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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: noviembre 2014

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Requiem por Juan Navarro



Todos somos especiales pero mi padre lo fue un poco más.

A finales de los 80 dejó de ir al campo, su poca visión lo traía tenso cuando conducía de regreso por la noche. Nos preguntábamos a que se dedicaría. Vana pregunta. Conociéndolo como lo conocíamos en casa, enseguida tendríamos la respuesta: a Todo.

Para él el paso del trabajo a la jubilación fue como renovarse y tardó muy poco en estar embebido en aquello que le gustaba hacer. Cada vez pasó más tiempo en la parroquia, en Caritas, en el coro, en el barrio.

Conoció más personas, más amigos, más lugares. Pintó todo lo que quiso y pudo y siempre había una mano levantada diciendo ‘El próximo para mí’. 

Habló con mucha gente, intercaló imposibles citas latinas en medio de charlas comunes. Recordaba con criterio y hacia filosofía de la vida con trocitos de calle.

Cantó su amado gregoriano, y no le metió armónica por dejar algo tal como estaba, pero estoy seguro que se le pasó por la cabeza

Escribió poemas y muchos villancicos. Cada año su christmas nos traía de cabeza: escribirlo, encajarlo, añadir el dibujo, imprimirlo, fotocopiarlo y por fin repartirlo por la cada vez más amplia clientela. Pero cómo sonreía, como agachaba un poco la cabeza para que no se le notara lo orgulloso que se sentía cuando alguien, muchos alguien, le decía: ‘Juan, este año lo has bordado’, o ‘Se me han saltado las lágrimas, que preciosidad’.

También, sacrilegio, tuvo que fotocopiar sus frescas acuarelas, sus dibujos a tinta, sus paisajes donde un árbol lo llenaba todo, firme, umbrío, acogedor. Quizás él mismo se veía así.

Y pasaron los años y de pronto un día descubrió que había vivido tanto que ya era anciano. Y entonces reconoció ‘que se había hecho un poco viejo’, ‘que había perdido facultades’. Y como viejecito se reconoció a sí mismo en historias ‘¿Te había contado alguna vez…?’ Y lo contaba, como si lo estuviera estrenando. Y cada vez las historias eran más lejanas y los recuerdos más jóvenes.

Y fue haciéndose inmóvil, indefenso, y le dimos cariño, mucho amor, mientras retrocedía en una imposible vuelta a la infancia.

Los últimos años se los debe a la cuna que mis hermanas tejieron en torno a él, al mimo incesante de Fabiola. Juan murió de haberse tragado toda la vida, hasta la última gota. Nada podemos decir ante algo tan natural y humano. Pero por qué quiso vivir tanto tiempo no fue casualidad. Todo lo que sembró le fue devuelto y aumentado. 

La vida nos regaló a Juan. Y él recibió el mayor regalo que la vida nos puede dar: el respeto, el cariño y el amor de muchos de nosotros. La deuda esta saldada. Que viva en nuestro recuerdo y que Descanse en paz y amor.