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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Juanin o el primo Juan

domingo, 12 de febrero de 2012

Juanin o el primo Juan


Juanin
O
el primo Juan



Recuerdos de la feliz infancia y otros recuerdos felices




Serie ‘Monografías Humanas de los Grau ad lateres’



1.  Casa Alta y El Viso, como no...
2.  Excursión por los cerros


1.  Casa Alta y el Viso, como no...


Es difícil, ya lo sabéis, no comenzar casi todo en el Viso. Aunque no fue allí donde tengo los primeros recuerdos del primo. Fue en Casa Alta, pero con tres años de edad todo me resulta muy confuso. Lo que retengo en mi memoria sobre ese tiempo son brillantes fragmentos del secadero, el muro debajo del palomar, los olorosos senderos del jardín, el suelo caliente de las rojas losas de la marquesina, y mas y mas imágenes que dibujan una historia que solo yo puedo entender y al mismo tiempo no puedo contar.

Juan daba confianza. Siempre sonriendo, el peinado impecable y la raya bien marcada, grandote, la cara de cachetes llenos, la risa que le salía a empujones desde las costillas. Y era el primo mayor. Solo eso ya era un grado. Quizás solo sea una mas de las confusiones de la memoria pero lo recuerdo vestido como una especie de boy scout. Con aquellos pantalonazos grises que casi llegaban a la rodilla, y la chaqueta, también gris y con dos botones, sobre todo por esto, por lo de llevar chaqueta, a mi me parecía lo mas cercano a una persona mayor pero era el primo. Se entendía bien con Bosco, pero nunca sentí celos de esa confianza. Yo era más independiente, mas líder a mi manera y a Bosco le gustaba que Juan fuera su jefe.

Ni siquiera recuerdo como lo llamábamos en aquella época, pero es posible que Bosco ya lo llamara Juanin. El primo Juanin o Juanin a secas. Y así se le llamaba entre la masa social de los primos.

En un aparte se me ocurre que éste posiblemente sea el nexo mas vinculante entre nuestra familia, hasta el punto de que para mi, la forma de integrar a personas ajenas a la familia en nuestro grupo suele ser la de llamarlos primo. No es muy original peeeeero… es adecuado para la verbigracia.

A veces se me mezclan imágenes del primo y del Tiroti cubierto de tela de sacos, pero apenas serian distinguibles, incluso menos ciertas aún, que la de los sueños que se recuerdan..

Mejor me va con el Viso.

Juanin era muy fantástico. Le gustaban las historias de bandoleros, de moros, de marineros y barcos. También era inoportuno, aunque a mi no me lo parecía en absoluto, mas bien me hubiera gustado ser como él. Un día a la hora del almuerzo, con toda la mesa llena de comida, el abuelo en la presidencia, se acerca Juan y dice sin cortarse un pelo

‘Ahora yo solo me lo comería todo’.

Al abuelo, con la poca ‘corfa’ que tenia para afirmaciones como esta le falto tiempo para ponerse como un basilisco

‘¡¡Endugueusel-ho, lleveumel-ho de davant, animalot!!’.

A mi Juanin me parecía un héroe, porque y no es la primera vez que lo digo, el abuelo impresionaba y mucho. Y encima diguent-ho a lhora de mentxar, que si hi há algo que fora sagrat per un yayo valenciá es tindre presensia y respete de tot lo mon a la taula pará.

También le gustaba la gimnasia, no se si hacia mucha o no, pero le daba importancia y con el aspecto macizo que tenia, Juanin podía hablarles a sus primos de estas cosas con total control. Un día Bosco se acercó al papá y le dijo

‘Papá, ¿tu eres forzudo de España?’, mi padre, con la tímida empatía mental que tiene para estos temas dijo

‘Yooo?, no’ y Bosco afirmó con total convicción

‘Pues el primo Juanin YA LO ES’ y dando media vuelta dejo zanjado el asunto.

