Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Memoria del desarraigo - 1877 (Esclavos)

miércoles, 15 de febrero de 2012

Memoria del desarraigo - 1877 (Esclavos)


1.877

      Encaramado en los flechastes del mayor, Don Jacinto, catalejo en mano y traje talar recogido en la cintura, observaba por última vez los toros de Miura que bajaban a beber por la vadera de San Pablo en la Isla Menor; más al norte y junto al Puntal de Maquique, se desparramaba la capa variopinta de los antiguos toros de la Cartuja, que tras largos años de exilio volvían a su pacil junto al río de la mano de Don Fernando de la Concha y Sierra. A Don Jacinto - Don Hasinto le llamaba la tripulación gaditana- le parecía mentira estar contemplando aquel ganado mítico del que había oído hablar en Barcelona: eran los descendientes de los toros de Gerión, que pastaban en las planicies de la Hesperia de su gran poema, de la composición que le obsesionaba y en la que narraba con alucinado verso el hundimiento de La Atlantida; composición que le llevó a la enfermedad el año anterior –anemia cerebral, le diagnosticaron los médicos- pero el sabe del hambre del coadjutor pobre  en la parroquia de Vinyoles d´Orís, cuando el vicario se unió a la partida carlista que ocupó la aldea durante más de un mes, de la negativa del paisanaje, legitimista todo, a compartir con mossén Sinto el poco alimento que las tropas habían dejado. Recuerda los meses en la Barcelona opulenta que iniciaba un renacer  al que él mismo estaba contribuyendo; si, recuerda esos meses de necesidad y mal vivir, que ahora parecen muy lejanos  a pesar del poco tiempo transcurrido.
     
    Los primeros días de octubre eran claros, llenos de quietud, con la luz del equinoccio suavemente tamizada; el régimen de poniente había cesado y  desde el amanecer comenzó una brisa del norte que preludiaba un levante cálido.

       El hedor ya subía de la bodega donde se habían entibado  setenta y dos negros entre machos y hembras. Don Jacinto se refugió en la nostalgia y escribió cuatro versos que incorporaría a su gran obra:

      “¡Terra feliç del Betis, bé n´ets d´hermosa y bella!
Mes ¡ay! la de mos pares may la podré oblidar;
¡oh! Jo vull dir als tebís Lleveigs que venen d´ellá,
Si en un plech de ses ales voldrianmhí   tornar.”      
                  
      Embarcaron a los negros dos días antes esperando el viento favorable que no podía tardar. Los aherrojaron en los grilletes distribuidos por toda la bodega  y durante al menos dos semanas comerían, mearían, cagarían y dormirían sobre el piso de la bodega hasta llegar a Santiago de Cuba.  La rapidez de la moderna goleta, prodigio de la ingeniería naval, alcanzaría  Las Antillas antes  que los negros enfermaran o las negras malparieran y hubiera que arrojarlos por la borda  para  evitar los problemas en el  examen sanitario al arribar a puerto. 

         Sí, mossén Sinto se refugiaba en la nostalgia, en el papel y el tintero y a veces en la cercana Ermita de Ntra. Sra. de Guía sin comprender muy bien que lo que le contaron fuera verdad.  Se embarcó de tapadillo en la falúa que llevaba al práctico del río y al factor de la Compañía Trasatlántica cuatro días después de arribar a Cádiz como capellán de la misma; quería ver y sentir el latido mágico de las feraces praderas  donde pastaron los toros que robó Hércules al irascible Gerión. Se encontró con una bellísima goleta, la “Ntra. Sra. de los Remedios”, limpia, recién carenada y calafateada en La Carraca, bien aparejada y con una tripulación disciplinada y mandada por un capitán alicantino de  aspecto pulcro y ordenancista. En el mástil de popa ondeaba la bandera  roja y gualda con el escudo de una República casi recién estrenada y ya agonizante. Recorrió el entorno, le agradó el sabor del sábalo y del barbo, de los albures que compartió con pescadores y vaqueros, manjares que nunca probó en Folgueroles ni en Can Antona en la Plana de Vic. Recordó por unos días el pagés que fue en su infancia y primera juventud. “Don Hasinto –le dijeron- no se acerque por allí.” 

