Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Juan Sintierra - Concha y Sierra

miércoles, 7 de marzo de 2012

Juan Sintierra - Concha y Sierra

 
LA “ABUNDANCIA” DE CONCHA Y SIERRA
Formación de un fundo ganadero bravo

Para Álvaro Grau Lobato

- I -
        Poco han investigado los autores taurinos respecto a la formación de los fundos ganaderos y su funcionamiento; aunque no sabemos la importancia que ello pueda tener.  La elección  de “Concha y Sierra” no es gratuita. Se desarrolló principalmente en la Isla Mayor; es una ganadería histórica que milagrosamente pervive tras la peligrosa andadura que inició después de la muerte de la segunda viuda, a mediados de los sesenta del pasado siglo XX, saliendo de su entorno marismeño; conserva todavía (o conservaba)   muchas gotas de sangre frailera  y hoy  asistimos a un resurgimiento, volviendo a ver anunciados sus toros, en manos de la familia García Palacios.

     Apenas sabemos de la biografía del gaditano Don Fernando de la Sierra,  de su vida anterior y posterior a 1822. No se casó; no tuvo descendencia directa. Por las publicaciones de A. M. Bernal (1) sabemos que el apellido “Sierra” y también el apellido “Concha” aparecen con frecuencia en las escrituras de riesgo naval registradas en la Casa de la Contratación gaditana para el comercio de Indias  en el muestreo que el  historiador hace de doce años  elegidos en el periodo 1760-1824. Concretamente un F. Sierra aparece por último, tanto con el carácter de deudor como acreedor, en escrituras de riesgo en 1782. Así mismo F. Sierra aparece como propietario del navío “Angélica”  en las listas para el comercio ultramarino de 1780. Curiosamente pocos años antes aparece J. de Sierra como dueño del barco “Jasón”  inmediatamente después en el orden de lista del barco “San Rafael”, propiedad de la Compañía de Asentamiento de Negros. Grandes capitales del XIX sabemos que se nutrieron fundamentalmente del comercio esclavista.

      En el Cádiz opulento de la segunda mitad del XVIII los comerciantes gaditanos enriquecidos comenzaron a comprar títulos nobiliarios (el marqués de Casa Enrile, enriquecido en el tráfico de esclavos, compra el título en 1778) hábitos de órdenes militares, fomentar pretensiones de vínculos (mayorazgos) y ver el comercio como actividad poco decorosa tal que en Castilla. Ahora bien, como señala Bernal, la reconversión no era fácil  por lo que tomaron el camino de las finanzas ya gestado y entrenado en la negociación de los cambios y préstamos marítimos.

      Resulta curioso ver como en los albores de la revolución liberal los comerciantes de Cádiz se dan codazos para alcanzar títulos y prebendas. Allí vemos cómo los factores de las compañías navieras son ennoblecidos y en un totum revolutum nos aparecen los nombres de personajes que tuvieron mucho protagonismo en la Isla Mayor y en las marismas; así, el hijo del sevillano conde de Montelirio no era otro que Alejandro Aguado, el banquero futuro Marqués de las Marismas del Guadalquivir, también estaba por allí haciendo sus negocios Felipe Riera, Marqués de Casa Riera, y la familia Gómez de la Fuente.

      Por tanto, Fernando de la Sierra formaba parte de ese ambiente, que si no sabemos pretendió algún título, si buscaba la propiedad de la tierra como señal de prestigio, actitud más que demostrada en la burguesía emergente, la que hace la “revolución liberal”, en la primera mitad del XIX. La propiedad del latifundio da prestigio social y la crianza de toros bravos también, aunque una y otra fueran escasamente rentables frente a los pingues beneficios del comercio de ultramar. La tierra con la revolución liberal ha entrado en el mercado de capitales. Los financieros del área gaditana deben salir al exterior para expandirse, para invertir, por meras imposiciones geográficas. Estos debieron ser los motivos que empujaron al iniciador de la saga.

      Sierra era un hombre de su tiempo, un financiero informado que vivió –muy joven- los avatares de la guerra con Inglaterra en 1779 y las hostilidades que se prolongaron hasta Trafalgar y sus consecuencias para el comercio gaditano.  Vivió, así mismo, los agitados tiempos de preguerra y el Cádiz sitiado que aprobó la Constitución de 1812.

 

    La mentalidad ilustrada que arranca de los Informes sobre la nunca promulgada Ley Agraria, especialmente de Jovellanos y Olavide, es la que vierten en la Constitución los diputados, que al fin y al cabo, es la misma que informaba el Estatuto de Bayona aprobado por unos diputados, títeres de Napoleón, antes de que su hermano José entrara en España para ocupar el trono. Era la ideología liberal que se estaba abriendo camino mediante una revolución jurídica con dos Decretos, entre otros muchos, fundamentales para nosotros, promulgados en 6 de agosto de 1811 y 8 de junio de 1813. En ellos se abolían los señoríos de todo orden, incluidos, naturalmente, los concejiles, y se protegía la propiedad privada liberándola de cualquier atadura de privilegio. Todavía estamos lejos de las grandes reformas que llevaron a la desamortización de bienes eclesiásticos (1836-Mendizábal) y de los municipios (1855-Madoz), pero los bienes vinculados tanto de la nobleza (mayorazgos) y de la Iglesia (capellanías, obras pías, etc.) quedan libres, quedando también abolidos los derechos señoriales, convirtiendo la nobleza en propiedad privada muchos predios solariegos y otros que antes disfrutaban en régimen señorial, a veces tras largos procesos judiciales.

      El proceso privatizador de la Isla Mayor está perfectamente estudiado por J. González Arteaga (2) y M. Rodríguez Cárdenas (3) y constituiría una reiteración inútil volver a su análisis, Por ello, sólo destacaremos algunos aspectos del mismo que nos resultan ahora necesarios, evitando la larga serie de intentos privatizadores y personajes interesados. Partiremos de un informe que en 1813 elabora el Ayuntamiento, con sus arcas vacías, muy endeudado tras el periodo de ocupación francesa. Un detalle importante del informe lo destaca Rodríguez Cárdenas al decirnos que las mejores tierras estaban en poder de órdenes religiosas. Efectivamente, en un trabajo, recientemente publicado (4), ya expusimos cómo las órdenes religiosas (cartujos, jerónimos, dominicos, agustinos, jesuitas...) disfrutaban en el siglo XVIII de forma casi exclusiva los mejores paciles junto a los ríos que conformaban las Islas Mayor y Menor, así como las mejores vetas interiores; siendo éstos lugares importantes, aunque no únicos, por supuesto,  donde se seleccionó el toro bravo que ha dado origen al actual, mezclando muchísimas sangres procedentes de la recaudación diezmal.

