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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: marzo 2012

sábado, 24 de marzo de 2012

Historias de Cotos - La temporada (II)

La escuela.

-          Javier, hazle la ficha a Luis, que se quedará con nosotros hasta el final de curso. Después le tomas una lección de lo que estamos dando ahora en tu grupo y ya me dices como le ha salido.

Hace tres años que Javier hace las fichas de los nuevos en el cole y también hace de ayudante de la maestra en dar lecciones a otros niños de menos edad, entre otros los hermanos Climent, Vicente y Fernando, que son los que vienen de mas lejos. Cada día caminan 6 kmts si el padre o el hermano mayor no los pueden acercar. Lo de las fichas se le ocurrió a doña Pastora, una teresiana muy ocupada y feroz organizadora. A Javier le da prestigio, pero ya esta un poco harto del tema. Hace también tres años que estudia el mismo libro y si  no fuera por la permanencia (dos horas extras de clase después del colegio) no tendría nada que hacer.

La escuela es una gran habitación de 70 m2, diáfana con tan solo un gran pilar de soporte situado más o menos en su centro. Tiene dos puertas de entrada, cada una con dos escalones de cemento y cada una también con un limpia suelas de hierro al lado derecho de los escalones. Estos limpia suelas consisten en una pletina de hierro de 7 mm de grueso, 6 cts. de alto y 40 cts. de largo que tiene soldada en sus extremos dos barritas cilíndricas que se clavan en el suelo, dejando elevada la pletina unos 20 cts... En los días de lluvia era necesario, y obligatorio limpiarse con ella el barro que llevaban adherido los zapatos, que con frecuencia podía pesar el doble que estos. Todas la casas tienen uno al lado de la puerta.

Tiene la escuela 2 ventanas por el lado de las puertas y 3 por el otro lado, que da al norte. Son de madera de pino pintadas de verde, como las puertas. Al fondo de la habitación hay un pequeño retrete que pertenece a, y se comunica con, la casa de la maestra. Todos los niños dicen de forma convencional ‘Señorita ¿puedo ir al cuartito?’ y cuando la maestra les da permiso salen al exterior y orinan sobre la pared que da a la carretera o sobre la que da al norte, depende del frio que haga. Las niñas si pueden ‘ir al cuartito’ con propiedad, pues no se considera edificante lo de hacer mear a las chicas en plena calle.
    
Es luminosa la escuela, con frecuencia estará una de las puertas abierta, y en general bien ventilada. En el frente a la izquierda hay una pizarra, de marco de madera de pino,  en el centro esta la mesa de la maestra y a la derecha hay un mapa de España de un tamaño similar al de la pizarra. Delante de una y otro hay un banco sencillo de metro y medio de largo, en la parte del mapa hay dos bancos más de esa clase. Se usan para sentar a los más pequeños y forman como un parvulario dentro de la escuela. En el lateral izquierdo hay un armario de doble puerta con cristales en el que están las fichas de los alumnos, libros de lectura, catecismos, cuadernos de clase, cuadernos de caligrafía, libros de imágenes para la clase de dibujo, tizas blancas y de color, pequeñas pizarras individuales, cajas de lápices y pizarrines, de los que chillan y de otros tiernos que dibujan maravillosamente. Además hay tinteros, plumines, sacapuntas y borradores. También tiene unos botes de cola liquida que huelen a libros nuevos. Al fondo a la derecha hay otro armario, mas alto, mas convencional, con dos cajones en la parte baja, que tiene los enseres para la misa, que se celebra allí cada Domingo o cada dos Domingos, según esté el tiempo, el cura y la carretera. Tiene el armario en sus perchas una o dos albas, tres casullas (roja, verde, morada), cíngulos y manípulos de los mismos colores. Una pesada ara, forrada de lienzo blanco. Un cáliz, que también hace de copón. Dos candelabros y un atril de  bronce, vinajeras, lavamanos, patena, dos palmatorias. En los cajones hay amitos y manteles para cubrir la mesa de la maestra que hará de altar.

Seis filas de pupitres dobles, con asientos abatibles, de pino, cada fila con cuatro bancas, son el lugar de trabajo para los hasta 50 chavales que puede contener la escuela. Y es valido lo de contener, que no retener, pues muchos preferirían vagar tras zorzales y ‘londros’, tras gorriones y ranas, en lugar de agotar sus inquietas cabezas en el vasto conocimiento de las enciclopedias Álvarez, cuyo primer tomo tiene lo menos ¡60 páginas! Y si sobrevives a eso te espera el segundo, que muérete, tiene lo menos 100.



