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sábado, 17 de noviembre de 2012

Juan Sintierra - En torno a los Origenes del Toro Bravo actual



EN TORNO A LOS ORÍGENES DEL TORO BRAVO ACTUAL: LAS MARISMAS DEL GUADALQUIVIR Y LAS ISLAS MAYOR Y MENOR.


I.- A MODO DE INTROCUCCIÓN Y PLANTEAMIENTO.

I.- A la hora de estudiar el toro bravo actual, el que hoy se lidia en todas las plazas de España, en el sur de Francia y en países de América del Sur de una importante tradición taurina, nos enfrentamos a una serie de problemas que debemos intentar, al menos, si no clarificar,  situarlos en los términos adecuados para que la maraña de información no nos desvíe del objetivo principal. La literatura taurina, de gran tradición en España, se ha ocupado siempre o casi siempre de toreros, unas veces con seriedad y otras de forma poético-fantástica, cuando no  cobista en la más reciente. En el siglo XIX, y sobre todo en su segunda mitad, el arte de torear va evolucionando hasta lo que hoy en día se conoce como tal, habiendo contribuido a ello una depuración con mayor selección del ganado haciéndolo más “toreable”; la Revolución Liberal de la segunda mitad de ese siglo XIX que permitió construir y abrir plazas de toros en cualquier lugar donde un concejo, un empresario o una institución benéfica considerara oportuno o rentable abrirla y, por tanto, el gran número de aficionados que este hecho conllevaba y también, muy importante, la implantación del ferrocarril que permitía transportar toros para su lidia a grandes distancias dentro de la Península. Para tener una idea de lo que supuso el ferrocarril y su influencia en la fiesta debemos detenernos en el hecho, sólo a título de ejemplo, de que los toros que salían de la Isla Mayor para ser lidiados en Madrid se llevaban por su pie hasta Aranjuez primero y tardaban en llegar unos quince días entre unas cosas y otras, utilizando siempre sus pastores, a caballo o a píe, las cañadas reales (en nuestro caso, de Isla Mayor a Medellín, Pizana, Leonesa Occidental) en definitiva cuando un toro marismeño salía a la plaza de Madrid, además de ser un consumado atleta, hablaba en tres idiomas, incluido el latín, se las sabía todas y era un bicharraco muy difícil de lidiar y prácticamente inservible para el lucimiento del torero. El ferrocarril, además de facilitar en grado sumo el transporte, suavizó la brusquedad y las malas formas del ganado, propiciando, además, la popularidad  de las ganaderías del sur que juntamente con las castellanas occidentales –salmantinas y otras- comienzan a dominar la fiesta en todos los cosos.

       La evolución del arte de torear, desde la fiesta de toros y cañas de origen medieval que se extiende por los siglos XV a XVIII, se encuentra muy bien estudiada no solo en la enciclopedia de Cossio (1), sino en trabajos más recientes, destacando el de Antonio García-Baquero González, Pedro Romero de Solís e Ignacio Vázquez Parladé (2) o Bartolomé Benassar (3) y en otros trabajos donde se mezcla el toro y el toreo, destacando el trabajo de Juan Posada (4)

II.-  No obstante lo anterior, el objeto de estas páginas es mostrar un aspecto del toro bravo actual, cuál es uno de sus puntos de formación y arranque constituido por la marisma e islas que se extienden desde legua y media de Sevilla a la desembocadura del Guadalquivir, abarcando una buena parte de términos municipales del curso inferior del río (Dos Hermanas, Utrera, Los Palacios, Las Cabezas, Lebrija, Trebujena) de la margen izquierda y, fundamentalmente, casi todo el antiguo término de La Puebla del Río (La Puebla junto a Coria) en la margen derecha e izquierda del río, hoy compartido con el término de la Isla Mayor.  Dada la amplitud del terreno nos centraremos solamente en el antiguo término de La Puebla del Río con sus islas y marismas, ocupándonos de forma puramente referencial de los importantes términos de Dos Hermanas, Utrera, Los Palacios, etc. en la génesis del toro bravo, mereciendo, por su importancia, cada uno de ellos, un estudio aparte.

           Los terrenos marismeños de la margen izquierda con su Isla Menor, al igual que los de la margen derecha con su Isla Mayor  en la actualidad ya han perdido, en su mayor parte, el carácter ganadero, debido al aprovechamiento agrícola y con carácter principal el del arroz en ambas islas y otros terrenos marismeños, haciéndose imprescindible, para la comprensión ordenada del proceso, la lectura de la tesis del profesor González Arteaga (5). Ahora bien, pese a que se ha perdido su carácter puramente ganadero, sólo manteniendo restos de ganaderías ilustres (Pérez de la Concha) y otras ganaderías más recientes como las  correspondientes a dos  hierros de Don Ángel y Don Rafael Peralta con sede a la entrada de la Isla Mayor y la de Don Félix Hernández en la Veta de la Palma, al final de dicha isla  y la Don Gabriel Rojas al oeste y fuera de la isla por Peroles y la Veta del Adalid, ya en la Marisma Gallega  en término de Aznalcázar y en el mismo término cerca de los términos de Hinojos y Almonte, Hato Blanco y Hato Nuevo de la familia Campos Peña de Coria del Río, así como en la Isla Minima (separada de la Menor por la Corta de los Jerónimos) la ganadería de Don José Escobar. En los confines de la marisma, muy cerca de Sanlúcar de Barrameda en la Marisma de Alventos, la ganadería de Salayero y Bandrés y otros; pues bien, pese a que todo ello supone restos de la gran afluencia ganadera especializada en lo bravo no se puede olvidar que en la llamada Edad de Oro del Toreo y posterior Edad de Plata, (finales del siglo XIX y casi la mitad del XX) en la Isla Mayor y su proximidad se criaron los toros de Concha y Sierra, Moreno Santa María, Pablo Romero, Saltillo y también Miura en la Isla Mínima (Cerrado de La Esperanza) y en la Menor (Reboso), pastoreó vacas y toros hasta bien entrados los años veinte del pasado siglo.

III.-  Sobre el origen biológico y zoológico del toro bravo se ha escrito mucho por arqueólogos e historiadores de la Edad Antigua, siempre apareciéndonos el uro y las distintas especies del bos taurus primigenius. Es necesario esperar a autores actuales para ir poniendo las cosas en su sitio dejándonos de fantasías más o  menos pintorescas. De entre los trabajos y autores destaca con brillo propio Antonio Luís López Martínez (6) que estudia la historia y economía de las ganaderías de bravo en los tiempos de su consolidación para dar paso a lo que hoy conocemos. Este libro publicado por la Fundación de Estudios Taurinos (integrada, entre otros, por la Real Maestranza de Caballería y por la Universidad de Sevilla) nos sitúa en lo que estimamos el origen de los encastes fundacionales del toro bravo de nuestros tiempo, que sin dejar de reconocer que en una grandísima medida es “vistahermosa”, nos pone de manifiesto con absoluta brillantez las condiciones geográficas, sociales y económicas que propiciaron su crianza.

        Por nuestra parte no haremos más que abundar en lo mismo examinando con mayor detenimiento una zona que estimamos de suma importancia y cuáles fueron sus autores y motivos; esta zona es la de las marismas e islas del Guadalquivir, especialmente el término de La Puebla del Río y de la actual Isla Mayor que, aun pecando de localistas y anecdóticos,  pueden aportar alguna luz o, al menos, eso humildemente esperamos. Nos auxiliaremos de fundamentales obras como la de Filiberto Mira Blasco (7), el marqués de Tablantes (8), Solís Sánchez-Arjona (9) y García-Baquero y Romero de Solís (10) entre otras.

      Estimamos que el toro bravo actual es un producto puramente ganadero. Si bien es verdad que siempre hubo toros agresivos que escogían pastores y, sobre todo, carniceros, para las fiestas en villas y ciudades desde muy antiguo y especialmente para las fiestas “de toros y cañas”  en que el noble demostraba al pueblo su destreza y su entrenamiento para la guerra y sus condiciones de buen jinete y alanceaba y daba muerte a los toros auxiliado por lacayos (peones) a pié que dieron origen a los toreros actuales, también es verdad que desde finales del siglo XVII y sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII se produce una especialización en lo bravo de determinados ganaderos que con conocimientos puramente empíricos iban apartando del ganado bovino de granjería (destinado al abasto de carne) o de tiro y arada (antes de la castración de los novillos), aquellos bichos, tanto machos como hembras, con peor genio que se mostraban más agresivos y que tras la prueba correspondiente (tienta) se mostraban más indiferentes al dolor y seguían embistiendo. Estos ganaderos destinaban solamente una pequeña parte de su ganadería a lo bravo desde el momento en que ello comenzó a ser rentable por el mayor precio que adquiría la res en comparación con la de carne.

      Ahora bien, el ganadero en cuestión, debía disponer de mucho ganado para poder seleccionar y de unos espacios amplios  y adecuados para pastorearlo y, a ser posible, lo más alejado del hombre, que pudiera mantenerlo y, por supuesto, ser extremadamente cuidadoso con los cruces  para que no degenerara su cabaña brava. En definitiva, estamos ante un ganadero que tiene mucho ganado o con afluencia del mismo de distintas sangres y con espacios suficientes adehesados propios o de los concejos de las villas y ciudades  y contando con algo fundamental cual es el cultivo de campiña cerealero “al tercio” que permitía al ganado el aprovechamiento de la rastrojera y barbechera, especialmente en épocas en que el alimento de las dehesas escaseaba.

      Si la especialización en los bravo tarda al menos un siglo en producirse de forma decidida (finales del XVII y bien entrada la segunda mitad del XVIII), tuvo su origen a partir de ganaderos ricos y bien organizados y en aquellos tiempos estos no eran otros que algunos nobles, abundando la nobleza hidalga de villas y ciudades, y algunos monasterios y conventos especialmente ricos, y muy especialmente éstos últimos, atreviéndonos a decir que la mayoría de encastes actuales, de una forma o de otra llevan, en mayor o menor medida, sangre “frailera”. Es por ello, que si hemos elegido este rincón del sur (islas y marismas del Guadalquivir), debemos fijarnos en los antecedentes de la zona por lo que repasaremos la actividad de la cartuja de Santa María de las Cuevas  de Sevilla,  los jerónimos de Santiponce y Buenavista y otros y la actividad ganadera en las islas  de algunos nobles significativos a partir del primer tercio del XVIII.   
  
 NOTAS
I.- A MODO DE INTROCUCCIÓN Y PLANTEAMIENTO.
1.- J.M. Cossio “Los Toros”, Madrid 1943
2.- Antonio García-Baquero González, Pedro Romero de Solís e Ignacio Vázquez Parladé “Sevilla y la fiesta de los toros”. Sevilla 1980
3.- Bartolomé Benassar “Historia de la Tauromaquia”. Ronda 2000.
4.- Juan Posada, “De Paquiro a Paula en el rincón del sur”. Madrid, 1987
5.- José González Arteaga, “Las Marismas del Guadalquivir. Etapas de su aprovechamiento económico”. La Puebla del Río 1994.
6.- Antonio Luís López Martínez, “Ganaderías de lidia y ganaderos. Historia y economía de los toros de lidia en España”. Sevilla 2002.
7.- Filiberto Mira Blasco, “El toro bravo. Hierros y encastes”. Barcelona 1979.
8.- Ricardo de Rojas Solís, marqués de Tablantes, “Anales de la Real Plaza de Toros de Sevilla. 1730 – 1835”. Sevilla 1917
9.- Antonio de Solís Sánchez-Arjona, “Anales de la Real Plaza de Toros de Sevilla. 1836 – 1934”. Sevilla 1942.
10.- Antonio García-Baquero González  y Pedro Romero de Solís, “Fiesta de Toros y Sociedad”. Sevilla 2001.



I I.- LA CARTUJA DE SANTA MARÍA DE LAS CUEVAS DE SEVILLA EN EL TÉRMINO DE LA PUEBLA JUNTO A CORIA Y ALRREDEDORES. SU ACTIVIDAD GANADERA Y AGRÍCOLA EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII.

1.   A partir de 1.640 la Cartuja de Santa María de las Cuevas, extramuros de la ciudad de Sevilla, inicia una serie de actuaciones encaminadas al cerramiento de fincas con un claro y determinado interés ganadero para el aprovechamiento en exclusiva de los pastos o, mediante el arrendamiento de fincas concejiles, con contratos encadenados y continuos, permanecer en ellos como dueños de facto, sin perjuicio de la creación de una gran explotación agrícola en la zona acumulando a la compra de pequeñas fincas una porción de arrendamientos temporales tanto a particulares como a la iglesia regular o temporal. Afirman los que de esto saben que inician y desarrollan la selección del ganado vacuno y caballar, que tan buenos resultados mostrarían en el  último tercio del siglo XVIII con una esplendida raza de caballos y una especialización en el ganado bravo del que se nutrieron los ganaderos de la época y que, de una u otra forma, llega a nuestros días. Esta afirmación comúnmente aceptada se encuentra distorsionada, pues si bien es verdad que los monjes, con el trabajo y dedicación de legos que no habían recibido órdenes mayores y que salían y entraban con libertad en el monasterio y pasaban largas temporadas en las explotaciones agropecuarias, se encuentran en los inicios y la creación de estas grandes explotaciones ganaderas especializadas y, por decirlo así, con una muy perfeccionada tecnología de selección, esa situación se produce después, ya bien entrado el siglo XVIII. En un primer momento, el punto fuerte de la ganadería cartuja es el ovino, desarrollando a continuación el vacuno y caballar sin que el ovino perdiera su pujanza, así al contestar a la pregunta 20ª en el Extracto de Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, dicen los vecinos “Que hay en el término de toda especie de ganados a excepción del lanar, pues el que en él existe es del Monasterio de Cartuja”.  Con posterioridad los monjes aprovechan la rastrojera y barbechera de sus explotaciones en la vega para el vacuno y luego el caballar. La especialización en lo bravo va llegando lentamente, culminando en el último tercio del siglo XVIII, siendo una parte de la explotación de ganaderos ricos, es decir, la nobleza y la iglesia, especialmente alguna órdenes religiosas, entre ellas y muy principalmente los cartujos. En el capítulo siguiente dedicado a la Isla Mayor, exponemos los motivos y consecuencias de la percepción por la Cartuja de las Cuevas de las tercias reales de algunas parroquias de la zona por el monasterio, lo que expusimos en un trabajo anterior, constituyendo aportación importante a la propia producción (1). A.L. López Martínez (2) nos pone de manifiesto que en un primer momento la cría del toro de lidia se localizaba en zonas de riqueza agrícola, aprovechándose el rastrojo y el barbecho, aunque “posiblemente en este periodo, también el ganado de lidia pasase buena parte del año en zonas de marismas, que al ser de propiedad colectiva no se mencionan en las fuentes documentales – descripciones notariales de bienes y Catastro de Ensenada- que hemos manejado.”  Y sigue diciendo más adelante algo fundamental: “Cerramientos, cultivo al tercio y acceso a baldíos son, pues, fundamentales para asegurar la existencia de grandes explotaciones ganaderas, que son el complemento de las grandes explotaciones agrícolas”. Esto es ni más ni menos lo que hacen los cartujos, otras órdenes religiosas y elementos de la nobleza, iniciando un largo proceso que, si bien de forma decidida comienza por estas fechas de mediados del siglo XVII, no culmina hasta bien pasada la mitad del siglo siguiente como ya se ha expuesto.

       Cuestión distinta es la ganadería caballar. No sabemos que experiencia previa o tradición trajeron los cartujos en la cría y selección del caballo cuando llegan a  La Puebla, lo que si sabemos, por la documentación manejada, es que los vecinos de esta guarda y collación de Sevilla llevaban seleccionando caballos al menos siglo y medio para el suministro del ejército fundamentalmente, cuidando y gestionando sus yeguadas y   potreros con la técnica más avanzada que entonces se conocía. No obstante, no podemos olvidar que la llegada de los cartujos a La Puebla o, cuando menos, el decidido lanzamiento de sus actividades agropecuarias en esta zona, coincide con el declive de la villa en todos sus aspectos y también en la cría y selección del caballo, hasta que es la propia villa la que reacciona  a finales del XVII e inicia el deslinde de una dehesa de potros y yeguas en 1.695, concluyendo el expediente en 1.706 con toda una Guerra de Sucesión de por medio, y adelantándose más de noventa años a los pueblos cercanos como, por ejemplo, Aznalcázar. Durante el periodo de declive, los cartujos contaron con la experiencia de numerosos vecinos en la cría caballar y vacuna, porque en el ganado lanar ya trajeron bastante experiencia, contando con sus rabadanes y pastores.
      Lo primero que nos sorprende es que estos monjes taciturnos de blanco hábito son los últimos en llegar y en poco tiempo se ponen a la cabeza. Desde hacía al menos siglo y medio estaban en la Isla Mayor los ganados de los isidros (jerónimos) de Santiponce (3), como lo demuestra la documentación y la toponimia que se conserva, ocupando una larga faja noroccidental de dicha isla, desde la desembocadura del río Guadiamar hasta la Veta de la Palma. También habían llegado los jerónimos de Buenavista (Hato de los Jerónimos), ocupando la práctica totalidad de los llanos de la Ermita de Santa María de Guía y por la parte de La Marmoleja y la zona frontera de la Isla Mayor (Vuelta del Cojo y Pocoabrigo) se encontraban los jesuitas del Colegio de San Hermenegildo que en este año de 1.645 deben proceder a enajenar mucho ganado marismeño mediante pago en especie de diversas  deudas como vemos en dos documentos del Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla  (AHPNS) (4). Más tarde nos encontraremos a los agustinos en la Veta de la Palma junto a los propios cartujos y en la parte de la Isla Menor que hoy denominamos Isla Mínima, encontramos a los dominicos de Triana (Vadera de San Pablo o La Charra).

      Con ello no queremos decir que nuestros monjes no pastaran ganados en la Isla Mayor con anterioridad a la mitad del siglo XVII. Lo harían como vecinos de Sevilla que eran, ya que dos años después de la fundación del monasterio (1.402) el Concejo hispalense les concede carta de vecindad con todo lo que ello suponía en cuanto al aprovechamiento de pastos comunales (5), siendo confirmados todos los privilegios por Isabel la Católica en 15 de agosto de 1.477 (6), pero, insistimos,  lo harían como un vecino más, no de forma tan decidida y planificada.


 2.    En este año de 1.645, la Cartuja, aprovechándose de una agudización de los apuros crónicos de la Hacienda Real consigue, mediante un generoso pago, cerrar predios en Alcalá del Río por 800 ducados (7) en  Castilblanco –Majada del Pino- por 400 ducados (8), Gambogaz en la vega de Triana por 4.000 reales de vellón (9) y en el término de Aználcazar (próximo al de La Puebla y Bollullos) –“Majada de los Alamillos o Casa de las Colmenas”- por 800 reales de vellón. (10). Los tres expedientes habían comenzado al menos en 1643 ya que las distintas concesiones de Felipe IV están fechadas en el mes de septiembre de ese año. El rey justifica esta concesión, que hace para atender a los gastos de ochocientos infantes y cuatrocientos caballos de su ejército. Los monjes siempre estaban al quite, aprovechando apuros económicos como veremos en La Puebla y tomando la parte por el todo.

      Nuestro interés se centra en este último cerramiento.   Si partimos del antiguo solar de la Torre de Benamajón y seguimos por el camino que la une a Aznalcázar, a unos tres kilómetros se atraviesa la carretera que va desde esa población a la de La Puebla del Río; a unos seis kilómetros y medio y pasado un punto de confluencia de los términos de Bollullos, La Puebla y Aznalcázar, sale un camino que llega a “Casa de las Colmenas”, situada sobre una colina suave, en paraje muy despoblado y de gran belleza. Bajo los muros de la construcción moderna encontramos paños de muros de tapial antiguo.

