LOS
RIOS Y PUERTOS DE LA
MARISMA DE SEVILLA EN EL ANTIGUO RÉGIMEN
Cuando se examina la documentación de la
que disponemos referente a la época de los Austrias en La Puebla, y dada la evolución
posterior, nos puede parecer que la villa ha vivido siempre de espaldas al río.
Estimamos que es una creencia absolutamente errónea. Una gran parte de la historia de La Puebla, al menos hasta el
traslado de la cabecera del comercio americano a Cádiz a principios de los años
setenta del siglo XVII,
está íntimamente unida con el río, o los ríos. El protagonismo y la importancia de Coria,
tan próxima, adquirida ya en el primer tercio del siglo XVI, por una parte, y,
por otra, la pérdida de memoria del
vecino de La Puebla,
que a principios del último tercio del XVII le da la espalda al río, al
contrario de Coria, nos sumen en una
ignorancia manifiesta. Cuando nos dotemos de un método de investigación
debidamente estructurado y lo trabajemos, no dude el curioso lector que
podremos ofrecer muy buenas tardes a la afición; mientras tanto, permítanme una
faena de aliño exponiendo una serie de datos en las páginas siguientes.
LA SITUACIÓN GEOGRÁFICA
La Puebla de los siglos XVI y XVII, es una villa con
un término y jurisdicción muy extensos desde su fundación por el rey Sabio.
Sabemos muy poco de su etapa bajomeieval y de los años de transición a la era
moderna, pero parece renacer con fuerza
y con todos los atributos de villa, que le pertenecían, en los momentos álgidos
de la Carrera
de Indias, precisamente porque su extenso término se halla atravesado de norte
a sur por el curso del Guadalquivir o Guadalquivires y al antiguo Ligustinus
confluían ríos y caños navegables con
sus puertos. Pero estamos ante una villa con especiales características, que
sin dejar de serlo, forma parte de la capitalidad como una guarda y collación de la misma -a igual que la
vecina collación de Coria- y, por tanto
sometida a un ente municipal superior por pertenecer a su tierra. Con esta
compleja naturaleza juridico-administrativa permaneció durante todo el Antiguo
Régimen. La pertenencia a la ciudad y al realengo nunca se perdió a pesar del
intento del conde duque de Olivares de adquirirla para su señorío en el
desaforado proceso de señorialización del siglo XVII, no ocurriendo lo mismo
con Coria. De cualquier forma todo lo relacionado con el río la navegación por
el mismo, el tráfico comercial y el control hacendístico estuvo siempre bajo
jurisdicción real, sin perjuicio de los constantes enfrentamientos con el
duque de Medina Sidonia, señor de
Sanlucar de Barrameda, que duraron más de sesenta años (1.576 – 1.641), hasta
la caída en desgracia del duque, jefe de la conjura independentista en tiempos
de Felipe IV y su poderoso valido el conde duque, que Luís Salas Almela estudia
en brillante artículo en el Anuario de Estudios Americanos (1) . Si bien es verdad que a finales del siglo XV
y principios del XVI el protagonismo en esta zona lo adquiere Coria, a partir
de la mitad del 1.500 y durante la primera mitad de 1.600, asistimos a una
revitalización de La Puebla
con respecto al río muy poco estudiada, insistimos, y con información destruida
(incendio de la Delegación
de Hacienda en 1.902 que también se llevó por delante el núcleo principal y más
importante de los papeles del proceso desamortizador, fíjese el lector en la
casualidad) y muy poco investigada como será, estamos seguros, la mucha
información contenida entre los legajos del Archivo General de Indias de
Sevilla, así como en el de Simancas. Por su parte el Archivo Histórico de
Protocolos Notariales nos ofrece bien poco ya que el escribano que cubría el
oficio, si bien lo era del rey, público y del Concejo, también lo era de las rentas
al menos hasta el periodo de Don Pedro García Cabricano, escribano que cubre el
oficio durante casi cuatro años (1.630 – 1.633), con posterioridad al mismo no
nos encontramos escribano alguno que una las rentas a sus atribuciones. La Aduna de La Puebla, que existía, y las
Casas Reales ya constituidas, tenían su escribano y el contenido de su
instrumento público se dirigía o bien al Almojarifazgo y Adunada de Sevilla o a la Casa de Contratación. En
fecha tan tardía como 1.785, el cura de La Puebla al contestar el
cuestionario de Tomás López pone de manifiesto dicho escribano (2). No obstante
debemos distinguir entre el escribano de las Casas Reales y Aduana y Estanco
del Tabaco, y el escribano o teniente de escribano de la aduana de La Puebla propiamente dicha.
Este oficio no nos aparece en los papeles hasta 1.693 en que el Concejo de la
villa amortiza y recupera el oficio de Teniente de Escribano Mayor de la Saca de Diezmos (no lo
confundamos con el diezmo eclesiástico) y Aduanas de la villa y su término que ostentaba Miguel
de la Fuente Munguía
(3) el cual manifiesta que lo recibió de
su padre por testamento de 1.668 y que éste lo compró a Juan Calvo de Mesa en 1.663 y que antes perteneció a Juan
Gallardo de Céspedes, Veinticuatro de Sevilla, al que vendió Juan de Gamboa en
nombre del Duque de Lerma, marques de Denia, al que perteneció el oficio por
diferentes cédulas de S.M. una fechada en Madrid en 1.598. Mediante sentencia de 27 de agosto de 1.692,
el rey autoriza la amortización o consumo del indicado oficio a favor del
Concejo mediante el pago de 1.430 reales en moneda de vellón. El documento, que
referimos en el capítulo de los tributos, es muy interesante ya que nos indica
que el oficio de teniente de escribano de la Aduana en La Puebla era tan rentable que interesó a Lerma,
ministro o valido de Felipe III y a un Veinticuatro de Sevilla, devaluándose
ostensiblemente a lo largo del siglo XVII de forma pareja a la pérdida de
protagonismo del río en la
Carrera de Indias.
Por tanto, si La Puebla formaba parte del
alfoz que desde la conquista se concede a Sevilla, para que esta sobreviviera
atendiendo todas sus necesidades, dicho sea en términos amplios, con el
desarrollo comercial que comienza a finales del siglo XIV, por su situación
geográfica, sus muchas leguas de “costa” fluvial, ser el último núcleo
poblacional de la margen derecha junto con Coria, etc., La Puebla, Coria y también San
Juan de Aznalfarache, llegan a formar parte de la cabecera de lo que en
geopolítica se llama hinterland, el de Sevilla en concreto.
Para una exposición medianamente ordenada
distinguiremos dos etapas: una primera la constituiría el periodo previo al
tráfico indiano y una segunda dedicada a dicho tráfico.
LA
FORMACIÓN
DE
UN COMPLEJO PORTUARIO
En 2.002
y en unas Notas para la
Historia de la
Isla Mayor (4) escribía:
El
13 se octubre de 1.292, las tropas castellanas de Sancho IV, con el apoyo de la
escuadra genovesa de Micer Baltasar Zacarías, conquistaban Tarifa y daban fin a
cinco siglos de hegemonía musulmana sobre el Estrecho de Gibraltar, medio siglo
después, con la conquista de Algeciras y la victoria del Salado, los musulmanes
de aquende y de allende el mar dejaban de ser temibles enemigos, Castilla se
abría así paso desde los puertos bajoandaluces, a las rutas atlánticas (5) ,
sin que ello quiera decir que había desaparecido el peligro musulmán. El moro
estará en la península hasta las
postrimerías del siglo XV en que se conquista Granada, cuyo reino es todavía
extenso y hasta el fin de sus días contó con la ayuda más o menos eficaz de sus
aliados políticos y religiosos del otro lado del Estrecho a escasas millas de
las costas castellanas de la
Andalucía.
El periodo que transcurre desde las
últimas razias benimerines en las postrimerías del siglo XIII hasta el último
tercio del siglo XIV, está lleno de desgracias para el reino de Sevilla y para
Castilla en general. No obstante en la ciudad, durante todo el siglo XIV existe
la voluntad de supervivencia, goza de un fértil, rico y extenso alfoz que
organiza y defiende, sigue funcionando como la gran metrópoli del sur de
Castilla, y va tejiendo la complicada trama de un comercio floreciente con
importante intervención de mercaderes italianos -genoveses, florentinos,
venecianos, etc.- que la van estructurando como un centro mercantil de primer
orden. Es la Sevilla
fortaleza y mercado que nos mostrara Ramón Carande y que en el siglo XV dará
paso a lo que Enrique Otte llama la ciudad de los mercaderes.
En este contexto La Puebla, que no La Guardia alfonsina,
collación y lugar de Sevilla, va adquiriendo importancia debido precisamente al
comercio o, mejor dicho, al tráfico comercial por el río. Es cierto que Alfonso
X le dio un extenso término, pero con un gran propietario desde los inicios que
ocupaba la mayor parte del mismo: el Concejo hispalense. Me atrevo a afirmar
que el resurgimiento de La
Puebla que comienza a
apreciarse en el siglo XVI, que alcanza su mayor prosperidad en el periodo en
que empieza la navegación a Indias “en conserva” –flotas y armadas- y llega
hasta la caída en desgracia del duque de Medina Sidonia en 1.641, que pierde
Sanlúcar, aunque no sus rentas, comenzando entonces un lento declive,
apareciéndonos a finales del XVII como una villa rural, agrícola y ganadera,
empobrecida y notablemente despoblada. La importancia del puerto del Borrego, de las
Horcadas, la conexión con ambos del puerto de las Nueve Suertes que conectaba
aquellos puertos con las rutas terrestres de los realengos ovetenses –Hinojos,
Manzanilla….- la zona de Aznalcazar y el muy extenso Condado de Niebla y las
rutas del Algarbe portugués, todo ello con los numerosos puntos de embarque que
más adelante trataremos (siendo uno de ellos el mismo muelle antiguo, situado
en la villa, del que hablara el cura Delgado en 1.785), hacen del término
fluvial de La Puebla
un enclave único y de la mayor importancia en el tráfico mercantil de
exportación e importación, tanto el legal y controlado, como el fraudulento y
el puro contrabando. Ello explica el oficio de teniente de escribano de Sacas y
Aduana que antes citamos, la instalación de Casas Reales con su Caja que han
dejado su nombre en la toponímia, situadas en el meandro septentrional de la Isla Menor a un tiro de
mosquete del complejo portuario del Borrego, donde también se situaba la
guardería del Estanco del Tabaco, que debió instalarse apenas transcurrido el
primer tercio del siglo XVII. Las “puertas del río” en este complejo eran Coria
y La Puebla,
con el adelanto aduanero de la
Aduana de Sevilla, constituido por las citadas Casas Reales y
el adelanto en la vigilancia tanto del orden público como de los propios
almojarifes situados en las torres y los mismos barcajes del Borrego y san
Antón que controlaban las entradas y salidas del tráfico por los ríos del término.