La planta

La ‘planta’ (la plantada) una tarea agotadora en la que los hombres van a hacer hasta 10 o 12 horas al día en una forma de trabajo que se llama ‘por cuenta’, en la que no  se pagan las horas realizadas sino la superficie trabajada. Cada grupo de ‘plantaores’ se llama una cuadrilla y esta formada por unos 20 a 40 hombres que pueden ya venir formando parte de una de ellas o integrarse en alguna a medio hacer. En cierto sentido es un trabajo profesionalizado y los mejores, los más fuertes y expertos forman cuadrillas que se unen año tras año y con su ‘encargao’ negocian con los propietarios el precio por hectárea y las hectáreas a hacer. Además se negocian otras cuestiones: alojamiento temporal, comida y bebida, otra contratación para el resto de temporada, etc. y eso que ya es conocido por todos se arregla en unas cuantas frases, con un ‘caldo gallina’ o unos ‘Ideales’ quemándose lentamente en la esquina de los labios. Se habla poco y cuanto menos hables mas entiendes del tema. Eso también es parte del negocio y esas reglas son las que hay. La fanfarronería no dura más de una temporá aunque los fanfarrones duran mas de uno y mas de dos. En el campo ‘to se sabe’. 

Alrededor de la cuadrilla de ‘plantaores’ aparecen otros empleos: los que arrancan el arroz de los semilleros y hacen las garbas, que casi siempre son mujeres, o niños, o los empleados fijos de cada propiedad. Los que llevan las ‘bestias’, algunas veces llamados ‘arreadores’, y reparten las garbas. Habrá una mujer o un niño por cada 10 ‘plantaores’ que se ocupen de arrimar las garbas descargadas desde el  ‘trineo’. El chanca, o aguador, que lleva el agua, el vino y la comida a la cuadrilla. El manijero, que es el que se encarga de hacer que se esté en el tajo a una determinada hora y se de dé de mano para el bocadillo, para comer, o para finalizar el día. Es la mano derecha del capataz, que a su vez  es la mano derecha del propietario. En el campo la mano derecha es la que manda y las cosas se hacen por derecho, eso lo entiende todo el mundo y por eso el campo tiene pocas reglas y con esas basta.

La cuadrilla

A las siete de la mañana el agua esta fría pero el barro se siente tibio y suave. Chapoteos y voces llenan el aire, los charranes pican atrapando ranas y alevines de carpa. Las mujeres llenan los trineos de garbas, ya lavadas y sin fango. Los encargados de las bestias las arrean para deslizar los cargados trineos.

-          Aaarreee muuula, joia, no te coma lah hierba…!
-          Más ligero con esas garbas que los plantaore ya están esperando!
-          Yéname er trineo apriza, que va corto er reparto…

La cuadrilla en una larga fila, todos inclinados, van metiendo los ‘piquetes’ en el fango. Hay que hacerlo con rapidez y cuidado, para que no se suelten con el viento y las pequeñas olas. Toda la fila se mueve por igual, retrocediendo en pequeños pasos,  quedando el frente lleno de los verdes tallos del arroz joven. Algunos plantaores llevan gorras, otros sombreros de paja. A media mañana el calor y la luz reflejada en el agua invitan a buscar cualquier sombra.

Las mujeres llevan pañuelos que dejan ver solo sus rostros enmarcados como en una foto romántica. Blancos con lunares negros, o rojos, o verdes… Sobre la cabeza los grandes sombreros de paja evocan exóticas escenas chinas. Con el chapoteo y el lanzamiento de las plantas hacia los ‘trineos’ van quedando los rostros salpicados de motas de fango.

El capataz, con el primer cigarrillo del día, el humo lento en el aire calmado, vigila, entornados los ojos que todo se haga ‘como está mandao…’, con la rapidez que la tarea quiere.

-          Niñaaa, echa mas garbas que ese trineo va mu suelto toavia.
-      Jocelitoooo, lava esas matas mejooo, hijo, que llevan mucho fango, que estas dormio joiooo!.

Todos saben lo que hay que hacer, pero alguien lo tiene que decir. Un capataz no es solo un vigilante. Es un libro de recuerdos y modos de trabajo.

-          ¡Andeee vaaa con ece mulo, cohone, que lo esta pisoteando tooo…! ¿Cuánta vese he dicho que a la bestia hay que yevarla corta en esta faena?

Los trineos son plataformas de madera hechos con tres vigas macizas que hacen de esquíes y por la delantera están curvadas hacia arriba para facilitar el deslizado. Sobre estas vigas se clavetean planchas de madera transversales que constituyen la plataforma de carga.

Algunas mujeres se arrancan a cantar. Cantes de sierra, cantes de secano, cantes de minas y de fragua. Coplas, sevillanas, fandangos, bulerías y soleares. Todo suave, coreadas a veces, escuchadas en un silencio de chapoteos y afanes. Las manos, ya blanquecinas del trabajo en el agua vuelan una y otra vez al pañuelo que cubre el pecho para secarse un poco antes de limpiarse el rostro salpicado. Y siempre la risa, el trabajo es duro, pero hay felicidad y se disfruta la compañía.

-          Y tu de ande viene?
-          Yo soy de Casariche

Y lo dice Antonia con una entonación serrana que te llega al corazón, suave, sedosa, de marcadas eses.

-          Yo soy de Graná, de un pueblo chiquitiyo de allí cerca.
-      Yo tengo a mi mario en la cuadrilla, y si no para de mira pacá le van a desi argo, que seloso eh er joio..