        La Cartuja hizo relación al rey de que “tenían por bienes propios un sitio y majadas de colmenas que se decía la Majada de los Alamillos, que estaba en término de la villa de Aznalcázar en la jurisdicción de la dicha ciudad <Sevilla> en que tiene cien sogas toledanas de tierra alrededor de la dicha majada, que había cien fanegas alrededor de ella, que las tierras de dicho colmenar lindan con El Juncal Perruno y con Cañada Honda y llegan al camino que va de Aznalcázar a la Torre de Benamajón y a la encrucijada del camino que va a Quema” (utilizaremos ortografía actual y añadiremos signos de puntuación para una más fácil comprensión de los textos transcritos). Solicitan y obtienen mediante la carta-provisión real la merced de adehesarla y cerrarla, pero en una cabida de cien sogas toledanas alrededor, que era el término que tenían los colmenares, concediéndoles aquello que era común cual la caza, pesca, pastos y abrevaderos: también obtienen el privilegio de poner guardas y corral para encerrar el ganado ajeno que invadiera indebidamente lo cerrado y adehesado, mandando inhibirse a la justicia de la villa de Aznalcázar de las denuncias que por tal motivo se interpusieren, declarando competente a la justicia de la ciudad de Sevilla, mandando que se comunique a sus justicias y a los alcaldes mayores entregadores y de mestas y cañadas para que conozcan la concesión del cerramiento y adehesamiento.

       Sigue, tras el pago de los 800 reales, la diligencia de deslinde que dice así: “Habiendo llegado cerca del Juncal Perruno hallaron un mojón antiguo que era donde llegaba el sitio y término de la Majada de las Colmenas  y lo renovaron; y de allí se fueron al camino que viene de Aznalcázar a la Torre de Benamajón  y en el mismo camino estaba otro mojón antiguo y se volvió a renovar; y de allí se fue a la encrucijada de los caminos que van a Quema  y se renovó otro mojón que pareció estar allí antiguo y por esta parte no se hicieron más mojones <…> y volviendo por las lindes del dicho colmenar hacia la Dehesa de Benagiar, parece que las tierras de dicho colmenar lindan con la misma Dehesa de Benagiar, sin que entre una y otra quede ningún baldío ni vereda.” Si visitamos el lugar comprobaremos emocionados que los mojones renovados y de hormigón existen en los mismos lugares y comprobaremos también que los monjes en el deslinde pasan de un radio de cincuenta sogas toledanas, que son unos 430 metros, a un radio de seiscientos metros con lo que pasan de las cien fanegas a las doscientas poco más o menos. Así mismo, los monjes habían convertido un término de respeto tradicional, que no de propiedad, para las colmenas, en propiedad plena con la simple manifestación de tener el bien como propio, que además se cerraba, por lo que Fray Rafael Ciurana, procurador mayor del monasterio, solicita que el cerramiento se haga público para general conocimiento en Aznlacázar, Rianzuela, Bollullos, La Puebla y Coria; hay que tener en cuenta que el cerramiento se hacia con mojones o señales y no con alambre de espino como ahora estamos acostumbrados a ver y que se inventa y populariza a finales del siglo XIX. El lugar, que también llaman en el expediente “Colmenar del Alamillo” no podía estar mejor situado para la actividad ganadera, puesto que se aprovechaba tanto de la Dehesa del Alamillo, como del amplio y rico en pastos Juncal Perruno donde los monjes tenían   cerdos (“Zahúrda de Cartuja”) y la Cañada Honda  que junto con la Dehesa de Enmedio y Caracena (que aún no hemos estudiado) formaban un amplio complejo ganadero que si bien no estaba utilizado en exclusiva porque no era propiedad, si le permitía aprovechar los pastos para el ganado que seleccionaba en los cerramientos, especialmente vacuno y yeguar.


3.      Tras un minucioso examen de las escrituras correspondientes a la escribanía de La Puebla de todo el siglo XVII y hasta el año 1.731 (11), no encontramos noticias de la presencia de los cartujos de Santa María de las Cuevas  hasta 1.640 en que Juan Benítez del Río, importante hacendado y ganadero de la villa, lega en testamento al monasterio un esclavo negro de su propiedad (12). Es lo más probable que en este tiempo ya fueran propietarios o arrendadores de “La Dehesilla”, cortijo a muy poca distancia de la villa, conocida también como “Cartujilla” y que siempre constituyó el centro de operaciones de todo el territorio que estudiamos como se deduce de la documentación examinada. Posiblemente “La Dehesilla” se corresponde con la llamada “Dehesa de Potros” en los siglos anteriores y que desde finales del siglo XIV o principios del XV perteneció a la Iglesia Metropolitana; A. González Gómez (13) no la cita en el inventario de las propiedades agrícolas de Las Cuevas del año 1.513, por lo que estimamos que su adquisición o, en todo caso, explotación, es posterior.
       Los monjes inician su decidido ataque en el territorio con el disfrute en esclusiva de la “Dehesa Nueva” también llamada desde 1.681 “Dehesa Nueva de los Fontanales”. Por ningún documento hemos podido averiguar su extensión ni siquiera su exacta localización, pero todo apunta, tras la reflexión sobre algunos detalles que se situaba en las lomas que están tras “La Dehesilla”, lo que hoy llaman “Vistasol” poco más o menos.  Parece ser que en 1.640 el Concejo de la villa, a quien pertenecía, sólo arrienda una parte  por 3.000 reales de renta en licitación pública. La adjudica al monasterio el alcalde ordinario, Gregorio de la Fuente, en virtud de mandamiento del licenciado Don Juan de la Calle “caballero de Santiago, del Consejo de S.M. y oidor en la Real Audiencia de Sevilla” (14). La cuestión estaba en que la villa debía pagar una serie de impuestos atrasados por lo que se le ordena arrendar sus bienes comunales. En estas mismas fechas y a lo largo de todo el siglo se arriendan también a los vecinos suertes de tres aranzadas de tierra cada una en la “Dehesa de Abajo” y en la “Dehesa de Yeguas” en la Isla Mayor para el cultivo de melonar.

       En ese mismo año, pocos meses después, fallece Gregorio de la Fuente, que era también arrendatario del abasto de la carne en la villa y que llevaba en arrendamiento otra parte de “La Dehesa Nueva” . Su viuda, Juana  de Mendoza, como tutora y curadora de sus hijos menores, da en arrendamiento y traspaso al Convento de las Cuevas la indicada dehesa que  se remató en su difunto marido en arrendamiento por dos años para pago de lo que tocó a la villa en las órdenes generales de los 383.000 ducados que le tocó a Sevilla y su reino del medio octavo y ocho maravedís de cada arroba de vino y otros derechos de millones. Dice en el documento dónde debe pagar la renta de 5.000 reales por los dos años, más 2.856 reales que ha de pagar al Administrador de Millones de las sisas de la carne que debía su marido (15).

      A partir de este año y hasta 1.703, al menos, ya que la última prorroga es por diez años en 1.693, la Cartuja de las Cuevas siempre tuvo en su poder la dehesa e incluso es respetada en el deslinde que se hace a primeros del siglo XVIII para la dehesa de yeguas y potros por concesión de  Felipe V a la villa. En las veintidós escrituras examinadas siempre encontramos el mismo motivo para que la villa arriende: el pago de impuestos, muchas veces atrasados, por lo que los monjes deben adelantar cantidades a cuenta (16).

Por si fuera poco, en 1.681 debe arrendarse la dehesa para el pago de lo que le tocó a la villa “por el sustento del cordón puesto a la ciudad del Puerto de Santa María” (Debió ser un cordón sanitario por alguna epidemia).


4.  Desde 1.667, por mandamiento de Antonio del Castillo Camargo, arrendador de las alcábalas de La Puebla, Coria, Palomares y otros lugares del Aljarafe (17), todo un personaje propietario de una considerable hacienda en el término de La Puebla (su hijo, Antonio Domingo del Castillo Camargo, marqués de Valera, fue señor de Quema), se venía arrendando parte de la extensa “Dehesa de Abajo” (afortunadamente hoy casi intacta) a distintos ganaderos importantes. Nuestros monjes debieron tener poco interés en aquélla, ya que solo hemos encontrado un recibo de 1.681 del Concejo de la villa a Las Cuevas  por 1.104 reales de renta anual, aunque por este mismo documento sabemos que llevaban en la dehesa más de un año, pero debieron abandonarla pronto (18).


5.  Por estas mismas fechas de 1.681 encontramos un contrato en virtud del cual Las Cuevas subarriendan a Manuel Rodríguez, arrendatario a su vez del cortijo de Ugena en Palomares y perteneciente al marqués de las Torres, las tierras que dicho cortijo tenía en el término de La Puebla, al sitio de “Cañada Fría” en cuatro pedazos, dos lindaban con la dicha cañada y dos con la <sic>”Vereda Real” (se trata de la Cañada Real de Isla Mayor a Medellín) y los otros dos con la “Dehesa de Puñanilla”; el tiempo del contrato fue de ocho años con la renta de 250 reales  anuales. En el año siguiente nos encontramos con un recibo de pago de renta por 300 reales (19). Ignoramos la cabida y ubicación exacta, pero estarían muy próximos a la “Dehesa Nueva”, seguramente por la parte que hoy se conoce como “La Pilarica”. Lo mismo que la anterior dehesa, debieron abandonarla pronto.  



6.  La Cartuja siempre mostró un especial interés por el “Agostadero de Afuera” cuyo arrendamiento al Concejo se efectúa ininterrumpidamente desde 1.679 a 1.697, fecha del último contrato, por lo que se entraría en el siglo siguiente con su disfrute. No sabemos la ubicación exacta de este predio de los propios de la villa; por uno de los documentos sabemos que estaba en la vega (20), pero desconocemos su cabida. Los “agostaderos” eran lugares donde la hierba y el agua no se agotaban en lo peor de la canícula. Posiblemente el que nos ocupa estuviera situado cerca del río y junto a un caño, entre la Barca del Borrego y Los Olivillos, a fin de que los botamentos mareales mantuvieran fresco el gramal. Tener un buen agostadero es imprescindible cuando se tiene mucho ganado caballar que es más delicado; los monjes lo necesitarían para sus numerosas yeguas de vientre.
      El agostadero se arrienda por primera vez en 1.679 en que Fray Gonzalo del Campo, procurador de las Cuevas, adelanta al Concejo de la villa 3.312 reales para pagar el plazo del servicio ordinario de S. M. (21). Parece ser que los pagos durante años se iban tratando de acuerdo con las necesidades del Concejo, porque en 1.680  nos encontramos con otro pago de 1.600 reales (22) y en  1.681 con otro pago de 800 reales (23). El pago de 330 reales de 1.982 corresponde al impuesto del 4% que debía pagarse a S.M.(24). Finalmente en 25 de marzo de 1.687, en el monasterio de las Cuevas comparecen  Juan Cobo de Oropesa, alcalde ordinario de La Puebla y Alonso Domínguez, regidor, y declaran ante el escribano que han ajustado y liquidado la cuenta del “Agostadero de Afuera”, que goza el monasterio desde 1 abril de 1.679, acabando el contrato el  31 de agosto de 1.688 próximo. Fray Diego González de Vigachoaga, procurador del monasterio entrega la cantidad de 1.804 reales, resto del arrendamiento (25). La renta  anual sería de unos  750 reales. En 1.691 se prorroga el arrendamiento dos años, por lo que sabemos que los dos años anteriores también debió estar arrendado a los monjes.

       Es curiosa la autorización al Concejo expedida en 9 de marzo de 1.694 por Don Rodrigo Navarro de Mendoza, del Consejo de S.M., oidor en la Real Casa de la Contratación de las Indias y juez privativo para tomar cuentas de arbitrios y para la cobranza de los efectos de ellos, para arrendar por dos años el “Agostadero de Afuera”  que está en la vega de la villa y con su producto reintegrar  los 759 reales que alcanzó en la cuenta de los efectos de los años 91, 92 y 93 y con lo que sobre se pague a cuenta del tercio provincial y milicias repartido, y todo ello  en base a lo manifestado por el Concejo sobre la pobreza de los vecinos (27). Verdaderamente debieron ser años bastante malos. El Pósito del Concejo funcionó a tope con saca de grano por los vecinos tanto para alimentación como siembra. Se encuentran perfectamente documentados en los protocolos notariales del siglo XVII los años en que el Pósito tuvo que entregar semilla y grano para moler. Los vecinos firmaban con un fiador la retirada de los mismos, reconociendo la deuda, resultando al final un afianciamiento mutuo entre los vecinos.

      En 1.694 se acuerda prorrogar el arrendamiento que fue por cuatro años con renta de 1.300 reales anuales (28) y el último arrendamiento encontrado pertenece a 1.697, sin que aparezca la renta ni el tiempo del contrato (29). Vemos que la renta casi se ha doblado lo que demuestra el interés de los monjes por este lugar. Es posible que a finales de siglo ya no les interesara este agostadero puesto que tenían magníficos lugares en el Hato de Cartuja en Isla Mayor que el monasterio está potenciando.
        La ocupación de las dehesas concejiles de carácter comunal y de propios por parte de la Cartuja era tan intensa y constante ya en pleno siglo XVIII que en las Respuestas Genrales del Catastro de Ensenada leemos que el principal ingreso del Concejo de la villa de La Puebla proveniente de los propios era la suma de cinco mil reales anuales que pagaba el monasterio de Cartuja por la utilización de las dehesas comunales, obligación fijada en real provisión.


7.  Que el ganado de Cartuja entraba en Isla Mayor  desde mucho antes a la época que estudiamos no nos cabe la menor duda. Santa María de las Cuevas tenía carta de vecindad de la ciudad de Sevilla desde el principio del siglo XV y, por tanto, podía entrar son sus ganados, pero todo indica que es a finales del siglo XVII cuando potencia su presencia en la Isla. El monasterio, como vecino, no tenía que arrendar nada, por eso no aparece en los papeles notariales, pero sí  pagar el pasaje de la Barca de San Antón para entrar en sus pastos. Pero no pagaba; así, en una escritura de traspaso de la Barca de San Antón  fechada en 3 de septiembre de 1.702 (30) de Juan Hurtado a Leonardo Gómez, ambos vecinos de la villa, se afirma que todos los criadores de ganado pagaban pasaje, excepto “el Convento de la Cartuja” y los herederos de Martín Rodríguez, antiguo arrendador del pasaje. Desconocemos las razones de tal exención.

      Es muy posible que los monjes se dieran cuenta de cómo otras órdenes religiosas y  la nobleza sevillana, especialmente los veinticuatro se estaban aprovechando en exclusiva de grandes espacios de la Isla Mayor y Menor, sin tener la propiedad, que era de la ciudad así como el pasaje de San Antón. En el último tercio del siglo XVII veremos como el monje lego campista de “La Dehesilla” se preocupa mucho de tener ladrillos disponibles ya que se estarían ampliando las dependencias del cortijo (los restos de la capilla pueden ser de esta época) y se estaría, también, construyendo el caserío en el hato de la Isla, que ya se conocía como “Hato de Cartuja”.  En los planos del río, de los cuales  disponemos desde principios del siglo XVIII en fotocopias facilitadas por el documentadísimo y servicial Instituto de Cartografía de Andalucía, aparece en algunos de ellos tres construcciones que se repiten; el primero es nuestro hato; el segundo la Ermita de Santa María de Guía y el tercero el “Hato de los Jerónimos” de los frailes de San Jerónimo de Buenavista, los tres a la orilla del río (cauce principal o de Enmedio).

        Conocemos su perfecta ubicación así como su extensión aproximada. En el plano que levanta en 1.829 Don Agustín de Laramendi para el marqués de Casa Riera encontramos el caserío en el mismo lugar que ocupa la cortijada de la finca llamada actualmente “Hato Blanco”, propiedad de Cambou S.A. (formada por las herederas de Ernesto Canuto) a unos quinientos metros del casco urbano del pueblo de Isla Mayor. Se extendía desde aquí, es decir, el Puntal de Maquique, hasta El Mármol: Sus linderos este y oeste eran el río y la Veta de Senda sobre la que se ubica el actual poblado de Alfonso XIII. Ocupaba una extensión de unas 750 has. si atendemos a la venta hecha en 1.820 a Fernando de la Sierra por el Ayuntamiento de Sevilla. En este lugar muy rico en pastos se desarrolló la mítica ganadería de la Viuda de Concha y Sierra, heredera, en gran medida, de la raza de toros bravos que obtuvieron los monjes.

      No obstante ello, las noticias son escasas, salvo referencias en los documentos del Archivo Municipal de Sevilla. Como curiosidad citaremos las referencias que se hacen en los papeles de la mayordomía de la Ermita de Santa María de Guía. Así en la cuenta de cargo y data de 1.726 que presenta el mayordomo Juan Antonio Rozel, donde leemos: “Primeramente me hago cargo de sesenta reales de vellón; los mismos en que se vendió una jumenta que dio de limosna en este año el rabadán de la Cartuja”. Más adelante en  el cargo correspondiente a 1.730 leemos: “Primeramente son de mi cargo cuarenta y cinco reales de vellón que los importaron dos pieles de vaca, una chica y otra grande, que se vendieron por mano de Pedro Muñoz, conocedor de Cartuja” . También en unas diligencias practicadas en 1.776 se dice que el “Hato de Cartuja” se encuentra a una legua de distancia de la Ermita y, efectivamente esa es la distancia actual (31). 

       La actividad ganadera en el hato debería ser muy intensa dedicada al ganado vacuno pero también yeguar por ser lugar idóneo para ello. M. A. Ramos Suárez en un excelente trabajo sobre la Cartuja en la ocupación francesa (32) recoge un documento del Archivo General del Palacio Real que pone de manifiesto esta actividad en nuestro hato y la relación existente con la Cartuja de Jerez que tenían caballos en “La Dehesilla”por lo que no es aventurado pensar que también tuvieran yeguas en el hato isleño. Cuando los documentos hablan de caballos se refieren a animales enteros no jacas o, como se llamaban en la época, capones.


8.  Hemos dejado intencionadamente para el final las referencias de “La Dehesilla” porque curiosamente no aparece en los protocolos de los escribanos de La Puebla nombrada expresamente hasta la tardía fecha de 1.670 (33)  y de forma indirecta en una escritura de préstamo con garantía hipotecaria. Al describir aquélla las fincas hipotecadas dice que lindan con tierras de Cartuja en los sitios de Jasibuena, Lomo de la Garza y Casasvacias. Así mismo aparece nombrada al lindar con pedazos de tierra de Don Antonio del Castillo Camargo, en el inventario y medición que efectúa en 1.675 (34).

      Si nos preguntamos el motivo llegamos a la conclusión de que las compras las efectuaban en Sevilla y en el propio monasterio, dando fe del acto escribanos de la capital por lo que habremos de  organizar un concienzudo rastreo por todas las escribanías; hasta ahora sólo hemos encontrado una en 1.704 y otra en 1.748 de un haza en El Granadal y de una pequeña propiedad al sitio de Papalbures  (35).

      Al frente de “La Dehesilla” se encontraba un monje lego que era el que mandaba, el primero que constatamos fue Fray Pedro de Escobedo que lo encontramos en este lugar en 1.681, le sigue Fray Diego González que está dos años y a éste, Fray Francisco de Villaescusa que está al frente de la hacienda casi nueve años y que se corresponden con la mayor expansión. El final de siglo y los comienzos del siguiente corresponden a Fray Diego González de Usamboaga.

      Llama la atención la gran actividad arrendataria y subarrendataria de los monjes. Arriendan o subarriendan a conventos femeninos (Madre de Dios), hospitales (Amor de Dios), patronatos (de Beatriz de Asián de Coria con propiedades en La Puebla) y muchos propietarios particulares, cultivando en arrendamiento una extensión casi igual a la que cultivaban en propiedad (36). Todas estas tierras eran de pan sembrar en el que se aprovechaba rastrojera y barbecho para el ganado, como es natural. Pero también realizan otros contratos rústicos  como el  firmado con Melchor Domínguez en 1.684 (37), mediante el cual el propietario recibió 300 reales por adelantado y se comprometía a entregar en “La Dehesilla” fruto y esquilmo de su viña que se valoraría al precio que se fijara para los cosecheros de Coria, lo que hace suponer que en el cortijo había lagar donde se pisaba la uva para consumo propio. Otro contrato similar nos lo encontramos en un arrendamiento por seis años  de aranzada y media de viña al sitio de Monterrey (38).