      El motivo de la  fijación de los distintos peticionarios de tierras en los extraordinarios terrenos ganaderos que se situaban a la derecha de la entrada de la Isla parece deberse a que estaban “libres”; los monjes jerónimos de San Isidoro del Campo –los isidros de Santiponce, cuyos ganados pastaban en estos terrenos desde su fundación, extendiéndose después a Los Jerónimos- habían abandonado la Isla tras la ocupación francesa del reino de Sevilla, como se expresa en otro informe del Ayuntamiento de 1818; los jesuitas expulsados por Carlos III (1776) tuvieron un sucesor en el duque de Alba, cuya Casa está pasando apuros económicos por estas fechas, como veremos, y posiblemente ya no tenga ganado allí ; el territorio, además de feraz y bien situado se encuentra preparado para la cría del ganado, organizado y funcionando una ermita, la de San Isidro en su extremo suroccidental,  con su entorno poblado y enfrente, en la otra orilla del Brazo de la Torre, el poblamiento en torno a la misma Torre de Benamajón; recorrido a todo lo largo de su linde nororiental por la Cañada Real  y al noroeste el complejo portuario de las Nueve Suertes con la confluencia de cañadas, veredas y cordeles de comunicación con los territorios ganaderos del Guadiamar a la espalda del Aljarafe y al sureste del antiguo reino de Niebla.  Un regalo apetecido por la nueva burguesía que dominaba el Ayuntamiento sevillano, más absoluta que el rey o más liberal que Riego, según soplaran los vientos, y que, posiblemente, abrigara la esperanza de emular y codearse con los rancios linajes  que dominaron la vida de la Baja Andalucía en los años del Antiguo Régimen que agonizaba, pero que ellos conocieron perfectamente e, incluso, a través de la posesión de la tierra alcanzar algún titulillo raro, para lucir la corona en la camisa y estamparlo en las tarjetas de visita. 
            
      Si es verdad que muchos arribistas, antes del regreso del rey y luego en pleno absolutismo restaurado (1814-1820) pretendieron hacerse de las dehesas que disfrutaron las órdenes religiosas en la Isla Mayor, nadie pide formalmente las tierras que disfrutaban los cartujos de Santa María de las Cuevas, concretamente el Hato de Cartuja que, volvemos a insistir, formaba parte de los bienes de propios (en realidad comunales de los vecinos de Sevilla y de las siete villas comuneras, entre ellas La Puebla y Coria) del Ayuntamiento hispalense a diferencia de La Dehesilla en La Puebla que era propiedad del monasterio. Ello se debe al regreso de los monjes en 13 de septiembre de 1812 tras un mes escaso de la liberación de Sevilla por el general Juan de la Cruz Mourgeón.  Las leyes de exclaustración promulgadas por José I no habían sido revocadas por las Cortes de Cádiz, por lo que tras unos meses en el oratorio de San Felipe Neri, con un permiso especial del Gobernador de las Armas de Sevilla regresan a Santa María de las Cuevas, y en poco tiempo remendaron el monasterio de los destrozos de la guerra, recuperaron santos, ornamentos y obras de arte (algunas, las demás se las llevó el mangante del general Soultz)y, según nos dice Antequera Luengo (5), rehabilitaron y pusieron en producción su hacienda en los años de absolutismo subsiguientes. Es fácil suponer que recuperarían parte de la ganadería que dejaron en 1810 en el Hato de Cartuja y en La Dehesilla a pesar de los expolios franceses y de la hambruna generalizada que acompañó a la ocupación. Ya en otro trabajo contamos su paso por La Dehesilla de La Puebla camino del exilio montados en los caballos padres quedando su simiente en Portugal. 

      En este punto es necesario hacer un aparte y llamar la atención sobre el hecho de que los cartujos, que llegaron a La Puebla  a mediados del siglo XVII, en poco más de cincuenta años, tenían arrendadas prácticamente a perpetuidad todas las dehesas comunales del Concejo de la villa, salvo la Dehesa de Abajo. El Concejo debía arrendar a los monjes dichas dehesas para atender, sobre todo, el pago de tributos de todas clases que pesaban sobre la villa. Hasta tal punto este hecho era notorio que en las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada de mitad del siglo XVIII, los representantes de La Puebla manifiestan que en los ingresos de propios de la villa entraban anualmente 5.000 reales que es lo que abonaban los cartujos por todas las dehesas comunales que aprovechaban en exclusividad. Aunque no hay tados que lo confirmen con exactitud, parece ser que la Cartuja entró en la Isla Mayor a mediados del XVII, por el hecho de ser vecinos de Sevilla, vecindad otorgada en 1402, y que desde entonces habían iniciado el aprovechamiento y explotación del Hato de Cartuja, cuyo terreno, insistimos, no era suyo, sino comunal.     
     
      Cuando Fernando de la Sierra se interesa por el hato, nos encontramos, con un hato en funcionamiento con, al menos, otra dehesa en la Veta de la Palma con su apartadero, cuando  llegamos al 1 de enero de 1820 y aquí, muy cerca, en Las Cabezas de San Juan, el general Riego rebela las tropas que iban a embarcar en Cádiz rumbo a la guerra colonial y proclama, restaurando, la Constitución de 1812.  El rey la jura y se restablecen mediante sendos Decretos de 9 y 13 de abril siguientes los Decretos ya citados  de 6 de agosto de 1811 y 8 de junio de 1813.  Pero además, se reponen los Decretos de exclaustración ordenándose el cierre de todo convento que no tuviera un mínimo de veinticinco moradores. Al no alcanzarse el número en Sevilla, sus monjes viajan al monasterio de El Paular, quedando tres o cuatro en Las Cuevas que son desalojados en 1821 tras una revuelta anticlerical del populacho. Sus bienes, su extenso patrimonio inmobiliario, se subasta entre 1821 y 1822. El Hato de Cartuja, que contenía, no lo olvidemos, su ganado y su organización (rabadán, conocedor, pastores, cercados, gavias, apartaderos etc.), no se subasta, sus terrenos son de los Propios o del Común del Ayuntamiento hispalense y no propiedad de los cartujos aunque durante siglos lo hayan disfrutado como de su propiedad, al igual que los jerónimos.      

