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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: abril 2013

lunes, 15 de abril de 2013

Historias del Viso - Cap. 20 - La Misa del Gallo


    La misa del Gallo


La Navidad en el Viso aunque hecha por los mayores estaba pensada para los niños. Porque si hay algo que de verdad guste a un niño es un ritual y el previo a la Navidad estaba lleno de esas cosas.

El desayuno no era del todo un ritual compartido pues había una gran dispersión de personal por todas partes. Estaban los txiquets y perrunos, que se dejaban caer por la cocina y entre chachas y tías tenerlo todo a mano. Otros mas amantes de la estética se llevaban los avíos mínimos, la taza de leche con cafelito aguado y la sempiterna membrana de nata color mugre y con fuerte olor a bicho (a Javier el olor a vaca le repugnaba) bien endulzada, a la sala de estar y aprovechando los rescoldos de la chimenea montaban un quemadero de pan que era el que acababa de dar el toque olfativo  a un desayuno como Dios manda. Otros, los menos, como Rafa y Javier, a veces Joselu, preferían tomarlo muy rápido y salir al fondo del jardín, o entre los naranjos a ver las telarañas plagadas de gotas de rocío que la ligera niebla de la madrugada había dejado.

Caminábamos entre gruesos vinagritos de flor amarilla y conejitos lilas de finas hojas, dejando un rastro muy marcado de color verde oscuro al pasar, pues el agua que los cubría empapaba nuestras piernas y calcetines, mientras el resto permanecía cuajado de gotitas. No nos importaba, ni aunque sintiéramos el frio y los pies mojados. Mirábamos como cambiaba el color del cuero de nuestros zapatos, las blancas piernas rociadas. Nosotros no estábamos haciendo el ganso, explorábamos una selva, un lugar salvaje bajo la densa arboleda de naranjos prehistóricos y en alguna parte de aquel mundo húmedo de vinagritos gigantes había cosas que no queríamos encontrar.

El tío Vicente era de los tempraneros, y con aquel frotar de manos que tan adecuado parecía para las frías mañanas iba de aquí para allá recolectando avíos entre los que no podía faltar alguna ‘chulla’ despistada, un choricillo bien cubierto de mohos verdes y blancos que olía como el cielo de un suecano o la siempre querida panceta que sobre las renacidas brasas y en medio de irrecuperables panes a medio quemar daba el toque definitivo a los menos tempraneros Juan, Rafael y Silvio.

Salíamos primos y primas al gran patio como gorriones sin propósito. Era helada la salida por aquella puerta en esos días, y el aire parecía pesar sobre la frente, apretaba en un seco pellizco las rosadas orejitas, empujaba las manos al bolsillo. Como una banda de hormigas despistadas hacíamos un  pequeño semicírculo traspasado el umbral y había, durante un tiempo un entra-sale que era bruscamente interrumpido por la destemplada irrupción de la inagotable tía Merche que al grito de ‘¡O dins o fora, repayeta! ¡Tanqueu la porta!’ al que por lo bajinis algunos añadíamos, por echarlo de menos, ‘collons’. Y aquello, que nos daba risa también nos daba el ánimo necesario para adentrarnos en el mundo.

Las niñas tardaban poco en comenzar un ‘teje’ porque el columpio a esa hora no era buen bocado. El frio aire hacía muy desagradable asirse a las cuerdas por no hablar de la sensación en los cachetes. Las ‘cocinitas’, un clásico subgrupo de las ‘casitas’ también era muy practicado. Con toda la verdulería disponible era fácil de practicar de forma individual o por parejas. Aunque no se contaba con las flores de los ‘pericos’ para hacer líquidos de colores, tenían los ‘vinagritos’ y las flores de fumaria (‘conejitos’), además de múltiples yerbas y cascaras de naranja y limón para dar los toques de color necesarios. Aunque siempre las había más creativas…

Mercedes y MªCarmen dejaron moradas de envidia a las clásicas con la creación de mini cementerios, con sus tumbitas estilo oeste, con arenas de color, combinando la roja con el albero además de mini ramos de flores y crucería variada.

