Desde Cádiz a Sevilla, sin pasar por Jerez.
El título salió fácil, una frase que formaba parte
de una antigua bulería que cantaba la
Lole:
‘Compare, dígame ustè
si de Cai a Sevilla
hay que pasá por Jeré’
Posiblemente no hubiera escrito nada de lo que sigue
si no fuera por la provocación que supuso ver a un vecino de asiento (al otro
lado del pasillo) haciendo lo propio en el lento tren que me llevaba de Cádiz a
Sevilla.
En el
asiento delantero se está medio durmiendo una chica, delgada y de mirada solvente,
a fin de cuentas nunca había calificado así a ninguna mirada y ya iba siendo
hora. Ella no sabe que de buena gana la incordiaría durante todo el viaje, no
por el ánimo de incordiar sino por ese espíritu romántico que siempre se
manifiesta en mi cuando viajo, que me hace sentirme abierto y me abre las ganas
de conocer y de darme. Además de su mirada solvente es hermosa y delicada y su
estado de somnolencia despierta mi deseo de proteger. Pero nada de esto importa
ni se dice, callados viajamos, callados vivimos.
Cada
pausa en la escritura es producto de un accidente ortográfico (se acabó el
párrafo) o de una interrupción en el fluir natural del relato, de la mente a
los dedos, de lo analógico a lo digital que diría un castizo filosofo del
software. En este caso la interrupción fue producto de la imposibilidad de
seguir hablando de la chica so pena de iniciar una tórrida y remolinante
descripción de lo posible como una simple traslación de lo deseable, de lo
concreto, de lo inesperado, de lo molesto.
El vecino
ya dejó su portátil para otra ocasión. A su lado una chica de cierto volumen y
de densa belleza, exhibe unas tecnológicas zapatillas que dejan ver el chasis y
la sofisticada suspensión que permite la gracilidad a costa de un ¿lamentable?
aspecto de ciborg. A mi lado un silencioso señor se prepara para dar su ticket
al revisor, de aspecto rebuscado entre inspector de hacienda y lector de poemas
al atardecer.
Quizás la
realidad sea una pero no hay como estar con ganas de contarla para creer que
son muchas y escurridizas. La realidad es como un lento remolino de abanicos
transparentes en los que invisibles cámaras proyectan historias que por azar
parecen parte de la misma historia. Yo soy el abanico, la cámara y el lento
remolino. El resto, lo que no importa, lo esencial, es el mundo.
En estos
despaciosos trenes las paradas son mas notorias que en el AVE. Aunque duren lo
mismo parecen, por mimetismo del lento andar, mas largas. Son menos exóticas
que las de las ‘viajeras’ de los años 50 y 60, con sus techos llenos de enseres
y personas, que recordaban alegres milicianos al asalto de una taberna ya
rendida, pero siguen siendo más ‘de aquí’ que las de los modernos trenes.
La
tecnología no solo no es un paradigma de verdad, es cada vez más una máscara
que esconde cualquier verdad. El monstruo transgénico, mitad reptil mitad
felino, que es un AVE, transforma en su vientre las realidades de nuestro ser,
y somos, incluso lo creemos, gente dinámica que necesita ahorrar a toda
costa cada minuto de viaje para dedicarlo a un trabajo, a un ocio, a un
propósito que es el que 'engrandece' nuestra vida y le da sentido. Con una
frecuencia que resulta hiriente, esos minutos ganados se vacían entre atascos,
retrasos en las citas e imprevistos que son la verdadera realidad y no, como queremos creer, simples
inconvenientes en el paraíso del tiempo ganado al tiempo.
Cuantas
veces recuerdo una hermosa frase que me atrajo por la sutileza irónica y sabia
de sus palabras, ‘La vida son esas cosas que nos pasan cuando no estamos
haciendo algo importante’
En
nuestra cultura, que se diluye, como todo lo humano, en la lluvia de los años,
vestirse de gala los Domingos era más que un atavismo cultural religioso;
expresaba nuestro deseo de mostrarnos renovados y espléndidos, de querer ser
todos los días así de guapos y notorios, por encimo de lo normal. Hoy ya no
basta con serlo un día, hay que serlo todos y a todas horas sin que uno sea
diferente del otro, sin que sea ‘solo’ el Domingo. Y lo hacemos con móviles,
coches, relojes, perfumes, gafas, ropas, discos.... Casi nunca con la mirada
abierta, la palabra honrada, la mano tendida; apremiados y confiados en todo
ese montón de tiempo que ganamos con la eficacia, la velocidad, la baratura de
lo que nos rodea...
Viajar
lento no te devuelve a otro tiempo, te hace vivir en este momento otra vida
menos promocionada y menos comprometida con las exigencias del marketing y de
la modernidad. Miras, piensas, dormitas y escribes. Quizás no sea esencialmente
mejor que lo otro, pero crea un tiempo diferente y eso es lo que te llena la
vida, llenar el tiempo de vida.
Entre
Cádiz y Sevilla a 15 de Abril de 2004
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