Se comienza a perder el carácter de “puertas del río” cuando el escollo de
Sanlucar desaparece, lo que aparece mucho más claro tras la lectura del
importante trabajo de Luís Salas Almela que anteriormente se ha citado.
Insisto nuevamente en que los papeles del
Archivo de Protocolos no son en absoluto suficientes; nos pueden dar algunas
pistas solamente. Ellos se refieren al negocio diario de agricultores y
ganaderos, a sus testamentos y a decisiones del Concejo de la villa en aquello
que era competente por lo que, en definitiva, sólo podemos dar en este asunto
algunas pinceladas, sin siquiera saber si son acertadas.
LAS PUERTAS DEL RIO; LAS
PUERTAS DE LA MAR
Durante los siglos XIV y XV el control
del comercio sevillano por la
Corona se ejerce de distintas maneras y en los documentos
contenidos en los Libros del Cabildo del Concejo sevillano (6) y en los papeles del Mayordomazgo (7) lo apreciamos
claramente en los reinados de Juan I, Enrique III, Juan II, Enrique IV... hasta
llegar a los Reyes Católicos. El monopolio del comercio exterior marítimo, el
diezmo o almojarifazgo de las mercaderías, el quinto real en las presas
–auténtica piratería, especialmente de la costa africana –con fructífero
comercio de esclavos que se acrecienta a niveles abrumadores con la Carrera de Indias- y el
almojarifazgo, tributo perteneciente a la Real Hacienda y que ésta
controla a través de arrendadores que disponían de un personal para su
recaudación con frecuentes actitudes
abusivas y matoniles, precisaba de puntos de control, de puertas del
río, por donde circulaba todo el floreciente comercio. En los documentos
contenidos en el Tumbo de los Reyes Católicos (8) encontramos todo un conjunto de disposiciones
acerca de la percepción de los derechos reales y del concejo y nos imaginamos
las citadas torres y los embarcaderos de los ríos como lugares muy
frecuentados, de continuo y a veces permanentemente, por los almojarifes y sus
empleados y, desde luego, por los guardas del río.
Enrique Otte nos ofrece el panorama
fluvial en la época de plenitud del comercio exterior, en las décadas previas al descubrimiento, y,
por supuesto, a los largos años que seguirían después. Para ello rebusca en el
Archivo de Protocolos de Sevilla, en el Municipal.... y también en archivos de
las antiguas repúblicas comerciales italianas.
Así -nos dice el autor comentado- que los primeros préstamos
marítimos conocidos (1.472) se refieren
a naves que estaban fondeadas en el Guadalquivir. El comercio de Sevilla y la
ciudad misma todo lo debe al río, y como manifiesta A. Domínguez Ortiz, la constitución de la ciudad como centro del comercio con las Indias por
los Reyes Católicos no fue, en modo alguno casual, se debió, precisamente, a la tradición
mercantil exterior de la ciudad y su
tierra (9). Desde la antigüedad, el río constituyó un complejo portuario que
abarcaba desde Córdoba a Cádiz. La zona portuaria propiamente dicha de Sevilla,
se extendía desde Córdoba a Sanlucar de Barrameda. “Las regiones del campo
andaluz corren paralelas al río, al que remiten sus frutos para recogerlos y
repartirlos. El Guadalquivir no fue nunca un río navegable ideal pero la
navegación se adaptó a sus posibilidades, y creó los tipos de embarcaciones y
de puertos suficientes para cumplir su fin: la distribución de los productos
del campo andaluz”. (10) A la función de este conjunto de puertos del gran
río, cual era dar salida a los productos del campo, se unen a partir del
descubrimiento otra serie de funciones, como la carga de productos manufacturados
en otros puntos del río para facilitar la navegación, el alijo de embarcaciones
provenientes de las Indias y de todas partes, el remolque de las mismas a cargo
de los barqueros de Córdoba, la estadía de las galeras reales en la invernada,
el mismo comercio peninsular que acudía a Sevilla como paso previo de Indias,
el comercio hacia puertos peninsulares (11), la pesca y otro tráfico curioso,
la piedra desde las canteras de tierras jerezanas transportadas en barcas
especiales y construidas ex profeso para tal fin como vemos en el “Cuaderno
de la clavazón” del Archivo de la Catedral hispalense, que transportaban el
material necesario para la larguísima construcción de la Iglesia Mayor,
realizando la misma singladura fluvial
que nos relatara Al Idrisi y mencionara Ibn Abdún, sin olvidar los
numerosos barcajes que atravesaban el
río por distintos puntos y unían las comarcas de ambas márgenes. Los barqueros
de Córdoba, casi todos vecinos de Sevilla y agrupados en su correspondiente
gremio, se encargaban del tráfico entre ambas ciudades desde la época de la
conquista; con el desarrollo del comercio exterior, su actividad se extendió,
de forma principal, al curso desde Sevilla a Sanlúcar.
El centro de las instalaciones portuarias
de Sevilla era el puerto de las Muelas en el Arenal que contó con muelle y
servicio de grúas y mástiles; dicho puerto llegaba a la Torre del Oro. También
estaba el puerto de los Pilares, para embarcaciones mayores y las menores
amarraban en Triana, cerca del puente de barcas. Algunos productos del Aljarafe
y de la Vega
buscaron puntos más próximos de embarque como fue el caso de Palomares, Gelves y La Rinconada; se
habilitaron otros embarcaderos como El Copero y Rincón de Fernán Ibáñez para
recoger la producción frutera. “Los embarcaderos de las Marismas se
extendían entre Coria y Lebrija. Coria, la única villa grande del Guadalquivir
entre Sevilla y la desembocadura, era el centro portuario más importante hasta Las Horcadas. Tenía una
situación estratégica única, por lo cual en 1.519 el jurado Juan de Almansa y
el mercader genovés Nícola Grimaldi, con el fin de impedir las sacas
clandestinas de trigo y bizcocho, nombraron a un vecino de Coria para tener la
guarda de todos los puertos del Guadalquivir y los del mar.” (12). En 1.535 –nos sigue informando E. Otte desde
un documento del Archivo General de Indias- hubo guardas en las puertas del río
de Sevilla, en Coria y en las barquetas. Las puertas del río, como sabemos eran
varias, al igual que las barquetas que en el ámbito de la ciudad unían las dos
orillas, sin perjuicios de los barcajes aguas abajo. Pues bien, estas puertas
estaban donde siempre estuvieron y vigiladas por las torres (de la Plata, Blanca, de la Ermita) con un posible
añadido en El Puntal de Carabineros, extremo sur de la Isla Mayor y otro
indudable cual era el sitio de Las Horcadas con importante puerto; la misma
Torre de la Ermita
formaría parte del control de éste. “Coria fue puerto supletorio y, junto
con Puebla, utilizado para el embarque del aceite del Aljarafe y de garbanzos.
La leña chamiza, procedente de los montes de Aznalcazar y Rianzuela, se embarcó
en los puertos de< La
Puebla Vieja >(Venta de la Negra),<Torre de
Benamafón> y<El Cabo del Verdugo>. Otros puertos de la zona eran el
<Río Salado>, punto de embarque de garbanzos para Savona, el <Bodegón
del Borrego>, que se menciona en un fletamento de bastimentos para Melilla
de 1.513; el <Puerto del Bodegón del Rubio>, probablemente situado en las
<Islas del Rubio>, donde se cargó, sobre todo, trigo (para Guipuzcua y
Melilla/Cazaza), pero también vino, garbanzos y lana para Valencia. En un caño
de las Marismas estuvo <Las Nueve Suertes>, enlace con productos de
Almonte, donde se cargaron aceite y vino. Puertos de la Campiña eran el <Ester
de Cañas>, en término de Las Cabezas y Lebrija, entre otras cosas, puerto
lanero.(13) El puerto de “Las Nueve Suertes”, del que todavía se conserva
un camino en Villamanrique de la
Condesa (“Camino del Puerto”), era el principal puerto del
Condado Sur; curiosamente el vino que viene de la villa de Manzanilla por
tierra y es embarcado en “Las Nueve Suertes” rumbo a Sanlucar de Barrameda para
abastecer la flota de Pedrarias Dávila en 1.513 que se dirigió a Castilla del
Oro (Panamá), dio origen al “marearse” en la costa a la deliciosa manzanilla sanluqueña. (14)
De cualquier manera, los puertos
importantes entre Sevilla y Sanlucar fueron El Borrego y Las Horcadas situado
exactamente en la reunión del Brazo del
Este con el Brazo de Enmedio a unos
cuarenta y cincuenta kilómetros de Sevilla, respectivamente, o lo que es lo
mismo, tras la Isla
de Hernando aguas abajo y abrigado por el meandro septentrional de la Isla Menor, el primero,
y el segundo, frente al sitio de La
Lisa en la
Isla Mayor, por tanto, muy próximo a la Ermita de Ntra. Sra. de
Guía, a su vez punto de guarda y puerta del río. El Borrego y Las Horcadas, además de puertos
importantes constituían centros
auxiliares principales de Sevilla para la construcción y las reparaciones de
los barcos, darles carena y calafatearlos, están registrados unos sueldos mucho
mayores a los carpinteros y calafates que trabajaban en dicho puerto. “Sevilla todo lo debe al río, pero el
Guadalquivir no era un río de hondo calado. Entraron en el puerto de las Muelas
naves grades, de 250 y más toneladas, pero no a plena carga. El estado del
lecho en la ciudad solamente permitió una carga máxima de 130 a 140 toneles. El resto
había de ser cargado en Las Horcadas. Este aparece por primera vez en 1.479,
como surgidero de una carabela de Palos. Fue lugar preferido para cargar y
descargar productos gruesos del comercio internacional. En la importación
destacó el trigo de emergencia, como una gran parte del siciliano traído en
1.506. Entre los productos exportados predominó la lana. En 1.509 el mercader
genovés Jacopo Grimaldi fletó dos naos vascas surtas en Cádiz para cargar en
Las Horcadas 1.500 q. de lana. Los
últimos embarcaderos antes de la desembocadura eran Tarfía, cerca de Trebujena,
quizá idéntico con la boya actual <Tarfía baja>, y el de Santa Catalina
que aparecen en fletamento de bastimentos de 1.509 y 1.513 para Melilla y
Cazaza.” (15).