   Y al decir esto no puede evitar una chispa en la mirada que la hace mas mujer, sin explicación racional que valga, porque el ser mujer como el ser hombre no entra en lo racional ni con calzador. Eso lo sabiamos entonces, lo sentiamos, porque saber, saber nunca se sabe ni se dice. Hoy hay que pedir cita para el sicologo, si tienes suerte y el juez no te ha mandao al penal de zorras con cojones. Eppur si muove (1) ... peazo de tia, cacho de hombre.

El capataz se ha marchado a otra parte de la finca y el manijero da de mano para el bocadillo. Salen del campo y se sientan en los almorrones y en el camino. Se abren las talegas y se sacan las fiambreras de aluminio, las botellas forradas de nea para mantener fresquita el agua. Tenedores y cucharas de palo. Se come entre risas y más charla.

El chanca ha llegado con su bicicleta. En un par de serones lleva 2 grandes garrafas, una con agua, con manzanilla pasada la otra. Es un vino fuerte, de mas de 15 grados, como la que ponen en la cantina de Becerra, la casa de borrachos que dirá Alvarito años mas tarde. Los plantaores se van a beber al menos dos garrafas como esta cada día. Apenas se achispan, el trabajo es tan duro que todo se suda. Aunque siempre hay alguno que bebe menos hay otro que bebe mas, el vino nunca se desperdicia… No faltan los comentarios:

-          Jaaaay, joio, como le dah ar trinqui…!
-          Curritooo, que te gusta mah er vino que a un bubiyo un bishooo…

Al agua de nuevo. El sol pica a finales de Mayo. Las mujeres agitan a veces sus sombreros como si fueran abanicos. Una ligera brisa se alza y un cante suave le sigue, agradecidos todos por el fresco que alivia la calor.

Llega el mediodía. Se para durante una hora. Algunos niños se acercan con más comida para las mujeres de la plantera, para los hombres. El chanca trae, para la cuadrilla, una garrafa de vino y una gran olla de garbanzos y pringá, que ha estado cociendo desde las ocho de la mañana. Nadie en el mundo lo hace mejor que Remedios, la de Olvera, la mujer del capataz. Se acercan los hombres con la fiambrera y la llenan del oloroso potaje. Un buen vaso de vino. Se abren las albaceteñas que sirven para todo. Los de la zona, como el ‘Patillas’, o Antonio el ‘Barbero’ comen en silencio, masticando lentamente y con la mirada en algo que está mas allá del cielo o del horizonte. Los otros charlan tras el primer arrimo a la pitanza.

-          Yo me voy cuando termine la planta. Tengo a mi padre ya mu viejo en el pueblo, y es menester que esté allí pa llevá el huertiyo y aprovechá el verano.
-          A mi me quea un mé po lo meno. Me voy a queda pa la replanta, y si se puede tambié jaré la escarda. Ya veremo lo que dice er capatah…

Las voces son huecas, salen de la garganta, con gravedad. No es la voz de la broma, la del tajo en plena faena. Es la voz de la seriedad ante la vida, de la dignidad, de lo que uno quiere o tiene que hacer. O del deseo..

-          Po yo ehtoy deseando darme un arrimo a Seviya cuando acabe la planta. Hay una mushasha en la Alamea que me tiene enganao. Y no eh la primera veh que la buhco..

El Patillas es tan serio que aun diciendo esto parece que fuera  más a perpetrar un deber que a buscarse un alivio. Pero deja salir un tonillo orgulloso que lo hace más normal. 

Adentro de nuevo. El aire encalmado y caliente. La humedad levanta vaharadas de sofoco. Pesa la comida y el vino confunde las sombras con los reflejos temblorosos del agua agitada.  La tarde es pesada, pero cuando la sombras se hacen alargadas se alza la brisa de poniente y las últimas horas vuelan. Todo el cuerpo es como una máquina que repite incansable el movimiento. Agacharse, plantar, coger el piquete, agacharse, plantar… 

El sol besa el horizonte. La cuadrilla se marcha.

(1) La frase atribuida a Galileo, ha sido utilizada con mucha frecuencia por gentuzilla desinformada y maliciosa, un tipo de personaje escupible y abundante, normalmente, en la orilla anti-todo de cualquier rio . Un magnifico articulo publicado en Investigación y Ciencia en 2008 revelaba que el altercado con la Iglesia no tuvo como motivo el heliocentrismo (Copernico ya publicó su teoria al respecto bastantes años antes, si bien los paletos anti ecclesia actuales se quedan en esto, y de aquí pasan a la hoguera, supongo que la de la barbacoa que se montó Galileo para celebrar su castigo, dan pena esos mocos mentales) sino el descubrimiento de los satelites de Jupiter y la ruptura que suponia esto con el modelo de Ptolomeo - Aristoteles (el divino orden de las esferas), además del incumplimiento de una promesa hecha al papa Urbano VIII acerca de la publicación de sus teorias. Afortunadamente este articulo de Wiki lo deja claro: http://es.wikipedia.org/wiki/Eppur_si_muove . A veces en Cotos durante la siega, en los secaderos coincidiamos hasta 5 tractoristas licenciados Universitarios. En Cotos tambien entra Galileo.