Pero la más innovadora, por el sentido de inmersión lingüística fue Ofelia, cuando inauguro el ‘master’ de lecturas y buenas conductas para las gallinas y pollos del patio. Según cuentan, la clase (la única) tuvo un seguimiento completo por parte de la población aviar y con una atención y comportamiento tan correcto y entregado (imborrable la imagen de aquellas gallinas, con el cuello girado y los ojos como platos, casi llorando con la lectura declamatíva de la sección de sociales del ABC) que a la señorita Ofelia le salió del corazón enviarlas al recreo mientras ella iba a comentar con el resto del profesorado lo bien que había salido la clase. La rector en funciones Mercedes Martínez San Andrés, conocida en el campus como tía Merche, declaró a los medios, entre sofocos y repayetas ‘que esperiensias com esta no es tornarien a repetir’ mientras mantenía inmovilizadas por las patas a dos ‘alumnas’ que habían sido capturadas por la milicia popular cerca de la cancela de salida de la finca.  

Los chavales nos dábamos una vuelta por el patio, pasábamos por la carpintería, por el gallinero que se sentía cálido, con el ambiente vagamente familiar de plumas húmedas y mierda de pollo enfriada que relacionabas con la habitación hiperllena de durmientes y diarreicos, por el garaje, por el pequeño almacén de los aperos de huerta, por la cuadra en fin, una rápida caricia al caballo mas cercano, salíamos al camino de la granja y quizás volvíamos a la cancela del patio pasando por delante del gran almendro o nos llegábamos al corralón en ese deambular sin propósito, como el que verifica que lo que dejamos ayer sigue ahí. Nunca mas seremos en la vida tan cuidadosos en repasar que todo sigue igual pues no lo hacíamos con la avaricia del que vigila lo suyo sino con la magia de pegar todas las piezas de un mundo que queríamos tan duradero y estable como la felicidad que sentíamos al habitarlo.

Al volver al patio el sol comenzaba a levantar las últimas volutas de gasa que dormían bajo los naranjos. Y en poco tiempo uno de los clásicos se iniciaba:

‘¿Quién viene a por tomillo?’ ‘Yooooo, Yooooo, Yo también tío, esperarmeeee’ El tío Navarro, con su típico atuendo de rebeca marrón o cazadora de ante, pantalón de pana y ligeras botas, se dejaba seguir, rodear, adelantar por una larga fila de chiquillos. Para poner un poco de orden, pero solo un poco, le bastaba decir ‘Vamos a entrar en calor con una carrerita hasta la cancela, uno-dos, uno-dos…’ y todos detrás…menos Rafa y yo que nos lo tomábamos como uno mas de los cien retos que haríamos en una semana. Como perros jadeando los esperábamos en el oscuro portón de entrada a la huerta. Solíamos girar hacia la derecha en dirección a la carretera, a la casa de Marina en la cuesta de Alcaudete.

A la altura de los viejos brocales de los pozos cegados el grupo hacía una ligera curva huyendo de su presencia pues algo había en aquellas piedras de cal perdida, agusanadas por el tiempo, que encerraban la amenaza de un antiguo sortilegio, de una malvada magia que repelía las ganas de explorarlo todo. He soñado varias veces con el camino, con un coche que perdía las ruedas en baches hondos como cráteres de bombas, encontrando a Bosco al que no veía en años, huyendo los dos de acartonados tigres que volaban rugientes desde los viejos pozos…

Al poco trepábamos un  ligero cantil y subíamos loma arriba con el sol entibiando el aire, llenándolo de fragante musgo, albero y tomillo fresco. Íbamos metiendo los tallos recogidos en bolsas de tela, en una cesta de nea... Corríamos algunos a lo mas alto siguiendo al tío Navarro hasta coronar el cerro y veíamos, como la primera vez, las ordenadas filas de altos naranjos amargos, la blanca espadaña de la casa, la alta palmera del jardín, al fondo arriba la granja y sus gallineros, cerros que se perdían en una ligera neblina de horizontes azulados, la casa de Marina, la carretera que trepaba hacia el Viso entre cortados de piedra, la casa de la gran noria, con su largo tinador y el pozo ancho y profundo. En tan solo unos minutos nos parecía haber alcanzado los extremos del mundo y para no quemarlo, para desear volver a verlo, bajábamos corriendo hasta media loma, tomábamos los haces de tomillo y a saltos alcanzábamos de nuevo el camino hacia la casa.

Las niñas, más inteligentes y coquetas, pasaban a la casa desde el jardín y entrando en la sala sentían cómo si el aire del verano estuviera aguardando su regreso, besando los fríos mofletes, calentando las tiesas orejitas…. Rugía la chimenea de hierro, reían de puro calor los alegres demonios de sus gárgolas y al fondo, en torno al tapete verde los primeros ‘arrastros’ y ‘cuarentas’ brincaban entre las brumas y olores de lentos ‘caliqueños’.