      Especial interés tenía la Cartuja por asegurarse ladrillos, el buen producto que se obtenía de los barros y hornos de la zona. Así, en 1.683 celebran contrato con Brígida de Vargas, viuda de Francisco Almansa (39) para labrar ladrillos a medias en los hornos que la viuda tenía en La Puebla; en virtud del mismo, los monjes ponían la tierra y la leña en la boca del horno y corría a cargo de la viuda el labrado y cocido del ladrillo así como cargar y descargar los hornos. Otro contrato con pago en ladrillos nos lo encontramos en 1.685 (40) con Manuel Contreras, vecino de Coria. A pesar de estos arrendamientos debieron llegar a tener hornos propios pues en un documento de 1.731(41) se cita unos hornos de ladrillo junto al río que se encontraban derruidos  e inutilizados por haberse acabado el barro del haza en que estaban enclavados, diciéndonos que eran de las Cuevas. 

      Debió ser grande el volumen de sembradura ya que se aseguran el trabajo de los segadores mediante contrato ante escribano como hacían también en Casaluenga. De este modo encontramos un contrato para catorce segadores de Mairena del Aljarafe firmado el 15 de mayo de 1.681, otro firmado el año siguiente y otro en 1.686 con vecinos de Triana (42). La forma de pago era parte en efectivo y otra parte en trigo y cebada además de cuatro arrobas de pan, tres de vino, dos quesos, una cuarta de aceite e ingredientes de ajos, pimientos y vinagre y por cada dos cahíces de grano dos ovejas. Este pago esta doblado respecto al primero por lo que suponemos que era doble el número de segadores.

      Debemos advertir que los cortijos de la época no estaban bajo una linde, para eso hay que llegar a los grandes latifundios de la desamortización. Tenían un núcleo central con su caserío, como en nuestro caso, en el que había una capilla -como se demuestra en un documento del Archivo del Real Alcázar de Sevilla recogido por M.A. Ramos Suárez en el trabajo que anteriormente hemos citado- y muchos pedazos de tierra de poca extensión repartidos, en nuestro caso, por la vega de La Puebla. Podemos conocer las tierras que la Cartuja tenía en la vega en el momento de la desamortización acudiendo al cuaderno particional de la testamentaría de Ramón González Pérez, su comprador en venta judicial (43). En el inventario de los bienes que el cuaderno contiene aparecen descritas perfectamente cada uno de las cincuenta suertes de tierra que tenían los monjes en propiedad pertenecientes a “La Dehesilla” (44). Algunas de estas suertes de tierra podríamos situarlas hoy día pero con muchas resulta imposible por la profunda transformación del paisaje y por el considerable cambio de la toponimia. 


  9.  En 1.706 se produce en la Puebla un importante hecho como lo demuestran los “Autos hechos en ejecución de Real Provisión de Su majestad, que Dios guarde, sobre el apeo, deslinde y cerramiento de la dehesa para yeguas y para potros en el término de esta villa” (45).   El asunto, por su importancia histórica y sociológica merece estudio aparte. No obstante ello, adelantaremos que se inicia el expediente por suplicación al rey -interesado el monarca en la cría y selección caballar- por el alcalde ordinario del estado noble, Marcos de la Fuente, en 1.696. Estaba destinada como se colige a los pequeños ganaderos que no podían seleccionar el ganado porque “en la Isla las yeguas las cubren caballos de manada”. Los ganaderos importantes de La Puebla, con los cartujos a la cabeza, ya seleccionaban ganado caballar en los cercados, ahora les tocaba el turno a los medianos.

      Al principio se pensó deslindar una gran área que iba desde la linde con Coria hasta la Venta de la Negra y desde las tierras señoreadas de Puñana y Rianzuela hasta la vega de la villa. Se deslindó un área más modesta y consta el minucioso deslinde en el expediente. Este deslinde tuvo que ser modificado dos veces por causa de haberse integrado tierras del cortijo de las Pompas y tierras de la Dehesilla de las Cuevas. Tuvieron que respetar a los monjes en tierras de dudosa propiedad y la Dehesilla quedó a la entrada misma de la dehesa deslindada con todo lo que ello suponía para el control y adquisición, incluso, de los mejores ejemplares. Queda muy claro en este expediente la vocación de los vecinos por la cría del ganado caballar selecto. Repetimos que el asunto merece estudio aparte.

      No obstante los roces que pudieran producirse, había hasta estas fechas, al menos,  una política de entendimiento. Los monjes influían en la vida pública de la villa como lo demuestra  un documento de 4 de febrero de 1.747 (46) otorgado a favor de la Cartuja por Bartolomé Vela, electo alcalde ordinario, Diego de la Fuente, alguacil mayor, José Pichardo y Manuel Peñuela, regidores del Concejo, en el cual leemos: “Otorgamos y nos obligamos y a los dichos Propios de la dicha villa, de dar y pagar al Real Monasterio de Santa María de las Cuevas, orden de la Cartuja, extramuros de dicha ciudad……… seiscientos reales de vellón que son por los mismos que por hacer merced y buena obra dicho real Monasterio a dicha villa como tales capitulares de ella nos ha suplido y prestado para satisfacer las costas y gastos que el Concejo ha hecho en las elecciones de este presente año, sin cuya cantidad no lo pudiéramos haber ejecutado”.        

NOTAS
I I.- LA CARTUJA DE SANTA MARÍA DE LAS CUEVAS DE SEVILLA EN EL TÉRMINO DE LA PUEBLA JUNTO A CORIA Y ALRREDEDORES. SU ACTIVIDAD GANADERA Y AGRÍCOLA EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII.

1.- “La Ermita. Notas para la historia de la Isla Mayor” (2.002). J.Grau Galve. Edición de Caja Rural del Sur.
2.- “Ganaderías de Lidia y Ganaderos. Historia y economía de los toros de lidia en España” (2.000). Antonio Luis López Martínez. Edición de la Fundación de la Real Maestranza, la Universidad de Sevilla y la Fundación de Estudios Taurinos. (Páginas 68 y 69).
3.- Archivo Ducal de Medina Sidonia. Leg. 4262. Juan I confirma en Valladolid (18 de julio de 1.513) el derecho del monasterio de San Isidoro del Campo  a pasar con sis ganados y yeguas a las marismas. (Tomado de “La ganadería en el reino de Sevilla durante la baja Edad Media” de María Antonia Carmona Ruíz-1.998).
4.- AHPNS. Año 1.745. Leg. 2.621, folio 597 y Leg. 2.622, folio 1.087.
5.- Archivo de la Real Academia de la Historia (9/2098). Carta de 29 de septiembre de 1.402. Recogido por Don Baltasar Cuartero y Huerta en su obra sobre la cartuja de las Cuevas  con publicación sevillana el 1.991 por la Consejería de Medio Ambiente.  
6.- Archivo Municipal de Sevilla. Tumbo de los Reyes Católicos  II-7 (Edición de la Universidad Hispalense dirigida por R. Carande y J. de M. Carriazo – 1.968)  
7.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 322 a 328 vto.
8.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 329 a 334 vto.
9.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 453 a 461.
10.- AHPNS. Año 1.645. Leg. 2.622, folios 335 a 343.
11.- En el AHPNS faltan los años siguientes correspondientes a la escribanía de La Puebla: 1.629, 1648, 1649, 1.655 a 1.659, 1.678, 1.690, 1.691, 1692, 1.696,1.698, 1,699, 1.707, 1.708, 1709, 1.712 a 1.723 y 1.7027 a 1.730, por lo que no han podido examinarse.
12.- AHPNS. Año 1.64 0. Leg. 1.917 PB, folio 96.
13.- “Las propiedades agrícolas de la Orden Cartuja en el antiguo Reino de Sevilla, según un inventario de 1.513”. Antonio González Gómez. Sevilla 1.981. RAH 193-194, página 59.
14.- AHPNS. Año 1.640. Leg. 1.917 PB, folio 35.
15.- AHPNS. Año 1.640. Leg. 1.917 PB, folio 129.
16.- AHPNS. Año 1.643. Leg. 1.917 PB, folios 41, 49 a 51, 56 y 57.
                     Año 1.644. Leg. 1.917 PB, folio 88.
                     Año 1.675. Leg. 1.918 PB, folio 46.
                     Año.1.676. Leg. 1.918 PB, folios 63 y 108.
                     Año 1.677. Leg. 1.918 PB, folio 31.
                     Año 1.681. Leg. 1.931 PB, folio 47
                     Año 1.682. Leg. 1.931 PB, folios 10, 14, 25 y 53.
                     Año 1.683. Leg. 1.931 PB, folio 31.
                     Año 1.689. Leg. 1.931 PB, folio 9.
                     Año 1.691. Leg.1.931 PB, folio 33.
                     Año 1.693. Leg. 1.920 PB, folio 2. 
17.- AHPNS. Año 1.667. Leg. 1.918 PB, folio 13.
18.- AHPNS. Año 1.681. Leg. 1.931 PB, folio 11.
19.- AHPNS  Año 1.681. Leg. 1.931 PB, folio 8.
                     Año 1.682. Leg. 1.931 PB, folio 54.
20.- AHPNS Año 1.694.  Leg. 1.920 PB, folio 105
21.- AHPNS Año 1.679.  Leg. 1.931 PB, folio 45
22.- AHPNS Año 1.680.  Leg.  1.931PB, folio 5
23.- AHPNS Año 1.681.  Leg. 1.931 PB, folio 10
24.- AHPNS Año 1.682.  Leg. 1.931 PB, folio 12
25.- AHPNS Año 1.687. Leg. 1.931 PB, folio 23
26.- AHPNS Año 1.691. Leg. 1.931 PB, folio 63
27.- AHPNS Año 1.694. Leg. 1.920 PB, folio 105
28.- AHPNS Año 1.694. Leg. 1.920 PB, folio 107
29.- AHPNS Año 1.697. Leg. 1.920 PB, folio 37
30.- AHPNS Año 1.702. Leg. 1.920 PB, folio 89
31. Archivo Arzobispal de Sevilla. Sección: Priorato de Ermitas, Leg. 3.897.
32.- “El Monasterio de la Cartuja de Sevilla. Ocupación Napoleónica y vuelta al orden. (2.001). Manuel Antonio Ramos Suárez. RAH 256-257. Páginas 211 y ss.
33.- AHPNS Año 1.670. Leg. 1.918 PB, folio 16.
34.- AHPNS Año 1.675. Leg. 1.918 PB, folio 31

35.- AHPNS Año 1.704. Leg. 1.920 PB, folio 119.
                    Año 1.748. Leg. 2.863, folio 889.
36.- AHPNS Año 1.980. Leg. 1.931 PB, folio 48
                   Año 1.682. Leg. 1.931 PB, folio 11
                   Año 1.682. Leg. 1.931 PB, folio 43
                   Año 1.682. Leg. 1.931 PB, folio 95
                   Año 1.685. Leg. 1.931 PB, folio 7
                   Año 1.685. Leg. 1.931 PB, folio 15
                   Año 1.686. Leg. 1.931 PB, folio 3
37.- AHPNS Año 1.684. Leg. 1.931 PB, folio 19
38.- AHPNS Año 1.686. Leg .1.931 PB, folio 30
39.- AHPNS Año 1.683. Leg. 1.931 PB, folio 42
40.- AHPNS Año 1.685. Leg 1.931 PB, folio 66
41.- AHPNS Año 1.731. Leg. 2.024 PB, folio 1
42.- AHPNS Año 1.681. Leg. 1.931 PB, folio 20
                    Año 1.682. Leg 1.931 PB, folio 45
                    Año 1.686. Leg 1.931 PB, folio 45   
43.- AHPNS Año 1.840. Leg 19.342 P, expediente 191
44.- AHPNS Año 1.863. Leg. 15.584, folios 4.491 a 4.509. La denominación y cabida en aranzadas son como siguen: Rabo de Culebra 1,1 ; El Granadal 6,6 ; Cuadrejón 4,7 ; Canaleja Chica 2,6 ; Cuadrejón del Bacalaero Primero 4,1,; Cuadrejón del Bacalaero Segundo5,2; Primera de Lomo Gallego 7; Segunda de Lomo Gallego 4; Casa Vacía 4,1; Cuadrejón del Carrizal 5,5; Haza Grande de la Marisma 17; Cuadrejón del Diablo 3,25; Cuadrejón del Medio o de los Boyeros 2; Haza de la Marisma 5,6; Primer Cuadrejón de los Lomillos 6; Segundo Cuadrejón de los Lomillos 6,4; Tercer Cuadrejón de los Lomillos 1,6; Haza de los Pastores 3,6; Haza de los Ahogados 7,4; Haza Primera de la Alcantarilla 3,2; Haza Segunda de la Alcantarilla 6,3; Haza Tercera de la Alcantarilla 2,6; Las Majadillas 1,6; Cudrejón del Medio 1,4; Cuadrejón del Cisne 5; Haza del caño de la Piedra 3,4; Segundo Cudrejón del Medio 4,4; Tercer Cudrejón del Medio 4,4; Mojón de Marín 4,7; Haza de la Cruz 14,2; Haza de Canta Marín 3,5; Segunda Haza de Canta Marín 6,2; Tercera Haza de Canta Marín 2,5; Haza de Hasibuena 8,6; Segunda de Hasibuena 6,6; Haza Primera del carrilero 3,4; Haza Segunda del Carrilero 3; Haza Primera del Manchón 12,6; Haza segunda del Manchón 26,3; Haza tercera del manchón 5,2; Haza Cuarta del manchón 15,7; Haza Papalbures 19,6; Haza Cercado del Cortijo 10,7; Cercado delante del Cortijo 6; Haza de la Era 6,4; Haza de Pompas Chica 6,6; Haza de la Torrecilla 13,4; Haza de la Reomita 1; Haza de Pompas Grandes 31,4 y Cercado de la Tapia 4. 
45.- AHPNS Año 1.706. Leg. 1.920 PB, folios 9 a 31.
46.- AHPNS Año 1.747. Leg.  2.862, folio 101.




III.- EL GANADO BRAVO EN LA ISLA MAYOR.  LA ERMITA GANADERA DEL SIGLO XVIII

1.-   En el capítulo anterior se ha pasado rápidamente por lo que pudo ser la Ermita marinera, vinculada, primordialmente al río y a su tráfico. El estudio de la importante actividad ganadera, y también de la pesca y otros aprovechamientos como el del almajo, en el periodo que transcurre desde el siglo XIV hasta la privatización del XIX , no pueden ser objeto de estas páginas; tales temas, pese a los estudios realizados, merecen una revisión a la luz de la historiografía actual   
      En este capítulo trataremos solamente el carácter ganadero de la Isla Mayor y su centro relacional que era la  Ermita de Santa María de Guía  en el siglo XVIII, al comienzo de la  Cañada Real de Isla Mayor a Medellín  y del ambiente ganadero de su entorno, deteniéndonos  en un aspecto característico de la ganadería de islas y marismas  cual es la selección y cría del toro bravo de lidia  que aparece desde el principio de la centuria, pero hundiendo sus raíces en tiempos más pretéritos. La Ermita se encuentra en el centro geográfico de la selección del toro bravo en sus orígenes, derivado del ganado de carne o  de granjería y del de labor.  El carácter puramente ganadero de la Ermita en este tiempo lo demuestran sus Papeles, tanto de la institución en sí misma como de la Hermandad existente en ella y que permanece activa durante todo el siglo.  La gente de mar, la gente de río, han desaparecido de la Ermita; sólo se tiene noticia indirecta de los pescadores que regalan sábalos a  Nuestra Señora para que con su rifa, se obtengan fondos de escasa entidad destinados al mantenimiento del culto y fábrica. Los mayores ingresos proceden de la venta de ganado propio de Nuestra Señora y de algún ganado que se le aplica en colaboración con pastores o por estar desmandado o sin dueño. Nuestra Señora de Guía tiene sus propios ganados y su hierro, conformándose como una Potnia Therón, como nos indica P. Romero de Solís (1) a propósito del ganado caballar de la Virgen del Rocío.  Pero no se trata de la Ermita de todos los ganaderos de la Isla, sino de los vaqueros y yegüerizos. No aparecen pastores de carneros, cabras y puercos, especies muy numerosas en las dehesas isleñas, con espacios acotados para las mismas. La institución ermitaña esta controlada por pequeños ganaderos, que en muchos casos  son a la vez rabadanes, conocedores o pastores y yegüerizos de monasterios, conventos, nobles, ricos eclesiásticos y miembros de la alta burguesía mercantil de la capital que, pese al traslado del comercio indiano a Cádiz, constituyen un grupo económico importante e influyente. Así mismo, en el entorno de la Ermita, o frente a ella en la Menor  y más allá, en las marismas de la margen izquierda (Dos Hermanas, Utrera, Lebrija...), se gesta en el siglo XVIII  el toro bravo que seleccionado y depurado llegar a nuestros días.

      Al considerar el toro bravo como producto ganadero desde el origen de la selección, en fechas incluso anteriores al siglo XVIII, en absoluto queremos contradecir a aquellos que afirman que estas planicies salitrosas dieron desde la antigüedad toros furibundos que embestían con facilidad, baste recordar la raza marismeña, de la que quedan muy pocos ejemplares, y a la que popularmente se le denominaba de “media sangre”. Que esta raza tuvo que ver en el origen de la selección parece que está fuera de duda. Pero en dicha selección intervinieron muchas sangres además de la marismeña.

      Estrabón (III, 2, 4)  ya nos habla del ganado marismeño y de la facilidad con que los toros se habían adaptado a las características del terreno. Pero traer a colación el uro y el bos primigenius nos parece excesivo. Lo mismo las referencias a unos toros salvajes, fieros y misteriosos que recorrían los llanos marismeños y en despoblado, con nocturnidad y alevosía (respecto a los pastores y vaqueros, naturalmente) cubrían a las vacas, nos parece producto de la imaginación exaltada o etílica de algún ganadero tarambana.    

  2.- Pero veamos cómo era el panorama: en esta centuria se experimentó un fuerte aumento de la población peninsular  debido a diversos factores; se rompieron nuevas tierras para el cultivo, antes destinadas al ganado que tuvo que refugiarse en terrenos a él destinados en exclusividad, como el Campo de Matrera en Villamartín, Medina Sidonia o las islas y marismas del Guadalquivir, sin olvidar la agricultura de subsistencia que en tales terrenos se llevaba a cabo y que originaba numerosos conflictos.  La Isla Mayor, en particular, se encontraba repleta como podemos apreciar a través de unas felices páginas de M. Rodríguez Cárdenas (2); Hasta tal punto se llegó que cuando se producen grandes inundaciones, el hedor de los animales muertos llegaba a Sevilla (3), como actualmente llega el humo de la quema del pasto en otoño. El ganado que pastaba en islas y marismas se destinaba a la reproducción para el abasto de carne o al simple engorde como carneros y cerdos, o a la reproducción y obtención de fuerza de trabajo, así el boyal y, sobre todo, el yeguar que se utilizaba  anualmente para la trilla fuera de las dehesas. De su importancia social y su incidencia económica ya se han ocupado otros, sin perjuicio de la oportuna revisión que preconizamos. No obstante, el estudio de los inicios de selección del toro bravo  que conduce hasta los que actualmente se lidian, desbancando otras razas como la navarra, morucha, manchega, etc.,  se  encuentra en pañales. Los autores sólo han realizado estudios parciales. Tal estudio excede el contenido de estas breves páginas y la capacidad de quien las escribe, aunque sin prisas y con el esfuerzo necesario nos proponemos  trabajar en un futuro, y en equipo, para aportar alguna luz sobre un campo tan apasionante; por ello, solo expondremos aquí un esbozo.  