Lectores del blog.

Tabla de lecturas por paises (desde la apertura del blog  12/02/12 )


PAIS LECTURAS %
España 273 76,7%
Alemania 33 9,3%
Estados Unidos 21 5,9%
Rusia 13 3,7%
Argentina 5 1,4%
Colombia 4 1,1%
Corea del Sur 4 1,1%
Francia 1 0,3%
Reino Unido 1 0,3%
Filipinas 1 0,3%
























viernes, 23 de marzo de 2012

Historias de Cotos - La temporada (I)

LA TEMPORADA

'La vida son esas cosas que te pasan cuando no estas haciendo algo importante'

(Dedicado a los lectores de fuera de España, en especial a los fieles seguidores alemanes y rusos. Me gustaría conocerlos.)

La llegada

-      Aaamaaa, un camiooon de orberiscooooo!!!!

Pastori, la hija de Joselito el albañil, rompía la quietud de la joven tarde con su clásico grito anunciando la llegada de un grupo de temporeros en la viajera de la tarde. Dado que muchos venían de Olvera, el termino ‘orberiscos’ los designaba a todos. En Cotos, claro.

-      Niña, cuantah vese  te disho que no griteh tantooo!!!

La madre, como muchas otras veces negoció a gritos con su hija un poco de discreción. Tampoco se iba a discutir mucho al respecto,  ya era hora de entrar al colegio de nuevo. Cuatro de la tarde, mediados de Abril de 1964, Cotos Regables del Guadalquivir. 

Por la curva de la cantina de Becerra aparece la viajera, sonando como un somier de recién casados, soplan los frenos, retiembla la chapa, se abate sobre el campo colindante la densa estela de polvo, el autobús que regresa de Sevilla. Es de color ‘barsa’ desteñido, polvoriento. Aun es de los de morro prominente, con correas de cuero y hebillas para cerrar las tapas laterales del motor. Su parte trasera, con esa fea forma redondeada que recuerda a los barrocos coches fúnebres de los años 40, tiene en el lateral derecho una marinera escala que sirve para llegar a la inmensa baca que ocupa todo el techo del autobús. 

Nicolás Zapata, propietario de la Empresa Carvajal, y conductor del autobús de la empresa, se ha bajado del mismo y anima a la gente a darse prisa en bajar y llevarse sus bultos, que él tiene que dar un  porte a Coria con su furgoneta. Su suegro, Salvador ‘Sarvaó er Quebrao’, lo saluda desde lejos asomado a la esquina de su casa, lindera con la de Juan José el herrero. Salvador siempre anda como en una medio reverencia y es que lo del Quebrao no es broma, y las múltiples hernias le hacen caminar algo encorvado y estar todo el tiempo pendiente de posturas, toses y estornudos, por no hablar del  ‘cuidaito que hay que tene ar dá de cuerpo.. que fatiguita..’ . Ya que está allí se dejará caer por el bar del Maja y se tomará un cafelito. Nicolás le hace un gesto distraído, él ya está con la cabeza en lo de Coria. Es de mediana edad, treinta y pocos, activo, emprendedor y aficionado a gastar bromas pesadas a su mujer, Joaquina:

-      Vengaaa, miarma, que no vamo a está toa la tarde pa esto.

Miguel, su mujer Encarna y su niño Luis, cada uno con los bultos y petates que podían cargar miran con curiosidad y cansancio el  entorno extraño, el raro poblado que era Er Coto, como se le conocía entre los pobladores y eventuales. Por esa época la viajera tenía la parada enfrente de Casa Cachopo, la tienda-bar-cine más grande de allí. Una extensión de tierra apisonada delante del bar, la polvorienta carretera de grava, el canal de desagüe y al otro lado El Tren Parao, la que iba a ser su vivienda en los próximos 6 meses si las cosas iban bien. La temporada del arroz era larga y aunque en ese tiempo había uno o dos meses de poco trabajo merecía la pena aguantar, porque podían trabajar los dos y quizás ‘hasta er chiquiyo podría jasse argo…’ y llevarse un dinerito para el pueblo y aguantar la invernada en la que no habría mas que unas pocas peonadas para él, aparte de la recogida de la aceituna.

-      Vaya usté y pregunte por Márquez, el listero, que es el encargao de la yave. Ya le dirá aonde le toca. Las mejore caza zon las der lao del caná, que hase meno caló en verano y yega mejó el fresco por la noshe.

Dando las gracias Miguel y Encarna  echan a andar precedidos por Luis, que ha visto como unos niños hacen fila entrando en la escuela. Se vuelve hacia sus padres y no dice nada. 

-      Nos tenemo que enterá de lo que hay que hasé pa que el Luis vaya a la escuela y no pierda el año, que lo lleva bien el chiquiyo.

Miguel asiente y caminan hacia las viviendas. Luis, rezagado, mira hacia los últimos niños que entran en el cole. Corre un poco y alcanza a sus padres.

El listero.

