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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: febrero 2012

martes, 28 de febrero de 2012

Historias del Viso. Cap 8. La miel


8. La miel

Estamos al comienzo del verano, mediados de Junio y va a ser un día muy especial: hoy vamos a coger miel, miel de las colmenas que hay junto a la alberca. Están en el segundo terraplén que va paralelo al camino de entrada, por la zona del ‘Paraíso’. Son seis u ocho, cubiertas con negro corcho, y una especie de caperuza de lata que las tapa.

No es la primera vez que lo vemos hacer, y ya sabemos que hay peligro, pues año tras año algún picotazo nos alcanza, pero aunque lo sabemos no estamos dispuestos a perdérnoslo por nada del mundo.

Andrés, Manuel. el padre de Maximiliano, Blas, a cierta distancia todo el tiempo y un par de hombres más han preparado el material: guantes de un cuero duro, amarillento y basto, las fumigadoras (que dicho entre paréntesis igual valían para echar DDT que para preparar un biberón), unas latas con algo humeante y pestoso, sacos de arpillera y pañuelos para la cabeza y la cara.

Algunos de los casi pequeños están atentos a la cosa pero no se acaban de decidir, las abejas tienen su historia de dolor bien ganada entre la pandilla. Solo Rafa y yo, los más rápidos en las carreras del jardín y alrededor de la casa, tenemos la autoconfianza que se necesita para ponerse delante de esos miuras con alas, y pincho. Estamos muy machotinos, y nos animamos mirando con la superioridad de los héroes a esos pobres cagadillos que se van a conformar con recibir una miserable parte del botín de manos de algún mayor, porque de la tía Merche solo van a obtener un ‘Aneusen’ que ni en noruego sonaría mas vikingo. Nosotros, Rafa y yo, habitualmente dispuestos a pelearnos por lo que sea estamos disfrutando de la camaradería de los capos, nosotros no vamos a mendigar un cachito de panal ‘espachurrao’ con miel sobada por encima. Nosotros vamos a beber directamente de la fuente de los dioses, nos vamos a servir en directo.

Bueno hasta aquí el sueño, en realidad, no vamos a meter los hocicos en la colmena, ‘Es que no llevamos pañuelos porque no somos mariquitas’, ‘Es que me deje los guantes en Cotos’, o sobre el piano, que mas da, pero vamos a estar muy cerca y en cuanto nos hayamos alejado un poco tras la recogida sabemos que nos darán buenos trozo, ya somos veteranos en esto.

Seguimos de cerca a los hombres, vemos como se meten los humeros en la fumigadora, como sale el humo hacia la entrada de las colmenas. Todo parece ir bien. Ahora levantan la tapadera y de pronto....un zumbido cabreadísimo llena el aire y una nube de abejas se expande sobre la colmena, nos quedamos pasmados, y de pronto...zaass se lanzan sobre nosotros. Nos miramos y ya estamos corriendo a toda leche esquivando arboles, saltando los canalillos, los alcorques, las líneas del arado, el terraplén. Corremos con el corazón en la boca, nuestras orejas enganchadas al zumbido que notamos en el cogote, chillamos y corremos más aun.... Y no solo corremos de las abejas, los dos sabemos que esta es además una carrera entre nosotros. Pero  no competimos, en cierto sentido corremos como gemelos y solo queremos que el otro no nos falle, que los dos ganemos. A veces percibimos la rivalidad como algo que nos pertenece y nos une. Perder al rival es mucho peor que perder una batalla.

Ya parece que se calman, hemos desembocado en una zona a mitad del camino de la casa y aun nos metemos a saltos entre los grandes naranjos amargos que hay en esa parte. Nos tranquilizamos un  poco. Nos miramos orgullosos de lo bien que hemos corrido y un poco cortados por haber huido como nenas. ‘A lo mejor no nos han visto..’. Pero la carrera ha sido tan buena que lo vamos a contar, como si eso en realidad fuera lo que habíamos buscado.

Volvemos hacia los hombres que llevan los sacos con los panales. Nos dan dos grandes trozos. Con mucho cuidado quitamos una o dos abejas que han quedado pegadas encima. También miramos antes de morder. Ya sabemos que también este año alguien acabará con un labio dolorosamente gordo de un inesperado picotazo cuando le eche el diente a un trozo de cera lleno de miel. Ya somos veteranos. No hay nada que se pueda comparar a esta mezcla de dulzura y aromas: miel de azahar y cera natural. Nos chorrea la miel por la nariz, por la barbilla, las manos se pegan a todo lo que tocan. No hace falta que hablemos, nos sentimos como hermanos, en la gloria.

En el patio hay una bulla de gente, algunos trabajando para preparar la recogida de miel y la mayoría para pedir un cachito. En los cuartos de arriba, en el grande que da al jardín, mas cerca de la alberca, que a veces era de los Angelitos y a veces de las ‘chachas’, y también en el de la tía María, se han puesto tinajas con un paño fino tapándoles la boca y sobre este paño se han puesto los panales boca abajo para que suden la miel y se filtre gota a gota en la tinaja.

Sé que soy un poco pesado con el tema olfativo, pero aquellas habitaciones a la hora de la siesta olían como solo puede oler la santidad, el tiempo inmóvil, la vida por estrenar.  Estarán allí unos días antes de que las bajen a la despensa, y siempre alguien se despistará, subirá con sigilo y destapando un poco el trapo meterá los dedos en la miel y bien re chupeteados los volverá a meter y chupar, hasta que una abeja emboscada, siempre quedaba alguna, les recordará que no hay dulce sin su amargura. Unas lagrimitas, que convenía fueran silenciosas, a fin de cuentas no era cosa de pedir auxilio: ‘Un lladre no té drets’, y vuelta a la tropa. El verano lo curaba todo.    

Memoria del desarraigo - 1953 Tio Paco


1.953


      El tío Paco no tenía dientes y a nadie le contó cómo o dónde consiguió aquella dentadura completa, grande y perfecta que trajo de Sevilla. A base de lima y piedra de amolar fue adaptándosela con paciencia. Era habilidoso el tío Paco. Me entusiasmaba su radio de galena. Por los auriculares, tras los chirridos, pitidos y desvaídas señales de Morse, se oía con nitidez el cornetín de órdenes que prologaba el parte diario de Radio Nacional de España –“¿Se escucha bien, Juanito?”, “Si, tío”- y en el rostro feo y enjuto del tío Paco se iniciaba una sonrisa, nunca acabada, de satisfacción.

      Después de unos días de hábil manipulación apareció con la boca tan llena de dientes que la cerraba con dificultad; se le amplió la base del rostro adquiriendo un cierto aire de ferocidad cómica. Nunca supimos para qué quería aquellos dientes tan grandes porque se quitaba la dentadura para comer. En verano siempre tenía en su chavolo algún melón increíblemente fresco y cortaba las tajadas con una hoz vieja. La infantil trasgresión de comer melón a deshora me entusiasmaba –“Mira, Juanito, se cruje de bueno”- y el melón de cáscara verde y rugosa casi se partía solo al pincharlo con la punta de la hoz. Mi tío atacaba las tajadas con unas encías capaces de partir almendras, y los dos, en la frescura del chavolo,  trasgredíamos el rígido horario de una educación estricta. De cualquier forma, el tío Paco era una trasgresión con patas. En los estantes del desastrado cuarto se amontonaban libros mugrientos: Balzac, Cervantes, Galdós, Balmes, Joaquín Costa, José Antonio y una gruesa Biblia en latín que se sabía casi de memoria. Lo de la Biblia le daba un cierto tufillo sospechoso. Acojonaba al simple de Don Sebastián, el cura del poblado, cuando le planteaba alguna cuestión teológica. A veces cogía un libro y me leía un párrafo al azar. No entendía nada, pero me gustaba. Cuando se puso la dentadura le cambió la voz de flauta nasal a un registro seco y enronquecido que me producía un ligero temor.  
         
      Insólito para todo, pescaba albures con caña con una habilidad que nadie podía imitar. Los asaba sin destripar y se los zampaba con deleite. Era un hombre solitario y extrañamente culto; un dislate en aquella marisma durísima en plena etapa de trasformación arrocera. La gente de los barracones lo tenían por sabio y a mi me entusiasmaba su gramola con grandes discos negros  con un simpático perrito en el centro de inteligente ademán. –“Escucha, Juanito, esta música es de Don Ricardo Wagner, el más grande músico que haya existido jamás”- y con estas solemnes palabras me mostraba un grabado desvaído y muy cagado de moscas donde se veía un tipo de rostro acerado y antipático tocado con una especie de boina enorme.  El grito de guerra de la Walkiria recorría el llano desolado que circundaba el chavolo. 

      Decía que a las  cluecas les gustaba mucho la música de Don Ricardo. Las vecinas de los barracones le llevaban sus gallinas para que incubaran en un cobertizo que tenía tras el cuartucho. Aseveraban  las vecinas que no había nadie como el tío Paco para sacar pollitos y desde finales del invierno hasta los primeros días del verano siempre había en el cobertizo treinta o cuarenta gallinas incubando, cada una en su espuerta con un cesto invertido a modo de tapadera. A una hora determinada, en la penumbra de la estancia, las sacaba en grupos para comer y beber. El olor ácido que dejaban las cluecas con sus cagadas se mezclaba con el humo de la pipa requemada del tío Paco que expelía un tufo parecido al de la máquina del tren que en Navidades nos llevaba a Valencia, que estaba muy lejos, en la otra parte del mundo, y se tardaba mucho en llegar.   

      Un día de principios del verano me llevó a pescar albures al muro del Canal Grande. Estaba constipado  y comenzó a estornudar con tanta violencia que la dentadura se le escapó de la boca y fue a parar al agua. Y allí me tienes, zambulléndome en el agua turbia. No tuve ningún éxito pero me demoré todo lo que pude en las zambullidas bien asegurado por el cinturón del  tío Paco  que ató a mi cintura y sujetaba con firmeza.


