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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: junio 2015

jueves, 11 de junio de 2015

Historias de Cotos - La rabia (1961)




La rabia.

Hay finas nubes en el pálido celeste, como largas hojas de cuchillos, fríos puñales blancos que hieren el aire helado. Luce el sol pero apenas calienta la tierra. En las cunetas y almorrones manchas de malvas, de un verde oscuro y vigoroso, reclaman ya la primavera al húmedo invierno de la marisma. Un rumor de agua mansa surge de los canalillos que retiran las primeras aguas que inundan los campos. 

Los sonidos que el aire nos trae son las noticias de cada día: la viajera que parte hacia Sevilla, las risas en los bares y cantinas, el petardeo de pequeñas motos, el chisporroteo de una soldadora eléctrica en el taller, y de fondo el frio silbido del aire en los mimbrales y juncos de los canales.

Un coro de ladridos se oye desde la parte de la carretera que pasa por delante de la choza de los Bartolos. Un grupo de hombres llevan atraillados con correas y sogas a unos cuantos perros, y los canes familiares les van ladrando y siguiéndoles a medida que este grupo pasa por delante de las viviendas cercanas al camino. Pasan por delante de la herrería de José y el bar del Maja, atraviesan el puente sobre el canal de desagüe y siguen por detrás del grupo de viviendas en las que están la escuela y mi casa. Llegan hasta el economato.

Hacen una parada no muy larga. Oigo exclamaciones y llantos de la dueña de Marilyn cuando la pequeña pekinesa blanca es agregada al grupo. Me siento angustiado pues no entiendo cuál es la razón de los llantos ni la del heterogéneo grupo de hombres y perros. Ahora pasan por delante de mi casa. Cuatro hombres, de los que conozco tan solo a Demetrio, el padre de Deme, con escopetas al hombro o en bandolera, y 5 o 6 perros de varias razas. Galgos, perros de agua, un ratonero y la pequeña Marilyn.

Algunos hombres llevan boina, negra, como la de Torera, el pescadero. Sus ropas me parecen de una vejez que no responde al paso del tiempo, sino de un tiempo ya pasado. Anchos pantalones sin forma, tan solo una ondulada caída hasta las mugrientas alpargatas que arrastran cansinamente sobre la grava. Cinturones de basto cuero, demasiado largos, con demasiados agujeros que hizo el hambre, cuelgan con un desmayo patético más allá de las hebillas herrumbrosas. Una imagen de milicianos cansados de una larga noche de cuneta en cuneta me estalla por dentro y me estremece . La tía Carmen, el Palmar, odios y muertes ...   

Caminan los canes con la mirada desolada, el rabo entre piernas, a cortos y apresurados pasos. Caminan como he visto caminar a los hombres en Cuerda de Presos. Pero no hay discurso, ni razones en su caminar. Miran como vi mirar a un perro cuando iba a ser apaleado en el Viso por comerse una gallina. Caminan y miran como condenados, suplicando una caricia, una tan sola que los tranquilice, que les diga que aún són de nosotros, amigos, compañeros de mendrugo y de fatiga. Caminan y se alejan dejando tras de sí a un niño que nada puede hacer por cambiar un destino que no entiende. Un niño que llora, roto al fin el dique de angustias que llenan su corazón y le oprimen el alma, le oprimen ...

Aun los oigo por delante del tren parao, mas pisadas y ladridos.. Pero ya no quiero mirar cuantos son. Oigo a mi padre, que tiene también la mirada acuosa del que no aprueba pero tampoco nada puede hacer, ‘los llevan al rio..’ dice al aire, me dice y calla mientras entra en casa.

Oigo los pasos, los ladridos de perros conocidos que me dicen dónde están en ese momento sin necesidad de verlos. Se pierden en la distancia cuando salvan el puentecillo que pasa sobre el canal de riego y bajan hasta la orilla del rio frente a la casa del barbero.

Un tiro un aullido, un coro de ladridos incrédulos, ocho tiros, un último aullido apagado, que apenas conmueve el aire como el aleteo de un pequeño gorrión herido. Un silencio que me duele más. Perder se puede aceptar, perder la esperanza es morir.. Nada espero. Silencio.

‘Dicen que estaban rabiosos...’