LOS PUERTOS, MUELLES Y
EMBARCADEROS
En el sistema fluvial desde Coria y aguas abajo nos encontramos con
una serie de muelles y embarcaderos,
relacionados en un plano del cauce sin fechar pero del último tercio del siglo
XVIII, anterior a la apertura de la corta de Coria o de Merlina cuya copia nos ha sido facilitada por el
Instituto Cartográfico de Andalucía (16). Estos puntos de atraque con carga y
descarga deberían ser prácticamente los mismos que existirían un siglo antes y son los
siguientes:
En el cauce principal o Brazo de
Enmedio:
El
puerto situado en la torre de Los Herberos frente a Coria,
en el centro del meandro de Merlina, desaparecido tras la corta efectuada en
1.795. Actualmente se sitúa en término de Dos Hermanas y las ruinas de la atalaya medieval que aún
puede verse en el Polígono Industrial Carretera de la Isla esta construida sobre
las ruinas de la antigua Orippo, que junto con el cerro de San Juan en Coria
vigilaban el estrecho de Coria en la época tartésica según nos indica
repetidamente el profesor Escacena Carrasco. Este puerto, además de carga y
descarga general estaba especializado en ciertos materiales de
construcción como la cal para mortero y
la cal de Morón para enjalbegar, así como ladrillos y canales o tejas, palos y
madera. Los materiales para las reparaciones de la ermita de Ntra. Sra. de Guía
en Isla Mayor, se solían cargar aquí (17). Al curioso lector le debe extrañar
lo de los palos y la madera, pero debe tener presente que el paisaje y la
vegetación de los montes de La
Puebla y Aznalcazar era muy distinto al actual; el pino se
planta masivamente rebasada la mitad del
siglo XVIII en los baldíos realengos para el Arsenal de la Carraca, sin perjuicio de
algunas pinadas de corta extensión en nuestro término que aparecen en los
papeles en el siglo que nos ocupa y los pinos de la campiña de Utrera
reservados ambos para arboladura de los barcos desde mucho tiempo antes; por lo
que el pino del país para carpintería y construcción venía flotando por el río
desde la sierra de Segura hasta el almacén real que estaba en Sevilla en El
Barranco (Estación de Autobuses). Por su parte el eucalipto que llega de
Australia en el siglo XVIII no se populariza hasta el siglo siguiente y creemos
aparece en nuestro término ya bien entrado el siglo XX.
El
puerto de Coria de cuya importancia ya nos
hemos ocupado. Sede de los guardas del río en el siglo XVI, en este siglo y en
el XVII, además de formar parte del
conjunto portuario de Sevilla en la
Carrera de Indias, de él partían en embarcaciones menores
(barcos luengos) ladrillos, tejas, tinajería y ollería de su industria alfarera
hacia los puertos de Cádiz y así siguió hasta hace pocos decenios en que se
abandonó tal industria; asimismo, tras
la desaparición de la Carrera
de Indias, se nos presenta como puerto frutero de primer orden, especialmente
de cítricos.
Se hace necesario insistir en la industria
alfarera especializada, pues si bien durante el XVI y XVII ésta se centralizaba
en Triana, buena parte de la producción se realizaba en Coria con una notable
producción de jarras y jaretas de más de tres arrobas de capacidad, así como
botijas de una y media arroba y botijas peruleras de arroba y cuarto y arroba y
media, todo ello para el transporte de líquidos y grasas en flotas y armadas de
la Carrera y
para el comercio marítimo en general. Estos envases muchas veces se pedían
vidriados y forrados de esparto como las garrafas de hace pocos años. Una
especialización de la industria alfarera coriana era la producción de grandes
recipientes para líquidos con destino a bodegas y almazaras. Muchos de estos
grandes envases los llevaron al País Vasco los comerciantes vizcaínos y
guipuzcoanos en los tornaviajes tras descargar hierro y ferrería en Sevilla,
llevándolos llenos de vino y aceite; así José Antonio Aspiazu (18) nos indica: “Antes se ha mencionado el tráfico de
tinajas con destino al Norte, cuya finalidad era almacenar en las lonjas
portuarias el saín o grasa de ballena que, en grandes cantidades, llegaban de
Terranova y las pesquerías cantábricas. Es claro que gran número de estos
enormes recipientes, capaces de albergar mil litros de aceite, provenía del
mercado sevillano. Sólo en las lonjas del puerto fluvial de Alzola funcionaban
varios cientos de estas tinajas, que contenían el saín a la espera de que fuera
transportado, a lomos de caballerías, hacia el mercado del interior,
principalmente Gasteiz, cuyos mercaderes estaban muy involucrados en este
sector. María Sebastián de Comportaeta, titular de una de estas grandes lonjas
de Alzola, indica en 1592 que hacía diez o doce años había mandado traer
diecinueve tinajas que fueron «plantadas» en el suelo de la lonja. Mutriku,
Deba, Orio, y sobre todo Donostia, disponían de gran número de estos grandes
recipientes, indicadores de la bonanza económica de la época, a la vez que de
las fluidas relaciones mantenidas con Sevilla.”
Otro sector de producción económica
relacionado con el puerto es el bizcochero. El bizcocho (bis cocto, dos veces cocido) era imprescindible para alimentar a la
tripulación en largas singladuras; su dureza y la técnica de amasado y cocido y
su embasado en barricas le proporcionaban una larga duración más o menos
comestible. No he encontrado estudios al respecto, pero todo hace suponer que
la producción era muy importante y numeroso el gremio en Coria, dando origen a
un apellido muy corriente en esta parte de la ribera del Guadalquivir. Si en
Papúa – Nueva Guinea encontramos a un
sujeto cuyos apellidos sean Bizcocho y Japón, sin la menor duda es de origen
coriano, no es necesario ni preguntárselo.
El
puerto de La Puebla
en el que existía el muelle del que habla el cura Delgado : “Hay en este punto un muelle de piedra muy
antiguo, pero poco cuidado y así casi destruido” (19). No debemos confundir
muelle con puerto. La Puebla
era puerto principal en el complejo portuario de Sevilla durante la Carrera de Indias; el
muelle era un servicio de dicho puerto, muy útil para el sistema de carga y
alijo de naves mediante otras embarcaciones menores o cualquier otro sistema.
Dicho muelle también debió ser un lugar cómodo para el embarque de esclavos más
o menos aforados, existiendo en La
Puebla un elevado y raro número de ellos durante la primera
mitad del siglo XVII, así como pasaje;
un ilustre pasajero lo encontramos en 1.653, así Fray Dionisio Cimbrón, obispo
de la Concepción
en el reino de Chile, se encuentra en La Puebla esperando embarcar en la Armada de Galeones con
destino a Indias y aprovechando la espera nombra administrador de los bienes
del obispado en España a Juan Jiménez Arteaga, vecino de Sevilla (20). Junto a
dicho muelle existía una venta que seguramente ocupaba el mismo lugar que hoy
ocupa el bar existente. Dicha venta junto con la del Cruce (San Antón) son las
únicas que han sobrevivido a través de los cuatro o cinco últimos siglos. Esta
venta del muelle debió ser un sitio muy animado y frecuentado sobre todo por
los trajinantes del río y los numerosos patrones y marineros de embarcaciones
menores (barcos luengos, tartanas…), personal de galeras y marineros cuyos
barcos debían esperar la marea favorable para pasar el meandro frente a Coria,
hasta el punto de que en 1.683 se le gira un cargo por el impuesto de millones
bastante abultado. El arrendador de dicho impuesto para La Puebla era Don Antonio
Domingo del Castillo y Camargo, marques de Valera y señor de Quema, hijo del
otro del mismo nombre, que a la sazón era dueño de la venta de La Margazuela y entendía
del asunto. De la deuda se hace cargo Juan de la Cuesta, vecino de Sevilla,
y el tributo se gira por la venta y consumo de vino “apanillado”, o lo que es lo mismo, por la venta de vino a granel “que se vende y gasta en la venta del muelle
junto al río de esta villa”. El de la Cuesta cobraría retirando de la venta durante
todo el año siguiente cien arrobas de vino, lo que indica que era un trajinante
del río de importancia y tenía el vino colocado (21). En 1.693 el dueño de la venta es Francisco de
la Fuente, que
en 31 de octubre de ese año la arrienda a Cristóbal Jiménez, vecino de Sevilla,
por plazo de tres años y una renta anual de 136 reales de vellón (22).
El puerto de La Puebla, al menos desde el
siglo XV debió tener un importante tráfico de aceite, vino y cereal,
especialmente en el siglo XVI. Estos embarques no sólo de destinaban a la Carrera de Indias, sino a
puertos peninsulares. En su origen la producción del cortijo del Vizcaino, gran
propiedad en diferentes hazas en la vega de La Puebla y muy nombrado en
los papeles del XVI y XVII, estuvo destinada a este comercio. El comercio
marítimo con el País Vasco estaba muy desarrollado en el siglo XVI, como lo
demuestra el artículo antes citado de José Antonio Aspiazu (23), el cual
investigando en los papeles del Archivo de Protocolos de Oñate se encuentra con
un personaje que llega a Sevilla al principio del reinado de Felipe II a vender
ferrería, naturalmente, y que durante más de cincuenta años reparte su tiempo
entre Eibar y Sevilla, tan activo e importante que Aspiazu le dedica todo un
trabajo a él sólo. Del comercio en el
tornaviaje y de la actividad del personaje nos dice Aspiazu: “Un modo idóneo para conseguir productos
comestibles era adquirir fincas en la rica campiña andaluza para, caso de
necesidad, aprovisionar el Norte de productos de la tierra. Un buen ejemplo nos
lo proporciona Martín López de Isasi, quien no sólo se había instalado en
Sevilla, donde pasaba temporadas al objeto de dirigir sus negocios, sino que
incluso había invertido en tierras. Resulta significativa la operación
realizada por el mercader eibarrés, quien faculta a dos paisanos suyos para que
«puedan cargar por el río de mil a quatro mil fanegas de trigo de los de la
renta que el dicho Martín López de Isasi tiene en sus cortijos en la vega de
Carmona y campiña de Utrera y en Coria y en la Puebla»” (24) . Este Martín López de Isasi debió ser
el misterioso vizcaino dueño del cortijo que lleva este nombre, del que sabemos
también ejerció como banquero en Sevilla
y sufrió los crudos avatares de los años finales de Felipe II. Ya se que el
avispado lector dirá que Eibar pertenece a Guipúzcoa, es cierto pero es
frontera con el antiguo señorío de Vizcaya y como perteneciente al Duranguesado
estuvo durante mucho tiempo de aquí para allá. También debemos tener en cuenta que en Sevilla a los vascos
se les llamaba generalmente vizcainos, o pertenecientes a dicho señorío sin
hacer distinciones, sobre todo el pueblo llano; éstas se hacían en la capilla de
Ntra. Sra. de la Piedad,
en la desaparecida Casa Grande de San Francisco, fundada por los comerciantes
vascos en el primer tercio del siglo XVI, donde
manifestaban su origen.