Joan de la Creu Fotut y Arrimat a Marche

Memoria del desarraigo - 1811 La boda de Juan de Mar


1.811

       La lluvia mansa de la tarde cambió en un ventisquero acuoso al caer  la noche.  Rachas de vendaval  hacían sonar tenuemente la campana de la iglesia. Parecía que la torre se quejara del envite del viento que ululaba encajonado por las callejas de chozas. Temblaba el cobertizo de la comandancia francesa. El viento, furioso al perder la libertad de la marisma, arremetía contra los pinos, chaparros y acebuches de Mures y Gatos. El temporal del sur duraba varios días y pronto los hatos de las vetas quedarían como islas distantes con nombres de leyenda. Desde los paciles de los toruños llegaría el mugido lejano de los toros perforando la noche.

      Había llovido de forma tan persistente en la marisma, que el suelo de las chozas rezumaba el agua formando charquitos salobres; las paredes de burdo adobe se reblandecían y los palos de la estructura se hinchaban y alaveaban. Los últimos días de octubre anunciaban un largo invierno y la lumbre de boñiga y caña revenida combatiría a duras penas la humedad que se adueñaba de todo. 
      En la corrala comunal, cercada de chumberas, el ganado de la requisa francesa estaba al borde de la estampida.

       Al respaldo del muro de la iglesia, Juan de Mar apenas se libraba de la lluvia; el agua descendía en canalillos por los pliegues del negro capote encerado para escurrirse por las crines y la cola del caballo formando chorrillos finos. La figura, oscura e inmóvil, destacaba contra el encalado del muro y el caballo con la cabeza gacha y una pata distendida, entornaba los párpados en duermevela sin importarle el fragor del temporal, las alertas de los centinelas invasores ni el peso del jinete que paseaba la mirada del ventanuco al portillo de la choza que, junto a otras, formaba la plaza.

      Cuando la muchacha despabiló el candil, la llama avivada dibujó a través del ventanuco un limpio perfil morisco de adolescente. Por un instante se quedó mirándolo y entonces Juan de Mar comprendió que tenía que esperar.

      La vio por primera vez a comienzos del verano en el puerto de las Nueve Suertes cuando la barca de Sanlúcar descargaba sal. Estaba cuidando la recua de borricos  que su padre llamaba, uno a uno, a silbidos, para llenar los serones.  Alejada de la barca y hurtada a las miradas de los barqueros, gente del río, mala gente, como decía su padre, desde la otra orilla observó su figura esbelta. Picado por la curiosidad atravesó a nado el Brazo de la Torre asido a la cola del caballo. Empapado se le plantó enfrente mirando con detenimiento a la azorada muchacha mientras el corazón le palpitaba fuerte. No se dio cuenta que el padre se acercaba blandiendo la chivata recuera  seguido por las risas de los barqueros que hacían equilibrios sobre el tablón de pasarela.

      Su padre sabía que lo mejor para situar a sus siete hijas era guardar su honestidad con celo sarraceno y hacerlas deseables. El hombre sabía vender. Se había criado en el trato y trajín de la sal llegando con sus borricos a heredades y cortijadas perdidas por el Condado y el Aljarafe. Y no digamos de la madre, regatona arrendataria de la sal en Villamanrique; también prestaba dinero a ganancia, de ahí su nombre de María la Ganancia, y vendía cachivaches traídos de Coria, e incluso de Sevilla, que se amontonaban en el cobertizo trasero de la choza: botijos, tinajas, pucheros, lebrillos, sartenes, peroles y hasta una bacinilla panzuda de loza decorada con florecillas añil. María aseguraba que servía para mear en ella y guardar los orines dentro de la choza hasta el día siguiente, con gran sorpresa de las vecinas que no entendían lo de guardar los orines cuando siempre se evacuaron directamente en la cuadra, salvo cuando la enfermedad obligaba a utilizar un balde viejo.

      Una tarde, María la Ganancia, deseosa de colocar tan inútil utensilio, daba en su choza toda clase de explicaciones sobre el uso de la bacinilla al coro de vecinas que comenzaba un pitorreo asordinado y discreto para no herir a la salera , hasta que Juliana la del Potrilla, mujerona rubicunda, recia y metida en carnes, asomando la jeta al exterior y asegurando la ausencia de hombres, se decidió a probarla entre el abierto burraqueo de las vecindonas. Tuvo que ver lo de Juliana levantándose los faldones y acuclillándose mientras una vecina intentaba situar la bacinilla en el sitio justo. Sucedió que entre las risas y los apremios de la vejiga, la mujerona comenzó a largar un chorro vacuno, incontenible, acompañado de pedorretas –“¡Pero apunta bien, guarrona!”- gritaba la de la bacinilla. Con el jaleo, las premuras incontenibles y el pitote organizado, la Juliana se cayó de espaldas, patas arriba, dejando al aire unos muslos grandes, llenos y rosados  y media aranzada de pelambre negra que le arrancaba del ombligo y se le desparramaba por las ingles y la entrepierna, color que contrastaba poderosamente con su cabello trigueño recogido en un moño  tan grande como una hogaza.

      De pronto, por el portillo apareció el marido de la Ganancia y todo se volvió manos de vecindonas intentando estirar los faldones de Juliana que pateaba el aire congestionada por la risa.            

      Por fin la lluvia había cesado y nubarrones negros se sucedían tan bajos que parecían arañarse la barriga con la veleta de la torre.

      Aquella noche en la choza de María la Ganancia se apagó el candil a la misma hora, pero nadie durmió. Al reflejo de la lumbre se movían figuras presurosas y en silencio. Sólo la moza permanecía en pié e inmóvil frente a un padre sentado tras la mesa en una banqueta de enea. Había dado un consentimiento tácito, preservando su autoridad por si llegaba el momento y hacía el papelón con la cabeza entre las manos soltando, de vez en cuando, ayes resignados. También, de vez en cuando, se tiraba al coleto un pocillo de aguardiente berreón para desescombrarse el gañote, donde se le habían agarrado las penas, y miraba de reojo el trasiego del humilde ajuar y pobres utensilios que la madre, diligente, y las cuatro hermanas que aún quedaban en casa, nerviosas, ordenaban en un cesto de mimbre.

      Trabajo había costado. Cuando Juan de Mar le contó sus pretensiones, Maria la Negra se puso manos a la obra y solicitó los buenos oficios de la rabadana. Por fin se acabarían aquellos dos años largos en que un Juan encanallado anduvo follisqueando por los chozos de los ceniceros. Además su muchacho ya tenía toruño propio, donde el Brazo de la Torre ciñe a poniente la Isla Mayor, con buenos paciles y playazos, lucios llenos de caza y unas vetas que criaban tanto carretón que había que tener cuidado de que el ganado no se aventase al morir la primavera. Allí lo mando el Administrador por orden del Marqués, a donde nadie quería ir, Y allí creó el hombre su modo de vida y desde entonces el lugar se conoce como Toruño de Juan de Mar.

      Tras el fracaso de la rabadana, María la Negra decidió afrontar personalmente el asunto.  Un día a media mañana apareció por la choza de la regatona, y cuando se apercibió del desprecio que se le hacía a su Juan, no lo podía creer. La puso de puta y de ladrona y la vistió de limpio con expresas  y muy precisas referencias a su familia y antepasados. Los hombres que se encontraban en la plaza las tuvieron que separar cuando las dos fieras comenzaban a moñearse.

      El leve crujido del portillo al abrirse, alertó al caballo sacándolo de la duermevela. La muchacha apareció con el cesto en la mano arrebujada en un mantón de lana basta. Juan de Mar se acercó, colgó el cesto de la silla y sin desmontar ayudó a la muchacha a apernacarse en la grupa.

      Al trote, en pocos instantes enfilaron el camino del puerto de las Nueve Suertes y cuando un tenue resplandor a levante pregonaba el amanecer cercano, la lluvia fina y helada prologaba un nuevo día de temporal. El capote de Juan cubrió a los dos y la muchacha le rodeó el pecho con sus brazos, dejando que sintiera en su espalda la presión de sus senos duros, su estremecimiento y su respiración entrecortada a la altura de la nuca.

      Cuando los jaramagos amarilleaban en la techumbre renegrida de las chozas y los días se alargaban, el cura de Villamanrique inscribió el matrimonio de Juan de Mar Garrido, de veinte años, y de Francisca Bernal y Díaz, de diez y siete, que había cuajado en mujer y la leve hinchazón de su vientre delataba una preñez esplendorosa.


Joan de la Creu Fotut y Arrimat a Marche 
     

sábado, 25 de febrero de 2012

La habitación cerrada - Presencia


Presencia

Desperté de golpe, con esa lucidez que te hace sentir que eres de cristal, que tal como ves el mundo eres visto. Sin transición, como en las visiones de un sueño, comencé a preguntarme que hora era, y al tiempo, mientras dejaba de importarme eso,  supuse que había despertado por una presencia cercana, eufemismo que en lo paranormal significa fantasma o espíritu.

Mi educada mente racional colaboró enseguida dándome pistas que soportaran esta hipótesis, (recuerda ‘El sexto sentido’, ¿tienes la piel erizada? ¿te sientes observado?) mientras la parte sensual, mi querido bicho primitivo, se preparaba para sentir algo de aprensión por algo que ‘ ... es de mucho miedo’. El Descartes volvió a la carga: ‘no estas preparado para dialogar con un espíritu, este no es momento de ponerte a sentir miedo’. Así es la parte seria de mi coco: no es el momento, no es de buen gusto. Ganó. Me di la vuelta y traté de dormir. A fin de cuentas me había acostado más temprano para tener el día de un guerrero: a por todas con energía.

