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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Historias de Cotos - La temporada (IV)

domingo, 14 de octubre de 2012

Historias de Cotos - La temporada (IV)



 La replanta, la escarda y cosas de la gente.

La planta terminó, y con ella el primer gran ajetreo de la temporada, pero pocos se marcharán. Ahora llega la replanta. En esta época, en estos años, aún no ha alcanzado su madurez el sistema de siembra ‘a voleo’, esto es literalmente desparramando la semilla a puñados. Hay varias maneras de hacerlo. La más sencilla es a mano, desde trineos que tienen fijo una especie de cajón de 1’5X1X,35 mts elevado, con 4 patas (como una mesa de alto más o menos) en el que se pone el arroz (el uso original es el de distribuir abono, abonar en términos locales). Este sistema no se utiliza mucho pues las pisadas de la bestia (que crean zonas más profundas donde el arroz crecerá desigual), más la ola que levanta el trineo, mas lo poco homogéneo que resulta el ir tirando puñados a uno y otro lado, más el poco terreno que se hace en un día le crean muchos inconvenientes. 



Cuando se usaba para tirar abono, al cansancio muscular se sumaba el cómo quedaban las manos después de un día de trabajo. Algunas grietas parecían llegar hasta el hueso y el abono que el viento lanzaba sobre el cuello, los parpados, incluso sobacos e ingles, se licuaba y creaba una sensación mezclada de sudor, escozor y frio nada agradables. Pero, cosas de la vida, si tirabas urea al menos la piel quedaba como la un bebé… de 15 años, claro.

También se hace desde tractores, empleando la abonadora como distribuidora de semilla, dotados de unas estrambóticas ruedas lenticulares de chapa con todo el perímetro terminado en puntas triangulares de unos 15 cts. de altura (1), o metálicas de traviesas (las de fanguear), o sistemas intermedios. Nadie como Vicente Grau aporta y persevera en estos inventos, siendo su obra maestra un desquiciante tractor que avanzaba de lado (2). Podría parecer el ejemplo perfecto del ‘Prueba y Error’ aunque en realidad estas experiencias le permiten innovar como pocos, o decir con todo justicia a aquellos que le quieren vender una moto  ‘aixó no val res’ sin replica posible. Cuando tenía 10 años ya se hizo una pequeña cabria para poder subir el arado al carro sin ayuda de nadie. Y naturalmente no subía el arado al carro por el gusto de subirlo: lo llevaba al campo y araba. 10 años. Géminis puro, amaba tanto la tierra como el caminarla impecablemente vestido y calzado. En cualquier caso nadie puede negar que estos cacharros son un espectáculo y que el tractorista,  ‘el Chori’, o ‘JuanLeches’, no pueden evitar sentirse como una estrella mareada intentando sonreír al público expectante mientras luchan a brazo partido con aquella aberración cangreja para no irse a tomar por saco en cualquiera de los  mil canales del amado Cotos.

(1) En realidad estas ruedas se fabricaron más tarde, hacia los 80. Se mencionan como uno de entre tantos inventos que se enfrentaban a los difíciles suelos  del arrozal
(2) Según Juan Navarro este tractor ya había sido probado en Isla mayor alrededor de 1957 y fue su hermano Florencio el que hizo el trabajo de soldadura. El diseño lo realizó un ingeniero del ICAI. Se investigará.

Y os juro que el público no solo es expectante, es cochinamente crítico con la impericia de los demás. Me rio yo del arte de la torería. En Cotos, de los Regables del Guadalquivir, Curro Cuchares era un mierda, un don nadie si no era capaz de hacer 300 metros en marcha atrás por la pata de un canal con un tractor y su trailla. Y si te caes al agua  con tu bici, o tu amotillo, o con lo que sea, te harás viejo antes de que se haya olvidado el tema 

‘¿Qué tabia tomao, joio? Mira que zortarze de mano, hay que está amamonao, mariconazo….’, 
‘Que jocicazo pegahte joio mamahostia’
‘ojú shiquiyo como zalió der cana la criatura… Ezo ojito forrao de cieno, la carita de mamahohtia. Anda Maja, porme un mostito que me duele la barriga de reirme’
etcétera, etcétera, tarde tras tarde, noche tras noche…