Márquez es un hombre de poca estatura, rubiasco, de ojos claros y prematuramente calvo, Cuando habla suele tener una media sonrisa constante y baja los ojos lo que le da un toque de timidez y afabilidad. Es extremeño y su hablar es suave, también lo son sus modales. Tiene el raro cargo de Listero, literalmente el que pasa lista, en la compañía propietaria de la mitad de los terrenos de Cotos. Tiene las llaves de todas las viviendas de esta empresa y no para en todo el día de uno a otro lado. Todos lo tratan con familiaridad y un poco en broma, pero no por su aspecto: se sabe que ha cruzado el rio a nado mas de una vez para llevar encargos con urgencia y el Guadalquivir ha matado a mucha gente, es ancho y su corriente es cansadora. El motivo de las risas y bromas es que la empresa no para de darle mas responsabilidad cada vez que él pide un aumento de sueldo

-    ¿Queee, Marquee? Otra yave má, nooo? Valiente suerdo que te gana, joiooo…..

El hace su trabajo y tiene paciencia

-          Sos quedáis en esta vivienda, que no es de las mas calurosas. Pa lo de la escuela lo mejo es que hablei con la señora y ella lo arregla con la maestra. Vive en la casa del medio del grupo en el que está la escuela. Tira payá y pregúntale a cualquiera. Tos la conocen. Y después te llega al cortijo y ya te digo donde te ponemo y con qué capataz. Condió.
 
Arranca la pequeña Guzzi y se aleja a poca velocidad entre el petardeo acompasado y algo asmático del motorcito. A los chavales les encanta que vaya tan despacio, todos pueden adelantarlo con sus bicis.

La señora.

La noche ha sido fresca en el tren parado, no será la norma en los próximos meses, pero se agradece y el cansancio del viaje ha quedado atrás. Encarna pone un anafre de desconchada porcelana blanca (hierro esmaltado) en el pequeño infiernillo de petróleo para hacer un café ligerito y ya tiene media telera abierta, que huele riquísimo a pan recién hecho, del horno de Juan José el Panaero, que es de La Puebla del Río, para hacer la tostá con buen aceite áspero de Coripe y unos salvajes ajos serranos. La vecina ya le ha dicho donde están las tiendas, la de Cachopo, la de Joaquina y el Economato, con alguno de los mozos cambiantes, Juan Antonio o Mateos, ‘...en er Colomato tienen er mejó bacalao y er tocino también lo despashan mu bien’. Comprará un poco en cada sitio y ya irá viendo. 

Miguel le dice a Encarna que se llegue ella a ver a la señora, que siendo entre mujeres se entenderán mejor.

Por el sendero de grava llega hasta el grupo de casas . La escuela es la primera, la mas cercana a la carretera. Despues viene la de la maestra, con un pequeño deposito de agua en la puerta. A continuación la de Demetrio y Dolores. La casa de la señora, la que está en medio del grupo tiene un pequeño aljibe al lado de la puerta de entrada, coronado por un depósito cilíndrico relleno de arena, que filtra el agua que viene del canalón del tejado. En el lado más cercano a la puerta una vieja bomba de vaivén, para sacar el agua del aljibe, pone una nota de tecnología decadente: nunca funcionó bien, ya no funciona siquiera, y la capa de cal recibida en varios generosos encalados, solo acentúa esa impresión de olvido de su función primera. La mitad del frente de la casa tiene una ancha acera de cemento que en verano se verá acogedora y fresca con el cañizo de un sombrajo en voladizo. Acera y sombra, todo un lujo en el polvoriento y caluroso verano de Cotos. Al otro lado de la puerta, pintada en un vivo verde hierba, tapando en parte la baja ventana del comedor, hay un albaricoque que sembró Javier varios años antes, rodeado de geranios de olor que perfuman con notas cítricas el aire del lugar. 

-          ¿Se puede?
-          Pase usted, que estoy aquí en la cocina con las habas. Me llamo Rosario, y usted?

La recibe una mujer de su estatura, de pelo castaño rojizo, ligeramente ondulado, de boca bien perfilada, unas gafas de muchas dioptrías, con una gran sonrisa y las manos secándose en el limpio delantal de pequeños cuadros verdes. 

-        Encarna, para servirle. Venia pa ve si podemo mete al chiquiyo en la escuela, que es mu buen estudiante y no queremo que pierda el año.
-    Hace usted muy bien. Ojala todas las madres pensaran como usted. Yo hablaré luego con Manolita la maestra y mañana mismo a las 9 puede ir el nene al colegio ¿cómo se llama? ¿que edad tiene?
-          Luis, señora, 10 año.
-         Como mi hijo Javier. Yo se lo diré para que lo presente a los otros chavales y se sienta mejor.  Se va a llevar usted una bolsa de habas que están riquísimas, antes de que se pongan pochas.
-          No se moleste usted.
-          Ande, ande, que no es molestia, si están aquí para eso.
-          Condió señora y mucha gracia.

La mañana alumbra un inmenso lago de plata, el agua tersa de los campos inundados. Miles de islitas, los terrones que sobresalen todavía, sugieren una fantástica Micronesia de Gulliver. El aire huele a agua y rica fritura de calentitos, el fogón tempranero de la madre de Rafael el churrero.