Hubo algunas cosas mas, me planteé si debía hacer un esfuerzo, algo ligero por lo menos, por querer a cualquier espíritu que en su soledad probara conmigo ¿Cómo se quiere a un espíritu...? obvia respuesta: como a uno mismo,¿se puede querer de otro modo? por lo que ahora sé posiblemente no, o por lo menos eso no es amor, pero era un tema demasiado gordo para enfrentarlo en ese momento, más de cuarenta años de pruebas y experiencias no se resumen en un rato. Dormí.

He estado muy ocupado estas dos últimas semanas, aunque más que ocupado debería decir embebido, me falta tiempo porque se escurre como el agua por los cabellos y solo percibo lo que queda. La verdad es que hacía tiempo que no me entregaba al trabajo como ahora. Hay algo bueno y algo asfixiante en esto. Toda mesura es difícil. Como con el amor.

A veces creo percibir el lugar común de las cosas, y no lo entiendo con el sentido peyorativo de lugar común, sino como el punto en el que confluyen todas las cosas, sensaciones, deseos, emociones, que son tu espíritu. El centro de uno mismo, donde está nuestra fuerza y nuestra angustia. Es incomprensible, pero la sentimos como algo conocido.

El desconcierto es la mayor parte de mi vida y en este momento lo quiero. De igual modo que me encanta escribirte esto, me sale fácil porque te lo confío como los secretos de amigo a amigo.

A la sencillez se le suele calificar, con malevolencia, de simpleza. Puede que sea un simple porque en este momento todo mi deseo es conseguir una bombona de butano, y de este modo lo que haya habido de lucidez en mi relato de un hecho insignificante, quedará reducido a una estupidez, porque un simple solo produce simplezas. Esto forma parte del desconcierto y hoy lo amo intensamente.

En Sevilla, Febrero de 2003

La habitación cerrada - El verdadero infierno (I)


El verdadero infierno.


Desde hace muchos concilios ha sido constante la existencia del infierno como una parte del dogma católico. El evidente influjo de la Iglesia en la cultura popular ha propiciado una imagen concreta, y constante, del sentido y la naturaleza de estos infiernos. Y aunque hoy no sea esa la posición oficial de la Iglesia católica, la visión imaginada que persiste es directo reflejo de aquella.

Lo que solemos asociar al infierno es la idea del sufrimiento, moral por su naturaleza, pero físico en cuanto que nuestros sentidos  son los que habitualmente mas nos hablan del dolor. El entorno en la imaginería eclesiástica y popular no deja lugar a dudas en cuanto a las formas de provocar todos los terroríficos dolores que hemos soportado, o compartido, en nuestro tiempo de vida.

No deja de ser notorio que los tormentos representados sean todos de origen bien terrenal: achicharramientos (por fuego, agua y aceite), empalamientos, crucifixión, azotes con gatos emplomados, cuchilladas, estocadas, lanzazos, potro, asfixia.. Un mero grupo escogido probablemente por ser los mas conocidos de entre ellos. Un modesto libro sobre el arte de la tortura en China aporta todos estos y muchos más. Es desconcertante la falta en esta muestra de vejaciones, de otras formas mas sofisticadas de tortura eterna.

La mención al manual chino se relaciona con este aspecto de la cuestión. Algunas de las torturas descritas tienen como objetivo el mantener durante el máximo de tiempo la dolorosa vida del condenado. Esto añade una horrible dimensión al sufrimiento: la convicción de que el dolor será constante en todo el tiempo que seas capaz de seguir con vida y que no morirás pronto. Verte morir y al tiempo agarrarte a la vida, no tu espíritu sino la feroz vida que es tu cuerpo.

Recuerdo particularmente una, que podríamos clasificar como pasiva: se basaba en una propiedad natural de las pieles animales al secarse completamente. Al reo se le envolvía desde el cuello hasta los pies en una piel de vaca recién desollada, y después se cosían apretadamente los extremos de este pellejo. En alguna variante el reo era envuelto estando en cuclillas, quedando como una especie de bolsa con cabeza humana. El resto de la ceremonia consistía en ponerlo al sol. La piel se encogía y prensaba de forma inexorable y constante el cuerpo condenado. A este dolor se sumaban otros con un origen también natural. Las moscas de la carne atraídas por el hedor, acudían a comer y a hacer su puesta de huevos. En poco tiempo toda la piel que quedaba expuesta bullía de larvas que devoraban la carne del constreñido humano. Era corriente que se le diera agua y más raramente comida. Esto se reservaba para una variante escatológica de esta tortura. Tras días de público sufrimiento una triste y marchita momia era todo lo que quedaba de una vida truncada.

En la mencionada variante el reo era puesto en cuclillas, con las manos atadas a la espalda, desnudo o vestido con una túnica o saco como única prenda y se le cubría con un tonel cortado por la mitad de su altura. La parte superior del tonel tenia un agujero por el que sobresalía la cabeza del torturado. No podía ponerse en pie aunque si podría con cierto esfuerzo sentarse. Durante días se le alimentaba con normalidad e incluso con abundancia, recibiendo, además de la comida, laxantes que le originaban constantes diarreas. Cada vez mas excrementos llenaban la parte baja del barril, lo que hacia que sus pies y piernas se llagaran e infectasen y, como en el caso anterior, las abundantes moscas y sus puestas, tanto en el excremento como en sus podridas extremidades, añadían el doble pánico del dolor físico y del horror de ser devorados por un animal débil y despreciable.

En otra, de procedencia Indochina, quizás vietnamita, la tortura insistía tercamente en ese aspecto pasivo, sin intervención humana directa en el dolor, y de uso de animales como ejecutores activos del sufrimiento. No obstante su duración era menor.

El torturado era tendido boca arriba con el pecho y abdomen desnudos. Sobre la zona del ombligo se colocaba un cuenco de bronce invertido y debajo del cuenco se introducía una rata. La parte superior del cuenco (en realidad su fondo) disponía de una cavidad en la que se depositaban brasas. Al calentarse el cuenco la rata intentaba huir por el único sitio posible: la barriga del torturado. Sin comentarios...

Con todo y con eso, si hoy imaginara un infierno, que superase en horror a aquel modelo basado en el sufrimiento físico, tendría que ser un universo de horror espiritual, en el que el componente esencial sería la imposibilidad de decidir, y peor aún, la imposibilidad de arrepentirse. Esto último me parece la esencia del castigo espiritual, lo que más nos separa de la naturaleza humana: la imposibilidad de modificar nuestra conducta y por tanto la imposibilidad de ser libres.

Así, al igual que el Licántropo se angustia cuando ve las muestras de su destrucción, acaso la perdida de personas amadas, el condenado a este infierno sofisticado y cruel se ve obligado a la repetición monótona y agotadora del acto salvaje y a la conciencia constante del crimen cometido. Y al igual que en la peor perdida de memoria y de identidad, buscará una y otra vez en su alma desnuda y sin recovecos donde escondió por última vez la sensación redimidora del arrepentimiento.

Continuará....

lunes, 20 de febrero de 2012

Juan Sintierra - El comercio de esclavos en la Puebla del Rio


LA ESCLAVITUD EN LA PUEBLA JUNTO A CORIA EN LOS SIGLOS  XVI Y XVII.
(Noticias recogidas en las escrituras del Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla)

      La esclavitud es una característica que podríamos llamar esencial de la época que estudiamos. Tan injusto sistema estaba justificado por pensadores, moralistas y la propia Iglesia. Por nuestra parte, en estas humildes páginas no tratamos ni de poner ni de quitar, sino de mostrar la realidad documental tal cual era. Asimismo, mostramos la esclavitud como componente social de la villa de La Puebla, incardinada en la sociedad de su tiempo, sin entrar en más averiguaciones.

       Aún a riesgo de parecer reiterativos, debemos encuadrar el hecho de la esclavitud en la villa repitiendo algunos conceptos ya de sobra conocidos: En los documentos obrantes en el Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla,  la villa de La Puebla junto a Coria de los siglos XVI y mitad XVII, se nos aparece como una villa  rica, en algunos aspectos esplendorosa y con un buen número  de habitantes que, como ya hemos advertido otras veces, en unos treinta años (1645-75) se empobrece hasta límites inusitados y reduce su vecindario a menos de la mitad.

      En este esplendor influyeron diversos factores entre los que podríamos enumerar  su puerto, que formaba parte del complejo puerto de Sevilla, siendo el último punto importante en la margen derecha del río y el penúltimo si contamos con el importante puerto de Sanlúcar de Barrameda.  Apenas tenemos noticias de este tráfico marítimo, sus documentos deberían buscarse en el Archivo de Indias y en los restos que se puedan encontrar del archivo de Hacienda, ya que el Resguardo de Casas Reales tenía escribano propio, distinto al público y del Concejo cuyos documentos hemos consultado. El declive manifiesto de la villa que comienza a mitad de la  centuria del XVII tendrá mucho que ver con el desplazamiento paulatino del comercio marítimo de Sevilla a Cádiz.

      Otro factor que podríamos enumerar es el hecho de ser entrada principal de una extensísima zona ganadera de Islas y Marismas, lo que trajo como consecuencia  que se avecindaran en la villa arrendadores de impuestos de todas clases y de diezmos eclesiásticos, que también harían sus negocios marítimos y que luego se desplazan a la capital.

       La presencia de muchos esclavos de raza negra o mulata nos muestra a las claras la riqueza ya que los esclavos, destinados al servicio doméstico, eran un artículo de lujo. Asimismo nos indica un comercio con América importante y muy mal estudiado.
   
      El presente trabajo no es más que un muestreo efectuado en el Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Sevilla, en los protocolos de La Puebla del Río y en un periodo que va  desde 1.570 a 1.700, teniendo en cuenta que la documentación correspondiente a treinta y tres años salteados no se encuentra en el archivo, bien porque no estuviera cubierto el oficio de escribano o bien porque haya desaparecido.