Por supuesto también yo estaba en el secreto y no dudé en ningún momento de esa gran verdad y de la suertaza de que mi primo fuera Forzudo de España. En Cotos pronto lo supieron todos mis amigos, aunque tuve que explicar en algunos casos que quería decir forzudo. Yo salí reforzado (valga la analogía) por tamaña historia pues si mi primo era Forzudo de España yo también estaría a punto de serlo, y cuidadito con el que lo dudara.

Detrás de esta historia había otra más interesante. La tía Manola, su madre, había llevado al primo a un curandero en un pueblo de Valencia, que afirmó que al niño le habían echado un mal de ojo. Su consejo fue que

‘había que frotarlo con grasa de gallina de la cintura para arriba’.

Se hizo así y Juan pasó de ser canijo a ser Forzudo de España.

Nota: Rosario Grau, mi madre, también creía en los temas de curanderia, así que, al modo gallego ‘…haberlos haylos’.


2. Excursión por los cerros

‘Mamá me voy con el primo Juan, que vamos a explorar los cerros’

’ ¿Y quien más va?’

‘También viene el primo Rafa y José Luís y Bosco’

‘Bueno ir con cuidado y volver para comer’

‘El primo ha dicho que a lo mejor tenemos que ir muy lejos y que podemos comer algo por el camino, porque seguro que él encuentra comida’

‘Bueno, pues llevaros agua’

‘Si mamá. ¡¡Boooscooo corre que nos vamos!!¡¡Hay que coger una botella de agua!!’

Debía ser después de Navidad, porque recuerdo que íbamos vestidos con cierto abrigo pero no mucho. Yo llevaba una especie de engendro de la época: una rebeca – cazadora de color marrón y azul, unos pantalones grises cortos, una camisa de cuadros y los zapatos serian Gorila o Segarra, o así.

Pusimos la botella en una taleguita de tela rayada y recogimos del cuarto de las herramientas un almocafre. Los primos también habían cogido algo por el estilo, aunque la verdad es que con la poca experiencia que teníamos como exploradores (yo tan solo había hecho versiones indio – vaquero) nos daba igual, lo importante era llevar algo.

No reunimos en el patio y salimos rumbo a la cancela - puerta del camino de entrada a la huerta. Allí tiramos para la izquierda, aun por el camino de albero, pero pronto comenzamos a echar cuesta arriba por el primer cerro que pillamos. Enseguida comenzamos a coger cañotes (*), eran lo mejor para hacer todo clase de cosas: carritos, barquitos, arados,.. . En nada no sabíamos que hacer con tantos palos y las herramientas. Total, que tiramos la mitad y seguimos caminando.

(*)Apio silvestre seco.

Hacia calor. El primo Juan pronto comenzó a contar historias de culebras gigantes, que vivían, sobre todo, en los pozos abandonados, y en las enormes tinajas de barro cocido que aun se veían en el exterior de abandonadas casas o en las veredas de los caminos.

Todos afirmamos haber visto, nunca una culebra entera, por Dios, sino el final del rabo metiéndose a toda prisa en su agujero, y seguro que algo habría cogido y se lo comería tranquilamente tras haber dedicado un rato a asfixiar y triturar a su presa. Ahí nos daba un repeluco. Y siempre afirmaba alguien que los niños eran lo que mas les gustaba. Ahí nos daba otro repeluco más grande. Nosotros blandíamos belicosamente las peligrosas armas que portábamos, provocando gritos de advertencia

‘Casi me cortas la cabeza’,

’Se lo voy a decir a tu madre’.

Caminábamos. Ya no se veía ni el camino, ni mucho menos la cancela. Ni siquiera la palmera y la espadaña de la casona. Yo me sentía lejísimos de casa. El paisaje desolado de los cerros no contribuía precisamente a que me sintiera tranquilo. Juan seguía animándonos y marchando rápido.

