1.957
El jinete enfiló la amplia calle del
poblado, casi la única: “¡Ganao bravo....... Ganao bravo!”, gritaba apremiante
e iba sembrando el desorden como perro en un gallinero. Prisas y gritos: “¿Y mi
Manolito? ¡Manolitooo... Ese niño me va a matar!”. Las mujeres con las cestas
del costo buscaban refugio en las casas vecinas. “Yo en la taberna no entro que
está llena de hombres”. Últimas carreras. “¡Ay Jesús, que susto!”. Los hombres,
agazapados, eran ojos atentos tras los cachivaches de los puestos de comida. La
calle quedó desierta en unos instantes. Pequeños remolinos de polvo caliente y
un pantalón de soldado en el tenderete de ropa vieja era lo único que se movía.
La manada se anunciaba con el tolón,
tolón, de los mansos y un ronco rumor de pezuñas. Aparecieron de pronto tras la
cuestecilla del puente y fueron tomando cuerpo envueltos en el polvo arropados
y precedidos por los cabestros de cencerro;
a los flancos y en cabeza los caballistas: someros los estribos,
garrochas en ristre, barbuquejos apretados y jacas colinas.
Al trote largo, dominado los terrenos y
prestos a un desmande, los caballistas conducían la manada, tres corridas y los
sobreros, por la amplitud de la calle.
El bufido de un toro traspasó como un
frío sablazo el tropel, el polvo y la fanfarria de hojalata de los cencerros,
dejando el espanto helado y suspendido en la desolación del poblado.
Un perro sin amo acosa a la manada.
Aspaviento de lancero componiendo una te con la garrocha: “¡Chucho... la madre
que lo parió!”. Un cabestro lo voltea y queda destripado y gimiendo débilmente
entre una nubecilla de polvo sucio.
Cuando el tropel enfiló la mangá del
cerrado de “La Esperanza”
el sol quería hacerse dueño de los cárdenos, negros y colorados de los
toros mezclados con el blanco chorreo de
los cabestros; los cascos de los caballos ponían el contrapunto a un rumor de
pezuñas cada vez más lejano. El tolón, tolón, desvaído de los cencerros se fue
silenciando cuando la manada traspasó la cancela abierta por el vocero
anunciador, parando el trote y desparramándose en el alivio del llano limitado
en el horizonte por la banda verdiazul de la galería del río, hollando la
tierra y venteando el aire calentado por el solano.
Joan de la Creu Fotut y Arrimat a Marche
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