1.877
Encaramado en los flechastes del mayor,
Don Jacinto, catalejo en mano y traje talar recogido en la cintura, observaba
por última vez los toros de Miura que bajaban a beber por la vadera de San
Pablo en la Isla Menor;
más al norte y junto al Puntal de Maquique, se desparramaba la capa variopinta
de los antiguos toros de la
Cartuja, que tras largos años de exilio volvían a su pacil
junto al río de la mano de Don Fernando de la Concha y Sierra. A Don Jacinto - Don Hasinto le
llamaba la tripulación gaditana- le parecía mentira estar contemplando aquel
ganado mítico del que había oído hablar en Barcelona: eran los descendientes de
los toros de Gerión, que pastaban en las planicies de la Hesperia de su gran
poema, de la composición que le obsesionaba y en la que narraba con alucinado
verso el hundimiento de La
Atlantida; composición que le llevó a la enfermedad el año
anterior –anemia cerebral, le diagnosticaron los médicos- pero el sabe del
hambre del coadjutor pobre en la
parroquia de Vinyoles d´Orís, cuando el vicario se unió a la partida carlista
que ocupó la aldea durante más de un mes, de la negativa del paisanaje,
legitimista todo, a compartir con mossén Sinto el poco alimento que las tropas
habían dejado. Recuerda los meses en la Barcelona opulenta que iniciaba un renacer al que él mismo estaba contribuyendo; si,
recuerda esos meses de necesidad y mal vivir, que ahora parecen muy
lejanos a pesar del poco tiempo transcurrido.
Los primeros días de octubre eran claros,
llenos de quietud, con la luz del equinoccio suavemente tamizada; el régimen de
poniente había cesado y desde el
amanecer comenzó una brisa del norte que preludiaba un levante cálido.
El hedor ya subía de la bodega donde se
habían entibado setenta y dos negros entre
machos y hembras. Don Jacinto se refugió en la nostalgia y escribió cuatro
versos que incorporaría a su gran obra:
“¡Terra feliç del Betis, bé n´ets
d´hermosa y bella!
Mes ¡ay! la de mos pares
may la podré oblidar;
¡oh! Jo vull dir als tebís
Lleveigs que venen d´ellá,
Si en un plech de ses ales
voldrianmhí tornar.”
Embarcaron a los negros dos días antes
esperando el viento favorable que no podía tardar. Los aherrojaron en los
grilletes distribuidos por toda la bodega
y durante al menos dos semanas comerían, mearían, cagarían y dormirían
sobre el piso de la bodega hasta llegar a Santiago de Cuba. La rapidez de la moderna goleta, prodigio de
la ingeniería naval, alcanzaría Las
Antillas antes que los negros enfermaran
o las negras malparieran y hubiera que arrojarlos por la borda para
evitar los problemas en el examen
sanitario al arribar a puerto.
Sí, mossén Sinto se refugiaba en la
nostalgia, en el papel y el tintero y a veces en la cercana Ermita de Ntra.
Sra. de Guía sin comprender muy bien que lo que le contaron fuera verdad. Se embarcó de tapadillo en la falúa que
llevaba al práctico del río y al factor de la Compañía Trasatlántica
cuatro días después de arribar a Cádiz como capellán de la misma; quería ver y
sentir el latido mágico de las feraces praderas
donde pastaron los toros que robó Hércules al irascible Gerión. Se
encontró con una bellísima goleta, la “Ntra. Sra. de los Remedios”, limpia,
recién carenada y calafateada en La
Carraca, bien aparejada y con una tripulación disciplinada y
mandada por un capitán alicantino de
aspecto pulcro y ordenancista. En el mástil de popa ondeaba la
bandera roja y gualda con el escudo de
una República casi recién estrenada y ya agonizante. Recorrió el entorno, le
agradó el sabor del sábalo y del barbo, de los albures que compartió con
pescadores y vaqueros, manjares que nunca probó en Folgueroles ni en Can Antona
en la Plana de
Vic. Recordó por unos días el pagés que fue en su infancia y primera juventud.
“Don Hasinto –le dijeron- no se acerque por allí.”