      Es de sobra conocido que  la centuria que tratamos constituye la génesis de la actual tauromaquia y al ganadero le tocó, con paciencia, saber empírico y, por supuesto, dinero, el ir seleccionando el toro que permitiera la lidia y el lucimiento del torero de a pié. En el transcurso del siglo se va pasando paulatinamente de las fiestas de toros y cañas organizadas para el lucimiento de la nobleza y demostración de su destreza y valor, que tanto gustaban al pueblo,  al toreo en manos de este mismo pueblo. Elementos populares  son sus protagonistas y es el pueblo quien paga y llena los cosos que van pasando de tinglados de madera provisionales a plazas sólidamente construidas con dedicación exclusiva o principal a la fiesta. Así mismo se va pasando de una mayor importancia del torero a caballo o de vara larga, recuerdo de la época anterior, al dominio del torero de a píe.

      El paso de la fiesta de manos de la nobleza a manos del pueblo, aunque de forma muy tutelada, se debe a distintos factores, entre los que debemos destacar los siguientes:  primero el poco gusto de los reyes borbones por la fiesta de toros, como se demuestra su escasa asistencia y los periodos de prohibición (4) ; en segundo lugar la enemiga de parte de la intelectualidad oficial  (Moratín, Cadalso, Jovellanos, etc.) ; en tercer lugar, en íntima conexión con lo anterior, las doctrinas políticas ilustradas que consideraron a la fiesta de toros un derroche  de ganados, dehesas, trabajo, ect., aparte de suponer un obstáculo para la educación del pueblo y fuente de numerosos conflictos. El paradigma de esta postura política la encontramos en la prohibición de Carlos III propugnada por su ministro Aranda en base a las informaciones que en 1.768 recabó de los intendentes de los distintos reinos; las del reino de Sevilla fueron remitidas por su asistente, Pablo de Olavide.  El antitaurinismo no es nada nuevo, nace parejo a la génesis de la fiesta tal y como hoy se la concibe. La actitud  de la realeza y la postura oficial u oficiosa produce el retraimiento de la nobleza en cuanto a la participación directa en la fiesta, pero no como ganadera, impulsora, protectora y, por supuesto, espectadora entusiasta.

      También podemos aducir otros dos motivos importantes cuales son, por una parte, el desembolso que suponía para la nobleza la fiesta de toros y cañas, y por otra la profesionalización de los toreros plebeyos que cobran por su trabajo, provocando el interés de muchos por dedicarse a esta actividad (considerada infame durante mucho tiempo) como medio de vida.

      Nos encontramos aquí con una serie de paradojas curiosas: por una parte,  el poder y la intelectualidad avanzada  poco proclive o abiertamente en contra de la fiesta y por otra el pueblo pidiendo más toros, que, sin duda se le ofrecen, incluso con el patrocinio y protección de una institución nobiliaria y borbónica  como es la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, que además, desde el principio, es la propietaria de la plaza que es utilizada por la propia institución para los festejos que organiza o que es cedida o arrendada a otras instituciones para sus propios festejos, como el Ayuntamiento o las Hermandades y los gremios.

      En el siglo XVIII, según nos demuestran las distintas fuentes utilizadas, tenemos en las Islas Mayor y Menor destacados ganaderos y no sólo conventos, monasterios y nobles, sino también criadores pertenecientes al pueblo llano de una más que notable incidencia en la selección.

      Dada la complejidad del asunto,  la concisión a que nos obligamos en estas páginas y su carácter de simple esbozo, vamos a intentar exponerlo de forma sintética y sistematizada, deteniéndonos sólo en algunos ganaderos eclesiásticos, algunos nobles y particulares y en dos de aquellos que al final de la centuria y principios de la siguiente se dedican de forma exclusiva a lo bravo.

      La fiesta de los toros en el siglo XVIII está poco estudiada, destacando con luz propia los Anales del Marqués de Tablantes. Los datos que recoge y aporta tratan solamente de las corridas organizadas por la Real Maestranza de Caballería de Sevilla como tal institución en el periodo 1.730-1.835    y que figuran en su archivo; por ello, en muchas ocasiones, no cita los ganaderos al no figurar en los papeles que maneja; en otras ocasiones nos dice que se encargó a un tratante la compra de los toros, por ello o no figura nombre alguno o el del tratante, por ejemplo, Juan Marchante, que también era picador.  También debemos advertir utilizando sus propias palabras que “las fiestas que se mencionan solamente se refieren a las organizadas y dirigidas por la Real Maestranza, cuyos datos se conservan en su Archivo; pero advirtiendo que durante todo este tiempo se celebraron otras fiestas de toros en la misma plaza, bien por cuenta del Ayuntamiento, ya por determinadas cofradías y alguna vez también por particulares, cediendo para esos casos la Maestranza su Plaza.” (5). Por ello, intuimos que los festejos ofrecidos en la Maestranza debieron, al menos, duplicar el número ofrecido por los Anales, conteniéndose su documentación en el Archivo Municipal y en los archivos de hermandades y parroquias. La información remitida por Olavide al ministro Aranda en 1.768 (6) se encuentra muy disminuida, en opinión de diversos autores, a causa del temor de que se prohibieran las corridas, como ya ocurrió en tiempos de Fernando VI; prohibición que de todas formas llegó en los últimos años del reinado de Carlos III, levantándose la misma en los comienzos del reinado de Carlos IV, para ser prohibidos también en las postrimerías del mismo.
       
              Esta especie de explosión de la fiesta que se produce en el Siglo de las Luces podría llevarnos al equívoco de creer en una especialización en lo “bravo” de las distintas ganaderías que aparecen en los Anales. Ello no fue así, la especialización se denota una vez traspasada la mitad de la centuria. Pero nada mejor que las palabras de García-Baquero, Romero de Solís y Vázquez  Parladé (7) para explicarnos el proceso: “ A pesar de la escasez de noticias que padecemos sobre los antecedentes históricos de las ganaderías de toros de lidia, parece evidente que para poder arrojar alguna luz sobre sus inicios, debemos partir de las circunstancias determinantes que constituyeron el motivo impulsor del nuevo concepto ganadero y que,....... fueron de un lado, la afirmación de la lidia como actividad torera, y, de otro, la existencia de una bravura en el animal toro. Ahora bien, aún así, es preciso señalar que desde comienzos del siglo XVIII se conocían ya diferenciaciones raciales regionales (toros de Navarra, de Castilla y de Andalucía) e, incluso, dentro de éstas, algunas vacadas que daban mejor juego a la hora de lidiar sus reses, sin que, por otra parte, esto suponga en absoluto la existencias de unas ganaderías especializadas. En realidad, la diferencia entre unas y otras era la consecuencia de las distintas adaptabilidades genéticas a las condiciones del medio y las formas de explotación más que el resultado de una intencionalidad ganadera propiamente dicha; no en vano en ésta época se da como segura la inexistencia de vacadas especializadas para los festejos taurinos, mientras que, por el contrario, siempre está presente el buen aprovechamiento que se hace, para este fin, de animales dedicados al trabajo o a la carnicería.

      ¿Constituye este aprovechamiento el primer signo del origen de la ganadería brava? Los propietarios de vacadas podrían obtener un suplemento económico a partir de la comercialización en el mercado de asentistas de plazas de toros de su producción marginal. Dentro de estos límites es donde hay que situar los datos que el marqués de Tablantes nos proporciona sobre la participación de la nobleza  sevillana – y nosotros añadiríamos los frailes ganaderos-  en tanto que proveedora de reses para los festejos que durante el siglo XVIII se celebraron en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla. Podríamos señalar  además un aspecto en la explotación de las vacadas de la nobleza que habrá de tener importantes consecuencias en el desarrollo ulterior de la ganadería. Aun cuando la explotación de sus vacadas no se llevó a cabo según los criterios modernos de las ganaderías especializadas, sin embargo, se hizo de tal manera que logró mantener en su interior la pureza de su sangre y, con ella, la permanencia de la identidad de sus castas. La expresión de las mismas en los carteles (Sevilla, desde 1.761) y de las divisas –cintas de colores- que podrían ser reconocidas por el público parecen atestiguarlo.

      La continuidad de la presencia de las ganaderías pertenecientes a la nobleza en la Maestranza durante todo el siglo XVIII se reduce, desde luego, a pocos nombres, tal como el del conde del Águila, aunque con intermitencia otros títulos también se mantienen; en cambio su permanencia en los carteles a raíz de su especialización en lo bravo (principios del siglo XIX) parece evidenciar que ya sólo quedan en lícita competencia aquellos que supieron de toros y de su lidia.”  

      Nosotros debemos apostillar que los títulos “intermitentes” son muchos y se repiten, además existen otros ganaderos que no pertenecen a la nobleza, ni siquiera a la oligarquía (ganaderos de La Rinconada, Coria, incluso La Puebla), desconociendo, además, quienes eran los ganaderos que durante muchos años suministraban los toros a los marchantes comisionados por la Maestranza. Por otra parte, la especialización en lo bravo no puede seguir en las ganaderías fraileras debido al periodo desamortizador y a la exclaustración del primer tercio del siglo XIX, es decir, a la incautación y venta de sus bienes y en la desaparición de gran número de monasterios y conventos de las instituciones religiosas regulares.

        El conde de Vistahermosa (1.770) y José Vicente Vázquez (1.780) son tenidos por los autores referenciados como los primeros ganaderos especializados. Esto habría que aceptarlo con todas las reservas. La Cartuja de las Cuevas lidia sus toros hasta pocos años antes de la invasión napoleónica que supuso la primera exclaustración forzada de sus monjes. Además si atendemos al proceso de formación de ambas ganaderías, que son típicamente marismeñas, nos encontramos con que hunden sus raíces en ganados fraileros o eclesiásticos de una u otra forma, e incluso siguen el ejemplo de los monjes cartujos o clérigos  ricos para la selección del toro.

      Es cierto que fue Sevilla la primera en entender lo que ocurría en el ruedo durante el tiempo de la lidia.  La fiesta en manos del pueblo se está “civilizando”, tras el despejo de plaza ya no se permiten excesos, se crean reglas, se resuelven mediante la prevención los problemas de orden público, cumpliéndose así “la primera condición necesaria, aunque no suficiente, para el nuevo desarrollo ganadero: el entendimiento y el placer de lo que está ocurriendo en el ruedo durante el tiempo de la lidia.”(8).

      Pero fueron otras causas coincidentes las que coadyuvaron a hacer posible los inicios. Primero las grandes fincas ya sean latifundios o grandes dehesas de propios de características tan particulares como las islas y marismas, que permiten la cría extensiva, sin apenas intervención humana, con existencia de toruños alejados y aislados ( en el medievo se denominaron toriles y toreros estando regulada su explotación común) donde permanecían los machos hasta la época de cubrición; en la Isla Mayor  estaba el Toruño del Gato, lindando con éste el Toruño de Juan de Mar y a partir de su linde y entrado en la finca Veta de la Palma estaba el Toruño de los Huevos (“Güebos”), que pueden sumar en conjunto una cabida superior a las cinco mil hectáreas. En segundo lugar, la asiduidad de espectáculos, tanto en la capital como en las poblaciones más o menos importantes -y para ello es poco significativo el estado remitido por Olavide al ministro Aranda, indicándole aquél la posible falta de exactitud  de los datos- esta asiduidad proporciona un mercado cercano a la producción, “cuestión ésta muy a tener en cuenta, dado que el único sistema para el transporte de los animales era, en aquella época, sus propios pies.”(9). También no está exenta de importancia la forma de pastoreo y manejo de las reses, siempre desde un caballo, debido a la extensión y características orográficas de las zonas adehesadas y el gran numero de reses que componían las vacadas; no había un contacto directo con el hombre, “despareciendo toda posibilidad de que el toro pueda aprender nada de cuanto será el fin al que se le destina: la lidia.”(10).
 Los autores comentados, con muy buen criterio, nos exponen que el esquema planteado hay que completarlo preguntándose los motivos que impulsan a la especialización a unos ganaderos sin necesidades económicas perentorias, sino que por el contrario pertenecían a las clases acomodadas, eclesiástica, noble o burguesa. La ganadería brava en sus comienzos no podría ser una actividad económica que ofreciera una mayor rentabilidad en su conjunto, pese al mayor precio del toro de lidia. Siempre  los ganaderos, al menos los que conocemos, son ricos por otras causas y no por mantener una ganadería. Nuestros autores lo fundamentan en el prestigio social que daba y sigue dando el hecho de ser ganadero de bravo. En sus orígenes el noble toreaba sus toros en la Maestranza y el pueblo lo observaba, lo admiraba, lo tenía muy en cuenta; el burgués plebeyo con la cría del toro se “codea” con los “grandes” participando de facto, unas veces, o alcanzando de iure, en otras, esa nobleza, bien adobado todo con la adquisición o usurpación de grandes latifundios como forma de ennoblecerse, como demuestra el estudio de María Parias Sainz de Rozas (11). De cualquier forma siempre quedaba el Vaticano  del que se podía obtener un título mediante la aportación de un generoso óvolo ingresado en las arcas pontificias, como hizo el ilustre antepasado de la reina Fabiola de los belgas,  José Riera, que obtiene el título pontificio de Marqués de Casa Riera, usurpador de la Isla Mayor.
                                                       
      Son todas estas causas en su conjunto las que producen un toro que sirve para el nuevo arte de la lidia que se desarrolla en el siglo XVIII y que, sin duda, sienta las bases del toreo actual.

       Nos toca ahora mostrar de forma resumida el entorno ganadero bravo de la Ermita de Santa María de Guía.      


 3.- Partiremos del trabajo básico de Juan Posada (12), de Filiberto Mira (13) y de Bartolomé Benassar (14), que se nutre de ambos, y  añadiremos algunos datos y matices respecto a los ganados de la Cartuja de las Cuevas, San Isidoro del Campo, dominicos, agustinos y jesuitas, marqués de Mejorada,  conde del Águila y otros ganaderos comarcanos y el inicio de Vistahermosa  a partir de la familia Rivas de Dos Hermanas y de Vázquez a partir de aquél.

      Partimos del convencimiento de lo mucho que tuvieron que ver los frailes en el origen de la selección del toro bravo. No son los únicos, por supuesto, pero sí tuvieron una gran influencia. Si descartamos la cuestión económica, como la descartaban para la nobleza los autores que antes comentamos, puesto que todos los conventos y monasterios que lidian sus toros en el siglo XVIII son ricos, nos queda el prestigio social corporativo, la presencia de la institución entre las clases dominantes, mostrándose así al pueblo, o en competencia con los poderes fácticos, siendo la Iglesia uno y principal en el ambiente, contradictorio muchas veces, de esta centuria. Dónde si no se puede enmarcar la cría de caballos en las cartujas de Jerez y Sevilla. La elaboración de un producto ganadero fruto de la paciencia monacal, el conocimiento empírico y la fortaleza económica para mantenerlo; la consecución, en suma, de un animal bellísimo, el caballo cartujano, que no sirve para el trabajo, ni para correr, ni para la briega con el ganado o para la guerra; sólo sirve para el goce estético de su contemplación o para presumir montándolo, con todo lo que suponía para aquél privilegiado que lograba adquirir un ejemplar.

       Si lo enunciado puede constituir lo fundamental en la preocupación de seleccionar el bravo a partir del de carne o labor por parte de los frailes, siendo posible una especialización que aparece  en la segunda mitad de la centuria en las cartujas de Sevilla y Jerez, interrumpida de forma traumática por la caída del Antiguo Régimen,  debemos preguntarnos en este punto cuáles fueron las causas que facilitaron la cría y selección.

      En primer lugar observamos que gozaban de grandes dehesas. Estos extensos predios o eran propios o de alguna forma “apropiados” en exclusividad a costa de la tierra de Sevilla y concretamente de islas y marismas.

      En segundo lugar, gozan de un medio de aporte gratuito de ganado que además les permite el cruce y les evita cualquier atisbo de endogamia. Este medio, importantísimo, consiste en la percepción del diezmo o en la participación en el mismo, es decir, en el “menudo” o “minucia”, que en algunos conventos tenemos perfectamente constatado.

      Al examinar algunas ganaderías fraileras veremos en virtud de qué títulos entran en islas y marismas de los propios de Sevilla. Ahora conviene detenernos en ver cómo funcionaba la percepción del impuesto eclesiástico. La ganadería estaba gravada con distintos impuestos, sin perjuicio de los privilegios de exención que pudieran gozar respecto a alguno o algunos de ellos distintas villas y ciudades, como por ejemplo Sevilla. El más importante, por su significación y montante económico, lo constituye el diezmo eclesiástico. Se encuentra definido en el Fuero Real  y las Siete Partidas  lo definen así: “Diezmo es la décima parte de todos los bienes, que los omes ganan derechamente e ésta mandó santa eglesia que sea dada a Dios: porque El nos da  todos los bienes con que bivimos en este mundo.”(15). Se trata de un impuesto universal, que grava a todos, incluso el rey entrega la décima parte de sus rentas del almojarifazgo en Sevilla.  Además se trata de un impuesto en especie, su pago se realiza en productos que, dado su carácter religioso, recauda el obispo o aquellas instituciones que lo tuvieran concedido, casi siempre por medio de arrendatarios, los diezmeros, que tanta importancia tuvieron en la conformación de la raza brava actual.

      Los autores han dividido los diezmos en tres clases: prediales, que gravaban fundamentalmente la producción agrícola; personales, procedentes del rendimiento personal y mixtos, que eran los que se obtenían de las crías y los productos derivados de la ganadería. “Se llamaban mixtos porque comparten características de los dos tipos anteriores, puesto que los ganados se alimentan de hierbas y productos del campo y su cuidado y la transformación de los productos es trabajo personal.” (16)

      Además del diezmo nos encontramos con otro impuesto eclesiástico: la primicia. Todo el mundo tenía obligación de entregar a la Iglesia los primeros productos. Parece ser que en el reino de Sevilla y respecto al ganado, oscilaba en una cabeza de cada cien o doscientas.

      En un privilegio de Alfonso X fechado en Burgos el 3 de noviembre de 1.255 (17) se establece la obligación y normativa del pago del diezmo en el arzobispado hispalense y en sendos documentos fechados en Burgos, 19 de junio de 1.276 y Toledo, 8 de diciembre de 1.278 (18) se regula el pago del diezmo para el ganado de tránsito, el transhumante y albarraniego.

      El montante económico que suponía la percepción de este impuesto llegó en breve tiempo a ser  tan importante   que el propio rey en 1.257 pide al papa Inocencio IV la percepción de una parte que se llamaron tercias reales ( el papado también participaba con un buen pellizco de producto del diezmo peninsular). Las tercias reales consistían en dos novenas partes del diezmo cobradas sobre el tercio correspondiente a la fábrica de los templos.

      Ni que decir tiene que la excusa de tributos a los ganados de los vecinos de Sevilla contenida en un privilegio fechado en Guadalajara en 3 de julio de 1.273 (19), no supone en modo alguno la exención del diezmo eclesiástico. Mediante acuerdos y avenencias y, por supuesto, una compensación económica equivalente, fija o variable, la Iglesia permitió a la Corona, Ordenes Militares y grandes señores la percepción de parte o todo el diezmo en algunos lugares.
      Como dijimos, la contribución diezmal era universal; los conventos y monasterios estaban obligados a su pago. De ahí los pleitos mantenidos por los cartujos  con el arzobispo y el cabildo de la catedral (20). A través de ellos tenemos conocimiento de sus propiedades rústicas, que eran cuantiosas, su forma de explotación, cultivos y aprovechamientos, constituyendo un instrumento de primer orden ya que los archivos de las ordenes religiosas desaparecieron en gran medida con la desamortización y exclaustración. También nos sirven para saber que los ganados de las ordenes y, concretamente, cartujos, jerónimos, las cirtescienses de San Clemente.... etc. no están sujetos al diezmo, sin que hasta la fecha hayamos podido averiguar el motivo; puede que éste sea doble: una dispensa general concedida por el arzobispo en determinado momento, de la que no hemos encontrado referencia alguna, así como la propia procedencia del ganado, que casi siempre de una manera u otra era diezmal. De cualquier manera los ganados de estas órdenes regulares y suponemos que de las demás, no estaban sujetas a diezmo, solo pagaban los de carácter predial y  a veces los de carácter personal.