El puerto del Borrego,
de cuya importancia ya hemos hablado. No obstante la importancia indicada como
puerto de carga y alijamiento y de centro de maestranza naval. Podríamos decir
que este puerto es una consecuencia lógica, al igual que las Horcadas, de la Carrera de Indias,
perdiendo importancia cuando comienza a trasladarse el peso de la Carrera hacia los puertos
gaditanos, señalando el punto de inflexión la recuperación para el realengo de
la villa de Sanlúcar de Barrameda en 1.641, cuando se abre la Corta del Borrego o
Fernandina en 1.816, este puerto había perdido todo su antiguo esplendor,
quedando en el plano que hemos referido al principio de este número, como un
embarcadero al que se denomina La Corta. Situado aguas debajo de La Puebla en el puntal que se
forma antes de entrar en el meandro de La Negra (hoy Casas Reales) y
después de pasar Isla Hernando (Isleta),
siendo operativo en ambas márgenes del río en su Brazo de Enmedio. Unido al
puerto se encontraba el barcaje de paso a Isla Menor, con una venta en la parte
de La Puebla
perteneciente al Concejo hispalense y arrendada en 1.641 por Antonio de
Retamar, vecino de Sevilla (25), y otra en la parte de la Menor, perteneciente al
conde de Santa Gadea.
Puerto de la Venta de la Negra,
en el Brazo de Enmedio, próximo a “La Puebla Vieja de que
hace mención el privilegio, y de que derivó el nombre de la actual, según
tradición constante, existió en este continente a una legua de distancia al
Oeste, cuarta al Sur en otro sitio algo que hoy se conoce con el nombre de
barranco Bermejo, sin duda, porque la tierra vertientes al río es de este
color, cuyo sitio baña el mismo Guadalquivir, cerca de otro puerto bien
conocido por el nombre de Venta de la Negra.” (26). Más conocido por el nombre de
la venta (luego La Gorriona),
era, sobre todo, puerto de leña y carbón que se producía en Rianzuela y montes
de La Puebla y
Aznalcazar, perdiendo efectividad tras la apertura de la Cota del Borrego o Fernandina
(1.816). Conocemos el testamento otorgado por su ventero, Francisco Limón, en
1.621 (27).
Puerto de la Ermita y su frontero de la Garza o la Charra:
puerto muy antiguo, posiblemente correspondiente al núcleo poblacional de la Qabtur musulmana como
justifiqué en un trabajo anterior (28), situado en la Isla Mayor y
margen derecha del Brazo de Enmedio, situándose en la margen
izquierda, Isla Menor (hoy Mínima) el puerto de la Garza o de la Charra ( ¿chaza´ir, isla ¿ ), ambos, junto a la Liza, la Costumbre y Tarfía en la
ruta terrestre-fluvial de Jerez a Sevilla según Al Idrisi. En el puerto de la Ermita había una torre
asaltada por los benimerines en las últimas correrías de 1.285, junto a la de la Plata en el lado occidental
de la Veta de la Palma. Adosada a la
torre estaba la Ermita
de Ntra. Sra. de Guía, pero en el tiempo que nos ocupa en estas notas y con
anterioridad y posteriormente hasta el triunfo de la revolución liberal tras la
muerte de Fernando VII, torre y recinto ermitaño, aunque juntos, eran dos
edificios distintos. La torre, en su día atalaya fronteriza en la que se hacía
almenara, posteriormente era lugar de vigilancia fiscal, principalmente de los
guardas del río y de los almojarifes empleados de los arrendadores del
Almojarifazgo Mayor de Sevilla y también del Almojarifazgo de Indias
posteriormente. De este modo vemos cómo en las cuentas de cargo y data de los
mayordomos de la ermita en el siglo XVIII (29), cuando se cargan partidas por
reparaciones del edificio ermitaño, numerosas a lo largo del siglo, nunca se
efectúan reparaciones en la torre, salvo el cambio de la cuerda de su campana.
Ello nos indica que la torre no era de la ermita ni el Prior de las Ermitas,
Dignidad Apostólica del Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla, tenía
competencia alguna sobre la misma; la torre pertenecía a la Aduana y al Almojarifazgo
Mayor y al de Indias. Debió ser un importante centro de alijo y carga desde embarcaciones menores ya que río arriba
a partir de este puerto comenzaban las verdaderas dificultades de navegación
una vez superada la peligrosa Barra de Sanlucar. En ella los patrones de los
barcos luengos y embarcaciones similares harían escala esperando las mareas
favorables, al igual que en el puerto de La Puebla. De esta
circunstancia nos da cuenta el accidentado viaje de Felipe V y su familia en
febrero de 1.729: habían partido de la
Isla de León a bordo de las galeras reales “Capitana”, “Soledad” y “Patrona” y debieron hacer una obligada
parada en la Ermita,
a cuyo mayordomo regalaron unos tableros de pino de Flandes para unas puertas
nuevas, finalmente en el Puerto del Borrego o en La Puebla tuvieron que
desembarcar y continuar a Sevilla por vía terrestre después de esperar a que el
temporal les permitiera pasar por el meandro frente a Coria (30).
Los primitivos barqueros de Córdoba,
constituidos tras la conquista de Sevilla, extendieron su actividad hasta
Sanlúcar de Barrameda, en la
Carrera de Indias eran los encargados de todo el trasporte de
carga y descarga de los barcos en los distintos puertos del río, debido
principalmente a las dificultades que para la navegación de los buques grandes
presentaba el río, debiendo navegar, en ambos sentidos a media carga
completándola o alijándola en los distintos puertos del río en embarcaciones
menores; uno de estos puntos importantes era la Ermita debido a su
situación geográfica. No en balde los barqueros, cuya patrona era la Virgen de Guía ( que no la
de la Antigua
o del Buen Aire) tenían su advocación en tres ermitas en el curso del
Guadalquivir desde Sevilla a Sanlúcar: Ntra. Sra. de Guía de Castilleja de la Cuesta en la cornisa del
Aljarafe en la carretera de Castilleja a Camas, que primitivamente estaba
abierta al río que se divisaba perfectamente desde dicha altura y que luego se
le abrió la puerta a la carretera, cuenta con su milagroso hallazgo inventado
en el siglo XVIII, una imagen actual, sin mérito y es la única de las tres que
se conserva con su advocación. La segunda es nuestra Ermita en la Isla Mayor, a la mitad
aproximada del curso fluvial, destruidos sus restos a finales de los años
veinte del pasado siglo por la compañía inglesa propietaria de casi toda la Isla Mayor para abrir
el canal del Toruño; la imagen o lo que de ella queda, de mucho mérito, es la
de una joven bellísima, salvada de la destrucción por la feliz intervención de
una vecina de La Puebla. La
tercera estaba, precisamente, en Bajo de Guía, en Sanlúcar (31) , destruida en
el siglo XIX y reconstruida en 1.916 bajo la advocación de Ntra. Sra. del
Carmen.
El puerto de la Ermita, en fin, es uno de
los citados por Madoz en su geografía como importante entre Sevilla y Sanlúcar
ya en la mitad del siglo XIX (32), y puede que algún día encontremos la clave
para investigar la relación de este puerto con la última etapa del tráfico
esclavista a la isla de Cuba; todo se andará si Dios nos da salud.
Las Horcadas y la Margazuela,
situado en el extremo sur de la
Isla Menor, en el ángulo que forma el Brazo del Este en su
confluencia con el Bazo de Enmedio, en forma de horca u horcada. Dentro del
término y jurisdicción de La Puebla, también se extendía a la margen izquierda del
mismo Brazo del Este, formando un complejo portuario que llegaba a La Margazuela (actual
Reboso y la Cooperativa),
aguas arriba del indicado brazo hasta llegar casi a las Islas del Rubio. Fue un
enclave portuario necesario antes o después, según se mire, de llegar a los
grandes y pequeños meandros de este tramo del Guadalquivir y resolver el atasco
de los puertos de Sevilla, especialmente en lo tocante a la maestranza naval y
sobre todo para las obras de reparación, calafateado y carena, que se
realizaban en la ensenada del Brazo del Este, fuera del cauce de navegación
principal. Su actividad perduró más allá de la caída del duque de
Medina Sidonia en 1.641 y aún cuando la Carrera de Indias se organizaba desde los puertos
de Cádiz, como se comprueba en 1.702 cuando a solicitud del marqués de
Villadarias, Capitán General de Andalucía, se buscaron naves en este puerto
para cerrar la barra de Sanlucar ante el ataque inglés (33 y 34). Por la Recopilación de las
Leyes de Indias y por el estudio realizado por Eduardo Trueba (35) conocemos las condiciones de trabajo tanto de
Las Horcadas como del puerto del Borrego.
Como no podía ser de otra manera, en Las
Horcadas, aguas arriba del Brazo del Este, es decir, en La Margazuela existía una
venta con bastante negocio adquirida en el primer tercio del siglo XVII por el
rico escribano de La Puebla,
Pedro García Cabricano, que la deja en herencia a su hijo y sabemos que en
1.682 la había adquirido el marqués de Valera, señor de Quema, y alcabalero de La Puebla y otras villas del
Aljarafe, que en este año la arrienda a un vecino de Sanlúcar (36).
