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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Historias del Viso. Cap. 3. Buenas noches abuelo.

lunes, 13 de febrero de 2012

Historias del Viso. Cap. 3. Buenas noches abuelo.



3.  Los partes del tiempo


Al anochecer, la gran cocina del caserón se perfuma con el olor picante y aromático de los pimientos asados que la tía Merche prepara para la cena: Huevo duro, ajo picado, pimientos asados, aceite, sal y los sabrosos molletes de Marchena que repartía cada dos o tres días el panadero y su burrillo, enjaezado con arreos a la rondeña.

Bosco y yo ponemos el mantel de cuadros verdes, con flecos en todo el borde, las servilletas a juego, los grandes tenedores, los cuchillos de pesado mango de alpaca mate y los sencillos platos de loza blanca. Copa de cristal para el abuelo y modernísimos vasos de Duralex para nosotros. Agua del pozo para todos y Casera embotellada en cristal.

Cenábamos en el comedor del fondo, el que estaba al lado del cuarto del abuelo, en la grande y olorosa mesa de castaño. El oscuro y macizo aparador de nogal, situado en un rincón, exhalaba una rica fragancia mezcla de licor, dulce de mazapán y madera, cada vez que abríamos sus puertas para sacar o guardar piezas de loza o cristal. Allí todo huele bien, incluso las aparatosas y pesadas sillas de castaño con asiento de trencilla de pita.

La tía Maria joven y risueña se sienta a la derecha del abuelo, la tía Merche al otro lado y Bosco y yo, a veces juntos a veces enfrentados. El abuelo solía comer en silencia, y respirando pesadamente. Su corazón le daba mala vida y debía evitar esfuerzos y cabreos, pero nunca hizo demasiado caso a nadie sobre este tema y sus cambios de humor eran frecuentes.

Tras la cena ayudamos a la tía Merche a recogerlo todo y rápidamente nos vamos Bosco y yo, a ver la tele, el parte del tiempo. El abuelo nos tenía puesta como obligación mirarlo, oírlo y contárselo con todo detalle.

Mariano Medina, el hombre del tiempo, aparecía con ese aspecto de funcionario mal pagado propio de la época, entre isobaras y frentes que daban mucha seriedad y misterio al asunto.
‘Las temperaturas máximas registradas en el día de ayer correspondieron a Écija, con 41ºC, Córdoba y Sevilla con 40. Las mínimas a Soria y Burgos con 19ºC. Para mañana se espera un día despejado en casi toda la península, con chubascos matinales leves en Galicia y las Vascongadas, vientos fuertes de levante en el estrecho, y marejadilla en Baleares.’

Y eso era casi todo. Pronto aprendimos que era conveniente adobar el ‘parte’ con referencias al Levante y si podía ser algo de Valencia mucho mejor.  En cuanto terminaba, y antes de que se nos olvidara ningún detalle, corríamos Bosco y yo a contárselo al abuelo, a veces en el comedor, a veces en el jardín.

Después de la cena sacábamos la tele a la puerta del jardín. Una mesita de mimbre de estilo colonial, como otros muchos muebles de la casa, aguantaba el pesado aparato de televisión en blanco y negro. Blas venía a hacer  este trabajo, y a veces lo acompañaba su hijo, el tímido y sonriente Blasito que se quedaba con nosotros a ver la tele. El abuelo se solía sentar en un sillón-mecedora de mimbre, con los bonitos cojines de color naranja, que tantas veces emplearíamos como armas esenciales en las batallas contra ‘los angelitos’ y, en realidad, contra todos. Nosotros nos acomodábamos en uno de los bancos de hierro fundido con largueros de madera ultra pintada en verde hierba, al que añadíamos todos los cojines que podíamos apañar, y en ocasiones, las noches solían ser muy frescas, una mantita ligera y de tacto feroz, muy picante.

Nos sentábamos mirando hacia la casa. A ambos lados de la puerta dos bonitos faroles de hierro y cristal, sencillos y familiares, iluminaban el envés del emparrado y el jazminero, que cubrían en toda su extensión la amplia fachada de la casa (unos 20 metros). La pared blanca iluminada era el escenario cada noche de exóticas cacerías y batallas. Las verdes efémeras agotaban su breve vida exhibiéndose descaradamente. Pequeñas mariposas nocturnas, de apagados colores, y a veces un gran ‘Pavón’, con las alas bellamente ornadas de marrón y vivo naranja. Las salamanquesas de todos los tamaños, acechaban ocultas en la sombra de las hojas. Se movían lentamente hacia la presa mas cercana y en un súbito y certero ataque las atrapaban y en dos o tres bocados las engullían mientras se movían, retrocediendo, hacia su escondite. A veces coincidían en la presa y había cierta disputa entre los cazadores. En estas ocasiones era normal que la presa se escapara. Otras veces aparecían, para nuestra fascinación, una de los bichos que más repeluco nos daban de pequeños: las mantis. Algunas eran tan enormes que atacaban a las más pequeñas de las salamanquesas, y eran enemigos complicados para las demás. Les hacían frente y además capturaban muchas efémeras y polillas. Hacíamos apuestas sobre cual de nuestras favoritas cazaría más y el espectáculo con frecuencia era mucho mas entretenido que la tele.

De pronto un grave zumbido y un golpe crujiente: escarabajo cornudo. Negros y macizos, volaban de milagro y aterrizaban sin milagro alguno. Caminaban muy mal por lo que no servían para nuestras granjas de animales de tiro, para eso eran mucho mejores otros llamados ‘curiones’, de patas largas y mas ‘domesticables’.

