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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Historias de Cotos - La Temporada (III)

domingo, 6 de mayo de 2012

Historias de Cotos - La Temporada (III)


Dónde estamos?

Cotos Regables del Guadalquivir es una zona de cultivo de arroz, de 1000 Has de extensión, situada en la margen izquierda del Guadalquivir. Está a menos de 40 kmts de Sevilla, pero en esa corta distancia hay un mundo entero de separación. Corresponde a una serie de divisiones que se hicieron sobre terrenos de la Isla Menor y la marisma cercana a Las Cabezas de San Juan y Lebrija. Otros poblados o divisiones en esa área eran: La Compañía, la Colonia San Vicente Ferrer, conocida como Casudis o Loh Cazudi (el poblado grande más cercano a Cotos Regables), El Cortijo Viejo, El Reboso, la Sección Segunda y Tercera de Marismas, Cotemsa, etc.

La zona de Cotos se pone en cultivo a comienzos de los años 50 del siglo XX. Como todo lo que se hace en zonas de regadío, las viviendas y carreteras se ajustan a la distribución de canales de riego y desagüe. Todo son líneas rectas y curvas de 90 grados (con pocas excepciones). El territorio es extremadamente plano a lo que se  suma la necesidad adicional de nivelación en las zonas cultivadas para un buen control del riego del arrozal. Los horizontes se perciben con total definición en todas direcciones. El suelo, con la excepción de las carreteras de grava y los escasos parches de asfalto o cemento (secaderos y algunos accesos a viviendas), es todo arcilla, con texturas que oscilaban entre el polvo y el más pegajoso barro que se pueda imaginar. Contiene mucha sal, debido a su origen: un lago abierto al mar y expuesto a sus mareas. Cuando el rio lo fue colmatando la arcilla se impregnó de las sales marinas y eso hacía que tras un chaparrón, cuando la tierra se secaba, aparecían visibles y saladas vetas blancas sobre el suelo grumoso. El color del suelo variaba entre los tonos gris claro de los polvorientos caminos (en las épocas más secas del año el polvo dejaba una larga estela al paso de los vehículos haciendo casi imposible el que pudieran adelantarse unos a otros por la nula visibilidad y la estrechez de las carreteras. También era posible en noches de luna llena ir en moto a gran velocidad con las luces apagadas. Tenías cientos de metros de visibilidad, más que con los amarillentos faros de la época) al gris marrón del barro. La desolación que sugerían los paisajes invernales del arrozal te colocaba en un ánimo que oscilaba entre la melancolía lírica y la depresión más indisimulable. Esta es una de las razones por las que siempre amé las rocas y montañas.

Las viviendas se distribuían de forma que existía una ‘casilla’ por cada parcela (en el caso de fincas grandes) o por cada propietario en los demás casos. Consistían en una edificación de una sola planta en la que podían hallarse una vivienda, un anexo lateral que podía servir como segunda vivienda o pequeño almacén, y una parte trasera que comprendía una cuadra y un almacén de mayor tamaño, aunque esta era una edificación tipo y existían diversas variantes. El tamaño total de la planta oscilaba entre los 100 y 120 mts. cuadrados. También era común la existencia de un corral o gallinero sobre la parte trasera, que no solía estar cubierto de forma original y que se tapaba con placas de uralita ondulada.

Además de estas ‘casillas’ se edificaron otros tipos de viviendas como los llamados ‘grupos’ que eran básicamente edificios de una longitud de unos 60 metros de largo y  7 de ancho, con un tejado a dos aguas (de teja romana) y tabicados interiormente para producir una serie de viviendas ‘hombradas’, por hallar un término equivalente al adosado. Habían 2 de estos grupos: uno cercano al rio, de menor tamaño y el que habitamos nosotros que incluía la escuela, la vivienda de la maestra, y cuatro viviendas más. La nuestra sería la central. En cuanto al tamaño de estas particiones era similar y estaba en torno a los 65 metros cuadrados. Ya describiré la distribución interior cuando hable de nuestra vida en ella, que ocupó unos 30 años.