Los niños se dividían, yendo algunos tras las niñas y otros como Rafa, Javier, Joselu, German… se dirigían a la pila de maderos, cargaban lo que podían y pasando por la cocina llevaban la leña a las dos chimeneas.

Hasta el almuerzo aún había tiempo para otros clásicos. Carreras en el jardín era uno de ellos. En las dos modalidades, jardín liso y jardín bancos (con los bancos de hierro y madera verde), tenía buen seguimiento. En jardín liso Javier era el más regular y en jardín banco lo era Rafa. Lo mejor de todo eran los estilos aplicados al salto. Teníamos el banco en dos tiempos, tabla y respaldo, el banco ‘arrastrado’ (pasando por debajo), el banco ‘contorsionado’ (pasando por el hueco del respaldo) y el innovador banco ‘ignorado’ (pasando por un lado). En este último eran buenos los primos Fernando, Álvaro y Alberto. Las niñas también corrían y Fabiola y Esther eran las campeonas. El grupo de ‘Padres de la Patria’, Juan, Manola, Rosario, Bosco y MªÁngeles, raras veces competían pero daban ‘calor’ como espectadores.

Aprovechando que a esas horas el sol daba un agradable calorcito era frecuente que el abuelo, bien pertrechado de sombrero, bufanda, abrigo y mantita se instalara en alguno de los sillones de mimbre en la zona ancha del jardín.

Había un bonito juego de bolos, con piezas de blanca madera de haya y franjas pintadas en distintos colores. Solían jugarlo las tías María, Isabel y los tíos Juan, Rafael y Joaquín. Unas veces se jugaba en la zona de la puerta del jardín y otras en la explanada que había al fondo entre la gran tinaja del cactus y el níspero.

En cualquier caso las partidas no eran apasionadas y en poco tiempo teníamos a los atletas del bolo entrenando cortes, repartos y subastas en el olímpico tapete verde.

Las tías Concha y Rosario eran más de cocina y orden interno y se les veía poco por la zona deportiva. Junto con la tía Merche, y la asistencia del equipo de chachas, Charo, Lucia, Pilar, etc... mantenían el nivel de calorías de la población residente a un gran nivel.

En la inquieta hora que precedía al almuerzo nos pasábamos por los distintos escondrijos que tenían materiales de murga navideña y arrancábamos, como el que calienta motores, a toda leche con los más marchosos villancicos. Las carracas, panderetas, zambombas y gritos lograban crear instantes de éxtasis polifónico, prácticamente una fonio por cada uno de los cantantes, lo que viene siendo una cacofonía, vaya. Pero en aquellos tiempos de apretura y vida parca, todos sabíamos que el entusiasmo era algo bien visto y en cualquier caso aquello servía para aprender letras e ir cogiendo el tono y el ritmo para la noche y los siguientes días en torno al Belén.

Sobre el multitudinario almuerzo nada añadiré a la enfadada crítica que hice sobre el negro costillar de conejo.

En la sobremesa ya se empezaba a catar algo de la dulcería navideña, aunque sabíamos que el lote solo se completaría en la noche. Ya habíamos visto como se guardaba en el aparador de castaño del comedor la ‘Serp’ de mazapán del tío Ramón, y esperábamos que nos tocara ese año el privilegio de quedarnos con los ojos del bicho. En cuanto a los polvorones… hace unos años en un  programa de radio estaban hablando el Pali y una rancia coplera ‘¿Te acuerdas Pali de aqueyo polvorone tan rico de jante? (se refería a finales de los 50) ‘Digo que zi, ¡Aquello zi que eran porvorone Lola!’ ‘Verdá? Tan fino, tan naturale..’ Se levanta mi padre, que los estaba oyendo y dice ‘Che, serán embusteros. Si aquells polvorons es feian un ampapuxat que n’os podía ni tragar ni ascupir, si la farina era mes mala que feta de encarregt ¿Aón mintxarien esta gent?’ Nosotros, la verdad, teníamos unas tragaeras que podían con todo y solo con el paso del tiempo me solidaricé con mi padre ‘en aixó del ampaputxat’. En cualquier caso los polvorones eran de almendras y los mantecados de ajonjolí, nada de mariconadas de maracuyá, vainilla, mango, limones del Caribe o pasas de Groenlandia. De Estepa.

Pasaba la tarde entre partidas de parchís, juegos de brisca, salidas a por leña, constantes salidas por naranjas, muchas visitas al cuartito y a salir de allí con parte de las necrológicas en el culo, y al llegar la oscuridad todos nos congregábamos en torno al Belén para verlo iluminado y asegurarnos que todo estaba bien.