 ‘Patrulla de caminos’, ‘Perry Mason’ y otras pocas series eran las aportaciones de la tele al relleno del tiempo. Los doblajes en mejicano o, mas probablemente en Puertorriqueño, eran lo normal y formaban parte consustancial con los personajes. Años después ‘Ironside’ venia a ser la versión culta del señor Mason. Con todo y con eso, a veces, y ya era difícil que algo pudiera ser mas censurable, aparecían programas con rótulos previos de ‘Prohibido a menores de 18 años’. Estaba claro que la transición entre los 10 y los 18 años se convertía en una travesía personal, desde ‘Herta Frankel’ a ¿’Gilda’? La familia en pleno, las tías y el abuelo, colaboraban de forma incondicional con la censura y admitían que nos metiéramos debajo de la camilla, para no ver determinadas escenas. El viejo paño, y sus agujeros, nos daban una consentida oportunidad de asomarnos a esas escenas, y las mas de las veces me mosqueaba no ser capaz de entender que qué había allí que justificara la retirada desde los puestos nobles del forrado banco al subterráneo de la camilla.

Al final los grillos van imponiendo su ritmo. La clara y fresca noche se cierra con las últimas y rituales frases.

’Bona nit’ decía el abuelo.

‘Ara le resais al ñiño Jesús y a dormir, que demá ia qu’alsarse matí’ decía la tía Merche.

Subíamos la escalera de diversos modos, siendo el semiruidoso el más empleado, al abuelo le fastidiaban los ruidos gratuitos, pero algo había que hacer. Bosco y yo rezábamos al Niño Jesús de Praga que presidía la habitación, fotografía de gran tamaño, enmarcada en níquel con molduras románticas, y besábamos, con reverencia, alguna de las increíbles y desvaídas flores de plástico, de posible origen ‘basuresco’, que, tras el lavado y perfumado,  habíamos fijado al cuadro metiendo el tallo de alambre entre el cristal y el marco.

En la mesita de noche, quizás una con tapa de mármol blanco, teníamos otros fetiches, como cuentas de cristal en talla de brillante, de las que cuelgan en las floridas lámparas de mediados de siglo; trocitos de cerámica, que recogíamos de entre los naranjos, y que a veces tallábamos con limas para aprovechar su dibujo y colores (un trozo de plato con rayas rojas, azules y blancas estaba tallado como el perfil de un marinero),y pequeños tubos de cristal, procedentes de antibióticos y sueros, llenos de agua, en los que poníamos, a veces, pequeños caracoles, que creíamos vacíos, pero que con frecuencia tenían ‘bicho’ y en pocos días se pudrían y al abrir el frasco exhalaban un hedor repugnante.

“‘Vamos a ver como están los bichos’ dijo Bosco.

Nos acercamos a la ventana, que daba al camino de entrada en la casa, y miramos a través del cristal que tapaba la caja de cartón en la que una bonita lagartija verde, adormecida por la frescura de la noche, nos mira, levantada la cabeza, con sus pequeños y brillantes ojos. Está quieta, parada entre la arena y las piedras que cubren el fondo de la caja de zapatos.

‘Tendrá hambre. Mañana le traeremos alguna mosca y arañas, para que esté bien. Pero si sigue igual de triste la soltamos, vale Bosco?’ .

 ‘Tu crees que está triste?, si es una buena caja y le cambiamos la arena y le damos de comer ...’

‘ Si pero se mueve poco, y siempre nos mira. Yo creo que mejor la soltamos y cogemos otra que parezca mas contenta’

‘Vale Javi, pero solo cuando hayamos cogido otra’

‘Me gustaría tener un escorpión’ dije.
‘Y si se escapa y nos pica de noche, porque de la ventana puede pasar a la cama, y de noche no da tiempo a llegar el médico y nos podemos morir, Javi. De verdad, prométeme que nunca tendremos un escorpión aquí. A lo mejor lo podemos tener en el corralón’ largó Bosco, con ese tono a medias entre tener miedo y la emoción de que aquello pudiera ser verdad.

 ‘Pero estando tan lejos no es lo mismo. No lo podemos ver siempre que queramos’

Bueno mejor me pienso lo del escorpión, es un mal bicho. Lo pienso al tiempo que un repeluco me crece por dentro hasta la piel.
Otra caja pequeña de cartón verdoso, de algún cosmético, huele un poco sospechoso

‘Jó, mira, el tomate se está pudriendo y el grillo ha desaparecido. Mejor que se haya marchado, tampoco cantaba mucho’.

En silencio miramos hacia los cercanos naranjos amargos. La luna llena ilumina el camino, y crea  densas zonas de oscuridad, bajo las copas de los árboles. Los dos sabemos lo que estamos pensando. En cualquier momento hablaremos de eso y siempre es un buen motivo para irse a la cama y dormir cuanto antes.

‘Has visto Bosco?. No parece que allí, bajo aquel naranjo tan grande y oscuro se ha movido algo?’

‘No, no lo he visto pero seguro que está ahí. Los gorilas andan de noche, y pueden subirse hasta aquí en cuanto quieran’

‘Nos podíamos traer la carabina y como habrá visto armas de fuego igual se va. O le podemos dar un buen golpe mientras sube’

‘Pero si se queda herido será mas peligroso, que lo he visto en una película’ dice Bosco. Y de pronto ...

‘!!Mira, allí¡¡ !! Ahora si que se ha movido una sombra’ !! Rápido, Javi. Quítate de la ventana, si no nos ve no vendrá’.

Rápidamente nos agachamos y así, escondidos, nos subimos a la cama ya lejos del alcance de la ventana, y de la mirada del gorila. Con el corazón a una buena marcha nos dejamos caer en las frescas sábanas. El cansancio se hace notar. Las imágenes del día circulan cada vez más lentas en mi cabeza. Besos y hasta mañana....

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