     El sistema expositivo de este capítulo es distinto a todos los demás dado el cúmulo de datos, así citaremos el legajo y lo en él contenido y no recurriremos a las notas al final del capítulo que pueden desorientar y aburrir al curioso lector.

Legajo 1913-PB. Años 1570-1574 

     Es el segundo legajo correspondiente a la Puebla. El primero (3498-PB) ha sido deficientemente estudiado por su mal estado.

1570 – 28 de febrero. Gonzalo López de Salas, vecino de la villa,  es un rico hacendado, creemos que es del estado llano porque su hijo Juan López de Salas, clérigo de menores y menor en 1.580 recurre al Juez de la Iglesia para que el Concejo lo considere exento por su condición de eclesiástico (Acta del Cabildo de 12 de enero de 1580). Pues bien, en este año de 1570 hace inventario antes de contraer matrimonio con Leonor García. Aporta al matrimonio un  importante patrimonio en tierras, bueyes de labor y ganado. Sabemos que era vinatero y posiblemente vinculado al tráfico indiano. Entre los bienes se aprecian y aportan nueve esclavos:
-       Uno de color…<ilegible>… que se aprecia en 24 ducados.
-       Uno de color negro, que se aprecia en 30 ducados y 13 maravedis.
-       Uno de color membrillo que se llama Andrés en 330 reales.
-       Otro esclavo mestizo que se llama Bartolomé en 70 ducados.
-       Una esclava negra llamada Elvira en 70 ducados.
-       Otra esclava mulata llamada Ana, hija de Elvira, en 40 ducados.
-       Otra esclava mulata, Gervasia, en 40 ducados.
-       Otro esclavo mulato, Juan, en 15 ducados.
-       Otro esclavo negro viejo, 15 ducados.

1571 – 24 de julio. Juana Sánchez otorga poder a su marido, Cristóbal Díaz, ambos vecinos de Sevilla en la collación de San Lorenzo para que pueda vender un esclavo mulato que ella tiene con su marido, llamado Gaspar, de 20 años. Lo venden en La Puebla ,y al vecino de la misma, Andrés García.

1571 – fecha ilegible. Miguel Esteban, vecino de La Puebla, compra a Mencia (ilegible) una esclava negra de nombre Catalina.

Legajo 1773-PB. Años 1575-1577

1575- 5 noviembre. Andrés de Salas e Isabel de Vargas, su mujer, vecinos de la villa, venden al mercader Alonso Fernández una esclava negra de 15 años de nombre Beatriz  en 3.000 reales, o lo que es lo mismo, más de 270 ducados, cantidad muy considerable.

1575- 20 diciembre. Juan García, vecino de Utrera, vende en La Puebla por 1.924 reales, un esclavo negro obtenido en una presa, de nombre Francisco. Lo compra Andrés Navas, vecino de la villa.

1576- 14 de junio. Leonor García, viuda de Bartolomé López de Salas, al que hemos visto al principio, como tutora y curadora de la persona y bienes de su hijo Juan, el que luego nos aparece como clérigo de menores, vende a Fernando Martín Pastor, vecino de la villa, un esclavo de color mulato de 34 años y nombre Andrés en 75 ducados.

Legajo 2659-PB. Año 1578

1578- 1 de mayo. Inventario y avalúo para el reparto de los bienes dejados por Juan Cobo, vecino de la villa. Parece que era el padre de Juan Cobo de Ribera, habido en su segundo matrimonio, que más tarde aparece como capitán de la compañía de La Puebla. Se trata también de un rico hacendado que deja tierras de pan sembrar, viñas, ganado de labor y granjería y siete esclavos:
Ana Díaz, mulata, comprada en 65 ducados.
Juan, hijo de Ana, 100 ducados.
Miguel, 75 ducados.
Ana, negra, 50 ducados.
Hay tres esclavos más pero resultan ilegibles debido al deterioro del documento.
La mitad del valor es de Lázara, hija del primer matrimonio, y la otra mitad de Juan, hijo del segundo matrimonio.

Acta del Cabildo. Jueves, 17 de diciembre de 1579. 

      Desde hacía meses, la peste estaba causando bastantes estragos en Sevilla y su tierra. Declarada en Génova había pasado a Lisboa, vía marítima, y de aquí al Algarbe y al reino de Sevilla y Andalucía. El Concejo y  Regimiento de la ciudad de Sevilla había enviado instrucciones a las villas de su tierra a fin de que adopte medidas que impidieran la propagación, especialmente a aquellas que tenían puerto como La Puebla. En 17 de diciembre de 1.579 se persona en la villa Gaspar Juarez, Jurado del Concejo hispalense y ordena al escribano del Concejo de la villa, Juan de la Parra, que le muestre el cumplimiento de las instrucciones que le habían dado a La Puebla. Viendo en Jurado que no se habían cumplido adecuadamente, da una serie de instrucciones que redundan en las anteriores, así que se establezca una guarda de dos hombres permanentemente, de día y de noche, y que no se deje entrar personas o mercaderías de Portugal o de Génova, ni por el río ni por tierra; sólo podían entrar aquellas personas o mercaderías que trajeran testimonio de que su lugar de origen estaba libre de la peste, siendo diputados para  vigilar el cumplimiento los propios regidores. Luego hace un apartado y concreta más: “Iten, mando que aunque sean vecinos de esta dicha villa los que vinieren, porque ha sido informado que de esta dicha villa se esperan vecinos de ella que han de venir de Portugal con esclavos y otra mercadería, que no los dejen entrar en esta dicha villa ni  media legua a la redonda, so pena de que se les llevará de pena a cada uno de los alcaldes veinte mil maravedís para los gastos de la peste y que se les notifique a las guardas luego, como fueren nombrados, que no dejen entrar a los dichos vecinos, aunque les conste que lo son, so la dicha pena y más treinta días de cárcel a cada uno de ellos que lo consintiere.” Las relaciones de vecinos de La Puebla con los comerciantes portugueses, que tenían por esas fechas el monopolio del asiento de esclavos para América,  era un hecho suficientemente conocido en Sevilla.

Legajo 1876-PB. Año 1579-1582

1580- 8 de agosto. En el inventario de bienes de Juan de la Fuente nos aparece una criada  esclava negra y según dice el documento “vieja”. Los esclavos si no eran vendidos antes, envejecían y morían en la casa del amo que estaba obligado a su cuidado y sustento y a pagar las exequias.

Legajo 1877-PB. Año 1583-1584

1583-  9 de mayo. Carta de dote de Ana de Pineda otorgada por su marido Bartolomé Martín. Un pedazo de tierra en la vega apreciada en 15.000 maravedís  con un tributo a favor de Beatriz de Asián, beata de Coria, de 10 reales. Dos bueyes, dos vacas, dos yeguas  y un pedazo de tierra apreciado en 55 ducados y una esclava mulata, Francisca, lisiada de los dedos de las manos y los pies, apreciada en 70 ducados.

1583-  3 de agosto. En el testamento de Isabel Martín, dicha causante, mediante manda,  libera  a Catalina, su esclava negra.

1583-  7 de septiembre.  Antonio Sánchez Rasero y Bernabé Martín, hijos y herederos de Isabel Martín, no dejan libre a Catalina, negra de 26 años y apreciada en 100 ducados, por no haber suficientes bienes para pagar mandas y debitos. Recibieron la herencia a beneficio de inventario. y la esclava la venden a Domingo Martín Verdugo el mozo, vecino de la villa.

Legajo 1841-PB. Año 1585-1587

1587- 4 de febrero. Blas de Ojeda y Lázara de Salas, su mujer, otorgan carta de libertad a Ana, esclava negra de 20 años.

Legajo 1829-PB. Año 1605-1607

1605- 13 enero. Venta  de un esclavo negro habido en buena guerra de 28 años. Lo vende Cristóbal de Arcos, vecino de Sevilla en Triana al licenciado Jerónimo López, presbítero, vecino de La Puebla. Precio 70 ducados. Creemos que es Juan López de Salas, que utiliza para la compra del esclavo un segundo nombre.

1606- 31 enero. Testamento de Beatriz de Pineda, viuda de Juan Cobo, manda que Juan de Ortega, su esclavo, quede en libertad después de servir tres años a su hijo Juan Cobo de Ribera (capitán de la compañía de La Puebla). Albaceas su hijo y Juan Bautista (Botello), presbítero.
      Luego mediante un codicilo eleva el tiempo de servidumbre a seis años.

Legajo 1840-PB. Año 1608-1610

1608-  9 de julio. Testamento de Cristóbal Duelan, francés que vive en La Puebla,  manda a Inés, esclava en casa de Juan de Herrera 20 reales. Mandas a la Iglesia de San Lorenzo de Ruán. Mandas a Lisboa. Hombre muy relacionado. Tiene un conocedor con las vacas que es Diego Díaz.

1608- 7 de agosto. Diego Bernal, de Valverde del Camino,  vende a Pedro de la Fuente una esclava negra de 40 años más o menos  que se llama Paula “labrada la frente y carrillos”, se la vende por esclava cautiva sujeta a servidumbre y habida en buena guerra, 1.000 reales.

1608-  5 de octubre. Venta de esclavo negro bozal de 25 años. Vendedor Cristóbal Darcos Quintero, vecino de Sevilla en  Triana, lo compra Blas de Ojeda, vecino de la villa. No es ladrón, ni borracho ni fugitivo. No tiene enfermedad ni tacha cubierta ni descubierta.  8.100 reales.

1608-  14 de octubre. Beatriz de Pineda, viuda, y Juan Cobo de Ribera y su mujer Marina Rodríguez, venden a Juan López de Salas, presbítero, un esclavo llamado Juan, mulato membrillo, de 34 años por 43 fanegas de trigo.