El llamado ‘Tren Parao’ era una exageración de estos grupos ya que tenía una longitud de unos 90 metros y un ancho cercano a los 8. También el techo era a ‘dos aguas’ y la cubierta de simple uralita. Estaba divido en un total de unas 30 viviendas por lado (12 m2 por habitáculo) y con una capacidad de unas 4 literas por cada vivienda podía alojar casi 250 personas en unas condiciones mínimas de habitabilidad. Aunque tenía, por así decirlo, residentes permanentes su función principal era el alojamiento de temporeros que en el momento álgido de la temporada podía estar cercano a las 600 – 700 personas, que se distribuían por todo hueco disponible en el resto de edificaciones incluyendo almacenes con simples colchonetas o, más comúnmente, jergones rellenos de paja.

El resto de edificaciones tenían propósitos más definidos, como lo eran el grupo formado por la herrería de Juan José, el bar de Manolo ‘el Maja’, la tienda de comestibles y vivienda de Nicolás y Joaquina, la peluquería – bar de Rafael Romero  ‘el Pichita’, y el cine de verano. Al lado de este y en dirección hacia el rio estaban el bar – tienda – cine de verano de Cachopo, y la vivienda de la Francesa. Al lado estaba el que se llamó almacén de Castellón, que fue inicialmente un cine cubierto y luego se dividió en la zona de vivienda de Ignacio, capataz de mi tío Vicente y dos almacenes, uno de ellos de mi padre. Otros anexos a este edificio eran la panadería de Juan José Soriano, que también tendría negocios de transporte con su camión, y la vivienda de mi tío Vicente, la más grande y bonita de todas las de Cotos y la primera que tuvo dos plantas.

También, y por un periodo de tiempo que abarcó más de 30 años, habían chozas, siendo la mayoría de ellas de gran tamaño, es decir que contenían varias viviendas cada una de ellas.

Las chozas tenían paredes de barro y paja, generalmente blanqueadas, incluso con alegres toques añil enmarcando puertas y pequeños ventanucos. Su estructura principal eran grandes postes de madera de eucalipto, y gruesas cañas entre los postes para dar soporte a las paredes de barro. El techo estaba formado por un cañizo que también se rellenaba con una ligera capa de arcilla, a modo de impermeabilización y por encima de este se disponía una gruesa cubierta de juncos, que daban el color intensamente oscuro común a todas las chozas del mundo, desde la selva a los suburbios. El suelo era de simple barro y cascarilla de arroz mezclados y apisonados. Al secar, de forma natural, queda un suelo liso y fresco de color gris. Su único inconveniente es el constante polvillo que desprende del solo pisar de los pies desnudos, de las abarcas y ‘espardenyes’ de ligera suela de caucho de viejas ruedas. El interior, umbrío era muy uniforme en temperatura a lo largo del año, por el buen aislamiento natural de los materiales empleados. El olor era difícil de definir, no desagradable, decididamente húmedo, muy familiar para los que acostumbrábamos a manejar gavillas de paja de arroz. El principal peligro que las amenazaba era el de incendio. En los años en que viví en Cotos vi arder tres de ellas y era un espectáculo impresionante.

La más bonita de estas chozas era la del ‘Tonto de los pilotos’, cercana a la casa del perito, que antes lo había sido de mi tío Vicente. Situada al lado de un pequeño canal de desagüe cuya ribera estaba sembrada de mimbres de un verde intenso y fragante olor, era limpia, bien blanqueada y con sus añiles y tenía el toque de una media docena de pértigas, de unos 4 metros de altura, plantadas en su extremo más cercano a la carretera, que terminaban en pequeños aviones tallados en madera de eucalipto con hélices de lata y sobre un soporte giratorio que las hacía comportarse como veletas. Pintados en vivos colores, azules, rojos, amarillos, mantenían un constante ulular con la más ligera brisa, y daban un extraño toque transcultural, pues recordaban las pértigas de gallardetes típicas de la yurtas mongolas o los lugares de oración tibetanos.

 
La gira: excursión a los secaderos.

