Algunos
días del verano resultaban inesperadas joyas del disfrute colectivo. El asunto
era simple: limpiar la alberca.
Por
aquella época existían tres grandes y una pequeña. Las grandes eran las de la
casa, la del pozo grande y la de la Huerta Chica. La pequeña quedaba por detrás de la
casilla de la granja (que luego seria la casa de los primos mayores). Las dos
primeras eran las mas utilizadas, sobre todo por que nos cogían mas a mano,
pero recuerdo que en alguna ocasión nos bañamos en la de la Huerta Chica, con
bastante aprensión, porque habitualmente estaba llena de algas, y no ver el
fondo, aunque estábamos acostumbrados a esto por las turbias aguas de los
canales de riego del arrozal, siempre daba pie a imaginar la existencia de
bestias mitológicas, sobre todo para Bosco esto era un principio de fe
irrenunciable. La gótica portada de una antigua edición de ‘Viaje al centro de la Tierra’ de Julio Verne
tenia toda la culpa. Bosco creía, lo sentía en lo más profundo del alma, que
debajo de las algas acechaban los enormes y feroces dinosaurios que se mataban
a bocados en la antedicha portada.
Todo
comenzaba con el enguarramiento del agua de la alberca. Si daba la casualidad
de que no se regara durante algún tiempo, el agua quedaba estancada y
evolucionaba rápidamente a charca de los osos montañosos.
Larguísimas
y finas algas verdes lo cubrían todo en pocos días. Si las cogías con cuidado,
con gesto de vendedor de telas, y las dejabas al sol, en un solo día quedaban
secas y con un aspecto parecidísimo a los tejidos de lino étnicos.. Aunque
alguna vez ensayamos el usarlas como telas resultaron demasiado frágiles para
estos menesteres. En cualquier caso eran también conocidas por los que vivíamos
en el entorno marismeño y siempre quedan en mi recuerdo como trofeos
secundarios de la limpia de canales y piqueras.
Pero no
todo era elegancia en el mundo vegetal. También existían otras algas que salían
del fondo de la alberca, con aspecto de pellejos de ranas, verde marrón y
negro. El gas que las subía a la superficie era más o menos pestoso y a veces
quedaba en forma de roñosas burbujas que festoneaban miserablemente las
pellejosas algas.
Y por
ultimo, oculto a la vista por tanta exuberancia, estaba el propio fondo de la
alberca, Limo verdoso y algo de arena con un espesor suficiente como para dar
mucha guerra.
Hemos
terminado la comida y hemos intentado hacer algo en la larga vigilia que
precede al baño. Nos hemos peleado a cojinazos, hasta que algún mayor nos ha
hecho retroceder a los escondites previstos para estos ataques. También se ha
intentado con la brisca, hasta que una pelea entre los angelitos ha deshecho la
timba. La partida de parchís (por turnos) que intentaban otros fue repetidas
veces destruida por los cojinazos, y al final quedo definitivamente
desconvocada por disensiones en cuanto a la posición de las fichas movidas por
los inevitables cojinazos. En fin hemos hecho lo que se dice la siesta y el
reloj va a dar la hora de salida.
‘¿Por qué
no limpiáis la alberca grande? Ya se ve muy sucia’, nos dice la tía Isabel a
algunos de los mayores que andamos por allí (tenemos mas edad que otros, y eso
es ser mayores).
En tromba
salimos por la puerta de la cocina hacia la alberca. Cogemos cubos y capazos, y
también alguna pala plana para recoger la tierra y el limo del fondo. El sol
aprieta fuerte de verdad a esa hora. Unos caminamos en la mínima sombra que nos
da la tapia del patio. Otros van a brincos por el terraplén del Paraíso, la
arena achicharra los tiernos pies.
Cuando
llegamos a la alberca ya está casi vacía. Se ha estado regando por la mañana y
apenas quedan 20 o 30
centímetros de agua al fondo. Los mas rápidos bajamos
apoyándonos en las guías del tirador de las válvulas (hay 1 o 2 en cada alberca).
‘¡¡ Que
asco, el barro me llega al tobillo!!’.
Desde allí
ayudamos a bajar a los demás. Lo normal, siempre hay inocentes, es que a los de
abajo se les vaya el apoyo al final, y ya se produce el primer enguarramiento.
Una mínima pelea se resuelve con un par de gritos de Mariangeles
‘¡¡ Rafa,
Joselui dejarse de pamplina o se lo digo a papá!!’.
La prima Mari
Ángeles tiene un fantástico chorro de voz y es capaz de hablar la mar de
aprisa. A mi la verdad es que me encantaria ser capaz de hablar así.
Abrimos la
válvula y con la ayuda de tablas empujamos el agua forzándola a salir por el
agujero. El suelo esta resbaladizo y pronto entre los empujadores cunden los
guarrazos. De todos modos gusta eso de empujar y ver como la ola de roña se
estrella contra la pared y como salpica a los que están por allí. Cuando ya
queda poco nivel y la tabla no sirve cogemos el agua sucia con cubos y la subimos hasta el borde la piscina y
desde allí se tira al canalillo de riego. Nos ponemos haciendo una cadena para
acabar antes. Al cabo de un rato lo que queda al fondo es todo mierda. Dentro
de la alberca el aire está recalentado y huele intensamente a rana. Estamos
salpicados pero aun intentamos mantenernos limpios. Si algo se nos cae encima
es por accidente. Hasta ahora.
Ester, que
está de ayudante en el borde de la alberca, le ha echado a Germán medio cubo
encima, y aunque ha sido sin querer, se ríe como si lo acabara de inventar. Me
gustan las carcajadas de Ester. Tiene algo como cínico y muy natural en su
risa. German la mira entre vengativo y acongojado. Me solidarizo con él y le largo
una palada de roña a las piernas de Ester. Mariangeles deja a Bosco hecho un
Cristo, y también se ríe el doble de bien que Ester, y grita muchísimo entre
risa y risa, y en poco segundos los diez
o doce que andamos por allí somos todos ratas de pantano. German le echa medio cubo
en la espalda a Manolo; Lucia y Fabiola, que andan por el piso de arriba
aprovechan lo que queda en los cubos para contribuir al follón. Poco a poco
vamos quedando fuera de combate, los ojos son puntos muy débiles. Ya se maldice
y amenaza mas que se hace. Hay una llamada a la santa cruzada de la limpieza y
volvemos a recoger lo que hemos desparramado. Cuando ya queda muy poco aparece
Blas.
‘Dale al
pozo Blas, que nos hace falta agua limpia’.
Soltamos
los cacharros y nos ponemos debajo del tubo que trae el agua del pozo. Se oye
gorgotear y entre empujones por ser el primero y quitarse de en medio rápido,
el agua sale helada, nos vamos descubriendo las caras. Se corta el agua y
recogemos lo que queda hasta dejarlo limpio, y ya puede llenarse del todo.
Es un
gustazo bañarse así, mientras el agua sube poco a poco, y como las paredes y el
suelo se han calentado al sol, el agua se entibia y esto tiene más de bañera
que del gélido ártico habitual del agua del pozo. También nos gusta eso de que
solo te llegue a la rodilla y ahora se agregan otros más pequeños del rebaño.
Las tías Isabel y Maria nos dan el visto bueno y nos sentimos la mar de
importantes por lo que hemos hecho.
Al fondo,
en un suspiro del aire, se oye la voz del muezín ‘¡¡¡ la beriendaaaa ....!!’.
No necesitamos el segundo toque. La tía Merche tiene una capacidad de
convocatoria irresistible.
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