      La burguesía sevillana o del entorno de Sevilla, sabe dónde los frailes criaban su prestigioso ganado, cómo los ganaderos más notables de los cincuenta años anteriores se proveyeron de vacas y sementales de procedencia frailera. También sabe que una buena parte de la extensísima vacada y torada  de José Vicente Vázquez, en el cenit de su fama, pasta por tierras marismeñas e isleñas. Sabe que para criar toros bravos necesita buenas extensiones de pastos. Como dice González Arteaga, “ de ello parece que son conscientes los grande propietarios sevillanos que siguen en su afán de hacerse con tierras en las islas, más que con intención de ponerlas en cultivo, con la idea de hacerse con unas buenas fanegas de tierra a poco precio.”
   
     A Don Fernando de la Sierra no se le escapa la ocasión cuando en 1820 se restaura el régimen que surgió en el Cádiz de 1812: El Ayuntamiento Constitucional sabiendo que no puede mantener la situación por más tiempo -máxime cuando la Isla Menor es propiedad privada en su totalidad, casi toda ella en manos de la Compañía de Navegación del Guadalquivir desde 1815-  ya que los derechos señoriales del Municipio estaban suprimidos y por ende los derechos de pasturaje de las villas comuneras, el Ayuntamiento, creemos que a pesar suyo, es el dueño absoluto de la Isla Mayor. Ello unido a la penuria económica  le lleva a deslindar 3.000 aranzadas en 30 suertes de 100 aranzadas cada una y en dos lotes, el primero de 16 suertes en los terrenos de la Vuelta del Cojo y Poco Abrigo junto al Brazo de la Torre, tan apetecidos y tan solicitados, antiguas dehesas fraileras de los isidros y de los jesuitas del Colegio de San Hermenegildo; las 14 suertes restantes en lo que fue Hato de Cartuja hacia El Puntal de Maquique.  En definitiva, Sierra se da cuenta que de un solo golpe se puede adueñar de las mejores tierras fraileras de la Isla Mayor.

       El pronunciamiento de Riego en las Cabezas de San Juan debió sorprender a los cartujos con su hato isleño muy recuperado tras ocho años de haberse reanudado la explotación. Es muy posible que Don Fernando, ojo avizor,  con el poder que da el dinero y sus indudables buenas relaciones con miembros de la burguesía integrantes  del Cabildo hispalense, ya avecindado en Sevilla, entrara en el Hato de Cartuja como ganadero y aprovechara los restos del ganado frailero allí existentes. Poco tiempo después  aprovecha las apreturas  del Ayuntamiento para vestir las tropas constitucionales cuando ya el Duque de Angulema al frente de los Cien Mil Hijos de San Luís preparaba la invasión. De este modo, utilizando las disposiciones de un Decreto de 29 de junio de 1822, que repone el de 1813, que reduce a propiedad particular los terrenos baldíos y de realengo y de propios y arbitrios, y concretamente lo establecido por su artículo 13, solicita y obtiene las treinta suertes en que se habían dividido las mejores tierras de la Isla Mayor. A las diez y seis primeras denomino La Prosperidad y a las catorce restantes La Abundancia.

      ¿Fue un expolio?, en principio existía la base legal. Otra cosa fue la tramitación del expediente; pero no podemos juzgar este hecho con los criterios jurídico-administrativos actuales en cuanto a publicidad, libre concurrencia, transparencia, etc., porque prácticamente no existían en la época. Otra cosa también fue el incumplimiento de los pagos por parte de Don Fernando que demostró el mismo desahogo que los otros expoliadores de la Isla, perfectos representantes de la  inmoralidad pública tanto de la revolución liberal del trienio como de los diez años de absolutismo retrógrado, revanchista y arbitrario que vinieron después. 

       A pesar de los intentos de recuperación posterior por parte del Ayuntamiento, Don Fernando, protegido por el Asistente Arjona, consigue de Fernando VII una Real Orden de 21 de mayo de 1825 confirmatoria de la enajenación y que lo mantiene en la posesión  de un predio Isleño muy grande; lo que nos da idea de los buenos agarraderos que tenía.

      En la escritura que otorga el Ayuntamiento figuraba la obligación de dos pagos en las dos anualidades siguientes quedando, además, las fincas sujetas al pago de un censo anual, obligaciones que incumple en buena medida Fernando de la Sierra por lo que no tiene un título de propiedad liberado de los pagos no cumplidos ni las fincas liberadas del censo, por ello debe hablarse de expolio con toda justicia.  Así, cuando muere sin sucesión lo hereda su sobrino Joaquín de la Concha y Sierra y cuando fallece éste, también sin sucesión directa, lo heredan sus sobrinos Joaquín Pérez de la Concha y Fernando de la Concha y Sierra. Pues bien, el albacea y heredero, Joaquín Pérez de la Concha, al partir la herencia en 1862 tiene que inventarse un título y le exhibe al notario una trascripción del ya indicado Decreto de 1822, que el fedatario transcribe  y a continuación declara cómo se divide el gran fundo marismeño: La Prosperidad para el compareciente y la Abundancia para Don Fernando de la Concha y Sierra, su primo (6).

      ¿Para qué se inventa aquel título? Porque carecía de uno que pudiera inscribirse e intentaba inscribir la indicada manifestación como título de propiedad en la Contaduría de Hipotecas, antecedente inmediato del actual Registro de la Propiedad. Esta inscripción no se despachó por el Contador de Sevilla ni por el de Sanlucar la Mayor, a la sazón Ildefonso Pérez Junquitu, propietario isleño que conocía la historia.  Hubo que esperar bastante tiempo para inmatricular la finca.

       Don Fernando, si bien es verdad que comenzó a realizar las mejoras prometidas y en el plano que levanta Agustín de Laramendi en 1829 de la Isla Mayor (7) aparece un canal recientemente construido que parte por la mitad La Abundancia, con una construcción junto al río para la instalación de bombas de vapor para el  desagüe, y con parte del cortijo ya prácticamente concluido; también es verdad que se   aprecia  una división en cerrados mediante gavias; apenas aparecen cultivos y la disposición de los terrenos se nos antojan los propios de una gran explotación ganadera extensiva –la misma que debieron poseer los cartujos- sólo que mejorada por las instalaciones de desagüe de los lucios interiores. De cualquier modo, a partir de 1825 su sobrino Joaquín de la Concha y Sierra lleva en arriendo tanto La Prosperidad como La Abundancia.