 4.-  En 1.399 la Iglesia se halla dividida en lo que se llamó Cisma de Occidente. El arzobispo de Sevilla  era Don Gonzalo de Mena que obtiene licencia del prior de la Grande Chartreuse, Guillermo Reynald, para la fundación de una cartuja. Desde el principio inciden una serie de circunstancias curiosas que van conformando de alguna manera los criterios patrimoniales de los cartujos sevillanos y que desde luego inspirarán a los de Jerez posteriormente. De este modo, para la compra de distintas heredades y tierras con destino a la dotación del monasterio, nos encontramos con la ayuda y consejo del arzobispo de parte de Ruy González de Medina, Veinticuatro y Tesorero de la Casa de la Moneda, despensero mayor de Enrique III y señor de la torre de la Membrilla y de las Torres  del Guadiamar. Este último señorío, desde los tiempos de la conquista con el arzobispo Don Remondo mantendría un método de explotación  complementada con el aprovechamiento ganadero y pasturaje en la marisma. Los grandes  donadíos y heredades ubicadas en las riveras del Guadiamar siempre tuvieron ese complemento marismeño, como veremos después con los jesuitas y como hiciera su sucesor el duque de Berwick.

      Es muy posible que el consejo de González de Medina orientara a los monjes hacia el importante complemento ganadero futuro.

      Tras una serie de vicisitudes  y  tras la designación fallida para la erección del monasterio en el castillo de San Juan de Aznalfarache, el arzobispo Mena consigue de la Orden  Tercera de San Francisco el cambio por la ermita de Santa María de las Cuevas  situada en la orilla derecha del Guadalquivir y próxima al barrio de Triana. El 16 de enero de  1.400 se hace entrega de la ermita a varios monjes procedentes de la Cartuja del Paular. Cuando poco después se funda en el monasterio la capilla de Santa María Magdalena, un arzobispo gozoso, comunica en público que dejará toda su hacienda a la cartuja por él fundada. Poco después fallece ab intestato, siendo muy sentida su muerte en Sevilla, especialmente por pobres y desvalidos; fue el fundador de la Capilla de Ntra. Sra. de los Angeles (popularmente conocida por “Los Negritos”) para la asistencia de negros y mulatos, tanto esclavos como libres. Murió en una epidemia de landres pestilentes que se produjo en Sevilla  y durante la enfermedad, en una visita que le hace González de Medina, aquél le confirma su voluntad de legar todos sus bienes a la dotación del monasterio de las Cuevas. ”Pero, no satisfechos los monjes con esta confesión privada, deciden enviar a su procurador para que el arzobispo ratificase lo expresado al caballero. Gonzalo de Mena le contesta que no habiendo licencia del Capítulo General no podía otorgar su autorización, si bien para cuando llegase había apoderado al canónigo de la catedral sevillana Juan Martínez de Victoria, quien daría cumplimiento a sus deseos, tras haberle entregado para su custodia treinta mil doblas de oro destinadas a la fundación, en virtud de la facultad para testar que recibió de Benedicto XIII” (21). Tras la muerte del arzobispo se produce una trifulca entre el papa aviñonés y el rey castellano en el nombramiento del sucesor  por lo que la sede hispalense se rigió durante varios años por un administrador apostólico y privado del papa cismático.

      En 1.402, nos encontramos con una serie de acontecimientos que repercuten grandemente en el futuro de la cartuja sevillana y, en concreto, en su posterior desarrollo ganadero. En primer lugar solicita y obtiene del Concejo de la ciudad  carta de vecindad. En adelante son considerados vecinos de Sevilla con todo lo que ello suponía; pero lo que aquí nos interesa es el aspecto ganadero: la vecindad les franquea la entrada a sus ganados en islas y marismas, teniendo así el primer componente necesario de su actividad pecuaria.  En segundo lugar, es elegido prior general de la Grande Chartreuse el consejero de Benedicto XIII (triunfante al eludir el cerco al que estuvo sometido durante cinco años), que no era otro que Bonifacio Ferrer, hermano de Vicente Ferrer. Los covitanos se dirigen al papa  y, entre otras cosas, le cuentan lo de la herencia del arzobispo Mena. Gracias a los buenos oficios de Ferrer, Benedicto XIII, en 1.403 expide la  bula Sacri Cartusiensis Ordinis  en que se confirma la fundación y dotación de la Cartuja de las Cuevas. Pues bien, en medio de una larga y complicada toma de posesión de los bienes llega en 1.407 a Sevilla el infante Fernando “el de Antequera” -a la sazón regente de Castilla por la menor edad de Juan II y que años después, tras el compromiso alcanzado en  Caspe con los buenos oficios de Vicente Ferrer, ciñó la corona de Aragón- con el fin de recaudar fondos para la guerra contra el moro granadino, y enterado de que en poder del canónigo Martínez de Victoria se encontraban las treinta mil doblas de oro que legó el arzobispo Mena a los cartujos, se las demanda, negándolas el clérigo. El de Antequera no se andaba por las ramas por lo que apresa y somete a tormento al canónigo para que le diga donde tiene el escondite; cuentan las crónicas que el buen clérigo resistió al potro con edificante firmeza. Pero hete aquí que al perverso Antequera, Trastamara al fin y al cabo,   se le ocurre entonces tomarle juramento por la ley divina  y no  pudiéndolo negar entonces, como es fácil entender en un sacerdote, declaró al fin dónde escondía  la pasta, suplicándole se la devolviera cuando acabara la guerra, cosa que, como es de imaginar, el infante no hizo. Los monjes quedan desamparados y entra en el patronato Per Afán de Rivera  que desde un principio se muestra remiso a cumplir lo pactado. No obstante en 1.409, en el Concilio de Perpiñán  el Papa Luna (Benedicto XIII) extiende la bula Salvatoris Humani Generis por la que “se adjudica a la Cartuja de Sevilla las terceras partes de los diezmos provenientes de las vicarias de Sanlucar la Mayor, Aznalcazar y Constantina, comprendiendo también los lugares de Salteras, Gerena, Castilleja de Talhara, Villanueva del Camino, Puebla de los Infantes, Almenara, San Nicolás del Puerto, Alanís, El Pedroso y Cazalla de la Sierra”. (22) Este otorgamiento lo hace Juan II y sus tutores en compensación  de las treinta mil doblas de oro que les levantó el de Antequera. Es cierto que al principio las rentas producidas no daban mucho, pero con el tiempo se supone que sí, dadas las operaciones de compras y ventas de fincas rústicas inteligentemente montadas por los cartujos. Pero fijémonos en la cuestión que nos interesa, Juan II lo que concede son las tercias reales de los diezmos de unas zonas muy amplias con una característica común, prácticamente en su totalidad, cual es la importante actividad ganadera de sus términos. Ya tenemos el segundo componente del desarrollo ganadero covitano: la percepción de diezmos, pagados en especie, en ganado, precisando de dehesas para su alimentación y reproducción y ninguna mejor que aquellas propias de la ciudad de la que son vecinos y a las que tienen derecho de entrada que no es otra que las de la Isla Mayor. 

 5.- En los cuatro siglos largos de existencia, la Cartuja de las Cuevas juntó un considerable patrimonio rústico como podemos apreciar en el inventario que se efectúa en 1.513 a causa de una avenencia sobre los diezmos a pagar por las cartujas del arzobispado hispalense (Sevilla, Jerez y Cazalla) (23), y si bien es cierto que algunas fincas las obtienen y amplían a base de donaciones, como Gambogaz en la vega trianera, otras muchas las obtuvieron y ampliaron  mediante compras sucesivas como el importante donadío de Casaluenga en término de La Rinconada lindante con Lora del Río, parte del mismo destinado a dehesa o como ocurrió en la Dehesilla (también llamada Cartuja) en término de la Puebla junto a Coria que llegó a alcanzar 400 aranzadas cerealeras y 200 adehesadas. Era tal el patrimonio pecuario de los frailes, que durante muchos años y especialmente en el siglo XVII utilizan dehesas comunales prácticamente en régimen de propiedad como El Alamillo, El Medio y Caracena en término de Aznalcazar y Almonzar y Carocuesta en La Rinconada y por supuesto, en La Puebla como hemos visto y la Isla Mayor. Antes de mediado el siglo siguiente, el XVIII, se inicia un proceso de recuperación por parte de los concejos de las villas contra los frailes, siendo casi todas devueltas a los concejos y recuperando alguna de ellas los monjes mediante compra o el pago de una cantidad fija al año como ocurrió en La Puebla.

      Al proceso indicado, se acoge tardíamente La Puebla junto a Coria. El origen se encuentra en la compra de Camas en 1.635 por el todopoderoso  Conde-Duque de Olivares, que consigue un deslinde de la villa absolutamente abusivo pues los límites pasaban incluso el Guadalquivir, incluyendo parte del arrabal de Triana y la Cartuja de las Cuevas al completo quedando ésta sometida a la autoridad del valido cuando más próspera era.  Apenas diez años duró el dominio, puesto que el de Olivares muere en 1.645, los mismos que duró el pleito instado por el Concejo de Sevilla. “El hecho de que Camas aplicase justicia, mientras duró aquel pleito, en los lugares del nuevo deslinde, donde se incluía la Cartuja de las Cuevas, quedó gravado en la memoria de los moradores de aquella villa, siendo recordado generación tras generación pese a lo momentáneo del suceso. Tal especie tradicional sería recogida por algunos vecinos de la también villa sevillana de la Puebla junto a Coria, quienes, acogiéndose a una Real Orden de 1.766, pretendieron impedir que los ganados de la Cartuja pastasen, como era su derecho, en los baldíos de aquella al creer que el convento se encontraba aún en término de Camas y no en el de Sevilla, y, por tanto, no se podría acoger a este privilegio privativo de la ciudad. Las Cuevas, sin embargo, debió aportar para la demanda suscitada cuantos documentos consideró útiles para demostrar su pertenencia a la jurisdicción de Sevilla, consiguiéndolo, como era lógico poco después.”(24)

      Es natural esta reacción de los vecinos de La Puebla junto a Coria; los monjes tenían en propiedad La Dehesilla, una gran finca, muy próxima a la otra  gran finca de pastos de la Isla Mayor. Esta última no la detentaban en propiedad, no lo olvidemos,  pero sí de forma exclusiva, como lo hacían los jerónimos y miembros de la oligarquía dominante de la ciudad. La cartuja ocupaba de hecho una de las mejores dehesas de la Isla Mayor. La ubicación de la misma se encuentra en la toponimia de algún mapa del XVIII, que con el paso del tiempo se recoge en los planos del XIX  y pasan a los planos del Servicio Geográfico del Ejército que iniciados en 1.918 arrastra la denominación  en las sucesivas revisiones y ediciones hasta la de 1.972 que sirvió de base para todos los trabajos de información cartográfica llevadas a cabo por la Junta de Andalucía y que hoy se encuentran en su Instituto Cartográfico.  Esta gran dehesa se encontraba junto al río Guadalquivir (Brazo de Enmedio) , que era su límite meridional, siendo el septentrional la Veta de Senda, al oriente la zona de El Mármol y  a occidente El Puntal de Maquique, o lo que es lo mismo, el Cerrado de la Abundancia, nombre con que lo bautizó Don Fernando de la Sierra en 1.820 como en un intento de borrar todo el recuerdo frailero. Por otra parte los Papeles de la Ermita, son muy precisos en cuanto a la ubicación del Hato de Cartuja, donde se encontraban las chozas o caserío de los pastores y del fraile lego que pasaría temporadas en el mismo, así, en el asunto referente al Mayordomo Juan Murillo, a la sazón Guarda de la Isla Mayor, cuando el notario de la Dignidad Prioral de las Ermitas viaja a nuestra Ermita  de Ntra. Sra. de Guía para practicar una diligencia, nos dice que la llave de la misma se encuentra en el Hato de Cartuja que está a una legua de distancia . Efectivamente, la distancia exacta entre el actual canal de toma de la Comunidad de Regantes de la Ermita, donde situamos el recinto santo,  siguiendo el mismo camino antiguo que discurre por la orilla de la “playa” del río, casco urbano de Isla Mayor, gira a la derecha por la gasolinera del pueblo y entra en la finca de Canbou, S.A., en la misma puerta de la cortijada de dicha finca, que hoy se denomina Hato Blanco, se cumplen cinco kilómetros y medio exactamente. En algunos mapas del XVIII aparecen tres edificios junto al meandro, o lo que es lo mismo, junto a la margen cóncava de lo que se denominó Cabeza del Moro; estos tres edificios corresponden a la Ermita que está en medio; aguas abajo el correspondiente al Hato de los Jerónimos y aguas arriba el que corresponde al Hato de Cartuja, ocupando un lugar  coincidente con el actual Hato Blanco junto al casco urbano de Isla Mayor. Además de la finca del Hato, los cartujos pastaban su ganado en otros lugares de la Isla Mayor como la Veta de la Palma donde tenían un apartadero.

6.-  Intuimos una gran importancia de la cabaña que pastaba en esta dehesa; sabemos que a su frente había un rabadán  y un conocedor como atestiguan los Papeles de la Ermita  (años 1.726 y 1.729), aunque desconocemos el número exacto de cabezas de ganado.

       Debido a la recuperación de dehesas por los concejos en la primera mitad de la centuria, el ganado acumulado en la Isla Mayor por los frailes  debió superar las ochocientas cabezas si atendemos las necesidades de una res y la fertilidad, de sobra conocida, de tales terrenos.  Es posible que en la segunda mitad de la centuria los frailes comenzaran una selección mucho más especializada con destino a la fiesta o al encaste de otras ganaderías que ya comenzaban una cierta especialización y que llegaron a culminar con Vistahermosa y con Vázquez. Así desde la temprana fecha de 1.730 en que lidian sus toros en la Maestranza de madera en honor del depresivo Felipe V , nos encontramos a finales de siglo, y concretamente en los años 1.794, 1.796 y 1.800, que lidian sus toros con divisa negra (25) alternando con Vazquez, Vistahermosa y el Ducado de Alba, esta última de posible origen jesuita. Los toros se criarían en la Isla Mayor, único lugar idóneo para su pasturaje entre todos los que poseían o aprovechaban y no dudamos que su selección estaba dirigida por un lego, por un anónimo fraile que entendía de ganado, ya que la explotación ganadera era directa  por medio de rabadanes, conocedores y pastores interesados en el negocio con un sistema que no diferiría mucho del que reflejan las Ordenanzas del Concejo para el pasturaje en las islas y marismas de 1.415 (26). La razón de la no existencia de más noticias está como antes dijimos en que no disponemos, de momento, más que con los Anales del marqués de Tablantes  y ya expusimos anteriormente lo limitado de los mismos. Creemos que en muchos años en que no se citan las ganaderías,  se lidiaron toros cartujos de las Cuevas adquiridos por los marchantes. El marqués de Tablantes  recoge una carta de uno de estos compradores, expedida en Jerez, que es bien significativa, donde los cartujos de dicha ciudad –que torean sus toros en la Maestranza en 1.795 con su propio nombre y en Madrid en 1.776-  están “beneficiando”(27) una partida de toros con destino a la lidia y a la espera de comprador.

      La importancia ganadera del Hato de Cartuja es bien notable en estas fechas y ello lo sabía muy bien Don Fernando de la Sierra que consigue apropiarse del mismo, suponemos que se haría también con parte de la ganadería frailera o lo que de ella quedara tras los trágicos avatares de la Guerra de la Independencia y la forzada exclaustración de los cartujos covitanos desde 1.810 a 1.812. Es posible que Don Fernando de la Sierra mantuviera ganado frailero que luego aprovecharía juntamente con el vazqueño. Esta ganadería desaparece de Isla Mayor en los años setenta  y actualmente La Abundancia se encuentra en cultivo de arroz en su totalidad.


 7.- Otro aspecto que no debemos olvidar es el de la cría caballar de estos monjes. Las relaciones entre las tres cartujas (Jerez, Cazalla y Sevilla) eran muy estrechas (28); la especialización en el caballo, el cartujano, no sólo estaba en la jerezana, sino también en la sevillana, como nos demuestran Antequera Luengo y Aguilar Piñal, entre otros.  Los sementales los tenían en el Monasterio de las Cuevas o en la vecina Gambogaz de su propiedad; falta saber dónde tenían las yeguas que se utilizaban tanto para la reproducción como para la trilla de cereales.  Lugar idóneo para la yeguada era la dehesa incluida en Casaluenga, aunque es posible que la misma tuviera un aprovechamiento mayormente boyal. Intuimos que la yeguada más selecta estaría, por ser terreno mucho más idóneo, en La Dehesilla junto a La Puebla y también el la próxima de Isla Mayor, terrenos de pastos ambos muy apropiados para este ganado. Antequera Luengo nos relata la peripecia de los monjes para salvar los sementales. Así el 1 de febrero de 1.810 entra en Sevilla José I acompañado del mariscal Soult  y anunciado por cohetería festiva y volteo de campanas; el monasterio de las Cuevas se ubicaba en un lugar estratégico, por ello los franceses lo ocupan y se preparan para una larga estancia . Los monjes que lo sabían, temiendo por sus vidas, “se reúnen días antes en comunidad, dictaminando el prior repartir en partes iguales cierto dinero para que cada uno costee su viaje al destino deseado. Con la amargura en sus corazones, abandonan el silencio de los claustros aventurándose a una vida exterior en plena guerra, pero el prior y algunos más, deciden hacer acopio de bienes entretanto se confirma la llegada de los franceses, algo realmente increíble, y cuando los tienen a tiro de piedra –doce monjes y cuatro criados- salen presurosos a lomos de bestias con la plata y los caballos sementales camino de La Dehesilla, en las marismas del Guadalquivir, al no encontrar embarcación alguna que los condujese a Cádiz..” . Intentan desde Bollullos del Condado, arreglar un embarque para la cartuja de Mallorca y no pudiéndolo conseguir marchan a Huelva donde tampoco consiguen flete, por lo que se encaminan a Portugal. Mientras tanto ropa y plata que consiguieron embarcar rumbo a Cádiz es interceptada por los franceses que ya ocupan Sanlucar de Barrameda, desapareciendo por completo y para siempre todos los objetos.  Camino de Portugal son perseguidos por las tropas españolas  hasta que al fin entran en el pais vecino y alcanzan la cartuja de Evora , dirigiéndose después a la del Valle de la Misericordia. “En Oporto visitan al obispo de la diócesis, quien dispone fundir la plata – que aún les quedaba- y vender los animales. Los covitanos acceden y se licua el metal  pero se oponen a que los caballos entren en la transacción; más cuando el ministro español de la regencia allí delegado supo del hecho, se enoja con los frailes y les embarga, en nombre de Fernando VII y para la defensa de España, aquellos magníficos ejemplares cartujanos así como la plata restante. La Junta gaditana, sin embargo, ordena que ésta quede depositada, pasando a los cartujos una paga para el sustento diario, y, en cuanto a los caballos, que permanezcan en las caballerizas Reales del Príncipe para que, una vez acabada la guerra y devueltos a España puedan encastar.”(29).

      Como podemos ver en los Papeles de la Ermita, las relaciones de ésta con el Hato de Cartuja fueron excelentes. El personal al servicio de los frailes debería formar parte de la Hermandad de Ntra. Sra. de Guía  y participaría en las actividades religiosas de la misma. Parece ser que las relaciones de buena vecindad siempre existieron.


