgico.
Durante el día me conformo con viejas hilas de clavo, a cuyo sabor me
acostumbro y relaciono con historias del Siglo de Oro. Debo soportar el dolor …
Hay una línea verde en mi cerebro que oscila en
pequeños saltos, un sonido, el tacto diferente de las superficies, el fulgor de
un espejo, una risa a lo lejos, el murmullo de un motor que trabaja a su aire….De
pronto un rojo chispazo me enciende los nervios de pies a cabeza, contengo la
respiración, encojo los dedos de los pies, aprieto con más fuerza el ancho
volante del tractor… Una línea roja quebrada como una malvada sierra oscila
ante mis ojos, invade mi cerebro como una horda salvaje y violenta.
Tres días, poco descanso. Nada puedes hacer. La
vieja muela palpita a un ritmo impredecible y trenza una red de dolor que me
envuelve la cabeza, paraliza mi voluntad y casi no respiro para no excitar la
maldad de la bestia. Nada..?
Pienso despacio, en los breves intervalos en los
que la línea es casi verde, y sé que el dolor no está en mi cerebro. Tan solo
es un aviso, un mensaje pre grabado que mi muela envía para decir que algo
sucede. Es mi cerebro el que lo magnifica y convierte el lenguaje de la
química, las cargas eléctricas que circulan por los nervios, en una rabiosa
explosión de advertencia, encendidos neones de dolor…
Hay que simplificar el modelo. No es una red. Es
un único nervio, cumplidor él, dedicado a su trabajo, perseverante en su
función, descarnado narrador de tus miserias. Ha estado en virtual silencio
durante 20 años y despierta con la energía insolente de lo poco usado. Es un
único nervio…
Mil escenas de desactivación de explosivos acuden
a mi memoria: el tiempo vuela entre tic-tacs, en segundos, en centésimas, los
cables de colores, este no es, este no debería ser, quizás sea este… El
cortante alicate tiembla, la vida puede no valer nada… Decidir, cortar!!
Yo no debo elegir. No tengo que elegir. Es un
único nervio. Nada va a romperse en mil pedazos si me equivoco. Puedo hacerlo,
solo voy a ganar …
Ahora soy yo el que debe trabajar en el mapa. Hay
que trazar la línea que une mi vieja muela con el excitado centro multimedia de
mi cerebro. Es un trabajo que parece difícil: ¿por dónde demonios pasará
realmente? Súbitamente la inspiración llega a mí como un mensaje de salvación:
todo es virtual. El dolor es virtual, el trazado del nervio también lo es.
Creativo, espoleado por el sufrimiento, mi cerebro desdeña el complicado mapa
neurofísico y hace un brillante y sencillo croquis: veo perfectamente el
rrrrooojooo cablecillo que busco.
Blando con decisión un precioso alicate cizalla,
titanio cortante, fundas de amarillo suave cuero. Perfecto, preciso. Se acerca
al pulsante cable, abre sus mandíbulas intactas para morder por primera vez.
Será implacable. 1,2,3… Cortado.
La primera mañana de la más feliz primavera, la
sonrisa de tu amor, el agua fresca de un arroyo de montaña, el primer beso, el más
dulce nectar… La paz desciende sobre mí como un bálsamo de magnolias, me
envuelve, me acuna… Soy muy feliz. Siento placer de una forma tan intensa que
parece inmoral. Lloro de emoción. Descubrir este poder me hace sentirme redimido,
espiritual, agradecido. Lloro de felicidad y agradezco a mi cuerpo su buen
entendimiento con mi voluntad….
Ese día aprendí muchas cosas. No solo descubrí un
poder excepcional, también impuse de forma voluntaria una restricción sobre él.
Quizás alguien piense que nuestra cultura cristiana, la que me envolvió durante
los años de infancia y adolescencia, nos aboca a aceptar el sufrimiento de una
forma insana, absurda y patética. En nuestra actual cultura hedonista ¿por qué
no disfrutarlo? No tengo una respuesta definitiva, como no las hay para hallar
el sentido de la vida. Yo creo en los equilibrios, en la respuesta progresiva
de que la hablan las culturas orientales: responde a un ataque con una fuerza
proporcionada a la de este. Equilibrio, eficiencia…
El sufrimiento es parte de nuestra naturaleza y el
saber que podemos controlarlo nos hace verlo como un rudo amigo, que advierte,
que alerta, que incordia, pero incorruptible y consejero fiel. No hay que
despreciarlo, tan solo a veces … cortar el cable.
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