      La afirmación de que Fernando de la Sierra aprovechó los restos de ganado cartujo no podemos basarla más que en deducciones lógicas, pues carecemos de documentación. En esta época, y posteriormente, las fincas se transmitían con todo lo que tenían dentro, ganado incluido, por lo que no aparecían referencias. 

      Es  Don Joaquín, arrendador primero, y heredero después, el que se tiene como fundador oficial de la saga ganadera. De él nos dice Filiberto Mira (8) que adquiere en 1825 y en la misma Isla Mayor unas sesenta cabezas de ganado bravío a Curro Blanco, vecino de Gelves,  en pago de unos arrendamientos y más tarde adquiere otra punta de ganado que pasta en la Isla, frente y junto a sus propiedades, de las conocidas como “Niñas Pérez” de Aznalcollar. Dice Mira que “más tarde aumenta su incipiente torada con ganado de más conocido origen”. Nosotros añadiremos que el ganado de origen desconocido que tenía no era otro que el frailero tanto del Hato de Cartuja como de San Isidro, mezclado después con el adquirido, que sin duda tenía un origen parecido. En fecha no determinada, adquiere de la familia sevillana de origen navarro, Picavea de Lesaca, hembras y machos de raíz “vistahermosa”, que constituyó el núcleo central de su ganadería y que debuta en Madrid en 1850, aunque con anterioridad nos lo encontramos en Sevilla el mes de abril de 1844, repitiendo un año tras otro hasta su muerte en 1861. Esta raíz “vistahermosa,” mezclada con sangre failera, es la que caracterizó la ganadería de Pérez de la Concha, distinta como veremos, de la de Concha y Sierra de raíz “vazqueña”.

      En 1861 fallece sin sucesión directa Don Joaquín de la Concha y Sierra y lo heredan  sus dos sobrinos: el mayor, Joaquín Pérez de la Concha, y un menor de edad que en las particiones realizadas el año siguiente, 1862, está representado por su madre y tutora, Doña Rosalía de la Sierra, que había quedado viuda prematuramente.

      Joaquín Pérez de la Cocha, además de la mitad de las tierras isleñas, es decir, La Prosperidad (Vuelta del Cojo, Vuelta de la Torre, Puntal de San Isidro), hereda la ganadería brava, muy prestigiada entonces y en funcionamiento. Ya trabajaba con su tío en las labores ganaderas y aparece, sin solución de continuidad, en los carteles de la Real Maestranza (9) como ganadero desde el año siguiente, advirtiendo en ese primer año su procedencia. A partir de aquí, y después con sus herederos, especialmente Tomás Pérez de la Concha, esta ganadería contribuyó notablemente a la brillantez de la fiesta en la llamada edad de oro del toreo y después en la posteriormente llamada edad de plata, aunque estas denominaciones acuñadas por los autores creemos resultan de todo punto subjetivas.

      El fundo ganadero queda dividido por primera vez discurriendo ambas ramas de la familia por caminos distintos, aunque paralelos. Así, al menor, Fernando de la Concha y Sierra le deja la otra mitad de las tierras isleñas, es decir, La Abundancia (antiguo Hato de Cartuja) y también la Dehesa del Juncal, procedente de una adquisición a los Propios de la villa de Aznalcazar, muy próxima a Isla Mayor, lindante por su extremo sur con Casanieves y los Llanos de la Tiesa, a la que se accedía con facilidad por el puente construido por su tío sobre el Brazo de la Torre. En estas dos fincas, eminentemente ganaderas, debería existir ganado bravío primitivo de procedencia frailera y durante la menor edad de Fernando sería su primo mayor el que llevaría la administración de ambas. 

       En 1873, convertido en un hombre joven y emprendedor dedicado fundamentalmente a asuntos comerciales propios de esa familia, decide hacerse ganadero a lo grande, comprendiendo lo deteriorado de su cabaña. No elige un ganado cualquiera, sino aquel que recuerda perfectamente haberlo visto en su infancia pastar en la planicie isleña, de capa variopinta, fuerte, poderoso y bello; ganado con un fuerte componente frailero y bastante distinto del de su primo Pérez de la Concha. El emprendedor Fernando tiene buenos ejemplos de ganado semejante de la misma procedencia: frente a la Abundancia, al otro lado del río y en lo que todavía es Isla Menor (hasta la apertura de la Corta de los Jerónimos en 1888) se encuentra pastando ganado bravo en una extensa finca de más de 2.800 has. nada menos que Miura, ya gran hacendado en la campiña y ganadero muy prestigioso, mediante arriendo a la Compañía de Navegación del Guadalquivir (dueños de la Menor por concesión de Fernando VII en 1815) y después a los adquirentes de la misma (Fernández Peña y Lasso de la Vega). Esta finca, por su extensión, ocuparía el cerrado de La Esperanza, hoy junto al caso urbano de Isla Mayor, antiguo cerrado dieciochesco del Conde del Águila, integrando también el antiguo Hato de San Pablo (de los dominicos de San Jacinto en Triana) cuya vadera se situaba a la altura de La Charra; es decir, que abarcaba gran parte de la actual Isla Mínima. El ganado de Miura es el que con mayor pureza conserva la sangre frailera (cartujos y dominicos) y precisamente parece que buscó aposta su pasto originario.

      Fuera de la Isla Mayor, pero pegado a ella y con uno de los cerrados, Junquitu, dentro de la misma, nos encontramos  a Moreno Santamaría con ganado de raíz Gallardo y Cabrera, vía Laffite y Gallardo Castro, que mantiene entonces sangre frailera en grandes dosis. Y no digamos Pablo Romero, con ganado de la misma raíz que la anterior, que ya pastaba en Partido de Resina y La Sarteneja, lindante esta última con el Brazo de la Torre.