La
Liza o Lisa y la Costumbre,
estaban situadas al sureste de la
Isla Mayor, si bien no encontramos referencias en la época de
la que nos ocupamos en estas notas, ni en la Carrera de Indias, si podemos afirmar que son
antiguos y podemos rastrearlos en la ruta terrestre y fluvial de Jerez a
Sevilla de Al Idrisi (37). Ambos en la margen derecha del Brazo de Enmedio, La Lisa (conocido hasta hace
pocos años como muelle de Don Carlos)
estaba situado frente a Las Horcadas y una legua más abajo La Costumbre, situado
frente a la isla y embarcadero de
Tarfía.
Muelle o puerto del Caño de
Brenes, frente al Puntal de Carabineros y a la
salida del Brazo de la Torre
debió ser puerto fundamentalmente pesquero, las pesquerías del Zurraque en el
sur de la Veta
de la Palma,
pertenecientes a los propios del Concejo hispalense estaban muy próximas. Este
enclave, junto con La
Figueruela un legua aguas abajo son los últimos enclaves
antes de Sanlúcar. Se encuentra fuera del término de La Puebla y ambos eran puertos fluviales del extremo
sur del Condado de Niebla, que unido al embarcadero de la Madre de las Marismas en El
Rocio, orientaban el tráfico de productos hacia Sevilla y también hacia
Sanlúcar. En el siglo XVII todavía existía navegación para embarcaciones
menores por la Madre
de las Marismas y son conocidas las disputas de los barqueros con el duque de
Medina Sidonia.
La
Figueruela es un misterio; a
legua y media aproximadamente de Sanlúcar en la margen derecha del
Guadalquivir, pasadas las salinas ducales, o lo que es lo mismo, a la mitad de
navegación entre la Punta
de Malandar y el Puntal de Carabineros. Todo indica que es coincidente con el
sitio conocido como “La
Barraca”, con su indudable protagonismo entre 1.567 y 1.641,
como lugar de aduana debido a las constantes encuentros entre la Hacienda real y la Hacienda del duque de
Medina Sidonia. Luís Salas Almela en el artículo antes citado lo cuenta así: “… en 1.567 Pedro Luís Torregrosa tomó el
arriendo del Almojarifazgo Mayor de Sevilla y trató, en consecuencia, de poner
aduanas regias en todo el distrito, incluida Sanlúcar –en concreto en el paso
llamado de La Barraca-.
La excusa de Torregrosa para introducir esa novedad fue que
por aquel paso –que se encuentra en la orilla oeste del Guadalquivir, una legua
y media río arriba de Sanlúcar- se introducían mercancías sin pagar derechos en
perjuicio de la recién creada aduana de Lebrija.” El duque se opuso, pero
se alcanza un acuerdo según el cual “desde
la aduana de Sanlúcar se despacharían a todas las aduanas dependientes del
arriendo de Torregrosa las mercadurías a ellas consignadas, mientras, por otro
lado, el duque podría hacer pasar por la Barraca sin pagar Almojarifazgo Mayor –en
dirección al Condado de Niebla- mercancías hasta un valor de 12 millones de
maravedís.” La barraca estaba dotada de barqueta y guarda con el escudo
real bien visible (38).
Caño
Nuevo, punto de carga sobre todo junto con Tarfía y
el Caño del Yeso de productos de las campiñas de Las Cabezas de San Juan,
Lebrija y sobre todo Jerez y Utrera (trigo, aceite y vino).
Caño
del Yeso: Poco podemos decir de él en la época de
la que nos ocupamos en estas notas aparte de lo anteriormente indicado. Ahora
bien, debió ser importante para Jerez, ya que en época de la Carrera de Indias, el Caño
del Yeso sería navegable hasta Mesas de Asta (antigua Asta Regia) o sus
proximidades con embarcaciones menores y
de poco calado, situándose cerca de Mesas de Asta la “Marsa de Tarabuxena” donde
comenzaba el tramo fluvial de la ruta Jerez – Sevilla descrita por al-Idrisi, a
la que hemos hecho referencia. Jerez también se comunicaba con los puertos de
la bahía gaditana por el Guadalete también navegable para barcos luengos.
Tarfía,
entre el Caño Nuevo y el Caño del Yeso y frente a la isla o isleta del mismo
nombre, parece que su nombre indica lugar de atarfes (tarajes), aunque el
nombre que parece darle al-Idrisi, “al-Utuf”
nos indica cabo o prominencia. De cualquier manera este puerto o atracadero
junto con el del Caño del Yeso, era el punto de embarque del pescado que se
extraía de las pesquerías de Tarfía y Trebujena, en dirección a Sevilla, que
durante más e cinco siglos la explotación estuvo concedida al monasterio de San
Clemente de Sevilla.
En el Brazo
del Este apenas tenemos pequeños fondeaderos que destacar, como el del Caño
Salado, Labradillo y Paredoncillo, destacando el fondeadero de las islas del
Rubio, todo para embarcaciones menores, a excepción de la Margazuela junto a las
Horcadas a la que ya hemos hecho referencia.
En el Brazo de la Torre
o del Oeste podemos citar el de Dueñas en la confluencia de los lucios de
Mari López, y de los Ansares y Caño Guadiamar y Travieso, cuyo cauce principal conectaba la Figueruela y el fondeadero
del Caño de Brenes con la Madre
de las Marismas y el Guadalquivir y llegaba hasta el centro del Condado de
Niebla.
El
complejo portuario del Caño de las Nueve Suertes y la Torre de Benamajón:
hablamos de complejo portuario porque en realidad lo era, ya que el puerto de
las Nueve Suertes se situaba en el río Guadiamar, margen derecha, en la
desembocadura del caño del mismo nombre que era navegable para embarcaciones
menores y llegaba hasta Mures y Gatos en Villamanrique y se podía desembarcar
el mismo coto de Doñana, así vemos que
Felipe IV, en los comienzos de su reinado, hace el recorrido zarpando de
Sevilla en una falúa llegando al cazadero real
atendiendo a la invitación del duque de Medina Sidonia (39).
Prácticamente frontero se situaba el puerto de la Torre de Benamajón en el
término y jurisdicción de La
Puebla (40), pero en la margen derecha del Brazo del Oeste o
de la Torre,
con sus instalaciones fronteras en la margen izquierda de dicho brazo en lo que
hoy denominamos San Isidro.
Este complejo portuario es muy antiguo y
correspondía al más importante de todos los fondeaderos desde Aznalcazar, así,
en el siglo I Plinio (41) situa en el curso bajo del Maenoba (Guadiamar),
cuatro ciudades: Olontigi, identificada con Aznalcazar, Laelia y Lastigi aguas
abajo y Maenuba, la última, que da nombre al río y posiblemente situada en o
muy próxima al puerto de las Nueve Suertes; en todo este curso son ostensibles
a flor de tierra los retos de materiales de construcción y gangas de fundición
de cobre.
Desde la Torre de Benamajón, hoy
destruida, parte un camino que lleva directamente hasta Aznalcazar. Dicho
camino pasa antes por donde parece existió un recinto fortificado de mayor
entidad que la propia torre para defensa
del complejo portuario y que podríamos situar en la actual Casa de Neves
(que perteneció a Justino de Neves, mecenas y amigo del pintor Murillo) desde
donde se puede observar toda la parte noroeste y suroeste de la marisma. Este
camino entra o entraba en Aznalcazar por la puerta de la muralla que aún se
conserva junto a los edificios que luego se utilizaron de pósito de la villa.
Estas defensas parece se levantaron en la época almohade contra leoneses, portugueses y castellanos y
la misma torre parece ser el extremo portuario de un gran latifundio, el de los
Aben Mafot, familia establecida en Sevilla en el siglo IX, llegando a monarcas
del reino títere de Niebla hasta su toma por Alfonso X . Siguiendo el relato de
al-Qirtás (42) y la traducción que de
ella hace el filólogo de Isla Mayor, Francisco Segura Mesa (43), sabemos que
los benimerines en su ultima correría de 1.285, cuando también destruyen Isla
Mayor (Qabtur), llegan al campo de Tejada atravesando este brazo del río,
destruyendo la fortaleza de Nahr al-Bara
o “río de la Suerte”,
encajando a la perfección todo el relato de al-Qirtás, contemporáneo de los
hechos que relata, con el topónimo que en la parte fundamental ha conservado.
Desde
la torre de Benamajón –perfectamente visible desde La Puebla si quitamos
eucaliptos, la masa de pinos y otros árboles foráneos- y Casa de Neves se hacía
almenara de aviso tanto a La
Puebla, Coria y a todo el noroccidente del Aljarafe. Parece
ser que, de todas formas, estas defensas
portuarias eran prolongación de la plaza fuerte de Aznalcázar -con un Guadiamar navegable para
embarcaciones menores hasta más arriba de dicha villa- durante la época
almohade y cristiana hasta el alejamiento del peligro musulmán por lo menos.
Este complejo portuario, realengo incluso
el de las Nueve Suertes, recogía la producción de buena parte del Aljarafe, del
Campo de Tejada y del Condado de Niebla. Asimismo era puerto de entrada a tales
lugares. Tras la Corta
del Borrego o Fernandina, las obras de protección posteriores, la construcción
del puente de la Isla Mayor
en tiempos de Casa Riera y el encauzamiento del Guadiamar, dicho complejo
portuario perdió toda operatividad, quedando restos del muelle de ladrillo de
taco coriano antiguo y lo que se supone, a decir de los más viejos del lugar,
eran los basamentos de los depósitos de sal, última utilización como puerto
salinero en la banda del Guadiamar, con embarcaciones menores que traían la sal
desde las salinas situadas entre la
Punta de Malandar y los grandes lucios y cauces en que se
conectaba el Caño de la
Higueruela y el de Brenes, antiguas posesiones de la casa de
Medina Sidonia.