Estos, su familia y él son de Badolatosa, pasan largas temporadas en Cotos. Tienen cedido uno de los cuartitos del Tren Parado que usan como puesto de calentitos, que allí es la forma mas común de referirse a los churros. Ella es mujer bajita, rellena, morena y no demasiado habladora, muy diferente a su hijo Rafael, que charla por los codos en un estilo desafiante aunque poco agresivo. Esta todo el dia con el ‘que te pone que yo hago eso mejo que tu’, ‘que te pone que yo como ma que tu’, ‘que te pone que yo arrio una pedrá ma lejo que tu’, y asi entre desafíos consume jornada tras jornada sin llegar nunca a las manos. En el peculiar lenguaje de Cotos, en realidad una fusion lingüistica que ya se verá anticipa lo que luego popularizó 'Chiquito de la Calzada' gracias a Demetrio y otros residentes, 'que te pones' quiere decir 'que te apuestas'.





ESCUELA.

Se llena la escuela de gritos, sudores,
rumor de pies.
Empujón de maletas, entramos en dos filas.

Los cuadernos, en vuelo de mariposas,
muestran los repintados dibujos,
los renglones corregidos,
irremediablemente torcidos de Dios.

 Afuera se siente cálido el aire,
lleno de tierra, del agua que todo lo ocupa.
Los charranes gritan como niños
siguiendo la estela del tractor,
viejo barco de paletas para siempre encallado
en este efímero lago que nos llama y alimenta.
Llamadas de los pájaros,
picados sobre el agua que quiere ser espejo,
vieja foto en sepia de estos chillones viajeros.

No queremos estar en la escuela.
Nos llaman las aguas que suben,
la tierra que se desmorona perezosa y llena,
el fresco barro resbala entre los dedos,
y dorando la plata, la blanca piel del gris invierno,
el sol creciente.

Para algunos, nada queda.
La vida al día borra el lento calar
del alma insistente del maestro.
Voz repetida, palabras inolvidables por repetidas.
 
Mañana lo olvidaremos todo,
olvidaremos todos.
Tan sólo el nombre del maestro,
como un petroglifo, permanecerá
tallado, incólume
en un joven resalte de nuestra memoria,
al lado de alguna oración
que tampoco olvidaremos.

Corre la mañana, y el recreo libera
el enjambre de hormigas aladas.
De las palabras, del silencio, al ardor del juego.
Eliges compañero,
buscas las cañas, caballos indómitos,
armas inagotables que nunca fallan,
que nunca matan.
Gran compañero el que acepta morir
para que tú seas el héroe.
Buscar, correr, jugar a ocultarse.

Adiós al enjambre.
De nuevo las filas, las bancas  que crujen,
y otra vez la voz
que dicta, que amansa.

Mañana las aguas colmarán
los grises campos inundados,
y fluirá por los verdosos tubos y piqueras,
cascadas  imposibles de este mundo plano.

Memoria del desarraigo - 1894 Doña Celsa

                                                 1.894

       Pasado el puente de la Isla,  se encontró con una Cañada Real intransitable; a una laguna continuaba un barrizal  donde la jaca, ya cansada por el largo viaje a paso vivo desde Sevilla,  hundía las patas hasta las corvas resoplando y jadeando penosamente.  Y luego aquella lluvia continua, pertinaz y tan tardía. “Este año el ganado tendrá pasto todo el verano” –pensó Juan de Mar. Las nubes enormes pasaban rápidas sobre el llano dejando de vez en cuando ventanos por donde asomaba una clara luna  llena sin dejar de llover.   Calado hasta los huesos, con el negro capote al viento de la noche, tenía el aspecto fantasmal de una parca  anunciadora de la muerte. Al llegar al chozo del fiel en Casa Alta  abrió a patadas  el cancelón sin descabalgar; ladraban los perros enloquecidos,  y ya era una sombra lejana  cuando Curro el Fiel  apareció en el portillo de la choza, todo calzones, enseñando sus patitas de espulgabuey y levantando un farol de aceite: 

“cagoenlaleshequemamaoyentolosmuertosdaquercabronasohijolagranputaquemadespertaosindesirmenisiquierabuenasnoshes”.  

      Cerró el pesado cancelón y tranquilizó a los perros a voces y blasfemias regresando a la choza empapado y tiritando. 

      Manoli la Coriana lo fue a buscar al lupanar de la Alameda con la fea cara descompuesta esgrimiendo un telegrama. Se quitó las dos furcias de encima  y palideció cuando el maricón le explicó lo que decía aquel papel que no entendía y que sujetaba entre los dedos temblorosos. Llegaron corriendo hasta la casa de la calle de la Muela bajo una lluvia intensa, ensilló la jaca y buscó el Puente de Triana cuando los vencejos cazaban los primeros insectos del atardecer y midiendo las fuerzas del poderoso animal y para que soportara el viaje lo fue animando con palabras y gestos mientras se tragó unas lágrimas que incontenibles le pinchaban en los ojos.