Un mes antes de que llegara Luis, el viernes de Dolores se hizo la ‘gira’ en el cole. Nada del otro mundo, pero todos lo pasaban bien. Este año fue una excursión a los secaderos del Cortijo. En ese día todos llevaban una taleguita de tela, que contenía bocadillos y fruta, y chocolate o algún dulce de la época como torrijas o pestiños envueltos en papel de estraza. Las torrijas más típicas en Cotos son las de vino y arrope y los niños más pequeños  con un  par de torrijas o tres se quedan colocados. Lo de ‘tener una torrija encima’ no era una simple frase. De todas formas muchos niños desayunaban en las épocas más frías café con leche y una pachocha de anís (pan mojado en agua, azúcar y anís) y el cole por las mañanas tenía un ambiente de peña taurina cazallezca de lo más entonado. Deme lleva torrijas de vino, como Cachichi y el Churrero. Los Grau Lobato (Isabel la Nena, Olimpia y German) exhiben unas exquisitas de almíbar alimonado y los Navarritos (Javier, Lucia y Fabiola) no llevan torrijas. Su madre, la Señora, es una repostera sin igual y le gusta mantener las tradiciones así que los surte con toda clase de bollería valenciana: Pan-ous, rollets de San Blau, bollitos de leche, un clase de Coca de canela, tortas de ‘carabasa’, coca de pasas y nueces y, los más deseados, unas figuras de pan dulce en forma de cocodrilos, con el lomo lleno de bolitas coloreadas de caramelo. Unos días antes ha montado un buen zafarrancho en la diminuta cocina de su casa para preparar unos 10 kg de distintas masas pasteleras. En la fiesta han participado todos: ella misma, Rosario la muchacha de la casa, una más en la familia, Javier, Lucia, Fabiola y Juan Navarro, su marido, que es el que da el toque artístico al asunto, moldeando figuras y pintándolas con bonitos tonos de acuarela. También, durante años, alegrará los tradicionales huevos duros de Pascua con hermosos dibujos de acuarela: paisajes alpinos, arboles, gallinas, cerditos, caballos, pollitos, lagartos… Además ha decorado la cocina pintando el dintel del saca humos y parte de las paredes con lápices de cera y pintura plástica: huevos, cebollas, berenjenas, gallos, lirios… todo alegre, natural, fresco. Los chicos lo rodean mientras canturrea y dibuja, y se ríen nerviosamente excitados, sobre todo Javier que ve como algo mágico lo que es capaz de hacer su padre. Después han puesto con cuidado toda la producción (incluyendo unas docenas de madalenas de receta única) en bandejas de madera y estas en cestas de mimbre, inclusos la bandeja de mimbre de la ropa planchada entra en el lote, han tapado las cestas con paños estampados de cuadritos, verdes y blancos, rojos y blancos, y las han llevado a la panadería de Juan José Soriano y en una hora o algo más ya están de vuelta, dejando un  rastro de olor capaz de hacer salivar a una tortuga. Por cosas como esta la vida en ese lugar resultará inolvidable para todos ellos, una fantasía en medio de la niebla y la grisura, en medio de la luz y el aire lleno de sonidos del mundo, al principio de la vida.

Manolita, hermosa la maestra, vive en Cazudi, da unas cuantas recomendaciones antes de salir. Es casi mediodía y el sol está suave. En los charcos que hay delante y detrás de la escuela, grandes y poco profundos, han crecido en días miles de ranúnculos, de pétalos frágiles, y cientos de margaritas de apretado botón amarillo, sin pétalos, que llenan de luz y de aroma el aire, el aroma invisible de la primavera, que mueve las piernas y levanta las ganas de gritar y jugar sin descanso.

-         - No quiero veros ocupando toda la carretera, ni mucho menos jugando a futbol. Tampoco me interesan las ranas ni los grillos cebolleros ¿te enteras Deme? Y no quiero concursos de tirar las piedras más lejos, ni el clavo. Por cierto no quiero ver ni uno o ya sabéis que habrá castigo seguro. Ea, vamos para el Cortijo y a ver si tenemos un diita tranquilo.

Las niñas se ríen cuando se enumeran todas esas cosas que solo hacen los niños: Rosi la bonita rubia, Paqui la del Maja, su hermana la risueña Manoli, las mellizas Lucia y Fabiola, la prima Isabel, la nena, la gran Paqui la de Climent, la de Márquez.. La chica de Benegas es capaz de saltar un canal de desagüe de los anchos, y es casi seguro que hoy lo hará, pero nadie se mete con ella. Es delgada como una ranita, muy morena, sus ojos brillan intensamente y solo le falta una leve marca de casta en la frente para ser una promesa de belleza hindú.