Durante el periodo de la Carrera de Indias este
complejo portuario fue importante para el comercio indiano. Debemos distinguir
la carga de vino y aceite fundamentalmente, efectuada por los comerciantes que
debieron ser de mucha cuantía y muy numerosas durante siglo y medio o más, de
las que no he encontrado ningún estudio pormenorizado de este complejo
portuario, y los bastimentos de los barcos de Armadas y Flotas de Indias
organizadas a partir de 1.526 y otras
armadas como la de Barlovento o Gibraltar. Ya he citado el libro de María del
Carmen Mena García, en que estudia toda la organización de la gran armada a Castilla del Oro y cómo la provisión de
vino de Manzanilla (villa realenga) se embarca por este complejo portuario. En
un brillante artículo la profesora Mena García (44) analiza los bastimentos de
Flotas y Armadas en el periodo de 1.590 a 1.618, que no debemos confundir con la
cargazón de los buques mercantes; se refiere, por tanto, a los buques de guerra
encargados de la protección de los mercantes. Los proveedores en sus contratos
especificaban el lugar o puerto de entrega y distinguían perfectamente entre el
puerto de las Nueve Suertes, en la rivera del Guadiamar en su confluencia con
el Brazo de la Torre
y el puerto de la Torre
de Benamajón en el indicado brazo pero sin el Guadiamar de por medio. Era
lógica la especificación ya que la carga se efectuaba generalmente en este
punto y las embarcaciones auxiliares debían transportar el género desde las
Nueve Suertes a la Torre
de Benamajón.
Por los documentos del Archivo General de
Indias, y para el bastimento de Flotas y Armadas, la profesora Mena García, constata para
1.591 el embarque en la Torre
de Benamajón de 4.421 arrobas de vino nuevo de Aznalcázar y en Las Nueve
Suertes 4.400 arrobas de vino añejo del Aljarafe. En 1.601 se cargan en la Torre de Benamajón 64 pipas
de vino nuevo de Manzanilla, especificándose su entrega fuera del puerto de las
Nueve Suertes, lo que era lógico, ya que era éste el primer puerto que se
encontraba viniendo de la villa realenga de Manzanilla, enclavada en el señorío
de Niebla. Para 1.607 se registra la carga en el puerto de La Torre de Benamajón de 30
pipas de vino nuevo el Aljarafe, 20 pipas de vino nuevo de la villa de Salazar,
otras 30 pipas de vino nuevo del Aljarafe y 100 pipas de vino de Tocina y
Villalba. En 1.618 se registra la carga de 1.361 arrobas de aceite en el puerto de las Nueve Suertes.
Estos son los suministros, bastimentos,
para los barcos de armada que se encargaban de la protección, no sabemos el
tráfico de vino y aceite, sobre todo, destinado a la exportación. Los embarques
relacionados iban a cargo de la
Avería, es decir, de los costes que ocasionaba la armada de
protección, de lo que se deduce que o bien se ejercitaba un fraude consentido o
la marinería y la gente de armas embarcada era un cuadrilla de moyatosos
impenitentes. En el Archivo Ducal de Medina Sidonia en Sanlúcar deben
registrarse muchas cargas de vino del señorío, no en balde tenía establecido el
duque el llamado tributo de los bretones que consistía en la obligación de los
comerciantes franceses de cargar un tercio del arqueo de las naves con vinos
sanluqueños en los tornaviajes, aunque, andando el tiempo, este tributo se
transformó en un impuesto monetario. Los corredores del vino debían tener una
red muy bien montada para la exportación con puntos de almacenaje muy bien
distribuidos esperando la exportación. La Puebla no fue ajena a tal sistema, así en 1.640, para pago de impuestos se afora el
vino existente en la villa (45) y por la cantidad constatada o bien el puerto
de la villa servía también de embarque de vino, de lo que no nos cabe duda, o
sus vecinos le pegaban al moyate con
entusiasmo desmedido. Como curiosidad diremos que un lugar importante de
almacenaje se encontraba en los edificios existentes en los aledaños del puente
del Zuazo en Cádiz, pues bien, algunos historiadores ingleses afirman con toda
seriedad que las tropas inglesas no pudieron atravesarlo en su ataque de 1.627,
porque encontraron el vino en tales edificios y las milicias de las villas
parapetadas tras el puente y el río se dedicaron durante días a hacer blanco
con arcabuces y mosquetes sobre la manada de borrachuzos que intentaba
cruzarlo.
EL RIO DE LA
PUEBLA EN LA RECOPILACIÓN DE
LAS LEYES DE INDIAS
Se hace necesario llegados a este punto
examinar brevemente cómo afectaba la
legislación indiana al río en el que resultaba implicada de una forma o
de otra la villa de La Puebla, en gran medida como
simple espectadora pero afectada en su vida diaria y sin duda en su economía,
no en balde rastreamos a través de los papeles del Archivo de Protocolos un
pronunciado declive a partir de la mitad del siglo XVII parejo al paulatino
traslado de la actividad indiana hacia Cádiz y sus puertos. Como ya indicamos
al principio, la falta de una búsqueda aunque fuese somera en los papeles del
Archivo General de Indias, nos obliga exponer generalidades sacadas de la
legislación que se contiene en la Recopilación
de las Leyes de Indias. En este punto mi
emocionado recuerdo del profesor Don Rafael Muro Orejón, catedrático que fue de
Historia del Derecho Indiano en la Universidad de Sevilla, a cuyas clases asistí como
oyente hace la friolera de cuarenta años.
En 18 de mayo de 1.680, Carlos II firma la Pragmática que aprueba la Recopilación de las
Leyes de los Reinos de las Indias y Filipinas, realizada por los jurisconsultos
Antonio de León Pinelo y Juan de Solórzano Pereira. Este texto legal no es un
código –para el proceso codificador hay que esperar dos siglos- sino una
compilación ordenada y depurada de todas las leyes que para las Indias se
dictaron desde los Reyes Católicos y los sucesivos de la casa de Austria –
Carlos I, Felipe II, Felipe III, Felipe IV- hasta Carlos II inclusive, así como
Ordenanzas de la Casa
de Contratación.
En el periodo del que nos ocupamos en
estas notas, el tráfico indiano se realizaba en más de un ochenta por ciento
por el sistema de flotas. Los
antecedentes del sistema de flotas se remontan al año 1526, cuando se establece
que los viajes a Indias (que se venían haciendo en navíos aislados, sueltos y
sin protección) se hagan en conserva, es decir, con los barcos reunidos en
convoy y protegidos por la
Armada, para evitar peligros y presas de piratería. En agosto
de 1543 se promulga la ordenanza que establece el sistema de convoyar las
flotas mercantes, con dos salidas anuales, en marzo y en septiembre, y
protegidas por un barco de guerra que se costearía con el llamado impuesto de
convoy o de avería. En los años siguientes se dictaron nuevas medidas sobre el
tráfico indiano, que ya a partir de las ordenanzas del 18 de octubre de 1564
queda regulado en dos convoyes separados:
a) La flota a Nueva España,
que saldría en abril (fecha que en 1582 se cambia a mayo) con destino a
Veracruz, tras tocar en Santo Domingo.
b) Los galeones a Tierra
Firme, que saldrían en agosto con destino a Nombre de Dios, en el istmo de
Panamá, luego Portobelo a partir de 1.598, tocando previamente en Cartagena de
Indias.
Después de las correspondientes ferias
en los puertos de destino, ambas flotas debían invernar en ellos y reunirse en La Habana en marzo o abril
para regresar juntas, con la plata americana y demás productos.
La flota de Nueva España iba escoltada
por dos grandes naves de guerra, galeones, la capitana y la almiranta, mientras
que la flota dirigida al istmo de Panamá (Tierra Firme), donde recogería la
plata del Perú, va protegida con seis, ocho o más galeones, que imprimen
carácter a esta armada y le dan nombre. Fuera de las flotas, sólo viajaban
pequeñas naves, generalmente avisos o barcos correo, que también
transportaban alguna carga.
Nos podemos figurar el trajín del río en
los dos meses anteriores a la salida de las flotas y con la llegada de las
mismas. No olvidemos que el río desde Sevilla a Sanlúcar era un extenso puerto,
los puertos del Guadalquivir como los denomina Lynch (46). Los derechos de
aduana pertenecientes al almojarifazgo real y la plata, el oro, perlas y
piedras preciosas eran fundamentales para mantener el Imperio.
A través de las disposiciones de los
Libros VIII y IX de la
Recopilación encontramos datos que nos demuestran la
actividad del río a su paso por el término y jurisdicción de La Puebla en el esplendor de la Carrera de Indias y, por
supuesto en el siglo XVII. Ya hemos visto el oficio de teniente de escribano de
la Aduana en
el puerto de la villa. Un siglo después, el cura Delgado al contestar al
cuestionario de Tomás López nos dice que “Hay
una regular casa de resguardo de Ventas Reales, de aduana y tabaco, con barco y
bote, un cabo, un teniente, escribano, 4 guardas, 1 patrón y 6 marineros.” En La Puebla nos encontramos con una finca que se
denomina todavía Casas Reales y la denominación, de fecha aún no averiguada
proviene con pocas dudas de la primera mitad del siglo XVI. En la actualidad
dicha finca se sitúa en la que se denominó Isla Cristina tras la apertura de la Corta del Borrego en 1.816
que seccionó de la Isla
Menor los terrenos del meandro de la Venta de la Negra, por lo que todo hace
suponer que estaba situada en el extremo noroccidental de la Isla Menor a un tiro de
mosquete del complejo portuario del Borrego, dominando el Brazo de Enmedio en
lugar estratégico y defendida por el mismo en tres de sus cuatro puntos. En una
disposición de la
Recopilación dictada por Felipe II se dan instrucciones de la
fabricación de las cajas: “No habiendo Arcas materiales en la Provincia, donde se
enteren nuestras rentas Reales, y toda la hacienda, que nos perteneciere y
hubiéremos de haber, hagan nuestros Oficiales fabricar una, o dos (si fuere
necesaria otra)que sen grandes, de buena madera, pesadas, gruessas, bien
fornidas, y barreteadas de hierro por los cantos, esquinas, y fondo, de suerte
que nuestra Real hacienda tenga toda
seguridad, y en presencia del Governador, o Justicia mayor, Oficiales, y
Escribano, que dé fee, se les pondrán y echarán tres cerraduras, con guardas y
llaves diferentes, las cuales han de tener
el Tesorero, Contador y Factor, donde lo hubiere, y este arca o arcas se
han de poner en parte segura, y fuerte, donde nuestra Real hacienda no pueda
tener ningún riesgo.” (47). En disposiciones de Carlos I y Felipe II nos
encontramos con la definición del lugar que debían contener las cajas: “Para que haya en nuestra hazienda toda
seguridad, buen recaudo, y administración esté la Caxa en buen guarda y
custodia dentro de las Casas Reales, a riesgo, y cargo de nuestros Oficiales, y
especialmente el Tesorero, y tenga tantas cerraduras, llaves, y guardas
diferentes, quantos fueren los Oficiales Reales a cuyo cargo estuviere, y estos
tengan las llaves en su poder, y no las fíen de sus criados, ni Oficiales.”
