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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: diciembre 2013

domingo, 29 de diciembre de 2013

Mi tio Rafael




Casa Alta, en algún momento entre 1955 y 1956. La broma. (Edad entre 3 y 4 años)

Cae la noche y yo me preparo para no dormir. Buscaré un lugar escondido en el que nadie pueda hallarme y allí me quedaré dormido, como en mi cueva. El mejor es debajo de la máquina de coser, pero mi madre ya me ha pillado allí en alguna ocasión. Hay que buscar algo nuevo. Bosco me hace señas y me acerco rápido
- Javi, estoy oyendo a la tía Concha y al tío Rafael hablando en el cuarto de baño, aunque no entiendo lo que dicen pues hablan bajito ¿por qué no te asomas para echar un vistazo?
- Voy
Están de espaldas a mí. La cabeza de la tía, y la del tío,  parecen las de una muñeca de cartón, de un color marrón  clarito y los dos llevan unas gorras hundidas hasta las orejas. También llevan ropas grandes y gastadas. Hablan en voz baja y se ríen. Mi madre dice algo desde abajo de la escalera. Me voy corriendo a su lado.
Bosco da un grito y oigo un portazo mientras alguien baja por las escaleras. Me detengo al pie de estas y veo bajar a los tíos riéndose. Sus caras están borrosas y eso me hace mucha gracia. Pasan por mi lado, me dicen algo que no entiendo y salen por la marquesina. Ya es de noche.
En el piso de arriba Bosco llora desconsoladamente. Subo con mi madre y en cuanto Bosco la oye sale del cuarto del  Bautista y se abraza a sus rodillas hablando entre mocos y hipidos.
- Son monstruos mama, monstruos o fantasmas.
Me quedo con las palabras. Sobre todo monstruos me gusta. Al día siguiente le preguntaré al tío Vicente, porque creo que tiene que ver con lobos y el tío Vicente es el único que sabe donde podemos encontrar un lobo.
Mi madre se lleva a Bosco en brazos hacia la cocina y comienza a hacerle una tila. Al fondo se oyen fuertes golpes en el portón exterior. Yo me asomo a  la puerta que da al patio. El abuelo ya está allí y ve a Melero, renegando, llegarse al portón. Lo entreabre un poco:
- Que queréis?
- Venimos a por trabajo, le responden voces oscuras y agresivas.
- Po, venir mañana que estas no son horas.
- No, tenemos que saberlo ahora. Déjanos entrar.
A Melero se lo comen los nervios y cierra la puerta y se va  para el abuelo.
- Don Juan, ahí hay dos tíos  mu raros y dicen que quieren trabajo pero yo creo que lo que quieren es robá.
- Che Melero no seas cobarde y diles que se marchen que ya veremos por la mañana.
Vuelve Melero a la puerta. La entreabre un poco y con voz entrecortada..
- Dice Don Juan que os marchei y que si no llamamo a la GuardiaZibí
- Ah sí? Y quien va a ir a buscarla, tu?
A Melero se le encoge el gañote y ya ni le salen las palabras.
El abuelo y mi madre no pueden contener la risa y los asaltantes también largan carcajadas mientras se van quitando los gorros y las medias de la cabeza. Al final Melero se rehace y de mala gana se suma a la fiesta.
Yo voy a contarle lo poco que he pillado a Bosco, que aun está con sus hipios y su taza de tila. Mis tíos Rafael y Concha son unos bromistas, y eso les va a durar unos cuantos años.

Cotos, mediados de 1958. La montesa. (Edad: casi 5 años)