1609-  3 de mayo. Juan Cobo de Ribera, declara deber al jurado Fernando de Salcedo, vecino de La Puebla, 800 reales por la compra de Antón esclavo negro de 35 años.

1609- 6 de septiembre. Juan Ruiz Pacheco y su mujer Leonor López, vecinos de La Puebla,  venden a Juan Gómez de Heredia, labrador, vecino de Aznalcázar. Un esclavo negro membrillo cocho llamado Miguel de 17 años, en 130 ducados.

1610- 29 de abril. Pedro de la Fuente vende a Alonso Calvo, ambos vecinos de la villa, una esclava negra entre bozal y ladina de 30 años llamada Paula en 900 reales (de 30 maravedis)


Legajo 1879-PB. Año 1610-1615

1613- 24 de marzo, folio 60 vto. a 63. Juan Benítez del Río vende a Alonso Díaz de Oropesa, alcalde ordinario, una esclava negra atezada de 40 años en 825 reales.

1613-  folio 67 vto.  Diego Martín Galván, vecino de Escacena vende a Ginés García, vecino de la villa,  un esclavo negro que se llama Pedro de 40 años en 900 reales.

1613-  folio 71 vto.  El mismo, Diego Martín Galván, vende a Juan Benítez del Río un esclavo negro que se llama Luís de 20 años, por 113 ducados libres de alcabala.

1613-  folio 120 vto.  y ss.  Miguel Sánchez Carretero, cuando contrae segundo matrimonio, entrega a su hijo habido en el primer matrimonio, bienes de la legítima. Mucha tierra y ganado y un esclavo negro, Antonio de 25 años apreciado en 100 ducados.

1613-  folio 239. Diego Centeno, jurado de Sevilla, vende una esclava negra ladina llamada Agustina de 28 años  en 80 ducados  a Nicolás de Pablos, vecino de La Puebla
1614-  folio 228 vto.  Alonso Domínguez, “mercader de esclavos”, vecino de Serpa, Portugal, vende al jurado de Sevilla, Bartolomé Gutierrez, un esclavo mulato membrillo cocho ladino llamado Juan de 28 años en 100 ducados.

Legajo 1910-PB. Año 1615-1617

1615- folio 214 vto. Juan Rodríguez Carretero y Miguel Sánchez Carretero, vecinos de la villa, venden a Juan Martínez de Salas, vecino de Sevilla, un esclavo negro, Antón, de 24 años en 120 ducados.

1615- folio 335. Pedro de Pineda vende a Bartolomé Rodríguez del Villar, ambos vecinos de la villa, una esclava negra llamada Ana en 130 ducados.

Legajo 1878-PB. Año 1618-1620

1.619- folio 552.  Blas de Párraga, vecino de Sevilla en Triana, vende a Miguel García, carpintero y vecino de la villa, un esclavo negro llamado Juan  en 102 ducados.

Legajo 1988 PB. Años 1620-1629

      Este legajo, aunque ordenado, se encuentra muy deteriorado, sólo ha podido ser examinado de forma muy parcial y los dos últimos años (1.628 y 1.629) se encuentran muy deteriorados.
     No esta debidamente foliado, por lo que recurriremos a las fechas.

1622- 26 enero. Pedro Martín vecino de Zalamea la Real, vende a Sebastián Rodríguez, vecino de La Puebla, una esclava negra llamada Isabel de 14 años en 118 ducados. Dice el vendedor que la compró el día anterior en el mercado de Villalba. Esta villa onubense se encuentra en una de las antiguas rutas de Lisboa, ciudad con un importantísimo mercado de esclavos. La ruta junto con el río fue muy frecuentada para la importación de esclavos en Castilla.

1623- 3 enero. Testamento de Catalina Martínez “mujer legítima de Alonso de Orta, ausente en Indias, y vecina de esta villa de La Puebla junto a Coria...”
          Entre las disposiciones testamentarias nos encontramos unas que dicen: “Declaro que tengo por mi esclava cautiva  a Magdalena y por el amor que le tengo y por lo bien que me ha servido toda su vida, quiero y es mi voluntad que sea libre todos los días de su vida, con cargo y condición que sirva cuatro meses de balde a Juan Bautista Botello, presbítero, cura de la Iglesia de esta villa y después quede libre como tengo dicho.”
      Declara también que tiene esclava a una hija de Magdalena llamada Ana, criada en su casa y “por el amor que le tengo mando sirva en compañía de su madre cuatro años y que gane cuatro ducados cada año y juntos diez y seis ducados se den a la fábrica de la iglesia de esta villa”.  Continua diciendo que después de reunir los 16 ducados quede libre  igual que su madre. Con ese dinero manda se funde una memoria perpetua para que una vez al año se le diga una misa cantada. Ya veremos más adelante cómo se prolonga la situación de Ana de forma indebida.

1623- 2 de febrero. Testamento de Tomasina de Mesa, primera mujer de Juan Lázaro de León. Deja universal heredera a su única hija, María de Salas y nombra albaceas a Juan Lázaro, su marido y a Juan Lázaro “el soltero”.
       Declara que cuando se casó trajo en dote, y puso en poder de su marido, ajuar y tres esclavos.
      Aparece por primera vez Juan Lázaro de León que juntamente con el otro Juan Lázaro, fue uno de los mayores propietarios de esclavos.

1624- 3 de septiembre. Ana García, mujer de Francisco Martín de Pineda, comparece ante el alcalde ordinario y hace relación de los bienes dotales que aportó al matrimonio y puso en poder de su marido. Los bienes son muy cuantiosos en tierras, viñas y ganados y también dice que aportó un esclavo llamado Gregorio de 16 años. 


Legajo 1982 PB. Años 1630-1639

      El legajo está muy desordenado y aunque deteriorado se ha podido examinar mejor que el anterior.
      Así mismo, sólo se encuentra foliado en parte, por lo que recurriremos a las fechas y cuando exista el número de folio lo pondremos entre paréntesis.

1630- 16 de junio (folio 36). Carta de recibo de dote de Juan Rodríguez de los Reyes, casado con Juana Guillén, hija de Juan de Herrera e Isabel García (ya difunta). Sabemos que recibe una cuantiosa dote en tierras y, entre otros bienes, una esclava negra vieja llamada Ana con una hija suya llamada Gregoria de edad de ocho años poco más o menos. Ambas se valoran en 560 ducados. La negrita Gregoria cambia de dueño dos veces más como veremos, llegando a ser protagonista de un curioso suceso.

1631- 15 de mayo. Francisco Piamonte, vecino de la ciudad de Lisboa, “en la collación del Señor San Javeo junto a la Cruz de la..(ilegible)....... estante al presente en la villa de La Puebla junto a Coria....” Vende a Martín de Cervera, vecino de Coria, una esclava negra atezada ladina llamada Juana que “ ha de ser de edad de veinte años”, dice que ha sido “habida en buena guerra” y también que “no es ladrona ni bribona ni tiene mal corazón” (1).  Se olvida anotar el precio, posiblemente porque fuera comprada de contrabando sin pagar los derechos de aduana. Este tipo de ventas se realizaban en los barcos y su documentación ante escribano servía para acreditar la adquisición.  Los barcos debían esperar a las mareas pasada la Isla de Hernando, muy próxima a La Puebla que también tenía puerto. Este sistema se utilizó con frecuencia en el siglo siguiente en Cádiz y los puertos próximos.

1632- 11 de abril. Fray Juan de Caviedes, maestro predicador de la orden mercedaria, conventual de la casa Grande de Ntra. Sra. de la Merced de Sevilla (actual Museo), albacea y heredero de Francisco Cabiedes de Soro y estante en la villa de La Puebla, vende a Bartolomé López un esclavo negro ladino (2) llamado Domingo, de 24 años, que había recibido en herencia. Dice que “se lo vendo por esclavo cautivo sujeto a servidumbre habido en buena guerra” (3) y también con “sus tachas buenas y malas, cubiertas y descubiertas” (4). Precio 900 reales.

1633- 24 de febrero. Juan Lázaro de León, familiar del Santo Oficio,  otorga carta de dote a favor de su hija María de Salas, hija de Tomasina de Mesa,  su primera mujer, que era hija de Pedro de la Fuente y Leonor García. María de Salas estaba casada con Mateo de la Fuente que recibe la dote y entre otros bienes: un esclavo llamado Andrés de color membrillo cocho (5), apreciado en 100 ducados y una esclava llamada Rufina con un esclavillo pequeño llamado Domingo, moreno (6), hijo de Juan Domingo y de Ana (seguramente esclavos de Juan Lázaro), apreciados en 220 ducados.

1633- 15 de abril. El escribano de La Puebla de los últimos años, Pedro García Cabricano,  se encuentra enfermo y fallece al poco tiempo. En esta fecha otorga su propio testamento. Dice que es “escribano público y del Consejo y Hermandad y Rentas de esta dicha villa” (7).  Entre las mandas del testamento tenemos: “ Mando a Don Esteban Cabricano, mi hijo, a Melchor esclavo y a Manuel así mismo esclavo y a Manuel de ocho años de edad....” Y otra: “Mando a la dicha mi mujer a Ginesa mi esclava y a Juan y Mariana sus hijos para que los tenga y trate bien por haberlos criado”.

1633- 30 de abril. Testamento de Blas Pedro Alonso, vecino de la villa. Casado tres veces, su tercera esposa aporta al matrimonio en dote, entre otros bienes, dos esclavos, declarando que ya murieron. Afirma que tiene entre sus bienes a una esclava llamada Isabel y a un esclavillo llamado Antonio.