       Cuando al fin llegó a la Veta de Senda, abrió también sin descabalgar la cancela de alambres del cerrado de La Abundancia  enfilando el camino menos embarrado del cortijo.  Algunas cogujadas se espantaron bajo las pisadas de la jaca y levantaron el vuelo empapadas y los mastines amarrados en las puertas del caserío comenzaron a ladrar roncos, terribles, coreados por los bulldogs de las perreras de los toriles. En el patio del cortijo los galgos y los podencos del Espartero  ululaban  siniestros.

      Ya hacía rato que Feliciano se despertó y despabiló al zagal dormilón. Su fino instinto le dijo que la noche iba a ser complicada desde que oyó los primeros ladridos en  los hatos lejanos por donde Juan pasaba y los mugidos descompuestos de las dos corridas del apartadero.  Cuando  el jinete atravesó el arco de entrada al patio Feliciano estaba unciendo un par de bueyes y apretaba las cuerdas  que sujetaban el yugo a los cuernos amortiguadas por los frontiles.  Cogió las riendas que Juan le entregó a toda prisa  para dirigirse a la puerta de la casa principal; desensilló la jaca demandando del zagal una  vieja manta mojada ya prevista. El animal enfebrecido y cansado, tenía la marca de la silla en la grupa, con una inflamación de más de un dedo de grosor, y al sentir la manta mojada y fría  sobre la hinchazón resopló aliviado y se dejó conducir mansamente al cobijo de la cuadra. La  carreta entoldada  de la señora  tirada por un par de bueyes era la mejor manera de llegar al puente de la Isla con tanta agua y tanto barro. Allí la esperaría la carretela de la casa de Sevilla.



     Esta vez Juan no pudo retener las lágrimas cuando se plantó ante Doña Celsa  que no hizo pregunta alguna. A los ojos de aquella admirable mujer no asomó ni una lágrima,  pero en sus pupilas se percibía  el reflejo de un afilado acero que a cuchilladas le estaba partiendo el alma. Montó en la carreta  y se sentó  detrás de la criada que acurrucaba a una pequeña llorosa y adormilada. Bajo  la lluvia incesante, Feliciano, delante de los bueyes, conducía la yunta con la aguijada sobre el yugo y Juan de Mar, sobre otra jaca, dejaba en el arco del patio cortijero  a los tres pastores silenciosos y a un zagal que lloraba, sin saber porqué, abrazado a los galgos del Espartero.   

     Una fortaleza trabajada durante años impedía a Doña Celsa desmoronarse  bajo el cuidado y vistoso entoldado de la carreta oyendo el repiqueteo de la lluvia, atravesando aquel cerrado por el que tanto estaba peleando ella sola,  pensando en los momentos felices del pasado invierno, cuando su Manuel  se recuperaba de tantas cornadas y empellones, corriendo liebres con los galgos por las vetas de la Isla. Recordaba el herradero del mes de octubre,  minuciosamente preparado;  ya sus toros de  pelaje variopinto se empezaban a conocer como  los de la Viuda y los demandaban, como antaño, todas las plazas importantes. En medio de aquella lucha siempre había estado su Manuel, con aquella limpieza moral de hombre de bien, que agigantaba su menuda y endeble figura rematada por una cabeza hermosa donde lucían dos grandes ojos tan negros como su pelo revuelto y brillante. Recordaba su mirada dulce y risueña con dos llamitas de férrea voluntad y de decisión temeraria y tranquila, acentuada por las mandíbulas fuertes y un mentón   partido. Recordaba, sin una lágrima todavía, aquella hermosa cabeza que tantas veces estrujó contra su pecho el pasado enero, tan frío y tan seco;  tras los cristales de la alcoba, a la luz de una luna enorme  y al calor de una chimenea, contemplaron cómo brillaba la escarcha sobre los almajos quemando la hierba, más allá del pequeño jardín y del apartadero. Recordaba su boca grande y sus labios jugosos y ávidos, que tantas veces había besado en las largas noches de aquél invierno  en las que se sintió amada, deseada y poseída por aquél hombre, que podía ser su hijo. Recordaba aquella tarde apacible de principios de febrero cuando fueron en barca hasta la próxima Ermita de Ntra. Sra. de Guía, más allá de las lindes del cerrado, por el Puntal de Maquique y pasada la Veta de la Mora . El viejo santero sorprendido les abrió las puertas desvencijadas de la Ermita, casi una ruina, donde brillaba una  perpetua llamita en una lamparilla de azofar  que colgaba del techo. La menuda imagen asomaba su cara apacible y dulce  por un rostrillo sucio y orlado con piedras falsas.  Se postraron ante la imagen  como nunca pudieron hacer antes en Sevilla, porque sus amores eran secretos, aunque los conocía España entera; y allí, sin convencionalismos Manuel tomó la mano de Doña Celsa  y mirando a los negros ojos de la Virgen le pidió en voz baja que nunca, nunca, la separara de aquella mujer y de su pequeña niña; y aquel día sí lloró, de amor, Doña Celsa.

