3.
Los partes del tiempo
Al
anochecer, la gran cocina del caserón se perfuma con el olor picante y
aromático de los pimientos asados que la tía Merche prepara para la cena:
Huevo duro, ajo picado, pimientos asados, aceite, sal y los sabrosos molletes
de Marchena que repartía cada dos o tres días el panadero y su burrillo,
enjaezado con arreos a la rondeña.
Bosco
y yo ponemos el mantel de cuadros verdes, con flecos en todo el borde, las
servilletas a juego, los grandes tenedores, los cuchillos de pesado mango de
alpaca mate y los sencillos platos de loza blanca. Copa de cristal para el abuelo
y modernísimos vasos de Duralex para nosotros. Agua del pozo para todos y
Casera embotellada en cristal.
Cenábamos
en el comedor del fondo, el que estaba al lado del cuarto del abuelo, en la
grande y olorosa mesa de castaño. El oscuro y macizo aparador de nogal, situado
en un rincón, exhalaba una rica fragancia mezcla de licor, dulce de mazapán y
madera, cada vez que abríamos sus puertas para sacar o guardar piezas de loza o
cristal. Allí todo huele bien, incluso las aparatosas y pesadas sillas de
castaño con asiento de trencilla de pita.
La
tía Maria joven y risueña se sienta a la derecha del abuelo, la tía Merche al
otro lado y Bosco y yo, a veces juntos a veces enfrentados. El abuelo solía
comer en silencia, y respirando pesadamente. Su corazón le daba mala vida y
debía evitar esfuerzos y cabreos, pero nunca hizo demasiado caso a nadie sobre
este tema y sus cambios de humor eran frecuentes.
Tras
la cena ayudamos a la tía Merche a recogerlo todo y rápidamente nos vamos Bosco
y yo, a ver la tele, el parte del tiempo. El abuelo nos tenía puesta como
obligación mirarlo, oírlo y contárselo con todo detalle.
Mariano
Medina, el hombre del tiempo, aparecía con ese aspecto de funcionario mal
pagado propio de la época, entre isobaras y frentes que daban mucha seriedad y
misterio al asunto.
‘Las
temperaturas máximas registradas en el día de ayer correspondieron a Écija, con
41ºC,
Córdoba y Sevilla con 40. Las mínimas a Soria y Burgos con 19ºC. Para mañana se espera un
día despejado en casi toda la península, con chubascos matinales leves en
Galicia y las Vascongadas, vientos fuertes de levante en el estrecho, y
marejadilla en Baleares.’
Y eso
era casi todo. Pronto aprendimos que era conveniente adobar el ‘parte’ con
referencias al Levante y si podía ser algo de Valencia mucho mejor. En cuanto terminaba, y antes de que se nos
olvidara ningún detalle, corríamos Bosco y yo a contárselo al abuelo, a veces
en el comedor, a veces en el jardín.
Después
de la cena sacábamos la tele a la puerta del jardín. Una mesita de mimbre de
estilo colonial, como otros muchos muebles de la casa, aguantaba el pesado
aparato de televisión en blanco y negro. Blas venía a hacer este trabajo, y a veces lo acompañaba su
hijo, el tímido y sonriente Blasito que se quedaba con nosotros a ver la tele.
El abuelo se solía sentar en un sillón-mecedora de mimbre, con los bonitos
cojines de color naranja, que tantas veces emplearíamos como armas esenciales
en las batallas contra ‘los angelitos’ y, en realidad, contra todos. Nosotros
nos acomodábamos en uno de los bancos de hierro fundido con largueros de madera
ultra pintada en verde hierba, al que añadíamos todos los cojines que podíamos
apañar, y en ocasiones, las noches solían ser muy frescas, una mantita ligera y
de tacto feroz, muy picante.