Sería Sábado, supongo, porque a esa hora yo estaba en el pasillo de mi casa y si fuera un día normal debería estar en el cole. Está echada la cortina de la puerta y oigo el suave ruido de un motor y el crujiente sonido de unas ruedas frenando sobre la grava de la calle. Comienzo a levantarme mientras oigo como se apoya el caballete en el suelo y el gemido de la moto al subirse sobre este.
- Cheee, Navarrooo.
Ese tono entre risueño y confiado me anuncia que es el tío Rafael el que ha llegado. Salgo a toda prisa para ver la moto.
Mi tío me coge en brazos y me besa. Siento la barba de su mejilla y el particular olor de lavanda y caliqueño que llevaría toda la vida. A los niños nos gusta que nos quieran pero sin mariconadas. El tío Rafael es de los moderados así que me siento bien con el saludo pero hay que ver esa moto.
Es muy bonita y rara. Una Montesa Brío 110, con deposito de color verdoso militar y un escudo de la marca, dos asientos seguidos, un bonito faro y la larga horquilla. Las ruedas cromadas brillan luminosas.
- Cuando se vaya le voy a decir al tío que me lleve con él y que me deje llevar la moto, mi padre me deja.
Mis hermanas ya se han unido a mis padres y el tío y Juana, la chacha, está en la cocina preparando un aperitivo.
Tras un largo rato el tío sale a la calle seguido de mi padre.
- Voy a acompañar a Rafael hasta la Segunda y Javier se viene con nosotros.
Bien! Me voy de paseo. Me pido con el tío y me pone sobre el depósito.
Hace bien en no fiarse de mis habilidades y me dice que no me dejará llevarla, pero aun así prefiero ir con él.
Su moto corre más que la de mi padre y al tío le va la marchita, así que disfruto de los flequillazos de mi pelo con el viento. Después de unos kilómetros llegamos al acueducto. Mi padre, porque mi madre insistía mucho, siempre lo pasaba andando, así que esperé que el tío Rafael hiciera lo mismo. El corazón se me puso a mil cuando enfilo lo que a mí me parecía una cinta de cemento sin apenas cortar gas. En unos segundos que se me hicieron larguísimos, mientras meditaba en los cocodrilos que habían en el enorme canal de desagüe 5 metros más abajo, ya estábamos en el otro lado. Di un largo suspiro y me salió una tonta y agradecida sonrisa.
Me gustó aquel viaje. Mi padre hacia milagros con lápices y pinceles, pero Mi tío Rafael era un vacilón, un valiente.

El Viso, Navidad de 1961. Los fantasmas de fuego. (Edad: 7 años)

Siempre llegaba aquel momento, en el mejor momento (es una manera de hablar, en realidad todo el tiempo era el mejor momento).
- Che, quels crios no van a dormir?
A lo que seguía un coro que semejaba un canon en que los mayores iniciaban uno por uno el 'A la cama' y los crios un incrédulo 'Ya?'. El pandemónium duraba un ratito mientras se sumaban los nuevos sonidos de sillas arrastradas, cojines a sus sitios, puertas abiertas, y por último, besos churretosos por doquier.
Pero aquel día no fue igual. Abstraídos como estábamos en nuestros  juegos no nos dimos cuenta que faltaban en la sala los tíos Juan, Rafael y Joaquín.
De pronto suena la llamada en la enorme puerta doble del jardín. Son golpes muy fuertes y se oyen como lamentos furiosos. En pocos segundos hemos quedado en silencio.
La tía Concha se acerca a la puerta a averiguar quien llama.
- Quien es?
- Hujjhfhfhhhrr.
. Quién es?
Una voz sepulcral, una sola palabra
- AAaabreeeee.
Nos quedamos todos acojonados. Se podía oír el siseo del fuego, el crepitar de las brasas, y de una forma aterradora el latir de los corazones.
- Aaaabreeee o tiramos la puertaaaaa
La tía Concha para nuestro horror abrió lentamente la puerta y allí los vimos, enormes, cubiertos de tela blanca de la cabeza a los pies, con las grandes antorchas en la mano.
- Al ninñooo que  no estéeee acostadooo enseguida, NOS LO COMEMOOOOOSSSS.
La desbandada fue tremenda. Tembló el piso, temblaron las escaleras, gritos y zapatazos, llantos de los que cayeron en la avalancha, madres chillando instrucciones.
Rafa, José Luis y yo que salimos de los últimos no nos metimos en el tumulto, pasamos hacia la cocina y, siguiendo a Rafa, sin que nos vieran volvimos atrás y nos metimos en el cuartito que había debajo de la escalera.
Aún había gente subiendo y bastante ruido. Respirando a todo pulmón nos hablamos en cuchicheos.
- ¿Nos habrán visto?¿Nos comerán?
Rafa era escéptico. Estaba emocionado pero intuía que aquello era una farsa, aunque seguro, seguro, no estaba. JoseLu y yo no lo teníamos tan claro.
Abrimos  ligeramente la puerta y por la rendija vimos a los fantasmas que se dividían en dos grupos dirigiéndose a la sala y al comedor. Aun seguían con aquellos gemidos. Al cabo de unos segundos volvieron a juntarse y se dirigieron hacia la escalera.
Con cuidado cerramos la puerta. Oímos sus pasos acercándose. Se detienen, siguen gimiendo. Miramos por la cerradura con el corazón tan veloz como el de un pájaro. Sorpresa: llevaban sartenes encendidas. Eso no eran antorchas. Un fantasma no puede llevar sartenes.
Los fantasmas habían dejado de gemir y estaban riéndose por lo bajinis, y en nada a carcajada limpia. Se quitaron las capuchas y los rojos rostros de Juan, Rafael y Joaquín terminaron la metamorfosis. Bueno, no del todo, hasta que el sempiterno caliqueño, de escuálida brasa, vivaqueo de nuevo en el córner de la boca del tío Rafael. Creo que lo llevaba debajo de la capucha.  Nosotros nos quedamos allí hasta que se fueron.
Era cojonudo tener tíos así.
(PD. Naturalmente, la mayor parte de las madres estaban allí, y la tía Merche, por supuesto. Los fantasmas solo comían niños insomnes. Hubo división de opiniones, como en un tendido taurino, y cayeron pitos de la tía Isabel Lobato fuertemente apoyada por la tía Merche, y encendidos aplausos de unas carcajeantes  tías Concha y María  apoyadas por el risueño primo Juan. Como debe ser)


