8. La
miel
Estamos al
comienzo del verano, mediados de Junio y va a ser un día muy especial: hoy
vamos a coger miel, miel de las colmenas que hay junto a la alberca. Están en
el segundo terraplén que va paralelo al camino de entrada, por la zona del ‘Paraíso’.
Son seis u ocho, cubiertas con negro corcho, y una especie de caperuza de lata
que las tapa.
No es la
primera vez que lo vemos hacer, y ya sabemos que hay peligro, pues año tras año
algún picotazo nos alcanza, pero aunque lo sabemos no estamos dispuestos a
perdérnoslo por nada del mundo.
Andrés, Manuel.
el padre de Maximiliano, Blas, a cierta distancia todo el tiempo y un par de
hombres más han preparado el material: guantes de un cuero duro, amarillento y
basto, las fumigadoras (que dicho entre paréntesis igual valían para echar DDT
que para preparar un biberón), unas latas con algo humeante y pestoso, sacos de
arpillera y pañuelos para la cabeza y la cara.
Algunos de
los casi pequeños están atentos a la cosa pero no se acaban de decidir, las
abejas tienen su historia de dolor bien ganada entre la pandilla. Solo Rafa y
yo, los más rápidos en las carreras del jardín y alrededor de la casa, tenemos
la autoconfianza que se necesita para ponerse delante de esos miuras con alas,
y pincho. Estamos muy machotinos, y nos animamos mirando con la superioridad de
los héroes a esos pobres cagadillos que se van a conformar con recibir una
miserable parte del botín de manos de algún mayor, porque de la tía Merche solo
van a obtener un ‘Aneusen’ que ni en noruego sonaría mas vikingo. Nosotros,
Rafa y yo, habitualmente dispuestos a pelearnos por lo que sea estamos
disfrutando de la camaradería de los capos, nosotros no vamos a mendigar un
cachito de panal ‘espachurrao’ con miel sobada por encima. Nosotros vamos a
beber directamente de la fuente de los dioses, nos vamos a servir en directo.
Bueno
hasta aquí el sueño, en realidad, no vamos a meter los hocicos en la colmena,
‘Es que no llevamos pañuelos porque no somos mariquitas’, ‘Es que me deje los
guantes en Cotos’, o sobre el piano, que mas da, pero vamos a estar muy cerca y
en cuanto nos hayamos alejado un poco tras la recogida sabemos que nos darán
buenos trozo, ya somos veteranos en esto.
Seguimos
de cerca a los hombres, vemos como se meten los humeros en la fumigadora, como
sale el humo hacia la entrada de las colmenas. Todo parece ir bien. Ahora
levantan la tapadera y de pronto....un zumbido cabreadísimo llena el aire y una
nube de abejas se expande sobre la colmena, nos quedamos pasmados, y de pronto...zaass
se lanzan sobre nosotros. Nos miramos y ya estamos corriendo a toda leche
esquivando arboles, saltando los canalillos, los alcorques, las líneas del
arado, el terraplén. Corremos con el corazón en la boca, nuestras orejas
enganchadas al zumbido que notamos en el cogote, chillamos y corremos más
aun.... Y no solo corremos de las abejas, los dos sabemos que esta es además
una carrera entre nosotros. Pero no
competimos, en cierto sentido corremos como gemelos y solo queremos que el otro
no nos falle, que los dos ganemos. A veces percibimos la rivalidad como algo
que nos pertenece y nos une. Perder al rival es mucho peor que perder una
batalla.
Ya parece
que se calman, hemos desembocado en una zona a mitad del camino de la casa y
aun nos metemos a saltos entre los grandes naranjos amargos que hay en esa
parte. Nos tranquilizamos un poco. Nos
miramos orgullosos de lo bien que hemos corrido y un poco cortados por haber
huido como nenas. ‘A lo mejor no nos han visto..’. Pero la carrera ha sido tan
buena que lo vamos a contar, como si eso en realidad fuera lo que habíamos
buscado.
Volvemos
hacia los hombres que llevan los sacos con los panales. Nos dan dos grandes
trozos. Con mucho cuidado quitamos una o dos abejas que han quedado pegadas
encima. También miramos antes de morder. Ya sabemos que también este año
alguien acabará con un labio dolorosamente gordo de un inesperado picotazo
cuando le eche el diente a un trozo de cera lleno de miel. Ya somos veteranos.
No hay nada que se pueda comparar a esta mezcla de dulzura y aromas: miel de
azahar y cera natural. Nos chorrea la miel por la nariz, por la barbilla, las
manos se pegan a todo lo que tocan. No hace falta que hablemos, nos sentimos
como hermanos, en la gloria.
En el
patio hay una bulla de gente, algunos trabajando para preparar la recogida de
miel y la mayoría para pedir un cachito. En los cuartos de arriba, en el grande
que da al jardín, mas cerca de la alberca, que a veces era de los Angelitos y a
veces de las ‘chachas’, y también en el de la tía María, se han puesto tinajas
con un paño fino tapándoles la boca y sobre este paño se han puesto los panales
boca abajo para que suden la miel y se filtre gota a gota en la tinaja.
Sé que soy
un poco pesado con el tema olfativo, pero aquellas habitaciones a la hora de la
siesta olían como solo puede oler la santidad, el tiempo inmóvil, la vida por
estrenar. Estarán allí unos días antes
de que las bajen a la despensa, y siempre alguien se despistará, subirá con
sigilo y destapando un poco el trapo meterá los dedos en la miel y bien re
chupeteados los volverá a meter y chupar, hasta que una abeja emboscada, siempre
quedaba alguna, les recordará que no hay dulce sin su amargura. Unas
lagrimitas, que convenía fueran silenciosas, a fin de cuentas no era cosa de
pedir auxilio: ‘Un lladre no té drets’, y vuelta a la tropa. El verano lo curaba
todo.
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