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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Memoria del desarraigo - 1957 Ganao bravo

domingo, 20 de mayo de 2012

Memoria del desarraigo - 1957 Ganao bravo

 
1.957

      El jinete enfiló la amplia calle del poblado, casi la única: “¡Ganao bravo....... Ganao bravo!”, gritaba apremiante e iba sembrando el desorden como perro en un gallinero. Prisas y gritos: “¿Y mi Manolito? ¡Manolitooo... Ese niño me va a matar!”. Las mujeres con las cestas del costo buscaban refugio en las casas vecinas. “Yo en la taberna no entro que está llena de hombres”. Últimas carreras. “¡Ay Jesús, que susto!”. Los hombres, agazapados, eran ojos atentos tras los cachivaches de los puestos de comida. La calle quedó desierta en unos instantes. Pequeños remolinos de polvo caliente y un pantalón de soldado en el tenderete de ropa vieja era lo único que se movía.

      La manada se anunciaba con el tolón, tolón, de los mansos y un ronco rumor de pezuñas. Aparecieron de pronto tras la cuestecilla del puente y fueron tomando cuerpo envueltos en el polvo arropados y precedidos por los cabestros de cencerro;  a los flancos y en cabeza los caballistas: someros los estribos, garrochas en ristre, barbuquejos apretados y jacas colinas.

      Al trote largo, dominado los terrenos y prestos a un desmande, los caballistas conducían la manada, tres corridas y los sobreros, por la amplitud de la calle.

      El bufido de un toro traspasó como un frío sablazo el tropel, el polvo y la fanfarria de hojalata de los cencerros, dejando el espanto helado y suspendido en la desolación del poblado.

      Un perro sin amo acosa a la manada. Aspaviento de lancero componiendo una te con la garrocha: “¡Chucho... la madre que lo parió!”. Un cabestro lo voltea y queda destripado y gimiendo débilmente entre una nubecilla de polvo sucio.

      Cuando el tropel enfiló la mangá del cerrado de “La Esperanza” el sol quería hacerse dueño de los cárdenos, negros y colorados de los toros  mezclados con el blanco chorreo de los cabestros; los cascos de los caballos ponían el contrapunto a un rumor de pezuñas cada vez más lejano. El tolón, tolón, desvaído de los cencerros se fue silenciando cuando la manada traspasó la cancela abierta por el vocero anunciador, parando el trote y desparramándose en el alivio del llano limitado en el horizonte por la banda verdiazul de la galería del río, hollando la tierra y venteando el aire calentado por el solano.  

Joan de la Creu Fotut y Arrimat a Marche

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