Casa Alta 1969. Mi primera feria. (Edad: 15 años)

Mi madre andaba preocupada. El motivo era mi nueva camiseta. Unos días antes, sabiendo que iría a la feria del Puntal, había hecho mi primera compra de ropa en solitario. Y para alegría de los amigos del color me encapriche compulsivamente de un jersey fino de un furioso color verde lima y con un fabuloso cuello vuelto.
Su temor mas fundado era mi segura muerte por hipertermia en aquel glorioso verano. Menos probable, aunque posible, era mi secuestro por los cirqueros para exhibirme como una mutación calórica. O como un doble tropical de Tom Jones, el Tigre de Gales. Desde luego de vergüenza no me iba a morir, eso había quedado claro por mi parte.
Pero ¿podía haber algo mejor para mi pelo desgreñado y semi largo? Estaba asegurado que no iba a pasar desapercibido y ¿puede un chaval de 15 años pedir más?. Preparé mi maleta para los tres días que estaría fuera. Tras despedirme de mis hermanas y mi madre, aún con cara poco convencida, me subí a la Guzzi con mi padre detrás y salimos hacia la barca de isla Minina. Tras cruzar el rio fue mi padre el que condujo pues yo aun no tenia carnet. Paramos en el Puntal para saludar al tío Daniel y a la prima Amelia. Después fuimos a casa del tío Juan, me encantaba el hablar nervioso y lleno de afecto de la tía Manola y recordaba aquel invierno que pasé en su casa por la inundación de Cotos. Y por último a Casa Alta.
¡Cuánto teníamos que contarnos! Para mi aquello era muy excitante. Salir solo, ir a la feria hasta muy tarde con mis primos, la de charlas que íbamos a tener. Yo estaba ya medio colgado con mi guapa vecina Rosa. Si, había mucho que contar.
Llegué a hora de comer. El tío Rafael con su hablar entre rápido y suave me preguntó por mis hermanos, por mis cosas, mientras me ponía la mano en el hombro. Siempre me sentía bien acogido por él. Amable y formal. Y allí estaba de nuevo, en aquel comedor que tanto me gustaba y que evocaba envuelto en un velo de primeros recuerdos. En breve todos estábamos sentados en la larga mesa y el tío Rafael hizo la bendición. Fue una comida muy animada, como serían allí habituales. Me gustaba aquello. Hoy puedo explicar las razones de aquel sentimiento, pero entonces lo disfrutaba y aquello valía incluso más que entenderlo. Nos gustan los ritos, nos dan seguridad y confianza. Y allí había una vida familiar emotiva y bien trenzada con un orden formal y visible. Era como mi casa, pero mis primos eran más lanzados y eso era un imán.
Las noches de feria, los primeros cigarrillos, cervecitas y Coca-Colas, el tiovivo de cadenas, la canción 'María Isabel', las charlas en la cama, las comidas chispeantes, las cenas acortadas por la prisa, y el increíble calor de mi glorioso jersey verde lima y cuello vuelto. Verano.