 8.-  No ocurre lo mismo con el Hato de los Jerónimos. En un periodo de más de sesenta años que contemplan los Papeles de la Ermita, aunque incompletos, no encontramos ni una sola referencia a dicho hato, ni a los monjes de la orden jerónima, ni al monasterio de San Isidoro del Campo de Santiponce; como si no existieran. Sin embargo si aparece el alcalde de Santiponce (nombrado por el monasterio) con evidentes intereses en el régimen económico de La Ermita de Ntra. Sra. de Guía, como podemos observar en los Papeles, ya que recoge una importante limosna para el arreglo de las gavias del cercado ermitaño con destino al cultivo, encontrándonos también con un santero vecino de Santiponce. Pero veamos cómo eran estos monjes y luego daremos alguna opinión al respecto. La documentación sobre temas de los conventos y monasterios es bastante escasa debido, como ya hemos manifestado en otra parte, a las circunstancias en que se produjeron la desamortización y exclaustración de los clérigos regulares. De entre los pocos documentos encontrados, Manuel González Jiménez primero (30) y Antonio Domínguez Ortiz después (31) nos hacen llegar en parte y nos comentan cuatro importantes documentos que ponen a nuestro alcance de comprensión algunas claves para entender la actividad pecuaria de los isidros, como así también se les llamaba. Estos documentos son cuatro; el primero de ellos se encuentra en la biblioteca universitaria de Sevilla , signatura 333/195 que contiene las Ordenanzas de Santiponce que Domínguez Ortiz data hacia 1.570, conteniendo también en los veintiún primeros folios noticias y advertencias para los encargados de la explotación de las fincas agrícolas del monasterio y que González Jiménez data a mediados del siglo XVI;  dicho documento se intitula “Libro antiguo para la dirección del prior y oficiales de este convento de Sanct Isidro del Campo en la economía y buena administración de las haciendas y en el gobierno espiritual y temporal de la villa de Sancti Ponce y del Hospital de la Sangre. Nuevamente restituido y enquadernado en gracia de nuestros mayores y veneración de la antigüedad, y para uso y ejercicio de lo que huviese lugar en estos tiempos. Año del Señor de 1.701”, que es el año, efectivamente de refundición de los documentos más antiguos.

      El segundo documento se denomina “Manifiesto jurídico por el monasterio de San Isidro del Campo en defensa del privilegio de feria que en cada un año celebra en su villa de Santiponce”, que se encuentra, así mismo, en la biblioteca universitaria, signatura 332-124-38,  y que careciendo de fecha, Domínguez Ortiz data en 1.717. Los otros dos documentos se encuentran en la Sección de Consejos del Archivo Histórico Nacional, consultas de gracia, siendo el primero una consulta de la Cámara de Castilla de 1.686, en que los monjes solicitan ciertos privilegios tributarios y otro del año siguiente en que se le deniega la petición al monasterio de un título de Castilla para beneficiarlo ( legajo 4.457 núm. 60 y 4.458 núm. 79).
      Por su parte, María Antonia Carmona Ruiz (32), pone a nuestro alcance dos documentos que actualmente se encuentran en el Archivo Ducal de Medina Sidonia; el primero de ellos es un privilegio otorgado en Palencia en 20 de agosto de 1.298 (legajo 4.262)  en que se exime del pago de impuestos al ganado del monasterio de San Isidoro del Campo; el segundo es una carta (Legajo 4.262) de Juana I de Castilla (la Loca) expedida en Valladolid en 18 de julio de 1.513 dirigida al Concejo hispalense en la cual confirma el derecho del monasterio que nos ocupa a pasar con sus ganados a las islas y marismas.

      De este modo en 1.301, Alonso Pérez de Guzmán (el Bueno), que había alcanzado de Fernando IV el
señorío de Santiponce, crea el monasterio para la orden del Cister y poco después les entrega el señorío .de la villa. Este privilegio fue confirmado por Pedro I (el Cruel para unos y el Justiciero para otros, según les fue) y por Isabel I de Castilla (la Católica). No obstante, en 1.431 se reemplaza a los cirtescienses, absolutamente relajados, por la Congregación de la Observancia de San Jerónimo, rama desgajada de la principal  a los cincuenta años de fundarse la primera en tiempos de Juan I, consecuencia de las reformas auspiciadas por este monarca para resolver de alguna manera el desmadre existente entre los clérigos regulares.  El Padre Siguenza, historiador de la orden jerónima, mostraba escasas simpatías por esta rama y Fray Diego de Ecija, historiador de Guadalupe –la perla de la orden- ni siquiera los nombra. Se extendió bastante por Italia, pero en España solo fundaron siete monasterios todos en Andalucía y muy pobres a excepción de San Isidoro del Campo.  A estos monjes observantes se les denominó vulgarmente “los isidros” y los de nuestro monasterio a mediados del siglo XVI se vieron envueltos en una aventura herética protestante que acabó en auto de fe en 1.559, en que algunos monjes fueron  relajados al brazo secular y entregados a la hoguera y otros buscaron la salvación en la huida al extranjero. Tras este escándalo, Felipe II toma la decisión de unir “los isidros” a la rama principal jerónima que se hizo cargo, además del monasterio de Santiponce, de la hijuela de San Miguel de los Angeles, cerca de Sanlucar la Mayor, Santa María junto a la barra de Sanlucar de Barrameda (Bajo de Guia o de Ntra. Sra de Guía como veremos), Ntra. Sra. de Gracia en Carmona, Ntra. Sra. del Valle en Ecija, Santa Ana de Tendilla y Santa Quiteria de Jaén.

      El término de Santiponce era pequeño, rodeado por el de Salteras y por el río. No obstante el monasterio era rico; ambos, en palabras de Domínguez Ortiz suponían un islote feudal, atípico y extemporáneo en estas latitudes, los monjes se comportaban como auténticos señores de horca y cuchillo, mucho más preocupados por la administración de su patrimonio -sobre todo ganadero- que por la atención espiritual de sus vasallos, que estaban obligados incluso a las prestaciones de trabajo personal o  “corveas”. No fueron apreciados en Santiponce por sus vasallos como es fácil suponer, siendo las relaciones siempre difíciles; a mitad del siglo anterior, el pueblo amotinado puso en fuga  a los frailes que tuvieron que escapar de noche en barca y refugiarse en el castillo de San Jorge (de la Inquisición) en Triana.
      Pero vayamos a lo que nos interesa. Sabemos que los monjes tenían cincuenta vecinos exentos de impuestos reales, pero porque los pagaban al monasterio, aunque parece que en el XVIII se había perdido la costumbre, pero en absoluto el privilegio del monasterio, que no de la orden, de pastar sus ganados en islas y marismas desde el siglo XIII como ya vimos. Tenían por tanto lo primordial, extensas y fértiles dehesas para el pasturaje. Además cincuenta vecinos de Santiponce, con permiso del prior podían pastar sus ganados en la Isla Mayor, o lo que es lo mismo, medio pueblo; el resto, acabadas las faenas agrícolas debían llevar sus ganados  a la Isla también. Sabemos además que uno de los frailes atendía la parroquia de Santiponce y por ello percibía los diezmos al completo, excepto las tercias reales de la corona. Percibía unos diezmos de feligreses vasallos eminentemente ganaderos con una ganadería perfectamente controlada desde el Hato y dehesas de la Isla Mayor, por lo que no se podía escapar ninguno sin pagar. Precisamente los datos que nos aporta A. L. López Martínez (33) para 1.717 nos demuestran que la cabaña de los jerónimos es la mas rentable de todas las órdenes estudiadas en el reino de Sevilla; ambos monasterios jerónimos, el de San Isidoro del Campo y el de San Jerónimo de Buenavista con 43.845 reales de vellón y 44.541 rsvón., respectivamente son ostensiblemente mayores que la utilidad ganadera que las tres cartujas del reino de Sevilla juntas, es decir la de Jerez ( 16.033 rsvón.), Sevilla (30.318 rsvón.) y Cazalla (26.780 rsvón.) 
 
      No es de extrañar la importancia del Hato de los Jerónimos en la Isla Mayor  que estaba situado, según nos indica el plano de Laramendi a unos ochocientos metros y pico de la Ermita de Ntra. Sra. de Guía, y sus dehesas se extendían por todo lo que se denomina El Cogujón y buena parte de La Lisa, así como Los Isidros con San Isidro, junto al Brazo de la Torre. Por los papeles estudiados deducimos que también tenían ganado yeguar además del bovino y un rebaño de tres mil ovejas, así como algunas colmenas, lo que no deja de llamar la atención ya que en los inventarios de bienes de la Ermita de Ntra. Sra. de Guía, su vecina, también aparecen corchos de colmenas. Tampoco nos extraña la falta de mención de hato tan importante en los Papeles de la Ermita, posiblemente no existiría relación más que con los vecinos de Santiponce ganaderos en la Isla, con su alcalde que era un ganadero más, pero no con el Hato como institución o sus principales.  Además no hay que olvidar que los terrenos del Hato y otras  dehesas de las que se beneficiaban no eran propiedad del monasterio, sino de los propios de la ciudad, aunque aquel, en la práctica, como ocurría con los cartujos, actuara como tal.  

     En los Anales del marqués de Tablantes solo aparece el monasterio de San Isidro del Campo una sola vez, en 1.731, lidiando toros junto a la Cartuja de las Cuevas(34). Reproducimos aquí los mismos reparos que hacíamos al tratar del ganado de lidia cartujo, teniendo muchas razones para suponer que fueron muchos los toros isidros que se destinaron a la fiesta, aunque parece que no iniciaron una especialización como ya parecía intuirse en aquellos a finales del siglo XVIII.


9.- Otros dos institutos regulares que lidian toros como tales en la Maestranza durante la centuria estudiada son el Convento de San Jacinto de Triana de la orden de predicadores o dominicos ( años 1.771 y 1.772) y el Convento de San Agustín en la collación de San Roque. Ambos conventos tenían ganados en la Isla Mayor. En ejercicio de su derecho como vecinos de  Sevilla, podían entrar con sus ganados en islas y marismas. Ahora bien, que sepamos no eran  instituciones especialmente ganaderas; no obstante, si atendemos a Juan Posada (35) tanto dominicos como agustinos, jesuitas y la Trinidad de Carmona, forman sus ganadería mediante compra de vacas y sementales a los cartujos. En cuanto a los dominicos, afirma que las compras fueron a la Cartuja de Santa María de la Defensión de Jerez, tanto los de Santo Domingo de esa ciudad como los de San Jacinto de Triana. De esto último discrepamos en base a lo que más adelante expondremos.

      Hemos llegado a la conclusión de que los dominicos de Triana pastaban sus ganados en la entrada de la actual finca de la Veta de la Palma encontrándose el hato en la actual casa interior de la misma, donde en la actualidad se ha construido una plaza de tientas y unos edificios destinados a actividades turísticas. En parte de las dehesas de dicho hato pasta en la actualidad ganado –el único que hay dentro de la Isla Mayor- de la ganadería de Don Félix Hernández.

      En el sitio denominado “La Charra”, frente a la Ermita y en la Isla Mínima, antes Isla Menor, nos encontramos con la “Vadera de San Pablo” (indicada en el plano de la Isla Menor que en el primer tercio del siglo XIX levanta de la Isla Menor la Compañía de Navegación del Guadalquivir), lo que nos lleva a suponer que los dominicos del antiguo convento de San Pablo de Sevilla (la Magdalena) tendrían ganado en Isla Menor solo de carne.

      No sabemos mucho más al respecto de los ganados bravos dominicos, salvo que el marqués de Tablantes nos transmite en sus Anales que lidiaron sus toros en la Maestranza de Sevilla en los años 1.771 y 1.772 (36). El camino seguido aquellos años por los encierros sería el mismo que en la actualidad: desde la Veta de la Palma, por las vetas que hoy se denominan María Cristina, buscando el camino del Hato de los Jerónimos que discurría junto al río, pasarían por delante de la Ermita de Ntra. Sra. de Guía, alcanzarían el Puntal de Maquique, el Hato de Cartuja, Veta de Senda y discurriendo por la Cañada Real en busca de la Barca de San Antón  dejarían, aún dentro de la Isla, a mano izquierda en la denominada Vuelta del Cojo y Poco Abrigo de los jesuitas, que fueron después del ducado de Alba, y más hacia poniente  San Isidro, posiblemente también de los jerónimos.

      Pocas son las referencias que tenemos de los agustinos ganaderos pero también hemos llegado a la conclusión que pastaron su ganado en la Veta de la Palma, sucediendo de algún modo a los dominicos. También sabemos por el marqués de Tablantes que lidian sus toros en la Maestranza en 1.784 y 1.793 (37).
      Respecto a los jesuitas, el asunto se nos presenta también peliagudo. En los documentos de la quiebra del colegio de San Hermenegildo no encontramos datos. Tablantes en sus Anales tampoco nos ofrece noticia alguna sobre la lidia de sus toros en la Maestranza, cuando sabemos que vendían sementales y vacas y que lidiaron toros en distintas plazas andaluzas en el siglo XVIII. A esto hay que añadir que la Compañía de Jesús es expulsada de todos los dominios de España e Indias tras la Pragmática Sanción de 2 de abril de 1.767 dictada por Carlos III, incautándose la corona de todos los bienes de los jesuitas, lo que se llamó “temporalidades” que fueron vendidos en pública subasta. Una de éstas “temporalidades” era el Cortijo de la Pizana que perteneció al Colegio de San Hermenegildo, en término de Gerena,  que fue adquirida por el Duque de Alba en 1.772. Desde la localidad anteriormente indicada hasta Aznalcazar, siguiendo la cuenca del  río Guadiamar, la Casa de Alba era propietaria de distintas fincas, parte de ellas provenientes del Conde Duque de Olivares, título que tras la muerte sin sucesión de Don Gaspar de Guzmán pasa por diferentes casas nobiliarias hasta quedar unido en esta época a la de Alba.  Sucede al duque comprador su hija Maria Pilar Teresa Cayetana de Silva y Alvárez de Toledo, la Cayetana que pintara Goya en porretas y, también, vestida, que según las malas lenguas fue amante del pintor,  entre otros, y que muere en extrañas circunstancias, dijeron que envenenada, en 1.800. Le sucede su hermana Maria Teresa casada con Carlos Fitz-James Stuart, duque de Berwick, de quien descienden los duque de Alba de los siglos XIX y XX. Pues bien, en un interesante trabajo, Mercedes Gamero Rojas (38) estudia los libros de cargo y data de este latifundio sevillano constituido por esa serie de fincas próximas entre sí en el periodo 1.778-1841, es decir, con posterioridad a la adquisición por la Casa del cortijo de la Pizana. Por este trabajo sabemos de la importancia ganadera del latifundio como actividad complementaria de primer orden, llegándose incluso a arrendar dehesas comunales para el pasturaje del ganado vacuno, ovino, asnal, mular y caballar. Además, en esta época, la Casa de Alba detentaba la propiedad del Coto de Doñana, extensísimo territorio de aprovechamiento ganadero en al menos un cincuenta por ciento. Sabemos por los Anales del marqués de Tablantes que en 1.731 hay una partida en las cuentas de la Maestranza que reza así: “379 reales en la comida de los que anduvieron buscando toros en el Coto de Doña Ana, Almonte y la Palma”(39). Los toros de la Casa de Alba, al menos en estas latitudes, se encuentran en el polo opuesto de la especialización; se trata de toros salvajes de seis, siete o más años, absolutamente terroríficos, carentes de las mínimas condiciones para que los toreros puedan conseguir algún lucimiento. No aparece tan importante casa nobiliaria -muy implantada ya en Andalucía y especialmente en el reino de Sevilla- como ganaderos en la Maestranza hasta finales del siglo XVIII. Parece ser que hasta entonces sus titulares no mostraron interés alguno por la fiesta y por la especialización en la cría de ganado bravo. Nosotros aventuraremos una explicación. Evidentemente si disponían de amplísimas dehesas, parece ser que se habían quedado rezagados en cuanto a lo bravo, hasta que aparecen como ganaderos en la Maestranza en 1.793 y en 1.796, con divisa pajiza y blanca, aunque no dudamos que lidiaran en otras plazas importantes con anterioridad, incluso en la sevillana, dado, como ya hemos repetido. el corto alcance de los Anales de Tablantes y el gran número de años en que no se expresa la procedencia del ganado. Aparecen, así mismo, como ganaderos reconocidos tras la compra de la “temporalidad” de los jesuitas y puede que el motivo se encuentre en que tras la adquisición en pública subasta del cortijo de la Pizana, el duque de Alba se quedó también con la ganadería brava seleccionada por los jesuitas. Así M. Gamero Rojas al estudiar las cuentas correspondientes al decenio 1.789-1.799, nos dice que “pastaban vacas y toros en la Isla Mayor”(40). Estas vacas y toros no podían ser otros que los que constituían la ganadería brava, siendo la Isla el lugar idóneo para su crianza y pasturaje, independientemente de las extensas dehesas que la Casa de Alba tenía, incluso arrendadas. La Isla Mayor aparece así como un lugar especializado para la cría de esta especie; en ella se encontraban gran número de ganaderías, disponiendo, como vimos, de extensos toruños para guardar los machos con destino a la reproducción  y a la fiesta. Posiblemente la Casa de Alba sólo continuó lo que ya estaba iniciado con éxito por los jesuitas.

      Por mera intuición situamos las dehesas de la Compañía de Jesús tras la confluencia del río Guadiamar con el brazo de la Torre y dentro de la Isla Mayor y hacia la barca de San Antón, es decir, la Vuelta del Cojo y Poco Abrigo. Para ello nos basamos en la circunstancia de  la confluencia en este punto de cañadas y cordeles provenientes de las riberas del Guadiamar, siendo el sitio más lógico, simplemente por cercanía con el extenso latifundio dividido en varias fincas próximas entre sí y a la ribera indicada.

      Curiosamente en 1.793, el ganado se anuncia en la Maestranza como del Duque de Alba y en 1.796 de la Duquesa, porque ya Cayetana ha heredado el título y es en ese año cuando se produce su viaje a Andalucía, pasando unos días en el Coto de Doñana en compañía de Goya. No hay constancia de que asistiera a la corrida, pero es posible.

      Hemos situado en un plano la situación posible de las ganaderías fraileras y nobiliarias, y ello sin pretensiones de rigor ya que por los datos de los que actualmente disponemos no podemos llegar a más.

 10.- También nos encontramos en Los Papeles de la Ermita con un tal Fray Juan Alonso ( año 1.730), fraile campista del cortijo de “Las Erillas”. No sabemos gran cosa de este predio, suponemos que era netamente agrícola y no ganadero y formaba parte del sector situado en la parte más septentrional de la Isla Mayor y próxima a su entrada. Salvador Fernández Alvarez  en una obra publicada en 1.947 –“Prosas de Vega y Marismas”, tan idílica como irreal- nos dice que “Las Erillas” es “un cortijo lindero a la vega pero en la Isla; si no estaba en su propio corazón, podía, con afinar sus oídos, auscultarlo.”  Debía estar situado a la entrada de la Isla por la antigua trocha de La Puebla, llamándose vega también  al territorio que se forma tras la corta del Borrego en 1.816. Curiosamente el poeta nos vincula este predio agrícola, juntamente con otros situados en sus proximidades, con la explotación ganadera del mismo dueño en la finca Veta de la Palma. Es como si de alguna manera se hubiese continuado con el sistema de explotación de los conventos y monasterios dentro de la Isla Mayor.
  
