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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported. Cuadernos de Casa Alta: Historias del tren - Desde Cadiz a Sevilla, sin pasar por Jerez

viernes, 17 de febrero de 2012

Historias del tren - Desde Cadiz a Sevilla, sin pasar por Jerez


Desde Cádiz a Sevilla, sin pasar por Jerez.

El título salió fácil, una frase que formaba parte de una antigua bulería que cantaba la Lole:

‘Compare, dígame ustè
si de Cai a Sevilla
hay que pasá por Jeré’

Posiblemente no hubiera escrito nada de lo que sigue si no fuera por la provocación que supuso ver a un vecino de asiento (al otro lado del pasillo) haciendo lo propio en el lento tren que me llevaba de Cádiz a Sevilla.

En el asiento delantero se está medio durmiendo una chica, delgada y de mirada solvente, a fin de cuentas nunca había calificado así a ninguna mirada y ya iba siendo hora. Ella no sabe que de buena gana la incordiaría durante todo el viaje, no por el ánimo de incordiar sino por ese espíritu romántico que siempre se manifiesta en mi cuando viajo, que me hace sentirme abierto y me abre las ganas de conocer y de darme. Además de su mirada solvente es hermosa y delicada y su estado de somnolencia despierta mi deseo de proteger. Pero nada de esto importa ni se dice, callados viajamos, callados vivimos.

Cada pausa en la escritura es producto de un accidente ortográfico (se acabó el párrafo) o de una interrupción en el fluir natural del relato, de la mente a los dedos, de lo analógico a lo digital que diría un castizo filosofo del software. En este caso la interrupción fue producto de la imposibilidad de seguir hablando de la chica so pena de iniciar una tórrida y remolinante descripción de lo posible como una simple traslación de lo deseable, de lo concreto, de lo inesperado, de lo molesto.

El vecino ya dejó su portátil para otra ocasión. A su lado una chica de cierto volumen y de densa belleza, exhibe unas tecnológicas zapatillas que dejan ver el chasis y la sofisticada suspensión que permite la gracilidad a costa de un ¿lamentable? aspecto de ciborg. A mi lado un silencioso señor se prepara para dar su ticket al revisor, de aspecto rebuscado entre inspector de hacienda y lector de poemas al atardecer.

Quizás la realidad sea una pero no hay como estar con ganas de contarla para creer que son muchas y escurridizas. La realidad es como un lento remolino de abanicos transparentes en los que invisibles cámaras proyectan historias que por azar parecen parte de la misma historia. Yo soy el abanico, la cámara y el lento remolino. El resto, lo que no importa, lo esencial, es el mundo.

En estos despaciosos trenes las paradas son mas notorias que en el AVE. Aunque duren lo mismo parecen, por mimetismo del lento andar, mas largas. Son menos exóticas que las de las ‘viajeras’ de los años 50 y 60, con sus techos llenos de enseres y personas, que recordaban alegres milicianos al asalto de una taberna ya rendida, pero siguen siendo más ‘de aquí’ que las de los modernos trenes.

La tecnología no solo no es un paradigma de verdad, es cada vez más una máscara que esconde cualquier verdad. El monstruo transgénico, mitad reptil mitad felino, que es un AVE, transforma en su vientre las realidades de nuestro ser, y somos, incluso lo creemos, gente dinámica que necesita ahorrar a toda costa cada minuto de viaje para dedicarlo a un trabajo, a un ocio, a un propósito que es el que 'engrandece' nuestra vida y le da sentido. Con una frecuencia que resulta hiriente, esos minutos ganados se vacían entre atascos, retrasos en las citas e imprevistos que son la verdadera realidad y no, como queremos creer, simples inconvenientes en el paraíso del tiempo ganado al tiempo.

Cuantas veces recuerdo una hermosa frase que me atrajo por la sutileza irónica y sabia de sus palabras, ‘La vida son esas cosas que nos pasan cuando no estamos haciendo algo importante’

En nuestra cultura, que se diluye, como todo lo humano, en la lluvia de los años, vestirse de gala los Domingos era más que un atavismo cultural religioso; expresaba nuestro deseo de mostrarnos renovados y espléndidos, de querer ser todos los días así de guapos y notorios, por encimo de lo normal. Hoy ya no basta con serlo un día, hay que serlo todos y a todas horas sin que uno sea diferente del otro, sin que sea ‘solo’ el Domingo. Y lo hacemos con móviles, coches, relojes, perfumes, gafas, ropas, discos.... Casi nunca con la mirada abierta, la palabra honrada, la mano tendida; apremiados y confiados en todo ese montón de tiempo que ganamos con la eficacia, la velocidad, la baratura de lo que nos rodea...

Viajar lento no te devuelve a otro tiempo, te hace vivir en este momento otra vida menos promocionada y menos comprometida con las exigencias del marketing y de la modernidad. Miras, piensas, dormitas y escribes. Quizás no sea esencialmente mejor que lo otro, pero crea un tiempo diferente y eso es lo que te llena la vida, llenar el tiempo de vida.



Entre Cádiz y Sevilla a 15 de Abril de 2004

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