      Fernando, queriendo fundar una ganadería de prestigio, recordaría el ganado “vazqueño” que vio pastar en su niñez. Por estas fechas, dos de las cinco partes en que se dividió la ganadería  de Don Vicente José Vázquez, tras su muerte en 1830 (10) sin sucesión y sin testar, está en manos de los Taviel de Andrade que pastan toros en la Isla Menor. Sabe del gran prestigio de esta estirpe de la que se nutrió la Real Vacada de Fernando VII, pasando después a los Duques de Veragua y Osuna. Los más viejos de la Isla le han contado cómo las vacas y toros que partieron por la Cañada Real hacia Aranjuez se reunieron en Casluenga (antigua propiedad cartuja) y en Casnieves, frente y junto a la Isla Mayor. Sabe que para entrar en el difícil mundo de los toros, es mejor hacerlo pisando fuerte y en 1873 adquiere las dos partes de ganado “vazqueño” de los Taviel de Andrade, trasladándolo a La Abundancia, contando con la Dehesa de Juncal como apoyo para su pasturaje. Estas reses de Taviel de Andrade no diferirían mucho, en cuanto a su aspecto,  de las que contemplábamos en nuestra adolescencia desde el muro del canal de riego de El Mármol.  

      Pasada la mitad del siglo XVIII, Gregorio Vázquez, utrerano, crea una ganadería reuniendo reses de Benito Ulloa, Cabrera y Juan José Bécquer, todas ellas procedentes de las tan repetidas ganaderías de los conventos y monasterios (cartujos, dominicos, agustinos, isidros)  y fue su hijo, el verdadero artífice de la estirpe, el que prevaliéndose de  su condición de diezmero, logra hacerse con algunas vacas del Conde de Vista Hermosa que cruza con sus toros. En opinión de los entendidos, la variedad en sus características que presenta la estirpe “vazqueña” se debe a su fuerte mestizaje.


NOTAS
1.- A.M. Bernal. “La financiación de la Carrera de Indias (1.492-             1.824)”. 1.993.
2.- J. González Arteaga. “Las Marismas del Guadalquivir. Etapas de su aprovechamiento económico”. 1.994.
3.- M. Rodríguez Cárdenas. “Historia de la Isla Mayor del Guadalquivir”. 1.994.
4.- J. Grau Galve. “La Ermita. Notas para la historia de la Isla Mayor”. 2.002.
5.- J.J. Antequera Luengo. La Cartuja de Sevilla. 1.992
6.- Archivo de Protocolos de Sevilla.
7.- Instituto de Cartografía de Andalucía.
8.- F. Mira.- “El toro bravo” (Hierros y encastes). 1.978.
9.- A. de Solis. “II Anales de la Real Plaza de Toros de Sevilla. 1.836-1.834”. 1.992.
10.- J. López del Ramo. “Las claves del toro”. 2.002.





- I I -


      El flamante ganadero tarda nueve años en debutar en Madrid con notable éxito (1882), apenas cinco años antes de su muerte prematura. Nunca en este tiempo lo encontramos en los carteles de la Maestranza, sin que sepamos el motivo. Lo que si sabemos es que entre la compra del ganado y su fallecimiento se ocupa de constituir un fundo exclusivamente ganadero, que había estudiado sin prisa, esperando la ocasión de adquirir fincas situadas en el mejor sitio en relación a La Abundancia y a Juncal, que de algún modo nos recuerda el sistema de pasturaje de los frailes. No olvidemos que en la constitución de este fundo se integran desde Fernando de la Sierra y hasta él mismo, sesenta años después, tierras provenientes de los propios concejiles y de  desvinculaciones de la nobleza, relacionadas de algún modo con bienes eclesiásticos, no difiriendo en ello de gran número de hacendados de la Baja Andalucía; hacienda que llega a nuestros días en muchos casos. Esto nos lleva a pensar que la especialización en lo bravo iniciada a finales del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX, con el interregno de la guerra contra el francés, no hubiera podido continuarse sin la decidida intervención de comerciantes, banqueros y, en definitiva, plutócratas que aprovechándose de los favores de un monarca absoluto y arbitrario, primero, y de las desamortizaciones después, así como de los apuros de algunas casas nobiliarias, adquieren grandes extensiones sin saber muy bien lo que era el campo, sitúan a la tierra en el mercado de capitales, buscan el ennoblecimento  y crían toros bravos por prestigio social, sin perjuicio del buen hacer de muchos en esta actividad y de su mucha afición. A veces pensamos que la fiesta de los toros tal como hoy se concibe, con todo lo que ello supuso y supone, le debe mucho a la caída del Antiguo Régimen y a la subsiguiente revolución liberal, que a trancas y barrancas se fue abriendo paso con sus consecuencias buenas y absolutamente funestas y también, no lo olvidemos, a la implantación del ferrocarril, al avance de la veterinaria y a la divulgación de pequeños inventos, como el alambre de espino, medicamentos, etc. Y desde luego, como destaca Domínguez Ortiz  (11), la construcción de numerosas plazas de toros tras la revolución liberal, abolidos los obstáculos que los Borbones, poco aficionados a la fiesta, ponían a su edificación. 

      Fernando había puesto sus ojos en una serie de fincas colindantes entre sí, regadas por el Guadiamar y en un lugar donde confluían los términos de Sanlúcar la Mayor, Olivares, Gerena y Aznalcollar. Están en venta; pertenecen a una familia de hacendados sevillanos, los Pereyra Pereyra, herederos de José Pereyra de la Torre, que ocupó cargos en el Ayuntamiento de Sevilla en la época en que también lo hizo Joaquín de la Concha y Sierra, unas veces con los moderados y otras con los progresistas, según corrieran los vientos, un burgués producto de su tiempo que defendía sus intereses. Las fincas perfectamente situadas, se comunican con la Isla mediante toda una red de vías pecuarias a una jornada escasa de andadura para el ganado.

      La escritura de compra es autorizada por el notario de Sevilla, Don Antonio Valverde, el 26 de diciembre de 1881 (12), adquiriendo:

      El Cortijo de Carcabosillo, término de Sanlúcar la Mayor de 239 aranzadas (106,85,91 has.).

      Casa de Vacas, Esparraguera y Cabos del Río en término de la antigua villa de Eliche de 512 aranzadas (228,95,59 has.) A este conjunto se le denomino La Alegría con anterioridad a la compra.

      Las Mirandillas en término de Sanlúcar la Mayor de 276 fanegas y 1 celemín (173,97,09 has.).