Entre el lucio de la Hediónda, y el Puntal de
Maquique se levantaban, sobre una veta, unos tinglados grandes con cubierta de
castañuela como las chozas, rodeados por una empalizada. “Negreros- le dijeron-
gente mala, capaces de partir de un tiro a la mismita puta madre que los parió,
y usted perdone la palabra fea, Don Hasinto.”… “Cuando la mar está buena llegan
barcas de trajinantes de Sanlúcar y la parte de Cádiz y de Huelva y traen al
muelle de La Ermita
dos o tres negros o negras, amarrados
como Nuestro Padre Jesús Cautivo. Van los caballistas de noche a por ellos y
los llevan allí, a los cobertizos de Los Negreros. Los caballistas no dejan que
nadie se acerque. Cuando llega barco, los sacan también de noche y los embarcan
amaneciendo. A uno se le parte el corazón con los chillidos que pegan cuando se
separa a los hermanos o a las madres de los hijos. Se lían a palos con ellos y
los llevan al trote hasta el muelle…”
Aquel amanecer, aún entre dos luces, lo
despertó el trajín del embarque de los esclavos. Encadenados de dos en dos y de
tres en tres, a empellones y varetazos los empujaban a la pasarela. Una vez a
bordo, la tripulación actuaba con movimientos precisos, muchas veces repetidos,
y en poco tiempo quedaban entibados en la bodega clausurada con los sollados y
los encerados previstos para cualquier eventualidad. El factor los contó,
comprobó su estado de salud, estimó su edad, firmó los papeles correspondientes
con el encargado del depósito de Isla Mayor y con el capitán del barco y
deseando buena travesía abordó la falúa
en la que cuatro remeros se pusieron a la boga aprovechando el inicio de
la bajamar hasta llegar a La Lisa
donde sus dos velas latinas podrían ceñirse a la bolina.
A Don Jacinto el espanto lo llevó hasta la
cercana ermita medio en ruinas abierta ya por un santero insomne que siempre
olía a vino. La menuda figura de Ntra. Sra. de Guía se destacaba en el fondo
iluminada por los primeros rayos de sol que entraban por un ventanuco, su
rostrillo estaba sucio, su vestido ajado y la corona de hojalata oxidada, pero
conservaba su cara de adolescente y la
mirada dulce. Don Jacinto se arrodilló y comenzó a musitar el saludo del Angel
Anunciador: “Ave María, gratia plena,
Dominus tecum……..” y acabó en
lágrimas el ruego emocionado. Ya
estaba el sol alto cuando oyó vocear su nombre desde el barco para que rezara
las oraciones de la mañana, como mandaban las instrucciones de la compañía del
muy piadoso Don Antonio López y López.
En la puerta de la ermita, el santero harapiento, con sonrisa de
borrachín le aguardaba con una tajada de
melón, un mendrugo y un vaso de manzanilla pasada: “Que esperen Don Hasinto, es
menester empezar el día con algo en las tripas.”
El levante se iba afianzando y la
corriente del rió estaba en absoluta calma antes de la bajamar; retiraron la
pasarela, soltaron amarras desde la orilla y cuatro marineros levaron el ancla
empujando los palos del cabestrante; izaron la cangreja del trinquete y comenzó
a moverse lentamente la goleta buscando la canal del río deslizándose aguas
abajo por la Cabeza
del Moro dejando a estribor La
Charra en la Isla Menor
y a babor, por sotavento, el arruinado
Hato de Los Jerónimos en la Mayor. Al
doblar por el Hoyón de Pescadores en el Cogujón del Arzobispo, se adivinaba a
lo lejos el tarajal de Tarfía y ya en un río sin meandros izaron la cangreja del mayor y uno de los
foques.
En el puente, junto al timonel y al
práctico, Don Genaro Morell, el capitán, supervisaba toda la maniobra: “Pero no
ponga esa cara, padre. ¿Qué esperaba Don Jacinto? Esto es un negocio como otro
cualquiera….. Bueno, un negocio muy rentable desde que los descalabazados de La Gloriosa comenzaron con
sus aboliciones. En Cuba hacen falta para los ingenios azucareros y los negros
bozales los pagan muy bien, los negros criollos están muy maleados con todo eso
de la libertad y otras historias con las que les ponen la cabeza a pájaros.
Estos negros son esclavos porque nacieron para esclavos. Los trajinantes se los
compran a otros negros en las costas de Guinea o a los moros de Marruecos….. Y luego los ingleses….. herejes hipócritas,
cuando capturan uno de nuestros barcos en nombre de la libertad de todos los
hombres, corren a cualquier puerto de América y venden la mercancía de
contrabando. Con un poco de suerte, y si
Dios quiere, estaremos en Cuba antes que el vapor correo; este es un barco de
verdad, hijo del viento. En Cuba…, ningún problema, Don Antonio es el
arrendatario de la Aduana.”
Al pasar por el Puntal de Carabineros,
los aduaneros miraron para otro lado y cuando desembarcó el práctico pasado el
Bajo de Guía, se izó el gallardete convenido en el mastelero del mayor y la
telegrafía óptica comenzó a trasmitir desde el castillo de Sanlucar a
Trebujena, Asta, Jerez, El Cuervo, Las Cabezas…… hasta Madrid, en escasas
horas, la salida a alta mar, sin novedad
alguna, del “Ntra Sra. de los Remedios”, que izaba los otros foques, el velacho
y las dos escandalosas, largando todo el trapo, con viento de popa.
Joan de la Creu Fotut i Arrimat a Marche
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