      Al llegar a la  curva del Rincón de los Lirios había escampado. Clareaba un día limpio, sin una sola nube y una ligera brisa del noreste fría y seca purificaba el aire de la marisma. A levante, muy lejos, emergiendo sobre unas ligeras brumas bajas y también lejanas, el incendio del sol naciente  arrancó destellos brillantísimos a las cimas imponentes y blanquecinas de la sierra de Grazalema y todos los cabezos de Morón, Lebrija, San Juan y Gibalbin se asomaron azules a la gran llanura. Comenzaba un día risueño de principios  del verano; cigüeñas madrugadoras se afanaban en los lucios bajos para llevar comida a su  prole hambrienta; multitud de garcetas moteaban de blanco el verdor de la hierba y se duplicaban en los espejos del agua pura de  lluvia; en los Llanos de la Barca las gangas levantaron el vuelo asustadas llenando el aire de gritos agudos y reflejos dorados; los becerros en la Vuelta del Cojo llamaban a las madres con mugidos adolescentes. Resurgía la vida tras una semana de temporal y la viuda, sentada en el fondo de la carreta, no quería ver el sol, no quería ver la carretela que la esperaba en El Gamonal, junto a la Venta del Cruce, y que la llevaría a Sevilla en pocas horas. Quería seguir en la marisma, junto a su ganado por el que tanto había luchado. Recordaba su felicidad y la cara satisfecha y admirada de su Manuel, cuando aquella tarde del mes de septiembre, no hacía siquiera cuatro años, pagó la hipoteca vencida en el Monte de Piedad que le permitía acceder a la propiedad de la ganadería, limpiando de impurezas  la herencia que Don Fernando de la Concha y Sierra dejó a sus hijos.     

      Nadie supo cómo la noticia corrió tan rápida por la marisma. Los vaqueros y caballistas que hacían parada matutina en la venta formaron un piquete  al descender la viuda de la carreta. Descabalgados, gorras y sombreros en la mano, miraban a la mujer con lágrimas en los ojos; el silencio más absoluto sólo se alteraba por el chirrido de alguna golondrina indiferente y el resoplar de alguna jaca. Cuando los ojos de la viuda se cruzaron con los de Pedro el Tiznao,  que dejaba correr las lágrimas por sus mejillas de cuero viejo, le acudió el recuerdo de aquella mañana en que vio a Manuel por primera vez: Un adolescente menudo, con cara de niño, irradiaba un aplomo gracioso mezclado   con una simpatía cómplice, buscando el perdón para él y sus otros dos compañeros de fatigas. Al fin y al cabo sólo habían apartado una vaca a la luz de la luna y le estaban dando cuatro mantazos cuando los sorprendió el Tiznao. Don Fernando tuvo que reír con las ocurrencias de aquel chaval,  que acabó preguntando confianzudo si no había algo para desayunar él y los compañeros.  Luego los sobresaltos, los recados de Manoli la Coriana a casa de Don Antonio Miura  para que intercediera y soltaran a Manoliyo preso en la cárcel del Pópulo por apartar ganado para torear en la Dehesa de Tablada. Las cornadas, las heridas y aquellas crónicas que le ponían los pelos de punta. Cuando murió Don Fernando, aquél muchacho valiente y tierno era el único apoyo varonil que le quedaba y fue tan dulce abandonarse a sus demandas apasionadas que nunca, nunca, sintió el menor atisbo de arrepentimiento; sus amores eran suyos frente al mundo, ella era una mujer madura y suficiente que aprovechaba los últimos años de esplendor antes de empezar a hacerse vieja. Fue ella la que quiso aquel embarazo y lució orgullosa su preñez.. Recordaba el último verano cuando lo acompañó a Madrid y a Valencia; en la capital, un publico siempre reticente con su Manuel, aplaudió cariñoso cuando le tocó lidiar a un toro de su divisa.  En Valencia compraron medias para ella y calcetines para él en las sederías de la plaza del Mercado, aquel tinglado impresionante lleno de todos los productos del mundo, con un pajarraco metálico enorme en el tejado. Por la tarde se le ocurrió matar recibiendo y acabó con dos cornadas. Con que ternura lo cuidó en el coche cama que los traía a Sevilla.... él se dejaba cuidar como un niño sin hacer el menor comentario de la cogida, sin decir nunca porqué se metía en los terrenos del toro si nadie lo había hecho hasta ahora. Nunca lo entendió, pero aquel era el Espartero , un  tesón y una voluntad temeraria que enardecía al público;  el pundonor sin concesiones; el tirarse a matar con toda su alma sin prever la salida del toro en su embestida y el arte floreado y gracioso de aquel torero que nunca había dejado de ser un chaval de la plaza de la Alfalfa,  hijo de un pequeño comerciante de artículos de esparto.

      Cuando la carretela tirada por dos mulos poderosos inició el viaje a Sevilla,  Doña Celsa sintió que algo se le rompía en lo mas profundo de su ser, que su vida ya no sería la misma,  que ahora sí era de verdad viuda, y por primera vez acudieron a sus ojos lágrimas de desconsuelo que engulló, con digna entereza,  ante las putas de  la Venta de la Negra, asomadas a la puerta con pañuelos de luto.      


Joan de la Creu Fotut y Arrimat a Marche