A la gira también se suman los perros de cada familia: la ‘Canela’ sigue a Rafael el del barbero, el ‘Combate’ con los Cachichi, el ‘Escobilla’ de los Demetrio, legañoso y siempre buscando perras salidas, el ‘Lucero’ por cuenta propia, la ‘Marilyn’ la pequinesa con algún lacito… Flanquean la fila de niños y niñas, dan carreras y ladridos cumplidores, tampoco hay que exagerar, el día será largo.

Pasan el puentecillo camino del cortijo, El canal de riego aún esta vacío, tan solo algunos largos charcos mantienen aún algo de vida, carpas, robalos, barbos, la mayoría muertos o agonizantes. Huele a babas de ranas, a algas podridas, a cieno removido. En pocos días, los peces que hayan aguantado recibirán su premio: comenzará el riego y tendrán una gran oportunidad para la puesta. Los chavales también ayudaron a la escabechina, pero ya el pestazo les quita las ganas de seguir agarrando algo.

A  la entrada del cortijo aparece Sisobra, el enorme mastín marrón y blanco, los perros se recogen pudorosa y sabiamente al final de la comitiva, tan solo la Canela, con natural coquetería le pasa por delante haciendo méritos. Una larga cadena lo mantiene sosegado. Unos ladridos profundos, que parecen salir de una cueva, no engañan al peludo rabo que se mueve con digna parsimonia.  La Canela, fea pero perra, le hace un pase cercano moviendo el corto rabillo como un ventilador. El Sisobra se queda como en postura, quieto, alta la cabeza, dejándose mirar y oler.

Pasan la mayoría de las niñas por el sendero que lleva hacia las trilladoras fijas y los pajares. Los niños, superados los diez minutos de disciplina empleados en el corto trayecto, se desmarcan para subir la rampa que conduce a la báscula de camiones, y ya situados en la plataforma de hierro de la misma, dan saltos como locos asegurando cada uno de ellos que notan como la báscula se hunde ‘un cacho’ gracias a su patada. La bascula tiene capacidad para unas 20 toneladas, pero eso para un coteño es lenguaje de señoritos y lechuguinos, ‘ande ze ponga un tío de una veh, que ze quiten tó ezo mierda’. Aprovechan la incorporación al grupo para chocar con los que van en la cola ‘Zeñorita, aquí ya están pegando empujone y me voy a calentá y van a habe oztia’. Manolita hace un gesto como una vaga amenaza, ya solo faltan 100 metros para el lugar de suelta.

Los pajares ya no humean. Las lluvias de Abril los han apagado. Este año, como el invierno ha sido seco la paja entró en auto combustión y durante muchos días se ha visto como se desprendía un humo denso y pesado. Cada vez es menos frecuente que vengan las cuadrillas de empacadores, se paga poco por la paja, y por eso los dos altos pajares, de más de  8 metros de altura, se han quedado casi sin despejar. Los chavales disfrutan tirándose a rodar desde lo alto. El precio a pagar es un picor que en el frio invierno casi no se nota, aunque la roña hace efectos en las caras de los jugadores dándoles un aspecto cochambroso pero machote. En la siega todos odiarán el polvo de arroz pero eso es otra historia.

Los secaderos del cortijo ocupan una superficie de 15000 metros cuadrados y son el mayor terreno asfaltado de todo Cotos. Consisten en una serie de pequeños lomos de unos 30 cts. de altura entre el punto más alto y el más bajo. Cada paño tiene unos 12 metros de ancho por 40 de largo y están hechos de ladrillos cubiertos de asfalto. Cada dos o tres veranos se asfaltan de nuevo. El arroz, cuando viene de las trilladoras esta aún húmedo y debe extenderse y secarse al sol durante dos o tres días, dependiendo de la temperatura y de la humedad ambiente. Cada tarde se agrupara sobre los pequeños lomos formando una barra y se tapará con lonas si amenaza lluvia o si las noches dejan rociada. Hay que evitar que coja humedad para poder venderlo o almacenarlo. Pero eso será en la siega y aún falta un mundo.