(48). Las Casas Reales dependientes de la Aduana de Sevilla y su
Almojarifazgo Mayor debieron construirse en fecha temprana como lugar avanzado
e intermedio entre Sevilla y Sanlúcar, estando a cargo de oficiales nombrados
por la Casa de
Contratación, distintos al teniente de escribano de la Aduana de La Puebla que tenía
jurisdicción en su puerto o puertos.
Mención aparte merece el estanco del
tabaco, que aunque no era el único estancado de los productos indianos puesto
que el azúcar y el cacao también lo estaban, si era el más importante en su
aspecto impositivo. El tabaco se estanca en 1.636 y su resguardo, muy bien
retribuido era bastante agresivo en el cumplimiento de sus funciones que con el
tiempo, guardas y contrabandistas, originaron toda una leyenda agrandada y magnificada
por el pueblo y por los escritores románticos. En el Museo del Prado hay un
cuadro de Goya que se llama así: El resguardo del Tabaco, con unos fulanos
armados hasta los dientes que meten miedo. El celo en sus funciones hizo que,
poco después de crearse el estanco, Felipe IV tuvo que ordenar: “Mandamos que el Administrador del nuevo
derecho, impuesto en el tabaco, azucar, y chocolate, no ponga guardas dentro de
los Galeones, u Navios de Flota. Y permitimos, que los puedan poner, con que no
entren en ellos, y en otra forma no lo consientan el Presidente y Iuezes de la Casa de Sevilla.” (49)
El inteligente lector pensará que ésta
no es la historia de la villa de La
Puebla; habría que contestarle que sí, puesto que es la
del interland en que se ubica, de lo que
ocurría en su término y jurisdicción, aunque no interviniera en nada el Concejo
de la villa, al igual que en las Islas que, si bien estaban ubicadas en su
término y jurisdicción, de ellas disponía el Concejo de la capital a cuyos propios
pertenecían. El resguardo del tabaco de las Casas Reales de La Puebla debió tener una gran importancia a partir de
1.636 y durante todo el siglo XVIII. Del estanco tabaquero se están publicando
en los últimos años interesantes monografías y tesis doctorales, no siendo aquí
el lugar de su comentario, sólo daremos algunos datos significativos: El
estanco se crea con la base del producto cubano principalmente, como monopolio
real, el producto de sus impuestos suponía a mediados del siglo XVIII la tercera parte de todos los ingresos de la
corona. Su elaboración se repartía entre Cuba y, en su mayor parte,
Sevilla, con monopolio exclusivo en la Península; de este modo,
desde la creación del estanco hasta el fin del Antiguo Régimen dos siglos
después, todo el tabaco que se fumaba en España y en una gran parte de Europa
entraba por el río hasta la fábrica de Sevilla ubicada en el solar que hoy
ocupa la plaza de San Pedro y luego en la nueva fábrica erigida por Carlos III
y que hoy ocupa la
Universidad con el Rectorado y algunas facultades y
servicios. Pues bien, el resguardo del tabaco en Casas Reales era el encargado
de la vigilancia en todo el tráfico fluvial desde Sanlúcar a Sevilla. Y ahora
debemos preguntarnos: ¿jigarreros, guijarreros o cigarreros?; reflexione el
inteligente lector. Lo de guijarreros por los guijarros es de lo más absurdo en
una villa con una amplia y feraz vega y una pujante agricultura, unas marismas
ganaderas donde no hay una sola piedra y unos montes con fuentes y matorral capaces de albergar
una dehesa de yeguas para seleccionar el ganado caballar hasta cotas que no se
han estudiado bien. El resguardo del tabaco con su férrea vigilancia debió
marcar una larga etapa con sus guardas vigilando y registrando naves,
empapelando a defraudadores y tiroteando y apresando a contrabandistas, ¿los de
La Puebla, los
cigarreros?. No lo se, pero es perfectamente posible.
El control de las mercaderías embarcadas
era fundamental para el pago del almojarifazgo y derechos reales de los que nos
ocupamos en otro apartado de estas Notas, así como de la avería que era un
coste que se pagaba sobre el montante y valor de las mercaderías para costear
los gastos de los navíos de guerra que acompañaban a armadas y flotas. Ni que
decir tiene el control sobre los puertos intermedios entre Sevilla y Sanlúcar,
no sólo para la percepción de impuestos sino para evitar el extravío de plata,
oro, perlas, etc que venía de Indias. De este modo, en la Recopilación se
dispone: “Después de cerrado, y entregado
el registro ante el Presidente, y Iuezes de la Casa, ninguno sea osado a introducir en las Naos
en el Puerto de las Muelas del Río de Sevilla, ni por el Río abaxo, ni en
Sanlúcar, ni en otras partes, caxas, fardos, mercaderías, mantenimientos, ni
otra ninguna cosa, de cualquier calidad que sea, que no vaya assentado en el
registro Real, pena de perdido, y aplicado, como por la presente lo aplicamos:
las tres cuartas partes a nuestra Cámara, y Fisco: y la otra quarta parte para
el Visitador ó Visitadores, que hallaren en el Navio lo que se hubiere cargado,
e introducido; o para el que lo denunciare; pero si estando, como sucede otras
vezes, las Naos en Sanlúcar, ó en otras partes, antes que se hagan a la vela
tuviese necesidad de bolver a proveerle de bastimentos, o introducir mas
mercaderias, llevando licencia de la
Casa, lo puede hazer en aquella cantidad que á los Iuezes de ella pareciere, sin pena;
aunque sea después del registro general, con que los dichos Iuezes buelvan a
assentar en el registro lo que assi se cargare de nuevo, para que aquello mismo
sea obligado el Maestre, ó persona que lo lleva á su cargo, á registrar en
Isla, Puerto, o parte donde fuere a desembarcar, y no mas, pena de que sea
perdido lo que excediere del registro, y en que no se guardare esta forma,
aplicado como arriba se contiene.” (50). No obstante, tambien establece la Recopilación: “Ordenamos al Presidente y Jueces de la Casa de Sevilla, que si
hallaren por conveniente que las Naos
grandes se acaben de cargar passados los baxos del Rio de la dicha Ciudad,
provean como passen, sin peligro, y guarden lo que estuviere ordenado.” (51)
Del registro no escapaba nadie, ni
eclesiástico ni seglar de cualquier dignidad no condición, ni siquiera los
galeones de la Armada
(52), lo que no quiere decir que el fraude no fuera abultado, por lo que en el
siglo XVII se hacían cálculos periódicos del mismo, cuyo montante se pasaba al
Consulado (que agrupaba a los comerciantes que monopolizaban el tráfico
indiano) y este lo distribuía entre los cargadores de Indias. No hay que
confundir el fraude –dentro del sistema- con el contrabando –fuera del sistema-
donde los guardas de Casas Reales y del Resguardo del Tabaco adquirían un
esencial protagonismo.
La arribada de las Flotas y Armadas
producían un gran revuelo en el tráfico fluvial, ya que debían alijar parte de
la carga para poder arribar a Sevilla. En este alijo intervenían embarcaciones
menores como los barcos luengos ya citados, las tartanas de dos o tres palos y
velas latinas, falúas, etc., circunstancia anteriormente citada. Los puertos
intermedios adquirían singular protagonismo, por ello la Recopilación dispone:
“El
Presidente y Jueces de la Casa
hagan que se alixe el oro, plata y moneda que viniere en los Navios de Indias,
y cómodamente no puedan subir de Sanlúcar a Sevilla, y que se conduzca en
barcos a la dicha Ciudad, como mejor, y más brevemente fuere posible.” (53)
La Recopilación contiene
también reglas muy concretas para todo lo referente a la maestranza naval,
desde la construcción –con medidas de eslora y manga, puntal, arboladura,
arqueo etc- hasta la reparación y acondicionamiento. Asimismo establece los
lugares de maestranza e incluso las condiciones laborales. En la regla 92 apreciamos la importancia del
puerto del Borrego y de las Horcadas y la Margazuela, y aunque la regla es larga no nos
resistimos a transcribirla al completo por su importancia: “Regla 92: “Forma en que ha de servir y ser pagada la Maestrança en la fábrica, y aderezos de Navíos del Rey,
y en los de particulares, y adovio dellos.”
“Porque es costumbre entre la Maestrança no traer las
herramientas necesarias para usar sus oficios, respeto de que se las solían
proveer por cuenta de nuestra Real hacienda, las cuales perdían o las tomaban
unos a otros y por falta de ellas usan de la acha, que es lo ordinario que
traen, y con ellas desperdician mucha madera
y gastan más tiempo en la que labran. Considerando esto, se tiene por
conveniente a nuestro servicio, y beneficio de la hacienda, utilidad y provecho
de la misma Maestrança, que como el jornal ordinario que solían ganar, era de
cuatro reales, sea de quatro y quartillo cada día en nuestro Señorío de Vizcaya
, Provincia de Guipúzcoa, quatro villas de la Costa de la Mar, Asturias, y Reino de Galicia, con condición
que ningún Maestro, Carpintero, ni Calafate, puede llevar más de un Aprendiz, y
el Cabo, dos, y esto no se les ha de pagar mas de lo que merecieren, conforme a
la suficiencia de cada uno, como pareciere a nuestros Superintendentes de la
fábrica: y en las Armadas al Capitán de la Maestrança; pero han de
ser examinados, y no se les ha de dar por cuenta de nuestra Real hacienda
ningún género de herramienta más de las muelas de piedra para amolar: y los
Oficiales que lo fueren de lo blanco no
han de ganar este jornal por entero, sino lo que según cada uno mereciere. Y es
declaración, que la
Maestrança de Sevilla, Cádiz, y Puerto de Santa María, ha de
ganar ocho reales cada día, inclusa en ellos la comida: y en las Horcadas,
Borrego, y Sanlucar, a diez reales inclusa la comida, sin que en las unas
partes, ni las otras, se exceda de esta cantidad. Y mandamos, que los nuestro
Presidente y Jueces Oficiales de la casa de Sevilla, tengan particular cuidado
de la observancia de esta orden, y de castigar a quien fuere contra ella,
penándole en veinte ducados, así al Oficial, como al dueño del Navío, la cual
condenación se ha de aplicar por mitad a
nuestra Cámara, y Denunciaor: y quando fuere Maestrança de Sevilla al Puerto de
Santa María, Cádiz, Estero de la
Carraca, y Puente de Zuazo, genen diez reales como en
Horcadas y Sanlúcar, y el día de fiesta, o el que lloviere se les han de dar
dos reales por persona, o la comida aquel día, qual mas quisiere la Maestrança, estando
presentes y no yéndose a sus casas.” (54).