Casa Alta 1971. El porquera. (Edad: 17 años)

Hacía tiempo que estudiábamos por las noches, en aquellas largas noches de la calle Alcázares. Tan ritualizadas y con frecuencia tan predecibles.
Alrededor de las diez aparecíamos por el piso de los primos. Creo que era el segundo  izquierda. Si la cosa iba con prisas nos tomábamos un Nescafé y nos poníamos, poco a poco, en faena. Si no, saldríamos mas tarde al Espala a tomarnos un café y echar unas cuantas 'Mantenlo!' para subir la adrenalina, sobre todo si estaba Bosco. Sobre las once menos cuarto nos preparábamos para el ritual 'despanzurrado de basura' perpetrado por la vecina del tercero centro Ángeles viuda de Villegas, más conocida como Dª Ángeles.
Solíamos, conducidos por un ya nervioso y risueño José Luis, acercarnos en silencio al balcón, todos con los dedos apoyados en los labios, avanzando como un grupo de apaches parisinos en la penumbra del salón de luces apagadas. Estábamos tan sincronizados con los sonidos del piso de abajo que llegábamos al balcón en el momento en que se abría la puerta del mismo manipulada por Dª Ángeles. En un silencio expectante, que rozaba el límite de resistencia a la risa, oíamos el enérgico trajín de la viuda con la indefensa bolsa de basura. Un ligero rozar en la barra del balcón delataba los giros a ambos lados en la búsqueda de testigos. Y por fin el imparable 'al cielo con ella' y la mano que insensible a la gravedad libera en ligero adiós la bolsa a su destino. Cae como un meteoro de pestosidad gaseosa: sin duda boquerones de ayer, cebolletas pasadas, pollo de Simago averiado, y un trazo final de patatas podridas de inconfundible 'bouquet'. Dura poco su carrera y, generosa, regala su contenido al nocturno  paisaje urbano.
- Iruuuaaah. Que poco l'a fartao quiyo, casi cae en el montón. JuiJuiJui... Joselu no puede más y se dobla sobre sí mismo en una larga carcajada mientras los demás hacemos lo mismo y nos separamos para no darnos risas unos a otros.
Te ponía bien esto. Y se estudiaba mejor, por lo menos más contentos.
Pues en esas andábamos y una noche me fui a Casa Alta a estudiar con Joselu. No fue una noche brillante. Y tras unas horas de semisueño decidimos que mejor tirar para la piltra.
Serian las 7 de la mañana cuando entra el tío Rafael y diu
- Cheee, José Luis levántate que ya es la hora.
- Eehh. Si papá en seguida me levanto.
Pero la noche había sido larga y unos segundos después José Luis estaba de nuevo en fase Alfa de sueño.
Oigo el grifo del cuarto de baño y al poco veo al tío Rafael salir de allí y acercarse a nuestro cuarto. Entorno los ojos y simulo estar dormido. Sin dudárselo un momento, pero exento por completo de brusquedad, vierte un gran vaso de agua sobre la cara de Joselu.
Ante su ruidoso despertar no puedo fingir por más tiempo que duermo y mientras me incorporo oigo al tío Rafael hablando de forma práctica y aleccionante
- Cuando es la hora de levantarse hay que levantarse.
Y sin ninguna palabra mas, ni mal gesto, ni prisa, salió del cuarto.
- Que porquera eh, que porquera eh. Y lo ancho que se habrá quedao. Ojú primo, que porquera.
Nada digo, todo aquello me tiene asombrado. No el hecho en sí, sino las reacciones de los protagonistas. No hubo nada de furia, excepto el cabreo de José Luis. Ni una voz de más, ni un acto más en el ritual.
Durante el almuerzo todo fue como siempre. Me hacía mucha gracia la forma de reñir de la tía Angelita. Parecía, por lo suave de su voz, mas camelable que mi madre, que también tenía sus puntos flacos. Un beso inesperado te hacia ganar unos cuantos puntos.
Una parte del concierto familiar es la balada de las riñas. Son parecidas en los textos, pero su música puede ser muy variada. Y en cualquier caso no lamento haberme aficionado a esa música.

Sevilla 2013, misa del Gallo. (Edad: 60 años)