Nos
sentábamos mirando hacia la casa. A ambos lados de la puerta dos bonitos
faroles de hierro y cristal, sencillos y familiares, iluminaban el envés del
emparrado y el jazminero, que cubrían en toda su extensión la amplia fachada de
la casa (unos 20 metros).
La pared blanca iluminada era el escenario cada noche de exóticas cacerías y
batallas. Las verdes efémeras agotaban su breve vida exhibiéndose
descaradamente. Pequeñas mariposas nocturnas, de apagados colores, y a veces un
gran ‘Pavón’, con las alas bellamente ornadas de marrón y vivo naranja. Las
salamanquesas de todos los tamaños, acechaban ocultas en la sombra de las
hojas. Se movían lentamente hacia la presa mas cercana y en un súbito y certero
ataque las atrapaban y en dos o tres bocados las engullían mientras se movían,
retrocediendo, hacia su escondite. A veces coincidían en la presa y había
cierta disputa entre los cazadores. En estas ocasiones era normal que la presa
se escapara. Otras veces aparecían, para nuestra fascinación, una de los bichos
que más repeluco nos daban de pequeños: las mantis. Algunas eran tan enormes
que atacaban a las más pequeñas de las salamanquesas, y eran enemigos
complicados para las demás. Les hacían frente y además capturaban muchas
efémeras y polillas. Hacíamos apuestas sobre cual de nuestras favoritas cazaría
más y el espectáculo con frecuencia era mucho mas entretenido que la tele.
De
pronto un grave zumbido y un golpe crujiente: escarabajo cornudo. Negros y
macizos, volaban de milagro y aterrizaban sin milagro alguno. Caminaban muy mal
por lo que no servían para nuestras granjas de animales de tiro, para eso eran
mucho mejores otros llamados ‘curiones’, de patas largas y mas ‘domesticables’.
‘Patrulla de caminos’, ‘Perry Mason’ y otras
pocas series eran las aportaciones de la tele al relleno del tiempo. Los
doblajes en mejicano o, mas probablemente en Puertorriqueño, eran lo normal y
formaban parte consustancial con los personajes. Años después ‘Ironside’ venia
a ser la versión culta del señor Mason. Con todo y con eso, a veces, y ya era
difícil que algo pudiera ser mas censurable, aparecían programas con rótulos
previos de ‘Prohibido a menores de 18 años’. Estaba claro que la transición
entre los 10 y los 18 años se convertía en una travesía personal, desde ‘Herta
Frankel’ a ¿’Gilda’? La familia en pleno, las tías y el abuelo, colaboraban de
forma incondicional con la censura y admitían que nos metiéramos debajo de la
camilla, para no ver determinadas escenas. El viejo paño, y sus agujeros, nos
daban una consentida oportunidad de asomarnos a esas escenas, y las mas de las
veces me mosqueaba no ser capaz de entender que qué había allí que justificara
la retirada desde los puestos nobles del forrado banco al subterráneo de la
camilla.
Al
final los grillos van imponiendo su ritmo. La clara y fresca noche se cierra
con las últimas y rituales frases.
’Bona
nit’ decía el abuelo.
‘Ara
le resais al ñiño Jesús y a dormir, que demá ia qu’alsarse matí’ decía la tía
Merche.
Subíamos
la escalera de diversos modos, siendo el semiruidoso el más empleado, al abuelo
le fastidiaban los ruidos gratuitos, pero algo había que hacer. Bosco y yo
rezábamos al Niño Jesús de Praga que presidía la habitación, fotografía de gran
tamaño, enmarcada en níquel con molduras románticas, y besábamos, con
reverencia, alguna de las increíbles y desvaídas flores de plástico, de posible
origen ‘basuresco’, que, tras el lavado y perfumado, habíamos fijado al cuadro metiendo el tallo de alambre
entre el cristal y el marco.