Los niños y niñas forman grupos, rota la fila y el poco orden, para jugar: futbol, la comba, el teje, el pañuelo, el coger.. A mediodía paran todos para comer lo que se trae en las talegas.  

Hace un calorcito agradable y los rostros están encendidos por el juego y el sol. La charla se  aquieta y todos le dan al mastique con entusiasmo. Se sientan por grupos de amigos: Javier con su primo Germán, el Deme, Rafael el Barbero, el Churrero, Cachichi, el Nicolás. Manolo el del maja con los mayores, Pepe Climent, Eduardo Báez, Carlos Báez, José el de Demetrio. Lucia y Fabiola con la prima Isabel y la pequeña y rubia Olimpia a la que su madre, haciendo una muy sentida excepción, ha permitido ir también. También esta con ellas Manoli y Pepi Ganfornina, de grandes ojos claros, la del herrero. Rosario, la muchacha está con las hermanas Rosa y Paqui, del maja, Paqui Climent y Rosi de los bartolos. Mucha rosa, y es que es primavera.

-         - Le podíamos habé metido por lo meno do gole ma, zi no fuera por el mamahostia del Cachichi que se azuzto con er Manolo, y la tiró fuera, dice Deme entre bocados, eructos, cuescos y recogida de mocos.
-         - Po y tú con turmano, que te dio una hostia y dejaste que te quitara la pelota, joio vaina, quien va a hablá, replica Cachichi mosqueado
-        - Yo me pongo lo que quiera a questa tarde leh ganemo a to, porque ze van a pone ziego de come, sobre to er Manolo y van a corre meno, afirma tan convencido como siempre el Churrero
-        - Ganemo o no ganemo a mirmano lo dejo zeco de una patá, dice vengativo Deme.
-         - Si, tú te pone mu chulo pero luego te forra a hostia en tu caza, tercia Rafael el barbero.
-         - Po esta noche cuando ze duerma le zuerto un cuesco en la jeta que ze ba a quedá amariyo como zi tuviera ‘tirizia’, se ríe a boca llena el Deme, soltando un cuesco demostrativo.

Los partidos entre mayores y medianos despiertan pasión. Media docena de mayores por un lado y docena y media de medianos y chicos por otro. Los chicos, los pobres, solo duran el primer cuarto de hora, lesionados y silbados se retiran lloriqueando a las bandas y alguno ensaya una pedrada vengativa, las más de las veces contra su propio equipo. Es duro este futbol de división inclasificable, pero nadie se lo pierde. Quedar 12 a 4 es un buen resultado, teniendo en cuenta que no hay arbitro y que cada gol se discute y negocia con pasión.

-        - A zio arta, afirma el enfadado portero cuando la pelota pasa claramente por encima de su cabeza. La portería está marcada con dos montoncitos de piedras y no tiene larguero, claro.
-         - Po a ve zi crece joio mamahostia, que te mata a paja con lo chico que ere, londro que ere un londro, le suelta José Demetrio al portero de turno.

Termina la comida, las niñas charlan quedamente. Todos se tumban y un ratito de paz se establece, algún sueñecito o simplemente mirar el cielo. Después otro partido, juegos de grupo en los que se mezclan niños y niñas, más carreras, muchos gritos y cuando la tarde refresca, de nuevo una más ordenada y cansada fila emprende el regreso.

6 comentarios:

  1. Gracias por escribir esto. Me ahorra la tarea descriptiva a mi hija.

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    1. Muy bien el relato primo. Parece mentira la cantidad de lugares y cosas que vivimos allí. Enhorabuena

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    2. De nada Oscar. Compartir recuerdos es muy agradable y merece el esfuerzo. Siempre te quedas con las ganas de añadir mas cosas pero se haría interminable.

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    3. Gracias a ti por animarme. ¿Que me dices acerca del andalúz fonetizado? Es que si lo pongo bien ya no me suena igual. De nuevo gracias.

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  2. "El perfume" versión cotos. Muy bonito, pero sobre todo, esa gama de olores... Beno dixit.

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  3. Buenas tardes Javier, me ha gustado tu trabajo de Cotos y he leído la temporada III y V, ¿Hay una temporada IV? no la encuentro. Saludos.

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Por ignorancia en el manejo del blog no estaba permitida la escritura de comentarios. Les animo a hacerlos, si les place,,,