1.954
Cuando paró la máquina trilladora, el estruendo dio paso a un silencio
que dañaba los tímpanos y una suavísima brisa aligeró el bochorno septembrino.
Le colgaban los pies sentado en la
plataforma de alimentación, erguía el tronco en el supremo esfuerzo del grito
partiendo la noche en dos y apretaba los puños hasta hacer latir los tatuajes
legionarios de los brazos.
Su cante era un sollozo de rabia
contenida. Llevaba el compás golpeando con los nudillos la plataforma. El largo
lamento de la seguiriya se convertía en un rugido que cortaba en seco,
aspirando, antes de atacar el verso.
La lumbre de los cigarros llenaba de
luciérnagas la garvera y la latilla del vino limpiaba las gargantas y aliviaba
la comezón.
“No me dejes,
compañera,
me
llevan al hospital,
quiero morirme a tu vera.”
El olor de la paja fermentada y arroz
maduro se mezclaba con el cieno, el tabaco y el yesquero y en las pausas que
dejaba el Moreno para que el aire vibrara, se oían las bocanadas cansadas de
los hombres aspirando el humo del tabaco.
“Por darle trabajo al viento,
por
darle trabajito al viento,
cosía con doble hilo
las hojitas que iban cayendo.”
- ¡Vamos allá!
-dice el capataz. Manivelazo al petrolero. La noche volvió a cerrarse en un
puro estruendo mientras el empalme del correón grande, golpeando las dos
poleas, volvió a medir el tiempo.
Joan de la Creu Fotut y Arrimat a Marche
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