Una de las caídas más celebradas fue la de Rafael el barbero, ‘Pichita’. Rafael vivió en varios lugares en Cotos. El primer sitio que recuerdo fue en una casilla a las orillas del canal principal de desagüe, muy cercana a la margen del Guadalquivir. Una construcción bajita, encalada, con toques de añil y verdes puertas,  cubierta en parte con enredaderas,  ipomeas azules y olorosa madreselva que le daban un bonito aspecto selvático, como la mayor parte de la margen del río todo cañaveral y enredaderas. Puso en ella su primer negocio, una barbería a la que se añadiría con el tiempo un pequeño bar. Recuerdo los ‘pelaos’ que me daban allí, el nervioso click-clack a todo hostia de las tijeras, el incansable repaso con el peine antes de cortar unos cuantos pelos más, el ‘frufrú’ del vaporizador cayéndote helado por cara y cabeza en los días fríos de invierno. Era por sí mismo toda una pieza: la perilla de goma roja de una goma que vagamente asociabas a elásticos de fajas o suspensorios, cubierta de un tejido en malla, la larga goma también en parte cubierta de esa malla, el pote del agua perfumada, de un arañado níquel. Y sobre todo recuerdo la piedra blanca de alumbre, el escozor cuando te frotaba el cogote por donde te habían pasado la navaja de afeitar…

 De entre sus hijos ya conocemos a Rafael, amigo de Javier y a Rosario, Charo, que es la muchacha, la tata, de la Señora. Mayores que ellos son Concha y José. Loli es la pequeña de la familia, un par de años más joven que Rafael. La menuda Paca la barbera era la que lidiaba con todo y metía a todos en verea. Gran persona.

Con el tiempo Rafael se compró una pequeña Guzzi, como la de Márquez, y despacito y con buena letra recorría las polvorientas carreteras de la marisma. Ceremonioso y detallista, nunca perdió la buena costumbre de saludar a todo el que se cruzaba, lo mismo si pasaba por su lado como si estuviera al otro lado de un canal. Pero fuera por la confianza en sus capacidades de pilotaje, o por un exceso en celo saludador, lo cierto es que en uno de esos largos cumplidos con los vecinos acabó zambulléndose en un bonito canal. Entre la poca velocidad a la que iba, y su estatura, no pasó la cosa de una mala experiencia. Claro que tuvo que pasar a soportar las gracias y recuerdos del tema, pero halló en su modo filosófico de afrontar las situaciones no solo una racional explicación a su accidente sino una valiosa lección de conducta a seguir: 

‘Ya no saludaré mas con la manita, Navarro. Eso se acabó. A partir de ahora, con la cabesita’,

le decía a mi padre Juan. Ese ‘con la cabesita’ quedó en lo que ahora se llama pomposamente ‘memoria colectiva’, ‘recuerdo vivo’, y algún gilipollas hasta diría ‘poner en valor la cabesita’, pero que en Cotos era la ‘guasita’ de reserva. 

‘Quiyo ¿tu como yeba la pala? Con la cabesita’. Amen.   

Bueno habría que aclarar que fueron dos, las cadutta degli dei (quiere decir lo mismo que götterdämmerung, la caída de los dioses, vamos...), aunque la segunda, por el material empleado y sobre todo por la redundancia del hecho fue la más estrepitosa. El bueno de Rafael se había hecho con un Isocarro, con el que aprovisionaba su bar-tienda o daba pequeños portes para otros. Claro, no era lo mismo ir sentado como un señor con parabrisas y portezuelas que medio arrastrando los pies en la diminuta Guzzi. Y con ello llegó de nuevo la confianza. Y allá que iba Rafael en su Isocarro lanzando saludos por los laterales como Luis Miguel Dominguín brindando un toro a Ava Gardner. Y llegó lo inevitable. En uno de esos saludos, ya en plena vuelta al ruedo, montera emocionada apuntada al respetable, rosas y sombreros en el aire, el largo escorzo mantenido, girada la cabeza como un búho acechando,  se equivocó el Isocarro, se equivocaba, creyó que el agua era tierra… En un segundo pasó del triunfo torero a almirante Topete en el desastre del 98. Ya no hubo frase que lo arreglara y ahí quedó.

 Y después de estas notas sociales y nostálgicas, acabaremos con una frase épica respecto a la siembra a voleo: tampoco los tractores marcaron el camino. Al final fueron los aviones los que reunían todo lo mejor y pocos inconvenientes, aunque, como se dice en los clásicos relatos, esa es otra historia.

No nos hemos olvidado del problema: hay que replantar. Hoy criar el arroz es seguir un protocolo, con sapiencia siempre, pero afortunadamente con método. En estos días que cuento había más arte, más intuición y también más necesidad de fortuna, en todo el ciclo de cultivo. El control del agua es un gran problema. Como se ha dicho la plantación se hace con el campo inundado, unos 10-12 cts. de agua. La planta de arroz tiende a flotar, así que una forma de ayudar a crecer a la planta arrancada y trasplantada era dejar más profundidad para que se mantuviera derecha y creciera más rápido. Pero si hacia viento, y por las tardes era muy frecuente el poniente, entonces se formarían pequeñas olas que aflojaban los piquetes y los soltaban del fondo. Ese arroz moriría, y así iban quedando rodales, pequeñas o grandes calvas peladas de plantas. Había que llevar nuevos piquetes o aprovechar los que estaban sueltos y plantarlos de nuevo. Y eso era la replanta. Tampoco duraba mucho, entre 15 y 20 días tras la plantación. Pero servía como intermedio a la escarda.