      Un asiduo ganadero en la Maestranza es el conde del Aguila. El ganado de esta casa esta presente en el coso sevillano durante todo el siglo y, salvo escasas excepciones, se encuentra presente en casi todos los festejos siendo el que más repite, abarcando tres  generaciones; es la primera la correspondiente al primer conde nombrado por Felipe V, que también fue primer Teniente de Hermano Mayor de la Maestranza y  Veinticuatro de Sevilla, sucediéndole en el cargo su hijo y heredero del título, Don Miguel de Espinosa y Tello de Guzmán, a quien debe corresponder la etapa de esplendor de la ganadería, ya que su hijo, Juan Ignacio,  fue asesinado por el populacho en 1.808, cuando era joven, acusado de afrancesado. Este ultimo conde del Aguila, también Veinticuatro y Maestrante, como los dos anteriores. Se trataba de un hombre  muy avanzado para la época, de gran cultura; dejó un extenso archivo particular que aún hoy día es objeto de numerosas consultas y estudios. Con este último conde se trunca lo que pudo ser una de las ganaderías que más abocadas estaban a la definitiva especialización de la cría del toro de lidia que se produce en el siglo XIX, sin perjuicio de que estemos seguros de encontrarnos con una fuerte especialización sobre todo en el último tercio del siglo XVIII.

      El Conde del Aguila   pastaba sus toros en Isla Menor y estimamos que la finca de pasturaje no le pertenecía ya que, aunque privatizada en buena parte, la Menor seguía siendo de los propios de la ciudad. El conde se aprovecharía, sin duda, de su cargo de Veinticuatro  para no sólo introducir ganado en la Menor, sino de disfrutar como propia de una de sus mejores dehesas. Según algunos mapas del siglo XVIII se situaba en lo que se denominaba Cabeza del Moro, es decir, en lo que actualmente corresponde a la Isla Mínima tras la apertura de la Corta de los Jerónimos en 1.888, y, concretamente, dentro de la Mínima abarcaba lo que luego se denominó Cerrado de la Esperanza situándose el hato en lo que hoy es almacén y casa de la finca, comenzando a la salida del actual casco urbano de Isla Mayor, integrando su cementerio y llegando a la Corta de los Jerónimos, ocupando toda la banda este-noreste de la Isla Mínima. En 1.873, nos encontramos en dicho cerrado con la vacada de Miura, pero eso ya corresponde al necesario estudio de la ganadería brava isleña del XIX  no pudiendo ser objeto de estas breves páginas.
                           
      En los Papeles de la Ermita  nos encontramos con una referencia al conde de Mejorada, también nombrado por Felipe V y  también lidia sus toros en la Maestranza  hasta entrado en último tercio del siglo, aunque con mucha menor frecuencia que el anterior.  Así mismo el siglo abarca tres generaciones de ganaderos, siendo el segundo una mujer, Doña Inés Ortiz de Sandoval y Núñez de Prado, pero tal circunstancia no se cita en los papeles que maneja Tablantes para sus Anales. Los condes de Mejorada eran así mismo Veinticuatros y Maestrantes.

      De éste título podemos saber que sacó muchos toros de la Isla Mayor, pero no sabemos dónde se situaba su hato, aunque sus pastores estaban vinculados a la Ermita de Ntra. Sra. de Guía, por lo que suponemos situado por sus alrededores, al igual que la marquesa de San Juan cuya referencia esta en los Papeles ( año 1.737) pero del que no sabemos más, sólo que vivía en Madrid y regala un vestido a Ntra. Sra. de Guía.


11.-  Junto a estos ganaderos mayores de lo bravo,  nos encontramos con una serie de ganaderos menores, más locales, pero extraordinariamente interesantes para conocer el ambiente ganadero de la Isla de aquel siglo. En primer lugar nos encontramos sobre la mitad del siglo que buena parte del ganado lidiado en la Maestranza pertenece a “vecinos de Coria” en 1.745, que repiten en 1.746 (41). No nos indica sus nombres porque no constarán en el archivo. No obstante en 1.746 sí nos dice que parte de los toros pertenecen a una ganadera singular: la parroquia de Ntra. Sra. de la Estrella de Coria y en 1.747 nos dice que parte del ganado pertenece a “Los Ortega” de Coria también. Qué duda cabe que estos ganaderos menores tenían sus toros en la Isla Mayor, la tradición ganadera coriana es bien notoria y sus ganaderos siempre aprovecharon sus pastos por su vecindad en villa comunera, llegando prácticamente hasta la actualidad, al igual que los ganaderos de La Rinconada y al igual que Luis Gil, ganadero de la Puebla junto a Coria que lidia cinco toros en la Maestranza en 1.797 con divisa morada y blanca.

      La parroquia de Ntra. Sra. de la Estrella poseía ganado bravo porque percibía los diezmos de sus feligreses que eran ganaderos en la Isla y Ella también tendría aquí  sus ganados y su hierro, como lo tuvo la Ermita de Ntra. Sra. de Guía.

      También nos encontramos en los Papeles (año 1.730) con otro eclesiástico, el arcediano de Carmona, seguramente clérigo rico, que adquiriría ganado de los diezmos comprándolos al cabildo  y eligiéndolos de entre los mejores de los situados en el Cogujón del Arzobispo, mezclados con los de los frailes jerónimos ( Este Cogujón estaba situado en o que ahora es finca arrocera de Don Juan Antonio Ruiz  “Espartaco”)

      En el gran número de años en que la Maestranza no cita los ganaderos por confiar el suministro a tratantes, se debieron lidiar muchos toros de estos ganaderos menores reunidos de un sitio y de otro de la Isla en algún lugar junto a la Cañada Real por la mano experta de Juan Santander, Juan Marchante, también picador, o por el tratante y picador de larga carrera y de la Isla, Laureano Ortega, que picó en la Maestranza durante más de treinta años. Todo ello sin olvidar el gran numero de festejos dados en la Maestranza y en otras plazas y fiestas de las que no tenemos constancia.

 12.-  Nos basamos para la anterior manifestación en el Estado de la ganadería brava que remite Olavide al ministro Aranda en 1.769. Una ligera observación nos pone de manifiesto que el documento se basa en la remisión de datos de los pueblos y villas.  Las vacadas más grandes están en Jerez con una tierra muy extensa, y aún hoy, aunque recortada, tiene un gran término municipal y Medina Sidonia que gozaba y goza de extenso término. En cuanto a Sevilla, no se nos indican las vacadas, posiblemente por la situación de las mismas; por ello en la Puebla se sitúan 16  que junto con las villas comuneras se alcanzan 47. Si contamos las cabezas de las villas comuneras se alcanzan 8.856 cabezas de vacas bravas y si a estas sumamos las de Santiponce y Gelves no contempladas en el Estado indicado, seguramente por ser señoríos, la cifra puede superar ampliamente las 10.000, ocupando el primer lugar. Además, el sistema de pasturaje es singular dentro de la Isla Mayor como sabemos y ello explica que aparezcan las toradas solo en La Puebla junto a Coria con cuatro, lo que quiere decir que la explotación de los toruños era verdaderamente comunal; siendo esta villa la segunda en obtención de toros de lidia que para 1.768 fueron 433, frente a los 557 de Jerez y por encima de Medina, Morón, Lebrija, etc. Si a aquella cifra le añadiéremos los toros de Santiponce (monjes y cincuenta vecinos) y de Gelves, nos encontraríamos con una cantidad de toros muy similar a Jerez. Ahora bien, si a los ganados de la Isla Mayor sumamos la de los pueblos perimarismeños y de ambas bandas, gallega y morisca, como Pilas, Aznalcazar, Dos Hermanas, Utrera, Las Cabezas y Lebrija y parte de los ganados cartujos de Jerez que pastaban en las marismas de Alventos  y Trebujena,  así como los cartujos de esa ciudad algunas de cuyas fincas lindaban con marismas realengas (42), nos encontramos, ni más ni menos, que con el origen del toro bravo actual.

    
 13.- Este es el momento de hacer algunas consideraciones que nos ayuden a comprender ciertas claves de la especialización.  Juan Posada, Filiberto Mira, I. Vázquez, Romero de Solis, García Baquero y Bartolomé Benassar  ponen énfasis en dos cuestiones principales y determinantes para la comprensión de este complejo y oscuro asunto que ya se han analizado: la primera la constituye el inicio y papel primordial de la Cartuja de Jerez ; la segunda, la cuestión de los diezmos.

           En cuanto a la primera no dudamos de la importancia del monasterio jerezano, pero estamos obligados a puntualizar, aún a riesgo de que se nos acuse de localistas. En primer lugar tenemos a la cartuja sevillana como matriz de las otras dos, Jerez y Cazalla. Las cartujas del reino de Sevilla eran ricas como apreciamos en la avenencia sobre diezmos de 1.513, sobre todo la de las Cuevas, con grandes propiedades agrícolas y con una cabaña ganadera que duplicaba la jerezana, según los datos que tenemos para 1.717 (43). Sabemos que llegando a la mitad de siglo, los covitanos son expulsados de algunas dehesas comunales, por lo que debieron concentrarse, entre otros lugares, en la Isla Mayor. Sabemos que lidian toros en la Maestranza desde sus comienzos . Sabemos que no llegan ni mucho menos ambas cartujas a la riqueza ganadera de los jerónimos (San Isidro de Santiponce y San Jerónimo de Buenavista). Conocemos el relato de la huida de los monjes covitanos en 1.810 a lomos de sus sementales pasando por la Dehesilla en La Puebla junto a Coria, con lo que hay que poner en duda la absoluta preponderancia de la cartuja de Jerez en la selección del caballo, el cartujano.
      Posada nos aporta un valioso documento de principios del siglo XVII (44) en que la Chancillería de Granada falla a favor de la Cartuja de Santa María de la Defensión en Jerez y contra el Concejo de aquella ciudad ante la reclamación de los monjes que se consideraban lesionados  en sus derechos cuando los comisionados municipales apartaban toros del monasterio, sin permiso de aquél, para correrlos y matarlos, porque por lo visto los pagaban mal y tarde, lo que demuestra que no han cambiado mucho las cosas. Se ordena que en lo sucesivo hagan trato y pago previo. Con ello el autor deduce, como no podía ser de otra forma, que los cartujos ya poseían entre su ganado una buena proporción de bravo o, en todo caso, morucho. Por nuestra parte nos resistimos a creer que los comisionados por el Concejo –carniceros y conocedores del ganado- entraran en los predios de los monjes, sin más, y se llevaran el ganado. Posiblemente pastaban en dehesas de la ciudad y por ello lo tomaban con una relativa libertad. En el inventario contenido en la avenencia sobre diezmos de 1.513 vemos que la mitad de las grandes fincas de los cartujos jerezanos lindan con “marismas realengas”. Los monjes debieron darse cuenta pronto que a la selección metódica que practicaban ayudaba mucho el que las vacas y toros “tomaran sangre” en la marisma, expresión que todavía existe en el argot de los ganaderos comarcanos. Desgraciadamente ya no queda prácticamente marisma donde tomar nada.

      Posada, que debe estar bien informado, nos dice que a principios del siglo XVIII la Cartuja de Jerez traspasa a la de Sevilla la mitad de su ganado. Como quiera que fuere creemos que en la selección del bravo son ambas cartujas las que tuvieron el protagonismo compartido. El magnífico Hato de Cartuja ubicado en una zona exclusivamente ganadera, ya que la agricultura incipiente es de mera subsistencia, tratando de limitarse sus excesos, como pone de manifiesto Rodríguez Cárdenas (45) y la posibilidad, confirmada por el mismo autor, de pasturaje cartujo en otros lugares de la Isla Mayor como la Veta de la Palma, nos muestra la aplicación de unos métodos selectivos  de los que aprenden los ganaderos seglares que van tras los frailes en su aplicación y que adquieren de diversas formas ganado de los mismos para formar sus vacadas.

         Si el matadero sevillano fue el laboratorio donde se experimentan las formas incipientes del toreo moderno  como manifiestan nuestros autores ya comentados –Vázquez, García Baquero, Romero de Solis, Benassar- la Isla Mayor y Menor, “término y jurisdicción de La Puebla  junto a Coria”, marismas de Dos Hermanas, Utrera, Los Palacios, Lebrija, Trebujena y las dehesas  de Jerez, forman el eje que constituye el laboratorio del toro moderno que de una forma u otra se nutre del ganado cartujano, incluso a través de otros monjes, como dos de las principales raices de la raza brava, la Gallardo-Cabrera, la Vazqueña cruzada con Vistahermosa y la extinguida de Espinosa; o copian sus métodos y se nutren en unas mismas fuentes andando un camino parejo a los cartujos como los Rivas de Dos Hermanas, antecedentes de Vistahermosa que es hoy el encaste predominante.

      En cuanto a los diezmos, la Cartuja de las Cuevas percibía las tercias reales de villas con términos muy amplios y muy ganaderos. San Isidoro del Campo los percibía también de su parroquia de Santiponce  a la que pertenecían, entre otros, los cincuenta ganaderos de la Isla vecinos de la villa señorial. No conocemos si la Cartuja de Jerez o la de Cazalla percibía diezmos, pero sí sabemos de la conexión de sus economías y de la filiación de hecho o derecho con la de las Cuevas. Los traspasos de ganados entre unas y otras debieron ser frecuentes a lo largo de su existencia.

       Este ganado proveniente de muchos encastes  constituía un magnífico material para realizar cruces metódicos y estudiados con paciencia a fin de ir aislando una raza de laboratorio de la que se nutren posteriormente otros conventos como los dominicos jerezanos, los dominicos de San Jacinto de Triana, tan importantes en lo bravo como misteriosos, los Agustinos de Sevilla y los jesuítas, así como la nobleza, sobre todo la provinciana y un sector de la burguesía emergente más o menos, o nada, ennoblecida. Todo ello referido al siglo XVIII y los primeros años del XIX y, en concreto a la Isla Mayor, hasta la invasión francesa. A partir de aquí es otra historia que nos proponemos estudiar y que no puede ser objeto de estas breves páginas.

      Los motivos que impulsaron a los cartujos a generar una raza de toros fieros, que embestían y corneaban en la plaza todo lo que se le pusiera por delante, siendo, además animales de una gran belleza, los desconocemos, como desconocemos los motivos que tuvieron para producir unos caballos  tan hermosos. Antes apuntamos que los pudo impulsar el deseo de estar entre las clases dominantes ante el pueblo, también añadiremos que su actividad la impulsaba la demanda existente de estos productos. La fiesta exigía poco a poco, un tipo de toro que se adaptara a la evolución que estaba sufriendo y los frailes tenían la materia prima, los espacios, el tiempo, la paciencia y el dinero necesario para producirlo y perfeccionarlo. En otras latitudes fueron estos monjes los que aislaron semillas nuevas más productivas, árboles frutales de más calidad y resistencia que los existentes, métodos de cultivo, sistemas industriales, etc.


  14.- Respecto a la nobleza que pastaba sus vacadas en la Isla Mayor en este siglo XVIII, tambien haremos una serie de consideraciones. Se trata –con alguna excepción como la Casa de Alba- de un nobleza provinciana, local. Casi todos los títulos son concedidos por los Borbones de dicho siglo y especialmente por Felipe V, tras la Guerra de Sucesión premiando fidelidades, actos heróicos de 1.702  cuando la escuadra anglo-holandesa saqueó los Puertos de Cádiz y otras memorables hazañas. Se trata de una nobleza muy lugareña y alejada todavía, en cuanto a propiedades rústicas, de los grandes latifundistas que originó el proceso desamortizador en la Baja Andalucía, sin perjuicio de que algunas propiedades fueran considerablemente extensas. Sin apenas lugares en que ejercieran jurisdicción, ocupan puesto y oficios en el Concejo hispalense (Veinticuatros, Regidores) y otras ciudades. La gran nobleza, al menos en estas latitudes, no ha entrado en el mundo del toro, salvo Medina Sidonia y Alba.

      Casi todos, antes o después, se nutren de ganado cartujo de forma directa o a través de dominicos o jesuitas y entran en el mundo de la cría del ganado bravo por prestigio.

       Se encuentran muy emparentados entre sí. De este modo los Espinosa (Condes del Aguila)  provienen del tronco común de Arcos, que a su vez están emparentados con los Mejorada a través de los Nuñez de Prado y los primeros con los Ortiz de Zúñiga  (Montefuerte), Tello de Guzmán (Paradas) y Fernández de Córdoba (Prado Castellano).

      Ya vimos como se implanta en la Isla Menor el Conde del Aguila. También tenemos noticias del conde de Mejorada  y la marquesa de Montefuerte  heredando  luego el título el mismo conde del Aguila. Esta trama nobiliaria en las Islas explica de algún modo la fugacidad de los dominicos de San Jacinto de Triana y de los mismos agustinos, así como la preferente ubicación de sus ganados en la Isla Mayor.

      Los dominicos trianeros se nutren y forman sus vacadas a partir de los cartujos; según Posada, vía dominicos de Jerez, aunque creemos más lógica su procedencia covitana. Parece que llegan pronto a la crianza del toro bravo y por la descripción del ganado que ha llegado a nosotros se trata de típicos cartujos.  Desconocemos una actividad ganadera anterior de estos frailes. Establecidos con probabilidad en la Veta de la Palma  y posiblemente protegidos por algún noble (Aguila, Mejorada, Montefuerte), desaparecen del panorama taurino hacia 1.774 o 1.775 desconociendo el motivo. No obstante, tanto en su aparición como en su desaparición  se han producido tres hechos a tener en cuenta:  Los dominicos de San Jacinto en Triana surgen en el panorama taurino coincidiendo con una profunda crisis en el seno del monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas, que sin duda influyó en su economía y, sobre todo, en su organización,  producido por el serio intento de enclaustrar a los legos asumiendo los padres ordenados las relaciones con el mundo, crisis que produjo heridas cerradas en falso ;  el segundo el pleito de la Cartuja de las Cuevas con los vecinos de La Puebla que pretendían expulsarlos de la Isla Mayor, aduciendo su falta de vecindad, que venía precedida de la expulsión de los covitanos de otras dehesas comunales; el tercer hecho lo constituye la aparición potente y también fugaz de los ganados agustinos. Parece como si en un momento dado, rebasada la mitad del siglo, los cartujos covitanos tuvieran interés de deshacerse de parte de su ganadería brava y posteriormente los dominicos trianeros.

      Este último hecho merece un breve análisis más concreto: Así, con anterioridad, hacia 1.762 los dominicos de San Jacinto venden bastante ganado a Marcelino Bernardo de Quirós, presbítero de Rota, y también a otros muchos ganaderos, entre ellos Francisco Martínez Salido, de Bornos, que a su vez vende gran parte de estas reses a Maria Antonia Espinosa Núñez de Prado, de Arcos de la Frontera. Esta María Antonia es ya famosa ganadera cuando en 1.776 compra también reses de la Cartuja de Jerez para aumentar la ganadería heredada de su padre y de la misma procedencia monacal. A partir de los años ochenta del siglo es cuando adquiere verdadero renombre; con anterioridad quien lidiaba toros era su marido, ganadero de Morón, Pedro Bartolomé Angulo y Bohórquez (Maestranza 1.738 y 1.781) y luego lidia ella como viuda de Angulo. La ganadería seguramente la llevaría el hermano, Rafael Espinosa Núñez de Prado, ya que María Antonia era una anciana. Ambos eran hijos del hermano del primer conde del Aguila y de Estefanía Núñez de Prado y Maldonado, hermana de la esposa del primer conde de Mejorada, Sancha, y por tanto, sus sobrinos. Tanto Aguila como Mejorada están en las Islas, el primero en la Menor, como ya vimos y el segundo en la Mayor y ambos eran Veinticuatro y Regidor del Concejo sevillano.