En la
mesita de noche, quizás una con tapa de mármol blanco, teníamos otros fetiches,
como cuentas de cristal en talla de brillante, de las que cuelgan en las
floridas lámparas de mediados de siglo; trocitos de cerámica, que recogíamos de
entre los naranjos, y que a veces tallábamos con limas para aprovechar su
dibujo y colores (un trozo de plato con rayas rojas, azules y blancas estaba
tallado como el perfil de un marinero),y pequeños tubos de cristal, procedentes
de antibióticos y sueros, llenos de agua, en los que poníamos, a veces,
pequeños caracoles, que creíamos vacíos, pero que con frecuencia tenían ‘bicho’
y en pocos días se pudrían y al abrir el frasco exhalaban un hedor repugnante.
“‘Vamos
a ver como están los bichos’ dijo Bosco.
Nos
acercamos a la ventana, que daba al camino de entrada en la casa, y miramos a
través del cristal que tapaba la caja de cartón en la que una bonita lagartija
verde, adormecida por la frescura de la noche, nos mira, levantada la cabeza,
con sus pequeños y brillantes ojos. Está quieta, parada entre la arena y las
piedras que cubren el fondo de la caja de zapatos.
‘Tendrá
hambre. Mañana le traeremos alguna mosca y arañas, para que esté bien. Pero si
sigue igual de triste la soltamos, vale Bosco?’ .
‘Tu crees que está triste?, si es una buena
caja y le cambiamos la arena y le damos de comer ...’
‘ Si
pero se mueve poco, y siempre nos mira. Yo creo que mejor la soltamos y cogemos
otra que parezca mas contenta’
‘Vale
Javi, pero solo cuando hayamos cogido otra’
‘Me
gustaría tener un escorpión’ dije.
‘Y si
se escapa y nos pica de noche, porque de la ventana puede pasar a la cama, y de
noche no da tiempo a llegar el médico y nos podemos morir, Javi. De verdad,
prométeme que nunca tendremos un escorpión aquí. A lo mejor lo podemos tener en
el corralón’ largó Bosco, con ese tono a medias entre tener miedo y la emoción
de que aquello pudiera ser verdad.
‘Pero estando tan lejos no es lo mismo. No lo
podemos ver siempre que queramos’
Bueno
mejor me pienso lo del escorpión, es un mal bicho. Lo pienso al tiempo que un
repeluco me crece por dentro hasta la piel.
Otra
caja pequeña de cartón verdoso, de algún cosmético, huele un poco sospechoso
‘Jó,
mira, el tomate se está pudriendo y el grillo ha desaparecido. Mejor que se
haya marchado, tampoco cantaba mucho’.
En
silencio miramos hacia los cercanos naranjos amargos. La luna llena ilumina el
camino, y crea densas zonas de
oscuridad, bajo las copas de los árboles. Los dos sabemos lo que estamos
pensando. En cualquier momento hablaremos de eso y siempre es un buen motivo
para irse a la cama y dormir cuanto antes.
‘Has
visto Bosco?. No parece que allí, bajo aquel naranjo tan grande y oscuro se ha
movido algo?’
‘No,
no lo he visto pero seguro que está ahí. Los gorilas andan de noche, y pueden
subirse hasta aquí en cuanto quieran’
‘Nos
podíamos traer la carabina y como habrá visto armas de fuego igual se va. O le
podemos dar un buen golpe mientras sube’
‘Pero
si se queda herido será mas peligroso, que lo he visto en una película’ dice
Bosco. Y de pronto ...
‘!!Mira,
allí¡¡ !! Ahora si que se ha movido una sombra’ !! Rápido, Javi. Quítate de la
ventana, si no nos ve no vendrá’.
Rápidamente
nos agachamos y así, escondidos, nos subimos a la cama ya lejos del alcance de
la ventana, y de la mirada del gorila. Con el corazón a una buena marcha nos
dejamos caer en las frescas sábanas. El cansancio se hace notar. Las imágenes
del día circulan cada vez más lentas en mi cabeza. Besos y hasta mañana....
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