Claro que una tarde daba para más. Sobre todo si te pillaba una de esas de llover cansino, ‘que pareitx que no..’, ’poquet a poquet… collons quin auia cau!’. Un año en aquel afán emprendedor que hizo grande a la familia se decidió cortar por lo sano aquello de tener los coches en remojo toda la Navidad. En el clásico estilo suecano de ‘esto lo arreglo yo en cuatre duros’ se presentó un proyecto basado en las modernas tecnologías de plásticos agrícolas y en nada se colocaron unas estructuras de madera apoyadas en la pared del patio y se cubrieron con los dichos plásticos, a los que se añadió alguno que otro de los de abono para reforzar el toque suecano, en la mas pura esencia de sostenibilidad. A la inauguración se sumo todo el personal visitante y lo mas probable es que incluso se sacrificaran dos o tres volátiles, no a los dioses, sino por aquello del ‘arros amb gallina’ que algo había que comer. Y comenzó a llover, ‘que pareitx que no..’,’poquet a poquet…’. Y se hicieron varias salidas para ver a esos coches como señores en sus garajes. Y, hala, a las cartas y que llueva. Pero…. hubo un fallo en el diseño, pequeño, pero fue la sentencia del plan. No tenían agujeros de descarga y con el ‘poquet a poquet..’ al cabo de unas horas los techados estaban ya como panza de vaca preñada. Y fue Alberto el que enseguida le vio la punta al tema o más bien le puso la punta. Se hizo con una caña de bambú, la astillo un poco para aguzarla y ¡plaff! problema resuelto. Lo malo es que en vez de un agujero se hizo una raja que no tenía comparación anatómica posible. Y con la intención de mejorar lo intentó de nuevo en otro sitio, y otro y todos. Y cuando ya todos los coches estaban, no como señores en su butaca, sino como cochinos en un charco, se presenta Alberto en sociedad, morado de frio, empapado hasta los huesos, como una rata aufegá a dar parte de la hazaña. Y a pesar de que lo había hecho con buena intención y gratis, cobró una barbaridad en especies… Sic transit gloria mundi (por algo soy hijo de Juan Navarro, el primer latinista del Viso)      

La cena como tal no llegaba a existir, diluida en una larga sesión de torrats en la chimenea. Lo que si crecía era la tensión entre los chicos por la madrugada que venía. Para todos nosotros el poder trasnochar de forma consentida era ya algo excepcional. Sobre las 11 de la noche ya estábamos todos en la labor de vestirse, después de haber sorteado, si se podía, la inevitable bañera y el cabrón del champú amistolado ‘torra ulls’ que era parte de la marca ‘Viso y Repayeta’ y que nunca, con verdaderas lagrimas en los ojos, olvidaremos.

Siempre había alguna familia que tardaba más en estar listos y mientras, los que ya estábamos vestidos y preparados, hacíamos experimentos de hasta donde podíamos arriesgarnos a hacer lo que nos diera la gana sin mancharnos. Casi siempre salía mal, y era inevitable llegar a la iglesia menos brillantes que cuando salimos de fabrica. Los angelitos eran lógicamente de los más tardosos en tener todo el ‘team’ preparado, pero es que el equipo era de aúpa, por lo que no se podía comparar tan a la ligera con los demás. El que se llevaba la palma en ‘tardíos’ era el de los ‘Juaquinitos’. Inolvidable el tío Joaquín, al pie de la escalera como un trovador, con su buena voz de tenor, entonando aquello de ‘¡¡Beeeeeeel, que nos vaaaaamos!!’ Y desde lo alto del ya solitario primer piso, la torre, respondía la hermosa y nada apresurada Rapunzel ‘¡¡Enseguida estoy!! Ir bajando’.

Ahora venia el reparto. Los coches mas pedidos eran el del abuelo, mientras duró, y el del tío Navarro, por la cueva. Aquel pequeño 4L lleno de niños hasta la baca hoy seria noticia europea con todos los cargos en su contra, incluido el de pederastia seguro. Se iban poniendo los coches en fila, o en grupo en el llano que había antes de entrar al patio, y entre la humedad y el frio de aquellos días, y lo que humeaban los motores de la época, se conseguía un ambiente de estación de ferrocarril decimonónica de lo más conseguido. Ya iniciaba la caravana su marcha hacia Carmona. Lentamente se pasaban los baches del tramo del camino hasta Alcaudete. Al girar hacia la izquierda había que subir la cuesta de mayor pendiente de todo el camino. Una gran descarga de humo y vapor daban fe del esfuerzo de los aun fríos motores. Con 8 niños en el coche del tío Navarro había que desempañar constantemente el cristal delantero. Eso si, probablemente era el primero en coger buena temperatura interior. A marcha muy lenta, se tardaba como media hora en llegar a la iglesia, progresaba el convoy. Se cantaba lo que fuera, no solo villancicos, sino cualquiera de las gansadas del momento: ‘Ese tío que va ahí..’, ‘Austria, Rusia, Prusia’, etc..