La cena de Nochebuena tiene muchas cosas que la diferencian de una cena corriente. Para mí son tres, las más destacadas: Mucha gente, mucha comida y bebida y la Misa del Gallo.
No es la primera vez que hablo de esto, y espero que aun hayan algunas mas.  En este año, mientras salíamos de las Dueñas, bajo una suave lluvia, no dejaba de notar mi estado de inquietud que contenía algo más de lo atribuible a la bebida.
Desde mi primera borrachera, en una Nochevieja de 1973, conseguida mediante los fuertes brebajes de la izquierda radical del PT, la Joven Guardia Roja y todo tipo de hippies 'adláteres', he evitado llegar al estado de levitación en el que lo temible no es la subida sino la horrorosa caída, precedida de palabras de ánimo, exaltación de la amistad y el pestoso grafiti de tu vomito sobre un muro ya bien firmado por virtuosos del meado.
No, nada de levitación, más como dicen en Cuba del ron Matusalén: 'Hoy alegre y mañana bien'. Aquella calle tantas veces recorrida me parecía a la vez inexplorada y familiar y las finas gotas de lluvia eran livianas y templadas. Al llegar a las escaleras de San Marcos y la pesada cortina de la puerta, hice una parada, como cuando niño, para pasarme la mano por el pelo y arreglar la ropa de forma elegante. Ya estaba la misa bien iniciada y nos acomodamos en un banco hacia el final de la nave.
Nada de extraordinario hubo en la media hora que siguió, tan solo lo fue mi estado de felicidad y de ensoñación, hasta el punto de creer que podría escribir un hermoso relato con aquellos momentos. Hoy se que no habrá tal relato, pues aquí estoy diciéndolo, pero si una reflexión sobre lo que sentimos y vivimos.
Mi madre estaba en casa preparando los dulces para la adoración del Niño, el tío Juan llenaba imponente, bien erguido, la esquina de su banco junto al pasillo, el tío Vicente, con sus buenos zapatos de gimiente cordobán había hecho el largo paseíllo desde la entrada hasta los primeros bancos, el tío Joaquín aun andaba distribuyendo la larga prole en bancos especialmente higienizados mientras la tía Bel se santiguaba magnifica como una Madonna renacentista, la tía Merche bisbiseaba oraciones sin dejar de sonreír y de parecer recogida (¿ cómo lo hacía?), el tío Rafael entre rápidos parpadeos controlaba el rebullir inquieto de  Joselu, Perico, Manolo y Ester. Realmente fue una misa mayor y, en algún momento, mi padre en el Coro de la iglesia dejaba escapar oportunos tonos de country-folk con su armónica.
Si difícil es controlar lo racional se hace casi imposible predecir nuestros sentimientos. En estos días no he sentido pena, pero si una gran y dulce nostalgia. Poco sabemos de cómo vivir nuestras vidas y menos aun de como afrontaremos nuestro fin. Pero si hay algo que la vida nos da y que vale casi tanto como el amor que encontramos en ella, es el aprender. Y así he aprendido, con las vidas de muchos que he tenido la inmensa suerte de conocer y de amar que el final de cada uno es solo el final de toda una vida y que el que ha vivido con amor, con generosidad y alegría, no deja un rastro de tristeza a su fin, tan solo una gran y dulce nostalgia.
Me alegro de haberte querido, querido tío Rafael.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Villancico de Navidad 2012



La

RECOMPENSA

DEL AMOR





Villancico de Martin de Tours



Juan, Bosco y Javier navarro.






Navidad 2012.



A una ciudad de Francia,
comienzos del siglo cuarto,
se acerca Martín de Tours
con un grupo de soldados.

Al llegar a la muralla
su caballo se ha parado:
un hombre en el suelo tiembla,
desnudos muestra sus brazos.

“Por caridad, tengo frío
y están rotos mis zapatos.
Tened piedad de este pobre.”,
suplica el hombre al soldado.

Martín se conmueve al verlo
en tan lamentable estado;
con un tajo de su espada
ha partido en dos el manto.

“Tomad, hermano, esta pieza
de lana para taparos;
la otra mitad pertenece
al ejército romano.”

Ya los colores le suben,
ya la sangre golpeando,
el hombre la mano besa
de Martín, el buen soldado.

Pasan los años y pasa
la miseria junto al santo.
Camina Martín perdido
por un sendero nevado,
y en su tristeza le llega
el relincho de un caballo:
son tres jinetes que siguen
una luz sobre los campos,
un plateado cometa
que va guiando sus pasos.

“Ven con nosotros, Martín,
-le reclama el más anciano-
Vamos a adorar a un Niño,
y vamos ya rezagados.”

Las noches pasan y un día
descabalgan del caballo:
la estrella ilumina ahora
a pastores y rebaños,
los más pobres de la tierra
que le ofrecen sus regalos
a un Niño recién nacido
en un pesebre agrietado.
Pero el brillo de sus ojos
reconforta a nuestro santo:  
ha merecido la pena
este camino tan largo.
Esa noche Martín sueña
con el mendigo de antaño:
era Jesús que ahora lleva
sobre los hombros su manto.  


Perdone la concurrencia
tantas faltas cometidas,
no solo en palabras torpes
sino también en la vida.
Que el bueno de San Martín
siga vivo en la memoria.
Aquí se despide el ciego,
que Dios me tenga en su gloria.