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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Las ideas y las edades del alma

viernes, 3 de abril de 2020

Las ideas y las edades del alma


Las ideas y las edades del alma. 


Hay personas que están sinceramente convencidas de que el mantenerse fieles a una idea es una forma de auto respeto, de lealtad, de honradez derivada de esa lealtad y en definitiva de amor al propio espíritu.

Pero ¿no es también esa una manera de encarcelar tu alma? Si en la vida todo es evolución y cambio ¿por qué deseamos mantenernos en una visión determinada de la vida?¿cómo no somos capaces de darnos la posibilidad de aprender y crecer y vivir la vida en todas sus etapas?

Puede que parte de esta desarmonía se deba a que creemos que nuestro ente, que genera ideas, incluso la idea de sí mismo, debe alimentarse de ideas. Pero las ideas no son como los alimentos. Estos se descomponen con la digestión y se unen estas partes disociadas, muy diferentes de su estado original, a nuestras células para mantenerlas y hacerlas crecer. Células. Punto y final. 

Cuando una idea se digiere, genera poco a poco ideas complementarias (a nuestro cerebro, la parte funcional de este ente, le encanta la coherencia) y nuestro yo empieza a comportarse de acuerdo a esa coalición de ideas. Una fue atractiva, la idea reveladora o inspiradora, la elegimos y la incorporamos a nosotros mismos, pero todas sus amigas (las ideas complementarias nacidas de la originaria o acompañantes de ella) no fueron igual de elegidas, se han ido adoptando como una corte necesaria para nuestra idea central. De una podemos estar seguros de recorrerla de arriba abajo, de razonarla incluso y, por supuesto, de amarla de una forma que llega a ser reverente. De las demás con frecuencia sabemos poco, incluso desconocemos que las practicamos, su mezcolanza las difumina y las hace pasar inadvertidas. 

Si nuestra idea central por ejemplo fuese la igualdad social a escala planetaria podríamos actuar incluso de formas situadas en posiciones extremas, con la pequeña acción constante cuando prevalece nuestro sentido del amor o con una guerra declarada a las clases más pudientes o con sistemas de control de la población sobre las clase más populares cuando prevalece nuestro sentido del deber. La idea central ha generado movimientos que nunca nos pueden llevar a un mismo futuro. 

Puede que esta forma de ver las cosas nos ponga en evidencia la inconsistencia de este nuestro principio básico y que busquemos, por tanto, un nuevo pensamiento rector. A muchas personas les ha sucedido esto, a veces de forma tan familiar como reconocer que ‘lo estoy haciendo como decía mi padre, quien lo hubiera dicho’. Y cuando esto ha sucedido varias veces solo una parte de todas las personas ‘cambiantes’ (las que aceptan y/o fomentan los cambios) se da cuenta de que las ideas pasan y que sin embargo nuestro yo sigue ahí ¿esperando otra? No, ya no habrá más idea central. Comprendemos que no necesitamos ideas preconcebidas, ya las hemos usado y quemado, y hemos sido consecuentemente usados y quemados por ellas. Nuestro espíritu en ese momento ya no necesita ideas, necesita conocimiento.

El conocimiento es prácticamente el único camino que libera al espíritu. Lo hace que camine al lado de su tiempo, asimilando las experiencias y atisbando los futuros que ese conocimiento te permite vislumbrar. Y sobre todo nos libera del miedo a equivocarnos pues podemos aceptar lo diferente y lo nuevo con interés pero también tendrán que encajar en todo lo que ya nos conforma. Ya no hay que tirarlo todo y empezar de nuevo. El conocimiento atrae más conocimiento y eso nos da visión amplia y tranquilidad de espíritu pues nuestra relación con los demás es menos tensa, tenemos más recursos para actuar, debatir, intercambiar ideas. 

Nunca más nos vamos a sentir perdedores, tan solo aprendices.  

Javier Navarro

En Almensilla a 28 de Junio de 2016

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