La escarda, escardar, es limpiar el campo de malas yerbas. Qué bien suena esto, nunca deberíamos olvidar este principio, y más en estos días en que la mala yerba nos crece bajo los pies. Pero solo eran yerbas, aunque las muy jodidas o eran incansables creciendo o eran primas hermanas del arroz y más de un piquete entraba en la saca como si fuera una puñetera cola. La ‘cola’ es la pesadilla del escardador, porque si el capataz te ve dejarte alguna detrás te toma la matrícula y si tú, totalmente entregado a la tarea, te llevas por delante algo de arroz ‘rostro pálido’ (la cola es ligeramente más amarilla que el arroz) también te toma la matricula. Un capataz es  una especie de ‘ciborg’, un Terminator  con los ojos puestos en la longitud de onda del color de las colas y antes de llegar al filo del campo ya tiene localizados 20 blancos diferentes. Los otros, los pobres mortales que se estrenaban ese año en ‘la temporá’ tenían que ir aprendiendo a bizquear, a entrecerrar los ojos, a ponerse de poniente a levante, o de levante a poniente (según las horas del día) para que la jodida cola se dejara ver. Talmente como Vicente ‘er der Canasto’ oteando el interior de los vehículos en el Salvador y Cuesta del Rosario. Lo mismito.

La escarda no tiene la bulla que requiere la planta. Se comienza a la misma hora, aunque al darse en los días más largos del año, parece más tarde. También por hacer más calor se suele trabajar hasta las 15:00 (en Cotos las 3, en esa época decías las 15 y lo menos era un ¿Qué dize joio?). Las plantas han crecido muy rápido y a primera hora de la mañana la intensa rociada hace que apenas hayas caminado unos metros estés empapado desde la cadera hasta abajo. Entre las plantas de arroz ha crecido una tupida malla de algas que van formando una alfombra de tacto agradable. El agua avanza tan lenta en medio de esta densidad de tallos que pierde todo el barro y es increíblemente cristalina. La intensa sombra que el arrozal proyecta sobre el suelo hace que el agua esté muy fría y por debajo de las algas el barro esté tibio. Ya no es el cieno pegajoso de hace 35 o 40 días, ahora es como una masilla, una plastilina menos agotadora al caminar. 

Pero no todo es tranquilidad, esta selva también tiene sus fieras. El que más mala fama tenía era el ‘alacrán de agua’ una feroz larva de insecto que largaba unos picotazos muy desagradables. En sus dos formas (la negra de mandíbulas rojas, o la de color camarón y mandíbulas más grandes) era un mal bicho. Lo normal, en todos los trabajos en el arrozal, era ir descalzo, a lo más con unos calcetines gruesos y con el pantalón amarrado a la altura de los tobillos para que aparte del barro y las picajosas lentejas de agua (pan de ranas) no se te colaran patas arriba los bichos mencionados. Nada más de pensarlo te apretabas los tobillos hasta ponerte los pies morados.

En la escarda se canta, se charla, se toman los bocatas de media mañana, los largos tragos de búcaros que se han dejado en alguna piquera para que el agua que allí corre los mantengas más frescos aun. Hay suavidad y belleza, el rico verde esmeralda que por todas partes te abraza y te araña, los filos rugosos de los tallos van endureciéndose y hacia principios de Agosto tienes que tener cuidado con imprevistos cortes y rasguños.

En la escarda era común que hubiera más niños trabajando, por ser un trabajo de poca intensidad y porque ya los colegios están cerrados. En las cuadrillas así había mucho de ‘Cuidao que hay ropa tendía’ y la ropa tendía se quedaba con las ganas de saber exactamente qué había pasado entre fulanita y su novio o menganita y su cuñado, etc. Así que curándose en salud imaginaban lo más morboso que se les viniera a la cabeza y era casi peor el remedio que la enfermedad 

‘Po ha disho la María que piyaron ar cuñao a la vera zu ventana, y ya ehtá. Zeguro que iba con la shurra corgando’, 

‘Po er Jose iba a desí porque se metió la zuegra der Paco en zu cama, pero ze cayó y ya no mènteré.. Po tendría frio la mujé ¿nó?’. 

El cronista siempre arregla el mundo a su aire.

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