1633- 2 de mayo. Francisco Hernández, vecino de Sevilla en la collación de Santa Catalina, vende en La Puebla al vecino Diego Alonso Rasero “una esclava llamada Isabel de diez y siete o diez y ocho años más o menos, la cual es mi esclava sujeta a servidumbre y la compré con sus derechos a Antonio Pérez Rodríguez vecino de Sevilla en la collación de Santa María la Blanca...”. La vende al contado en 150 ducados y asegura que “no es ladrona ni borracha, jugadora, ni de mal corazón ni engañosa ni tiene enfermedades...” (8). Dice además que la esclava esta “aduanada y pagados los derechos de ella”. (9)

1633- 26 de mayo. Juan López Franco vecino de Sevilla en la collación de San Salvador, que actúa por sí mismo y por Alonso López de la collación de San Gil, vende a Francisco Carmonés, vecino de La Puebla, una esclava negra, ladina, de treinta y ocho años poco más o menos, llamada Felipa, en 130 ducados “habida y comprada de buena guerra.”

1633- 26 de mayo. Luis Venegas, vecino de Sevilla en la collación de Santa Catalina, vende a Gregorio de la Fuente un esclavo negro de diez y siete años más o menos, llamado Francisco que lo compró de Luis López, mercader vecino de la ciudad de Utrera. “Cautivo, sujeto a servidumbre..... habido en buena guerra”. Precio 772 reales (65 ducados).

1633- 26 de mayo. Juan López Franco en la misma fecha vende a Bartolomé López de Salas una esclava de color negro de veinticuatro años llamada Juana. Dice que la compró en Écija a Francisco Lozano. Precio 140 ducados (¿).

1633- 30 de mayo.  Juan Lázaro en un documento de recepción de bienes que hereda de su hermana Ana de Salas, que murió abintestato y de la que es heredero universal declara recibir una cuantiosa herencia que detalla y entre los bienes recibe una esclava llamada Francisca y un esclavo llamado Bartolomé. Sabemos por este documento que Ana de Salas estuvo casada con Juan Benítez del Río hombre rico que fundaría una importante capellanía en la iglesia de Ntra. Sra. de la Granada en la villa.

1634- 19 de mayo. El Licenciado Juan Bautista Botello, presbítero y cura vicebeneficiado de la Iglesia de la villa, otorga una carta de libertad que en su parte principal dice así: “....... porque yo tengo y poseo por mi esclava cautiva sujeta a servidumbre a María Sánchez, hija de Ana de Santa Ana mulata libre, y porque la susodicha me ha servido bien y la he criado en mi casa y a sido en ella más de quince años y al presente esta casada con Juan Gómez, hombre libre, y yo he tenido gusto siempre, como al presente tengo de darle carta de libertad por hacer bien y buena obra....”

1634- 26 de diciembre. Testamento de Ana González de Ricadel, mujer de Francisco Martín Carmonés. Deja a su esclavo negro, Diego, a su marido “por todos los días de su vida y en falleciendo el dicho mi marido quede libre el dicho esclavo por haberlo criado y para ello sea bastante esta cláusula en su favor sin otra escritura o aclaración.”
       Son albaceas su marido y Juan de la Fuente.

1635- 13 de septiembre (folio 43 vto.). Diego Alonso Rasero, vecino de La Puebla, vende a Juan Cristóbal de Alcalá, vecino de Sevilla en la collación de San Julián, una esclava llamada Isabel de veinte años. Dice que la compró a Francisco Fernández vecino de Sevilla de la collación de Santa Catalina. 

1637- 5 de septiembre (folio 86). Testamento del Licenciado Juan Bautista Botello, cura y vicebeneficiado de la iglesia de la villa. Tras las mandas de rigor hace la siguiente declaración: “Declaro por descargo de mi conciencia......... que cuando murió Catalina Martín, viuda de Alonso de Orta, vecinos que fueron de esta dicha villa, en una cláusula del dicho testamento dejó una memoria de diez y seis ducados para que se dijese una misa cantada cada un año en la Iglesia de dicha villa y que dando los diez y seis ducados Ana su esclava, que es la que hoy me está sirviendo en mi casa, para que se hiciese la dicha memoria, quedase libre, y que la dicha Ana, luego que falleció la dicha su ama Catalina Martín, le dio y entregó los diez y seis ducados para que hiciese que la dicha memoria se impusiese como albacea que fue de la susodicha en compañía de Bartolomé González Mancero. Y porque la cantidad de diez y seis ducados pareció poca a los visitadores que en aquel tiempo fueron, que no recuerda, mandaron que se diesen y convirtiesen la renta de ellos en misas rezadas, las cuales se han dicho todos los años como aparecerá en los libros dela colecturía  y, a más abundamiento, porque la dicha Ana goce de libertad y nadie le ponga impedimento, mando que de mis bienes se saquen los diez y seis ducados y se depositen en Juan Benitez del Río, vecino de esta dicha villa, para que quede allí si el mandato de los tales visitadores no pareciere en los libros de visita o no se hubiere con la disposición que conviene para que tenga efecto al señor Provisor  de la ciudad de Sevilla, los imponga nuevamente como le fuere servido.” El cura se pasó al menos diez años en cumplir la voluntad de la testadora.
     También declara: “Declaro que vendí en almoneda.......... como tal albacea y para cumplir el dicho testamento, dos esclavos que quedaron de la dicha Catalina Martín que fueron una esclavilla de edad de dos años y otro esclavillo de edad de seis meses llamados María y Francisco.” El dinero que pagaron por los dos menores no lo dice, sino que lo gastó en cumplir las mandas del testamento. Tampoco dice a quién los vendió. No dice el cura de quién eran hijos; sospechamos que de Ana y que detrás hay una turbia historia.
       Fueron sus albaceas Juan Benítez del Río y Bartolomé López de Salas. Sabemos que Pedro Alonso Capilla es su sobrino.
      Deja a María, hija de Ana, que lo ha cuidado en su casa, una colcha “de las suyas”, una sábana y dos sillas “de las mejores” y a Ana otra sábana y dos sillas.

1639- 7 de febrero (folio 15). Testamento de Catalina de Cevallos, esposa del capitán Fernando de Salcedo. Entre las mandas encontramos: “Mando y es mi voluntad que una esclava mía llamada María de Lopas, sirva al dicho capitan Fernando de Salcedo, mi marido, como esclava todos los días de su vida....”
      En otra manda deja libre a Juan, hijo de María de Lopas.
      Declara que tiene por esclava a Gregoria, negra atezada, “que la hube y compré de Juan Rodríguez de los Reyes, vecino de esta dicha villa, mando se venda a quien más de por ella y de su precio se cumpla este mi testamento.” De nuevo sale la esclava Gregoria.

      Por el inventario posterior sabemos que la esclava María de  Lopas era berberisca (10).
      También se inventaría otro esclavo viejo llamado Francisco, impedido de las piernas. 

      Los legajos siguientes, es decir 1917 PB, 1919 PB y 1918 PB  se encuentran más ordenados y bien foliados por lo que cambiaremos el método de redacción citando años y después sus folios correspondientes.
            
Leg. 1.917 PB. Año 1640, folio 51.   En el primero de los años estudiados, y en 5 de agosto, nos encontramos con la almoneda que se hace de los bienes de Doña Catalina de Cevallos, vecina de la villa, difunta y esposa que fue del capitán  Don Fernando de Salcedo, también vecino. Hay que advertir que la almoneda, es decir, la subasta, era un acto frecuente y que se disponía en testamento; el testador designaba herederos de determinados bienes y del resto disponía se hiciera almoneda en plaza pública para pagar mandas y legados encargando a sus albaceas de su realización. El acto que nos ocupa se celebra en la plaza  de la villa presidido por el alcalde ordinario, Roque Márquez de Mena, y previamente pregonado por el pregonero del Concejo, Manuel Ruiz. En el acta levantada por el escribano Juan de Gea leemos: “Primeramente se remató por voz del dicho pregonero una esclava llamada Gregoria, negra atezada, de edad de diez y ocho años, por bienes de la dicha difunta, en dos mil reales de vellón, en Don Francisco Ponce, residente en la dicha villa, pagados luego de contado.” 
          En fecha 2 de septiembre siguiente -folio 53 vto.- el comprador, Don Francisco Ponce de León, comparece ante el alcalde ordinario y manifiesta que la esclava la compró para el capitán Don Nicolás de Salcedo, hijo del albacea y viudo Fernando de Salcedo y solicita del dicho albacea otorgue escritura de venta de la esclava “para que el susodicho <Nicolás> la haya y la goce como cosa suya, habida y comprada con sus propios dineros.” Es lógica la comparecencia de Ponce de León ya que la escritura en forma de carta de pago se otorgaba de inmediato y había pasado casi un mes. Intuimos una puigna entre padre e hijo por la Gregoria que a la sazón tenía diez y ocho años.
      Por fin en 16 de noviembre (número de folio ilegible) el padre, habiendo asumido la tomadura de pelo y sin duda a requerimiento del alcalde en funciones de justicia, otorga carta de pago a su hijo por la compra de la esclava Gregoria.
 
      Por papeles posteriores sabemos que Fernando de Salcedo era el capitán de la compañía de infantería estable en la villa, siendo además agricultor y ganadero con cierto acomodo, sin desdeñar el arrendamiento de diezmos y otros impuestos en sociedad con miembros de la oligarquía local. Su hijo Nicolás le sucede en el mando de la compañía llegando a ser alcalde ordinario de La Puebla por el estado noble.