No obstante lo anteriormente expuesto, no encontramos rastro alguno de una
tradición heredada de carpintería de ribera, al contrario que en Coria, pese a
la importancia de los dos puertos donde se hacía maestranza naval dentro del
término y jurisdicción de la villa.
****************
Los barcajes del Borrego y San Antón, así
como las torres aduaneras del Puntal de Matagorda y Andalucía y las pesquerías
serán objeto de examen al ocuparnos del las Islas Mayor y Menor, por estar claramente ubicadas en su espacio geográfico.
NOTAS
1.- Luís Salas
Almela, Instituto Universitario de Florencia, Nobleza y fiscalidad en la
Ruta de las Indias: el emporio señorial de Sanlúcar de
Barrameda (1.576 – 1.641). Anuario de Estudios Americanos, 64,2,
julio-diciembre, págs.13-60. Sevilla, 2.007.
2.- Cristina Segura
Graiño. Edición de las contestaciones remitidas a Tomás López para su
Diccionario Geográfico en la
Provincia de Sevilla (Francisco Delgado, cura de La Puebla). Sevilla 1.998.
3.- AHPNS. Legajo
1.920-PB, año 1.693, folio 15.
4.- Juan Grau Galve. La
Ermita. Notas para
la historia de la Isla
Mayor. Caja Rural del Sur. Isla Mayor, 2.002.
5.- Antonio Miguel
Bernal y Antonio Collantes de Terán. Introducción
a “Sevilla y sus mercaderes a fines de la Edad Media” de Enrique Otte. Sevilla 1.996.
Pág. 11.
6.- “Catálogo de documentos contenidos en los
Libros del cabildo del Concejo de Sevilla”. Edición preparada por María
Josefa Sanz Fuertes y María Isabel Simó Rodríguez. Sevilla 1.993.
7.- “Inventario
de los Papeles de Mayordomazgo del siglo XV (1.417 – 1.431). Francisco
Collantes de Terán. Sevilla 1.980.
8.- AMS. “El
Tumbo de los Reyes Católicos”. Edición preparada por Ramón Carande Tovar y
Juan Mata Carriazo. Sevilla 1.961.
9.- Antonio Domínguez Ortiz. “Orto
y ocaso de Sevilla”. Sevilla 1.946.
10.- Enrique Otte. “Sevilla y sus mercaderes a fines de la Edad Media”.
Sevilla 1.996. Pág. 105.
11.- Eduardo Trueba. “Sevilla Marítima (siglo XVI)”. Sevilla
1.989. Págs. 28 y ss.
12. Enrique Otte.
Opus cit. Págs. 105 y 106.
13. Enrique Otte.
Opus cit. Pág. 106.
14.- María del Carmen
Mena García. “Sevilla y las flotas de
Indias – La Gran
armada de castilla del Oro (1.513 – 1.514)”. Sevilla 1.998. Pág.401.
15.- Enrique Otte.
Opus cit. Pag. 106.
16.- Instituto de
Cartografía de Andalucía. Ref. 11568601.
17.- AGAS. Legajo
3.897, Sección Priorato de Ermitas.
18.- José Antonio
Aspiazu. Los guipuzcoanos y Sevilla en la Alta Edad Moderna.
Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 4, Untzi Museoa –
Museo Naval. Donosita – San Sebastián, 2.003, pags. 207 – 225.
19.- Cristina Segura
Graiño. Edición de las contestaciones remitidas a Tomás López para su
Diccionario Geográfico en la
Provincia de Sevilla(Francisco Delgado, cura de La Puebla). Sevilla 1.998.
20.- AHPNS. Legajo
1.919-PB, año 1.653, folio 12
21.- AHPNS. Legajo
1.931-PB, año 1.683, folio 9
22.- AHPNS. Legajo
1.920-PB, año 1.693, folio 110
23.- José Antonio
Aspiazu. Los guipuzcoanos y Sevilla en la Alta Edad Moderna.
Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 4, Untzi Museoa –
Museo Naval. Donosita – San Sebastián, 2.003, pags. 207 – 225.
24.- José Antonio
Aspiazu. Un mercader en el reinado de
Felipe II: el eibarrés Martín López de Isasi. Donostia, 1.999, pag. 42.
25.- AHPNS. Legajo
1.917-PB, año 1.641, folio 16.
26.- Cristina Segura
Graiño. Edición de las contestaciones remitidas a Tomás López para su
Diccionario Geográfico en la
Provincia de Sevilla (Francisco Delgado, cura de La Puebla).. Sevilla 1.998.
27.- AHPNS. Legajo
1.988-PB, año 1.621, folio 82.
28.- Juan Grau Galve.
La Ermita. Notas para la historia de la
Isla Mayor. Caja Rural del Sur. Isla Mayor, 2.002.
29.- AGAS. Sección
Priorato de Ermitas, Legajo 3.897.
30.- Ana Gloria
Márquez Redondo. Sevilla Ciudad y Corte
(1.729-1.733). Sevilla 1.994, pág. 143 – 147.
31.- José Muñoz
Pérez. La pesca en la desembocadura del
Guadalquivir. Cádiz, 1.972, pág. 230.
32.- Pascual Madoz. Diccionario Geográfico, Histórico y Estadístico
de España y sus Posesiones de Ultramar. Sevilla. Madrid, 1.845 - 1.850,
pag.332.
33.- Antonio
Espíldora Peñarrubia. Guerra de Sucesión.
La defensa de Sevilla. Revista de Historia Militar nº 79 de 1.999, páginas 95 a 128.
34.- Don Luís Salazar
y Castro. Colección de documentos, índice formado en 1.979, legajo 41, carpeta
2 nº 1, documento número 77.071 del indicado índice.
35.- Eduardo Trueba. “Sevilla Marítima (siglo XVI)”. Sevilla
1.989. Págs. 28 y ss.
36.- AHPNS. Legajo
1.931-PB, año 1.682, folio 62.
37.- Jassim Abid
Mizal. Los caminos de al-Andalus en el
siglo XII. Estudio, edición,
traducción y anotaciones de Uns al-muhay
wa-rawd al-furay de al-Idrisi. Madrid, 1.989, pág. 139.
38.- Luís Salas
Almela, Instituto Universitario de Florencia, Nobleza y fiscalidad en la
Ruta de las Indias: el emporio señorial de Sanlúcar de
Barrameda (1.576 – 1.641). Anuario de Estudios Americanos, 64,2,
julio-diciembre, pág. 34. Sevilla, 2.007.
39.- Francisco
Morales Padrón. Memorias de Sevilla
(Noticias sobre el siglo XVII de un manuscrito anónimo). Córdoba, 1.981,
pág. 38.
40.- Privilegio
fundacional de La Guardia
dado en Cuenca en 15 de julio de 1.272 por Alfonso X.
41.- C. Plinius, II
I-12
42.- Alî Ibn Abî Zar (al-Qirtás).Traducción de A.
Huici Miranda de “El amigo familiar
divirtiéndose en el huerto Kartás, tocante a los hechos de los reyes de
Mauritania y la historia de la ciudad de Fez” de 1.326.(Valencia 1.964). F.
Pons Boigues “Los historiadores y
geógrafos arabigo-españoles 800-1.450”.
Madrid, 1.898, pag. 420.
43.- Juan Grau Galve.
La Ermita. Notas para la historia de la
Isla Mayor. Caja Rural del Sur. Isla Mayor, 2.002, pág.65.
44.- Maria del Carmen
Mena García. Nuevos datos sobre
bastimentos y envases en Armadas y Flotas de la Carrera. Sevilla,
Revista de Indias, 2.004, vol. LXIV, nº 231, págs. 447 – 484.
45.-
AHPNS. Legajo 1.017-PB, año 1.640, 7 de noviembre.
46.-
John Lynch. Los Austrias (1.516-1.700).
Pág. 202. Crítica, S.L. Barcelona 2.007.
47.- RLI. Libro VIII.
Título VI: De las Caxas Reales, Ley II (Felipe II, 1.579)
48.- RLI. Libro VIII.
Título VI: De las Caxas Reales, Ley V (Carlos I 1.554 y Felipe II, 1.570)
49.- RLI. Libro VIII.
Título XXXIII. Ley XLIII (Felipe IV, 1.636)
50.- RLI. Libro IX.
Título XXXIII, De los Registros. Ley XII (Carlos I,
1527 y 1.550; Felipe II <Príncipe Gobernador>, 1.554 y Felipe
II1.567. Ordenanza 159 de la Casa de Contratación)
51.- RLI. Libro IX.
Título XXXIV. Ley XVI (Carlos I, 1.556)
52.- RLI. Libro IX.
Título XXXIII. Ley XLVII ( Carlos I, 1.540, Felipe II, 1.593; Felipe IV, 1.634)
y Título XXXIV. Ley I (Felipe II, 1.598; Felipe III, 1.601; Felipe IV, 1.634)
53.- RLI. Libro IX.
Título XXXIV. Ley XXX (Felipe II, 1.573)
54.- RLI. Libro IX.
Título XXXVIII. De los fabricadores, y Calafates, fabricas, y aderezo de los
Navios, y su arqueamiento. Reglas para fabricar los Navios que se hicieren por
cuenta del Rey, y de particulares (tras la Ley
XX) (Felipe III, 1618 y corregidas y puestas al día por
Carlos II para la
Recopilación.)
Gracias por la contribución que tu admirable trabajo hace al conocimiento de nuestro río.
ResponderEliminarNo se cansa uno de leer sus importantes aportaciones. Muchas gracias. Un "cigarrero".
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