Con mayor frecuencia íbamos a la iglesia situada mas al interior, aunque también estuvimos varios años en la que tenía una torre similar a la Giralda. A la iglesia de arriba se accedía subiendo una serie de amplias gradas. De estilo entre renacentista y barroco era discreta y elegante. Solíamos irnos hacia delante, pero tampoco demasiado. Nos colocábamos en la nave lateral. La entrada del tío Vicente y el gimiente sonido de sus pasos (‘Sabes por que suenan así? Porque son buenos..’) hasta detenerse en la zona del crucero. Nos íbamos localizando y reuniéndonos mas por edades que por familias. Iba transcurriendo la misa, como todas las misas, pero esta tenía de especial la hora, el tipo de personas que se veían por allí, los abrigos, las bufandas, las alegres lacrimosas miradas de los que ya estaban medio alicatados, nuestro propio nerviosismo porque aquello acabara y también por el momento de besar el píe  del Niño, que a todos nos gustaba.

Nos poníamos en la fila con un poco de disputa por el puesto, en la mano apretábamos la moneda que nos habían dado para la ofrenda, José Luis riéndose por lo bajo de Perico, con sus manos juntas y estiradas bajo la barbilla como si estuviera rezando pero que en el esfuerzo devocional se le doblaban de forma exagerada hacia la izquierda dándole un aire de completo despiste, las niñas caminando con las miradas bajas, como si fueran a comulgar nuevamente. Rafa y yo subíamos las miradas de forma desafiante, esperando que en cualquier momento alguno de los padres o tíos nos dijeran aquello de ‘Mirar en más devosión, que no estáis en la calle’. Por fin llegaba nuestro turno, poníamos gran atención, como si aquello fuera la jura de bandera, tenia que salir perfectamente: soltar la moneda en la cestita y el beso en el pie, comedido, nada baboso, apuntado al comienzo del empeine, no sonoro, devoto sin mariconadas, y que pareciera que hacíamos aquello todos los días. Cuando le llegó el turno a José Luis, viendo la abundancia de la cesta, trinco un puñado de monedas y billetitos, pasó de besar el pie y volviéndose con aire de triunfo dijo, con esa especial voz suya medio riéndose ‘Hay un  montón de dinero! Coger vosotros!’ Tiempo le falto al tío Rafael para que el alegre financiero soltara toda la guita. Eso sí, como José Lu había comulgado no hubo mas hostias.

A los coches de nuevo, y todos los chavales pedíamos a los conductores ‘Tío más rápido! Tío, hay que llegar los primeros!’ Y en una frenética carrera a 70 por hora volvíamos con la ansiedad de ponernos ciegos de dulces y roncos de berrear ante el belén.

Entrabamos por el patio, subíamos rápidamente a las habitaciones a soltar la ropa de mas y corriendo a saludar al abuelo y las tías que se habían quedado preparando los dulces, las bebidas y el chocolate calentito. La tía María se ponía de espaldas a la chimenea en un gesto característico mientras se quejaba del frio en el trasero. Comíamos unos dulces con prisa, nos echábamos alguno mas al bolsillo y corríamos a los escondrijos en los que habíamos ocultado los instrumentos de hacer ruido: panderetas, chicharras, zambombas, y a cantar como locos delante del iluminado Belén.

Los tíos Vicente, Juan y Rafael se animaban con una nueva sesión de torrats, Joaquín, Navarro y Silvio hacían charlita con una copa de licor en la mano, la tía Merche se sentaba un rato cerca del abuelo, que no tardaría en irse a la cama. Concha, Angelita y Rosario charlaban y vigilaban las numerosas proles. La tía Isabel Lobato, cumplidos sus deberes de madre, se sentaba hermosa ella en su silenciosa ensoñación. La tía Bel salpicaba ráfagas de bella alegría con su mirar enamorado y su voz suave. Al fondo, el coro de enfurecidos cantores iba perdiendo efectivos en una lenta riada de durmientes deserciones. Mañana Navidad y las estrenas….