       En el folio 54 del mismo legajo vemos como el capitán Sebastián Francisco Jáuregui, vecino de Sevilla, viene a La Puebla y otorga escritura por venta de una esclava de nombre Clara y color membrillo cocho de cuarenta y ocho años en mil reales de vellón. No sabemos quien la adquiere porque el documento se encuentra ilegible en esa parte.
      Pero es en el folio 96 donde nos encontramos con un importante documento , cual es el testamento de Antonio Benítez del Río ( en papeles posteriores también se le llama Juan). Este hombre es soltero, sin hijos y nombra albaceas al licenciado Marcos Benítez, presbítero y vecino de Coria a Ana García de Mayorga, hermana y heredera  y a Mateo de la Fuente, vecino de La Puebla. Es propietario al morir de una notable hacienda y funda una importante capellanía en la Iglesia de Ntra. Sra. de la Granada que debía nutrirse de 76 fanegas de tierra de pan sembrar en diferentes pedazos casi todos en la vega, así como de una casa en la calle Santa María.
       En el testamento nuestro hombre declara que tiene una esclava “cautiva y sujeta a servidumbre”...”de color mulato” y a su hijo Cristóbal de cuatro años a los que deja libres “por el amor que les tengo y los buenos oficios que la dicha Úrsula, mi esclava, me otorgó” . Mediante una manda ordena se le entreguen a Úrsula para su casamiento cien ducados, cincuenta en ajuar y cincuenta en dinero, pero sólo si se casa. Vemos que quería ver a la muchacha sujeta a la autoridad marital y para ello la dota bastante bien, con una suma equivalente a los mil seiscientos reales poco más o menos; dote modesta pero nada desdeñable para el lugar y la época.
      También tenía un esclavo que no tuvo tanta suerte: así manda al Convento de las Cuevas (Cartuja de Sevilla) a Francisco Mulato “mi esclavo..... el cual quiero que sirva y sea sujeto a servidumbre de los dichos padres <cartujos> todos los días de su vida, porque yo se lo dejo al convento desde el día que yo fallezca para siempre.” . Así mismo deja a su fiel criado Francisco Parra ciento cincuenta ducados y algún ganado.
      La Cartuja de las Cuevas comienza a aparecer con insistencia en los protocolos, por estas fechas arriendan la Dehesa Nueva  y prácticamente no la sueltan hasta la Guerra de la Independencia; pero todavía en estos años no han entrado de forma determinante en la vega en la que llegan a ser propietarios de unas cincuenta hazas con algo mas de doscientas veinte aranzadas. Vemos cómo los conventos tenían esclavos, lo que constituía un hecho absolutamente normal.       

Leg. 1917 PB. Año 1643, folio 78.  Tenemos el testamento de 22 de junio del licenciado Don Juan Bautista de Peñaranda, presbítero y cura vicebeneficiado de la iglesia de Ntra. Sra. de la Granada, que además de ser el cura más antiguo es el Sacristán Mayor –el que cobraba las misas- y mayordomo de la fábrica. Reunió un considerable capital en su curato de La Puebla así como su hermano Antonio al que encontramos junto a Ponce de León, Salcedo, Lázaro de León y otros como arrendatario de los diezmos de los borregos y la lana del deán y cabildo catedralicio y también de los diezmos del menudo (ganado mayor y menor). También lo tenemos algunos años como arrendatario de las torres del Puntal de Matagorda, Andalucía y Torreblanca que eran fielatos del río y sus brazos. El diezmo de los borregos se cobraba en la Isla Mayor en la que solo entraban borregos y no ovejas. Debía ser muy cuantioso pues Ponce de León vende por estas fechas a un ganadero de San Bernardo seiscientos veintiocho borregos procedentes de los diezmos en 11.200 reales de vellón, garantizándose el pago con otros seiscientos que el ganadero comprador tenía en la Isla Mayor.  Sin duda el cura no era ajeno a los buenos y rentables negocios de su hermano, al que algunas veces lo encontramos como arrendatario también del Tributo de Santiago.

      El cura nombra primero heredero universal a su hermano Antonio, pero mediante un codicilo del día 25 siguiente -folio 81- nombra heredero a éste y a su hermana Ana Bautista y a su fiel servidor Francisco López.
        Aunque en su testamento el cura no dice nada, en el folio 90 tenemos el inventario y almoneda que se hace de alguno de sus  bienes. Por este documento sabemos que el cura tenía un esclavo llamado Manuel de color negro atezado y de sesenta años, todo un anciano para la época, que para poder venderse hay que hacer un lote con él, un jumento pardo y unas angarillas. Todo el lote se remata por el vecino de la villa Francisco Pérez Zárate en 1.100 reales, una ganga que se paga de contado.
      Le costó trabajo al comprador deshacerse de Manuel ya que hay que esperar a finales de ese año –folio 203- para saber que Pérez Zárate lo vende a Fernando Moreno vecino de Los Palacios, declarando que el esclavo “lo hube y compré en almoneda de los bienes que quedaron por fin y muerte  del licenciado Juan Bautista de Peñaranda”; sigue diciendo que vende al esclavo con sus tachas buenas y malas que nunca ha huido y que no es borracho. La inclinación a la fuga y al moyate era frecuente en los esclavos y la manifestación de la ausencia de tales costumbres era cláusula corriente en estos contratos. El precio pactado fue de 800 reales de vellón, pagándose 300 de contado y 500 por San Miguel del año siguiente. No estaba mal el precio para un esclavo viejo; es posible que Manuel supiera leer y escribir y el comprador lo adquiriera para llevar cuentas y como preceptor de los hijos. De cualquier forma fue muy triste el destino de este anciano, y aunque no debemos juzgar hechos pretéritos con nuestra mentalidad actual, se hace necesario detenernos en la dureza de corazón del cura que dejó al viejo, posiblemente su servidor durante muchos años, en total desamparo.

      En este mismo año y en el folio 82 está el testamento de 26 de junio de Bartolomé López de Salas, vecino de la villa y viudo de Ana de Pineda. Se trata de un ganadero fuerte. No tiene hijos y nombra herederos a varios sobrinos y parientes. Pues bien, por un codicilo del siguiente día 29 de junio –folio 87- manda a Juan de la Fuente, viudo de su sobrina Isabel de Salas, un esclavo suyo llamado Luis, “el que le deja para que sea esclavo cautivo de Martín, Esteban y Juana, hijos de Juan de la Fuente y de Isabel de Salas, sujeto a servidumbre todos los días de su vida.” (11)
      En otra disposición del codicilo leemos: “mando a Rufina que está en mi casa de color mulata cien reales para vestirse que mando se le den luego que yo fallezca.” (12) No nos dice si era esclava, parece ser que la había liberado con anterioridad. No aparece en el inventario de bienes que se encuentra en el folio 88 de ese año.  Era frecuente que los solteros y los viudos tuvieran una esclava a la que liberan por disposición testamentaria o con anterioridad.

      La hermana del cura Juan Bautista de Peñaranda, Ana Bautista, antes referida y con vecindad en la villa, contrae matrimonio con Rodrigo Jiménez de Piquero, pasando a poder de éste los bienes que la misma aportó al matrimonio por lo que se realiza, a su petición, un inventario y avalúo ante el alcalde ordinario Juan de Pineda que lo hallamos en el folio 120.  En la relación de bienes valorada por distintos tasadores, entre otros su hermano Antonio, nos encontramos con “una esclava llamada Isabel, negra de color, 2.200 reales de vellón” y también con “una esclava llamada Juana, su hija de siete años, 1.100 reales de vellón.”

Leg. 1917 PB. Año 1644, folio 6. Testamento de Juana Guillén, mujer de Juan Rodríguez de los Reyes y viuda de Antonio de Pineda, vecina de la villa. Declara esta mujer, que tiene dos esclavas Ana y María, diciendo que “esta dicha María esclava quiero y es mi voluntad que no pueda ser vendida ni enajenada, sino la dejo para Tomás mi hijo, porque fue mejora que Juan de Gerena, mi padre y su abuelo, la dejo al dicho mi hijo por cláusula de su testamento.”  También declara que tiene una tercera esclava llamada Inés.
      Nombra albaceas a su primo Mateo de la Fuente y al doctor Don Hermenegildo de Arratia, cura de la iglesia que ha aterrizado en la villa. Parece ser, por documentos posteriores, que este sujeto era el típico eclesiástico joven, formado y ambicioso. Llega a La Puebla con lo puesto y con una mano por el cielo, otra por la tierra y la boca abierta.

       Juan Lázaro de León y su esposa Sebastiana de Sotomayor  forman un matrimonio rico dueño de numerosos esclavos. El es además familiar de la Santa Inquisición y es miembro importante de la oligarquía de la villa.  Veremos al final de estas páginas cómo vine a menos la familia y desaparece. En el folio 84 encontramos una escritura de venta  a Pedro Martín de Cabrera, vecino de Sevilla, de “un esclavo llamado Jacinto de edad de nueve años, mulato de color membrillo cocho, nuestro propio que nos en esta villa hemos criado en nuestra casa y tenemos por bienes nuestros propios y por tal sujeto a servidumbre.” Se dice además en el contrato que es fuerte y no tiene enfermedades. Su precio fue de 150 ducados. 
      Tras el fallecimiento de su esposa, Juan Lázaro de León vuelve a  las andadas y vende a Juan Cabello, vecino de Sevilla en Triana –folio 103- “una esclava mía llamada Isabel de edad de seis años poco más o menos, nacida y criada en mi casa.” Su precio fue de 750 reales. Realmente parece que Juan Lázaro ve acercarse el fin de sus días y está malbaratando su hacienda porque los precios son realmente bajos, a no ser que hubiera mucha oferta, lo que era posible. 
  
      Si en el testamento de su esposa no encontramos referencia alguna a esclavos y el de él mismo no aparece en los protocolos de La Puebla, en el folio 197 leemos que en 30 de noviembre de ese año de 1.644, comparece ante el escribano de la villa, Juan de Gea, el capitán Juan de la Carrera, vecino de Sevilla en Triana y declara que “recibió en depósito del capitán Juan de Esqueda, vecino de la villa de Coria dos mil y trescientos reales de vellón que son los mismos en que se remató en dicho capitán una esclava llamada María y un esclavillo, hijo suyo, llamado Mateo, por bienes de Juan Lázaro de León, difunto, vecino de La Puebla junto a Coria.”