Al cabo comenzamos a tener hambre

‘¿Primo, que vamos a comer?’,

‘Palmitos’, dicha la escueta respuesta con categoría, como si fuera posible pillar otra cosa…

Rafa, José Luís y yo por un lado, y Bosco y Juan por otro, comenzamos a escarbar como locos en la primera mata de palmitos que encontramos. La tierra estaba seca y dura, y nosotros éramos niños de 5 o 6 años. Todos habíamos oído hablar de los míticos margallones (*), pero una cosa era hablar y otra sacarlos del suelo. Volaban la tierra y el polvo en todas direcciones, y caía de forma fastidiosa en la cabeza y el cuello. Pronto tuvimos en las manos, aparte de un montón de cortes y pinchazos, unos cuantos escuálidos y secos tallos de palmito que no daban para mucho alivio.  Tampoco los almocafres eran lo mejor para esa tarea, pues eran buenos para hacer caballones y canales, pero resultaban anchos para escarbar en profundidad, y un palmito puede tener la parte comestible muy profunda. Después de una hora de darle duro al tema apenas teníamos más que lo que había sacado Juan (que suerte tener al Forzudo de España con nosotros) No puede decirse que fuera mucha comida, pero aun así, masticando los sucios tallos y raíces, y escupiendo tierra y arena rojas (por cierto, olían maravillosamente), logramos meter algo, sobre todo saliva, los palmitos te hacen salivar como a perros Paulovianos, en el estomago.

(*) Corazones de palmito.

José Luís, y supongo que todos los demás, ya tenia ese aspecto súper churretoso, que solo podría ser superado y llevado a cotas de virtuosismo, años mas tarde, por el primo Alberto.

Rafa y yo teníamos las rodillas desolladas y una buena capa de arena, sudor y pringue (no me pregunten de donde podíamos sacar pringue en medio de aquel secarral). Las bocas emulaban de forma sorprendente, por la textura y el colorido, a otras de indígenas de culturas exóticas. Grumos de tierra y saliva en diferentes grados de apelmazamiento, ornaban, cual mojoncillos geodésicos, las comisuras de los labios y los labios todos. Juan estaba coloradote y Bosco, mucho más impecable de lo que podría esperarse en semejante trance.

Estábamos a más de dos horas de casa, y deberían ser como las 2 o así. En aquella época no se cambiaba la hora por horarios de verano e invierno, y se usaba la hora solar, o sea que equivaldrían a las 4 más o menos. Estaba claro que debíamos volver o podría atardecer antes de llegar a casa. No seguimos el mismo camino para la vuelta, porque habíamos derivado hacia la izquierda y Juan decía que ahora estábamos mas cerca si cortábamos derecho, que volviendo sobre nuestros pasos. Calculo que estaríamos como un cerro más allá de los arenales de los jazmines.

A mi me parecía lejísimos y para colmo a Bosco se le ocurre pedirle a Juan que contara algo sobre bandoleros. Al cabo de un rato de los bandoleros habíamos pasado a los Chupasangre y Tíos del Saco. El sol caía y yo estaba cada vez mas inquieto. Solo la fama que tenia de no ser miedoso me impedía decir ‘Quiero estar en casa ya’. A veces el respeto por la imagen de uno mismo es mayor que el propio respeto, y como años más tarde entendería, no importa de donde saques las fuerzas, de donde quiera que vengan bienvenidas, lo que importa es no ceder. Al menos ni a la primera, ni a la segunda.

Después de arañarnos un poco mas pasando una o dos cercas de alambre de espino, alcanzamos la parte posterior de la granja y respiré aliviado, pues Juan ya iba por el comercio de botes de sangre y los niños que eran mantenidos en cautividad para sacarles la sangre hasta que en una de esas

‘.. se ponían blancos, blancos y se morían, y los tiraban a un barranco y se los comían los perros’.

Soltamos a toda prisas las ‘armas’ y con un buen bocata tía Merche en las manos, recuperados aliento y moral, dimos buena crónica a todos los ‘pasmaos’ de nuestra vida como exploradores.

En los términos en los que hoy se estila el cuidado de los niños una aventura como esta, 4 mocosos entre los 5 y los 8 años, al mando y cuidaos de otro de apenas 14, en mitx de lo camp y sense beure, ni mentxar, no sería ni planteable. Como he dicho más de una vez, agradezco a la vida que me haya dado una familia tan anarka y hippie como la nuestra. ‘Va por ellos, maestro…’

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