      Aunque Posada nos diga que los dominicos de Triana recibieron el ganado de sus hermanos jerezanos, no nos cita la fuente. Es mucho más lógico que lo adquirieran de los cartujos de Sevilla, e incluso sustituyeran a aquellos en el lugar de pastoreo ya que se trataba de una ganadería brava y no podía ocupar cualquier dehesa. Lo más lógico es pensar que estuviera dentro de la Isla Mayor, que estaba perfectamente organizada para acoger este ganado. Llegamos a los inicios del último tercio del siglo y, como antes indicamos, parece ser que los dominicos están liquidando la ganadería. En 1.818, Rodríguez Cárdenas (46) nos descubre que en 1.818 en la Veta de la Palma hay un apartadero de ganado de la Cartuja  y próximo a éste un hato de la Marquesa de  Montefuerte, casa emparentada con los Espinosa sevillanos (Aguila), hasta el punto que Fernando Espinosa, hijo del conde del Aguila asesinado en 1.808, une a este condado el marquesado de Paradas y el de Montefuerte. Posiblemente, los cartujos que tenían ganado además de en su hato, en la Veta de la Palma, transfirieron ganado y dehesa de la que disfrutaban en dicho lugar a los dominicos de Triana, que no conocemos tuvieran gran tradición ganadera con anterioridad y menos de bravo. Debe existir alguna relación de estas casas nobiliarias con la orden de predicadores a fin de constituir una vacada para los frailes mendicantes dado el buen precio que habían adquirido los toros bravos sobre la mitad del siglo en adelante y el prestigio que suponía el estatus de ganadero de bravo. Popularmente al apartadero y dehesa se le seguiría llamando de Cartuja por haberla mandado construir los monjes de San Bruno para su   ganado. En 1.818, después de la primera exclaustración forzada, las hambrunas y los desastres de la guerra y la nueva idea política que surge del Cádiz de 1.812, algo tan delicado y tan requerido de atención como una ganadería brava se encontraría en franco declive terminal. Tampoco hay que olvidar las requisas de ganado para el ejército; los franceses, entre las nueve comandancias en que dividieron el antiguo reino de Sevilla, situaron una en Utrera y otra en Villamanrique. No sabemos nada de ésta última, pero si de la de Utrera, de la que Don Manuel Morales (47) nos ofrece amplio relato extraído de las actas del Concejo: El comandante francés requería con todo tipo de  presiones, amenazas e incluso violencias,  más y más ganado al Concejo para abastecer el cuerpo de ejército que sitiaba Cádiz. Los alcaldes del común, se las veían y deseaban para escatimar cuanto ganado podían al insaciable comandante. Suponemos que por Villamanrique también se extraería numeroso ganado.

      Pero, volviendo a nuestro relato, hay más: Cuando desaparecen los dominicos trianeros del mapa taurino, surgen con fuerza otros frailes sevillanos, los agustinos, del convento de San Agustín, en la collación de San Roque, extramuros de la ciudad y frente a la capilla que para esclavos y libertos negros erigiera el arzobispo Mena, fundador a la sazón de la Cartuja de Santa María de las Cuevas. Pues bien, en esta época de auge agustino o al menos en los inicios de su también breve vida de ganaderos bravos, el prior del convento no era otro que José Rafael Espinosa y Núñez de Prado, hermano de la célebre Maria Antonia Espinosa y de Rafael, sobrino del Conde de Mejorada y Primo del Conde del Aguila, que a su vez esta emparentado, hasta el punto de unir el título, con el marquesado de Montefuerte, como vimos y como sabemos tiene un hato en la Veta de la Palma y curiosamente cuando aparece la pujanza agustina, desaparece Mejorada como ganadero, según podemos apreciar con la lectura de los Anales del marques de Tablantes.

      Sabemos que nos falta algún eslabón que un día encontraremos partiendo de esas relaciones familiares de la nobleza provinciana, la protección de ambos conventos, la sustitución de uno por otro y lo que es seguro, el derecho que ejercían dominicos y agustinos sevillanos de tener ganados en la Isla Mayor como vecinos que eran de Sevilla.

      No sabemos que pasó con el ganado “espinosa” del conde del Aguila; prácticamente desaparece a la par del ganado frailero de cartujos, isidros y agustinos. En opinión de I. Vázquez Parladé, García Baquero y Romero de Solís, algunos ganaderos del XVIII no pudieron resistir la fuerte especialización que imponían Vázquez, Vistahermosa, y otros a fines de siglo y principios del XIX.

      Los “espinosa” de Arcos se prolongan a través de la viuda y a la vez sobrina de Rafael, también heredera de su madre, María Antonia, llegando a los hermanos Zapata, uno de ellos presbítero. El verdadero impulsor de la ganadería Zapata, Juan José Zapata Bueno, muere sin sucesión y tras su paso por diferentes ganaderos llega a Esteban Hernández que cruza las vacas fraileras con saltillos (vistahermosa), extinguiéndose la ganadería en la guerra civil 1.936-39.

      Distinto destino les esperaba a otras dos ramas fraileras: Así, el ganado adquirido por Marcelino Bernardo de Quirós, presbítero de Rota, a los dominicos de San Jacinto de Triana, es vendido por éste a finales del XVIII, en parte, al también presbítero de Rota, Francisco Trapero, que les agrega vistahermosa y el grueso de la ganadería a los hermanos Gallardo del Puerto de Santa María, que por distintos conductos llega a Miura y Pablo Romero.  También llega a Miura ganado de otra ganadería típicamente cartuja desde 1.740, comenzando en Utrera y pasando por Arcos, cual es la de Cabrera. Curiosamente Miura parece volver a los orígenes isleños de sus toros, así nos lo encontramos en 1.873 (plano topográfico del término de La Puebla del Río) en la Isla Menor, hoy Isla Mínima, ocupando el cerrado de La Esperanza, el mismo que ocupara el Conde del Aguila, lindante con el  actual casco urbano de Isla Mayor, Brazo de los Jerónimos por medio, y frente a la Ermita de Ntra. Sra. de Guía. Aún en 1.906 seguía en el mismo sitio como nos asegura J. González Artega (48) examinando el censo ganadero del archivo municipal de La Puebla del Rio.

      Con sangre cartuja muy diluida nos encontramos en la Isla Mayor y en las marismas de la margen derecha en el siglo XIX a Concha y Sierra, Moreno Santamaría y ya en el XX a   Francisco Campos Peña. Con sangre cartuja mucho mas pura, aunque sin llegar a la pureza de Miura, nos encontramos con Pablo Romero. (49)                        


 15.- Aunque la visión panorámica del ganado frailero en la Isla Mayor ya esta agotado pues de momento no disponemos de más datos,  no podemos terminar, por las implicaciones que observamos, sin un abreve referencia a la génesis del encaste “vistahermosa” y “vázquez”.

           El utrerano Gregorio Vázquez, hacia 1.755 reúne reses de origen cartujo procedentes de Ulloa, Cabrera y Juan José Bécquer. Fallecido éste, le hereda su hijo Vicente José Vázquez con el que la ganadería adquiere renombre. Tras el mestizaje de las diversas estirpes quiere adquirir reses del Conde de Vistahermosa, intentándolo durante algunos años sin éxito. Hombre adinerado, acude a una estratagema, cual es pujar por el arrendamiento de los diezmos de Utrera, es decir, que se convierte en  diezmero con lo que se hace con reses del conde mediante la percepción en especie del tributo eclesiástico, con lo que puede cruzar su ganadería con “vistahermosa”, adquiriendo gran fama a partir de 1.790. Otra vez nos encontramos con los diezmos y también vemos como un miembro de la burguesía adinerada sevillana se ennoblece con la ayuda de su estatus de ganadero de bravo, pues en 1.819 Fernando VII le concede el título de conde del Guadalete con título previo de Vizconde de San Vicente. “Cuéntase que fue Vázquez el ganadero que mayor cantidad de reses bravas llegó a poseer, incluso se afirma –posiblemente con exageración- que alcanzó la cifra de ocho mil vacas de vientre y más de dos mil de toros. Fue ganadero de por vida y tras serlo durante medio siglo, falleció sin herederos forzosos, el 11 de febrero de 1.830” (50). El juez especial de la testamentería vende la parte más importante de la vacada al rey Fernando VII, que adquiere para la Real vacada mas de 700 cabezas. El mayoral de Vázquez, el utrerano Sebastián Miguez , fue el encargado de reunir el ganado desde nueve dehesas distintas en “Casaluenga”, la que fue de la Cartuja de las Cuevas  y en “Casanieves”, junto a nuestra torre de Benamajón, lo que hace suponer que gran parte de la vacada estaba en la Isla Mayor, ya que en lugar muy próximo se encontraba el puente de barcas construido por el Marqués de Casa Riera en sustitución del barcaje  de San Antón. Tras el fallecimiento del rey, la reina Maria Cristina vende la Real Vacada a los duques de Osuna y Veragua y previamente el rey había regalado a su sobrino el rey de Portugal cien vacas y dos sementales. No obstante, también previamente, en 1.832, José María Benjumea y Francisco Taviel de Andrade, habían adquirido importantes porciones de esta vacada fundacional. A través de Taviel de Andrade, llega la raza “vazqueña” a  Fernando de la Concha y Sierra y a ocupar las antiguas dehesas de su orígenes, las del Hato de Cartuja, en la Isla Mayor, rebautizado con el nombre de “La Abundancia”.                  

       El primer conde de Vistahermosa fue  Pedro Luis de Ulloa y Calís, título otorgado en 1.765, con el previo de Vizconde de la Vega, que nace, vive y muere en Utrera en 1,776. No hay que confundirlo con el también ganadero Benito Ulloa Ledesma y su hijo, el marqués de Casa Ulloa. Cuando contaba alrededor de setenta años, sobre 1.770, funda la ganadería de bravo cuyo encaste ha llegado a nuestros días en el ochenta por ciento, al menos, de las ganaderías actuales.  Constituye su ganadería de forma completa mediante compra de vacas y sementales  a los Rivas de Dos Hermanas.

      Todos los tratadistas han envuelto a estos Rivas en un halo de misterio, pese a que su apellido ganadero  aparece, con distintos nombres, de forma reiterada desde 1.733 hasta 1.770 en los Anales de la Maestranza del Marqués de Tablantes (51).  Se ha dicho de todo; que si eran labradores modestos; que si sus toros se extraían de los que no servían para la labor, etc.  Finalmente, un joven investigador que se oculta con el seudónimo de “Alonso de Dos Hermanas” arroja luz sobre el tema. Los Rivas constituían una familia larga y muy extendida y arraigada en la villa nazarena; unos miembros pertenecían al estado llano y otros al nobiliario. Se tienen noticias de los mismos en los documentos del Ayuntamiento desde 1.525. Desde esta fecha hasta la venta de la ganadería al conde de Vistahermosa, miembros de la familia Rivas “ocuparon diferentes cargos en el Concejo Nazareno, tanto como Alcaldes ordinarios por el estado noble como por el estado llano, fiel Administrador de las alcábalas del viento canales dentro, aforador que procediera a la tasación del vino o aceite, apeadores de la villa, Teniente de regidor perpetuo, Fiscal de la justicia ordinaria, Concejales de la villa de señorío, Diputado de millones, Diputado para arbitrios, Diputado de ventas, Diputado para el repartimiento de alcábalas, unos por cientos, servicio ordinario e impuestos de cuarteles, Veedores sobre materias de panes, viñas, olivares y huertas, trigo y semillas y, de forma esporádica, los daños causados por temporales o por el ganado de forma fortuita, Alcalde mayor de la villa, Juez de Alcábalas, Alguacil Mayor, Teniente de Alguacil mayor, Regidor representante del estado noble y del estado llano, Regidor perpetuo de la villa, etc., etc.,”(52).  Es fácil suponer, y para su total confirmación  habría que investigar en los archivos eclesiásticos, que algunos miembros de la familia Rivas fueron diezmeros, es decir, arrendadores de los diezmos a cuyo pago estaban obligados los vecinos de Dos Hermanas. Es fácil suponer que siguieron el mismo camino de los monjes cartujos para la selección del ganado y que comenzaron en fechas muy anteriores a los comienzos del siglo XVIII. Esta familia, además, era dueña de casi todo el término de “La Serrezuela”, siendo sus miembros arrendatarios de grandes predios de propietarios absentistas del estado noble o eclesiástico. “La Serrezuela” era una finca fundamentalmente de labor, aunque tenía dehesas que, suponemos, eran boyales. La ganadería brava de los distintos miembros de la familia  debería pastar en lugares adecuados de las marismas o de las islas.  No obstante, el autor comentado nos dice que  en término de Dos Hermanas habían otros ganaderos notables, que aparecen con reiteración a lo largo del XVIII en los Anales del marqués de Tablantes, como José Maestre,  Luis Ibarburu y el  marqués de Vallehermoso, pero que ninguno de éstos poseía dehesas propias y sólo la familia Rivas las tenía en “La Serrezuela”(53). No podemos estar totalmente de acuerdo. El mismo “Alonso de Dos Hermanas” nos sitúa perfectamente la casa solariega de los Rivas: “En la vereda de la Mata Chaparro (actual carretera de la Isla, en su tramo entre Fuente del Rey y el cruce de la carretera de Dos Hermanas a la Isla), a la altura de la confluencia entre la vereda de Mata Chaparro y el camino de Fuente del rey al Oeste y el Cortijo de los Merinales al Este, estaba situada la Casa de los Rivas, según plano reconstruido del término de Dos Hermanas del siglo XVII.”(54) . La familia Rivas, como los restantes ganaderos de la villa nazarena citados, pastarían lo mas selecto de sus vacadas en tierras de marismas de la margen izquierda y, concretamente, los Rivas, por la situación de su casa solar, pastarían lo selecto de su vacada en la Isla Menor, perfectamente preparada para acoger este ganado, en un lugar situado entre las “Isletas del Rubio” y lo que hoy es finca “Colonia San Vicente Ferrer” (“Casudis”).

      El primer Conde de Vistahermosa traslada el ganado adquirido a la dehesa utrerana de “Salvador Díaz” (55) y el ganado es elegido con la ayuda de un experto, el mayoral Francisco Jiménez, “Curro el Rubio”. Creemos así mismo que lo selecto de las hembras quedarían en Isla Menor; no olvidemos que gran parte de la misma era de los propios de Sevilla todavía.

Tras la muerte de la ultima condesa de Vistahermosa, el condado pasa a su primo el Marques de Casa Ulloa. No obstante en 1.823, gran parte de la ganadería fue adquirida por  Juan Domínguez Ortiz, “El Barbero de Utrera”  de donde derivan casi todos los encastes vistahermosa actuales que llegan de una forma u otra al ochenta por ciento de la sangre brava actual. Entramos así en pleno siglo XIX que supera en mucho el objeto de estas breves páginas.                
  

 NOTAS
III.- EL GANADO BRAVO EN LA ISLA MAYOR.  LA ERMITA GANADERA DEL SIGLO XVIII

1.        Pedro Romero de Solís. “Simbolismo y alimento: La determinación silvestre de la alimentación en las marismas del Guadalquivir”. (El folk-lore andaluz 9). Sevilla 1.992. Pág.33
2.        2. Matías Rodríguez Cárdenas. “Historia de la Isla Mayor del Guadalquivir (desde su formación hasta nuestros días)”. Isla Mayor 1.994. Págs. 47 y ss.
3.        Francisco de Borja Palomo. “Historia crítica de las riadas o grande avenidas del Guadalquivir en Sevilla”.Sevilla 1.878. Págs. 227, 244, 290, 382, 413 y 485.
4.        Ricardo de Rojas Solís, Marques de Tablantes. “Anales de la Plaza de Toros de Sevilla, 1.730-1.735”. Sevilla 1.917. Págs. 33 t ss.
5.        Ibidem. Pág. 55
6.        José María de Cossio. “Los Toros”. Madrid 1.943. Tomo I, pág. 248.
7.        Antonio García-Baquero González, Pedro Romero de Solís, Ignacio Vázquez Parladé. “Sevilla y la fiesta de toros”. Sevilla 1.980. Pág. 119.
8.        Ibidem. Pág. 122.
9.        Ibidem. Pág. 122.
10.     Ibidem. Pág. 123.
11.     María Parias Sainz de Rozas. “El mercado de la tierra sevillana en el siglo XIX”. Sevilla 1.989.
12.     Juan Posada. “De Paquiro a Paula, en el rincón del sur”. Madrid 1.987.
13.     Filiberto Mira Blasco.”El toro bravo. Hierros y encastes”. Barcelona 1.979.
14.     Bartolomé Benassar. “Historia de la Tauromaquia”. Ronda 2.000.
15.     Partida I, Título XX, Ley I.
16.     María Antonia Carmona Ruiz. “La ganadería en el Reino de Sevilla durante la Baja edad Media”. Sevilla 1.998. Pág. 443.
17.     “Diplomatario Andaluz de Alfonso X.”. Edición de Manuel González Jiménez. Sevilla 1.991. Pág. 184.
18.     Ibidem. Pag. 451 y 465
19.     Ibidem. Pág. 429
20.     Archivo de la Catedral de Sevilla. Sección IX: F.H.G. Indice Alfabético de Materias. Cartuja de las Cuevas 90,2; 93, 14-19; 94, 1, 4.
21.     Juan José Antequera Luengo. “La Cartuja de Sevilla”. Madrid 1.992. Pág. 43.
22.     Ibidem. Pág. 46
23.     Antonio González Gómez. “Las propiedades agrícolas de la Orden Cartuja en el antiguo Reino de Sevilla, según un inventario del año 1.513. Sevilla 1.981. RAH 193-194. Pág.59
24.     J. J. Antequera Luengo. Opus cit. Pág. 56.
25.     Ricardo de Rojas Solís. Opus cit. Págs. 55 y ss.
26.     Archivo Municipal de Sevilla, Secc. XVI, nº 17, Folios 39v. y 41v.
27.     Ricardo de Rojas Solís. Opus cit. Pág. 177.
28.     Antonio González Gómez, opus cit.
29.     J. J. Antequera Luengo, opus cit. Pág. 62
30.     Manuel González Jiménez. “Un manuscrito sevillano sobre agricultura: El libro de hacienda del monasterio de San Isidoro del Campo”. Sevilla 1.974. RAH 174. Pág. 49.
31.     Antonio Domínguez Ortiz. “Santiponce y el monasterio de San Isidoro del Campo”. Sevilla 1.977. RAH 183. Pág. 71.
32.     María Antonia Carmona Ruiz, opus cit. Págs. 116 y 496.
33.     Antonio Luis López Martínez. “La economía de las órdenes religiosas en el Antiguo Régimen”. Sevilla 1.992. Pág. 312.
34.     Ricardo de Rojas Solís, opus cit. Págs. 55 y ss.
35.     Juan Posada, opus cit. Págs. 33 y ss.
36.     Ricardo de Rojas Solis, opus cit. Págs. 55 y ss.
37.     Ibidem. Págs. 55 y ss.
38.     Mercedes Gamero Rojas. “Explotación agraria y comercialización en el campo sevillano 1.778-1.841 (estudio de un latifundio de la Casa de Alba)”Sevilla 1.981. RAH 193-194. Pág.287.
39.     Ricardo de Rojas Solis, opus cit. Pág. 60.
40.     Mercedes Gamero Rojas, opus cit.
41.     Ricardo de Rojas Solis. Opus cit. Págs. 55 y ss.
42.     Antonio González gómez, opus cit.
43.     Antonio Luis López Martínez, opus cit. Pág. 312.
44.     Juan Posada, opus cit. Pág. 28.
45.     Matías Rodríguez Cárdenas, opus cit. Págs 72 y ss.
46.     Ibidem. Págs. 75 y 82.
47.     Manuel Morales Alvarez. “Los franceses en Utrera (Notas para la historia local)”  Volumen V. Utrera 1.990.
48.     José González Arteaga. La Puebla del río 2.001 (Revista “El Sabio Alfonso” de la Asociación Cultural “La Guardia”).
49.     Filiberto Mira, opus cit. Págs. 125 y ss.
50.     Ibidem. Pág. 59 y ss.
51.     Ricardo de Rojas Solis, opus cit. Págs. 55 y ss.
52.     Alonso de Dos Hermanas. “La ganadería de reses bravas de los Rivas de Dos hermanas”. Dos Hermanas 2.001 (Revista de feria y fiestas). Pág. 9
53.     Ibidem. Pág. 11
54.     Ibidem. Pág. 12
55.     Filiberto Mira, opus cit. Pág. 150.