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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Memoria del desarraigo . Mi tio Navarro cumple 90 años

lunes, 25 de junio de 2012

Memoria del desarraigo . Mi tio Navarro cumple 90 años


Mi tío Navarro cumple noventa años

  “Tío Navarro, tío Navarro, píntame un barco”. Habían pasado dos; luego, muchos años después, supe que uno era de “Ibarra” y el siguiente de “Pinillos” por los emblemas dibujados en sus chimeneas. Desde la leve altura que proporcionaba la marquesina de Casa Alta los vimos pasar por la canal del Río Grande, apenas dos kilómetros de distancia. Cuando el primero era pequeñito tomando la curva de Los Olivillos, el segundo aparecía al frente, majestuoso con dos mástiles rodeados por grúas amarillas, el alto puente rematado por una chimenea que echaba el humo a Poniente recibiendo por la proa una suave brisa de Levante. “Píntame un barco, tío Navarro”. “Che, Ju… Ju… Juanito, que pelma eres”. Navegando con la marea alta parecían deslizarse suave, solemnemente, sobre el verde tapiz del arrozal de finales de julio. Entró en la casa y al momento estaba otra vez sentado en la marquesina con los avios de dibujar: un papel sobre una tabla, un lápiz y una caja de colorines “Alpino” y también una pipa chamuscada que echaba un humo pestilente. La magia en las manos del tío Navarro fue haciendo aparecer sobre el papel la silueta del barco, sus mástiles y grúas, el puente y la chimenea echando humo; luego unos toques de color por aquí y por allí. “¿Te gusta Ju… Juanito?” “Sí tio, mucho” “Hala, pues pa… para ti”.

     En los primeros tiempos de adolescente, cuando mi presencia se hacía intolerable en todas partes –aunque yo me encontraba tan pancho controlando todos los terrenos a mi alrededor- me escapaba con la bicicleta desde el Puntal a la barca de la Mínima y Palma me dejaba un remo junto a él. “Más fuerte, Guan… más fuerte, Guanito”. Agarrado al remo, yo me sentía hombre, machote, aprendiendo ha hacer el trabajo al debido compás, sin salirme de las pautas establecidas.  Muchas veces recuerdo el corpachón de Palma que lo mató el tractor dándole la vuelta una mañana del mes de mayo cuando fangueba en las tierras ribereñas arrendadas a Obras del Puerto.  En un chozajo de Casudis que hacía de venta me paraba y tomaba un vaso de gaseosa, como un señor, y luego me sumergía en la intensa luz de principios de verano dejando que los efluvios del arrozal infantil me rodearan  perfumados de marisma.

       Al llegar a Cotos me recibía la tremenda personalidad de mi tía Rosario, que sonriente, me hacía una docena de preguntas directas, inteligentes, sin dejarme ninguna vía de escape, a lo que me estaba aficionando sobremanera en los últimos tiempos. ¡Qué bien se estaba en aquella casa!. Era pequeña y blanca, llena de luz, decorada con la absoluta sencillez y el buen gusto del tío Navarro. Bosco tenía un camaleón guardado en una caja de zapatos y me explicaba, con el apasionamiento que siempre tuvo,  las costumbres y manías de aquél bicharraco jorobado y ojos repartidos; le cazábamos moscas vivas que metíamos en la caja para que el bicho se las zampara de un lenguetazo. Javier, incordiante y enciclopédico, me explicaba cualquier cosa con absoluta precisión y varios detalles más que considerara aclaratorios. 

      En la visita a casa del tío Vicente me recibía la serena y dulce belleza de la tía Isabel Lobato, que tenía un piano en su casa… un piano en medio de Isla Menor… en el que tocaba algunas cosas. Cuando llegaba el tío Vicente, no podía resistirme a  montar en el Jeep con un palín y una pala en cada guardabarro sujetos por correas, limpio, cuidado, nadie le haría su edad. Me agarraba al volante y recordaba los años más remotos de mi infancia. “Che, Juanín, bochoncho”… y se reía por lo bajini y hacia dentro. Nunca supe el secreto de venir del campo con la ropa, de calidad y buen corte, absolutamente limpia y planchada. 

      “Escucha, Juan,  esto es de Vivaldi, las Cuatro Estaciones”; el tío Navarro ya no me llamaba Juanito y creo que nunca me llamó Juanín.  Era pasada la media tarde; había dejado sobre la mesa una rebanada de pan y un pedazo de chocolate y colocaba en el plato de un tocadiscos Philips, de muy reciente adquisición, un disco de vinilo. Se olvidó del pan y el chocolate y desde el primer compás de “La Primavera”, comenzó  a dirigir con maestría la orquesta imaginaria. Concluido el primer movimiento retomó el pan y el chocolate y los fue mordisqueando sin ningún apasionamiento. Cuando sacó la armónica fue hilvanado con afinación los primeros compases de aquel movimiento. Luego vinieron pedazos del Concierto de Aranjuez, El Nuevo Mundo, la Quinta… Estas sesiones que luego se repitieron, durante años, en el calor sombreado del níspero en los agostos del Viso me abrieron todo un mundo de sensaciones en los años de mi complicada adolescencia. El placer de la música, la curiosidad por cualquier manifestación de la cultura, la capacidad para reírme de mi mismo y de los demás, se lo debo en gran medida al tío Navarro perfectamente coadyuvado por mi tía Rosario. La relación con ambos suponía abrirme la ventana hacia un mundo que estaba allí, sólo había que observarlo, tratar de entenderlo y sumergirse en él. Ha sido ésto lo que, con frecuencia,  me ha ayudado en momentos especialmente difíciles de mi vida.

         Mi tío ha cumplido noventa años y me gustaría que supiera que yo, que ya he superado los sesenta y cinco, desde hace casi sesenta, guardo los recuerdos más remotos y gratos de mi existencia, en buena medida, gracias a él.

Joan de la Creu Fotut i Arrimat a Marche.

2 comentarios:

  1. Una burbuja de fantasía en medio de la lucha cuerpo a cuerpo con la naturaleza!!!
    Esto es pura magia Borrás!!!

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    1. Una burbuja de fantasía en medio de la lucha cuerpo a cuerpo con la naturaleza!!!
      Esto es pura magia Borrás!!!

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