      Es decir, que al conjunto de unas 1.000 has. que sumaban La Abundancia y Juncal, se añaden con destino a la cría del bravo, unas 500 has. más. Los Pereyra retienen en su poder otras fincas próximas dedicadas a cereal (especialmente Soberbina) y se deshacen de la tierra adehesada. En estas tierras hubo un intento fallido de José Pereyra de la Torre de convertirse en ganadero tras la compra a Luis Durán de su ganadería, purísima “vistahermosa”. Toros suyos se llegan a lidiar en la Maestranza como testamentaría de José Pereyra, tras su fallecimiento, desapareciendo después de los carteles sus herederos.

      Sabemos, pues, lo que compra Fernando, veamos cómo lo financia: El mismo día 26 de diciembre y en la sede del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Sevilla, obtiene un préstamo de 175.000 pesetas, cantidad considerable para la época, que se le entrega en “dinero contante y sonante”, es decir, en monedas de oro y plata de curso legal en varias bolsas de cuero y que el debe devolver también en el mismo metal y nada de papel moneda actual o de futura emisión. En garantía de la devolución del préstamo constituye hipoteca a favor de la entidad financiera sobre las fincas adquiridas ese mismo día, hipotecando también la Dehesa del Juncal que recibió en herencia de su tío como ya sabemos. Certifica los acuerdos del Monte su Secretario Contador que no es otro que Don Antonio Miura y Olmedo, abogado, ganadero y muy amigo de la familia. Autoriza la escritura el notario Don Ildefonso Calderón y Cubas (13). En el mismo instrumento público se divide la responsabilidad del préstamo entre las diferentes fincas hipotecadas y se establece un interés del 6% anual y la devolución en dos años de tan respetable cantidad con sus intereses. Evidentemente no era un regalo.

      En la escritura llaman la atención dos omisiones: la primera es que no se hipoteca La Abundancia, y ello tuvo que ver con la ausencia de inscripción de dicha finca en esta fecha, ya vimos que Don Joaquín Pérez de la Concha tuvo que inventarse un título al partir  la herencia de su tío para intentar la inscripción; la finca  se inmatricula en los tiempos de su viuda. La segunda cuestión llamativa es la ausencia de declaración del carácter en que se hacía la compra. Fernando no adquirió para su sociedad de gananciales cuando ya se encontraría casado con Celsa Fontfrede, hecho que no sabemos con seguridad.

      Debemos detenernos ahora en examinar cual era la procedencia de las fincas. En 1820 y 1821, Carlos Stuart, Duque de Berwick, Liria y Alba, casado con Rosalía Ventimiglia y Moncada, exiliado en Nápoles, solicita del financiero Gregorio Gómez de la Fuente una muy considerable cantidad. Por estas fechas la Casa de Alba las está pasando apretadas a pesar de su enorme patrimonio en toda España. Partidario el duque de José I, tuvo que exiliarse y debido a los Decretos de 1811 y 1813 del Cádiz constituyente y también por el Estatuto de Bayona del rey intruso, se suprimen los derechos señoriales. Aunque fue una llamada de aviso, pues en 1815 se restaura el régimen absolutista. Cuando Riego se pronuncia el 1 de enero de 1820 en las Cabezas de San Juan y se restaura a su vez el régimen constitucional, vuelven a entrar en vigor los consabidos Decretos. El duque, al que los acontecimientos han pillado con el paso cambiado, acude a diversos prestamistas y, entre otros, al citado Gregorio Gómez de la Fuente, que formaba parte de un grupo de banqueros españoles afincados en Francia y de procedencia o con vinculaciones en Cádiz y ya conocidos por estas tierras como Alejandro Aguado y Felipe Riera, entre otros, que acompañados a la guitarra por el intelectual afrancesado Javier de Burgos y por el jurisconsulto Sainz de Andino hicieron muy buenas migas, buenos negocios y mejores apaños con el ministro de Hacienda de Fernando VII, durante muchos años, Luis López Ballesteros (14).

     El duque realizó algún pago parcial de intereses, hasta que en 1825, consolidado nuevamente el régimen absolutista, Fernando VII decretó la intervención de la Casa y Estados de Alba, debido al fuerte endeudamiento. Debió también influir en la decisión la manifiesta antipatía del rey hacia la poderosa Casa desde su primera juventud. En 1833, año en que muere el rey, se incendia el palacio de Liria en Madrid y se destruye por el fuego gran parte del archivo.  En 1834, la reina Maria Cristina levanta la intervención, comenzando un largo proceso para concretar la deuda en una serie de bienes pertenecientes al Condado-Ducado de Olivares, en poder de la Casa tras la muerte sin sucesión de Don Gaspar de Guzmán, el famoso Conde-Duque ministro de Felipe IV. La tierras de Olivares estaban vinculadas a un mayorazgo fundado por Pedro de Guzmán en 1563 y, por tanto, en manos muertas, no podían enajenarse.  No obstante en 1843, la reina gobernadora ratifica un Decreto de 1829 que permitía vender bienes vinculados. En ese año nos encontramos con otro Carlos Stuart, menor, sucesor del anterior, representado por su madre y tutora y por una serie sucesiva de curadores ad litem y ad bona. También nos encontramos con la viuda y sucesores del Gregorio Gómez de la Fuente repartidos por Valencia, Versalles y Amberes. Total, un lío.

      Pues bien, en esa fecha, la familia Gómez de la Fuente adquiere en pago de su crédito una serie de fincas desvinculadas del Condado Ducado de Olivares:

      Sobervina, procedente del Repartimiento de Sevilla, Huerta de Marrús y Vega de los Caballos, en término de Olivares.

      Cortijo de Carcabosillo, en término de Sanlúcar la Mayor.

       Las Esparragueras, Cabos del Río y Casa de Vacas (conjunto que luego se denominó La Alegría), en término de la villa de Eliche

      Dehesa de Crespin en términos de Sanlúcar y Aznalcollar.

     Diez años después, en 1.853, el lote, en su totalidad es adquirido a los Gómez de la Fuente por José Pereyra de la Torre para sus cuatro hermanas y es repartido. En esta escritura y procedente de la anterior nos encontramos con una serie de documentos insertos. El primero, testimoniado en 1.752, es el privilegio otorgado por Alfonso X en Jerez y fecha de 1.268 a favor de Ruy González de la Cámara mediante el cual le hacía donación de Sobervina y Estercolinas (Olivares).

