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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Historias del Viso. Cap 8. La miel

martes, 28 de febrero de 2012

Historias del Viso. Cap 8. La miel


8. La miel

Estamos al comienzo del verano, mediados de Junio y va a ser un día muy especial: hoy vamos a coger miel, miel de las colmenas que hay junto a la alberca. Están en el segundo terraplén que va paralelo al camino de entrada, por la zona del ‘Paraíso’. Son seis u ocho, cubiertas con negro corcho, y una especie de caperuza de lata que las tapa.

No es la primera vez que lo vemos hacer, y ya sabemos que hay peligro, pues año tras año algún picotazo nos alcanza, pero aunque lo sabemos no estamos dispuestos a perdérnoslo por nada del mundo.

Andrés, Manuel. el padre de Maximiliano, Blas, a cierta distancia todo el tiempo y un par de hombres más han preparado el material: guantes de un cuero duro, amarillento y basto, las fumigadoras (que dicho entre paréntesis igual valían para echar DDT que para preparar un biberón), unas latas con algo humeante y pestoso, sacos de arpillera y pañuelos para la cabeza y la cara.

Algunos de los casi pequeños están atentos a la cosa pero no se acaban de decidir, las abejas tienen su historia de dolor bien ganada entre la pandilla. Solo Rafa y yo, los más rápidos en las carreras del jardín y alrededor de la casa, tenemos la autoconfianza que se necesita para ponerse delante de esos miuras con alas, y pincho. Estamos muy machotinos, y nos animamos mirando con la superioridad de los héroes a esos pobres cagadillos que se van a conformar con recibir una miserable parte del botín de manos de algún mayor, porque de la tía Merche solo van a obtener un ‘Aneusen’ que ni en noruego sonaría mas vikingo. Nosotros, Rafa y yo, habitualmente dispuestos a pelearnos por lo que sea estamos disfrutando de la camaradería de los capos, nosotros no vamos a mendigar un cachito de panal ‘espachurrao’ con miel sobada por encima. Nosotros vamos a beber directamente de la fuente de los dioses, nos vamos a servir en directo.

Bueno hasta aquí el sueño, en realidad, no vamos a meter los hocicos en la colmena, ‘Es que no llevamos pañuelos porque no somos mariquitas’, ‘Es que me deje los guantes en Cotos’, o sobre el piano, que mas da, pero vamos a estar muy cerca y en cuanto nos hayamos alejado un poco tras la recogida sabemos que nos darán buenos trozo, ya somos veteranos en esto.

Seguimos de cerca a los hombres, vemos como se meten los humeros en la fumigadora, como sale el humo hacia la entrada de las colmenas. Todo parece ir bien. Ahora levantan la tapadera y de pronto....un zumbido cabreadísimo llena el aire y una nube de abejas se expande sobre la colmena, nos quedamos pasmados, y de pronto...zaass se lanzan sobre nosotros. Nos miramos y ya estamos corriendo a toda leche esquivando arboles, saltando los canalillos, los alcorques, las líneas del arado, el terraplén. Corremos con el corazón en la boca, nuestras orejas enganchadas al zumbido que notamos en el cogote, chillamos y corremos más aun.... Y no solo corremos de las abejas, los dos sabemos que esta es además una carrera entre nosotros. Pero  no competimos, en cierto sentido corremos como gemelos y solo queremos que el otro no nos falle, que los dos ganemos. A veces percibimos la rivalidad como algo que nos pertenece y nos une. Perder al rival es mucho peor que perder una batalla.

Ya parece que se calman, hemos desembocado en una zona a mitad del camino de la casa y aun nos metemos a saltos entre los grandes naranjos amargos que hay en esa parte. Nos tranquilizamos un  poco. Nos miramos orgullosos de lo bien que hemos corrido y un poco cortados por haber huido como nenas. ‘A lo mejor no nos han visto..’. Pero la carrera ha sido tan buena que lo vamos a contar, como si eso en realidad fuera lo que habíamos buscado.

Volvemos hacia los hombres que llevan los sacos con los panales. Nos dan dos grandes trozos. Con mucho cuidado quitamos una o dos abejas que han quedado pegadas encima. También miramos antes de morder. Ya sabemos que también este año alguien acabará con un labio dolorosamente gordo de un inesperado picotazo cuando le eche el diente a un trozo de cera lleno de miel. Ya somos veteranos. No hay nada que se pueda comparar a esta mezcla de dulzura y aromas: miel de azahar y cera natural. Nos chorrea la miel por la nariz, por la barbilla, las manos se pegan a todo lo que tocan. No hace falta que hablemos, nos sentimos como hermanos, en la gloria.

En el patio hay una bulla de gente, algunos trabajando para preparar la recogida de miel y la mayoría para pedir un cachito. En los cuartos de arriba, en el grande que da al jardín, mas cerca de la alberca, que a veces era de los Angelitos y a veces de las ‘chachas’, y también en el de la tía María, se han puesto tinajas con un paño fino tapándoles la boca y sobre este paño se han puesto los panales boca abajo para que suden la miel y se filtre gota a gota en la tinaja.

Sé que soy un poco pesado con el tema olfativo, pero aquellas habitaciones a la hora de la siesta olían como solo puede oler la santidad, el tiempo inmóvil, la vida por estrenar.  Estarán allí unos días antes de que las bajen a la despensa, y siempre alguien se despistará, subirá con sigilo y destapando un poco el trapo meterá los dedos en la miel y bien re chupeteados los volverá a meter y chupar, hasta que una abeja emboscada, siempre quedaba alguna, les recordará que no hay dulce sin su amargura. Unas lagrimitas, que convenía fueran silenciosas, a fin de cuentas no era cosa de pedir auxilio: ‘Un lladre no té drets’, y vuelta a la tropa. El verano lo curaba todo.    

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