Entre el  lucio de la Hediónda, y el Puntal de Maquique se levantaban, sobre una veta, unos tinglados grandes con cubierta de castañuela como las chozas, rodeados por una empalizada. “Negreros- le dijeron- gente mala, capaces de partir de un tiro a la mismita puta madre que los parió, y usted perdone la palabra fea, Don Hasinto.”… “Cuando la mar está buena llegan barcas de trajinantes de Sanlúcar y la parte de Cádiz y de Huelva y traen al muelle de La Ermita dos o tres negros o negras,  amarrados como Nuestro Padre Jesús Cautivo. Van los caballistas de noche a por ellos y los llevan allí, a los cobertizos de Los Negreros. Los caballistas no dejan que nadie se acerque. Cuando llega barco, los sacan también de noche y los embarcan amaneciendo. A uno se le parte el corazón con los chillidos que pegan cuando se separa a los hermanos o a las madres de los hijos. Se lían a palos con ellos y los llevan al trote hasta el muelle…”   

      Aquel amanecer, aún entre dos luces, lo despertó el trajín del embarque de los esclavos. Encadenados de dos en dos y de tres en tres, a empellones y varetazos los empujaban a la pasarela. Una vez a bordo, la tripulación actuaba con movimientos precisos, muchas veces repetidos, y en poco tiempo quedaban entibados en la bodega clausurada con los sollados y los encerados previstos para cualquier eventualidad. El factor los contó, comprobó su estado de salud, estimó su edad, firmó los papeles correspondientes con el encargado del depósito de Isla Mayor y con el capitán del barco y deseando buena travesía abordó la falúa  en la que cuatro remeros se pusieron a la boga aprovechando el inicio de la bajamar hasta llegar a La Lisa donde sus dos velas latinas podrían ceñirse a la bolina. 

     A Don Jacinto el espanto lo llevó hasta la cercana ermita medio en ruinas abierta ya por un santero insomne que siempre olía a vino. La menuda figura de Ntra. Sra. de Guía se destacaba en el fondo iluminada por los primeros rayos de sol que entraban por un ventanuco, su rostrillo estaba sucio, su vestido ajado y la corona de hojalata oxidada, pero conservaba su cara de adolescente y  la mirada dulce. Don Jacinto se arrodilló y comenzó a musitar el saludo del Angel Anunciador: “Ave María, gratia plena, Dominus tecum……..”  y acabó en lágrimas el ruego emocionado.    Ya estaba el sol alto cuando oyó vocear su nombre desde el barco para que rezara las oraciones de la mañana, como mandaban las instrucciones de la compañía del muy piadoso Don Antonio López y López.  En la puerta de la ermita, el santero harapiento, con sonrisa de borrachín le aguardaba con una  tajada de melón, un mendrugo y un vaso de manzanilla pasada: “Que esperen Don Hasinto, es menester empezar el día con algo en las tripas.”

     El levante se iba afianzando y la corriente del rió estaba en absoluta calma antes de la bajamar; retiraron la pasarela, soltaron amarras desde la orilla y cuatro marineros levaron el ancla empujando los palos del cabestrante; izaron la cangreja del trinquete y comenzó a moverse lentamente la goleta buscando la canal del río deslizándose aguas abajo por la Cabeza del Moro dejando a estribor La Charra en la Isla Menor y a babor, por sotavento,  el arruinado Hato de Los Jerónimos en la Mayor. Al doblar por el Hoyón de Pescadores en el Cogujón del Arzobispo, se adivinaba a lo lejos el tarajal de Tarfía y ya en un río sin meandros  izaron la cangreja del mayor y uno de los foques.

      En el puente, junto al timonel y al práctico, Don Genaro Morell, el capitán, supervisaba toda la maniobra: “Pero no ponga esa cara, padre. ¿Qué esperaba Don Jacinto? Esto es un negocio como otro cualquiera….. Bueno, un negocio muy rentable desde que los descalabazados de La Gloriosa comenzaron con sus aboliciones. En Cuba hacen falta para los ingenios azucareros y los negros bozales los pagan muy bien, los negros criollos están muy maleados con todo eso de la libertad y otras historias con las que les ponen la cabeza a pájaros. Estos negros son esclavos porque nacieron para esclavos. Los trajinantes se los compran a otros negros en las costas de Guinea o a los moros de Marruecos…..  Y luego los ingleses….. herejes hipócritas, cuando capturan uno de nuestros barcos en nombre de la libertad de todos los hombres, corren a cualquier puerto de América y venden la mercancía de contrabando.  Con un poco de suerte, y si Dios quiere, estaremos en Cuba antes que el vapor correo; este es un barco de verdad, hijo del viento. En Cuba…, ningún problema, Don Antonio es el arrendatario de la Aduana.”

       Al pasar por el Puntal de Carabineros, los aduaneros miraron para otro lado y cuando desembarcó el práctico pasado el Bajo de Guía, se izó el gallardete convenido en el mastelero del mayor y la telegrafía óptica comenzó a trasmitir desde el castillo de Sanlucar a Trebujena, Asta, Jerez, El Cuervo, Las Cabezas…… hasta Madrid, en escasas horas,  la salida a alta mar, sin novedad alguna, del “Ntra Sra. de los Remedios”, que izaba los otros foques, el velacho y las dos escandalosas, largando todo el trapo, con viento de popa.


Joan de la Creu Fotut i Arrimat a Marche 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por ignorancia en el manejo del blog no estaba permitida la escritura de comentarios. Les animo a hacerlos, si les place,,,