      Otro documento testimoniado es una escritura de trueque de 1.494 otorgada por la duquesa de Medina Sidonia, Leonor de Mendoza, viuda de Enrique de Guzmán, y por el abad del monasterio de San Isidro en Santiponce, mediante el cual la duquesa cambia la Dehesa de Crespin, entonces propiedad de los monjes, por tierras en Villanueva del Camino. Los monjes isidros (jerónimos) habían adquirido diez y ocho de las veinte partes de la Dehesa de Crespin, apenas seis años antes, en 1.488, sin duda debido al tamaño que había adquirido su cabaña. La fecha del cambio con la duquesa coincide con el recrudecimiento  del largo pleito con el Ayuntamiento de Sevilla que trataba de desalojar o reducir la ocupación de terrenos en la Isla Mayor por parte de los monjes y que debieron entonces ampliar la zona de pasturaje al sitio de los Jerónimos, además de San Isidro que ya ocupaban desde la fundación del monasterio, dos de las mejores zonas de la Isla. El pleito acabó con una carta orden de Juana I de Castilla (la loca), con fecha de 1.513.

      Inserta también un documento de 1.538 mediante el cual el rey dona a Pablo de Guzmán, Conde de Olivares, las villas de Eliche y Castilleja (de Guzmán) desmembradas de la Orden del Alcántara. Otro referente a la fundación del mayorazgo. Otro consistente en una ejecutoria ganada por el Estado de Olivares con fecha de 1.665 al Concejo de Sanlúcar la Mayor sobre el cortijo de Carcabosillo en término de Olivares. Es sobradamente conocida la ocupación de predios concejiles por parte de la nobleza desde finales del siglo XVI, produciéndose largos pleitos que acababan casi siempre en perjuicio de los pueblos. Además la fecha de la ejecutoria indicada coincide con el apogeo del poderío de Don Gaspar de Guzmán que amplió el Ducado incluso a costa de la tierra de la propia Sevilla.

      Estas fincas vinculadas al mayorazgo de Olivares estaban próximas o otras propiedad de la Casa y no vinculadas,  con administración conjunta, así La Coriana, repartida a los pobres tras la muerte de la duquesa Cayetana, la que, dicen, pintó Goya,  y también La Pizana, en término de Gerena que juntamente con otras, había sido adquirida por el duque, padre de aquella, de las temporalidades de los jesuitas tras su expulsión en 1.776 y que por los libros de contabilidad conjunta sabemos que los toros bravos correspondientes a esa explotación los tenían en la Isla . Ya expusimos en otro trabajo cómo el duque aparece como ganadero una vez en la Maestranza a finales de siglo y luego su hija, desapareciendo después, sin que el marqués de Tablantes (15) ni Antonio de Solís nos den más noticias de las actividades taurinas de la Casa.

      Situada en medio de las fincas adquiridas por los Pereyra de la Torre, existía una dehesa nombrada Las Mirandillas, término de Sanlucar la Mayor y titularidad de los Propios de esa villa. Tras las leyes desamortizadoras del ministro Pascual Madoz, la oligarquía sevillana entra a saco en los bienes concejiles, como antes lo hiciera con los eclesiásticos. José Pereyra de la Torre, adquiere en venta judicial el 11 de abril de 1.867 (16) la citada dehesa. Esta lindaba con  veredas de carne, el río Guadiamar, el arroyo Tardón, el Cortijo de Carcabosillo y con el conjunto que ya se denominaba La Alegría, con lo que se redondea un importante fundo con tierras de pan sembrar, olivares y dehesas.

      Pues bien, son estas tierras de dehesas las que adquiere Fernando de la Concha y Sierra a los herederos de José Pereyra de la Torre.  Y que junto con las que heredó de su tío, constituyen una hacienda rural típica decimonónica, formada por hombres cuya actividad principal era el comercio. De este modo, el fundo ganadero de Fernando proviene en dos terceras partes de los Propios de Sevilla, Aznalcazar y Sanlúcar la Mayor y una tercera parte de la desvinculación de un mayorazgo nobiliario, el Condado-Ducado de Olivares. 
                                                                 
      Apenas seis años después (1.887) fallece prematuramente Fernando de la Concha y Sierra, dejando una viuda, Celsa Fontfrede Blázquez  significativamente más joven que su esposo, y dos hijos menores, Fernando y Concepción. A partir de aquí comienza una difícil andadura del fundo ganadero tan recientemente formado y que su mantenimiento fue consecuencia directa del éxito de la ganadería. Así todos los autores taurinos consultados coinciden en que fue su viuda quien hereda a Fernando. Nada más erróneo. No hemos encontrado el testamento de este hombre –es cuestión de paciencia- pero por documentos posteriores y por aplicación de las reglas sucesorias sabemos muy aproximadamente lo que ocurrió. A Fernando, como es natural, lo sucedieron sus hijos. No sabemos los bienes gananciales que se dividieron pero posiblemente no existieran tales bienes. La Abundancia y la Dehesa del Juncal eran bienes privativos, eso es evidente, y las adquisiciones a los Pereyra Pereyra  no debieron incluirse en la sociedad legal de ganaciales. Su viuda heredaría la cuota viudal es decir el tercio de los bienes relictos en usufructo tras las bajas correspondientes, manteniendo la nuda propiedad de dicho tercio sus herederos legítimos, es decir sus dos hijos menores. No sabemos si dejó prevista curaduría para los mismos. Es muy posible que la cuota viudal en usufructo se concretara en la casa sevillana de Calle O ´Donell, antigua de Las Muelas.

      Si sabemos en cambio, que La Abundancia se la dejó a su hijo Fernando de la Sierra Fontfrede y que las demás tierras se las dejó a su hija Concepción. 
 