Leg. 1917 PB. Año 1645, folio 5. A primeros de este año Alonso Cuesta otorga testamento. Dice que es soltero y funda una capellanía en la iglesia de Ntra. Sra. de la Granada dotándola con un huerto de naranjas y limones próximo al río. En una parte del testamento dice que declara por sus bienes una esclava negra llamada Teodora. Ya vemos cómo el solterón tenía su esclava, aunque no la deja libre ni dotada. No sabemos qué pasó con ella.

Leg. 1917 PB. Año 1646, folio 28. Tenemos el testamento de Catalina Díaz que era hija de Ana de Pineda y esposa de Diego García Valencina. En una disposición del testamento mejora a su hija, que también se llamaba Ana de Pineda, con una esclava que ella trajo en dote “a poder del dicho Diego, de color membrillo cocho, llamada Luisa, que está en mi casa que quiero que así lleve más que el dicho Juan de Oropesa, mi hijo, por ser como es mujer la dicha Ana de Pineda, mi hija”. No se haga el lector cábalas con los apellidos, ya que en esta época el orden de los mismos no era el de hoy, ni existían reglas rígidas al respecto.
      Más adelante en el folio 103 de éste año nos encontramos con el testamento de Diego García Valencina en el que declara que tiene un esclavo llamado Isidro nacido y criado en su casa de siete años de edad “al cual quiero y es mi voluntada que sea libre” después de su fallecimiento y le deja nada menos que la quinta parte de sus bienes, que no eran precisamente escasos, “por el amor que le tengo de haberlo criado y otras causas que a ello me obligan”. Es muy posible que entre las otras causas estuviera la paternidad. Sin duda nos encontramos ante un hombre de bien.

Leg. 1919 PB. Año 1651, folio 72. Hay una escritura en la que se concede la libertad a un esclavo pero el folio se encuentra tan cubierto de roña que nos ha sido imposible saber su nombre, el del libertador y las causas de esa liberación.

Leg. 1919 PB. Año 1653, folio 2. Leemos en algunos papeles de mitad de la centuria que en La Puebla se estaba padeciendo desde hacía algunos años “una enfermedad contagiosa” que causó bastante mortandad. Así acabó con la vida de una mujer que no llegaría a los treinta y cinco años, Maria de Salas y Sotomayor , hija de Juan Lázaro de León y Sebastiana de Sotomayor, anteriormente referidos. El marido de esta mujer, Sebastián de Pineda, había muerto meses antes. El episodio del que es causa esta mujer llega a tener tintes dramáticos  provocando una situación que hoy nos parece aberrante pero que en su tiempo era absolutamente normal. Así en 30 de marzo de ese año de 1.653, María de Salas, que se encuentra gravemente enferma, otorga testamento. Hacía nueve años que fallecieron sus padres dejando a ella y a sus hermanos pequeños, Francisco y Lázaro, que aún continúan menores de edad. Son los últimos miembros de una familia poderosa venida a menos. Ella misma dice en el testamento que no está muy segura si tiene veinte fanegas de tierra en diferentes pedazos. La heredan sus hermanos menores porque no tiene hijos.
      Entre las mandas del testamento encontramos una en la que ordena se digan doce misas rezadas por el alma de Bartolomé Manzano, “mi esclavo ya difunto”. Así mismo declara que tiene una esclava llamada Rosina y que se han criado juntas. La deja libre, le permite vivir en la casa y le deja un legado de cien reales.
      En la relación de sus bienes manifiesta que tiene un esclavo llamado Diego de cinco años, hijo de Rosina y Bartolomé, además de un potro y una potranca en la Isla Mayor.
Instituye albacea a Antonio de Pineda. No sabe firmar y uno de los testigos en Don Dionisio Díaz Debuerdo, cura –uno de los tres o cuatro que había- de la iglesia de la villa.
      Fallecida Maria de Salas, en 25 de abril –folio 9- se hace almoneda de algunos de sus bienes para pagar mandas y legados . El acto en la plaza de la villa es presidido por el alcalde ordinario Pedro Alonso Capilla, se hace el pregón por Andrés López y se subasta en primer lugar al esclavo Diego de cinco años, de color membrillo cocho, que era tuerto por más señas. Se realizan dos ofertas, la primera por 1.800 reales  de Andrés González, vecino de la villa y la segunda de 2.000 reales de Gonzalo Ruiz, que se lo adjudica. Firman como testigos Alonso Calvo de Mena, Sebastián de la Fuente y Andrés González Pichardo.
      En 8 de mayo –folio 12- Antonio de Pineda como albacea de María de Salas, otorga carta de pago, es decir, escritura, del esclavo Diego del cual dice que nació y se crió en La Puebla; María de Salas lo heredó de su padre Juan Lázaro de León, difunto, vecino que fue de la villa. Así mismo afirma que se vende al esclavo con sus tachas buenas y malas. Gonzalo Ruiz, su comprador, declara que compró al esclavo para el capitán Don Diego Solórzano Jaraquemada, sargento mayor del partido de la villa de Coria y vecino de Sevilla.
      Pero no queda ahí la cosa; a partir del folio 47 nos encontramos con unos autos incorporados al protocolo por el que sabemos que en 31 de agosto siguiente comparece ante Antonio de Pineda el vecino de Triana Francisco Niño, pariente de los menores Francisco y Lázaro, hijos de Juan Lázaro de León y hermanos y herederos de María de Salas, como ya sabemos.  Antonio de Pineda ostentaba, entre otros, el curioso cargo de Padre General de Menores de la villa y debía velar por los intereses de los huérfanos. De este modo, nombra curador de Francisco y Lázaro a su pariente Francisco Niño, el cual le plantea el siguiente problema: María de Salas había dejado entre los bienes de su herencia otro esclavo mulato de “ocho o diez meses de edad” llamado Pedro, hijo de Rosina y parece que no de Bartolomé, es decir que era hermanastro de Diego, de cinco años, anteriormente vendido. No se había hecho mención del mismo en el testamento de la difunta. El curador Francisco Niño, alega que la hacienda heredada por sus pupilos es muy corta y no se puede mantener al esclavito, ya que “necesita mujer que le de leche y le lave las ropas”, por lo que solicita se venda al pequeño Pedro en almoneda. Parece ser que su madre, Rosina, la esclava liberta no quiere saber nada del asunto, pues ella es libre y su liberación no alcanza a sus hijos; ahora, tras la estrenada libertad debe ganarse la vida y no era cuestión de criar al esclavo de otro a cambio de nada. Aunque parece ser este planteamiento el que subyace en el fondo, nos negamos a creer que Rosina negara los cuidados a su pequeño hijo.
      Así las cosas, vemos en los folios posteriores como se pregona la almoneda en plaza pública durante mas de ocho días sin que apareciera postor alguno que quisiera quedarse con el esclavito. Por fin, se lo queda Andrés (González)  Pichardo por 400 reales que era el precio que tenia en la época un novillo para carne  o un asno. De cualquier manera la adquisición de un niño de tan corta edad, dada la elevada tasa de mortalidad infantil, era un negocio arriesgado, por lo que, creemos, que en la decisión del comprador influyeron otras razones como la piedad o cualquier otro motivo ajeno al interés económico.
      Tras este asunto nos encontramos con un periodo de seis años en los que no existe protocolo de escribano alguno, sin que podamos saber que pasó en este tiempo.

Leg. 1918 PB. Año 1670, folio 21. El legajo indicado abarca un periodo de diez y ocho años (1660-1677), pues bien, en todo este tiempo solo hemos hallado una escritura de liberación de un esclavo en el folio indicado.  

Leg. 1.920 PB. Año 1700, folio 19. En el inventario y avalúo que se hace de los bienes a la muerte del importante ganadero, Fernando Delgado Carrillo, aparece una esclava negra que se aprecia en 1.875 reales. 
     En el folio 21 encontramos el testamento de Maria Eugenia Muñoz de la Peña, aparece una esclava, María, que quedará libre cuando fallezca su marido.  




 Juan Sintierra



NOTAS

1.- Fórmula contractual frecuente
2.- Negro ladino: Según el Diccionario de la R.A.E. esclavo ladino es aquél que lleva más de un año sometido a esclavitud.
3.- Esclavo habido en buena guerra: Capturado o comprado en los mercados esclavistas africanos e importado posteriormente a la Península. La captura de un infiel en la mentalidad de la época y su sometimiento a esclavitud se consideraba “buena guerra”
4.- Fórmula contractual frecuente.
5 y 6.- Membrillo o membrillo cocho: moreno o más o menos coloreado debido a más de un cruce.
7.- El escribano era un personaje importante pues lo era del Concejo y Regimiento de la villa, de la Santa Hermandad (importante en tan ámplio término) y de las Rentas Reales, que seguramente alcanzaría al tráfico fluvial. Además era escribano público al que acudían los particulares. En el siglo siguiente ya no es escribano de Rentas, pues en el trafico fluvial esta el escribano del Resguardo de Casas Reales.
8.- Fórmula contractual frecuente.
9.- Debe tratarse de un comerciante de esclavos, pues declara que ha pagado los impuestos de “importación” correspondientes.
10.- Es la única esclava de origen norteafricano que hemos encontrado. Parece que vivió en la hacienda de Lopas, en los pinares de Aznalcazar.
11.- La formula, que es corriente, no es baladí ya que el amo debía alimentar y vestir al esclavo durante todo el tiempo de su vida, así como procurar el sanamiento de sus enfermedades y asistirlo en la vejez.
12.- Mulato: generalmente hijo de blanco y negra.
 Negro atezado: Sin mestizaje, por ser hijo de negros o por ser de “importación”, es decir apresado o comprado en los mercados esclavistas del norte de áfrica o la banda subsahariana.