      ¿Y la ganadería brava? Veamos lo que pasó: Don Fernando fallece antes de pagar totalmente el préstamo del Monte. De la cantidad inicial de 175.000 pesetas pagó solamente 120.000 pesetas con sus intereses liberando la Dehesa del Juncal. Fue su viuda, Celsa, la encargada de pagar las 55.000 pesetas que restaban con una abultada cantidad correspondiente a los intereses de al menos cuatro años y medio. Una cantidad importante para la época. Así, en 12 de abril de 1.890, autorizada por el notario Don Ildefonso Calderón y Cubas (17), el Monte de Piedad otorga escritura de carta de pago y cancelación de hipoteca  a favor de la viuda de Fernando de la Concha y Sierra. El Secretario Contador que certifica los acuerdos de la entidad es el mismo Don Antonio Miura y Olmedo. En los antecedentes de la escritura podemos leer: “.....que la única baja que habría de hacerse al caudal relicto, consistía en la cantidad de cincuenta y cinco mil pesetas, que se adeudaban al Monte de Piedad y Caja de Ahorros de esta Ciudad, como resto del préstamo de ciento setenta y cinco mil pesetas que hizo el expresado señor Don Fernando de la Concha y Sierra. Terminados los supuestos se estableció el inventario general de los bienes en el que se comprendieron las fincas descritas y concluido en inventario se hizo la baja indicada adjudicándosele a la señora viuda, Doña Celsa Fontfrede, para el pago de la misma, la ganadería brava, según todo resulta....”  Por todo ello podemos afirmar que Celsa no hereda a su marido, sino que paga la ganadería –unas ochenta mil pesetas que correspondían al principal  mas los intereses- es decir, que la adquiere a cambio de liberar de la carga hipotecaria las fincas. Nos encontramos con una ganadera que no tiene dehesas en propiedad, se serviría de las de los menores hijos como es natural, pagando la renta que correspondiera.

     A partir de la muerte de Fernando nos encontramos a Celsa como ganadera de primer  orden en los carteles, anunciándose al principio como Celsa Fontfrede casi siempre. La frecuencia en anunciarse como Viuda de Concha y Sierra se produce después de la muerte en 1.894,  de Manuel Garcia Cuesta “Espartero” con quien aparece unida poco después de enviudar y de quien tiene una hija, Pilar, y sobre todo tras la muerte de su primogénito, Fernando, en 1.905.

     Los últimos años del siglo XIX son de una agotadora actividad ganadera; los toros de la viuda son solicitados por todas las plazas importantes. La explotación esta dirigida con todo rigor por  Celsa a pesar del duro golpe que para ella debió suponer la muerte del “Espartero” en la plaza de Madrid. El fundo ganadero estaba en una sola mano con independencia de la titularidad de los distintos bienes. La cosa empieza a cambiar cuando su primogénito, Fernando, contrae matrimonio con Dolores Muñoz de la Prada. La unión no funcionó y,  meses después de la boda, Dolores solicita la separación judicial de su marido. Fernando solicita el divorcio ante el Tribunal Eclesiástico y pierde el pleito. Este joven llevó siempre una vida cómoda y sin preocupaciones, era un sportman, como lo califica encomiablemente un periódico cobista de la época, motaba bien a caballo, un consumado garrochista, según el periódico, gran cazador, etc. En fin, que no trabajaba. Contrae una grave enfermedad y muere muy joven en 1.905 con deudas muy abultadas a las que hizo frente su madre, como es natural. A la viuda Dolores, que vivía separada, le falto tiempo –veinte días después del óbito- para pedir la intervención de los bienes que constituían el caudal relicto iniciando pleito de testamentaría que finaliza cinco años después. Fue un pleito bastante tonto, pues no habían bienes gananciales, ni Dolores aportó  nada al matrimonio. La heredera de Fernando era su madre (18) pues el difunto no tuvo hijos con Dolores. Por ello Celsa, ahora sí, hereda La Abundancia, pero ninguna finca más. Dolores tuvo derecho a la cuota viudal, es decir, el tercio del caudal relicto en usufructo una vez se hubiesen hecho las bajas legalmente admitidas. En estas bajas entraba la deuda que Fernando meses antes de morir reconoció notarialmente a su madre que alcanzaban un valor del cincuenta por ciento aproximadamente del que se tasó La Abundancia. A todo ello hubo que añadir los gastos de última enfermedad de su hijo y otros más. Es decir, que seguramente la cuota viudal la liquidaría Celsa con una cantidad de dinero no superior a los veinte mil duros.

      A partir de aquí, la buena relación con sus hijas -Concepción hija de Fernando de la Concha y Sierra y con Pilar, hija de Manuel García Cuesta “Espartero” – permitió a Celsa mantener la ganadería siempre en primera fila, hasta su muerte en 1.929, a la que sucedió su hija Concepción, también viuda prematuramente, que continuó con mano férrea la dirección de la ganadería hasta mediados de los sesenta del pasado siglo XX.. Resulta sorprendente que esta ganadería histórica se mantuviera en candelero durante  ochenta años repartiendo su  dirección a lo largo de este tiempo entre  dos mujeres que desarrollaron su actividad en la viudez,  que trabajaron en solitario, dos viudas  admirables , Celsa Fontfrede y Blázquez y Concepción de la Concha Sierra y Fontfrede.



NOTAS

11.- A. Domínguez Ortiz. “Andalucía, ayer y hoy”. 1.983
12.- Archivo de Protocolos de Sevilla.
13.- Archivo de Protocolos de Sevilla.
14.- E. González López. “Luis López Ballesteros (1.782-1.853) Ministro de Hacienda de Fernando VII”. 1.986.
15.- R. de Rojas y Solis. “Anales de la Plaza de Toros de Sevilla (1.730-1.835)”. 1.917.
16.- Archivo de Protocolos de Sevilla.
17.- Archivo de Protocolos de Sevilla.
18.- Registro de la Propiedad.

5 comentarios:

  1. Magnífico artículo y ,como siempre, estupendamente documentado. Gracias primo.

    ResponderEliminar
  2. Trabajo excelente.

    ResponderEliminar
  3. Impresionante documento. Muchisimas gracias. Soy descendiente de de Celsa Fonfrede --> Pilar Gracia fue mi abuela paterna.
    Enhorabuena por su Blog.

    ResponderEliminar
  4. Pilar si quieres ver documentación recuperada de la abundancia pregunta en la biblioteca de Isla Mayor, juanjo.

    ResponderEliminar
  5. Sabe usted de mi familia muchisimo mas que yo!!! Todos los
    Dias se aprende algo. Soy sobrina de la Viuda de Concha y Sierra. Y biznieta del Espartero.Gracias por la informacion.

    ResponderEliminar

Por ignorancia en el manejo del blog no estaba permitida la escritura de comentarios. Les animo a hacerlos, si les place,,,